Intelectuales y Académicos

¿Pueden los trabajadores norteamericanos abrazar al antiimperialismo?

 

Autor: William Fletcher, Jr.

Fecha: 14/8/2003

Traductor: Juan D´psico, especial para PI

Fuente: Monthly Review


"Sin duda uno es un plebeyo infeliz atormentado por las deudas y el servicio militar, pero, para recuperarse de esto, uno es un ciudadano romano, uno tiene su porción en la tarea de gobernar otras naciones y dictar sus leyes".
Sigmund Freud, El Porvenir de una Ilusión (1927).

El período entre el 11 de septiembre de 2001 y la invasión de Irak planteó muchas preguntas en general sobre la psique del público norteamericano y la clase obrera norteamericana en particular. La habilidad de la Administración Bush de utilizar miedo y patriotismo de reenfocar la atención fuera de los problemas domésticos ha estado pasmada. Las victorias republicanas del Congreso en el 2002 de noviembre fueron casi inauditas y el probablemente no habrían sucedido si el enfoque en Irak no hubiera surgido durante el verano anterior.

El extendido miedo que resultó de los ataques del terror el 11 de septiembre es entendible. El ataque a los civiles mediante la destrucción del WTC y el uso de aeronaves civiles como armas fueron ciertamente crímenes contra la humanidad. Sin embargo, la habilidad de la Administración Bush de unir toda clase de amenazas real y percibidas en la persona de Saddam Hussein (y anteriormente Osama bin Laden), tanto como de crear lo que parece un estado de guerra permanente, ha resultado en una situación de ansiedad perpetua. Esto también ha reforzado la fundación de un frente pro-imperialista, presumiblemente representando al pueblo norteamericano, contra el resto del mundo. Este frente ha llevado a mucha gente, incluyendo aquellos de buenas intenciones, a creer que cualquier preocupación o desacuerdo expresado cruzando el océano o en casa sobre los objetivos de la política exterior son infundados. En cambio, es argumentado, cualquiera de todos los métodos para garantizar “nuestra” seguridad debe ser llevado a cabo, sin tener en cuenta el costo.

Por estas razones, el peligro de un estado policial doméstico ha crecido a niveles no vistos desde la Administración Nixon. Peligros adicionales de una política exterior cowboy en los intereses del fortalecimiento del imperio global capitalista norteamericano ponen a todo el planeta en riesgo y ciertamente no aumentan la seguridad para nadie.
En esta situación, emerge una pregunta fundamental. ¿Puede emerger un movimiento antiimperialista, basado en la clase trabajadora norteamericana, que cambie la política exterior norteamericana y, en el largo término, disponga la fundación para la transformación del Estado Norteamericano? Para responder esta pregunta, debemos hacernos algunas preguntas difíciles sobre trabajo, “raza”, e Imperio. Debe ser dicho que al final mucho de nuestro enfoque estará en el sector organizado de la clase trabajadora norteamericana, en orden de considerar las opciones tácticas y estratégicas para la creación de un nuevo abanico de políticas para la transformación del trabajo organizado.

La crisis del Trabajo Norteamericano contemporáneo

Los rasgos ideológicos definidos del movimiento obrero norteamericano moderno es la noción Gompersiana de Sindicalismo. Samuel Gompers, fundador y por largo tiempo líder de la Federación Americana del Trabajo (FAT, en inglés AFL), creció desde el Sindicato de Fabricantes de cigarrillos en las décadas finales del siglo diecinueve. Respondiendo a la crisis in los Caballeros del Trabajo, una federación de trabajadores significante y más radicalizada inclusive, Gompers propuso que los trabajadores sólo podrían ser organizados efectivamente en base a la destreza. Aunque prestaba servicios a trabajadores no-calificados, el énfasis de Gompers estaba en las destrezas desarrolladas. Mientras construía la AFL, Gompers construyó un bloc de normas que apoyaba tal visión y fue pronto capaz de sobrepasar a los Caballeros del Trabajo en tamaño e influencia.
Gompers rompió con la tradición temprana norteamericana, y con la de los europeos, en su oposición a un partido de trabajadores para la clase obrera. Esta visión devino de su creencia en que el rol del sindicato era el de pelear por los intereses de los trabajadores de su lugar de trabajo. Más tarde, su filosofía dictó que el movimiento sindical acepte la existencia del capitalismo y no tome medidas opuestas a éste. El programa de Gompers se hizo conocido como sindicalismo de pan y manteca o sindicalismo de trabajo consciente, más notable por su reclamo de ser pragmático y no ideológico. En la esfera política, esto significaba que el trabajo organizado no, parafraseando a Gompers, tendría amigos o enemigos permanentes, sino intereses permanentes. En un nivel, esto podría sonar con bastante conciencia de clase, pero Gompers no estaba hablando sobre la integridad de la clase obrera, sólo de su sector organizado y calificado. Cuando entró en la acción política, Gompers restringió a la AFL al lobby más que a la movilización política de la clase obrera. En otras palabras, Gompers insistió en que la AFL llevara a cabo sólo políticas tradicionales del interés de su grupo.

