Intelectuales y Académicos

La guerra de Bush se torna global

 

Autor: Naomi Klein *

Fecha: 30/8/2003

Traductor: Victoria Rouge, especial para P.I.

Fuente: Common Dreams


El presidente de EE.UU. ha creado una herramienta para cualquier mini-imperio que quiera deshacerse de la oposición

El Hotel Marriot de Jakarta seguía en llamas cuando Susilo Bambang Yudhoyono, el ministro coordinador de asuntos políticos y de seguridad de Indonesia, explicó las implicaciones del ataque de ese día.

“Los que critican el quebrantamiento de los derechos humanos tienen que entender que todas las víctimas de la bomba son más importantes que cualquier asunto de derechos humanos.”

En una oración obtuvimos el mejor resumen de la filosofía que subyace a la llamada Guerra contra el Terrorismo del presidente George W. Bush. El terrorismo no sólo vuela edificios; hace desaparecer cualquier otro asunto del mapa político. El espectro del terrorismo, real y exagerado, se ha convertido en un escudo de impunidad, protegiendo a los gobiernos alrededor del mundo de cualquier escrutinio por sus abusos a los derechos humanos.

Muchos han argumentado que la guerra contra el terrorismo es la sutilmente velada excusa de los EE.UU. para construir un imperio clásico, siguiendo el modelo de Roma o Gran Bretaña. A dos años de la cruzada, está claro que esto es un error: La pandilla de Bush no tiene la perseverancia para ocupar exitosamente un país, ni hablar de una docena.

El Sr. Bush y su pandilla, sin embargo, tienen la perspicacia de buenos vendedores, y saben cómo hacer contratos. Lo que ha creado el Sr. Bush en la Guerra contra el Terrorismo es menos una doctrina para la dominación del mundo que una herramienta fácil de ensamblar para cualquier mini-imperio que busque deshacerse de la oposición y expandir su poderío.

La Guerra contra el Terrorismo nunca fue una guerra en el sentido tradicional, carecía de un objetivo claro o de una locación fija. Es, en cambio, una especie de marca registrada, una idea que puede ser una franquicia adquirida en el mercado por cualquier gobierno como limpiador multiuso de la oposición.

Ya sabemos que la Guerra contra el Terrorismo funciona en grupos domésticos que utilizan tácticas terroristas, como Hamas o las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Esa es sólo su aplicación más básica. La Guerra contra el Terrorismo puede ser utilizada con cualquier movimiento de liberación u oposición. Puede ser aplicada deliberadamente a inmigrantes no gratos, molestos activistas por los derechos humanos e incluso con periodistas difíciles de sacar del medio.

Fue el Primer Ministro israelí el primero en adoptar la franquicia del Sr. Bush, repitiendo como loro las plegarias de la Casa Blanca de “arrancar esta maleza de raíz, destruir su infraestructura” al tiempo que mandaba bulldozers a los territorios ocupados para arrancar olivos y tanques para demoler las casas de los civiles.

Pronto, las malezas del Sr. Sharon incluyeron a los observadores de derechos humanos que estaban buscando testigos de los ataques, así como asistentes auxiliares y periodistas.

Otra franquicia abrió pronto en España cuando el Primer Ministro José María Aznar extendió su Guerra contra el Terrorismo desde el grupo guerrillero vasco ETA al movimiento separatista en su conjunto, la vasta mayoría del cual es pacífica. El Sr. Aznar se resistió a negociar con el gobierno autónomo vasco y prohibió el partido político Batasuna (a pesar de que, como dijo el New York Times en junio, “no se han encontrado lazos entre Batasuna y los actos terroristas”). También ha cerrado los grupos vascos por los derechos humanos, las revistas y el único periódico publicado enteramente en la lengua vasca. En febrero, la policía española irrumpió en la asociación de escuelas medias vascas acusándola de tener lazos terroristas.

Este parece haber sido el verdadero mensaje de la franquicia guerrerista del Sr. Bush: ¿Por qué negociar con los oponentes políticos si se puede aniquilarlos? En la era de la Guerra contra el Terrorismo, pequeñas preocupaciones como los crímenes de guerra y los derechos humanos simplemente no se registran.

Entre los que han tomado nota cuidadosamente de las nuevas reglas está el presidente de Georgia, Eduard Shevardnadze. En octubre, mientras cinco chechenos eran extraditados a Rusia (sin el proceso correspondiente) por su Guerra contra el Terrorismo, afirmó que “los compromisos internacionales de derechos humanos pueden volverse débiles comparados con la importancia de la campaña anti-terrorista.”

