La revolución en Centroamérica III

 

Autor: Milton D'León

Fecha: 22/4/2005

Fuente: La Verdad Obrera 161


Cuando el volcán entró en erupción: La negociación y la "paz" contrarrevolucionaria entran en acción


Como expresamos en los dos artículos anteriores, la revolución centroamericana constituía un único proceso. El imperialismo yanqui tenía muy presente esa inquebrantable unidad centroamericana como también su decisiva importancia geopolítica. Una revolución obrera triunfante hubiera desarrollado un entusiasmo inusitado y las repercusiones típicas que un triunfo tal despertaría. Desgraciadamente las direcciones del FSLN, el FMLN, Fidel Castro y los partidos comunistas de la región siempre tuvieron la política de mantener la revolución centroamericana fragmentada y sosteniendo una política conciliacionista que las llevará a la derrota.

La contrainsurgencia militar y la "paz” contrarrevolucionaria

Cuando triunfó la revolución en Nicaragua y el auge revolucionario en El Salvador mantenía su ascenso, la Administración Reagan se lanzó a una política de contrarrevolución abiertamente intervencionista, organizando a las bandas contrarrevolucionarias de la “contra” (mercenarios veteranos en el servicio de matar) en Nicaragua, y fortaleciendo militarmente a los ejércitos genocidas del Istmo centroamericano. Para ello, transformó a Honduras en un verdadero portaaviones terrestre y en el centro de operaciones de la contra, de la CIA y el Pentágono, ejecutando una de las guerras de contrainsurgencia más complejas y sangrientas en la historia de América Latina. Pero a partir de las dificultades para derrotar militarmente a la revolución, comenzó a combinar esta ofensiva militarista con la política de negociación y los acuerdos de “paz”. Fue el momento en que desde la otrora Unión Soviética hasta el recién fallecido Juan Pablo II, pasando por Fidel Castro y toda la socialdemocracia internacional, se levantó la consigna central de “paz en Centroamérica”.



En 1983 apareció el Grupo de Contadora compuesto por Colombia, México, Panamá y Venezuela, cuyo objetivo llevaba a la búsqueda de acuerdos de “paz” para desmontar los procesos revolucionarios del Istmo. Se opera así una división de tareas: la “contra” y los ejércitos genocidas atacan con armas y el grupo Contadora con papeles diplomáticos.



Ese mismo año, se discutió el “Plan Arias”, propuesto por el presidente de Costa Rica, Oscar Arias Sánchez, llamado de Esquipulas I por la ciudad guatemalteca en que se realizó el encuentro de presidentes centroamericanos. Luego, en 1987, se sobrevienen los acuerdos de Esquipulas II con los mismos objetivos. Para “conseguir la paz”, los Estados centroamericanos “solicitan a gobiernos regionales o extrarregionales que apoyan a movimientos armados antigubernamentales que cesen ese apoyo; llaman a un alto al fuego y se comprometen a impedir el uso de sus territorios para acciones desestabilizadoras contra otros gobiernos”. Pero, “curiosamente” este acuerdo no era firmado por Panamá, donde EE.UU. tenía una de sus importantes bases militares del hemisferio occidental.

Nicaragua: bajo el fuego y los acuerdos electorales

El gobierno sandinista se someterá en todas estas negociaciones, poniendo en un plano de igualdad a los mercenarios de la “contra” organizados por EE.UU. y la burguesía cipaya que operaban en Nicaragua con los millares de luchadores, trabajadores y campesinos pobres que peleaban por su liberación nacional en El Salvador. Al mismo tiempo que impedirá cualquier acción de los luchadores salvadoreños en su territorio, avanzará en acuerdos con sectores de la “contra” cediéndoles en múltiples terrenos, lo mismo a la propia burguesía contrarrevolucionaria. Los acuerdos de Esquipulas II parecieron naufragar durante el período de alternancia entre Reagan y George Bush padre, pero en febrero de 1989, Daniel Ortega reanudó las negociaciones en ocasión de la reunión de los cinco presidentes centroamericanos en la localidad salvadoreña de Costa del Sol.



Al no resolver las grandes demandas fundamentales que la revolución nicaragüense había planteado como la revolución agraria, la expropiación de la burguesía y la liberación nacional, el gobierno sandinista irá perdiendo terreno en medio de una crisis provocada por la guerra de hostigamiento y sabotaje económico, de EE.UU. y la “contra”. El gobierno de Nicaragua propone adelantar las elecciones a febrero de 1990 y aceptar las modificaciones propuestas a la ley electoral de 1988 en el marco de los acuerdos de “Costa del Sol”, aceptando un plan de elecciones generales donde se le facilitaba actividades normales, a los mismos que financiaban y organizaban la contrarrevolución. Los sandinistas sufren una fuerte derrota por parte de los partidos de la burguesía con Violeta Chamorro a la cabeza en febrero de 1990 en una mega coalición electoral de partidos de la burguesía y que incluía hasta al Partido Comunista de Nicaragua. A partir de esta derrota se acelera el proceso de negociación que conducirá a la firma de los “acuerdos de paz” en El Salvador y Guatemala.

