Izquierda Marxista

Las tensiones que recorren la sociedad británica

 

Autor: Chris Harman

Fecha: 15/2/2004

Traductor: Guillermo Crux, especial para PI

Fuente: Socialist Worker, GB


El gobierno de Tony Blair está en un enredo aun más profundo que lo que muchas personas creen.

Blair se parece cada vez más a alguien que intenta salirse de una telaraña. Mientras más se esfuerza, más se enreda. No ha podido acabar con las ondas expansivas de la guerra en Irak.

Habiendo fracasado en salirse con la suya culpando a una sección del establishment británico, la BBC, Blair entonces arma otra investigación con el objetivo de echarle la culpa a los servicios secretos.

La investigación, dirigida por Lord Butler, ha provocado una mofa extendida. Uno se da cuenta que el gobierno está en problemas cuando los liberal-demócratas toman oportunistamente una línea clara de oposición.

Los problemas de Blair no son, como sugieren algunos en los medios de comunicación, una tormenta una taza de té parlamentaria de Westminster y Whitehall. Hay tensiones muy profundas que atraviesan la sociedad británica. La guerra en Irak las trajo a la superficie.

Algunas de las tensiones están en la propia cima. Una sector completo del establishment británico estuvo descontento con la guerra. Esto no se debió a algún tipo de objeción moral por matar gente para incrementar las ganancias. Pero han surgido grandes discrepancias entre sectores de la clase dominante norteamericana y sectores del capitalismo europeo.

Estos desacuerdos son alrededor de quién debe quedarse con la parte del león del botín a obtener explotando otras partes del mundo, sobre todo el petróleo de Medio Oriente. La clase dominante británica, con la mitad de su comercio y sus inversiones en EE.UU. y la otra mitad en Europa, se ha partido al medio en estos pleitos.

Cuando Blair se echó en brazos de Bush en 2002 y 2003 tenía el apoyo entusiasta de figuras como Rupert Murdoch, dueño del diario The Sun y Sky News, de Lord Black del Telegraph, de los euro-escépticos que dominan en el partido conservador, y de Lord Birt, ex director general de la BBC.

Entre los que aceptaron esta línea estuvo Greg Dyke, un partidario de Blair desde el principio que fue recientemente despedido de la BBC. Pero había fuertes en otras figuras importantes del establishment.

Entre los que expresaban su disenso estaban figuras pro-europeas como el veterano laborista de derecha Denis Healey, antiguos ministros conservadores como Kenneth Clarke y Michael Heseltine, y redactores normalmente entusiastas blairistas como Hugo Young y Polly Toynbee. La mayoría de éstos siguieron la regla de oro de la política oficial -discrepar con el gobierno hasta que empieza la guerra, pero darle apoyo completo una vez que empieza la masacre.

Esa fue la posición tomada por los liberal-demócratas y el Daily Mirror. Entretanto, estas discordancias crearon oportunidades incomparables para que encontrara expresión política masiva una división muy diferente en la sociedad.

Esta es la división entre el conjunto del establishment político y una masa de personas enfermas por tantos años de inhumanidad, hipocresía y doble discurso oficial. La sucesión de reuniones por toda Gran Bretaña y las grandes manifestaciones organizadas por la coalición la Stop the War transformaron esta desilusión con la política oficial.

Comenzó con sentimientos privados amargura y desembocó en un mar de protesta que irrumpió en la opinión pública. Blair había esperado que las divisiones sobre la guerra desaparecieran una vez que la guerra empezara.

Entonces pensó que nadie se haría problema por las mentiras utilizadas para lograr conseguir apoyo para la guerra en Irak por medio del parlamento. Pero el movimiento de masas aseguró que las divisiones se ahondaran. La Greg Dyke contó cómo al principio él hizo todo lo que pudo para moldear a la opinión pública a la manera que Blair esperaba.

Las audiencias en piso del programa de la BBC Question Time eran cuidadosamente seleccionadas para asegurarse que contuvieran un número desproporcionado de gente pro-guerra, y se hicieron esfuerzos para asegurarse que hubiera un "equilibrio" de cartas y correos electrónicos pro-guerra. Se les dieron instrucciones a las estaciones de radio y TV para que se aseguraran de que los opositores "extremos" a la guerra se los mantuviera fuera del aire.

Pero a Dyke se le hizo imposible aplastar completamente las opiniones anti-guerra de alrededor de la mitad de la población. Cuando tuvo que vérselas con las quejas de Blair en marzo, en el pico de la guerra, le envió una carta privada en respuesta.

En ella le dijo que el gobierno no estaba en posición de sermonear a la BBC por "el equilibrio entre el apoyo y el disenso" después de "haber enfrentado la manifestación pública más grande de la historia de este país."

El movimiento de masas consiguió que lo que empezó como un pleito privado dentro del establishment se convirtiera casi en una guerra civil entre dos de sus mayores componentes. Puso a la maquinaria de Westminster y Whitehall de un lado y a la BBC en el otro.

