ENGLISH | FRANCAIS | PORTUGUES

 

Volver
Estado de descontento
Autor: Alex Callinicos
Fuente: Internet
Fecha: 20/03/2003

Título Original:

La estrategia de un movimiento de masas hacia el estado es vital para su éxito, escribe Alex Callinicos

La enorme oleada de protestas anti-guerra del 15 de febrero fueron una demostración asombrosa de cuán formidable es el movimiento de resistencia al imperialismo que se está desarrollando ahora alrededor del mundo. Pero no debemos tener ilusiones con respecto al poder de nuestros enemigos. Politicamente, Tony Blair nunca ha estado más debil. Sin embargo, preside sobre un Estado que posee un gran poder coercitivo.

La Policía Metropolitana posiblemente se haya comportado lo mejor que pudo el 15 de febrero, pero los tanques en Heathrow eran una pieza de teatro político diseñados tanto para asustarnos como para intimidarnos. En otras partes, el mensaje ha sido menos sutil. Activistas anti-guerra en Egipto han sido detendidos y torturados. En Nueva York el 15 de febrero, la policía cercó a los manifestantes y les pegó cuando protestaron. Estos eran sólo pequeños vistazos de la violencia concentrada que cada Estado puede desplegar contra aquellos que lo desafían.

El Reformismo: El Estado como aliado

Entonces, ¿Cómo nos manejamos con el Estado? Dentro del movimiento anti-capitalista predominan dos maneras de abordar el asunto. La primera ve al Estado como un potencial aliado capaz de imponer controles sobre el capital y humanizar el sistema. Este abordaje está implícito en el énfasis sobre la tasa Tobin sobre las transacciones financieras internacionales, que constituye el punto de partida para Attac en Francia y sus filiales en otras partes de Europa.

Para esta ala a rasgos generales reformista del movimiento, el advenimiento de gobiernos de izquierda en America Latina-- especialmente la elección de Lula, dirigente del Partido de Trabajadores, a la presidencia de Brasil-- constituye un punto de giro. "Viva Brasil!" decían los titulares del número de enero de Le Monde Diplomatique, el periódico mensual parisino de izquierda que lanzó a Attac. Aunque ha sido más cauteloso por escrito, Walden Bello de 'Focus On The Global South' (Enfoque sobre el Sur Global), hablando en una reunión en Londres el noviembre pasado, expresó un apoyo calificado por el compromiso de Lula con un programa económico impuesto por el Fondo Monetario Internacional (FMI), que requiere que su gobierno logre un superávit de 3,75 por ciento del ingreso nacional durante su primer año en el gobierno.

Para cualquiera de la izquierda británica, este compromiso recuerda la aceptación de Gordon Brown de las estrictas limitaciones sobre los gastos heredadas de los Tories durante los primeros dos años del Nuevo Laborismo-- una decisión que explica en gran parte el estado desastroso de los serrvicios públicos en Gran Bretaña hoy en día. Existen también otros paralelos entre Lula y el Nuevo Laborismo. Por ejemoplo, su gobierno tiene la intención de otorgarle autonomía al Banco Central-- una medida típicamente neoliberal que fue, por supuesto, la primera acción tomada por Brown cuando asumió en mayo de 1997.

Lula ha justificado estas medidas diciendo que su gobierno es 'transicional'-- quiere apartarse del neoliberalismo, pero debe empezar por lograr acuerdos. Sin embargo, es mucho más probable que los compromisos que ha asumido encerrarán a su gobierno en el mismo tipo de prisión neoliberal que ha evitado que el Congreso Nacional Africano de Sudáfrica pudiera cumplir con sus promesas de reconstrucción económica para el beneficio de la mayoría, desde el fin del apartheid en 1994.

Subyacente a este patrón está, por supuesto, el poder económico del capitalismo internacional. En los meses anteriores a las elecciones presidenciales el pasado otoño, la caida contínua del real brasileño en el mercado internacional de monedas exprimió una concesión tras otra de Lula. En el pasado, sin embargo,--- por ejemplo, bajo Hariold Wilson en Bretaña durante los '60 y '70', o François Mitterand en Francia durante los '80-- los gobiernos socialdemócratas se doblegaban bajo el efecto de la huida de capitales y las crisis de la moneda, hoy en día, sólo el temor a estas presiones es suficiente para hacer que la centro-izquierda contemporánea se entregue a el Consenso de Washington aún antes de asumir la presidencia.

