En los primeros años del siglo XXI, la resistencia al imperialismo, la guerra y el capitalismo corporativo asumieron una escala verdaderamente global
Las vastas movilizaciones contra las instituciones financieras internacionales, las contra cumbres continentales, los Foros Sociales de varios miles, las acciones a través de las fronteras y los días de acción comunes han cambiado la forma de la lucha de clases.
La idea del internacionalismo, por décadas poca más que una aspiración de los activistas más militantes y con más visión de futuro, se han transformado en una realidad práctica, influenciando y fortaleciendo la resistencia en todas partes.
Esta oleada de acciones de masas globalmente coordinadas alcanzó su punto más alto en la acción histórica a nivel mundial del 15 de febrero de 2003, cuando 20 millones marcharon en cada una de las principales ciudades en el globo contra el ataque a Irak de Estados Unidos y Gran Bretaña –el nivel más alto de acción antimperialista coordinada en la historia humana.
El internacionalismo ha sacudido al planeta, ahora debe cambiarlo.
Para transformar la “guerra contra el terrorismo” del imperialismo en una guerra global contra el terror imperialista, para poner millones en movimiento contra el sistema que causa la guerra, nuestras redes, foros y coordinadoras necesitan dar un nuevo paso audaz: la formación de un Partido Global de la Revolución Socialista – la Quinta Internacional.
Llamamos a los cientos de miles que se han reunido en los foros sociales europeo, asiático sudamericano y de Medio Oriente, a los sindicatos y a las iniciativas anticapitalistas que se han ligado en la acción en todo el mundo, a las partidos obreros de masas que han tomado las calles contra el neoliberalismo, el capital y la guerra, a la juventud revolucionaria, a unirse al mayor nivel posible. Esto significa formar la nueva internacional lo antes posible – no en un futuro distante sino en los próximos meses y años.
¿Por qué dar este paso? Porque el nivel de unidad logrado hasta ahora –aunque es alentador- no es suficiente para derrotar a los capitalistas. En este momento podemos coordinar acciones. Pero no hemos sido capaces de quebrar el control de los dirigentes sindicales y reformistas sobre las organizaciones de masas de la clase obrera. Por eso pudimos poner 20 millones en las calles pero no pudimos frenar la guerra contra Irak. Hubo marchas pero muy pocas huelgas de los millones que podían detener al mundo. La razón: no hubo una organización global alternativa a los dirigentes cobardes que nos defraudaron.
Ahora podemos discutir y debatir la necesidad de “otro mundo”. Pero no nos hemos fijado un objetivo común: el derrocamiento del poder del estado de los capitalistas y la creación de un nuevo poder basado en las masas obreras y populares.
Tenemos muchos publicistas y escritores que denuncian, analizan y condenan el sistema capitalista. Pero no tenemos un programa común, una guía de acción que se base en las lecciones duramente aprendidas de los 150 años de luchas anticapitalistas. Sin un programa acordado, las tragedias del pasado se asoman por delante nuestro nuevamente como peligros reales y presentes.
Millones apoyaron al Partido de Trabajadores de Lula en Brasil, que está compartiendo el poder con políticos capitalistas y que se ha comprometido con el FMI. El partido italiano radical Rifondazione Comunista juega un rol prominente en el movimiento anticapitalista, pero ha compartido el poder con los capitalistas en el pasado, se niega a descartarlo en el futuro y predican la paz a toda costa a los trabajadores y la juventud italiana.
Sin un programa común, el movimiento no tiene alternativa al error catastrófico de gobernar con la burguesía excepto el fatalismo zapatista o anarquista, que renuncia a la lucha por el poder obrero y desorganiza la revolución como resultado de esto. No tenemos un partido común –y por lo tanto no podemos montar un enfrentamiento unificado por nuestro propio gobierno, nuestro propio poder.
Pero la historia está avanzando rápidamente -han emergido grandes oportunidades para la lucha por el poder en los últimos años y ocurrirán en un país tras otro, con una frecuencia mayor, en los próximos años. Las vastas movilizaciones de febrero de 2003 anuncian todavía quedan días más importantes por delante.
Las precondiciones para la victoria son: armar a los trabajadores en cada país con una perspectiva y una guía de acción; corregir los errores que inevitablemente surgen cuando un movimiento está limitado al terreno nacional; informar a los trabajadores de cada país sobre los eventos reales que enfrentan sus hermanos en el exterior; atraer a los trabajadores y los campesinos en cada país a la deliberación democrática de las tareas que enfrenta el movimiento obrero; coordinar la lucha por el poder, venciendo la influencia fatal del reformismo, la burocracia, el nacionalismo y los elementos oscilantes de todo tipo; extender la revolución más allá de las fronteras nacionales al terreno continental y global.
Todo esto exige la formación de una nueva internacional.
