"Conmoción y pavor". Este era el nombre que el ejército imperialista dio a la primera operación militar contra Iraq. El objetivo de la misma era el anunciado: conseguir que, tras el primer bombardeo y el avance de sus tropas en territorio iraquí, el ejército de Iraq se rindiera ante el pavor provocado por la enorme superioridad militar que tenían enfrente, al mismo tiempo que, lógicamente, la población civil se sintiera apabullada y expresara su descontento con el régimen, manteniéndose neutral en el combate e incluso favorable a los invasores imperialistas, viendo en ellos a “los libertadores” que “pondrían fin a años de privaciones y miserias que han padecido bajo el yugo del dictador Sadam”. La realidad ha sido muy distinta y a los doce días de la invasión, el resultado es el rotundo fracaso de los planes iniciales del imperialismo.
Resistencia de la población
Como venimos explicando los marxistas, la guerra es la ecuación más complicada debido a la multitud de factores que intervienen y que cambian constantemente, influyendo unos sobre otros.
Al mismo tiempo, una guerra, y más aún una guerra imperialista, no se basa exclusivamente en la cuestión técnica y militar, con ser ésta muy importante, sino que juega un papel fundamental la cuestión política y social. A estas alturas resulta evidente que la actitud de la población iraquí no es ni neutral ni de apoyo a las tropas imperialistas, lo que complica enormemente las cosas para el ejército invasor.
Tras la derrota de 1991, el criminal embargo decretado por la ONU sobre Iraq durante más de una década ha provocado una situación desastrosa para la población, incrementando las muertes, enfermedades, desnutrición y miseria. Los efectos que esta situación podía generar en la moral del pueblo iraquí, enfrentado a una invasión imperialista, realmente eran una incógnita para todos, menos para los estrategas del gobierno norteamericano: estaban convencidos de que los iraquíes culparían a Sadam de los estragos del embargo.
No entendieron que, por encima del descontento y la crítica hacia el régimen de Sadam, la población ha visto como responsables de su situación a la ONU, con el imperialismo USA a la cabeza. La población no se ha tragado las mentiras y la propaganda imperialista sobre una guerra para “ayudarles”, para “liberarles” de una dictadura, y ha comprendido que, efectivamente, se trata lisa y llanamente de una ocupación de su país para controlar y usurpar todas sus riquezas.
Este aspecto, la actitud de la población, no es un factor secundario sino que puede ser determinante para la victoria o la derrota, afectando tanto al propio desarrollo de la guerra y su duración, como al tipo de dominación posterior en caso de una victoria del imperialismo, que tendría que ser necesariamente más fuerte, brutal y costosa de lo que en un primer momento habían previsto.
A pesar de las mentiras, falsificaciones y distorsiones de los medios de comunicación sobre el desarrollo de la guerra, todos han tenido que acabar haciéndose eco de la existencia de una fuerte resistencia frente al invasor. Los voluntarios organizados por el Comité de Solidaridad con la Causa Árabe, en su informe desde Bagdad escrito al cuarto día de haber empezado la guerra, señalaban lo siguiente: “según avanzan los días, se multiplica en las calles de Bagdad la presencia de miles de civiles armados con fusiles Kalashnikov en cada esquina. Esto confirmaría las informaciones del ministro de Asuntos Exteriores iraquí, Naji Sabri, de que se ha dotado de armas a más de siete millones de iraquíes para hacer frente a la invasión terrestre de las tropas estadounidenses y para reforzar la resistencia popular”. El hecho de que se esté armando a grandes capas de la población es muy ilustrativo del tipo de guerra al que se tendrán que enfrentar los militares del bando agresor.
A su vez esta situación va a tener una gran influencia sobre las tropas del imperialismo, que tendrán que enfrentarse directamente a la población para ocupar las ciudades. Ya no se trata, como les habían dicho, de una población exhausta y agotada, dispuesta a recibirlos con los brazos abiertos. La realidad les está demostrando la auténtica cara de esta guerra.
Resulta llamativa la respuesta de los soldados norteamericanos en las entrevistas que aparecen en los medios de comunicación, cuando se les pregunta cómo ven las cosas: “parece que van bien”, “hay rumores de que Sadam Husein está ya muerto”, “es el primer día que tomamos algo caliente después de seis días...”. Parece bastante peligroso afrontar una guerra de ocupación en un vasto territorio con 23 millones de habitantes, con soldados que se extrañan de no comer caliente y a los que hay que animar diciéndoles constantemente que la victoria está cerca o que Sadam Husein ya está muerto. Esta no es exactamente la preparación que debe tener un ejército para una guerra dura en el desierto, con las lógicas privaciones, y la conquista de unas ciudades casa por casa, con resistencia de la población.
