Izquierda Marxista
La revolución es la democracia hasta el final
Autor:
Antoine Artous
Fecha:
15/2/2004
Traductor:
Rossana Cortéz- especial para PI
Fuente:
Critique Communiste nro 169/80
El libro de Olivier Besancenot "¡Revolución! 100 palabras para cambiar el mundo" suscita la discusión. Aquí están dos contribuciones a este debate.
Comentando "¡Revolución! 100 palabras para cambiar el mundo", la prensa ha subrayado con frecuencia la novedad de la propuesta con relación a las referencias tradicionales de la LCR; o al menos lo que se percibe como tal. No solamente en el tono, sino en el posicionamiento general. Así, se sabía en lo que concierne a la historia pasada del movimiento obrero, Olivier Besancenot no se decía especialmente "trotskista" sino que se reclamaba, desde el punto de vista de las ideas, de una tradición revolucionaria en la que se encontraban, confusamente, además de Trotsky, Rosa Luxemburgo, el Che, los libertarios y algunos más.
Nuestro patrimonio: El marxismo revolucionario.
Sin embargo, basta con leer las líneas consagradas al "trotskismo" en el libro de Olivier Besancenot para constatar que la presentación es de factura muy clásica. El término "trotskismo" nació "del pequeño diccionario stalinista" y si, frente al stalinismo, la LCR siempre lo ha asumido, se ha reclamado del "marxismo revolucionario", contra el capitalismo y el stalinismo; y, si es necesario hablar en términos de figuras, de personalidades tales son Trotsky, Lenin, Luxemburgo o Guevara. Si el Che aparece en esta lista no es solamente porque se convirtió en una imagen emblemática para las sucesivas generaciones, sino también - como por lo demás, lo explica el libro - porque, en los años 1960, desarrolló una práctica e ideas revolucionarias reactivando los elementos claves del marxismo revolucionario, no solamente contra la URSS y los PC stalinistas, sino también en ruptura con el "maoísmo".
Basta también con leer el pasaje sobre los "libertarios" para darse cuenta que el problema es diferente, aún cuando, "más allá de las divergencias, nuestro rechazo al capitalismo y nuestra vigilancia común contra los peligros burocráticos constituyen nuestro patrimonio común" (pág. 82). Desde el punto de vista de la historia, el libro distingue, con razón, la tradición anarquista, que "se focaliza esencialmente en la defensa del individuo", de la tradición "comunista libertaria" que se reclama de las luchas sociales y colectivas y que, como en Cataluña, durante la guerra civil española, supo impulsar reales formas de apropiación colectiva de las tierras y de las empresas. Pero los desacuerdos con esta última son claramente destacados, en particular, la cuestión decisiva del poder del Estado.
Ultimo ejemplo: la mirada crítica referida a los primeros años de la revolución rusa de Octubre de 1917, aunque en los "trotskistas" es tradicional oponer radicalmente este período a la URSS stalinista. Aquí también esta mirada crítica no es nueva. Trotsky la ha esbozado en los años 1930 y ha sido sistematizada a continuación; en particular después de 1968. Por lo demás, nunca hubo posición "oficial" de la Liga o de la IV Internacional a este respecto. No obstante, han existido de manera recurrente dos enfoques de este balance. Uno - digamos clásico - pone el acento en el conjunto de condiciones "objetivas" (guerra civil, estado del país) que permite darse cuenta de los problemas a los que se enfrentaron, y explica que el comportamiento de la dirección bolchevique era esencialmente pragmático. El otro destaca igualmente los efectos de las condiciones "subjetivas": el desarrollo en los bolcheviques no solamente de prácticas, sino de concepciones autoritarias del poder. El libro se sitúa, con mucha razón, en este segundo enfoque. Por eso, si bien el stalinismo no estaba "en germen en el bolchevismo", para instaurarlo fue necesaria una contrarrevolución "al restringir la vida democrática, los bolcheviques han quebrantado las resistencias a la contrarrevolución burocrática" (pág. 66).
Se dirá que todas estas observaciones se refieren al pasado. Es cierto. En lo que concierne al retorno crítico sobre la revolución rusa, Olivier Besancenot propone una buena fórmula: "Referirse a juicios perentorios de la actividad de una revolución que se ha desarrollado en circunstancias dramáticas tiene poco sentido. Por el contrario, sacar un balance de ello, es indispensable". Y la lección fundamental "es que el lazo entre socialismo y democracia debe permanecer indisociable" (pág. 65). Esto es, en efecto, en vistas del balance del siglo pasado, una cuestión esencial que debe estar en el centro de un proyecto de emancipación.
Democracia socialista y sufragio universal.