Dado el caso excepcional en que estos reformistas se resistieran a estos ataques, hay otras maneras de detenerlos. La rebelión de los ricos contra el régimen nacionalista de Hugo Chávez en Venezuela es una indicación del tipo de fuerzas que pueden ser desplegadas contra un gobierno de izquierda que se resiste. En septiembre conmemoraremos el trigésimo aniversario del golpe militar que destruyó el gobierno de Unidad Popular de Chile bajo Salvador Allende.

Por ende, la experiencia histórica reciente confirma el juicio elaborado hace mucho tiempo por Marx y Lenin que el Estado no puede ser utilizado simplemente como un instrymento de transformación social. Es parte del sistema capitalista, no una manera de cambiarlo. Las presiones económicas del capital internacional--- que se refleja particularmente en el flujo de dinero a través del mundo-- empujan a los Estados a impulsar la acumulación de capitales. Además de esto, existe en el núcleo mismo del Estado un permanente parato burocrático que se centrado en controlar los medios de coerción-- las fuerzas armadas, la policía, y los servicios de inteligencia--- cuya fidelidad verdadera no es hacia los gobiernos elegidos, sino hacia la clase gobernante no electa.

Esto no significa que los movimientos deben ser indiferentes hacia qué gobiernos asumen el mando. Elñ gobierno de Lula, por ejemplo, es una conciliación insegura entre las presiones del capitalismo global y los movimientos sociales que forman la base de masas del PT, en particular de los trbajadores organizados y los trabajadores sin tierra. La guerra contra Irak constituye un problema más serio para Tony Blair que para sus aliados de derecha, Silvio Berlusconi en Italia y José María Aznar en España, porque aún bajo su dirigencia, el Partido Laborista sigue atado a la izquierda, especialmente a través de sus lazos con el sindicalismo. Los movimientos de masas deberían presionar y plantear exigencias en particular a los gobiernos que ayudaron a crear, pero deberían mantener su independencia respecto a ellos.

El Autonomismo: Evadiendo el poder

Contrapuesto al reformismo dentro del movimiento anti-capitalista existe una posición que es aparentemente su opuesto, que renuncia no sólo a depender del Estado existente, sino también al mismo objetivo de sacar el poder de manos del capital. Esta es la posición tomada por el ala autonomista del movimiento, cuyos representantes más famosos son los desobbedienti italianos. Esto se inspira en algunos comentarios del lider zapatista Subcomandante Marcos. Por ejemplo, escribe, "Quizás, por ejemplo, la nueva moral política será construida dentro de un nuevo espacio que no requerirá de la toma ni de la retención del poder, sino el contrapeso y la oposición que requiere y obliga al poder a 'gobernar por obediencia'.

Uno podría ver esta estrategia como una adaptación pragmática al problema de los zapatistas, cuya insurrección en Chiapas en 1994 (sudeste de México) fue rodeada rápidamente por los militares federales mexicanos. Su supervivencia, por ende, ha llegado a depender de la utilizción de la presión de la opinión nacional e internacional para restringir al Estado Mexicano de montar un ataque abierto a las guerrillas de Chiapas. Pero autonomistas intelectuales ubicados más favorablemente en otras partes del mundo han impulsado una política similar de renuncia.

Por ejemplo, Toni Negri, co-autor de Imperio, en una entreviosta ampliamente difundida después del 11 de septiembre 2001, argumentó a favor de una estrategia de 'éxodo y deserción'. Negri ha apoyado desde hace mucho tiempo este método. Resumiendo su desarrollo previo, escribió en una cárcel italiana a principios de los '80, "El poder era visto ahora como una fuerza enemiga externa a nuestra sociedad, contra la cual había que defenderse, pero que era inútil 'conquistar' o 'dominar'. Era, por el contrario, una cuestión de reducirlo, de menatenerlo a una distancia."

La versdión más desarrollada de esta teoría ha sido elaborada por John Holloway, un marxista autónomo de Gran Bretaña, basado en Mexico, en un libro cuyo título resume su contenido: Cambie el Mundo Sin Tomar el Poder. Holloway reivindica una forma extrema de la teoría de Marx sobre el fetichismo de la mercancía, de acuerdo a la cual todas las estructuras aparentemente objetivas de la sociedad capitalista son simplemente expresiones alienadas de la actividad humana, basadas en la separación de sujeto y objeto, o, como lo expresa Holloway, hacedor y hecho.

