Convención de Cambio Climático en Buenos Aires

Clima de negocios

 

Autor: Diego G.

Fecha: 28/12/2004

Fuente: Especial para Panorama Internaciona



El 17 de diciembre, sin llegar a acuerdos relevantes, finalizó en Buenos Aires la Décima Conferencia de las Partes (CoP10) (1) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). El optimismo inicial que dio a la Conferencia la ratificación del Protocolo de Kyoto por parte de la Federación Rusa, se diluyó completamente con el correr de los días y los casi nulos avances durante la reunión. La CoP10 pretendía lograr acuerdos, en base a una propuesta argentina, para avanzar en los mecanismos de mitigación y adaptación al cambio climático, en particular para los países semicoloniales, los más vulnerables al azote de los cambios de clima por sus escasos recursos y pobre infraestructura.
El único acuerdo al que llegó la Conferencia, fue hacer un seminario de intercambio de información en mayo de 2005 próximo en Bonn, Alemania, de dudosos resultados en el terreno práctico.


¿Qué es el cambio climático global?

El clima mundial ha evolucionado siempre de forma natural. Sin embargo, actualmente la humanidad se halla en presencia de un nuevo tipo de cambio climático, sobre el que la mayoría de los científicos acuerdan está influenciado por las actividades humanas. Este cambio, se relaciona principalmente con el aumento vertiginoso de los niveles de emisiones los gases de efecto invernadero en la atmósfera.
Vale aclarar que el término “efecto invernadero”, se aplica al papel que desempeñan ciertos gases (dióxido de carbono, metano, óxido nitroso, hidrofluorocarbonos, etc.) que se hallan en las capas bajas de la atmósfera, en el calentamiento de la superficie terrestre. Estos gases absorben (o reflejan) parte de la radiación solar que la tierra reemite en forma de calor, formando una especie de “invernadero global”. Este proceso constituye un equilibrio natural, que en el caso del planeta tierra, permitió el desarrollo de la vida tal como la hemos conocido. Este justamente este equilibrio natural el que se ve alterado cuando asciende la concentración de estos gases en la atmósfera.
Desde la revolución industrial, la mayor concentración de estos gases en la atmósfera por la quema de combustibles fósiles (petróleo, carbón, gas), así como la deforestación (que eliminó gradualmente enormes sumideros de carbono) y otras actividades humanas, ha tendido a elevar la temperatura media global –que hoy se halla cerca de los 15ºC–, generando consecuencias insospechadas sobre el medioambiente, la biodiversidad y el conjunto de la humanidad.
Las organizaciones científicas mas importantes del mundo en este tema, alertan sobre estos cambios desde hace años. Prestigiosas revistas científicas imperialistas, como la revista Science, han presentado investigaciones que plantean verdaderos escenarios de catástrofe, sosteniendo que: “La composición atmosférica está cambiando por la actividad humana, y los gases invernadero son hoy la mayor influencia humana en el clima global", y que si las actuales emisiones de dióxido de carbono siguen, “el mundo afrontará el índice más rápido de cambio climático en los últimos 10 mil años, alterando la circulación de las corrientes oceánicas y las pautas climáticas”.(2)
Por otra parte, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), un grupo de expertos dedicado al estudio del tema, han hecho proyecciones que indican que la temperatura media global en la superficie de la tierra podría ascender entre 1.5ºC y 4.5ºC. Para cualquier persona, esto puede parecer minúsculo, sin embargo, un aumento de 4 grados es equivalente al que ha ocurrido en los últimos 18.000 años, aunque las velocidades de transformación son radicalmente distintas. Los principales efectos negativos que tendría un cambio del clima tan brusco se darían en varios terrenos: la ampliación de los fenómenos climáticos extremos, como tormentas e inundaciones, excesivo calor, desplazando las zonas climáticas hacia los polos y reduciendo la humedad del suelo, al punto que el clima y las zonas agrícolas tenderían a desplazarse hacia los polos; o el derretimiento de los glaciares o la fundición parcial de placas de hielo de Groenlandia o la Antártida, con la consecuente elevación del nivel del mar con inundación de tierras cultivables y salinización de la capa freática costera.
Claramente, las consecuencias más devastadoras del cambio climático recaerán sobre las espaldas de los pueblos más pobres del mundo, cómo de hecho ya está sucediendo. Pus si bien el cambio climático no puede explicar absolutamente todos los fenómenos catastróficos relativos al clima, si puede explicar su potenciación, su permanencia en el tiempo y la aceleración de sus ritmos, como es el caso de los efectos del fenómeno del “niño”, cada vez más virulentos, la recurrencia de huracanes y tornados en la zona de Centroamérica, etc. Incluso, existen sectores de la comunidad científica que sostienen que el maremoto y los “tsunamis” (olas gigantes) que se desencadenaron sobre las costas de en Indonesia, Sri Lanka, India, Tailandia y Malasia, dejando el espantoso saldo de más de 200.000 muertos, centenares de miles de desaparecidos y millones de desplazados, podría en parte deberse a los efectos del cambio climático global. Más allá de las controversias sobre estas últimas afirmaciones –existen asimismo importantes sectores que sostienen lo contrario–, lo que es indiscutible, como reconoció recientemente la Organización Mundial de la Salud (OMS), es que 160 mil personas, la gran mayoría de países semicoloniales, mueren por año por las consecuencias del cambio climático.