Las raíces de la filosofía del sindicalismo de Gompers estaba en su visión de clase y de Estado, y, por implicación, raza, género, y política exterior norteamericana. Aunque alguna vez socialista, él pronto desecho cualquier visión no-capitalista del futuro. El rol del sindicalismo era mejorar las vidas de aquellos que fueron lo suficientemente afortunados de pertenecer a esos sindicatos. Gompers estaba abrazando una forma peculiar de pensamiento “por goteo” (trickle-down thinking); lo que fue ganado por los sindicatos podría eventualmente mejorar las vidas del sector no organizado. Aún el sector no organizado no estaba en el concernimiento de Gompers. Si querían mejoras, deberían unirse o formar sindicatos.
El pragmatismo de Gompers reflejaba un sindicalismo exclusionario, una visión de que el objetivo del sindicalismo es el de estrechar la población relevante de la cual pude sacar mejores tratos con el capital. La AFL, desde sus comienzos, excluyó la carga de trabajadores no calificados, tanto como la masa de trabajadores de color o mujeres. Esta práctica “pragmática” demostraba, en la práctica, el racismo y el sexismo de la AFL.
Gompers también llegó a ver al Estado Norteamericano esencialmente como una vasija vacía que podría ser llenada por cualquier tipo de políticas o influencia político/económica. El trabajo del movimiento sindicalista era el de ejercer presión sobre ese Estado para beneficiar al trabajo organizado, y mediante el efecto de “goteo”, a la totalidad del la clase obrera. No era necesario para la clase trabajadora disputar el poder estatal a los capitalistas. El Estado podría ser influenciado tanto por el trabajo organizado como por el capital. Estaba en el trabajo organizado asegurarse ser el primero. El carácter de clase del Estado era denegado por Gompers. Para él, el Estado es una entidad de clase neutral, una visión que se mantiene oscilante dentro de gran parte del trabajo organizado aún hoy.

Gompers, lenta pero firmemente, abandonó cualquier interés en materias de raza o de género. Luego de la gran huelga general de 1892 en Nueva Orleans, una huelga que demostró el potencial de un movimiento de trabajadores unido racialmente, el problema de la raza y su significanción declinó en importancia para él. Por los tempranos 1900’s, Gompers se había convertido abiertamente a la supremacía blanca.
Dentro del “pragmatismo” de Gompers, había una pequeño paso desde el repudio a la lucha de clases y la pelea por el poder, al abrazo abierto del capitalismo y de los esfuerzos del gobierno norteamericano de fortalecer sus intereses exteriores. En otras palabras, para Gompers existía una unidad entre trabajo y capital; ambos continuamente buscaban un mejor clima económico. En la esfera de la política exterior, esta visión vino a significar un abierto, incondicional, y aún rabioso, apoyo para lo que sea que el Gobierno Norteamericano hiciera en el exterior. Un ejemplo temprano de esto fue el abrazo de la AFL a al Primera Guerra Mundial y su apoyo de la supresión de oponentes de la guerra, teles como los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW), un sindicato de ala izquierda que había tenido un éxito considerable organizando trabajadores ignorados por la AFL. Para Gompers, los intereses del trabajo organizado estaban aliados al fortalecimiento del capitalismo en otros países. La bandera de un patriotismo imperialista debía ser la bandera de la AFL.
Políticas alternativas disputando al sindicalismo de Gompers emergieron luego de la fundación de la AFL. Los Trabajadores Industriales del Mundo, organizaciones aliadas con los Partidos Comunista y Socialista, las corrientes independientes izquierda/progresiva, y movimientos de comités de nacionalidades oprimidas todos han influido significativamente al discurso y la práctica del sindicalismo norteamericano. No obstante, mientras estas políticas alternativas eran a veces exitosas, la visión gompersiana (a menudo ayudada por un Estado represivo) se ha mantenido hegemónica. La reluctancia, y frecuente oposición, a derribar al opresión racista (siempre con la excusa de que esto crearía divisiones); el seguidismo al Partido Demócrata, y peor, el espeso pedido adulador de favores desde los dos grandes partidos; y el soporte consistente de la política exterior norteamericana en nombre del patriotismo han continuado. Y han, en efecto, estrangulado el desarrollo del movimiento.

El patriotismo del Trabajo Organizado

Para una exploración mayor de la consecuencias del “pragmatismo” del trabajo organizado, necesitamos examinar la noción de “patriotismo”. De acuerdo a. Diccionario American Heritage del Lenguaje Inglés, patriotismo es “amor de y devoción hacia el país de uno”. Aún esto no es la definición operativa de “patriotismo” en las políticas norteamericanas. La definición operativa es más cercana a “apoyo a las políticas del gobierno de uno sin reparar en los costos sociales, si dichas políticas están justificadas por los intereses del Estado-Nación. En EEUU, esta definición operativa ha sido usada primariamente para suprimir el disenso.

