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Polémica con Perry Anderson. ¿Qué es lo que motiva a Perry?
Autor: James Petras
Fuente: Rebelión
Fecha: 18/03/2003

Título Original:

Perry Anderson ha escrito una polémica crítica de los argumentos de los sectores liberales del movimiento pacifista. Su crítica del apoyo a las Naciones Unidas y en particular al Consejo de Seguridad y al Tratado de no proliferación nuclear está bien argumentada, si bien peca de unilateral. Aparte de sus perspicaces reproches al campo pacifista liberal, el resto de su polémica adolece de profundos y penetrantes fallos teóricos, de conceptualización y de realidad. En primer lugar, Anderson hace caso omiso de la compleja y plural coalición que vincula a antiimperialistas radicales con pacifistas y con liberales religiosos y seglares.
La discusión que hace Anderson de los preparativos estadounidenses para la guerra carece de cualquier alusión a un marco teórico digno de este nombre. Su vaga y escueta mención de la 'hegemonía' estadounidense no funciona. Su reticencia a la hora de discutir (o incluso de mencionar) el imperialismo estadounidense y las especificidades de su elite gobernante excluye cualquier comprensión del contexto, de la radicalización y del crecimiento del movimiento pacifista y, en particular, de su poderosa vertiente antiimperialista. Anderson se limita al debate entre conservadores y liberales, que son tanto probélicos como pacifistas y, a continuación, inserta el movimiento pacifista de masas dentro de estos estrechos límites.
La idea que tiene Anderson del movimiento pacifista está distorsionada por la lectura del London Times o del Los Angeles Times o por los chismorreos de Beverly Hills. El movimiento pacifista es una superación de los sectores radicales del movimiento antiglobalizador, para ser más precisos de su ala anticapitalista. En segundo lugar, un sector mayoritario del movimiento pacifista (sobre todo fuera de la órbita angloestadounidense) se opone a la guerra con independencia de cualquier decisión de las Naciones Unidas, lo cual demuestra su posición crítica con respecto al comportamiento pasado y presente de las Naciones Unidas. En tercer lugar, en muchos países, incluidos Inglaterra, Turquía, Italia y Francia, los trabajadores han iniciado acciones directas -huelgas- o han amenazado con otras acciones para oponerse a la naturaleza imperialista de la guerra. En el norte de Italia los sindicalistas y los activistas pacifistas han bloqueado vías férreas que se utilizan para transportar convoyes cargados de armas. El 14 de marzo, millones de trabajadores españoles organizaron una huelga general contra los preparativos de la guerra.
La fláccida discusión de Anderson sobre los motivos que mueven al creciente movimiento pacifista es una caricatura del movimiento, más cercana a Paul Wolfowitz que a las explicaciones dadas por los propios participantes. Según Anderson, la oposición se basa en la hostilidad cultural hacia los republicanos, en los defectos de la campaña de propaganda ('espectáculo') de los medios de comunicación adictos a Bush y en el 'miedo'. Las principales consignas que se gritan en las manifestaciones de todo el mundo son 'No cambiemos sangre por petróleo', 'Petróleo = Guerra' y otras muchas variantes del mismo tema, que reflejan la oposición a la guerra que promueve Washington para quedarse con el petróleo de Irak. Estos eslóganes reflejan un razonamiento coherente, lógico y exacto, que vincula una guerra imperial con la búsqueda del control de una materia prima estratégica. Anderson subestima la repugnancia popular hacia el asesinato en masa, así como la convicción que tienen los movimientos pacifistas de que millones de iraquíes serán asesinados, heridos o desplazados. La opinión popular de las masas ha sido capaz de ver a través de la campaña de propaganda sin precedentes, masiva y homogénea de Bush, Blair, Aznar, Berlusconi y otros. En vez de reconocer una nueva conciencia crítica pública, Anderson le reprocha a Bush el que no haya emprendido una campaña de propaganda mas agresiva y eficaz. Al parecer, Anderson olvida que sólo pueden proyectar sus imágenes de propaganda durante 24 horas por día.
La cuestión del miedo a la venganza es un factor que influye en el auge del movimiento pacifista, pero esta inquietud psicológica está ligada tanto a los sentimientos pacifistas como a los favorables a la guerra. Las razones que encaminan la condición psicológica hacia una dirección particular -a oponerse a los Estados Unidos como agresor- son factores políticos, sociales y económicos, el reconocimiento de que Washington ha falsificado los datos que justifican la guerra, de que no hay ninguna prueba de que existan amenazas creíbles provenientes de Irak y la sensación de que los Estados Unidos son la auténtica amenaza terrorista. Ésta es la cuestión en la mayor parte de los países, en particular fuera del mundo anglosajón. En Corea del Sur, según encuestas recientes, la mayor parte de la población, tres de cada cuatro coreanos, considera que los Estados Unidos son una amenaza mayor que Corea del Norte.
