Luego de un
comienzo auspicioso, a la ocupación norteamericana de Irak
comienzan a aparecerle serios problemas en el horizonte.
El más importante es el resurgir de los chiítas -a los
que Hussein desde el inicio de su gobierno en 1969 suprimió
sus derechos políticos y religiosos-, antes de que EE.UU. pudiera
consolidar su propio poder. En Najaf y Karbala, en Kut y Nasiriya,
en los suburbios de Basora y Bagdad, el control civil chiíta
se está convirtiendo en una nueva realidad política,
distinta e independiente de las autoridades de la ocupación.
La peregrinación de más de dos millones de creyentes
a la ciudad de Karbala, en una clara manifestación político
religiosa, ha sido su muestra más espectacular. La reivindicación
de su identidad religiosa, junto a las consignas de "No a la
ocupación", "Abajo Israel", "Abajo EE.UU."
y la exigencia de una república islámica que se levantaron
en dichas jornadas han comenzado a desdibujar las sonrisas de los
soldados norteamericanos. De esta manera, los chiítas están
señalando su retorno al primer plano en la escena política
nacional.
La incapacidad de EE.UU. para apreciar la fuerza de las aspiraciones
chiítas y la subestimación de su fortaleza organizativa,
constituye la principal falla política en su planes de posguerra.
Aunque este despertar está aún en sus inicios y podría
disiparse en los próximos meses, si se desarrolla y cristaliza
a nivel nacional podría convertirse en un serio desafío
a la ocupación y al modelo estatal que EE.UU. e Inglaterra
quieren imponer en Irak.
Esta cuestión tiene una enorme importancia no sólo en
Irak sino a nivel regional. La habilidad de Washington para imponer
su control sobre la situación determinará no sólo
si este país se convierte en un aliado o en un atolladero para
EE.UU., sino que también afectará la percepción
regional sobre la fortaleza o vulnerabilidad de Norteamérica.
Por ahora los chiítas -y también los kurdos en el norte-
están aprovechando a su favor las constricciones políticas
que EE.UU. se autoimpuso para disminuir la carga de su operación
neocolonial. EE.UU. busca no aparecer como lo que realmente es, una
potencia ocupante y opresora, sino como un liberador y democratizador.
Quiere evitar las atrocidades que históricamente han acompañado
a las expansiones imperialistas.
Hasta ahora las cosas no han alcanzado un punto de no retorno. Pero
si las aspiraciones chiítas son frustradas y les es negado
a estos un rol dirigente, sus manifestaciones pueden volverse abiertamente
hostiles a las fuerzas de ocupación. La reiteración
de incidentes como la manifestación de ciudadanos iraquíes
que exigían el retiro de las tropas el 28 de abril, que concluyó
en la matanza de 13 civiles y decenas de heridos a manos del ejército
norteamericano, puede enrarecer fuertemente el clima entre la población
y las fuerzas norteamericanas. Si EE.UU. aparece indeciso o no logra
transformar su decisiva acción militar contra los regímenes
en un efectivo control sobre la población, la desmoralización
que ha provocado el rápido colapso del régimen de Hussein
puede dar pie a un creciente desprecio y al aumento de la resistencia
en la región.
En el nuevo escenario de posguerra, Irán parece ser la pieza
clave. Aunque los chiítas iraquíes son independientes
de este país, el régimen iraní tiene una importante
influencia sobre los mismos y puede ser la llave para evitar que la
situación iraquí se torne inmanejable para EE.UU. El
costo a pagar de Washington por este arreglo y la factibilidad del
mismo, luego de años de desconfianza mutua después de
la revolución iraní de 1979, lo transforma en un intrincado
problema diplomático de difícil resolución que
ha atemperado un poco el triunfalismo exacerbado de los estrategas
del Pentágono.
Un plan para rediseñar el Medio Oriente
Desde el inicio de los preparativos de guerra contra Irak hemos dicho
que EE.UU. busca rediseñar el orden político de Medio
Oriente, basado en el control político militar de este país
clave. No terminada la guerra en Irak, esto comenzó a demostrarse
con la retórica guerrerista y fuertes acusaciones contra el
gobierno de Siria, imputado de dar refugio a la cúpula del
régimen iraquí, poseer armas de destrucción masiva
e incitar al terrorismo.