Gompers envolvió al trabajo organizado en la definición operativa, y la AFL y luego la AFL-CIO usaron esto para golpear la oposición a sus políticas pro-empresas, pro-imperialismo. Más críticamente, dos décadas luego de la muerte de Gompers, la definición operacional fue crítica cuando comenzó la Guerra Fría y los juramentos de lealtad estaban promulgados junto con la ley. A fines de los 1940’s, los sindicatos representando más de un millón de trabajadores fueron expelidos del Congresos de Organizaciones Industriales (CIO) por no firmar las declaraciones juradas, mandatadas por el acta Taft-Hartley, significando que sus líderes no eran comunistas. En orden de justificar y reforzar estas expulsiones, el “patriotismo” fue un medio efectivo de intimidar oponentes. Ligado a su escueta visión de patriotismo estaba la noción promocionada por la derecha política de que la actividad antirracista era un signo de influencia comunista. Este también fue el caso dentro del trabajo organizado. Los sindicatos que fueron expelidos del CIO fueron aquellos que tenían la posición más dura contra el racismo dentro del movimiento organizado.
La definición operativa, entonces, es un llamado a la colaboración de clases y el repudio de una solidaridad de internacional de la clase trabajadora. En la esfera de los asuntos internacionales, por ejemplo, la AFL y luego la AFL-CIO, apoyaron las políticas exteriores que aceptaron la hegemonía mundial de EEUU y los movimientos sindicales en Europa que estaban, ellos mismos, en oposición a la izquierda política. En otras palabras, la definición operativa de patriotismo apoya al imperio; lo que se ubica domésticamente en oposición al imperio es visto como no patriótico. El trabajo organizado, tratando de justificar su propia existencia y resistiendo los ataques de los capitalistas, escogió la ruta expeditiva de apoyo para, y avance de, la noción operativa de patriotismo. Estas políticas apoyadas que eran antitéticas a los intereses de la clase obrera, pero que a menudo parecían estar en los intereses económicos de corto plazo del trabajo (y en especial de los líderes del trabajo).

Un Contrato Social de Racialmente Neutral, ó, ¿Una marea creciente levanta a todos los barcos?

El sindicalismo establecido abrazó la noción de un contrato social entre trabajo y capital, dentro del contexto del sistema capitalista. Abrazando esta concepción, como sea, los líderes y miembros del trabajo organizado se ponen anteojeras cuando ésta implica problemas de raza o género. No coincidentemente, estas anteojeras también inhiben la habilidad de ver y entender al imperio.
Es una vez más importante clarificar estos términos. El uso temprano del término “contrato social” deriva del Iluminismo y las Revoluciones Francesa y Norteamericana del siglo XVII. El término se refería a un mito, elaborado por los intelectuales y al servicio del a burguesía emergente, a efectos de que la atadura o contrato había sido llevado a cabo implícitamente en los primeros años de la humanidad para poner fin a la barbarie histórica. Este contrato social presumiblemente reconocía los derechos básicos de todos los sectores de la sociedad y protegía a la gente contra el gobierno arbitrario. Mientras la burguesía naciente usaba el mito del contrato social en su lucha contra las monarquías absolutas y el feudalismo, el término, en efecto, justificaba la existencia de las clases y el rol relativo de cada una. Esto era cierto tanto si el contrato social tomaba la cruda forma Hobbesiana o la más revolucionaria e igualitaria de Rousseau.
En el siglo veinte, como sea, el contrato social tomó un nuevo significado, particularmente en las postrimerías de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Pasó a referirse al Estado de Bienestar y la demanda hacia la sociedad de proteger a sus ciudadanos. Nuevamente, un mito desarrollaba que había una aceptación básica de todos los sectores de la sociedad de la existencia de un fuerte sector público, beneficios sociales centrales para todos, y sindicalismo. En realidad, nunca hubo una aceptación total de estos preceptos, ni hubo aún una implementación consistente de estas políticas que hubieran hecho esto una realidad. Hubo, como sea , un balance de fuerzas en la lucha de clases que le dio a este significado del contrato social alguna plausabilidad.
El trabajo organizado ha visto típicamente los términos del contrato social como estrechamente económicos. Bajo el reinado de Gompers, aquellos que tuvieron la fortuna suficiente para estar en los sindicatos de la AFL fueron vistos como beneficiarios del contrato social. El destino de aquellos por fuera del sindicalismo oficial no tenía oportunidad. Con el tiempo, las visiones dentro del trabajo organizado cambiaron, con una mayor consideración para las condiciones y futuros trabajadores no organizados. Esto tomó la forma de organizar lo no organizado, particularmente en los 1930’s y 1940’s, y luego dentro del sector público, durante los 1960’s y 1970’s, tanto como pelear por una legislación progresiva.

Aún durante el New Deal, el contrato social nunca fue consistente. El movimiento sindical podría perpetuar el mito de este contrato sólo por su sólo por su fracaso para dirigirse las disparidades raciales en la clase obrera y entre los oprimidos en general. Por ejemplo, los programas laborales y de agricultura dejaron de lado a los granjeros negros y los granjeros en el Sur y a los granjeros chicanos y trabajadores de granjas en el Sudoeste. Poco fue hecho después, durante los “años dorados” del capitalismo norteamericano (1945-1973) para dirigirse a los secundaria (bajas pagas e inseguridad) situación del mercado de trabajo que enfrentaban la mayoría de trabajadores negros y latinos. El mito del contrato social asumía que el capitalismo ahora tenía una cara humana y sería forzado a respetar a todos los sectores de la sociedad. También asumía que las condiciones para la fuerza laboral existente mejoraría continuamente por lo que el nivel de vida de sus niños y mayores siempre sería mejor. Este mito fue un mito blanco. Las diferencias raciales en políticas de trabajos, vivienda, educación, y salud siempre militaron contra la implementación total del contrato social.

