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Casuísticas de la paz y la guerra. ¿Estamos seguros de que nos saldremos con la nuestra esta vez?
Autor: Perry Anderson
Fuente: London Review of Books, Vol. 25 N°5
Fecha: 06/03/2003

Título Original: Casuistries of Peace and War

http://www.lrb.co.uk/v25/n05/ande01_.html
Traductor: Guillermo Crux

La perspectiva de una segunda guerra sobre Irak plantea un gran número de preguntas, analíticas y políticas. ¿Cuáles son las intenciones detrás de la campaña inminente? ¿Cuáles son las probables consecuencias? ¿Qué nos dice el rumbo hacia la guerra sobre la dinámica a largo plazo del poder global americano? Estos problemas permanecerán planteados durante algún tiempo, sobreviviendo a cualquier ataque durante esta primavera. El frente de la escena está actualmente ocupado por un conjunto diferente de discusiones, sobre la legitimidad o lo inteligente de la expedición militar que ahora se prepara. Mi propósito aquí será considerar las críticas actuales hacia la administración Bush articuladas dentro de la opinión a altos niveles, y las respuestas a ellas por parte de la administración: en efecto, la estructura de justificación intelectual de cada lado de la discusión, lo que los divide y lo que tienen común. Finalizaré con algunos comentarios sobre cómo se vé este debate desde una perspectiva basada en un conjunto diferente de premisas.

Tomando una apreciación global de la variedad - uno podría decir el torrente - de objeciones a una segunda guerra en el Golfo, podemos distinguir seis críticas principales, expresadas en muchos registros diferentes, distribuidos por un amplio abanico de opiniones.

1. El ataque proyectado contra Irak es un despliegue crudo de unilateralismo americano. La administración Bush ha declarado su intención de atacar a Bagdad abiertamente, no importa si la ONU sanciona o no un ataque. Ésto no sólo es un golpe grave a la unidad de la alianza occidental, sino que debe llevar a un inaudito y peligroso debilitamiento de la autoridad del Consejo de Seguridad, como la encarnación más alta de la ley internacional.

2. La intervención masiva en esta escala en Medio Oriente el terrorismo sólo puede favorecer al terrorismo anti-occidental. En lugar de ayudar a aplastar a al-Qaida, es probable que multiplique sus fuerzas. América peligrará más luego de una guerra contra Irak que antes de élla.

3. El bombardeo en preparación es un golpe preventivo, que se declara abiertamente como tal, que socava el respeto por la ley internacional, y arriesga a que el mundo se zambulla en una vorágine de violencia, en tanto otros estados sigan el ejemplo y tomen la ley en sus propias manos.

4. La guerra debe ser en todo caso siempre un último recurso para saldar un conflicto internacional. En el caso de Irak, el ajuste suficiente de las sanciones y la vigilancia es capaz de desdentar al régimen del Baath, mientras se salvan vidas inocentes y se conserva la unidad de la comunidad internacional.

5. La concentración en Irak es una distracción del peligro más agudo propuesto por Corea del Norte, que tiene un potencial nuclear mayor, un ejército más poderoso, y una dirigencia aun más letal. EE.UU. debe dar absoluta prioridad a hacerse cargo de Kim Jong Il, no de Saddam Hussein.

6. Aun cuando una invasión a Irak fuera fácil, una ocupación del país es demasiado arriesgada y costosa como para que Estados Unidos la cumpla exitosamente. La participación aliada es necesaria para cualquier oportunidad de tener éxito, pero el unilateralismo de la administración compromete esa oportunidad. Es probable que el mundo árabe vea un protectorado extranjero con resentimiento. Incluso con una coalición occidental dirigiendo el país, Irak es una sociedad profundamente dividida, sin tradición democrática, que no puede reconstruirse fácilmente como Alemania y Japón en la posguerra. Los costos potenciales de toda la empresa pesan más que cualquier posible beneficio que EE.UU. pudiera obtener de ella.

