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¿Deflación buena o mala?
Autor: Hal R. Varian
Fuente: The New York Times
Fecha: 12/06/2003

Título Original:

A la gente le gustan los precios bajos. Entonces, ¿por qué el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, está preocupado por la deflación? Lo barato es bueno ... ¿o no?
Sí, lo barato es bueno. La deflación, en sí misma, no es necesariamente mala; lo importante es la causa de la deflación.

La deflación es un síntoma, no una enfermedad. Así como un rostro sonrosado puede ser un signo de salud o de fiebre, la deflación puede ser un signo de fortaleza o debilidad económica. La caída de los precios puede ser una consecuencia de demasiada oferta o de muy poca demanda. Frecuentemente, que haya mucha oferta es bueno, mientras que casi siempre una demanda escasa es mala.

Para entender la diferencia, vale la pena analizar lo sucedido en dos importantes periodos de deflación: la ocurrida después de la Guerra Civil, que duró poco más de 30 años, y la que tuvo lugar los tres primeros años de la Depresión.

La deflación posterior a la Guerra Civil fue provocada, principalmente, por un incremento en la productividad. El estándar del oro exacerbó la presión a la baja sobre los precios: con un suministro de dinero fijo y una creciente oferta de productos, los precios naturalmente cayeron.

Aunque no todos se beneficiaron de la reducción de precios, en términos generales la deflación de finales del siglo 19 fue buena y sus aspectos negativos fueron resultado de una política monetaria y contratos financieros inflexibles.

Comparemos esta deflación, del lado de la oferta, con la deflación del lado de la demanda de la década de los 30. Durante la Depresión, los precios cayeron porque hubo muy poca demanda, debido al pánico financiero y a la gran cantidad de desempleados. Como sucedió en el siglo 19, la política monetaria también fue una parte importante del problema: los errores de los bancos condujeron al colapso en el abasto de dinero, y la Reserva Federal simplemente se hizo a un lado y no intervino para nada.

Pero también como en el siglo 19, la deflación de la década de los 30 no fue la causa de raíz de la desestabilización económica, sino un síntoma de un problema más profundo que era la caída en la demanda agregada.

¿Cómo se comparan estos dos periodos con la "amenaza deflacionaria" de la actualidad? Ninguno de los dos constituye una analogía exacta. Hoy tenemos algo del exceso de oferta que hubo a finales del siglo 19, junto con una débil demanda parecida a la que hubo en los 30, sólo que en una forma mucho más moderada.

La gran diferencia es que, actualmente, la Fed se ha esforzado por conseguir un crecimiento monetario activo y ha dejado en claro que actuará con agresividad en caso de que la economía se deteriore más.

El exceso de oferta que observamos en la actualidad se deriva de dos fuerzas relacionadas: la excesiva inversión de finales de los 90 y el sólido crecimiento de la productividad en los últimos años.

Debido a estos dos factores, las empresas no se han inclinado mucho por realizar nuevas inversiones, lo que ha conducido a un declive en la demanda y ha presionado los precios a la baja. La Fed ha respondido adecuadamente al relajar la política monetaria para estimular una demanda agresiva.

Los consumidores han respondido a las bajas tasas de interés refinanciando sus hipotecas y comprando, lo que ayuda a mantener la demanda agregada en una posición más solida de la que habría tenido bajo una política monetaria estricta. Los precios no están subiendo, pero tampoco cayendo.

El problema es que la política monetaria relajada no será eficaz indefinidamente.

Retomando la analogía médica que mencioné más arriba: El síntoma es la deflación, el diagnóstico es una demanda de inversión agregada débil, y el tratamiento recomendado es aumentar el suministro de dinero. Pero la pregunta crucial, como siempre, es: ¿Se recuperará el paciente? Mi actitud es optimista, pero con ciertas reservas.

Hay indicios de que la inversión empresarial está volviendo a la vida, y la reciente caída del dólar hará que las exportaciones estadounidenses sean más baratas, incrementando el nivel de empleo y de inversión en las industrias relacionadas con el sector exportador.

Pero depender de un dólar débil para solucionar nuestros problemas económicos es engañoso. En primer lugar, esa estrategia tarda mucho en mostrar resultados y, en segundo, a nuestros socios comerciales no les agrada. Las relaciones comerciales entre EU y Europa están en su peor momento en años, y fácilmente podríamos ver algún tipo de represalia.

Si la política monetaria y la tasa de cambio no logran reactivar la economía, la siguiente medicina a probar es la política fiscal. Dada la debilidad en la demanda de inversión y el creciente desempleo, las políticas más eficaces serían créditos de inversión temporales aunados a recortes fiscales para los trabajadores de bajos ingresos y ayuda directa a los estados.

La primera política afecta directamente a la demanda agregada, que es el verdadero origen del problema; la segunda ayuda a contrarrestar la caída potencial en el gasto provocada por el desempleo, y la tercera ayuda a mitigar probables incrementos de impuestos a nivel estatal.

Desafortunadamente, eso no es lo que hizo el Congreso. Lo que tenemos es un recorte en los impuestos destinado a las familias de elevados ingresos, algunos incentivos modestos a la inversión y ayuda a los estados, así como un extraño recorte temporal en el impuesto sobre los dividendos.

Es como si a usted le doliera la cabeza y el doctor le recetara sumergir sus pies en agua caliente.

 

 

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