En su generalidad, la constatación no es nueva. Basándose en las indicaciones dadas por Trotsky en los años ´30, la Liga y la IV Internacional han sistematizado una perspectiva de democracia socialista respetando, entre otras, las libertades democráticas y el pluripartidismo. Solo que se trataba de una democracia basada en los consejos obreros. Ahora bien, cuando Olivier Besancenot esboza los grandes trazos de lo que podría ser los principios de una democracia en la sociedad futura, no se trata de un sistema de consejos obreros, sino de una democracia organizada en torno a "asambleas nacionales, regionales y locales, elegidas por sufragio universal y proporcional, que represente realmente a ciudadanos y productores" (pág. 145). Por cierto, repetiré, se distinguen distintos tipos de asambleas, pero en todos los casos el sistema se basa en el sufragio universal.
Si hay que hablar de novedad en este libro en relación con las tradiciones pasadas de la Liga es, para decirlo lapidariamente, el abandono de una problemática general de "democracia de los consejos obreros" (o democracia soviética) en provecho de una democracia cuyo principio de base es el sufragio universal, aún cuando - naturalmente - ella no se reduce a ese principio.
Sin entrar en detalles de este pasado programático, daré dos ejemplos. El libro habla de democracia burguesa, pero - lógicamente - distingue claramente algunas instituciones políticas (burguesas) del principio de elección sobre la base del sufragio universal. Por el contrario, en La revolución traicionada, es este mismo principio el que Trotsky dice que caracteriza a la democracia burguesa, porque apunta a representar a la "población atomizada" y no, como los soviets, "los grupos de clase y producción". Después de 1968, Ernest Mandel explicaba que los consejos obreros "son los órganos naturales de ejercicio del poder por el proletariado". Ahora bien, el término está ausente en las 100 palabras enumeradas en el libro...
Tranquilicémonos, Olivier Besancenot no se convirtió en un reformista gradualista, partidario del "pasaje parlamentario al socialismo". Afirma claramente la necesidad de romper "la vieja maquinaria del estado". Por otra parte, sería necesario precisar el sentido actual de la fórmula, porque no es posible - al menos, según mi opinión - darle un contenido idéntico al de la Comuna de París o de la Rusia del ´17 (el contenido tampoco era el mismo en estos dos casos). Por otra parte, explica que todo proceso revolucionario está inevitablemente estructurado en una lógica de "doble poder". La forma en que ilustra su propuesta al hablar de Chile de 1973 es pertinente. En efecto, el ejemplo permite mostrar que una dinámica general de desarrollo de estructura de autoorganización no es exclusiva de una presencia en un Parlamento resultado de una victoria electoral. Y deja abierto, con relación a ciertos esquemas pasados, la perspectiva estratégica más concreta de lucha por el poder. En resumen, se ve mal como sería posible elaborar una perspectiva por fuera de nuevas experiencias históricas.
Si se quisiera resumir en una fórmula la orientación general que se desprende de este libro, podría decirse que, para el autor, "la revolución, es la democracia hasta el final". No cualquier democracia, sino una democracia cuyo principio de base es el sufragio universal. Naturalmente, esta afirmación tiene toda una serie de consecuencias político - prácticas. Por otra parte, aún cuando no se trata, como lo explica el libro, de suministrar un modelo "listo para funcionar", es necesario continuar la discusión sobre nuestra concepción general de la democracia en la sociedad futura.
Así, en "Democracia", Olivier Besancenot distingue dos tipos de asambleas: asambleas electas sobre una base local, regional o nacional, otras sobre la base de barrios y empresas. En ambos casos, habla de sufragio universal. Esto, me parece, es confundir las cosas. Si se trata de sufragio universal es porque (en teoría) todos los individuos que habitan en un territorio delimitado políticamente son considerados como ciudadanos, no importa cual sea su status social, su sexo o su "raza"; la ciudadanía es un atributo de la persona. Por el contrario, cuando los asalariados de una empresa eligen a sus representantes, no se trata de sufragio universal en sentido estricto. Aún cuando voten todos los asalariados, lo hacen como individuos que tienen un status social particular: el de asalariado, que en este caso, es miembro de una empresa particular.
La discusión no es solamente abstracta. Creo efectivamente que es necesario imaginar una democracia funcionando sobre la base de un doble sistema de representación: uno basado en la elección de los ciudadanos a través del sufragio universal de asambleas, el otro tendiente a representar del punto de vista "socioeconómico" a los asalariados y a las capas populares que componen la inmensa mayoría de la población. Sin entrar en detalles (bastante complicados, y además, variables según el contexto) de esta segunda forma de representación, se puede imaginar entonces un sistema de doble asamblea. Pero, en caso de conflicto, hay que saber bien quien resuelve. Y esto no puede hacerse más que sobre la base de un voto de los individuos como ciudadanos, entonces, con sufragio universal en el sentido clásico; por ejemplo, un referendum. En resumen, esto es lo que pregona Olivier Besancenot.