Este es más o menos el espectro de la crítica que puede encontrarse en los medios de comunicación comerciales y en círculos políticos respetables, tanto en Estados Unidos como, - más fuertemente aún- en Europa y más allá también. Pueden resumirse bajo los títulos: los vicios del unilateralismo, los riesgos de alentar al terrorismo, los peligros de la prevención, los costos humanos de la guerra, la amenaza de Corea del Norte, y los costos de una empresa fuera de alcance. Como tales, se dividen en dos categorías: objeciones de principio - los males del unilateralismo, la prevención, la guerra; y objeciones de prudencia: los riesgos del terrorismo, Corea del Norte, fuera de alcance.

¿Cuáles son las respuestas de la administration Bush a cada una de ellas?

1. Unilateralismo. Históricamente, Estados Unidos siempre se ha reservado el derecho de actuar por sí sólo donde creyera necesario, mientras busca aliados dondequiera que fuera posible. En recientes años actuó por sí sólo en Granada, en Panamá, en Nicaragua, ¿y cuáles de entre sus aliados ahora se queja por el orden corriente en alguno de estos países? En cuanto a la ONU, la OTAN no la consultó cuando lanzó su ataque sobre Yugoslavia en 1999 en el que todos los aliados europeos que ahora hablan de la necesidad de la autorización del Consejo de Seguridad participaron, y que el 90 por ciento de la opinión que ahora se queja de nuestros planes para Irak apoyó. Si fue correcto remover a Milosevic por la fuerza, que no tenía ningún arma de destrucción masiva e incluso toleró una oposición que posteriormente le ganó en una elección, cómo puede estar equivocado quitar a Saddam a través de fuerza, un tirano mucho más letal cuyo registro sobre derechos humanos es peor, ha invadido un vecino, ha usado armas químicas y no tolera ningún tipo de oposición? En todo caso, la ONU ya ha aprobado una resolución, la 1441, que en efecto da libertad de acción a los miembros del Consejo de Seguridad para usar la fuerza contra Irak, entonces la legalidad de un ataque no está en cuestión.

2. Terrorismo. Al-Qaida es una red unida por el fanatismo religioso, en una fé que llama a la guerra santa por el mundo musulmán contra Estados Unidos. La creencia de que Alá asegura la victoria al jihadi es su fundamento. Por lo tanto no hay ninguna manera más segura de desmoralizarlos y dividirlos que demostrar la vanidad de las esperanzas en el cielo y la imposibilidad absoluta de la resistencia a la superior fuerza militar americana. El fanatismo nazi y el del imperio japonés se apagaron repentinamente por el hecho simple de una derrota aplastante. Al-Qaida no está en ninguna parte cercana a su nivel de fuerza. ¿Por qué debería ser diferente?

3. Prevención. Lejos de ser una nueva doctrina, éste es un derecho tradicional de los estados. ¿Qué otra cosa fue, después de todo, la victoria militar más admirada de la era de la posguerra sino un golpe relámpago preventivo? La Guerra de los Seis Días de Israel de 1967, lejos de ser causa de condena, en realidad es la ocasión de la doctrina moderna de las Guerras Justas e Injustas, como fuera planteado por un filósofo distinguido de la izquierda americana, Michael Walzer, en un trabajo resplandecientemente evocado por el todavía más eminente filósofo liberal John Rawls, en su libro adecuadamente titulado La Ley de los Pueblos. De hecho, al atacar a Irak, no haremos más que completar el golpe preventivo vital contra el reactor de Osirak de 1981. ¿Quién se queja ahora sobre eso?

4. Costos Humanos de la Guerra. Éstos son ciertamente trágicos, y nosotros haremos todo en nuestro poder - ahora técnicamente considerable - para minimizar las bajas civiles. Pero la realidad es que una guerra veloz ahorrará vidas, más que perderlas. Desde 1991, las sanciones contra Irak - que la mayoría de los objetores a la guerra apoyan - ha causado 500.000 muertes por desnutrición y enfermadades, según Unicef. Aceptemos una cifra más baja, digamos 300.000. Es muy improbable que una guerra veloz, quirúrgica, como la que nosotros somos capaces de hacer, se acerque en algo a esta destrucción por medios pacíficos. Al contrario, una vez derrocado Saddam, el petróleo pronto volverá a fluir libremente, y los niños iraquíes tendrán lo suficiente como para comer. Verán como consecuencia un crecimiento de la población muy rápidamente.

