Izquierda Marxista

EE.UU: La brecha creciente entre ricos y pobres

 

Autor: Tom Lewis

Fecha: 1/8/2003

Traductor: Guillermo Crux, especial para PI

Fuente: Socialist Worker, EE.UU


La economía norteamericana experimentó un crecimiento récord durante los años noventa. La Norteamérica corporativa cosechó ganancias aquí y en el extranjero, y aparecían libros con títulos como La Dow (Jones) en 40.000 --reflejando la creencia de Wall Street de que había llegado una era de prosperidad ilimitada. La década culminó con unos políticos asombrados que se rascaban la cabezaa pensando qué hacer con un trillón de dólares de superávit presupuestario.

Pero los trabajadores norteamericanos no se beneficiaron de la fiesta de las corporaciones. Y la administración Bush ya ha gastado el superávit --y un poco más-- en la guerra y los recortes de impuestos para los ricos. Hoy, la brecha entre los poseedores y los desposeídos de la sociedad norteamericana es más grande que nunca --evidencia clara de que todos los norteamericanos no están "en el mismo bando". Tom Lewis examina la realidad de la vida de los trabajadores después de la bonanza patronal más grande de la historia.

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Cuando la recesión se apoderó de la economía norteamericana hacia fines de 1999, empezaron a estallar una burbuja financiera después de otra. Pero una burbuja que no estalló fue la burbuja del salario para los ejecutivos de las principales corporaciones de EE.UU.

En 2002, el sueldo medio de los CEO de las 100 mayores corporaciones norteamericanas era de $33,4 millones. En el promedio de las compañías grandes de EE.UU, el pez gordo se embolsillaba $5,2 millones. Eso significa que los ingresos promedio de los CEO en las compañías grandes era de unos $1.017 por hora.

Incluso el General Tommy Franks, quien dirigió la invasión norteamericana a Irak, ganó una miseria por comparación --sólo $69,10 por hora por los servicios que rindió a los intereses petroleros norteamericanos. Mientras los CEO se revolcaban sobre un fardo de millones, los médicos hacían un promedio de $60,14 por hora, los maestros ganaban $28,01 por hora y los bomberos recibían $17,16 la hora. El trabajador promedio en EE.UU. consiguió $16,23 por hora. Y los trabajadores de pequeñas industrias o sin calificación hicieron sólo la mitad de esa cifra.

Esta inmensa desigualdad hoy es parte de una tendencia que creció a lo largo de los años noventa. En la era de la globalización corporativa, miles de millones de trabajadores y pobres alrededor del mundo aprendieron que el crecimiento económico de un país no produce automáticamente estándares crecientes de vida para la mayoría.

Y EE.UU. no es ninguna excepción. Las 13.000 familias más ricas de EE.UU. tienen ahora casi tantos ingresos como los 20 millones más pobres. "Y esas 13.000 familias tienen ingresos 300 veces mayores al promedio de las familias," escribió el economista liberal Paul Krugman en la New York Times Magazine.

A mediados de los noventa, las Naciones Unidas publicaron un informe que muestra que EE.UU. ya se había vuelto la sociedad con mayor estratificación de clases entre todos los países industriales avanzados. Ahora, la riqueza en EE.UU. está mucho más concentrada aún en las manos de unos pocos. "Es notable lo poco que el crecimiento se ha derramado hacia las familias comunes," explicó Krugman. "El ingreso familiar promedio sólo ha subido aproximadamente 0,5 por ciento por año --y hasta donde sabemos ...casi todo ese aumento se debió a esposas que trabajan más horas, con poca o ninguna ganancia en sueldos reales."

A Bill Clinton y Al Gore les gustaba señalar en su campaña electoral de 1992, que el 1 por ciento de los norteamericanos más acomodados poseía el 40 por ciento de la riqueza del país. Ellos mismos también decían que si uno eliminaba de las cifras el patrimonio hogareño y sólo contaba los negocios, las fábricas y las oficinas, entonces el 1 por ciento más rico poseía el 90 por ciento de toda la riqueza. ¡Y el 10 por ciento más rico, decían, poseía el 99 por ciento!

Pero una vez en el gobierno, Clinton y Gore no hicieron nada para redistribuir la riqueza más equitativamente --a pesar del hecho de que sus dos períodos en el gobierno abarcaron el jolgorio económico de los años noventa. Al contrario, la desigualdad no hizo más que continuar creciendo.