Apropiación social y apropiación pública
Si "la revolución, es la democracia hasta el final", es, como lo ha escrito, que la democracia "no se detiene allí donde comienza la propiedad privada". Las desigualdades sociales generadas por el capitalismo vuelven formal, en muchos aspectos, la proclamación de la igualdad ciudadana; y no hay democracia real si una ínfima minoría, la patronal, controla la economía. "En resumidas cuentas, la democracia, también es la apropiación pública y social de las principales actividades económicas, para controlarlas mejor y dominarlas. La democracia, es la autogestión" (pág. 144). Es, entonces, en nombre de la democracia que es necesario reformular la perspectiva clásica del movimiento obrero; la apropiación colectiva de los medios de producción. Esto no se hace sin dificultades. En efecto, no solamente el PS, el PC, la CGT, etc. la han abandonado, sino esto no va de suyo en el seno del movimiento social. Si este último se moviliza sin problema por la defensa del orden público, la temática, de una u otra forma, de la apropiación colectiva de los principales medios de producción no está casi presente por las razones que conocemos: la coyuntura política y, más allá, el balance del "socialismo real", o, en Francia, el de las nacionalizaciones. Sin embargo, comenzaron a reactivarse las discusiones en ese sentido, y paradójicamente, la LCR no es un elemento motor aunque dispone adquisiciones importantes en este tema.
Estas discusiones giran en torno de la cuestión de las relaciones entre apropiación pública y apropiación social. Distinguir las dos es una manera de subrayar - en particular en relación a las pasadas experiencias - que la socialización de la producción no podría reducirse a una simple transferencia jurídica de propiedad. Esto es decisivo. Sin embargo, no se puede eludir (o disolver) el necesario momento de la apropiación pública adelantando únicamente la temática de apropiación social.
Estas constataciones no son una digresión inútil: en la cita hecha más arriba - sacada de "Democracia" - las dos fórmulas están empleadas, pero la idea de apropiación pública no está casi presente en el libro. En "Propiedad" y "Autogestión social", no se trata de apropiación pública, aunque es esto lo que se haría necesario para argumentar la perspectiva. Se sabe solamente que las empresas serán dirigidas por los trabajadores (a veces con los usuarios) en el marco de los objetivos fijados por un plan. En "Bien público", se trata de transformar los sectores claves de la economía en "bien público socializado", pero con esta precisión: "la nacionalización de las empresas bajo control obrero no es más que una etapa. Nuestro objetivo es devolver las empresas a los asalariados" (pág. 204). La fórmula es bastante incomprensible, o entonces significa que la perspectiva es la de cooperativas obreras.
No se trata de multiplicar las observaciones, al leer el libro con una lupa en la mano. Simplemente, quiero destacar que, de manera manifiesta, existe una indeterminación sobre la cuestión. De hecho, si se cuestiona la propiedad privada de los grandes medios de producción, existen dos grandes formas posibles de propiedad: ya sea una apropiación pública, ya sea una organización en cooperativas que es una forma privativa de apropiación, aún cuando es colectiva.
No voy a regresar a los debates pasados sobre las cooperativas obreras, pero en países como Francia tales formas de organización no pueden más que existir al margen, habida cuenta del desarrollo de las fuerzas productivas. La cuestión no es tanto la del tamaño de las unidades de producción - se puede, cuestionarla parcialmente - como la de la interdependencia de los diferentes momentos de la producción, de la organización en redes, etc.
Sin entrar en detalles, se puede considerar que estas tendencias de desarrollo de las fuerzas productivas permiten - una vez rota la dominación del capital - desarrollar formas de cooperación "horizontales" entre los asalariados, y luchar contra las tendencias de jerarquización "vertical" del proceso de trabajo. Al contrario, son portadoras de una dinámica de socialización de la producción que empuja no hacia cooperativas, sino a formas de apropiación pública.
Hablar de apropiación pública, no es manejar un slogan, sino definir una problemática general que hay que saber especificar. Mientras que la fórmula de estatización remite a un estado más o menos burocrático, dominando la sociedad, la apropiación pública puede articularse con la idea de un poder que emana de ella, a la manera de la que habla Olivier Besancenot. Y se deja abierto el nivel de apropiación: local, nacional, incluso europeo. Hay en esto, en todo caso, una discusión para continuar.
|