5. Corea del Norte. Éste es un estado comunista fracasado que ciertamente plantea un gran peligro al noreste asiático. Como señalamos mucho antes de los actuales gitos y sollozos, forma la otra extremidad de un Eje del Mal. Pero es una cuestión simple de buen sentido el concentrar primero nuestras fuerzas sobre el eslabón más débil del Eje, en lugar del más fuerte. No se trata porque Pyongyang pueda tener o no algunas armas nucleares rudimentarias que podríamos remover fácilmente, se debe a que puede destruir Seúl en un ataque convencional, y por eso tenemos que proceder más cautamente para derrumbarlo. Pero, ¿acaso ustedes dudan seriamente que nosotros más adelante nos querramos hacer cargo también del régimen norcoreano?

6. Fuera de alcance. Una ocupación de Irak plantea un desafío que no subestimamos. Pero es una apuesta razonable. La hostilidad árabe se sobreestima. Al fin y al cabo, no ha habido una sola manifestación de importancia en todo Medio Oriente durante los dos años que ha tomado a Israel aplastar la segunda Intifada, completamente a la vista de las cámaras de televisión, todavía la simpatía popular es mayor, por lejos, hacia los palestinos que para Saddam. Ustedes también olvidan que ya tenemos un protectorado muy exitoso en el tercio norte de Irak, donde juntos hemos batido bastante eficazmente a los líderes kurdos. ¿Han oído hablar ustedes algo horrible de eso? El centro sunnita del país ciertamente será más difícil de manejar, pero la idea de que los régimenes estables creados o guiados por potencias extranjeras son imposibles en Medio Oriente es absurda. Piensen en la estabilidad de largo plazo de la monarquía puesta por los británicos en Jordania, o el muy satisfactorio pequeño estado que crearon en Kuwait. Es más, piensen en nuestro amigo fiel Mubarak en Egipto que tiene una población urbana mucho más grande que Irak. Todos dijeron que Afganistán era un cementerio para los extranjeros - británicos, rusos y así sucesivamente - pero lo liberamos bastante rápidamente, y ahora la ONU está haciendo un trabajo excelente devolviéndolo a la vida. ¿Por qué no Irak? Si todo va bien, podríamos cosechar grandes beneficios - una plataforma estratégica, un modelo institucional, y suministros de petróleo para nada insignificantes.

Ahora, si uno mira los dos conjuntos de argumentos desapasionadamente, quedan pocas dudas de que en cuestiones de principio, las razones de la administración contra sus críticos sean muy fuertes. El porqué de esto también queda bastante claro. Ambos lados comparten un conjunto de supuestos cuya lógica hace a un ataque contra Irak una proposición completamente defendible. ¿Cuáles son estos supuestos? A grandes rasgos, pueden resumirse así.

1. El Consejo de Seguridad de la ONU representa la expresión legal suprema de la 'comunidad internacional'; excepto donde se especifique de otra forma, sus resoluciones tienen una fuerza moral y jurídica comprometedora.

2. Donde sea necesario, sin embargo, las intervenciones humanitarias o de otro tipo por parte de Occidente no requieren permiso de la ONU, aunque siempre es preferible tenerlo.

3. Irak cometió un ultraje contra la ley internacional al buscar anexar a Kuwait, y ha tenido que ser castigado por este crimen contra el cual la ONU se mantuvo unificada desde entonces.

4. Irak también ha buscado adquirir armas nucleares cuya proliferación es en cualquier caso un peligro urgente para la comunidad internacional, para no hablar de armas químicas o biológicas.

5. Irak es una dictadura de un tipo único, o de un conjunto muy reducido que incluye a Corea del Norte, por su violación de los derechos humanos.

6. En consecuencia, Ino pueden otorgarse a Irak los derechos de un estado soberano, sino que debe someterse al bloqueo, el bombardeo y la pérdida de la integridad territorial, hasta que la comunidad internacional decida otra cosa.