Esto no es mero sueño. Los trabajadores anticapitalistas lo han hecho cuatro veces en el pasado. Podemos hacerlo de nuevo. Si aprendemos del pasado, podemos basarnos sobre los aciertos de las primeras cuatro Internacionales, evitar los errores que llevaron a su declinación y derrota, y construir un Quinta Internacional para organizar nuestra victoria global.
La Primera Internacional mostró que es posible reunir a fuerzas diversas en una asociación mundial de los trabajadores. Pero si, bajo la influencia del anarquismo, parte de la Internacional se opuso resueltamente a la lucha política, la unidad no podía durar demasiado. La Quinta Internacional debe apuntar a unir a las capas más amplias de las fuerzas combativas –pero debe definir rápidamente sus objetivos políticos y rechazar resueltamente la exigencia anarquistas o sindicalistas de que renunciemos a los únicos métodos que pueden derrotar al capitalismo: el gobierno y el poder de la clase obrera.
Por lo tanto impulsamos la internacional para perseguir incesantemente la lucha política, sin temor a la ruptura con los anarquistas, los populistas o los publicistas liberales de las ONGs que no pueden aceptar nuestros objetivos de clase.
La Segunda Internacional mostró más allá de toda duda que la lucha política, la acción sindical y electoral y la agitación y propaganda a gran escala puede unir fuerzas de masas en partidos obreros en todas partes. Pero cuando emergió una burocracia en el movimiento obrero nacional, basada en los sectores privilegiados de los trabajadores, rápidamente hizo las paces con los explotadores y apoyó incluso los peores excesos de la burguesía, llevando a los trabajadores a la guerra fratricida como hizo la Segunda Internacional en 1914 y como han hecho desde entonces sus secciones nacionales, incluyendo al Labour Party británico.
Como la Segunda, la Quinta Internacional debe usar las técnicas de la acción política de masas para renuir no cientos en sociedades de propaganda, sino cientos de miles en partidos de la clase obrera. Pero nunca debemos repetir el error fatal de tolerar funcionarios reformistas y carreristas en nuestras filas. La burocracia, el chovinismo nacional, el reformismo parlamentario o sindical significan derrotas sangrientas para el movimiento anticapitalista.
La lucha por la Quinta Internacional es inseparable de la pelea por arrancar al movimiento obrero del control de los guerreristas y los traidores. Llamamos a los partidos obreros que han tomado el camino de la lucha contra el capital a unirse a la Quinta Internacional –al mismo tiempo exigimos que rompan irrevocablemente cualquier lazo con los capitalistas y echen de sus filas a los burócratas traidores. Lo contrario prepararía a la internacional para la destrucción en su primer prueba decisiva.
La Tercera Internacional – una respuesta revolucionaria de masas a la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa – mostró que para echar a los dirigentes reformistas, para resistir la guerra imperialista, para unir a los trabajadores en la lucha por nuestro poder, el movimiento debe combinar la mayor democracia interna con la acción centralizada a escala global. Sin democracia no existe ninguna posibilidad de unidad genuina, de unir a los trabajadores de todos los países para formular una estrategia internacional, de resistir el control burocrático.
Sin un estricto centralismo –que requiere a los partidos y dirigentes nacionales respetar las decisiones internacionales democráticas- no hay posibilidad de resistir las presiones nacionales, ni de la acción revolucionaria común. La Quinta Internacional debe combinar la máxima democracia interna con la máxima unidad en la acción; ambas son precondiciones para la lucha revolucionaria efectiva.
El destino terrible de la Tercera Internacional lleva consigo una advertencia para el futuro. Si una revolución en un país fracasa en extenderse en el tiempo, si la democracia obrera es suprimida, si el objetivo de la revolución se limita a asegurar la democracia capitalista, si se construyen coaliciones de gobierno con partidos capitalista, si una casta burocrática en un estado obrero abandona la revolución mundial a favor de la “coexistencia pacífica” con el capitalismo global, entonces, incluso los partidos revolucionarios más audaces y potentes pueden transformarse en su contrario: en instrumentos de la contrarrevolución.
El stalinismo es una mancha en la historia del movimiento obrero. No es posible ningún compromiso con este. Los partidos comunistas que apoyen el llamado a la Quinta Internacional deben romper con el programa reaccionario del stalinismo, sus métodos vergonzosos y sus objetivos cobardes. Sin esto, la internacional nunca unirá a la nueva generación bajo la bandera de la liberación humana.