La existencia de un privilegio relativo de los blancos sobre la gente de color creó una miopía que reforzó el mito del contrato social. La habilidad de crecer desde la pobreza en los años tempranos de la inmigración llevó a muchos a creer que esa sociedad era y seguía siendo equitativa en su tratamiento de los ciudadanos. El contrato social prometía la continuidad de este modus vivendi. De hecho, la naturaleza racial del contrato social permitía la transformación de los europeos en gente blanca.
En adición a su carácter racial, el mito del contrato social también tuvo una cualidad imperial. La gran saludo de los EEUU no era simplemente el resultado de la actuación de la economía doméstica e ingenuidad, sino también su poder global. Al final de la Segunda Guerra Mundial, los EEUU era el primer poder imperialista/capitalista, y el dólar era la moneda internacional de cambio de facto. Los EEUU ha usado su poder internacional para exportar sus deudas, ganando muy necesitados recursos de liquidez para sostener su estabilidad económica. El rol imperial, por lo tanto, no tuvo solamente un impacto psicológico sobre los trabajadores norteamericanos (y no sólo los blancos); también tuvo un impacto material positivo sobre las condiciones del volumen de la clase obrera norteamericana y la pequeña burguesía. La defensa de su estatus quo se convirtió para muchos en un componente esencial de la teoría y práctica de sus vidas y sus organizaciones.
Aun la naturaleza racial e imperial del mito del contrato social y el fracaso del trabajo organizado de competir con éste determinaron la habilidad de los trabajadores de concebirse como teniendo alguna legitimidad e intereses de clase independientes. Unos de los ejemplo más trágicos de esto tomó lugar luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando el movimiento sindical falló en su esfuerzo de conducir un esfuerzo de organización en gran escala en el Sur (conocido como la “Operación Dixie”) y subsecuentemente falló en integrase en el emergente Movimiento por los Derechos Civiles. El volumen del trabajo organizado, aunque desangrado por la derrota de la Operación Dixie y el subsecuente pasaje de la rabiosamente antiobrera Acta Taft-Hartley, creyó que éste no obstante tenía un lugar establecido en la relación tripartita de negocios, gobierno, y trabajo organizado, un lugar que dictaba al trabajo promover el capitalismo norteamericano.

Una segunda tragedia revolvía alrededor del apoyo abierto de la política exterior norteamericana, incluso cuando esa política extranjera tomó el objetivo directo de obreros en ultramar. Los ejemplos van desde el apoyo al aplastamiento de los trabajadores portuarios franceses a fines de los 1940’s, y a los golpes militares en las Guayanas Inglesas en 1964, y Chile en 1973. A pesar del conocido impacto de tales acciones sobre las clases trabajadoras de esos países, el volumen del trabajo organizado estaba preparado para servir como soldados de a pie en la pelea para promover los intereses norteamericanos. En su cruzada anticomunista, el trabajo organizado podría generalmente ser tenida en cuenta para romper y atentar con destruir legítimamente las organizaciones de la clase obrera, incluyendo aquella en Brasil durante los 1980’s (la Central Unica de los Trabajadores, o CUT), tanto como aquella en Sudáfrica a fines de los 1980’s y comienzos de los 1990’s (el Congreso Sindical de Sudáfrica, o COSATU).
El impacto del mito racial del contrato social sobre el trabajo ha devenido particularmente crítico en los últimos veinte años, con el colapso del consenso Estado Benefactor/New Deal y su concepción liberal del contrato social. Si el colapso del Estado de Bienestar y el contrato social hubiese afectado sólo a gente de color, el trabajo organizado aún estaría enfrentando una crisis, pero una muy diferente es la que está experimentando actualmente. Persistiría una aceptación mayoritaria del a naturaleza equitativa del Estado imperial norteamericano, al menos en algún grado. Lo que está creando una crisis mayor, como sea, es que la emergencia de globalización neoliberal, guiada por el estado imperial americano, ha desafiado las nociones más tempranas de un trato racial para los obreros blancos.

Un reto emerge: Populismo de Derecha

Clave en la complicidad de la mayoría de la clase trabajadora blanca, y más significativamente de su fracción organizada, con el racismo norteamericano y el imperialismo había una combinación de dos factores esenciales: privilegio racial blanco y bloque social que esto creó, y la promesa de mejorar los niveles de vida. Estos dos factores, aunque relacionados, deben ser distinguidos. El privilegio racial blanco no está necesariamente atado al fortalecimiento económico del Estado Norteamericano. El privilegio es fundamentalmente político y escultural, y se refiere a la reforzada diferencia racial que existe entre blancos y no-blancos en la sociedad norteamericana. Esta diferencia existe tanto en tiempos de boom como de depresiones, pero es reforzada mediante las prácticas tanto del Estado como de la sociedad civil. Puede ser visto en las áreas de empleo, educación, vivienda, salud y cultura, como también en áreas donde hay una alta preponderancia de gente de color, tales como el entretenimiento y el deporte.

Los niveles de vida, por otro lado, se correlacionan con el cuadro económico general, la diferencia racial, y el estatus de EEUU como el poder imperialista dominante. Las decisiones políticas juegan una parte en los niveles de vida, pero la performance de la economía está directamente afectada por fuerzas más grandes. El estancamiento de la economía norteamericana, que comenzó a principios de los 1970’s, fue conducida por factores económicos y políticos. Políticas específicas y decisiones económicas fueron tomadas para tratar con este estancamiento y eso afectó a la clase obrera como un todo, usualmente con un sufrimiento desproporcionado dentro de las comunidades de color.
El estancamiento de la economía generó una caída significante en los estándares de vida para el grueso de la clase trabajadora, y esto envió reverberaciones a lo largo de toda la sociedad. Al mismo tiempo, las victorias de los movimientos sociales de gente de color y mujeres, tanto como los cambios en los modelos de inmigración, cambiaron el tapiz de la sociedad norteamericana. Tomo tiempo para la gente entender que el nivel de vida había declinado permanentemente, pero ciertamente durante los 1980’s y los 1990’s esto fue entendido. Por los 1990’s, la presa establecida estaba prestando atención sostenida a este fenómeno y su impacto sobre sectores sociales que típicamente se habían pensado a sí mismos como impenetrables ante el declinar económico.
Una de las consecuencias de la declinación de los niveles de la clase trabajadora ha sido el crecimiento del populismo de derecha, no sólo en EEUU sino en la mayoría de las nacionalistas capitalistas avanzadas. Su crecimiento en EEUU debe se entendido en términos de la crisis del bloque racial blanco, el cual se ha desplegado al tiempo que la globalización neoliberal ha crecido.