Equipado con estas premisas, no es difícil demostrar que a Irak no se le puede permitir la posesión de armas nucleares o de otro tipo, que ha desafiado las sucesivas resoluciones de la ONU, que el Consejo de Seguridad ha autorizado un segundo ataque tácitamente contra él (como no hizo con respecto al ataque contra Yugoslavia), y que la remoción de Saddam Hussein se ha demorado largo tiempo.

Sobre las mismas premisas, sin embargo, también se abre la posibilidad para que los críticos de la administración tomen su posición, no en el terreno de los principios, sino simplemente en el de la prudencia. Invadir Irak bien puede ser moralmente aceptable, incluso deseable, pero, ¿es políticamente inteligente? El cálculo de las consecuencias siempre es más imponderable que la deducción de los principios, por lo cual el lugar para la discordancia sigue siendo considerable. Cualquiera que crea que al-Qaida es un bacilo mortal que espera volverse una epidemia, o que Kim Jong Il es un déspota más demente incluso que Saddam Hussein, o que Irak podría volverse otro Vietnam, es improbable que sea influído por la cita de la letra de la Resolución 1441 de la ONU, o la excelsa misión de la OTAN de proteger los derechos humanos en los Balcanes.

Las estructuras de justificación intelectual son una cosa. El sentimiento popular, aunque no permanezca sin ser afectado por ellas, es otra cosa. Las enormes manifestaciones del 15 de febrero en Europa Occidental, Estados Unidos y Australia oponiéndose a un ataque en Irak, plantean una clase diferente de pregunta. Puede plantearse sencillamente así. ¿Qué es lo que explica esta inmensa, apasionada revuelta contra la perspectiva de una guerra cuyos principios difieren poco de intervenciones militares precedentes que fueron aceptadas o incluso bienvenidas por tantos de aquéllos que ahora se levantan contra ésta? ¿Por qué la guerra en Medio Oriente hoy despierta sentimientos que la guerra de los Balcanes no provocó, si lógicamente hay poco o nada que escoger entre ellas? La desproporción en las reacciones es improbable que tenga mucho que ver con distinciones entre Belgrado y Bagdad, y en todo caso probablemente hablaría más a favor que en contra de una intervención. La explicación claramente se encuentra en otra parte. Tres factores parecen haber sido los decisivos.

Primero, la hostilidad hacia el régimen republicano en la Casa Blanca. La aversión cultural de la presidencia Bush está extendida en Europa Occidental, donde sus ásperas afirmaciones sobre la primacía americana, y la tendencia nada diplomática a unir las palabras a los hechos, se han vuelto intensamente resentidas por una opinión pública acostumbrada al velo más decoroso que suele colocarse sobre las realidades del poder relativo. Para ver cuán importante tiene que ser este ingrediente en el sentimiento anti-guerra europeo, uno sólo necesita mirar la complacencia con la que se encontraron los bombardeos aéreos sucesivos de Clinton sobre Irak. Si una administración Gore o Lieberman estuviera preparando una segunda Guerra del Golfo, la resistencia sería la mitad de lo que es ahora. La execración actual de Bush en amplios sectores de los medios de comunicación y la opinión pública europea no guardan ninguna relación con las diferencias reales entre los dos partidos en Estados Unidos. Es suficiente con ver que tanto el principal exponente práctico como el mayor teórico intelectual de una guerra en Irak, Kenneth Pollack y Philip Bobbitt, son antiguos ornamentos del régimen de Clinton. Pero mientras los contrastes políticos sustanciales tienden a menguar en los sistemas políticos occidentales, las diferencias simbólicas de estilo e imagen pueden adquirir fácilmente, en compensación, una rigidez histérica. El Kulturkampf entre demócratas y republicanos dentro de Estados Unidos está reproduciéndose ahora entre EE.UU. y la UE. Típicamente, en dichas disputas, la violencia de las pasiones partidarias está en proporción inversa a la profundidad de las discordancias reales. Pero al igual que en los conflictos entre las facciones azul y verde en el hipódromo bizantino, las preferencias afectivas menores pueden tener consecuencias políticas mayores. Una Europa de luto por Clinton - ver cualquier editorial del Guardian, Le Monde, La Repubblica, El País - puede unirse en la condena a Bush.