Pero no se trata simplemente de que las ganancias han sido inexistentes para la mayoría de los trabajadores norteamericanos en los años recientes. La vida ha empeorado, y los sueños del futuro se han oscurecido. Unos 2,6 millones de puestos de trabajo han desaparecido desde marzo de 2001 --el periodo sostenido más largo de pérdidas de empleos desde la Gran Depresión de los años treinta. Dos millones de trabajadores perdieron su seguro de salud sólamente el año pasado debido a los despidos. Y los trabajadores que todavía tenían cobertura enfrentaron costos que se disparaban hacia las nubes y pagos adicionales mayores.

En 1988, el 27 por ciento de los trabajadores norteamericanos pertenecían a organizaciones de mantenimiento de la salud (HMO). Durante los años noventa, los CEO y los políticos de Washington llevaron a la inmensa mayoría de los norteamericanos con cobertura de salud a las HMO. Dijeron que el sistema de "cuidado gerenciado" de las HMO controlaría los costos y ahorraría dinero para las personas comunes. ¡Pero hacia 2001, el 93 por ciento de los trabajadores y los retirados norteamericanos obtenían sus servicios de salud a través del sistema de cuidado gerenciado --¡y estaban pagando más por él!

La mayoría de los estados ahora enfrenta dramáticas deficiencias presupuestarias. Esto significa menores servicios sociales --desde asistencia social a beneficios para veteranos hasta apoyo para niños con discapacidades-- y más penurias para los trabajadores y sus familias. Se puede culpar parcialmente a la recesión, pero los regalos a las corporaciones y los recortes de impuestos para los ricos amenazan con hacer permanentes las cargas adicionales.

Por ejemplo, la educación pública está directamente en la picota. Los políticos han rebanado el presupuesto para educación desde el jardín de infantes hasta la escuela secundaria, y las alzas anuales de dos dígitos de las matrículas se han vuelto la norma en los colegios y universidades. El estado y los gobiernos locales, bajo presión de Washington, están obligando a los padres y a los estudiantes a que paguen directamente una porción cada vez mayor de su título universitario. En muchos estados, el aumento que tienen que afrontar las familias coincide exactamente con la cantidad en que se redujeron los aportes estatales.

La bonanza patronal no hizo nada para mejorar la calidad de vida de los trabajadores norteamericanos. El hambre es todavía una realidad diaria en uno de cada cinco niños menores de 18 años en EE.UU. Uno cada cuatro de menos de seis años se va a dormir desnutrido. Y el 25 por ciento de los niños de menos de seis años oficialmente vive en la pobreza.

Sus padres no la pasan mucho mejor. Aunque el desempleo ha superado el 6 por ciento, el norteamericano promedio ahora trabaja nueve semanas más por año que los trabajadores europeos. Trabajamos el equivalente a cinco semanas más que lo que lo hacíamos en 1973 --aproximadamente 200 horas más cada año. Todo esto ha contribuido a cantidades inmensas de tensiones, enfermedades coronarias, depresión y otras dolencias-- mientras los trabajadores norteamericanos literalmente trabajan hasta la muerte.

Las deudas son una fuente mayor de preocupaciones y ansiedad. No importa cuán duro o cuánto tiempo trabajemos, parece cada vez más imposible llegar a fin de mes. En los primeros tres meses de 2001, los trabajadores no sólo fueron incapaces de ahorrar, sino que utilizaron tarjetas de crédito para gastar un 7 por ciento más de lo que ganaron. La deuda personal está ahora en un récord de un 120 por ciento del ingreso personal en EE.UU.

Pero si trabajamos duro, nos dicen, por lo menos podemos esperar una jubilación confortable. ¡Ya no es así! La edad jubilatoria está siendo empujada hacia arriba para que consigamos menos años. Y la presión es a privatizar todo que se pueda de las jubilaciones --incluso el seguro social.

Y todavía las jubilaciones privadas se están depreciando a velocidad suicida. Los planes de jubilaciones privadas perdieron entre $300 mil millones y $500 mil millones durante los últimos dos años. La Corporación de Garantías de Beneficios Jubilatorios --una agencia cuasi-gubernamental que asegura los programas de jubilaciones privadas-- está actualmente quebrada. Para 2031, se estima que las compañías cubrirán menos del 10 por ciento de los gastos de salud de los jubilados. Incluso ya el 20 por ciento de las compañías han eliminado los planes de salud para los nuevos contratos, y el 17 por ciento les exigirán a los nuevos contratos para paguen la prima completa por la cobertura.

Enfrentados con el impacto de la recesión y una competencia asesina, los empresarios ven como una idea tentadora tirar por la borda los planes de jubilación. Según la revista The Economist, "las obligaciones jubilatorias se han vuelto un elemento importante de las insolvencias corporativas y de la resurrección desde la bancarrota del Capítulo 11. US Airways, por ejemplo, la séptima aerolínea de EE.UU, pudo salir de la protección de quiebra hace unas semanas sólo después de despojarse de sus obligaciones jubilatorias."

