Latinoamérica

Kirchner, frente al nuevo tiempo

 

Autor: Eduardo van der Kooy

Fecha: 11/4/2004

Fuente: Clarin



El Presidente no quiere confrontar por el problema de la seguridad. Espera anunciar medidas que tranquilicen a la gente. Avala a Arslanián y abrió una tregua con Solá. Admite que no cuenta con un apoyo popular irrestricto.


Néstor Kirchner también cree que algo ha cambiado en la Argentina política. Pero disiente con el periodista y con el periodismo, en general, sobre la medición de los tiempos: "Mi supuesta luna de miel con la sociedad existió los primeros tres o cuatro meses. Pero pasó. La gente no tiene por qué ser incondicional. Ahora debo rendir examen cada día", opina.

El Presidente habla sereno, sólo perturbado por el dolor de un tratamiento de conducto que luego derivó en el percance. Está sentado en una silla, con los brazos apoyados sobre una mesa de su despacho que no muestra la excitación acostumbrada, de funcionarios que entran y salen, de papelitos que le acerca el secretario privado con la lista de llamadas telefónicas. Es el preludio de un feriado largo, de la Semana Santa, que ha dejado semivacía la ciudad: es fácil darse cuenta espiando por cualquier ventanal de la Casa Rosada.

Aquella percepción de Kirchner suena caprichosa a los oídos del periodista, cuya composición sobre el nuevo tiempo encaja en un calendario más apretado: hilvana los roces que causó el acto en la ESMA, con ciertos efectos de la crisis energética y el reclamo popular de mayor seguridad detonado en la marcha callejera por el crimen de Axel Blumberg.

El Presidente hace una disección diferente de la realidad. "Es difícil gobernar y tomar decisiones todo el tiempo con la complacencia absoluta de la gente. Estoy seguro de que todos me acompañan en el proceso de recuperación de la economía. Y que la mayoría respalda también la negociación externa", asegura.

Pero a partir de esos puntos las opiniones colectivas se bifurcarían. "Acepto que el acto de la ESMA fue un poco revulsivo. Hubo gente que estuvo muy de acuerdo pero otra gente que no", equilibra. Ante la insinuación de un error o de una mirada lineal sobre el pasado, que en nada colaboraría a la reconstrucción de la memoria, Kirchner se planta: "Lo hice de acuerdo con mis convicciones. Quizá no debí haber hablado. Tuve la intención de darle al discurso un sentido, pero fue interpretado de otro modo", señala.

Está convencido de que la crisis energética pasará sin mella para el desarrollo económico, pero sabe que por algún flanco se pagará un costo. "Está la queja de Chile, que nosotros respondimos. Disminuir el suministro de gas fue una decisión de emergencia. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? Entiendo las molestias", explica.

El diálogo deriva, por lógica, hacia el problema de la inseguridad. El Gobierno se vio primero sorprendido por la dimensión que tuvo aquella marcha. Luego se sumió en un silencio que pudo ser interpretado como señal de perplejidad o de impotencia. "Se podrían hacer de ese episodio diferentes lecturas. Pero no es lo que corresponde en esta hora. Hay una demanda legítima y un padre al que le acaban de matar al hijo", pretende cerrar.



Juan Carlos Blumberg, el padre de Axel, continúa recibiendo información detallada y anticipada sobre la investigación del secuestro y del crimen. Le llega por vía judicial y también por el acopio de datos de la SIDE. Vio fotos de quienes lo vigilaban, tomadas en el lugar del cautiverio y haciendo, con descaro, exhibición de armas. Serían jóvenes de entre 18 y 20 años. Axel no aparece en ninguna de ellas.

"Tanta impunidad se explica sólo en personas que se sienten dueñas de una enorme protección", razona Kirchner. Dispara, como siempre, sospechas sobre la Policía bonaerense aunque, fuentes ligadas a la investigación, auguran también sorpresas en la Policía Federal, donde un oficial ya fue detenido.

El problema de la inseguridad tiene, sin dudas, múltiples facetas. Kirchner no comulga con ninguna solución mágica pero tampoco renegó de la sanción de leyes en el Congreso que endurecieron las penas. Interviene en ese tramo el jefe de Gabinete, Alberto Fernández: "Dos de los seis proyectos que fueron aprobados habían sido enviados por el Poder Ejecutivo hace tiempo", informa.

Otra de las claves pasa por la política pura. La inseguridad, más que otros temas, no puede ser abordada cuando predominan entre los poderes los recelos y las desconfianzas. Esa fue una historia muchas veces escrita entre el Presidente y Felipe Solá: uno pareció desentenderse del otro, como si el auge del delito en Buenos Aires no incumbiera al Gobierno, o cualquier pretensión de involucrarse fuera vista desde la cima bonaerense como una conspiración.

