No es difícil imaginar el informe que los cerebros fértiles de la Casa Blanca o del Pentágono podrían haber presentado ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas después de las inmensas manifestaciones del 15 de febrero, para revelar las pruebas de un complot internacional : « Más de diez millones de miembros de una red terrorista –cuyos lazos con Al-Kaeda son casi indudables- han salido súbitamente y simultáneamente de las sombras en numerosas capitales vociferando slogans hostiles al eje del Bien. Esos terroristas se han desvanecido tan rápidamente como aparecieron, fundiéndose hábilmente en una pretendida «opinión pública ». La más mínima medida de seguridad exige ubicar dicha opinión bajo alta vigilancia, etc.».
El 15 de febrero constituye, en efecto, una gran primicia mundial : la de la globalización de las resistencias a la privatización del mundo y a la guerra imperial. Los medios de comunicación redondearon la cifra en diez millones de manifestantes en Melbourne, Berlin, New York, Londres, París, Bruselas, Río, Tokyo, Roma. Sin embargo, están lejos de la cuenta. Más allá de los inmensos cortejos de Madrid y Barcelona, más de cuatro millones de personas desfilaron en el territorio español.
Sólo un ciego muy hexagonal puede ignorar el aumento en potencia de este mar de fondo : 300.000 manifestantes en Londres desde noviembre del 2002, centenas de miles en enero en Washington y en San Francisco, un millón en Florencia para el Foro social europeo. Respondiendo al llamado del movimiento anti-guerra norteamericano, es este Foro el que lanzó la idea de una jornada mundial contra la guerra el 15 de febrero.
Antes del comienzo del pasaje a la guerra misma, la administración estadounidense se enfrenta a una movilización que sobrepasa de lejos el movimiento contra la guerra de Vietnam en sus inicios. Debe enfrentarse a una opinión masivamente hostil. La Santa Alianza «antiterrorista» se fisura y la autoridad imperial se divide. La jornada de pruebas prometida por George Bush y Tony Blair para el 14 de febrero, se convirtió en el día de la comedia de engaños con la presentación por parte de Colin Powell de un malísimo plagio universitario.
La obstinación en ir a la guerra de los cruzados del Occidente en estas condiciones es la apuesta a un juego de pocker planetario muy riesgoso. Si ese riesgo es, no obstante, aceptado, es porque lo que está en juego está a la altura de la apuesta.
El problema del petróleo está claramente establecido. Se trata del control de las reservas y las rutas, del cual depende para los decenios que vienen el aprovisionamiento energético del mundo en general y de los Estados Unidos en particular.
Lo que está en juego a nivel geopolítico es también serio. La instalación en Bagdad de un régimen dócil al imperio de todas las virtudes modificaría el mapa de la región, establecería una ubicación fuerte en la plataforma de Asia Central y de Medio Oriente, crearía una línea de contención frente a una eventual expansión china.
La apuesta económica es igualmente importante. El relanzamiento del presupuesto armamentístico es una forma clásica de sostener una economía anémica: permite al Estado invertir en un tipo de producción (armas y municiones), en la que el consumo destructivo no necesita del «consumo interno» y del aumento del poder de compra; es, entonces, perfectamente compatible con las políticas de austeridad salarial y de desempleo masivo. Ahora bien, los Estados Unidos son de ahora en más un coloso militar que descansa sobre pies de barro. Se espera que el endeudamiento público y privado llegue a niveles récord, el año pasado vio más quiebras que durante los veinte años precedentes, y la caída fracasante de la casa Enron simboliza la debacle de la nueva economía especulativa.