La Cuarta Internacional, sola en el una vez poderoso movimiento comunista, resistió los horrores del stalinismo y las terribles derrotas que le infligió a la clase obrera. Le dejó a las futuras generaciones una herencia política invalorable. Democracia obrera y no planificación burocrática; gobierno de los concejos obreros, no la dictadura de la casta privilegiada; internacionalismo, no chovinismo nacional; revolución ininterrumpida (permanente), no un bloque eterno con los capitalistas “democráticos”; un programa que una las luchas cotidianas de los trabajadores a la toma del poder por la clase obrera, no un catálogo de reformas desconectadas del objetivo final de la revolución. Ninguno de estos principios hoy son innecesarios, todos son urgentemente neceesarios para que el movimiento obrero y anticapitalista abra el camino a la libertad en el siglo XXI.
Han pasado más de cincuenta años desde que la Cuarta Internacional fue destruida como instrumento revolucionario. Después de la Segunda Guerra Mundial abandonó su programa obrero independiente y en lugar de éste adaptó su política al ala izquierda de los socialdemócratas y stalinistas, declarando finalmente que la “época de octubre” estaba muerta y buscando una nueva internacional sólo con un programa reformista. Hoy en el movimiento anticapitalista, el Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional defiende a los sectores más liberales y reformistas del movimiento contra la crítica revolucionaria.
La principal ruptura de la Cuarta Internacional – la Tendencia Socialista Internacional y su principal partido, el SWP- renunció casi a todo principio revolucionario de la Internacional. Hoy usa frases revolucionarias radicales mientras se niega sistemáticamente a enfrentar a las tendencias reformistas dentro del movimiento. Plantea explícitamente que la precondición para la acción común con los reformistas es la suspensión de la crítica revolucionaria.
En lugar de un programa de acción revolucionario consistente, propone el inadecuado “Manifiesto Anticapitalista” de Alex Callinicos para el movimiento global. En Gran Bretaña se presenta a elecciones con una plataforma reformista. Más recientemente en la Asamblea Popular nacional, el SWP bloqueó el desarrollo de las asambleas populares en las ciudades en todo Gran Bretaña.
Estos vestigios de la Cuarta Internacional siguen una política que en la historia del movimiento se ha llamado centrista. Esas organizaciones son revolucionarias en las palabras pero se muestran incapaces de trazar un curso revolucionario consistente, independiente de los aparatos burocráticos. Ellos impulsa y crean organizaciones políticas que presentan a las masas sólo un acuerdo diplomático entre tendencias revolucionarias y oportunistas. Esto sólo puede lograr una cosa: silenciar el mensaje revolucionario y proteger a los reformistas de la crítica revolucionaria.
En lugar de analizar lo que es necesario para la clase obrera y después pelear por esto, los fragmentos centristas de la Cuarta Internacional adaptan su política a la conciencia prevaleciente de la clase obrera en un momento dado. El centrismo confía en que el “proceso” revolucionario, la crisis, la espontaneidad de las masas hagan el trabajo que deberían hacer los revolucionarios – señalar el camino a seguir, advertir de los peligros, identificar a los falsos amigos de hoy como los enemigos de mañana.
La Quinta Internacional debe unir fuerzas de todo el movimiento obrero y anticapitalista. Pero no debemos parar el enfrentamiento a los programas reformistas levantados por aquellos que promueven hoy una repetición de los métodos fallidos de las internacionales colapsadas. Un “acuerdo político negociado” entre ellos puede servir para unir a dirigentes burocráticos: para la unidad combativa de las masas obreras, es peor que inútil.
Por lo tanto, para los revolucionarios, no sólo es necesaria la crítica a los reformistas en la lucha por la nueva internacional, sino también a las vacilaciones centristas.
Cada una de las cuatro internacionales revolucionarias encarnaron grandes conquistas para el movimiento obrero y ricas lecciones para las generaciones futuras. Pero eventualmente cada una de ellas sucumbieron a la degeneración y el colapso.
La tarea urgente de la clase obrera mundial es fundar una Quinta Internacional, el arma más importante de todas en la lucha contra el capitalismo global.
Los escépticos plantean que es “demasiado pronto” para fundar una nueva internacional. Nada puede estar más lejos de la verdad. La falta de coordinación y dirección internacional es la clave de la debilidad que nos aflige hoy. Permanecer en el nivel de las redes paralizará al movimiento anticapitalista y lo hará retroceder. Dar pasos audaces hacia la unidad combativa global es la tarea entrtal en cada país y en cada continente.
El capitalismo global está llevando al mundo a un nuevo ciclo de guerra de aniquilación. Contra esto se está levantando una vez más su sepulturero histórico: la clase obrera global, más numerosa, con un mayor potencial y más estrechamente interconectada que nunca antes.
Todavía tenemos un mundo para ganar. Las cadenas que nos atan son fuertes pero nuestro poder nunca ha sido mayor. Si queremos, podemos reducirlos a átomos.
Trabajadores, campesinos, jóvenes revolucionarios –unánse en la lucha por la Quinta Internacional! Es la bandera intacta de la lucha contra el capitalismo y por vuestro derecho de nacimiento –la libertad humana global.
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