Ahora Bush ha declarado que “la guerra durará lo que haga falta”. Tanto las autoridades norteamericanas como británicas están anunciando que lo más duro está por llegar, que será una guerra más larga de lo previsto, que habrá muertos, etc... Quieren preparar a su población pero también tienen que preparar a sus soldados, que al parecer creyeron que iban a una guerra de corta duración, que con su armamento sofisticado no tendrían excesivos problemas frente a un ejército de mercenarios con escasas y anticuadas dotaciones, y que una población amistosa les recibiría con flores y banderas al estilo de las películas de Hollywood. Está claro que toda esa propaganda se ha difuminado ante la realidad y brutalidad de la guerra y eso puede producir un efecto desmoralizador en sus filas.
No hay que olvidar que, en su inmensa mayoría, los soldados estadounidenses provienen de los sectores más deprimidos de la sociedad: negros, hispanos, emigrantes... son la carne de cañón para esta guerra. Muchos de ellos entraron en el ejército huyendo de la miseria, incluso con la intención de regularizar su situación de emigrantes en EEUU, pero no para morir en una guerra de ocupación frente a un pueblo que defiende su territorio. Es especialmente esperpéntico el caso del soldado guatemalteco muerto, al que habían negado la nacionalidad norteamericana y que le fue concedida “a título póstumo”.
Este empieza a ser el nuevo escenario tras los primeros días de guerra. La zona sur que pensaban opondría poca o ninguna resistencia, por su composición chiíta, tradicionalmente enfrentada al régimen de Sadam, está resistiendo ahora duramente al ejército invasor. Igualmente se les está complicando la zona norte, con la negativa de Turquía a permitir que las tropas norteamericanas se abrieran paso por su territorio.
Para colmo, el peligro de la extensión de la guerra a Siria, Irán y otros países de la zona empieza a apuntar como un peligro real. Si esto se diera sería una pesadilla para ellos.
Ante la resistencia, incremento de la masacre
Ante esta resistencia y todos estos “nuevos” e “inesperados” problemas, el ejército invasor está algo desconcertado, viéndose obligado a cambiar no sólo su propaganda sino también su táctica. Van a enviar inmediatamente 100.000 nuevos soldados y están incrementando sus presupuestos militares, lo que tarde o temprano repercutirá negativamente en los gastos sociales, creando más malestar en sus respectivos países que ya en estos primeros momentos —e incluso antes de que empezara la guerra — tienen un porcentaje importante de la población, especialmente en Gran Bretaña y Australia, en contra de la invasión.
La guerra es una ocupación imperialista donde los bandos en conflicto están claros. Por un lado, está EEUU, que pretende someter militarmente Iraq para controlar sus recursos naturales y dominar la zona, al tiempo que lanza un aviso a cualquier pueblo que pretenda oponerse a sus planes de dominación. Por otro lado está la población iraquí, que no quiere ser sometida por el imperialismo norteamericano y defiende su territorio frente a la ocupación.
Esta es, en esencia, la situación y frente a ella no podemos ni debemos ser neutrales.
Una victoria del bando imperialista no traería ni democracia ni libertad a la población iraquí ni a ningún pueblo de la zona. El nuevo régimen tendría que garantizar que cualquier oposición fuera aplastada rápidamente y sin contemplaciones para preservar los negocios de la multinacioneles y los capitalistas, que ya están obteniendo contratos multimillonarios para la reconstrucción del país que están destruyendo. La realidad sería más opresión y más sufrimiento para la población. En pocas palabras, sería saltar de la sartén del régimen de Sadam Husein al fuego de la dominación imperialista. Por esto no debemos apoyar, es más, debemos oponernos, a una victoria del bando imperialista en esta guerra. Nuestras simpatías no pueden estar del bando del imperialismo, ya que además estos agresores son los mismos que pretenden imponernos a los trabajadores de todo el mundo recortes en los gastos sociales y restricciones de derechos sindicales y políticos, contra los que constantemente tenemos que estar luchando.
