El intento del imperialismo norteamericano,
mediante la guerra contra Irak, de imponerse como una potencia hegemónica
incuestionable y establecer un nuevo orden mundial, no es nuevo.
Es continuación de la política expansionista del capitalismo
estadounidense de mediados del siglo XlX cuando llevó a fondo
la Doctrina Monroe, el "Destino Manifiesto", y más
tarde, la del "gran garrote" (big stick), con la que los
Estados Unidos sentaban las bases ideológicas de su política
imperialista (bajo esta política anexionista, América
Latina fue considerada su "patio trasero").
Con esta lógica imperial, y aprovechando las tendencias separatistas
que en Texas impulsaban los colonos norteamericanos (alentadas por
sectores del gobierno norteamericano), el presidente James N. Polk
y el Congreso, reconocieron la independencia de Texas en 1845 como
parte de una estrategia para anexarla posteriormente a los EEUU.
En 1846, al igual como hoy lo hace en el Golfo Pérsico inundándolo
con sus portaaviones, los estadounidenses sitiaron con sus corbetas
y fragatas los principales puertos del Golfo de México, bajo
la supuesta "defensa" de sus intereses y la "seguridad
nacional" que la cuestión texana les planteaba en su
frontera Sur.
Es una política muy similar a la que se expresa hoy en torno
a Irak y Medio Oriente; como la "cruzada" militar por
la "democracia y la libertad" en una importante región
productora de petróleo y de gran importancia estratégica
en el espectro geopolítico internacional.
En aquel entonces, el pretexto de la declaración de guerra
hecha por el gobierno mexicano para recuperar Texas le permitió
al gobierno de los EEUU avanzar en sus planes anexionista, invadiendo
con su ejército al país y ocupando la capital en septiembre
de 1847, aprovechando su superioridad militar y económica.
Al imponerse sobre un país atrasado que apenas 25 años
antes había logrado su independencia de la corona española
(después de 300 años de sometimiento), las fuertes
exigencias de EEUU pronto demostraron que estaba lejos defender
su frontera ante la "amenaza" de sus intereses por la
situación política que existía en México.
La suya era una política colonialista por la anexión
de Texas, Nuevo México, Utah, Nevada, y California, con lo
que le arrebataban a México el petróleo de Texas,
el oro de California, más los bosques y los ríos y
tierras de siembra, lo que potenció la economía del
"vecino" del Norte. Incluso, en las "pláticas
de paz", los EE.UU le exigieron al gobierno mexicano, la concesión
a perpetuidad del derecho de sus manufacturas a pasar por el Golfo
de Tehuantepec (de costa a costa) libres de todo peaje o gravamen
(amén de los sectores que proponían la anexión
de todo el territorio mexicano para "extender la libertad"
hacia el Sur). Esta era la esencia del "Destino Manifiesto"
de los Estados Unidos que en América Latina, clamaba por
"una república continental cuyos límites deben
ser ambos océanos".
Así como en ese momento el presidente Polk no ocultó
sus ambiciones intervencionistas y anexionistas en México,
hoy George W Bush y su gabinete (y a la cola el primer ministro
inglés Blair), tampoco ocultan sus intereses hegemónicos
en Irak y Medio Oriente. Sólo que ahora los EE.UU., se apoyaron
en la ONU, que bloqueó la compra de armas por Irak y supervisó
su desarme (aunque no acordó con cambiar el régimen
de Hussein), para debilitarlo ante la agresión yanqui.
¿Quién sabe como le hubiera ido a México si,
en aquellos, años una hipócrita ONU le hubiera echado
la mano a los yanquis? Y es que los ingleses y los franceses simplemente
no se metieron, pese a que no les convenía la predominancia
norteamericana.
Queda claro que la defensa de la "seguridad y los intereses
nacionales" de los EEUU, son la máscara de una política
imperialista de sometimiento total de los países semi-coloniales,
en detrimento -aquí sí- de la seguridad nacional y
los intereses de esos países.
|