El reto para el bloque racial blanco se levantó a partir tanto de las victorias en la lucha antirracista como por los cambios en el imperialismo mismo. Las victorias en la lucha antirracista doméstica han resultado en nuevos y sin precedentes roles para individuos de color. La ubicación de gente de color como Condoleeza Rice y Colin Powell representó un cambio fundamental en los niveles top del poder. Esos no son los roles tradicionales ocupados por gente de color, tanto en administraciones Republicanas como Democráticas. En la Norteamérica corporativa, el crecimiento de CEOs (Jefes Ejecutivos, N. Del T.) en compañías claves, tales como American Express, también es significativo.
El problema creado para la Norteamérica blanca por estos desarrollos es resumido en el notorio comentario del comentarista deportivo “Jimmy el griego”, quien lamentó el futuro de los jugadores blancos con el advenimiento del los mariscales de campo negros. ¿Qué pasa con la esperanza de la persona blanca media? ¿Sigue pagando todavía ser blanco?
Ambos el asalto del Estado/Corporaciones sobre el trabajo, el cual incluyó la total venta al por mayor de mucho de la manufactura norteamericana, y la constitución de alianzas intercapitalistas e interimperialistas han significados que la fuerza de trabajo norteamericana no tenga un lugar especial para el capital norteamericano, ningún otro rol que el de consumidor. La amenaza del movimiento en ultramar, por no mencionar su actualidad, ha presentado una crisis mayor de confianza en el estatus quo del trabajador promedio. La lealtad que los trabajadores fueron llevados a esperar por parte de sus empleadores no existe. La lealtad es, siempre lo ha sido, al todopoderoso dólar.
El sentido de traición va al núcleo del populismo de derecha contemporáneo. A pesar de sus pobres resultados en la elección 2000, el comentador político Pat Buchanan su sumó los sentimientos de millones cuando lanzó peroratas a las compañías traidoras, según se alega, que habían abandonado al “trabajador norteamericano”. El sutil antisemitismo, racismo y nativismo de Buchanan se volvieron la lente para su polémica anticorporativa (aunque seguramente no anticapitalista).

El trato racial está ahora vacilante. Los elementos claves del bloque racial blanco se sienten traicionados, y los trabajadores blancos (tanto como secciones de la pequeña burguesía blanca) no pueden contar con mejores niveles de vida para sus hijos. Así, una combinación del declinamiento económico objetivo en los niveles de vida del trabajador medio y el reajuste en el trato racial ha alimentado al populismo de derecha. La furia que esto ha engendrado, tanto en la forma extrema de los movimientos de milicias o en la más aceptable forma de un Pat Buchanan, se ha convertido en un punto de presión pulsando dentro de la formación social norteamericana.
El populismo de derecha es demandando una reinstauración del trato racial blanco. Aún en su más militante anticorporativismo, éste no está desafiando al capitalismo sino demandando una vuelta a su mítico contrato social. En consideración de la situación internacional, en algunos momentos este populismo de derecha es aislacionista y proteccionista, mientras que en otros es expansionista y no proteccionista (jingoist). En ambos casos, como sea, la protección del Estado norteamericano y su rol hegemónico en el mundo son claves: los EEUU primero, y dentro de los EEUU, los así llamados nativos, y entre los así llamados nativos, los blancos. El patriotismo, en su definición operativa, viene luego a significar defensa del imperio contra cualquier amenaza potencial.
Dentro de la izquierda norteamericana, en varios puntos ha habido asunciones de que el declinar económico de EEUU, y específicamente el declinar en las condiciones para su clase trabajadora, engendraría una respuesta, sino radial, militante. Esto puede terminar siendo cierto, pero no en la manera en la cual la izquierda esperaría. El declinar de los niveles de vida no lleva automáticamente a una respuesta predecible. Le izquierda es raramente el beneficiario inmediato. Cualquier predicción política basada en esta asunción es una política destinada a la destrucción. El factor adicional complicante es el problema del bloque racial blanco. Los niveles de vida declinantes, entendidos bajo el prisma del racismo blanco y el privilegio racial blanco, puede fácilmente recaer en cualquier otro que los capitalistas y el sistema capitalista. Como hemos visto en los últimos veinte años, el número creciente de inmigrantes desde el Sur global, documentados o no, pueden ser los chivos expiatorios para el desenriedo del “sueño americano”. Políticamente, esto ha sido puesto en evidencia en inciativas sólo en inglés y anti-inmigrantes.