Los imperialistas nos dicen que con esta postura estamos apoyando la dictadura de Sadam Husein. Esto es totalmente falso, es una desfachatez, ya que ellos son los únicos responsables de la situación y son los que han apoyado, muy activamente, el régimen de Sadam mientras sirvió a sus intereses. Ahora, cuando ya no les sirve, porque no se pliega dócilmente a sus órdenes, es cuando “descubren” que es un dictador, para intentar justificar la guerra y confundir a la opinión pública, trantando de darle una barniz justo y democrático a su agresión.
Por lo tanto, nuestro apoyo sólo puede ser a la población iraquí, que está siendo masacrada por la maquinaria militar más poderosa del planeta y que lucha con lo que tiene a su alcance contra la agresión imperialista.
Ya sabemos que Sadam Husein es un dictador, también lo sabe la población iraquí que hoy está luchando. Pero sólo a ellos les corresponde conquistar las auténticas libertades democráticas, a través de la lucha, y ellos son los que tendrán auténtica solidaridad internacional de la clase obrera del resto del mundo.
De hecho, si la población iraquí fuera en este momento la que controlara la economía, la tierra, el petróleo y las armas en su país, la guerra contra el imperialismo sería mucho más efectiva que con un régimen como el de Sadam Husein.
Si en el propio desarrollo de la guerra se diera un cambio de régimen que conllevara un cambio social, desde luego que no contaría con el apoyo de los agresores imperialistas.
Una derrota de los imperialistas en esta guerra impulsaría en los países ex coloniales la oposición a las agresiones imperialistas, no sólo de EEUU sino de cualquier otra potencia, mostrando al tiempo la debilidad del imperialismo frente a la resistencia y la lucha de los oprimidos y rompiendo la idea de que es imposible luchar y ganar contra los poderosos.
La clase obrera en todo el planeta vería que esos poderosos, esos que tienen todos los recursos, las armas, el dinero..., pueden ser derrotados con la lucha y la resistencia; incluso que las masivas movilizaciones contra la guerra que se están dando en todo el mundo juegan un papel útil, a la hora de parar los pies al imperialismo agresor y los gobiernos que le apoyan.
Una derrota del imperialismo no supondría necesariamente, como nos dicen todo el tiempo, que la única consecuencia sería el reforzamiento de la dictadura de Sadam Husein. Aún en el caso de que en un primer momento una hipotética derrota del imperialismo pudiera ser utilizada por el gobierno de Sadam Husein para reforzar su régimen, también animaría al pueblo iraquí que se sentiría fuerte y protagonista de su victoria, alimentando la idea de que un pueblo capaz de derrotar al imperialismo no tiene por qué tolerar la existencia de un régimen dictatorial que le prive de sus derechos democráticos más elementales, ni resignarse a que las enormes riquezas que genera el petróleo sean acaparadas por una pequeña minoría privilegiada mientras la miseria se ceba en la población. Esos Kalashnikov que hay repartidos para repeler a los invasores, mañana podrían ser utilizados para imponer un régimen basado en el control de la inmensa mayoría de la población sobre sus recursos económicos. Como hemos dicho en numerosas ocasiones, a veces la guerra es la partera de la revolución.
Por esta razón, los trabajadores de todo el mundo estamos interesados en una derrota de los agresores imperialistas que abriera la perspectiva de una lucha por implantar una Federación Socialista en todo Oriente Medio, única manera de liberar al pueblo iraquí y al resto de los pueblos, tanto del yugo imperialista como de los regímenes dictorales de la zona.
Las perspectivas para el conflicto
No se puede saber cuanto durará la guerra, lo que si sabemos ya es que, para tratar de evitar que se prolongue demasiado tiempo, el ejercito invasor va a hacer una carnicería, endureciendo los bombardeos sobre las ciudades, como de hecho ya está ocurriendo, aunque sea a costa de aumentar significativamente la masacre de la población iraquí. Los imperialistas van a tratar de horrorizar y desmoralizar al bando iraquí para que se rindan lo antes posible y podrían conseguirlo.
Pero en el caso de que el imperialismo consiguiese una victoria militar a sangre y fuego —que no era su idea inicial—, que consiguiese derrotar a los iraquíes en su territorio, también tendría que mantener su dominación a sangre y fuego. Una dominación de este tipo supondría un baño de sangre y sembraría el odio al invasor entre la población por mucho tiempo.