Dyke dice que él personalmente giró de un apoyo a la guerra a tener dudas alrededor de ella. A niveles más bajos dentro de la BBC, entre los productores de los programas e incluso algunos periodistas y entrevistadores importantes, el humor parece haberse vuelto aún más agudamente hostil hacia Blair y la guerra.

Ese humor se extendió a tal punto que incluso el abanderado del populismo de derecha, el Daily Mail, se sintió empujado a darle expresión a algunos de los sentimientos de sus lectores contra la guerra y Hutton.

Entretanto, aquellos que habían girado desde la oposición a la guerra al apoyo, como Clare Short, Charles Kennedy y el Daily Mirror, volvieron a girar hacia la oposición.

Ya hemos visto antes a gobiernos laboristas empezar a hundirse en un pantano. Hubo síntomas profundos de desánimo con el gobierno de Wilson de fines de los años '60, y con los gobiernos de Wilson y Callaghan de fines de los '70. La mitad del gobierno de Ramsay MacDonald de 1931 se derrumbó en las manos del Partido Conservador. Pero hay una gran diferencia esta vez.

El Partido Conservador, el abanderado tradicional de la política de derecha en Gran Bretaña, no parece estar en buenas condiciones para ser el gran beneficiario. En parte esto se debe a que también están hendido divididos por lo que concierne a Europa, y por consiguiente paralizados en sus crítica hacia la conducta de Blair en la guerra.

Y, nos obstante, lo más importante es que la desilusión con Blair va más profundo que sobre un solo problema. Se ha venido alimentando de los ataques de Blair contra los servicios sociales, la suba de los aranceles a la educación y la privatización -sus más preciadas políticas neo-liberales.

Quince años atrás, bajo Margaret Thatcher, aún muchas personas de clase media baja y un número importante de personas de clase obrera estaban dispuestas creer en esas "reformas". Después de la derrota de la huelga de los mineros en 1985, muchos dentro del movimiento sindical sintieron que casi no había otra opción más que acceder a ellas.

Esa la razón por la que le permitieron a Neil Kinnock empujar al Partido Laborista hacia la derecha. Luego abrazaron a Tony Blair cuando abandonaba la tradicional retórica socialista del partido. Hoy las cosas son muy diferentes.

Cada encuesta de opinión muestra hostilidad hacia los peces gordos y las privatizaciones, resentimiento con el bajo nnivel de impuestos que pagan los ricos, y un rechazo a pagar por servicios como salud y educación. Cuando Thatcher impuso el voto secreto para elegir a los líderes sindicales fue con la convicción de que esto ayudaría a destruir la influencia socialista. Pero ahora llevan regularmente a la elección de dirigentes que critican a Blair desde la izquierda.

Sindicatos como el RMT están dispuestos a enfrentar una ruptura completa con el New Labour. Por sobre todas las cosas, un número muy grande de gente siente que la política oficial no le da ninguna expresión a sus propias esperanzas y temores. Para ellos, hacer un trueque de Gordon Brown por Tony Blair, o de Michael Howard por ambos, sería simplemente un insulto más.

Sentimientos así no siempre se mueven en una dirección positiva. La prensa de derecha y los políticos conservadores y del New Labour repetidamente intentan restablecer su influencia canalizando la amargura de la gente contra las minorías. Sus blancos incluyen a los musulmanes, los refugiados y los inmigrantes.

El BNP (Partido Nacionalista Británico, racista y fascistoide) todavía está en los márgenes, pero está incursionando en áreas donde la izquierda es débil y a menudo no tiene raíces. Esta es la razón por la cual no basta simplemente con echarse en el sillón y regocijarse con la desintegración tortuosa del blairismo. La izquierda genuina tiene que actuar para asegurarse de que la crisis actual lleve a una cristallización de una alternativa con la que grandes cantidades de personas puedan identificarse.

Un paso en esta dirección es asegurarse que el movimiento anti-guerra no muera por abandono. Cada uno de los argumentos que esgrimió hace un año fue reivindicado. La preparación del día internacional de acción contra la guerra del 20 de marzo ofrece un buen motivo para que cada localidad celebre reuniones y actividades.

Un segundo paso es darle expresión realmente política a los sentimientos masivos contra la guerra y contra los ataques del New Labour. Eso significa convertir a la nueva coalición Respect en una fuerza donde todos aquéllos que se involucraron en los movimientos de este último año sientan que están representados. El tercer paso es capitalizar el cambio que está teniendo lugar en importantes lugares de trabajo en Gran Bretaña.

Durante años la gente sintió amargura pero también se sintió incapaz de actuar debido a la memoria de las derrotas sindicales de los años ochenta. En los últimos meses esto ha empezado a cambiar. En lugares como el Correo, el servicio civil y Land Rover, los trabajadores han empezado a recobrar la confianza para luchar.

Si sus luchas logran triunfar, esa confianza puede extenderse rápidamente a todo tipo de otros sectores. Lo que también se necesita es una fuerza que de todas estas cuerdas juntas. Por eso es importante construir el Partido Socialista de los Trabajadores (SWP) y llamar a que se unan a nosotros.

La crisis del blairismo nos brinda oportunidades a los socialistas que no hemos tenido por dos décadas. Tenemos que aprovecharlas


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