Medidas de relanzamiento ordinarias no serán suficientes para salir del marasmo. Las condiciones para la apertura de un nuevo período de acumulación de capital a escala mundial son de otra amplitud. Implican una modificación radical de la relación de fuerzas, una nueva repartición de territorios, nuevas relaciones entre las clases fundamentales, nuevos dispositivos institucionales y jurídicos. Tal conmoción no se opera amigablemente, sobre las alfombras verdes de las cancillerías, sino por el hierro y el fuego de los campos de batalla. En la época de la mundialización mercantil, la guerra sin fronteras se transforma así en guerra global, ilimitada en el tiempo y en el espacio, como lo anunciaba G. Bush en su discurso del 20 de septiembre del 2001. Las tensiones aparecidas entre Dolarlandia y Eurolandia se inscriben en esta lógica. Europa hoy no es más que un gran mercado y una moneda, un espacio gelatinoso sin consistencia política ; pero el euro pude transformarse un día en candidato al relevo del dólar, como el relevo del dólar por la libra marcó entre las dos guerras el desplazamiento al otro lado del Atlántico del liderazgo capitalista. Para los dirigentes, la hora de elegir, entre una Europa atlántica rodeada por la OTAN y una «Europa potencia», tanto rival como aliada de los Estados Unidos, se precisa. Poniendo a los europeos entre la espada y la pared –«El que no está con nosotros está en contra nuestro»- los halcones de la Casa Blanca toman la delantera.
La rompiente del 15 de febrero no alcanzará probablemente a detener la guerra. Pero maximiza desde ya el costo político para los dueños del mundo. En la hipótesis de un pasaje inminente al acto militar, un desenlace rápido continua siendo probable (ya que el régimen de Saddam es impopular y está carcomido). La instauración de un orden imperial durable en la región es mucho más problemático. El imperio victorioso estará pronto amenazado por el fardo de sus propias conquistas y empujado a recargar estos costos sobre sus vasallos. Ya en obra desde hace decenios, la transferencia planetaria de plusvalía en detrimento de los más frágiles (por el círculo vicioso de la deuda notoriamente) se amplificará con su cortejo creciente de desigualdades e injusticia. La descomposición política y social del continente latinoamericano prefigura esas convulsiones previsibles.
En este nuevo desorden mundial, como lo ilustra la situación argentina a la víspera de las elecciones, los dominadores pueden todavía beneficiarse de la gran distancia entre el ascenso de las resistencias sociales y de los movimientos anti guerra, y las ruinas de las fuerzas políticas de izquierda, desvastadas por veinte años de contra-reforma liberal, desorientadas por la destrucción metódica de los pactos keynesianos (en Europa) y populistas (en América latina y en ciertos países árabes) sobre los cuales reposaba la relativa estabilidad del largo período de expansión.
Pero la guerra es un potente factor de politización. Pone al desnudo la lógica de un sistema en el que el militarismo imperialista es el corolario obligado de la mundialización mercantil. Así después de las manifestaciones inaugurales de Seattle en 1999 contra la Organización Mundial del Comercio, una generación, que no ha conocido ni la guerra fría ni la Unión Soviética, hace su entrada tumultuosamente en política. Es esta juventud rebelde la que engrosa las manifestaciones contra la guerra. Sus próximas citas ya están fijadas, en marzo contra la guerra anunciada, en junio en Francia contra la cumbre del G8, en septiembre contra la cumbre de la OMC en Cancún. La hora sigue siendo de las resistencias. Pero la multiplicación, en menos de tres años, de los Forum Sociales (Porto Alegre, Florencia, Buenos Aires, Hyderabad, Ramalá!), prepara la hora de las alternativas. Así como la mundialización victoriana creó en el siglo XIX las condiciones de la Primera Internacional, el nuevo militarismo imperial nutre un nuevo internacionalismo de masas que lo sigue como la sombre al cuerpo. El espíritu de Davos y el de Porto Alegre representan dos concepciones del mundo, dos concepciones contradictorias de la humanidad y de su porvenir. Entre las dos no hay, en última instancia, ni «tercera vía» ni coexistencia pacífica posible.
Es por eso que la doctrina de la « guerra preventiva », oficializada por el Pentágono, es también una doctrina de la contra-revolución preventiva, de desarrollo del Estado penal y militar en detrimento del estado social, de la criminalización de las resistencias sociales.
Tarde o temprano, la guerra de Troya –en Babilonia o en otra parte- tendrá lugar. Comenzó desde la caída del muro de Berlin, con la primer guerra del Golfo. Se continua en América Central y Latina, con los planes Colombia y Puebla. Causa estragos en los territorios ocupados de Palestina.
El 15 de febrero constituye el acta de nacimiento de un movimiento antiguerra mundial. Es sólo el comienzo de una muy larga marcha.
Artículo escrito por Daniel Bensaïd –filósofo y dirigente de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), aparecido en Le Figaro del 26/02/03
|