Los pilotos, privados de sus sueños jubilatorios, se amargaron aún más cuando se enteraron lo que le pasó al CEO que gerenció US Airways justo hasta antes de la declaración de bancarrota. Stephen Wolf dejó la compañía con una jubilación de privilegio de $15 millones en sus bolsillos.

¿Trabaja el sistema para nosotros? Empantanados en la recesión y la guerra, los trabajadores norteamericanos la están pasando áspera. Al final de la Guerra Fría con la URSS a comienzos de los noventa, Papá Bush nos prometió un "dividendo de la paz" que cambiaría nuestras vidas para mejor. Eso fue un racimo de mentiras.

Ahora la doctrina de Bush bebé de un imperialismo norteamericano renovadamente agresivo ha frustrado las esperanzas de que el sobrante del billón de dólares se use para el sistema nacional de salud, sueldos docentes más altos, jubilaciones seguras y ciudades revitalizadas --porque el superávit del billón de dólares se ha vuelto un enorme déficit.

Como nuestros cuerpos y nuestras vidas, este sistema termina de moler como polvo incluso a nuestros sueños. Tenemos que librarnos de un sistema económico y político que aumenta las penurias para la mayoría, mientras una minoría insignificante vive en el lujo.

Si la Norteamérica de las corporaciones no pudo redimirnos en un período de expansión capitalista como los años noventa, nunca lo hará. Necesitamos luchar por un sistema socialista que ponga las necesidades de la gente común por delante de las ganancias de las corporaciones.

¿Se benefician los trabajadores norteamericanos del imperialismo norteamericano?

Hay personas --tanto dentro como fuera de EE.UU.-- que piensan que los trabajadores norteamericanos reciben beneficios materiales del imperialismo norteamericano. Suele creerse que la explotación por parte de la Norteamérica corporativa en los países menos desarrollados económicamente mantiene y mejorar los niveles de vida aquí. Y se dice que el ejército norteamericano defiende el confortable estilo de vida de los trabajadores norteamericanos.

Pero la experiencia de los años noventa demuestra otra cosa. Empezando en los años ochenta, EE.UU. se dedicó a reconstruir su confianza y su capacidad de intervenir militarmente en todo el mundo.

El gobierno norteamericano había sufrido una derrota humillante cuando perdió la Guerra de Vietnam. Ronald Reagan intentó superar el "Síndrome de Vietnam" invadiendo Granada en 1984 y bombardeando Libia en 1986. Entonces Papá Bush invadió Panamá entonces en 1989 y ordenó la primera Guerra del Golfo en 1991.

Bill Clinton buscó ocupar Somalía en 1993 e invadió Haití en 1994. Usó armas de uranio empobrecido para bombardear Serbia, Kosovo, Sudán y Afganistán en la segundo mitad de los años noventa. Clinton también reforzó militarmente las sanciones económicas en Irak que mataron más de 1 millón de iraquíes durante los noventa. Bush bebé siguió arrasando con Afganistán en 2001 y lanzando la actual invasión militar y ocupación de Irak en 2003.

Por eso los últimos 20 años han estado caracterizados por una nueva reafirmación global del poder militar norteamericano. Y de la mano de esto, el poder económico norteamericano, con su ideología del "libre comercio", marchada por todo el mundo.

Las corporaciones norteamericanas extrajeron enormes ganancias de prácticamente cada rincón del mundo en los años noventa. Pero, como muestran las declinantes condiciones de vida de los trabajadores norteamericanos, estas ganancias no se derramaron para mejorar sus vidas.

Algunos observadores argumentan que, sin esas ganancias, el declive en los niveles de vida de los trabajadores norteamericanos habrían sido aún mayores. Pero la realidad es que la patronal norteamericana les robó a los trabajadores norteamericanos todo aquello con lo que pudo hacerse --exactamente como lo hicieron con los trabajadores de los países menos avanzados económicamente. Achicamiento, destrucción de sindicatos, reducciones de beneficios, las demandas de flexibilidad laboral y beneficios por productividad forzada fueron estrategias no sólo usadas por las corporaciones norteamericanas en el exterior sino también aquí en casa para extraerle todo lo posible a sus trabajadores.

La idea de que los trabajadores norteamericanos viven bien porque sus hermanos y hermanas en los países menos desarrollados viven pobremente es palmariamente equivocada. La clase dominante norteamericana vive bien --como lo hacen las clases dominantes de los países menos desarrollados-- porque explotan a los trabajadores en todo el mundo. Los noventa fueron testigos de una expansión del imperialismo económico y militar de EE.UU. El gran capital se benefició, y los trabajadores norteamericanos perdieron.


     

 

   
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