La farsa de Kyoto

Luego de la ratificación por parte de la Federación Rusa, el Protocolo de Kyoto entró en vigor. (3) La mayoría de las personas en el mundo considera esto un gran paso adelante. Millares de activistas ambientales y militantes antiglobal en el mundo adoptaron el lema “No to Bush, yes to Kyoto” como forma de expresar su repudio a la política norteamericana y a favor de enfrentar las consecuencias del cambio climático a través de la puesta en marcha del Protocolo. El ataque es certero, pues fue George Bush quién impulsó la decisión de Estados Unidos de rechazar el Protocolo en 2001, siendo este país el responsable del 36% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
Sin embargo, vale aclara algunas cosas. En primer lugar, no fue exclusividad de Bush su negativa al Protocolo. De hecho, fue la administración Clinton que, a pesar de haber firmado el Protocolo, hizo fracasar la reunión de La Haya (CoP6) en noviembre del 2000, la cual tenía por objeto justamente la aprobación del Protocolo. Así como la política imperialista no distingue demócratas de republicanos en su ofensiva guerrerista –como se expresó en el programa electoral del demócrata Kerry para Irak–, pues tampoco lo hace para la preservación del medio ambiente.
Pero esto último es sólo anecdótico. El Protocolo de Kyoto recomienda reducciones insignificantes en las emisiones de dióxido de carbono (CO2) de las 34 "naciones industrializadas", a un nivel de 5,2% debajo de los niveles de 1990 a cumplir en el periodo 2008-2012. Como reconocen la mayoría de los científicos, las reducciones de emisiones establecidas para los países industrializados, son completamente insuficientes para combatir el calentamiento global de forma efectiva. Se calcula que para evitar el calentamiento global sería necesario reducir las emisiones de CO2 en el transcurso del próximo siglo hasta llegar a un nivel de 60% por debajo de las emisiones de 1990. Pensemos incluso, en término hipotéticos, que si fuera posible paralizar completamente la producción mundial y las emisiones de gases, una molécula de metano puede subsistir en la atmósfera por… ¡cientos de años! Es decir, todos los gases de efecto invernadero emitidos en los últimos doscientos años seguirán calentando la superficie terrestre por mucho tiempo más.
La clave del Protocolo de Kyoto está en otro lado. A pesar de ser completamente insuficientes, los objetivos de reducciones de emisiones que promueven son evadidos gracias a “mecanismos de flexibilidad”, que permiten ganar el derecho a emitir todavía más dióxido de carbono mediante la venta de bonos de carbono. Si, el capitalismo imperialista se las ha ingeniado para crear un nuevo mercado: una bolsa mundial de gases.