El Salvador: de la guerra civil a los acuerdos de "paz”

En El Salvador, a pesar de los objetivos del FMLN de buscar una salida negociada a corto plazo, la profundidad del proceso revolucionario le pondrá trabas objetivas. Entre 1981 y 1984 se profundiza la guerra civil en todo el territorio nacional producto de las fuerzas que emergían del campo, mientras se continúan realizando encuentros en busca de los diálogos con el gobierno genocida de Napoleón Duarte. En 1985, aún bajo el fuego de la represión en las ciudades se reactiva el movimiento obrero. A finales de 1988 y principios de 1989 también se vivirán nuevos ascensos de masas. Cada una de estas situaciones significará un fortalecimiento de las fuerzas del FMLN, pero esta dirección en vez de buscar el camino de derrotar en el campo militar y político al régimen y el gobierno, las utilizará como elementos de presión para buscar mejores condiciones en las negociaciones. La ofensiva militar de 1989, donde se combate en la capital salvadoreña durante varios días es una muestra de la capacidad militar y del apoyo de las masas urbanas y que la revolución aún no había sido derrotada. Pero el objetivo del FMLN será siempre el mismo, forzar al gobierno a la negociación.



Después de una década de guerra civil, se activó realmente la dinámica de la “solución política negociada”, después de múltiples intentos frustrados. El 27 de julio de 1989, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adopta la Resolución 637 en la que expresa “su pleno apoyo a los esfuerzos del Secretario General a fin de que continuara con su misión de buenos oficios en búsqueda de la paz en Centroamérica”. Con lo cual queda abierto el camino para una activa participación de la ONU, es decir, del imperialismo yanqui con el aval del resto de las potencias y de la Unión Soviética (Centroamérica fue el último regalo contrarrevolucionario que el stalinismo soviético le diera a los norteamericanos). Aunque el enfrentamiento militar continuó con igual e incluso mayor intensidad entre 1990 y 1991, las conversaciones de “paz” auspiciadas por la ONU y “el grupo de países amigos” (México, Colombia, Venezuela y España) avanzaban gradualmente.



En este período se registran como hechos relevantes de la negociación: el Acuerdo de Caracas (21 de mayo de 1990) sobre una agenda general y un calendario de negociación; el Acuerdo de San José (26 de julio de 1990) sobre derechos humanos, el cual incluyó el establecimiento de una misión de verificación de las Naciones Unidas; la decisión de la ONU de establecer antes de “la cesación del fuego el componente de verificación de derechos humanos” (marzo de 1991); el Acuerdo de México (27 de abril de 1991) sobre reformas constitucionales relativas a las Fuerzas Armadas, el sistema judicial, los derechos humanos y el sistema electoral; y el Acuerdo de Nueva York (25 de septiembre de 1991) que establece una “negociación comprimida” para los restantes temas, entre otros: seguridad pública, económicos y sociales, reinserción de combatientes. Por fin, bajo el visto bueno del gobierno norteamericano, el 16 de enero de 1992 se realizarán los acuerdos de Chapultepec, sellándose definitivamente el pacto entre el FMLN y el gobierno de Alfredo Cristiani, el presidente de la ultraderecha salvadoreña.



El FMLN depone las armas y se transforma en un partido político legal dentro del régimen, todo a cambio de algunas reformas democráticas cosméticas. Pero no se da solución al gran problema que se planteó la revolución en El Salvador, la liberación nacional y la revolución agraria, que sólo era posible destruyendo el Estado burgués e imponiendo un gobierno obrero y campesino, avanzando hacia la expropiación de la burguesía y de los grandes terratenientes.

A modo de conclusión general

No se puede comprender la magnitud del rol activamente contrarrevolucionario del stalinismo y el castrismo y las direcciones nacionalistas pequeñoburguesas de la región frente a la movilización de las masas centroamericanas si no lo ubicamos ante la revolución en el conjunto de América Central. El stalinismo y el castrismo hicieron los más denodados esfuerzos por limitar primero y aplastar después a la revolución centroamericana, vigilando celosamente por constreñir cada proceso en el marco de estos estados nacionales impuestos por Norteamérica. Fueron los comités de negociación del sandinismo, la guerrilla salvadoreña y los gobiernos burgueses latinoamericanos los que, con el auspicio de Castro y la diplomacia soviética y de EE.UU., pactaron la liquidación de la revolución centroamericana, mediante el desarme de los luchadores y los procesos electorales. El resultado está a la vista: después de años de heroicos combates, donde cayeron casi 300.000 luchadores, en Centroamérica impera el “orden” imperialista. La extensión y el triunfo de la revolución centroamericana, su unidad en una federación con Cuba, hubiera significado para el imperialismo yanqui uno de los golpes más terribles de su historia.


     
 

 

   
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