Aquí debería agregarse una nota. El populismo de derecha no encuentra el mismo nivel de resonancia entre gente de color. Parte de la razón para esto está obviamente en que el núcleo del populismo de derecha en EEUU es el racismo blanco. Adicionalmente, la gente de color en EEUU ha tenido la “ventaja” de ver la parte inferior del Sueño Americano. Dicho esto, dos puntos son valorables. En los 1990’s, con el avance del sentimiento anti-inmigrante y la violencia, había algún sentimiento populista entre segmentos de comunidades de color. En la campaña por la Proposición anti-inmigrante 187 en California a mediados de los 1990’s, los grandes números, aunque no la mayoría, dentro del electorado Afroamericano, Chicano, y Asiático suplementaron el fervor blanco a favor de la reaccionaria proposición. En la competencia por los recursos limitados bajo el capitalismo, los peores sentimientos comenzaron a salir a la superficie. Años atrás, en las postrimerías del 11 de Septiembre, había llamados a variantes del populismo de derecha dentro de comunidades de color. En nombre del patriotismo, los Afroamericanos, por ejemplo, fueron llamados a marchar codo a codo con otros en EEUU en la así llamada guerra contra el terrorismo. Muchos Afroamericanos abrazaron este llamado con fe en que finalmente serían aceptados como “norteamericanos”. Las cosas no han funcionado de esta manera, como sea.
Como ya ha sido notado, el populismo de derecha puede también servir a los intereses de la expansión imperial, como hemos visto luego del 11 de Septiembre. Jugando con el miedo y el deseo de venganza, el populismo de derecha ha unido con el jingoismo para apoyar todo tipos de aventuras en nombre del patriotismo, seguridad, y el aseguramiento de la hegemonía norteamericana. El deseo de venganza, no simplemente contra al-Quaeda sino contra cualquier grupo o nación alegada como amenzando el estilo de vida americano, puede jugarse políticamente apoyando a la guerra, al militarismo, y, de hecho, la represión política. Una caso apuntado es la alianza entre el reaccionario régimen de Bush y los el Sindicato Teamster bajo la dirección de Hoffa Jr.
El líder del trabajo organizado sido relativamente paralizado al dirigirse a la emergencia del populismo de derecha. Entrampado dentro del paradigma Gompersiano, el grueso del trabajo organizado has sido incapaz de responder, creíblemente, al nuevo populismo. Ha sido incapaz de dirigir el sentimiento de traición entre los trabajadores blancos, excepto retóricamente, debido a su falta de una crítica profundidad de la globalización neoliberal, la falta de una admisión franca de la naturaleza racial del contrato social, y la falta de un análisis coherente de la política exterior norteamericana. La ironía de la actual situación es que mientras nos aproximábamos a la invasión de Irak, había secciones del liderazgo del trabajo organizado que deseaban tomar posición con la agresión, pero se encontraron con que sus visiones no eran necesariamente reflejadas dentro de los miembros. Esto le da un nuevo significado a la noción de segando que uno expone.
El paradigma gompersiano no sólo restringió al trabajo organizado de tener en cuenta raza y género, sino también ha inhibido la habilidad de derribar el cuadro del capitalismo global. En la medida en que el trabajo organizado vio su rol como ayuda a la promoción de un más humano, pro norteamericano – capitalismo global, se ha encontrado a sí mismo desjarretado en su oposición a la política exterior norteamericana. Las demandas del trabajo organizado de hacer frente a su brutal historia de apoyo al imperialismo norteamericano ha sido encontrada en silencio desde que no hay consenso en esta historia, y en si era o no correcto colaborar en esas atrocidades varias. Así, en las postrimerías del 11 de Septiembre, era casi imposible entablar una discusión de política exterior norteamericana y el odio que se cocinaba engendrado por el rol que EEUU ha jugado en el Sur global. La represión en nombre del patriotismo que ha tomado lugar nacionalmente tuvo su contrapartida dentro de las líneas del trabajo organizado cuando se convirtió en un intento serio de entender la tragedia del 11 de Septiembre.

¿Puede el Trabajo Organizado ser ganado para el Antiimperialismo?