Cuando el aire se compra y vende

"El aire y el agua ya no son `bienes libres' como antes pensaban los economistas. Hay que redefinirlos de acuerdo a los derechos de propiedad para distribuirlos adecuadamente" (4)
En Kyoto, los países imperialistas –incluido en ese entonces Estados Unidos– idearon un complejo sistema de compraventa de emisiones de gases de efecto invernadero, que permite a los países ricos comprar los "derechos a emisión de gases" de otros países, principalmente semicoloniales y subdesarrollados: son los llamados mecanismos de flexibilidad, entre los que se cuentan el comercio de emisiones, los mecanismos de desarrollo limpio y los proyectos de aplicación conjunta. La Secretaría de la Convención de Cambio Climático, afín a los intereses imperialistas, presenta hipócritamente estos mecanismos como una posibilidad para que los países que consideran particularmente costoso reducir las emisiones en el propio país, puedan optar por pagar un precio más económico para reducir las emisiones en otros.
Tras la fracasada CoP6 en la La Haya, la CoP6 bis reunida en Alemania en julio de 2001, logró los llamados “Acuerdos de Bonn”, un acuerdo absolutamente corrupto, que dio lugar a la implementación efectiva del mercado mundial de créditos de emisiones, que no comprenden ningún avance real en la mitigación de los efectos del cambio climático ni la reducción de emisiones. Cómo funciona esto? Por ejemplo, Rusia y Ucrania, vienen de una profunda crisis económica y, por eso, sus emisiones de CO2 están en un 32% por debajo de los niveles de 1990 y muy por debajo del límite fijado por el acuerdo de Kyoto. Esto significa que Francia o Alemania pueden comprarles los "derechos a los gases invernadero" que estos países no emitieron, para que sus propias industrias y medios de transporte puedan emitirlos y arrojarlos a la atmósfera como si nada.
Como sostiene una Declaración firmada por ambientalistas antes de la Cumbre de Bonn, “Muchos proyectos empresariales que podrían optar a créditos de emisiones -centrales nucleares, centrales térmicas de "carbón limpio", agricultura industrial, grandes plantaciones forestales (incluyendo variedades de árboles manipulados genéticamente)- conllevan gravísimos impactos ambientales y sociales. Las inversiones en "sumideros de carbono" en el Sur darían lugar a un uso de la tierra a expensas de los habitantes del lugar, acelerarían la deforestación, disminuirían los recursos hídricos y aumentarían la pobreza. Permitir que el Norte compre créditos baratos de emisiones del Sur por medio de proyectos de naturaleza a menudo explotadora no es sino un nuevo tipo de colonialismo: ‘colonialismo del carbono’.” (5)
La misma Declaración da cuenta incluso de los “defectos” de tal mercado de emisiones. Aunque desde una óptica que como marxistas revolucionarios no compartimos, es interesante el análisis cuando afirma que “permitir el comercio inmediato de permisos de emisión significaría conceder derechos de propiedad no equitativos sobre la atmósfera. Este sistema de derechos de propiedad consolidaría el uso desmedido de la atmósfera por la industria del Norte a expensas del Sur (el 80% de todo el CO2 emitido desde 1850 proviene del Norte). Un mercado sin derechos de propiedad claramente definidos no puede funcionar, y los derechos de propiedad injustos que subyacen en los mercados de emisiones propuestos en la actualidad serán, por consiguiente, rechazados por aquellos que salen perdiendo”, y por otro lado agrega que “…los mercados de emisiones propuestos carecen de un sistema de contabilidad viable, que es otro elemento esencial de cualquier mercado que funcione. Un mercado que asume que los recortes de emisiones son climáticamente equivalentes a plantar árboles, construir nuevas centrales de "carbón limpio" o embarcarse en otras seudo soluciones es un mercado profundamente defectuoso. Los flujos y depósitos de carbono no pueden cuantificarse de la forma que requiere un mercado tal, que se inundará de créditos de emisiones imposibles de verificar, convirtiendo el sistema de comercio en una farsa. El efecto resultante sería subvencionar las emisiones de gases de invernadero y agravar la crisis climática.” (6)
Ante un panorama tan entusiasmante para los capitalistas, resulta paradójico que, a pesar de todo, los Estados Unidos haya rechazado el Protocolo de Kyoto. Una de las razones que se esgrimen para explicar esto es que el Protocolo impone reducciones "obligatorias" a las Partes que lo firmen, y por ello los grandes monopolios del petróleo, el carbón y la industria pesada norteamericanos no estarían conformes. Pero, vista la política exterior norteamericana, no ya en las últimas décadas, sino sólo en los últimos años, hace dudar de tal afirmación. Resulta inverosímil pensar que los neoconservadores se detendrían frente a las “imposiciones” de un tratado sobre medio ambiente, y por demás irónico, dado que el acuerdo no tiene ningún mecanismo para imponer tales reducciones (supuestamente) “obligatorias”.
La vocación imperialista norteamericana le exige ser fiel a su voluntad de regenerar a los ojos del mundo su poder imperial. Allí están Afganistán e Irak como botones de muestra. El Protocolo de Kyoto, representa otro escenario en el que Estados Unidos hizo gala de esta vocación. En 1990, el entonces presidente George Bush (p) dijo que Estados Unidos no iba a ratificar ningún acuerdo que "perjudique nuestro estilo de vida" y ese sigue siendo el criterio fundamental del gobierno imperialista mas poderoso de la tierra. Por estilo de vida, los representantes políticos del imperialismo norteamericano se refieren a la completa libertad de ultrajar, expoliar, y succionar la savia vital de los pueblos del mundo, degradando hasta el límite las condiciones de vida de los trabajadores y oprimidos, y arrasando con sus recursos naturales.
Estados Unidos no se propone desarrollar iniciativas que permitan reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, mientras que tampoco necesita ratificar el Protocolo de Kyoto para usufructuar los negocios que de él se desprenden,. Mientras en las conferencias internacionales las delegaciones norteamericanas exigen hipócritamente que los países semicoloniales reduzcan sus emisiones de gases, el Banco Mundial, financia y produce cuantiosas ganancias para las corporaciones imperialistas con proyectos en esos países, que lejos están del objetvo de mitigar el cambio climático. Como da cuenta un artículo “el Banco Mundial utiliza fondos proporcionados por los monopolios de Occidente para financiar grandes proyectos de producción de energía en el tercer mundo. Un informe reciente del Institute for Policy Studies examinó inversiones de 9,4 billones de dólares del Banco Mundial en proyectos de petróleo, gas y carbón (centrales eléctricas, etc.) durante los últimos cinco años y descubrió que a la larga arrojarán 36 billones de toneladas de CO2 al ambiente (más que la producción global de CO2 durante un año)”, y subraya que “…menos del 5% de dichos proyectos contribuyen a la electrificación rural, que es una necesidad apremiante en esos países. El 84% de la energía se destina a la creación de infraestructura para la industria; es decir, facilitará la inversión extranjera y el establecimiento de industrias rentables que explotarán la mano de obra de esos países.” (7)
La experiencia de Kyoto confirma claramente que el moderno sistema capitalista imperialista, es incapaz de abordar el peligro del calentamiento global sin renunciar a su irracionalidad y su sed de ganancias.

