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Déjà vu?
Autor: The Economist
Fuente: The Economist
Fecha: 11/06/2003

Título Original:

Las huelgas y las movilizaciones están volviendo a las calles y a los titulares de los diarios. ¿Marcan un reanimamiento del movimiento obrero organizado?

El 3 de junio, Francia fue virtualmente paralizada por otra huelga de alcance nacional. El plan del gobierno para reformar el sistema de pensiones del país está recibiendo la oposición de masas de trabajadores en las calles. Sus banderas coloridas y las consignas han dominado los medios locales por más de un mes, aumentando esta semana en anticipación al debate parlamentario sobrel el plan, que está planeado comenzar el 10 de junio. La última vez que el movimiento obrero organizado enfrentó al gobierno por esta misma cuestión (en 1995) el gobierno retrocedió. Esta vez parece tener más resolución. El primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, ha dicho que no quiere rendirse: se trata, dijo de “la supervivencia de la república”.

Sin embargo, no es sólo en Francia donde los sindicatos han estado flexionando sus músculos últimamente. Las movilizaciones del movimiento obrero organizado se han extendido.
 En Alemania, los sindicatos han estado batallando contra los esfuerzos de su gobierno de subir las contribuciones de las pensiones para sus sistemas de salud. Miles marcharon en una serie de actos el 24 de mayo para protestar. Esta semana, los trabajadores en Alemania oriental nuevamente estuvieron en movimiento, esta vez para protestar por la duración de su semana laboral.

 Incluso la normalmente plácida Austria fue atrapada por huelgas extendidas el 3 de junio, siguiendo la ola de paros del 6 de mayo. Se dijo que la de esta semana fue la mayor protesta industrial en el país desde la segunda guerra mundial. Coordinados por la federación nacional de sindicatos austríacos, llevaron más de un millón de personas a las calles para protestar (como en Francia) contra las reformas al sistema de pensión. Wolfgang Schüssel, el canciller austríaco, atacó a los sindicatos por lanzar una huelga “desproporcionada” y dijo que el parlamento no debería sentirse influenciado.

 El 21 de mayo, la India sufrió una huelga general cuando los trabajadores protestaron contra los planes de privatización de los activos del estado y de reforma de las leyes laborales. Una impresionante marcha paralizó Calcuta.

 En Gran Bretaña, los bomberos han estado en huelga parcial durante meses, exigiendo un importante aumento salarial mientras que resisten cualquier cambio en sus condiciones laborales. El gobierno laborista de Tony Blair ha observado con cierta alarma que una serie de elecciones pusieron a líderes más militantes en los principales puestos de algunos de los sindicatos más grandes. En abril, Kevin Curran, un ex soldador, le ganó al moderado John Edmonds como líder del GMB, el cuarto sindicato más grande de Gran Bretaña, y en mayo, Tony Woodley, un izquierdista, derrotó al candidato favorito del Labour Party para la dirección del poderoso sindicato T&G.

 En Estados Unidos los sindicatos han estado resistiendo los esfuerzos para reestructurar las industrias con problemas. En abril, American Airlines apenas evitó la bancarrota después de alcanzar un acuerdo de último momento con los sindicatos que representan a los pilotos, azafatas y personal de tierra. Sin embargo, el USWA, el sindicato metalúrgico tradicionalmente obstruccionista, cambió su actitud del pasado septiembre cuando había acordado contratos de empleo más flexibles y menos generosos, y puso todo su peso tras la consolidación de la industria. El 19 de mayo, firmó su aprobación al traspaso a US Steel de su rival National Steel, asegurando los derechos de pensión para sus miembros.

Sorprendentemente engañoso

Europa, al menos, parece haber entrado en un nuevo período de militancia obrera. Pero las apariencias pueden ser engañosas. En Praga la semana pasada, miembros de la Confederación de Sindicatos Europeos (ETUC) se reunieron para discutir su agenda para el futuro (La ETUC agrupa a 78 confederaciones sindicales nacionales con alrededor de 60 millones de miembros). La ocasión fue mucho más apagada de lo que pudieran haber sugerido los eventos recientes. Las iniciativas de negociación salarial a través de las fronteras y de los estándares mínimos laborales se destacaron más prominentemente que las protestas industriales.

