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Militarismo y masculinidad
Autor: Ana Elena Obando M.
Fuente: Tertulia
Fecha: 07/04/2003

Título Original:

http://www.geocities.com/guatertulia

¿Hacia dónde se dirige el mundo ahora? Podríamos hacer mil especulaciones, pero la lógica de la masculinidad nos dice que la lista de muertes del planeta guerra aún no termina. Nos enfrentamos a una estructura económica que legitima un neocolonialismo sexista, racista y clasista, unos medios de comunicación que hacen dinero con el dolor humano, unas corporaciones egoístas que destruyen el medio ambiente y la dignidad humana, y unos gobiernos corruptos e incoherentes que merman los derechos y condiciones de vida de todos los seres vivos. La mitad de la humanidad vive en la pobreza y más de un tercio en la miseria. La mayoría de esas mitades y tercios son mujeres.

Sin embargo, esta guerra y los abusos de los gobiernos por imponer un modelo, que de desarrollo sólo se le ve la "C", está despertando millones de conciencias. Se rompió el silencio y los velos del sueño vendido se caen revelando otras realidades. Quizá ahora podamos entender que la fuerza y claridad con que nos oponemos a esta nueva barbarie debería ser la misma con que nos enfrentemos a la cosmovisión macholina inmersa en todos los espacios, incluyendo nuestras formas de actuar, sentir y pensar. Porque es precisamente a través de esa lógica que se globaliza la militarización, se socavan las democracias, se impone un modelo neoliberal y se hace la guerra para "resolver los conflictos" o para "llegar a la paz", como diría el señor Arbusto Pacheco.

No debemos perder de vista que así como muchos hombres ejercen la violencia contra las mujeres en sus hogares, calles y trabajos para mantener sus privilegios de género, así también los Estados ejercen la violencia militar para asegurar su lugar hegemónico en el mundo. El infeliz matrimonio entre militarismo y masculinidad institucionaliza lo militar y exalta la violencia como valor principal. Y aunque sepamos que algunas mujeres participan de las guerras o de los ejércitos como agentas activas, o incluso lleguen a estar de acuerdo con ellas, las guerras son una construcción patriarcal alimentada por el sistema capitalista globalizado.

Para las mujeres, la guerra no cesa en los llamados tiempos de paz. Si pensamos que cada minuto muere una mujer en el mundo por causas relacionadas con el alumbramiento o el embarazo, que en este momento que escribo miles de niñas están siendo incestuadas en sus hogares o que hay 60 millones de mujeres desparecidas que hoy deberían estar vivas, por citar las estadísticas mínimas, ¿por qué entonces tantas personas, que hoy sí protestan contra la guerra, guardan silencio ante esta misoginia planetaria? ¿Será porque CNN no la cubre? O porque no piensan que una cosa está ligada a la otra. Sólo déjenme agregar que en Estados Unidos se produce una agresión física a una mujer por parte de su compañero íntimo cada nueve segundos. No debería extrañarnos que el país que genera y exporta más violencia en el mundo presente una estadística tan alta, pero sí debería ponernos a pensar en cómo se nutren entre sí las diversas estructuras de opresión.

Las guerras están ligadas a una imagen colectiva de masculinidad hegemónica, una masculinidad que depende del ejercicio del poder y control. Y sabemos que la competitividad, el poder, el dominio y la represión de la emocionalidad son elementos inherentes a ese ejercicio. Por eso las guerras no tienen consideraciones morales ni humanas, sino más bien económico-políticas.

No importa cuál sea la forma de desigualdad, de una raza/etnia que se cree superior a otra, de una clase que controla el capital y explota la fuerza de trabajo de quienes laboran, de un adulto que controla un infante, de un hombre que domina una mujer, de los seres humanos que controlan a otros seres vivos, de una religión que se impone sobre otras, la receta siempre será la misma. De tal manera que para hacer un queque de masculinidad, agregue varias tazas de poder, cucharadas suficientes de dominación, mezcle la sal con el control, licue bien todos los ingredientes y agréguele un lustre de opresión con pedacitos de choco-violencia.

La desconstrucción de la masculinidad es un trabajo que conlleva, por un lado, un esfuerzo colectivo como movimiento social para desarticular las estructuras e instituciones del patriarcado que promueven y legitiman el poder y control masculino y, por otro, un trabajo individual cotidiano desde el poder interior para aprender a ejercer un poder entre iguales, un poder que afirma y guía, que empodera, que no excluye, ni castiga, ni manipula, ni oprime.

No podemos construir la paz en abstracto ignorando las guerras cotidianas que dañan a la mitad del mundo. Es una tarea creativa y consciente de cada momento impulsada por la energía del amor. De esa conciencia creativa dependen el destino y sobrevivencia de nuestro planeta tierra.



* Abogada feminista de Costa Rica, activista de los derechos humanos de las mujeres. Semanario Universidad (Costa Rica), 4-IV-2003

 

 

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