Argentina: un país ecologista… en serio

Los acuerdos logrados en el marco de la Convención del Cambio Climático en sus diez años de existencia no han hecho más que consolidar nuevos negocios para las corporaciones imperialistas. En esta línea hay que reconocer que, en lo que si ha avanzado la CoP10 reunida en Buenos Aires, fue en los detalles de la "compraventa de emisiones". Como anunció el flamante presidente de la Conferencia, el kirchnerista Ginés González García Ministro de Salud y Ambiente, "se han firmado con otros países acuerdos por desarrollos de mecanismos limpios que implican potencialidad de inversión” (9)
Las empresas imperialistas radicadas en el país y algunos de nuestros capitalistas vernáculos, no se quedan afuera del negocio. Tras finalizada la Convención reunida en Buenos Aires, la prensa destacó que Shell, Repsol, Aluar y Capex ya sacan provecho del Protocolo de Kyoto. Estas son “algunas de las empresas que tienen proyectos listos en la Argentina para reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, a través del llamado Mecanismo de Desarrollo Limpio. Y, gracias a estas iniciativas, podrán obtener los denominados bonos de carbono (uno por tonelada de CO2 reducida) que venderán a aquellas compañías que los necesiten”. (10) El mismo artículo reconoce que cada tonelada de CO2 que se logre reducir vale por un bono, que hoy se cotiza en torno a los 5 dólares, y Shell logrará eliminar 40.000 toneladas de CO2; Repsol 500.000, Aluar 1 millón y Capex 20 millones…, o sea 107.700.000 millones de dólares.
Qué contraste entre los negocios de las petroleras imperialistas y sus socios menores, que dilapidan los recursos naturales de Argentina, y el encendido discurso a la CoP10 que dio el presidente argentino Néstor Kirchner. Aunque se pueden reconocer algunas verdades en sus palabras, como cuando sostuvo que “Las intensas transformaciones técnicas que obedecen a un sistema particular de valor y a una voluntad de poder que sitúan en un mismo plano de equivalencia los bienes materiales, los culturales y el espacio natural, han engendrado desequilibrios ecológicos cuya progresión amenaza con ser ya casi inevitable”, y que “el costo de esa trasgresión paradójicamente es soportado por todos los países y resulta más gravoso para los países en desarrollo, para los más vulnerables, precisamente para los que menos han hecho para provocar esta catástrofe”, también dijo varias mentiras. En la más grosera, Kirchner sostuvo que “Nuestro Gobierno ha puesto en marcha políticas y medidas que constituyen una expresión de la voluntad de mitigar el cambio climático y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, así como la protección de los ecosistemas. Como parte de esas decisiones se incluye en primer término la promoción de energía de fuentes renovables en orden a asegurar su participación creciente en la matriz energética, la búsqueda de la eficiencia energética mediante programas dirigidos a tal fin y la preservación de los bosques nativos.” (11)
En primer lugar, hace falta decir que la producción de energía renovable en Argentina representa tan sólo el 1 % del total de la producción energética nacional, y que la energía eólica, con una enorme potencialidad en nuestras tierras, representa tan sólo un miserable 0,1 % del total. Pero estas son estadísticas. En el terreno de la política, es difícil creer estas palabras cuando vienen de un político pequeñoburgués que se hizo del poder en su provincia natal, Santa Cruz, como comisionista de las petroleras, y que hoy dirige al país como un verdadero lobbista del capital imperialista, principalmente de las empresas que usufructúan los recursos naturales del país en forma despiadada.
De esta realidad conocen bastante los trabajadores desocupados de Caleta Olivia, que fueron perseguidos, encarcelados y torturados por la policía del kirchnerismo en Santa Cruz, luego de tomar las plantas petroleras exigiendo trabajo, para salir de la “catástrofe del hambre”.