Aquellas relaciones se deterioraron bastante cuando Solá promovió una toma de distancia de los principales gobernadores peronistas con el acto en la ESMA por el Museo de la Memoria. Kirchner hizo lo que hace a menudo: optó por congelar su trato con el mandatario bonaerense y lo cargó con la mochila de la culpa cuando ocurrió la tragedia de Axel.

A lo mejor porque perciben que el agua, en ese terreno, se arrima con peligro al cuello, el Presidente y el gobernador han depuesto enojos. La primera señal de tregua fue el encuentro entre Gustavo Beliz y Solá. El ministro también tuvo antes una mirada crítica sobre el bonaerense: "Lo vi con deseos de ayudar con el plan integral de seguridad que estamos haciendo. Nosotros vamos a apoyarlo", se le escuchó comentar la semana pasada. En la otra vereda sonó una música parecida: "Con Beliz todo está muy bien", afirmó Solá.

El lugar de encuentro entre el Presidente y el gobernador fue la reaparición de León Arslanián. Solá no estaba dispuesto, luego de sucesivos fracasos, a nombrar un nuevo ministro de Seguridad sin el consentimiento del Gobierno nacional.



A Kirchner había muy pocos candidatos que le conformaban: pensó algún momento en Aníbal Fernández, a quien valora por su acción, pero lo evaluó para esta circunstancia muy ligado al peronismo bonaerense. Le acercaron el nombre del especialista Marcelo Sain, ex funcionario provincial, pero tampoco lo convenció.

¿Por qué sí Arslanián? "Tiene una trayectoria en la Justicia que tienen pocos. Es peronista. Tiene autoridad. Y conoce el tema de la Policía bonaerense. Puso en marcha una reforma que por motivos políticos no se la dejaron terminar", explica Kirchner. Estuvo dos horas con él el martes a la noche y recogió una impresión casi inmejorable.

Arslanián asoma, a la par, como una salida política potable para el atolladero en que se encuentra Solá. El gobernador podrá delegar, por fin, las responsabilidades sobre la seguridad bonaerense que condicionaron hasta ahora toda su gestión. El ex camarista posee libreto propio y es dueño de un temperamento que con reiteración lo desborda. Salvando los excesos, ¿no serían ésas, acaso, aptitudes necesarias para navegar el universo de la maldita policía y el delito?

Solá ganó también otra seguridad: no deberá reparar en lo que digan o dejen de decir los peronistas bonaerenses. La posibilidad de ese debate se cerró antes de que pudiera empezar: Eduardo Duhalde, desde su descanso en París, no sólo apoyó la designación de Arslanián sino que disciplinó con dureza a cada uno de los suyos.



Veamos un caso. El ex presidente soslayó el encontronazo entre José María Díaz Bancalari, jefe del bloque oficial, y Carlos Ruckauf, quien pretendía que se hubiera tratado íntegramente en Diputados el petitorio de Blumberg. Pero le arrancó al ex canciller un cambio de conducta: Ruckauf salió en público a respaldar a Arslanián, a quien había forzado a renunciar cuando peleaba la Gobernación de Buenos Aires contra Graciela Fernández Meijide.

Duhalde es hoy un hombre cargado de preocupaciones. Las principales tienen que ver con su provincia y con la estabilidad política de Solá. Supone que el problema de la inseguridad es, más que nunca, una prueba de fuego: y está persuadido de que Arslanián podría ser el único y, tal vez, el último bombero capaz de sofocar las llamas.

Se entusiasmó cuando conoció el aval que el Presidente también le concedió al ex camarista. De tanto en tanto discrepa con Kirchner, pero está convencido de que rumbea bien y que del éxito del Gobierno depende el destino aciago o el resurgir de la Argentina. La relación de esos dos hombres tiene vaivenes, pero hay que escuchar la voz del Presidente: "La solidaridad política con Eduardo es inquebrantable", repite.

Kirchner admite posibles diferencias con el caudillo y también con sus ministros. "En un gobierno no puede haber un pensamiento único", expresa. Salta entonces la figura de Roberto Lavagna: "Siempre digo lo mismo. Con él trabajo mejor que con nadie. Hemos cerrado un nuevo paquete de medidas económicas para el crecimiento (anunciado el viernes). Podemos tener criterios distintos, como ocurrió con la crisis energética. Pero no pasa nada", subraya.

Hay quienes hablaron la última semana de la ofuscación presidencial por declaraciones del ministro. "Son cuestiones pasajeras. A mí los enojos me duran cinco minutos. Y no tengo rencores", disuade.

Muchos presumen —su afección parece confirmarlo— que no siempre es así.


     

 

   
  La Fracción Trotskista está conformada por el PTS (Partido de Trabajadores por el Socialismo) de Argentina, la LTS (Liga de Trabajadores por el Socialismo) de México, la LOR-CI (Liga Obrera Revolucionaria por la Cuarta Internacional) de Bolivia, LER-QI (Liga Estrategia Revolucionaria) de Brasil, Clase contra Clase de Chile y FT Europa. Para contactarse con nosotros, hágalo al siguiente e-mail: ft@ft.org.ar