La realidad es que los últimos años han sido muy duros para el movimiento obrero. En Gran Bretaña, Alemania y los países bajos, los sindicatos perdieron un tercio de sus miembros antes de que comenzaran a ofrecer zanahorias, tales como descuentos en las vacaciones y seguros baratos, para poder reganar miembros. En Estados Unidos, los niveles de sindicalización son considerablemente más bajos que en Europa: la proporción de trabajadores sindicalizados es de alrededor del 14%, comparado con el 21% en Japón y un promedio del 43% en Europa. La AFL-CIO, la confederación obrera norteamericana, ha luchado en los últimos años para reemplazar a sus miembros más ancianos.

Pero los eventos en Francia muestran que la militancia sindical pequeña o declinante no quiere decir lo mismo que una influencia declinante. La sindicalización del sector privado en Francia es incluso menos que la cifra del 13% para el conjunto del país. Pero esto desmiente el alcance del poder sindical, que está cimentado no en la militancia de masas sino más bien en el rol formal de los sindicatos en el sistema del estado de bienestar –vía las mutuales, las organizaciones para las prestaciones de salud y el pago del seguro de desempleo.
Además, la militancia misma no es fácil de interpretar –los sindicatos militantes no necesariamente son los más fuertes. Por ejemplo, algunas de los criterios para medir las protestas, tales como la pérdida de días por huelga, pueden ser engañosas. El aumento en la acción huelguística puede señalar el fracaso de un consenso social preexistente –y una correspondiente debilidad sindical- más que un resurgir de la fortaleza sindical. Por el contrario, la notablemente baja actividad huelguística en Estados Unidos (en 2001, los días perdidos por huelgas estuvieron en el nivel récord más bajo) es indudablemente una señal de la debilidad de sus sindicatos en la amplia gama del espectro industrial.

Desgarrados por la economía

“Con unas pocas excepciones, el sindicalismo ha estado en retroceso”, dice John Monks, ex dirigente del TUC británico quien la semana pasada fue electo como dirigente de la ETUC. Algunos van más allá. Jeremy Waddington, un académico de UMIST en Manchester, Inglaterra, plantea que el sindicalismo está en crisis tras la caída del modelo (en gran medida europeo) de actividad y organización que emergió después de 1945 y permaneció relativamente estable hasta fines de la década de 1970.
Varios factores desestabilizaron el modelo. En particular, el gobierno de Thatcher en Gran Bretaña tuvo éxito en controlar en el poder a los sindicatos que previamente chantajearon al país. Las nuevas leyes laborales introdujeron el voto secreto para ir a la huelga en lugar del voto a mano alzada e hicieron mucho más fácil a las compañías despedir a los huelguistas. En Estados Unidos, Ronald Reagan enfrentó a los 13.000 controladores aéreos en 1981, despidiendo a todos los que se negaron a retornar al trabajo y más tarde desconociendo su sindicato.

El desempleo persistentemente alto en Europa a principios de la década de 1990 también fue importante, porque los trabajadores desocupados ya no podían mantener su pertenencia al sindicato. La naturaleza cambiante del trabajo –con muchos más trabajadores part-time y el fin del empleo de por vida como norma- también jugó un rol importante en desafiar la lógica tradicional de los sindicatos. Monks señala el éxito de la economía norteamericana a fines de los ’90 como otra gran influencia en la declinación en la cantidad de afiliados a los sindicatos. Con los empleadores haciendo todo lo posible para encontrar buenos trabajadores, ¿quién necesitaba el apoyo sindical? Los sindicatos, parecía, estaban condenados en los buenos y en los malos tiempos.
Con el boom de la economía norteamericana, otros países buscaron emular su éxito. Hubo una oleada de desregulación y privatización, y un culto al valor del accionista –una tendencia en la cual los sindicatos fueron mantenidos en el último lugar. El ascenso de la economía de mercado se combinó con la baja inflación lo que limitó el margen de maniobra. Monks también cita la influencia antisindical de las escuelas de negocios, llamándolas “los colegios de la biblia del estilo norteamericano”.

La naturaleza cambiante de la economía en las grandes naciones industriales también jugó un rol más discreto en socavar los sindicatos. Las oleadas de recortes de costos y de ejercicios de eficiencia achicaron las compañías. Se perdieron empleos manufactureros a manos de los países en desarrollo con costos laborales más bajos, llevando al fin a la era de las grandes fábricas en occidente. “Cuando había 5000 trabajadores en un solo sitio, era relativamente más barato el costo por persona para los sindicatos para prestarles servicios”, dice Stephen Pursey, un analista de la OIT en Ginebra. Las plantas con sólo 500 trabajadores son mucho más caras para atender. Algunas compañías como Merloni, un fábrica de electrodomésticos italiana- mantuvo un tamaño pequeño en sus plantas por esta razón.
El sector público ha intentado achicarse, con menos éxito, y los sindicatos respondieron para proteger a sus miembros. La oleada reciente de huelgas en todo Europa ha estado relacionada en gran medida a la reforma de las pensiones y a la protección de los beneficios para los trabajadores del sector público. Menos obvias, pero no menos potentes, han sido las luchas detrás de la escena cuando los gobiernos intentaron mejorar el desempeño del sector público. Los negociadores de los sindicatos han dado batalla, en gran parte perdida, para preservar los derechos de estos trabajadores, mientras que reconocen en privado que algo hay que entregar.

