La reciente invasión de Irak por los Estados Unidos y Gran Bretaña ha sido exitosa en el plano militar. No está, en cambio, claro si puede decirse lo mismo de las tareas de reconstrucción y democratización de Irak, que lucen bastante más complicadas de lo que se había previsto.
Recientes declaraciones de Hans Blix -hasta fines de este mes seguirá siendo el jefe de la unidad de inspección del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas respecto de los programas de armas de destrucción masiva de Irak-, formuladas a manera de despedida en periódicos británicos, han provocado una explicable conmoción. El experimentado liberal sueco, con un tono inusualmente fuerte, sugiere que la verdad, la transparencia y hasta la credibilidad de los países que integraron la coalición militar que invadió Irak pueden haber sido dañadas como consecuencia de la manipulación de información de inteligencia que sirvió de justificación a la decisión de invadir sin la autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Lo cierto es que mientras no aparezcan las armas iraquíes de destrucción masiva, tanto químicas como biológicas, que fueron la ratio de la decisión de invadir, muchas dudas flotarán sobre esta grave cuestión. Lo ya puesto en descubierto en materia de fosas comunes y violación sistemática de los derechos humanos y libertades civiles de los iraquíes por parte del despótico régimen de Saddam Hussein no puede servir como tardía justificación alternativa.
El inspector Blix, que en su labor no encontró armas de destrucción masiva, pero sí numerosos interrogantes sin respuesta respecto de los inventarios existentes en 1998, se opuso hasta el final al uso de la fuerza por cuanto consideró que necesitaba más tiempo para completar la misión encomendada. Este respetado funcionario considera que los Estados Unidos lo presionaron irrazonablemente. Peor, cree que este país considera a las Naciones Unidas como una suerte de potencia extranjera "a la que desearían ver desaparecer en el fondo del East River, sin dejar rastros".
Si finalmente resultase cierto que la exageración y hasta la falsedad fueron utilizadas, la imagen de la administración de los Estados Unidos quedará gravemente afectada. Y no le resultará fácil, en adelante, justificar una acción del tenor de la desplegada en Irak en otras latitudes. Ni en Corea del Norte ni en Irán, ciertamente. Ambas crisis, que parecen concentrar ahora las preocupaciones en lo que a paz y seguridad internacionales se refiere, deberían ser manejadas con la mayor cuota de legitimidad y transparencia posible, sin caer en precipitaciones que generen nuevas desconfianzas e inquietudes en la comunidad internacional.
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