La política está llena de ironías. En el sitio de la Casa Blanca, el discurso de George W. Bush del 7 de octubre de 2002, en el cual el justificó una guerra contra Irak, reza como título ”Desmentido e impostura”. De hecho, no hay ninguna duda relevante de que el gobierno de Bush nos engañó en relación a la guerra. La cuestión clave ahora es saber por qué tantas personas influyentes se rehúsan a aceptar eso, si quisieran admitir lo obvio.
En cuanto a la mentira: informaciones analizadas por analistas profesionales de los servicios de inteligencia, que están furiosos con la forma en la que su trabajo fue desvirtuado, aportan un cuadro mucho más completo sobre sobre el modo en el que los Estados Unidos entraron en guerra. Gracias a los materiales de mi colega Nicolás Kristof y de otros periodistas del New York Times y del Washington Post, y a un magistral artículo de John Judis y Spencer Ackerman en la revista The New Republic, nos enteramos de altas autoridades, incluyendo Bush, intentaron pasar una impresión sobre la amenaza Iraquí que no tenía el respaldo de los informes de los servicios de inteligencia.
En particular, jamás hubo pruebas de un vínculo entre Saddam Hussein y el grupo Al-Qaeda. También así las autoridades repetidamente sugirieron la existencia de esa conexión. La supuesta prueba de la existencia de un programa nuclear iraquí activo fue firmemente descartada por los propios técnicos del gobierno. Así mismo, las autoridades continuaron mencionando esa supuesta evidencia y advirtieron sobre la amenaza nuclear iraquí.
Así mismo, el “stablishment” político y periodístico continúa resistiéndose a aceptarlo, encontrando justificativos para los esfuerzos del gobierno en eludir el Congreso y el público.
Por ejemplo, algunos analistas sugirieron que Bush debería ser "perdonado" porque hay una cierta interpretación de sus declaraciones anteriores y la guerra que es tecnicamente correcta. ¿Es así? No nos estamos refiriendo a una disputa comercial que depende del que está escrito en las letras pequeñas del contrato.
Nos estamos refiriendo a la más solemne decisión de una nación puede tomar. Si los discursos de Bush dieron a la nación una impresión engañosa sobre el motivo de la guerra, el análisis atento a esos discursos, mostrando que él no dijo literalmente lo que parecía estar diciendo, no es excusa. Al contrario, eso sugiere que él sabía que el motivo que presentó no pasaría el examen de un escrutinio riguroso.
Vea, por ejemplo, que Bus dice en el discurso “Desmentido e impostura” sobre la supuesta relación entre Saddam y Osama bin Laden: que había entre ambos “contactos de alto nivel que se remontan a una década”. De hecho, los servicios de inteligencia sabían de una alternativa de contacto entre Saddam y un miembro de Al-Qaeda inicio de la década de 90, pero no descubrió pruebas definitivas de una relación duradera.
Entonces, Bush hizo lo que pareció una afirmación de una permanente relación entre Irak y Al-Qaeda, pero pronunció la frase de modo malicioso, indicando que él o su redactor de discursos sabían muy bien que su alegato era consistente.
Otros analistas sugieren que Bush podría estar sinceramente creyendo, a pesar de la falta de pruebas, que Saddam trabajaba con Osama y estaba desarrollando armas nucleares. ¿En verdad, eso es improbable? ¿Por él recurrió a una evasiva si él no sabía que estaba diciendo la verdad?
Pero de cualquier forma, alguien cometió un error. Si las altas autoridades hablaron de alertar a Bush sobre los informes de los servicios de inteligencia que refutaban elementos-clave de los motivos que presentó para defender la guerra, ellos no cumplieron su papel. Y bus debería ser el primero en exigir la renuncia de esas personas.
Entonces, ¿Por qué hay tanta gente presentando disculpas a Bus y sus asesores? Parte de la respuesta, es claro, el activismo político puro. Una importante diferencia entre nuestro escándalo actual y el caso
Watergate es que es casi imposible imaginar un senador republicano haciendo esa pregunta ¿Qué sabía el presidente, o cuánto supo de eso?
Pero también los republicanos pasivas no dudan en confrontar la deshonesta afirmación del gobierno para la guerra, porque no quieren enfrentar las consecuencias.
Al final, suponga que un político, o un periodista, admita que Bush engañó a la Nación. Bien, iniciar una guerra con basada en alegaciones falsas es, para decir lo mínimo, un quiebre en la confianza.
Entonces si usted admite que tal cosa sucedió, usted tiene la obligación moral de exigir responsabilidad, precisa hacer eso ante apenas una máquina política poderosa e impiadosa, pero también ante un país que aún no está preparado para creer que sus líderes explotaron el 11 de septiembre para obtener ventajas políticas. Es una perspectiva escalofriante. Y entonces, si no encontramos la gente dispuesta a correr el riesgo de enfrentar la verdad y trabajar con ella, ¿qué le ocurrirá a nuestra democracia?
(*) Paul Krugman es profesor de la a Universidad de Princeton
|