Latinoamérica
Bolivia: gran victoria popular
Autor:
Guillermo Almeyra
Fecha:
19/10/2003
Fuente:
La Jornada (Mexico)
Cuando las elecciones presidenciales -en las que la embajada de Estados Unidos trató de vetar la candidatura de Evo Morales, dirigente del Movimiento al Socialismo (MAS)- resultó evidente que el Palacio (las instituciones y los partidos institucionales) había puesto en el gobierno al gran empresario neoliberal Gonzalo (Goni) Sánchez de Lozada, pero que el poder estaba en disputa con un gobierno paralelo: el de las calles, campos y centros de trabajo, el de los indígenas obreros o campesinos. Como dijimos entonces, ese enfrentamiento debía resolverse con la intervención de la fuerza popular, que sucedió en relativamente poco tiempo. Ahora los oprimidos bolivianos, a costa de casi 100 muertos (el número exacto no se sabe), han derribado al hombre de Washington que quería mantenerse a sangre y fuego, han dividido el establishment y a los partidos que apoyaban al gobierno neoliberal, han obligado al vicepresidente a prometer una Asamblea Constituyente y a realizar un referéndum sobre la exportación de gas por Chile, que seguramente será aplastantemente desfavorable para el gobierno (y, dicho sea de paso, para el "socialista" chileno Ricardo Lagos, quien apostaba indirectamente a la represión contra el pueblo boliviano).
Los trabajadores bolivianos demostraron una vez más que son los más heroicos y políticamente avanzados de nuestro continente. Supieron hacer alianzas sociales: campesinos, obreros y sectores urbanos pobres se unieron tras un proyecto de alcance nacional y democrático, basado en su organización y su democracia directa, que conduce a la exigencia de una Asamblea Constituyente para ver cuál es el país que el pueblo boliviano quiere.
Si los zapatistas insurgieron con una hermosa consigna general, pero futura y abstracta ("por un mundo donde quepan todos los mundos"); si los indígenas ecuatorianos de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie) derribaron a los presidentes Bucaram y Mahuad y tomaron efímeramente el gobierno antes de participar después en el mismo, pero sin proyecto propio -sólo rechazando los de la oligarquía, y esencialmente como masa de maniobra de otras fuerzas, como los militares-; si un sector de los trabajadores argentinos demostró su rabia contra el establishment con la consigna "¡que se vayan todos!", pero también demostró su falta de unidad y de proyecto, los bolivianos hacen alianzas detrás del programa social y político, bajo la bandera de sus organizaciones.
Como siempre ha sucedido en Bolivia, no hay margen para charlas sobre las multitudes ni sobre la desaparición de las clases y la lucha de éstas, la historia tiene espesor, está siempre presente. Inclusive en la negativa a la exportación de gas a través de Chile está la visión del pueblo sobre la continuidad del despojo imperialista: desde la guerra del Pacífico, en la que Inglaterra impuso la ocupación por Chile de los territorios que daban a Bolivia salida al mar, la guerra del Chaco y hasta la actual ocupación estadunidense. No es nacionalismo a secas: es el nacionalismo antimperialista de los oprimidos que da conducción a quienes, en la policía y las fuerzas armadas, vieron al gobierno oligárquico reconociendo la usurpación del suelo boliviano y a los trabajadores buscando construir una Bolivia independiente y socialista.
Ahora, el nuevo presidente -que pertenece al mismo grupo social que el defenestrado Goni- se ve obligado, dado que la relación de fuerzas es favorable a los sectores populares, a prometer y prometer, inclusive una Asamblea Constituyente, mientras trata de ganar tiempo para reorganizar las fuerzas del sector capitalista y también para tratar de que se profundicen las diferencias en el sector popular, sobre todo entre los que, por un lado, tratan de hacer política y de afirmar una alianza y un programa de gobierno, y los que, por otro, con una política ultrarradical que en el fondo divide y paraliza a los triunfadores de hoy, trata de imponer, con los aymaras de Felipe Quispe, una república india, un Kollasullo, un retorno al pasado precolonial. Tal como en el resto del movimiento indígena latinoamericano, no ha terminado la lucha entre el esencialismo indio (ese racismo al revés) y el enfoque social de los indígenas como campesinos u obreros, explotados, que se liberarán como indios aliándose con los demás oprimidos. La madurez política de los indígenas bolivianos, el hecho mismo de que muchos de sus dirigentes campesinos hayan sido antes mineros y pasado por la escuela de un sindicato que enarbolaba el programa de Pulacayo, la historia misma de la Bolivia popular (como la Asamblea Constituyente Popular de hace menos de un cuarto de siglo) permiten ser optimistas y confiar en el triunfo de la corriente que dirige Morales. Pero la lucha se librará en medio de la fuerte intervención militar, política, informativa, financiera, de la embajada yanqui que protesta por el triunfo de la "violencia delincuencial". Habrá que contar también con el sabotaje de los gobiernos de Argentina, Brasil y Chile, que temen el contagio social, y con la parálisis de la izquierda en esos países, que no ha comprendido lo que está en juego en Bolivia ni combate para imponer a su respectivo gobierno nacional una ayuda inmediata al pueblo boliviano, así como una salida alternativa al gas, en condiciones favorables para Bolivia. De modo que la pelea apenas comienza y exige más que nunca respaldar a los indígenas y trabajadores bolivianos.
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