Persuasiones políticas

Sus relaciones con el gobierno también han tenido inevitablemente un gran efecto en los sindicatos. En Estados Unidos, los sindicatos siempre han sido vistos como afiliados al Partido Demócrata, un alineamiento útil durante la presidencia de Clinton, pero que ha sido desastrosa desde entonces. John Sweeney, presidente de la AFL-CIO, apoyó públicamente a Al Gore contra George Bush en las elecciones del año 2000. No es sorprendente que Bush sienta hoy muy poca compulsión a responder sus llamados.
Sin embargo, los sindicatos retienen un poder considerable en el Congreso, y algunos han sido cortejados por la administración Bush. Pero esto ha sido en sectores sensibles políticamente –tales como el acero y el petróleo- donde hay que proteger empleos (y votos).
En algunas partes del mundo, los sindicatos continúan jugando un importante rol político. En Brasil, por ejemplo, Lula da Silva, un ex trabajador metalúrgico y delegado, asumió como presidente en enero. Su ascenso al poder fue la culminación de un movimiento sindical autóctono que por décadas ha hecho campañas por reformas económicas.

En otros países, notablemente en Italia, los sindicatos han desafiado las predicciones de que serían marginados. En 1991, la CGIL, la más grande de las tres grandes centrales sindicales, hábilmente abandonó su objetivo tradicional de la lucha de clases, adoptando en su lugar las exigencias de negociación que se pensaban razonables dentro de los límites de la economía capitalista, y buscando la “codeterminación” más que la confrontación. Eso marcó el tono durante una década o más de un compromiso constructivo con los políticos de la nación, un momento en que la CGIL se transformó en un modelo de comunicación abierta con sus miembros.

Amigos flexibles

El debate sobre qué servicios debería proveer un sindicato a sus miembros en el siglo XXI está en curso. Algunos han experimentado y ofrecido servicios financieros, tales como hipotecas baratas y tarjetas de crédito. Otros creen que el futuro está en proveer servicios legales, con las cuotas sindicales transformándose en un tipo de seguro para protección contra los problemas en el trabajo.
Muchos sindicatos se hicieron más pragmáticos de lo que se han animado a admitir en público. En Alemania, por ejemplo, las grandes compañías enfrentan regulaciones laborales desalentadoras que hacen difícil competir contra otros competidores extranjeros más flexibles. Es ilegal operar turnos de 24 horas, o tratar al sábado como un día laboral normal. En público, la IG Metall, el sindicato industrial más grande de Alemania, usualmente es recalcitrante con respecto a estas cuestiones, negándose a discutir las formas de resolver el problema con los gerentes de las compañías. Las compañías, sin embargo, han encontrado sus propias soluciones negociando directamente con sus consejos obreros, esencialmente comités de representantes de los trabajadores. Aunque son miembros de los sindicatos, los representantes operan a nivel local y pueden hacer cosas que serían imposibles de hacer para un sindicato nacional sin quedar mal.
Siemens, un grupo electrónico gigante, ha negociado más de 100 acuerdos diferentes sobre jornada laboral en sus fábricas alemanas, acuerdos que técnicamente violan la ley pero que han sido los responsables de mantener miles de puestos de trabajo en el país. Hace unos pocos años, la gran división de equipamiento médico del grupo estaba en peligro de tener que abandonar su centro histórico en Erlangen, una pérdida que hubiera devastado la economía local. Pero se acordó un tiempo de trabajo más flexible con el consejo obrero, y Erlangen ahora se jacta de ser la fábrica de alta tecnología de Siemens que hace scanners médicos y buenas ganancias.

