Latinoamérica
Bolivia: ¿Qué queda del proyecto político de Sánchez de Lozada?
Autor:
Gustavo Guzmán
Fecha:
19/10/2003
Fuente:
Revista Pulso
“No, yo no soy capaz de matar”, le ha dicho el Vicepresidente Carlos D. Mesa al Presidente todavía en funciones. Hay, en estas palabras, un abismo de historia que Gonzalo Sánchez de Lozada no es capaz de comprender.
Balance en la urgencia
Con la Biblia en las manos, y con una rápida lectura del Eclesiastés -–“...seamos humildes y amables...–, la señora Ximena Iturralde de Sánchez de Lozada, el miércoles 15, convocaba al pueblo de Bolivia “a orar en las iglesias, a orar por la familia...”. Poco antes, aparecieron en las pantallas de la televisión los presidentes de las dos cámaras del Congreso, con una bandera en las espaldas, adosada de un crespón negro.
Estas dos imágenes expresan con precisión el espectáculo mediático que ofrece la política todavía instalada en Palacio de Gobierno. La mujer del Presidente –Capitán General de unas Fuerzas Armadas que asesinaron a más de 60 bolivianos– invitando a rezar... ¿rezar por esos bolivianos asesinados o por que Cristo Salvador salve a su marido?
Los presidentes de las cámaras del Congreso, a diferencia de la señora citada, por supuesto que no invitaron a rezo alguno, estaban allí en la televisión para proponer un mensaje de “normalidad”, a pesar del crespón negro de la bandera nacional que lucían en sus espaldas... ¿señal de duelo por esos bolivianos asesinados, por esas muertes de las que son responsables políticos?
Cinismo y crimen
Es el tiempo del cinismo en Palacio de Gobierno, el tiempo de la política asomada a la brutalidad del crimen. El tiempo de las marionetas (la señora citada y los pajes del Congreso). Hay, sin embargo, en el fondo de ese comportamiento, el signo preciso de la decrepitud de un régimen político que agoniza porque vuelve a su médula esencial, la que niega la democracia: la respectiva dosis de muerte frente al desacato de la masa, el escarmiento a punta de bala.
El Eclesiastés y el crespón negro de las marionetas, sin embargo, son poca cosa frente a la agonía de un hombre –el Presidente dueño de las marionetas–, que en menos de 14 meses de gobierno ha sido abatido por la ventolera de unos indios que desprecia –los de Warisata, Omasuyos y los de El Alto– y que hoy le han resucitado el fantasma inacabado de una rebelión que no cabe en los desportillados cánones de su idea de democracia.
Pero eso no es todo, porque los indios –en la historia larga– han sido siempre los hombres de la vereda del frente, los del asedio social y militar permanente, los que no caben en la idea democrática anglosajona que manda en la mente de Sánchez de Lozada.
Eso es historia, un duelo no resuelto que hoy le toca enfrentar al neoliberal más lúcido de la democracia boliviana, ahora sometido, en su agonía y decrepitud, a ese espacio de la política en que sólo cabe el imperativo militar: se manda y se obedece, porque el precio que se paga por no hacerlo es simplemente la desaparición política. En esas está el “reformador estructural”, y a ver cómo sale. Éste es uno de los vértices de la agonía.
Yo no tengo el valor de matar
Los datos de la decrepitud no son sólo históricos, proceden de la historia corta y empiezan cuando el hombre que Sánchez de Lozada eligió para conducir su gobierno ha decidido ofrecerle una bofetada: Carlos D. Mesa Gisbert, lector de la historia por añadidura, “incapaz de matar”, como acaba de decir él mismo, le ha dicho a Sánchez de Lozada que no va más.
No es poco lo que acaba de decirle Carlos D. Mesa a Sánchez de Lozada: “Me han preguntado si tengo el valor de matar. Y mi respuesta es no, no tengo el valor de matar, ni tendré mañana el valor de matar. Por esa razón es que es imposible pensar en mi retorno al Gobierno”.