Desde este punto de partida, Holloway extrae dos conclusiones principales. En primer lugar, un intento de entender el capitalismo como una serie de estructuras objetivas implica el abandono de la concepción original de Marx sobre el socialismo como auto-emancipación. De acuerdo a esto, virtualmente toda la tradición marxista subsiguiente se descarta como 'cientificista' y autoritaria.

En segundo lugar, la disolución de las estructuras fetichistas de la actividad humana alienada es 'un movimiento de negación', la afirmación de lo que Holloway denomina 'anti-poder'. Tiende a presentarlo como la liberación de las cualidades que son negadas por el capitalismo: "Aquello que es oprimido y que resiste, no es sólo un 'quién' sino tambi`´en un 'qué'. No son sólo grupos particulares de personas que son oprimidos (mujeres, indígenas, campesinos, trabajadores de fábricas, etc.) sino también (y quizás especialmente) aspectos particulares de la personalidad de todos nosotros: nuestra confianza en nosotros mismos, nuetsra sexualidad, nuestro ludismo, nuestra creatividad."

Pero, ¿qué significa esto, concretamente? La respuesta es muy confusa. Por un lado, Holloway afirma que el trabajo busca huir del capital: "La huida es primeramente negativa, la negación de la dominación, la destrucción y el sabotage de los instrumentos de la dominación (la maquinaria, por ejemplo), una huida de la dominación, es el nomadismo, el éxodo, la deserción." Esto nos lleva de nuevo a las consignas de Negri sobre las formas alternativas de producción cooperativa dentro del marco de las relaciones económicas capitalistas. En Argentina, por ejemplo, sus ideas, jnto con las de Holloway, han sido utilizdas para justificar la idea de que la pequeña red de fábricas abandonadas por sus patrones y ocupadas por sus trabajadores constituyen el comienzo de una nueva economía post-capitalista.

Por otro lado, Holloway recuerda lo suficiente de Marx como para saber que esta estrategia está fatalmente fallada, ya que deja la mayoría de los recursos productivos bajo el control del capital, que pueden de esa manera dictar las bases sobre las cuales las cooperativas pueden acceder a créditos y mercados. "Mientras los medios para hacer [los medios de producción] permanecen en manos del capital, el hacer será quebrado y vuelto contra sí mismo. El expropiador debe de hecho ser expropiado."

Pero cuando se trata de explicar cómo esto se debe lograr, Holloway se hunde en sueños especulativos sobre la 'disolución de la conciencia de lo hecho, su (re) integración al flujo social del hacer". Esta neblina metafísica sólo puede ser dispersada si uno reconoce que, aún si dependen del trabajo humano para su existencia y reproducción, las estructuras del capitalismo contienen una relidad objetiva que debe ser analizada y comprendida si realmente queremos cambiar el mundo.

Esto no es así debido a que el análisis sea un fin en sí mismo. Al contrario, la razón de tomar seriamente las estructuras objetivas del capitlismo es identificar las torsiones y puntos débiles que implican. Holloway en algunos puntos argumenta correctamente contra Negri cuando afirma que el capital es vulnerable ya que depende del trabajo que lo crea. Pero seguir consecuentemente esta visión requiere de un compromiso teórico y práctico con formas concretas de lucha de la clase trabajadora y su oprganización. En lugar de esto, Holloway declara que "no luchamos como clase trabajadora, luchamos contra el hecho de ser la clase trabajadora, contra el hecho de estar clasificados', como si uno pudiera abolir las relaciones capitalistas de producción al hacer de cuenta que no existen.

La Revolución como el triunfo de la democracia

La desesperanza es común tanto al reformismo como al autonomismo. Ambas corrientes comparten la creencia que el poder del capital y su Estado no puede ser derrotado. Por ende, o intentamos tartar al Estado capitalista como un agente benévolo de la transformación social, o intentamos evadir y restringirlo. Los socialistas revolucionarios no piensan que el capital y su estado son demasiado fuertes para derrocar. Hay una fuente alternartiva de poder en la sociedad capitalista. Esto se encuentra en las capacidades extraordinarias de la auto-organizción que posee la masa de la gente común.

El caso más importante de estos poderes proviene de los trabajadores, que son impulsados a organizarse colectivamente para defender sus intereses más básicos. La auto-organización de los trabajadoreses particularmente significativa ya que moviliza el poder para paralizar la producción capitalista y de esta manera interrumpir el suministro de ganancias que alimenta el sistema. La significancia del sindicalismo es que provee un marco dentro del cual los trbajadores pueden organizarse para resistir la explotación diaria en el trabajo.