Segundo, está el papel del espectáculo. La opinión pública se preparó bien para la Guerra balcánica por una cobertura masiva de la televisión y la prensa de los salvajismos étnicos en la región, reales y - después de Rambouillet, en magnitud considerable - míticos. Las matanzas incomparablemente mayores en Ruanda, donde Estados Unidos, temiendo una distracción de los medios de comunicación sobre Bosnia, bloqueó la intervención en el mismo período, fueron por contraste ignoradas. Por completo a la vista de las cámaras, el sitio de Sarajevo espantó millones. El exterminio de Grozny, oportunamente fuera del alcance de las cámaras, ni siquiera mereció un gesto. Clinton lo llamó liberación, y Blair corrió para felicitar a Putin por la elección que ganó después de este hecho. En Irak, la dura condición de los kurdos se televisó ampliamente luego de la Guerra del Golfo, movilizando a la opinión pública tras la creación de un protectorado angloamericano, sin garantía alguna de la ONU. Pero hoy, no importa cuánto Washington o Londres declamen las atrocidades de Saddam Hussein, para no hablar de sus armas de destrucción masiva, para todo propósito práctico permanecen invisibles para el espectador europeo. La muestra de diapositivas de Powell en el Consejo de Seguridad no es sustituto alguno para Bernard-Henri Lévy o Michael Ignatieff vibrando frente al micrófono. A falta de ayuda visuales, la liberación de Bagdad deja a la imaginación europea en frío.

Tercero, y quizá lo más importante, hay miedo. Podía inflingirse un pesado castigo desde el aire sobre Yugoslavia en 1996, y continuamente sobre Irak desde 1991, sin riesgo de represalias. ¿Qué podían hacer Milosevic o Saddam? Eran blancos facilísimos. Los atentados del 11 de septiembre han alterado esta convicción. Verdaderamente eso fue un espectáculo inolvidable, diseñado para dejar boquiabierto a Occidente. El blanco de los ataques fue EE.UU, no Europa. Si los estados europeos, Gran Bretaña y Francia principalmente, se unían en el contraataque contra Afganistán, para sus poblaciones ésto era todavía un teatro remoto de guerra sobre el cual cayó el telón rápidamente. La perspectiva de una invasión y ocupación de Irak, mucho más grande y más cercano, en el corazón de Medio Oriente, sobre el cual la opinión pública europea está inquietamente consciente - aunque no se mueva para hacer algo al respecto - de que las cosas no andan bien en la Tierra de Israel, es otra cuestión. El espectro de la venganza por parte de al-Qaida o grupos relacionados en un reestreno de la guerra de los Balcanes ha congelado a muchos de los ardientes combatientes del nuevo 'humanismo militar' de fines de los noventa. Los serbios eran una bagatela: menos de ocho millones. Los árabes son 280 millones, y están mucho más cercanos a Europa que a América - no son pocos precisamente los que están dentro del continente europeo. Contemplando la expedición a Bagdad, incluso los leales del New Labour se preguntan, como los lectores de esta revista habrán notado: ¿estamos seguros de que nos saldremos con la nuestra esta vez?

Los grandes movimientos de masas no deben ser juzgados por estrechos patrones lógicos. Cualquiera sean sus razones, las multitudes que han protestado contra una guerra en Irak son un flagelo para los gobiernos empecinados en ella. Incluyen, en todo caso, muchas personas demasiado jévenes como para estar comprometidas por sus predecesores. Pero si el movimiento ha de tener poder de permanencia, tendrá que desarrollarse más allá de la psicología del fan club, la política del espectáculo, la ética del miedo. Porque la guerra, si llega, no será como Vietnam. Será corta y potente; y no hay ninguna garantía de que una justicia poética le seguirá. Una oposición meramente prudente a la guerra no sobrevivirá a un triunfo, en tanto que especular sobre sobre su legalidad será una cobertura brindada por la ONU. Los varios jueces y abogados que ahora ponen reparos a la próxima campaña, harán la paz con sus comandantes bastante pronto, una vez que los ejércitos aliados se establezcan en el Tigris, y Kofi Annan habrá pronunciado un discurso pacifista o dos, cortesía de escritores fantasmas secundados por el Financial Times, sobre la asistencia de posguerra. Para una resistencia duradera a las disposiciones del gobierno hace falta encontrar otros fundamentos, basados en principios. Ya que los debates actuales invocan tan interminablemente a la 'comunidad internacional' y las Naciones Unidas, como si estas fueran un bálsamo contra la administración Bush, está bien empezar por aquí. Una perspectiva alternativa puede sugerirse en unas pocas proposiciones telegráficas.