En ese escenario, la presencia militar en la zona tendría que ser más numerosa y amplia en el tiempo para controlar la situación, encontrándose con que más temprano que tarde las tropas de ocupación serían hostigadas a través de todos los medios posibles por parte de la población, obligando al imperialismo a volver a los tiempos de dominación colonial pura y dura, alimentando en toda la zona el odio a los imperialistas y a quienes les sirven.
Si bien en estos momentos una victoria militar del imperialismo sigue siendo lo más probable —aunque ni tan fácil ni tan rápida como pensaban—, el escenario de posguerra será claramente muy complicado.
La realidad pone las cosas en su sitio y el escenario ha cambiado en relación a la previsión de los imperialistas. Se abre una posibilidad seria de que la guerra se pudiera prolongar demasiado tiempo, lo que introduciría más dificultades para los imperialistas en Iraq y en todo el mundo.
En primer lugar está el escenario económico. El FMI habla abiertamente de la posibilidad de una recesión en la hipótesis de una guerra larga. Una de las primeras consecuencias sería el aumento del precio del petróleo, que ya está empezando a subir y que si no lo ha hecho más ha sido por el incremento en la producción de los demás países, junto a que las potencias implicadas han sacado sus reservas estratégicas para frenar una subida. De hecho, esto sólo tendrá efecto si la guerra es de corta duración, ya que en caso contrario será al revés.
Así pues, una guerra prolongada en el tiempo, que durara meses, es el peor escenario para el imperialismo, dado que en esa hipótesis incluso cabría la posibilidad de una derrota de las fuerzas de ocupación. Por ahora, esa perspectiva sigue siendo la menos probable y tendremos que estar atentos a la evolución de los distintos factores en juego.
El factor fundamental para ello, por supuesto, sería la situación interna en EEUU, junto a la desmoralización de los soldados, de forma parecida a como ocurrió en la guerra de Vietnam.
Por ahora, según las encuestas la mayoría de la población en general apoya la guerra, aunque seguramente entre la población negra e hispana no se den los mismos porcentajes de apoyo.
El desarrollo de una oposición creciente entre la población norteamericana a la guerra podría ser más rápido en el actual escenario de lo que piensan Bush y sus colaboradores. Según las últimas encuestas esto va en relación inversamente proporcional al número de víctimas estadounidenses. El apoyo a la guerra disminuye rápidamente en la medida en que aumentan las bajas en su ejército. Si éste fuera el caso, las complicaciones para el Gobierno Bush serían tremendas.
Hasta ahora la atención está centrada en la guerra, pero no debemos olvidar que la política interior de EEUU se centra en un ataque constante a los más desfavorecidos. Los recortes de impuestos a los ricos y el aumento de los gastos militares se están haciendo sobre la base de recortar aún más los gastos sociales y exprimir a los trabajadores. El paro está aumentando y el deterioro de la economía puede acentuarse con la consiguiente ola de nuevos despidos y más recortes sociales.
Sobre esta situación, el hecho de ver cómo están muriendo jóvenes soldados en Iraq en una guerra injusta para beneficio de los Bush, Cheney y compañía, es decir, el puñado de multimillonarios que son los únicos que se benefician con la guerra, podría precipitar el crecimiento de la oposición a la política general del Gobierno y en particular a la guerra, con el consiguiente efecto en la moral de la tropa, que vería claramente que la guerra sólo beneficia a los multimillonarios que despiden de sus trabajos a sus familiares y amigos en su país, mientras ellos se juegan la vida en Iraq únicamente para defender sus fortunas.
Como hemos dicho, esto ya se vivió al final de la guerra en Vietnam, con la diferencia de que en la actual situación, lo que en aquellos momentos tardó años en fraguarse, podría darse en cuestión de meses.
En el cariz que va tomando la guerra y el desarrollo que va a tener en el futuro entran en juego distintos factores interrelacionados.
En los países árabes, las movilizaciones contra la guerra pueden provocar la caída de alguno de los podridos regímenes dictatoriales abriendo procesos revolucionarios, lo que introduciría nuevos elementos en la ecuación.
El movimiento contra la guerra
Las enormes movilizaciones contra la guerra en todo el mundo en un mismo día son un fenómeno nuevo que expresa la oposición al imperialismo, pero también contiene elementos de oposición a muchas más cosas: el paro, la precariedad, el empeoramiento en las condiciones de vida, los recortes en gastos sociales... En definitiva son también una crítica al capitalismo y las lacras que genera.