”Ecología política” y marxismo revolucionario

El viejo Federico Engels escribió en su Dialéctica de la Naturaleza: "no nos envanezcamos demasiado de nuestra victoria sobre la Naturaleza, porque ésta se venga de cada una de nuestras victorias... A cada momento se nos recuerda que no dominamos la Naturaleza como un conquistador a un pueblo extranjero sojuzgado, que no la dominamos como quien es extraña a ella, sino que le pertenecemos en carne y sangre y cerebro y vivimos en su regazo".
El capitalismo desde sus primeros días, tuvo una actitud de desprecio y saqueo hacia la Naturaleza, como si los recursos que provee a la humanidad fueran infinitos. Hace 150 años, si bien fue posible sostener científicamente que el capitalismo no podía desarrollar las fuerzas productivas conscientemente en beneficio del desarrollo de la humanidad, no podía preverse que la anarquía capitalista podía poner en peligro el equilibrio climático global y a la propia Naturaleza. Pero, lo que en la época de los fundadores del marxismo revolucionario sólo constituía un horizonte teórico, en nuestro tiempo se ha transformado en una realidad patente.
La irracionalidad del sistema capitalista-imperialista ha llegado a niveles absurdos, como el hecho de que el motor de combustión interna –que cualquier persona puede hallar fácilmente bajo el capot de su automóvil– es técnicamente obsoleto hace al menos 50 años, puesto que podría haber sido reemplazado por sistemas energéticos limpios, solares y hasta de biomasa.
Sin duda que el punto de partida para el análisis de esta realidad se sitúa en el terreno de la economía política y el moderno sistema de producción capitalista, carente de más límites que la propia sed de ganancias de la burguesía. Y necesariamente la salida desde el marxismo revolucionario a esta crisis no puede ser otra que la revolución proletaria internacional, mediante al introducción de la razón en la esfera de las relaciones económicas, premisa necesaria para avanzar en la edificación de la sociedad comunista.
Sin embargo, para los marxistas contemporáneos, en particular para aquellos que desarrollamos nuestra labor revolucionaria en los países semicoloniales, es común que el abordaje de este problema de actualidad se haga desde visiones simplificadas, sin mayor desarrollo teórico-político. En este sentido, son saludables los debates que se han dado en los últimos tiempos entre distintas corrientes e intelectuales, europeos principalmente, alrededor de la llamada ecología política o las alternativas ecosocialistas. (11)
En cierto modo, los marxistas estamos claramente por detrás de los intelectuales burgueses –y sus acaudaladas agencias imperialistas–, como así también diversos intelectuales reformistas y relacionados al mundo de las ONGs, en los análisis y “teorizaciones” relativas a la crisis ambiental. Por poner un ejemplo, desde hace años que se ha instalado en la literatura política, económica y ambiental un concepto, que es utilizado por igual tanto por sectores de la izquierda marxista –por caso, la propia LCR francesa– como por funcionarios del Banco Mundial y el FMI: este es el concepto de “desarrollo sustentable”. Aunque hay muchas definiciones del concepto, la más característica fue formulada por primera vez en 1987: "Es el desarrollo que satisface las necesidades actuales de las personas sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas." (12) Sin embargo, el concepto encierra un contenido claramente capitalista, en el sentido de un "capitalismo sostenible", humanizado, pues es imposible que las “necesidades actuales” sean satisfechas –y efectivamente no los son–, y menos aún que lo sean sin “comprometer” a las generaciones futuras, en el marco de un sistema de explotación del hombre por el hombre. (13)
Los marxistas revolucionarios del siglo XXI tenemos el desafío expandir las miras de nuestra crítica hacia este terreno, a la vez que damos pasos en incorporar política, teórica (y hasta podría decir programáticamente), el problema de la crisis ambiental contemporánea.