No hay una respuesta clara a esta pregunta. Hay buenas razones para creer que segmentos de la clase obrera, incluyendo partes de su sección organizada, en el corto término, serán ganadas para una variante de políticas antiimperialistas. En el largo plazo, como sea, el antiimperialismo necesitará convertirse en la visión dominante dentro de la clase obrera norteamericana si una forma de políticas progresivas y transformativas, tales como el socialismo, se hacen hegemónicas. El escritor uruguayo Eduardo Galeano hizo la observación de que el Sur global alcance el nivel de desarrollo del Norte global, se necesitaría ser diez planetas más en el sistema solar. Esta es una ilustración dramática de la escueta manera en que los recursos son distribuidos y utilizados internacionalmente. De acuerdo a Naciones Unidas, la quinta parte más rica de la población mundial consume el 86 por ciento de todos los bienes y servicios mientras que el cinco más pobre consume el 1,3 por ciento. En adición a los recursos actuales, la riqueza está polarizada dramáticamente. Una vez más, según la ONU, en 2002 los 225 individuos más ricos, de los cuales 60 son de EEUU, han combinado una riqueza de más de un trillón de dólares, equivalente al ingreso anual del 47 por ciento más pobre del a población mundial.
El desbalance en recursos y riquezas, un resultado directo del imperialismo, no es notado aquí para hacer una apreciación moral. Ni es una advertencia para las pobres masas hambrientas y la caridad que necesitan. Mejor, para que avance la clase obrera norteamericana, y especialmente para que el movimiento sindical se transforme, una apreciación de su desbalance debe convertirse en parte de las nuevas políticas que abrace, pues estos hechos apuntan por qué para mucha gente es una proposición desquiciada, la necesidad de una redistribución global de la riqueza.
Para derrotar al populismo de derecha dentro de la clase obrera y otros sectores de la sociedad norteamericana, deberá montarse un asalto multidentado contra los puntos de división. Romper el bloque racial blanco y quebrar la conciencia imperial serán las claves de este asalto. A la magnitud de estos segmentos de la clase obrera norteamericana que se ven a sí mismas como víctimas del resto del mundo, más que peones y víctimas en un juego imperialista, el populismo de derecha puede ser tenido en cuenta para ganar fortaleza.
En este contexto, la lucha por la reparaciones - domésticas para los Afroamericanos e internacionalmente para los Africanos – tiene un carácter antiimperialista. La demanda por reparaciones comienza con la discusión sobre la distribución global (y doméstica) de la riqueza. Esta no es una demanda para que la gente blanca, o en el contexto internacional, los ciudadanos del Norte global, dejen sus cepillos de dientes y autos. Esta es una demanda, como sea, que necesitará cambiar la manera en que vivimos nuestras vidas en el Norte global. Es una demanda que necesitará ser dirigida a los gobiernos, corporaciones multinacionales, bancos, y a la industria inmobiliaria para la compensación por atrocidades pasadas y, en términos más generales, la reconstrucción de la asistencia para que la gente dejada de la de la historia vuelva al camino de un desarrollo autodeterminado.
Nuevamente, es no es caridad. Es esta compensación para los crímenes cometidos. Es también un reconocimiento de que en el Norte global generalmente, y la gente de EEUU en particular, no puede confiarse en tanto vuelve un ojo ciego a la riqueza (y la gente) robada del resto del mundo. Esto puede sonar moralista, pero puede ser puesto en términos que son más interesantes en sí mismos: no habrá seguridad para nadie en tanto la riqueza, los recursos, y el poder sean distribuidos tan injustamente.
Así, dentro del sección organizada de la clase obrera, la lucha por la lucha por las reparaciones y la redistribución de la riqueza global debería mover desde una demanda de bienintencionados izquierdistas hacia una demanda política del movimiento. Tal demanda puede ser tomada de muchas formas, una es la lucha por una política exterior democrática. A la luz de la codificación de la administración Bush del “Nuevo Orden Mundial” mediante el lanzamiento de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de EEUU en otoño de 2002, la entera pretensión de una política exterior pacífica, humana, y no dañina ha sido desnudada. La nueva doctrina proclama a todo el mundo que vea y escuche, que los EEUU conducen el imperio capitalista mundial; que a ningún otro poder debería permitírsele disputar al poder militar norteamericano; y que EEUU se reserva el “derecho” de tomar cualquier acción militar preventiva contra cualquier nación o fuerza que juzgue una amenaza contra sus intereses.
Mientras EEUU se ha comprometido históricamente en mucho de lo que defiende la nueva doctrina, lo diferente es la ruidosa naturaleza de la proclama. Lo que también es diferente es el flagrante descuido de las opiniones y acciones de los aliados imperialistas claves de EEUU, en que uno de los casos apuntados es el caldeado debate rodeando a Irak. Mientras la administración Bush ha tenido éxito como pocas veces antes en su aislar a EEUU internacionalmente, los que es chocante es la arrogante denegación de la importancia de su aislamiento.

El desarrollo del antiimperialismo como una masa dentro de la clase obrera, por lo tanto, implica una pelea por una política exterior norteamericana democrática. Por supuesto, en tanto EEUU siga siendo un poder imperial, siempre habrán límites objetivos a su capacidad de tener una política exterior democrática. A pesar de esto, es la pelea la que es crítica para cambiar la conciencia de la clase obrera norteamericana, con contemplación del rol de EEUU en la escena mundial. Tal lucha podría incluir demandas por asistencia en reparación/reconstrucción, asistencia masiva para la Fundación AIDS Global, la renuncia a la Estrategia de Seguridad Nacional de EEUU, el retiro de ayuda militar a regímenes dictatoriales, la remoción de subsidios agrícolas desde el agronegocio norteamericano, la paga total de las deudas a la ONU, el reemplazo de la World Trade Organization (OMC, Organización Mundial del Comercio) por una institución democrática multilateral, y la lista podría seguir y seguir. En suma, esta es una pelea por alterar el rol de EEUU dentro de la escena internacional.
Hay un costado adicional a la pelea por una política exterior democrática. Pues que la clase obrera se comprometa a esta lucha representa un golpe contra la dependencia Gompersiana en cualquiera de los dos partidos capitalistas establecidos. Tal pelea trae al frente la noción de una visión de independencia de la clase obrera del mundo en vez del seguidismo a quien parezca el más democrático. La política sindical durante la era Clinton demostró la bancarrota de fallar en tener una posición independiente. Aun cuando hay desacuerdos con Clinton en lo concerniente a la política exterior (o la política doméstica, tal como con la reforma del bienestar), había un profundo miedo de establecer un terreno independiente. Esto hizo excesivamente dificultoso para el movimiento sindical el conducir a una lucha consistente contra las políticas pro-globalización de Clinton (con excepción de las manifestaciones contra la OMC).