1. No existe ninguna comunidad internacional. El término es un eufemismo para la hegemonía americana. Es al crédito de la administración que algunos de sus funcionarios lo han abandonado.

2. Las Naciones Unidas no son una sede de una autoridad imparcial. Su estructura, que da un poder formal abrumador a cinco naciones vencedoras de una guerra peleada hace cincuenta años, es políticamente indefendible: comparable históricamente a la Santa Alianza de principios del siglo XIX que también proclamó que su misión era la preservación de la 'paz internacional en beneficio de la humanidad'. Tan pronto como estas potencias se dividieron debido a la Guerra Fría, se neutralizaban entre ellas en el Consejo de Seguridad, y la organización podía hacer poco daño. Pero desde que la Guerra Fría se acabó, la ONU se ha vuelto esencialmente una pantalla para la voluntad americana. Supuestamente dedicada a la causa de la paz internacional, la organización ha emprendido dos grandes guerras desde 1945 y no ha evitado ninguna. Sus resoluciones son principalmente ejercicios de manipulación ideológica. Algunas de sus afiliadas secundarias - Unesco, Unctad, etc - hacen un buen trabajo, y la Asamblea General hace poco daño. Pero no hay ninguna perspectiva de reformar al Consejo de Seguridad. El mundo estaría mucho mejor - un terreno más honesto y equitativo de estados - sin ella.

3. El oligopolio nuclear de las cinco potencias vencedoras de 1945 es igualmente indefendible. El Tratado de No proliferación es una burla de cualquier principio de igualdad o justicia - aquéllos que poseen armas de destrucción masiva insistiendo en que todos excepto ellos deben deshacerse de ellas, para servir a los intereses de la humanidad. Si algún estado debería tener derecho a tales armas, deberían ser los pequeños y no los grandes, ya que eso contrapesaría el arrogante poder de éstos últimos. En la práctica, como uno supone, estas armas ya se han extendido, y en tanto las grandes potencias se nieguen a abandonar las suyas, no hay ninguna razón de principios para oponerse a que otras las posean. Kenneth Waltz, decano de la teoría de las relaciones internacionales de EE.UU, una fuente impecablemente respetable, hace tiempo publicó un reflexivo y detallado ensayo que nunca ha sido refutado titulado 'La extensión de las armas nucleares: más podría ser mejor'. Puede recomendarse. La idea de que a Irak o Corea del Norte no debería permitírseles estas armas, mientras que las de Israel o la Sudáfrica blanca pueden condonarse, no tiene ninguna base lógica.

4. Las anexiones de territorio - las conquistas, en lenguaje más tradicional - cuyo castigo proporciona la justificación nominal del bloqueo de la ONU a Irak, nunca han producido una respuesta de la ONU cuando los conquistadores eran aliados de Estados Unidos, sólo cuando eran sus adversarios. Las fronteras de Israel, en desafío a las resoluciones de la ONU de 1947, para no hablar de las 1967, son producto de una conquista. Turquía ocupó dos quintos de Chipre, Indonesia a Timor Oriental, y Marruecos al Sahara Occidental, sin que el Consejo de Seguridad se inmutara. Las sutilezas legales importan sólo cuando los intereses de los enemigos son los que están en juego. En lo que respecta a Irak, las agresiones excepcionales del régimen del Baath son un mito, como han demostrado recientemente John Mearsheimer y Stephen Walt - a quienes difícilmente se pueda considerar como dos radicales incendiarios - bastante detalladamente en su reciente ensayo en Foreign Policy.