Hay otros ejemplos de pragmatismo sindical que desafían la concepción general de su inflexibilidad. John Evans, el secretario general del Comité Asesor Sindical (TUAC), un cuerpo consultivo de la OCDE, señala un grupo de países donde la negociación tripartita entre los sindicatos, el gobierno y la patronal ha tenido un gran impacto, no sólo sobre el desempeño económico sino también sobre la participación sindical. Esos países incluyen los países bajos y la región nórdica, donde la voluntad de los sindicatos en participar en el diálogo público sobre la reestructuración de la redes de seguridad social ha llevado al resurgir del interés en la militancia sindical.
En este grupo de países también está Irlanda. A fines de la década de 1980, Irlanda introdujo un pacto social amplio, que incluía la aceptación por parte de los sindicatos de limitaciones salariales. Lucio Baccro y Marco Simoni, los autores de un estudio reciente encargado por la OIT, descubrieron que los tres años de acuerdo social en Irlanda “alteraron el proceso de formación de salario” y tuvieron un efecto colateral importante al permitir a las grandes compañías extranjeras crear operaciones altamente competitivas (pero no sindicalizadas) en el país.
Pursey de la OIT, sugiere que el partnership social puede ser una herramienta efectiva del manejo económica, particularmente para países más pequeños que operan en el área del euro. Enfrentando límites presupuestarios y no pudiendo devaluar sus monedas, estos paíse spueden usar la negociación salarial coordinada a nivel nacional para mantener los reclamos en un banda estrecha y minimizar las diferencias entre el sector público y el privado.


Hermanos globales

Monks dice que hay muchas otras oportunidades que el movimiento obrero organizado puede explotar. Por ejemplo, lentamente se va haciendo conciente de que tiene una fuente de influencia no explotada. De los 17 billones de dólares de los fondos de pensiones y mutuales a nivel mundial, alrededor de 12 billones tienen ya sea una participación sindical directa o un involucramiento del empleado a nivel de fideicomiso, dice Evans. A través de la actividad de fondos tales como TIAA-CREF, un fondo de los docentes norteamericanos, los sindicatos han comenzado a darse cuenta que pueden tener mayor voz en el debate sobre el manejo corporativo. La AFL-CIO, por ejemplo, ha estado muy activa en la revuelta de accionistas de este año contra el pago de los ejecutivos.

Hay también una amplia perspectiva para la captación imaginativa. La AFL-CIO ha tenido algún éxito en llegar a la creciente población latina en Estados Unidos. Pero las mujeres y las minorías siguen estando subrepresentadas, pocos sindicatos han hecho de ellos el centro de su causa. La brecha de pago según el género, apenas se ha reducido en los últimos años y sigue siendo alta- 20% en promedio- en toda Europa.
Probablemente la mayor oportunidad para los sindicatos es encontrar un nuevo modelo internacional que reemplace la plétora de organizaciones nacionales misóginas que continúan dirigiendo. “Muchas grandes compañías son globales”, dice Monks. “Los sindicatos tienen que entender esto y adaptar su enfoque”.

Hay signos de que está comienzando un enfoque internacional de la organización sindical. La ETUC ha tenido algún éxito en Europa, incluyendo acuerdos para definir derechos mínimos para los trabajadores, y más notablemente, la introducción de una directiva en los consejos de trabajo europeos. Ha habido menos progreso hacia un régimen de negociación salarial colectivo en toda Europa, principalmente porque hay tensiones internas entre las confederaciones nacionales y las federaciones de industria o sector.
Irónicamente, la ayuda está viniendo de algunas grandes compañías. Evans dice que algunas de las firmas más grandes del mundo están intentado activamente sacar brillo a sus halos mostrando que respetan o incluso exceden las directivas sobre prácticas laborales –un tipo de trabajo equivalente a los estándares del medio ambiente. El año pasado, por ejemplo, Volkswagen firmó un acuerdo global con la International Metalworkers’ Federation que estableció las reglas básicas sobre cómo operar a nivel mundial. Estas incluyen el reconocimiento de los derechos de los trabajadores de pertenecer a un sindicato, y un compromiso al pago y condiciones de trabajo adecuadas. El TUAC le ha preguntado a decenas de grandes compañías sobre estos acuerdos.
En última instancia, el futuro de los sindicatos están en gran medida en sus propias manos. Unos pocos pioneros, notablemente en los países bajos, han mostrado que la voluntad para responder a la propia debilidad organizativa (y a aceptar que las reformas sociales son inevitables) puede traducir esto en un grado de influencia mucho mayor. Las movilizaciones ruidosas y coloridas de las últimas semanas atraen la atención de los medios y elevan el perfil de los sindicatos. Pero no son sintomáticas de lo que hacen hoy los sindicatos influyentes, ni de lo que quieren hacer mañana.

 

 

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