La presidenta de Indonesia, Megawati Sukarnoputri, tenía el mismo memorando. Llegó al poder pregonando la limpieza de los militares notoriamente corruptos y brutales y traer paz al turbulento país. Por el contrario, ha postergado charlas con el movimiento de liberación Aceh y en mayo invadió la provincia, la mayor ofensiva militar desde la invasión de Timor Oriental en 1975. La organización por los derechos humanos de Indonesia, Tapol, describe la situación en la provincia petrolera como “un infierno viviente, una redada diaria de trauma y miedo extremo, de ciudades barridas, de captura de gente al azar y, horas más tarde, sus cuerpos dejados al lado de la ruta.“

¿Por qué el gobierno de Indonesia pensó que podía realizar la invasión después del disturbio internacional que la forzó a salir de Timor Oriental? Fácil: Después del 11 de septiembre el gobierno calificó a los movimientos Aceh por la liberación nacional de “terroristas”, lo que significa que las observancias de los derechos humanos no se aplican más. Rizal Mallarangeng, una consejera de Megawati, lo llamó “la bendición del 11 de septiembre."

La presidenta de Filipinas, Gloria Macapagal Arroyo parece sentirse igualmente bendecida. Rápida al calificar su guerra contra los separatistas islámicos en la región sureña de Moro como parte de la Guerra contra el Terrorismo, la Sra. Arroyo – como el Sr. Sharon, el Sr. Aznar y Megawati – abandonó las negociaciones de paz y emprendió una brutal guerra civil en cambio, exiliando a 90.000 personas el año pasado.

Ella no se detuvo ahí. El pasado agosto, hablando con soldados en la academia militar, la Sra. Arroyo extendió la guerra más allá de los terroristas y los separatistas armados para incluir a “quienes aterrorizan fábricas que dan trabajo,” código para sindicatos. Grupos obreros en las zonas de libre comercio filipinas reportan que dirigentes sindicales están enfrentando crecientes amenazas, y las huelgas están siendo aplacadas con extrema violencia policial.

En Colombia, la guerra del gobierno contra las guerrillas izquierdistas han sido usadas desde hace tiempo para cubrir el asesinato de cualquiera que tuviera lazos izquierdistas, ya sean activistas gremiales o granjeros indígenas. Pero aún en Colombia las cosas se han tornado peores desde que el presidente Álvaro Uribe tomó el mando en agosto del 2002, siguiendo la plataforma de la Guerra contra el Terrorismo.

El año pasado fueron asesinados 150 activistas gremiales. Como el Sr. Sharon, el Sr. Uribe se movió velozmente para deshacerse de los testigos, expulsando a los observadores extranjeros y disminuyendo la importancia de los derechos humanos. Sólo después de que “se desmantelen las redes terroristas... haremos completo acatamiento a los derechos humanos,” dijo el Sr. Uribe en marzo.

A veces la guerra contra el terrorismo no es una excusa para declarar una guerra, pero sí para mantenerla. El presidente mexicano Vicente Fox asumió el poder en el 2000 pregonando apaciguar el conflicto zapatista “en 15 minutos” y atacar los abusos excesivos a los derechos humanos cometidos por los militares y la policía. Ahora, después del 11 de septiembre, del Sr. Fox ha abandonado ambos proyectos. El gobierno mexicano no se ha movido para reiniciar el proceso de paz zapatista y, la semana pasada, el Sr. Fox cerró la conocida oficina del subsecretario de derechos humanos.

Esta es la era que tuvo comienzo el 11 de septiembre, guerra y represión impulsada no por un solo imperio, sino por una franquicia global de ellas. En Indonesia, Israel, España, Colombia, Filipinas y China, los gobiernos se han aferrado a la terrible Guerra contra el Terrorismo del Sr. Bush y la están usando para borrar a sus oponentes y asegurarse con fuerza en el poder.

La semana pasada, otra guerra estuvo en las noticias. En Argentina el senado votó derogar dos leyes que garantizaban inmunidad a los sádicos criminales de la dictadura de 1976-1983. Al mismo tiempo, los generales llamaron a su campaña de exterminio “guerra contra el terror”, usando una serie de secuestros y ataques violentos por parte de grupos izquierdistas como una excusa para asegurarse el poder.

La vasta mayoría de las 30.000 personas que fueron desaparecidas durante la dictadura no eran terroristas; eran líderes sindicales, artistas, docentes, psiquiatras. Como en todas las guerras contra el terrorismo, el terrorismo no era el blanco – era una excusa para declarar la verdadera guerra a la gente que se atrevía a disentir.

* Autora de ‘No Logo’ y ‘Cercos y Ventanas’.

Publicado el 27 de agosto de 2003.


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