Este movimiento de protesta contra el capitalismo se vio primero en el movimiento antiglobalización, con la participación de millones de personas, con un gran componente de jóvenes, estudiantes, capas medias y algunos trabajadores. Después hemos tenido la entrada en escena en muchos países de la clase obrera, con huelgas generales en Grecia, el Estado español, Portugal, Italia... Ahora asistimos a las movilizaciones contra la guerra, que están contando con un nivel de participación en manifestaciones sin precedentes, históricas, además de las huelgas de estudiantes, huelgas de trabajadores, paros a escala europea y el debate sobre la huelga general contra la guerra en varios países.
Estas magníficas luchas, su masividad y extensión, demuestran lo podrido de los cimientos del capitalismo. No cabe duda que son un indicador del verdadero ambiente social que existe y que están siendo un cauce de expresión para millones de jóvenes y trabajadores.
Un factor que también ha ayudado a esta extensión ha sido las contradicciones interimperialistas, los enfrentamientos entre los diferentes bloques dominantes, que han ido más lejos que nunca en los últimos cincuenta años, lo que ha ayudado a que se rompan, en la conciencia de las masas, los “sagrados valores” que hasta ahora aparecían por encima del bien y del mal: la ONU, el Consejo de Seguridad, la Unión Europea...
Hasta ahora, a pesar de las diferencias, al final todos se ponían de acuerdo públicamente, aunque fueran acuerdos superficiales, endebles y parciales, para dar la imagen de que estas instituciones y estos “sagrados valores democráticos” estaban por encima de los intereses particulares de los diferentes países. Pero esto ya se ha roto, ha saltado hecho añicos y “demócratas” como Chirac se enfrentan públicamente a “demócratas” como Bush y Aznar; o “socialistas” como Blair se enfrentan a “socialistas” como Zapatero.
Ya no existe el bando de los “buenos demócratas”, unidos contra los “malos dictadores”. Ahora todo se mezcla, hay “demócratas” o “socialistas” de un tipo y de otro. Esta ruptura es la expresión de la época que se ha abierto y cuya espoleta ha sido la guerra.
Los marxistas hemos denunciado cómo crecían las tensiones interimperialistas, señalando lo endeble de los acuerdos del GATT o la Unión Europea, explicando que las batallas sobre el acero, la producción agrícola o cualquier otra cuestión económica de fondo, reflejaban lo que iban a ser en el futuro las nuevas relaciones entre los imperialistas tras la desaparición de la URSS, señalando que volveríamos a un periodo más parecido al de antes de la I Guerra Mundial en las relaciones internacionales. Los acontecimientos se han precipitado con una rapidez sorprendente incluso para noso-tros, que pensábamos que esta vez, en la invasión a Iraq, también llegarían a un acuerdo entre los distintos bloques para evitar mostrarse públicamente enfrentados y divididos.
La realidad ha sido que el enfrentamiento entre los bloques imperialistas ha ido muy lejos: los norteamericanos han exigido demasiado a los demás, a éstos les ha parecido intolerable y peligroso para sus posiciones futuras en el mundo y no han podido llegar a un acuerdo, rompiendo la tradición de décadas. Lo único que no ha cambiado es el interés común de los diferentes bloques imperialistas por continuar dominando a los sectores oprimidos de la sociedad para incrementar sus beneficios.
Socialismo o barbarie
Este nuevo escenario conmociona las conciencias y obliga a la gente a pensar, rompiendo viejos esquemas.
La guerra ha sacado todo esto a la superficie. La nueva época que vivimos no es la del nuevo orden mundial que nos habían vendido, donde la paz, la estabilidad y el progreso marcarían el nuevo desarrollo del capitalismo. Como hemos explicado los marxistas, lo que estamos viendo es, efectivamente, la nueva época que pone al descubierto la decadencia y corrupción del sistema capitalista. Una nueva época caracterizada por el enfrentamiento entre las naciones, las potencias imperialistas y las clases sociales. Es la época de la crisis orgánica del capitalismo y las guerras son su expresión más radical y brutal.
La otra cara, la que provoca el pavor de la burguesía, es la lucha contra estos horrores, es decir, la lucha por la superación del sistema capitalista que provoca estas injusticias y brutalidades y que sólo podrá venir de la lucha consciente de la clase obrera y los sectores oprimidos de la población por el socialismo.
Esta es la época que estamos viviendo y la guerra lo ha puesto de manifiesto. El futuro, más que nunca, será socialismo o barbarie.
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