En lo que seguramente será considerado como el argumento logicodeductivo más absurdo sobre el movimiento pacifista, Anderson aduce que 'en cuestiones de principios, la posición de la Administración Bush contra sus críticos es inatacable'. Conforme uno lee con detenimiento el resumen que hace Anderson de las asunciones en que se basan tales 'principios' , advierte que no logra explicar en detalle el principio bushiano de la guerra permanente sobre la base de una conspiración planetaria internacional mundial hoy vigente en 60 países, la doctrina de las guerras preventivas, las múltiples guerras en Oriente Próximo y la ilógica posición de apoyar los principios de las Naciones Unidas y de anularlos en la práctica. Si no fuera por lo mucho que está en juego, resultaría divertido leer la enérgica presentación que hace Anderson de la guerra 'de principios' de la Administración Bush y su disparatado resumen de la ilógica e incoherente discusión de la posición pacifista liberal. En sus esfuerzos por desacreditar los argumentos liberales pacifistas, sin querer -o bien deliberadamente- intenta abrir una brecha entre la coalición plural que se opone la guerra. Para lograrlo, su principal arma consiste en un ataque general contra las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad y la 'comunidad internacional' como simples instrumentos de la 'hegemonía' estadounidense. Las generalidades de Anderson contienen verdades a medias, carecen de cualquier sentido táctico político y de estrategia y están desprovistas de cualquier idea sobre cómo sobrepasar el movimiento pacifista más allá de algunas declaraciones poco pertinentes.
El punto de partida es la incapacidad de Anderson para entender el comportamiento político de las Naciones Unidas durante el medio siglo que acaba de transcurrir. Mientras que los Estados Unidos dominaron las Naciones Unidas durante los años cincuenta y sesenta, en los setenta se cambiaron las tornas y los Estados Unidos quedaron en minoría frente a las exigencias de un Nuevo Orden Internacional. Los Estados Unidos tuvieron que recurrir a su veto para bloquear resoluciones que afectaban al socio especial de Washington, Israel. Durante los años noventa, la influencia de los Estados Unidos en las Naciones Unidas alcanzó su punto máximo, que ha declinado conforme se acercaba la segunda Guerra del Golfo. No cabe duda de que los Estados Unidos son un poderoso país imperialista con vocación para la conquista (no para la hegemonía), pero Anderson hace caso omiso de que, hoy, Washington encuentra oposición en su camino y amenaza con actuar con independencia de las Naciones Unidas. ¿Cuál es la fuente de este conflicto, rivalidades interimperialistas, elites gobernantes diferentes? Nunca llegamos a averiguarlo, porque Anderson, con su lógica sublime, ignora totalmente estas cuestiones y, lo que es peor, no llega a ver que los conflictos interelititistas son una condición importante para el avance antiimperialista en ciertas circunstancias. Los treinta millones de activistas pacifistas incluyen a gente que todavía cree en las Naciones Unidas, que confían en Chirac y en una resolución de las Naciones Unidas. ¿Acaso debería la izquierda romper con ellos y debilitar el movimiento o bien debería trabajar junto a ellos, presentar sus propios argumentos antiimperialistas y profundizar el conocimiento popular de las causas sistémicas de la guerra?
Está claro que los revolucionarios y los antiimperialistas reformistas han escogido correctamente el segundo camino, y con mucho éxito, tanto desde el punto de vista cualitativo como cuantitativo. El movimiento pacifista se está radicalizando, crece por millones conforme se acerca la guerra y ha llevado a los aliados burgueses e imperiales hacia una oposición temporal. Incluso si las Naciones Unidas estuviesen totalmente dominadas, tal como afirma Anderson, han servido de foro para plantear cuestiones fundamentales y para obligar a los Estados Unidos a exhibir su lado más oscuro: el chantaje político, las amenazas violentas, la corrupción económica y el crudo espionaje de representantes de las Naciones Unidas, lo cual no sólo ha afectado desfavorablemente la imagen de los Estados Unidos, sino que también ha sacado a la luz los límites de las Naciones Unidas y del Consejo de Seguridad. Las apelaciones a las Naciones Unidas son demandas de transición, que unen la actual conciencia moderada antibelicista con una perspectiva antiimperialista más radical, siempre que la izquierda no renuncie a su posición de principios. La alternativa de Anderson al movimiento pacifista antiimperialista consiste en abolir el Consejo de Seguridad y en estudiar las pasadas relaciones de las Naciones Unidas con Irak, lo cual es algo que carece de importancia frente a un movimiento pacifista de masas correctamente centrado en el papel del régimen imperial de Washington y en sus actuales proyecciones militares en Oriente Próximo, un movimiento que pretende profundizar y explotar las 'ilógicas' y 'contradictorias' posiciones adoptadas por las clases rivales dominantes y sembrar la conciencia antiimperialista entre los mil millones de oponentes a la guerra.

 

 

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