5. El terrorismo, del tipo practicado por al-Qaida, no es una amenaza seria al statu quo en ningún lado. El éxito del ataque espectacular del 11 de septiembre dependió de la sorpresa - incluso por el cuarto avión, era imposible de repetir. Si al-Qaida alguna vez hubiera sido una organización fuerte, habría dirigido sus golpes a los estados clientes de América en Medio Oriente, donde el derrocamiento de un régimen representaría una diferencia política, en lugar de la propia América, donde no podría dejar más que un aguijonazo estratégico. Como han planteado Olivier Roy y Gilles Keppel, las dos mayores autoridades en el campo del islamismo contemporáneo, al-Qaida es el remanente aislado de un movimiento de masas del fundamentalismo musulmán cuyo recurso al terror es el síntoma de una debilidad mayor y una derrota - un equivalente islámico de la Fracción del Ejército Rojo o las Brigadas Rojas que surgieron en Alemania e Italia después de que los grandes levantamientos estudiantiles de fines de los sesenta apagaran, y fueron sofocados fácilmente por el estado. La incapacidad completa de al-Qaida para organizar un solo atentado incluso, mientras su base era duramente golpeada y su dirección asesinada en Afganistán, habla mucho sobre su debilidad. De maneras diferentes, le viene bien tanto a la administración como a la oposición demócrata conjurar al espectro de una inmensa y mortal conspiración, capaz de golpear en cualquier momento, pero de todos modos esta es una ficción muy difícil de sostener en relación a Irak, que no está conectado con al-Qaida hoy, ni probablemente pueda darle mucho estímulo, si cae mañana.

6. Las tiranías domésticas, o el abuso contra los derechos humanos que se utiliza hoy para justificar las intervenciones militares - atropellando la soberanía nacional en nombre de los valores humanitarios - también reciben un tratamiento selectivo en la ONU. El régimen iraquí es una dictadura brutal, pero hasta que atacó a un peón americano en el Golfo, fue armado y financiado por Occidente. Su registro es menos sangriento que el del régimen ndonesio que durante tres décadas fue el pilar principal de Occidente en el sudeste asiático. La tortura fue legal en Israel hasta ayer, abiertamente sancionada por la Corte Suprema, y es improbable que haya desaparecido hoy sin que los gobiernos occidentales que lo han favorecido hayan pestañeado. Turquía, que recientemente ha recibido la señal de largada para su entrada en la UE, ni siquiera tolera, a diferencia de Irak, el idioma de sus propios kurdos - y, siendo miembro de la OTAN desde hace bastante tiempo, igualmente encarcela y tortura sin el menor inconveniente. En cuanto a la 'justicia internacional', la farsa del Tribunal de La Haya en Yugoslavia, donde la OTAN es fiscal y juez, se amplificará en la Corte Penal Internacional en la que el Consejo de Seguridad puede prohibir o suspender cualquier acción que no sea de su agrado (esto es, que pudiera molestar a sus miembros permanentes), y las empresas privadas o los millonarios - Walmart o Dow Chemicals, Hinduja o Fayed, como podría ser el caso - son cordialmente invitados a financiar las investigaciones (Artículos 16 y 116). Saddam, si es capturado, ciertamente será citado ante este augusto organismo. ¿Quién se imagina que Sharon, Putin o Mubarak alguna vez también puedan ser citados, lo mismo que Tudjman antes que su predecesor?
¿Qué conclusiones se obtienen? Simplemente esto. Lloriquear sobre la estupidez de Blair o la aspereza de Bush, es simplemente conservar los muebles. Las discusiones sobre la inminente guerra harían mejor en concentrarse en toda la estructura anterior del tratamiento especial otorgado a Irak por las Naciones Unidas, en lugar de pelearse por el problema secundario de si hay que continuar estrangulando al país lentamente o arrancarlo de su miseria rápidamente.

Perry Anderson enseña historia en la UCLA

 

 

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