La auto-organización no es, por supuesto, unicamente de los trabajadores. los movimeintos contempráneos contra el capitalismo global y la guerra, que aún se une de manera muy parcial con la clase trabajadora, han demostrado capacidades asombrosas de acción coordinada que cruza las fronteras nacionales--- protestas contra las cumbres, las Foros Sociales, y por sobre todo, el 15 de febrero.

Un elemento destacado del nuevo ciclo de luchas desde Seattle ha sido la existencia de una cantidad de movimientos no basados en el lugar de trabajo-- por ejemplo, en America Latina, pequeños campesinos y trabajadores sin tierra, como también los piqueteros argentinos. Estos movimientos tienen sin embargo todo tipo de lazos con la clase obrara organizada (los piqueteros, por ejemplo, están dirigidos por sindicalistas desocupados). Pero ninguno de ellos por sí sólos poseen el poder económico que poseen los trabajadores debido al hecho que el capitalismo funciona sobre la base de su trabajo.

En los picos de luchas pasadas, los trabajadores rompieron con los límites impuestos por el sindicalismo convencional. Protagonizaban huelgas masivas tanto por demandas políticas como económicas. Para seguir estas luchas, desarrollaron nuevas formas de organización que unían a la clase entera a un nivel local y nacional sobre la base de consejos de delegados obreros. Estas formas volvieron a surgir en los grandes levantamientos populares del siglo 20-- en las Revoluciones Rusas de 1905 y 1917, la Revolución Española de 1936, la Revolución Húngara de 1956, la Revolución Iraní de 1978-79, y el surgimiento de Solidaridad en Polonia en 1980-81.

Estos consejos obreros constituyen una forma más avanzada de democracia que la que es practicada en las sociedades capitalistas liberales. SE construyen sobre una participación de base, la toma de decidiones descentralizada donde la gente trabaja y vive, como también la responsabilidad inmediata de los delegados ante los organismos que están por sobre aquellos que los eligen. Los consejos representan una forma alternativa de dirigir la sociedad frente a las formas centralizadas y burocráticas de poder sobre las cuales depende la dominación capitalista.

Es a través de esta democracia obrera que la mayoría oprimida y explotada puede movilizar el poder necesario para hacerle frente al Estado capitalista. De hecho, una presión detrás de la formación de los consejos obreros es la necesidad de tomar el control de las funciones del gobierno local desempañadas por las agencias del Estado cuando el ‘servicio normal’ se descompone durante las huelgas masivas. Pero no existen razones por las cuales los trabajadores deberían detenerse en la instancia de la suplantación de los representantes locales del Estado. Una vez que se abran a una sociedad nacional entera, ellos tendrían la capacidad organizativa y el poder económico para reemplazar al Estado en su conjunto.

Lograr este objetivo dependerá de la concentración de las fuerzas del Estado obrero en gestación para superar—por la fuerza si es necesario—la resietencia de los aparatos centrales de poder del Estado capitalista. Este es fundamentalmente un problema político y no organizativo. Requiere de una lucha política dentro de las nuevas formas de poder obrero para convencer a la mayoría de que al menos que sea desmantelado el Estado capitalista, utilizará su poder coercitivo tarde o temprano con el fin de aplastar al movimiento de masas. Esta es la función suprema de un partido revolucionario de masas—no tomar por sí mismo el poder, sino ganar la lucha política por convencer a las masas de que la nueva democracia debería arrasar los últimos bastiones del poder capitalista.

Entonces, de acuerdo a la tradición marxista clásica, la revolución no se trata del golpe de una minoría. Se trata de extender las formas de democracia obrera que surgen durante las huelgas masivas que comienzan siendo un simple medio de seguir la lucha o un ‘contra-poder’ frente a las instituciones de la dominación capitalista--- hasta convertirse en organismos a través de los cuales las masas de hecho gobiernan por sí mismas. La revolución debe tratarse de la toma del poder, de lo contrario el Estado capitalista se transformará en la punta de lanza de la contra-revolución. Pero el derrocamiento del Estado constituye la culminación de un proceso de auto-emancipación en el cual la masa de la gente común toma en sus manos el funcionamiento de la sociedad y comienza a construir un mundo nuevo.

 

 

Volver