Otro reto para la clase obrera de EEUU es el del proteccionismo. El proteccionismo pude aparecer a veces como anticorporativo, sino antiimperialista, pero en realidad no es ninguno de los dos. Mientras este es el caso que la clase obrera está justificada en su odio por la pérdida de empleos, más que una responsabilidad proteccionista, debe haber una respuesta que golpee al capital y apoye a los trabajadores en ultramar. Como Jesse Jackson demandó elocuentemente durante su carrera por la presidencia en 1988, debe haber responsabilidad - qué podría describirse igualmente como un formulario de repararos/reparations – en la parte de capital cuando deja vacante un barrio, comunidad, ciudad, o estado. Este problema va a otro asunto que se extiende más allá del alcance de esta nota. Con la pérdida de muchos trabajos productores de valor debido a cambios tecnológicos o movimientos off shore, la productividad ganada por las corporaciones debe ser compartida. No podemos asumir que habrá un retorno de tales empleos bien pagados en el futuro, así, para tomar algo de Tony Mazzocchi, fundador del Labor Party (de EEUU), será necesario una redefinición del trabajo. Habrá una necesidad adicional de un esfuerzo de sindicalización masiva del trabajo existente para transformarlos desde empleos de bajos-salarios a empleos de altos-salario.

Una segunda respuesta al problema específico del cambio de trabajos en ultramar es la verdadera solidaridad internacional. El crecimiento del sindicalismo de izquierda en lugares tales como Sudáfrica, Nigeria, Brasil, y Sudcoréa ha representado un mayor desarrollo en la pelea por la justicia global. Esto no sólo ha significado una mejora en los niveles de vida de los trabajadores, sino también ha hecho mucho más complicado para los capitalistas colocar trabajadores en lo que se ha convertido en una carrera hacia el fondo. La AFL-CIO bajo John Sweeney ha conseguido considerables mejoras en la escena internacional con respecto a la solidaridad del trabajo, pero aún aquí ésta es inconsistente, con remanentes del sindicalismo de la Guerra Fría que continúan graznando. La opción, para el trabajo organizado en EEUU, parece demasiado a menudo se una entre el deseo de respetabilidad en los círculos burgueses con la acompañante fantasía de un retorno a los “viejos buenos tiempos” del contrato social del New Deal, versus la solidaridad con el trabajo exterior genuino y otros movimientos sociales.
Una escena final que está implícita en la superficie es la oposición a las aventuras guerreristas norteamericanas. Mientras sea concebible este escenario puede reemerger que en algún punto es análogo a la Segunda Guerra Mundial, no hay nada como esto en el horizonte. En su lugar, y en línea con la nueva doctrina de seguridad nacional de EEUU, justificada, de la manera más cínica, por los alegados intereses sobre los derechos humanos, el terrorismo, y los así llamados estados pícaros. Fuerzas liberales y progresivas son constantemente puestas a la defensiva cuando la izquierda política demanda que sean tomadas acciones contra tal o cual Estado. En su lugar, debemos responder las preguntas difíciles como a los objetivos de las políticas exteriores y la acciones militares. Para hacerlo, particularmente en el ambiente pos-11 de Septiembre, el miedo deber ser directamente dirigido. Tanto como el miedo del las amenazas reales o alegadas domine el discurso nocional, el antiimperialismo será suprimido.

El miedo que la mayoría de la gente experimenta hoy es la inseguridad frente a ataques terroristas próximos. Este miedo ha sido actuado por a administración Bush y la derecha política para incrementar la militarización y la represión doméstica, y para desalentar cualquier examen popular del la deteriorada economía norteamericana (y global). Esto puede ser quebrado en una magnitud en que la gente llegue a entender la naturaleza política de los terroristas (tanto clérigos fascistas como terroristas de Estado), tanto como a las acciones de EEUU que han dado lugar a la base de simpatía que muchos de estos terroristas reciben.

Pensamientos de Conclusión

El reto de la clase obrera norteamericana y del trabajo organizado no puede ser dirigido sin alguna presencia formal de la izquierda. La emergencia del antiimperialismo como una tendencia, más que un set de políticas elaboradas por algunos individuos, implicará comprometerse en varias luchas políticas, tanto dentro del movimiento sindicalista como fuera de éste.

El movimiento contra agresión sobre Irak es precisamente una suerte de fenómeno social de masas que puede dar lugar a la fundación de un moviento antiimperialista. Aún aquí, empero, esto fallará al menos de que haya cierta presencia de la izquierda organizada para reunir las diferentes tendencias.
La discusión de la reconstitución de tal izquierda va más allá de los alcances de este artículo. Es suficiente decir, empero, que el desarrollo de un genuino antiimperialismo está actualmente atado a la visión de un mundo diferente. El antiimperialismo su mejor sentido es no solamente una reacción contra las atrocidades del Norte global, sino la sugerencia de que el mundo puede operar en una base fundamentalmente diferente. Crear y articular tal visión debería ser la tarea de la genuina izquierda. El ausencia de tal izquierda y de una nueva visión, nos encontraremos enfrentando y peleando interminables batalla de resistencia con poca esperanza de una victoria final.


     

 

   
  La Fracción Trotskista está conformada por el PTS (Partido de Trabajadores por el Socialismo) de Argentina, la LTS (Liga de Trabajadores por el Socialismo) de México, la LOR-CI (Liga Obrera Revolucionaria por la Cuarta Internacional) de Bolivia, LER-QI (Liga Estrategia Revolucionaria) de Brasil, Clase contra Clase de Chile y FT Europa. Para contactarse con nosotros, hágalo al siguiente e-mail: ft@ft.org.ar