Esta frase refleja, sin vueltas, el abismo que ha abierto la muerte entre Sánchez de Lozada y Carlos D. Mesa, y uno, cualquiera que mire el país, puede permitirse una lectura adicional: usted, señor Presidente, sí es capaz de matar (¡y cómo!), yo no. Algo muy parecido, pero sin la elegancia del Vicepresidente, dice la multitud en las calles: “¡Asesino”!
Y con Carlos D. Mesa, con ese gesto de honestidad y dignidad intelectual, se ha desatado un desacato mayor hasta hace poco sencillamente inconcebible, uno más próximo a la alcurnia política que explica al Presidente en agonía: las capas medias, las “clases tranquilas” por definición, han comenzado a levantarle la mano, y se espera que no sea sólo por la ausencia de una garrafa de gas. Ése es otro de los vértices de la agonía del Presidente.
Un par de apuntes más sobre el último mensaje vicepresidencial. Tomando distancia de “los otros”, ha dicho también Carlos D.Mesa que no está dispuesto “a servir como instrumento en un proceso creciente y peligroso de polarización de la sociedad boliviana”. Ha dicho que no se presta a ser “instrumento ni bandera de ningún grupo cuyos intereses hoy trascienden también los intereses de la patria”. Se desmarca y toma distancia el Vicepresidente de los indios alzados, y tiene sus razones también históricas, no se le puede pedir más, se trata de “una utopía que nadie sabe a donde va”, tal como dice –quizá para pena del Vicepresidente– el propio Sánchez de Lozada. Y quizá por eso mismo, el Presidente que sí puede seguir matando considere que Carlos D. Mesa es un “ingenuo” o la “solución ilustrada” de la crisis. Es el viejo duelo no resuelto de la historia, paradoja para el historiador.
“Tarde llegaste marqués”
Pero si esas son las palabras del Vicepresidente, las que pronuncia Sánchez de Lozada son otro más de los vértices de su agonía. Se trata de un catálogo de palabras desesperadas cuyo origen sólo puede proceder, precisamente, del duelo histórico no resuelto y del extravío político: “Acecha un gran proyecto subversivo, organizado y financiado desde el exterior para destruir la democracia boliviana”; “no es posible que se reemplace la democracia con una dictadura sindical (o a través de “un golpe narcosindical”, según la última versión del verbo presidencial); “... es una sedición financiada desde los intereses más bajos del mundo”.
Esas fueron palabras pronunciadas el lunes 13 de octubre. Vinieron luego las del miércoles 15, “razonadas” con sus socios, el MIR y NFR, alfeñiques de la ocasión. Allá Sánchez de Lozada esgrime su última carta “democrática”, la “concesión” a los alzados: a) Referéndum Consultivo para exportar el gas; b) revisar la Ley de Hidrocarburos en común acuerdo con las petroleras; y c) incorporación de la Asamblea Constituyente a la Constitución Política del Estado.
Éste ha sido el último gesto “democrático” del Presidente en agonía. Poco después, en un diálogo a distancia con corresponsales de la prensa internacional, esgrimiría su verdadera carta: “Lo que hay en Bolivia es un golpe de Estado en marcha”, un “narcogolpe” se puede suponer. Se equivoca Sánchez de Lozada, apela al discurso del “susto” para unas clases medias que, con Ana María Romero de Campero, la ex Defensora del Pueblo y hoy coordinadora de un intenso movimiento de resistencia, le han respondido así: “tarde llegaste marqués...”.
Se equivoca el Presidente todavía en funciones porque en sus palabras no hay una sola mención a los muertos que carga en sus espaldas, se equivoca porque aún si cuajara el “golpe” del que habla, mientras Bolivia no resuelva el duelo histórico pendiente, las masas que hoy lo destinan a la agonía insistirán en convertir al Estado en su permanente rutina, un estado de sitio.
Se equivoca Sánchez de Lozada porque aún sin “golpe” y bajo un nuevo sometimiento temporal de los eternos alzados bajo el fuego de las armas, ¿cuánto tiempo más podrá gobernar? ¿Qué le queda al más lúcido de los neoliberales? Muerte, sólo muerte.
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