Notas:
1. Las primeras pruebas científicas sobre la injerencia humana en los cambios del clima se presentaron en 1979 en la primera Conferencia Mundial sobre el Clima. Veintitrés años mas tarde, las Naciones Unidas adoptaron la CMNUCC. La CoP es el máximo órgano de toma de decisiones de la Convención, constituido por las Partes, o sea, los países que se han adherido a la Convención.

2. Thomas Karl y Kevin Trenberth, Revista Science, Edición de diciembre de 2003.

3. El Protocolo de Kyoto se adoptó en Japón en 1997. En los papeles, su objetivo es limitar las emisiones netas de gases de efecto invernadero para los principales países industrializados y con economías en transición. El Protocolo entraría en vigor luego de la adhesión de no menos de 55 Partes en la Convención, cuyas emisiones totales representen por lo menos el 55% del total de las emisiones de dióxido de carbono correspondientes a 1990. Esto se logró con la ratificación por parte de Rusia., y tiene vigencia hasta el año 2012.

4. Palabras de Richard Sandor, Director de Kidder & Peabody y de la Junta de Comercio de Chicago, y co-autor de un informe de la ONU que propone la compraventa de emisiones.

5. “Para ‘Salvar’ el Protocolo de Kyoto hay que Acabar con la ‘Manía del Mercado’”, Declaración firmada por decenas de organizaciones ambientalistas en 2001.

6. Ibídem.

7. Calentamiento global: Cháchara en Kyoto. Obrero Revolucionario Nº 943, 8 de febrero, 1998.

8. La Nación, 18 de Diciembre del 2004.

9. El Cronista Comercial, 21 de Diciembre de 2004.

10. Discurso del Presidente Néstor Kirchner al Plenario de la Décima Conferencia de las Partes de la CMNUCC.

11. Es interesante en este contexto el debate entablado entre Michel Husson, intelectual de la LCR francesa, y el ambientalista, miembro de la Ejecutiva Federal y ex-diputado de IU en España, Julio Setién, ("Una ocasión perdida" de Setién y "Una ocasión para debatir" de Husson), en torno al libro "Elementos de análisis económico marxista: Los engranajes del capitalismo" (A. Martin, M. Dupont, M. Husson., C. Samary, H Wilno). En este debate, en el que interviene también otro intelectual del ala ambiental, Txema Mendibil, se da un interesante contrapunto sobre si es posible, como parece sostener Husson, reducir la dimensión ecológica a una mera aspiración de mejora de la calidad de vida cuando no esté en peligro la vida del planeta, o si por el contrario, la ecología incluye respetar la naturaleza viva, negarnos a una visión exclusivamente antropocéntrica, etc., como sostienen los ambientalistas. El debate, encarado desde la necesidad –sostenida por Husson– de que todo proyecto “ecosocialista” sólo puede serlo en tanto sea un proyecto de transformación social, ilustra en parte algunos de los temas que discurren en la discusión entre marxismo y ecología.

12. Informe de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Comisión Brundtland): Nuestro Futuro Común (Oxford: Oxford University Press, 1987).

13. En este sentido, es correcta la apreciación de Husson en “Una ocasión para debatir”, cuando sostiene que un proyecto verdaderamente ecológico sólo pude serlo en tanto sea anticapitalista.




     
 

 

   
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