Pero el verdadero objetivo de esta política agresiva no es
Siria sino Palestina. EE.UU. no puede proceder con una nueva iniciativa
para la solución del conflicto palestino - israelí,
a menos que redefina la política de los palestinos. Para esto,
busca aislar a los grupos palestinos radicales que se oponen a un
acuerdo con Israel, como Hamas y la Jihad islámica. La derrota
de Irak ha contribuido a esto. La presión a Siria, que ha venido
actuando como punto de apoyo para estos grupos en los territorios
ocupados o del Hezbolá en el sur del Líbano, se enmarca
dentro de esta estrategia. Su primer gran logro ha sido el sometimiento
de Arafat a la presión internacional para aceptar la elección
de Mahmud Abbas como Primer Ministro y de su gabinete, de marcada
orientación pronorteamericana, al frente de la Autoridad Nacional
Palestina.
La toma de posición del gabinete de Abbas es la condición
que puso Bush para publicar la "hoja de ruta", un plan de
paz elaborado por el "cuarteto" -integrado por la ONU, la
Unión Europea, EE.UU. y Rusia-, que prevé la creación
de un estado palestino antes del 2005. La elección de Mohamad
Dahlam, ex jefe de seguridad de Gaza y un claro oponente de Hamas
que cuenta con el apoyo israelí, como Ministro de Seguridad
demuestra que la "hoja de ruta" es más un plan de
seguridad que un plan político para desactivar la Intifada.
Esto se enmarca en la política coercitiva que Washington ha
decidido tener hacia la región luego de la demostración
de fuerza en Irak, que un analista ha calificado como de "compromiso
agresivo" para diferenciarla de una variante militar abierta
y de un "compromiso amistoso" basado en determinadas concesiones,
como los Acuerdos de Oslo de 1993 luego de la primera Guerra del Golfo.
Sin embargo, el éxito de este plan no es algo asegurado, a
pesar de la importante presión que EE.UU. se dispone a ejercer
sobre los gobiernos de la región y los vínculos materiales
o financieros de estos con los grupos radicalizados en Palestina,
debido al importante peso que estos aún tienen en los territorios
ocupados.
La paradoja de la política exterior norteamericana
A días del triunfo en Irak, se han reabierto las disputas
en el establishment político norteamericano sobre el contenido
y los alcances de la nueva política exterior de la administración
Bush. Las mismas van más allá de la política
a seguir en Medio Oriente1 y alcanzan a cuan agresiva debe ser la
política de Washington a nivel mundial y el grado en que la
ONU y otros organismos internacionales deben influir o limitar las
acciones de EE.UU. Estas divergencias han alcanzado un nivel de virulencia
brutal, fundamentalmente entre las visiones del Departamento de Estado
y los halcones del Pentágono.
Uno de los que ha expresado más abiertamente las posiciones
de éstos últimos ha sido Newt Gingrich, ex jefe republicano
de la Cámara de Representantes de 1995 a 1998 y actual miembro
del Pentagon's Defense Policy Board. Desde el Templo del Triunfalismo,
el American Enterprise Institute, este largó un ataque furibundo
hacia el Departamento de Estado, acusándolo de subvertir la
agenda del presidente Bush en Irak y más allá. "Los
últimos siete meses han envuelto seis meses de fracaso diplomático
y un mes de éxito militar" y agregó: "ahora
el Departamento de Estado está de nuevo trabajando, persiguiendo
políticas que claramente liquidarán todos los frutos
de una tan duramente ganada victoria." Fuera de sí, Gingrich
alertó: "Los EE.UU. se encontrarán a si mismos
a la defensiva en cualquier plano excepto en el militar. En el largo
plazo esta es una posición muy peligrosa para la democracia
líder del mundo."
Aunque este dirigente político le pasa factura a otra rama
de la administración por la enorme divergencia entre los logros
militares y políticos del actual gobierno de Bush, esta tijera
es producto de la propia política exterior de EE.UU., cuyos
más ardientes propulsores son los neoconservadores. Esta política
ha provocado las más importantes brechas en el sistema interestatal
desde la posguerra y una enorme oposición del movimiento de
masas en el mundo entero, que aunque atenuadas por lo fácil
y rápido de la victoria militar aún no se han aplacado
por completo. La política de los neoconservadores como Gingrich
de unir las dos patas de la tijera con una política y una diplomacia
hacia la derecha, amenaza con darles nuevos bríos.
Es que como dijimos en el número anterior de LVO, no es suficiente
el uso de la fuerza para mantener la supremacía mundial de
una potencia Esta es la paradoja cada vez más evidente de la
política de la administración norteamericana, que a
pesar de sus importantes triunfos tácticos, arriesga profundizar
la debilidad a largo plazo de EE.UU. Que esto sea discutido abiertamente
por figuras significativas del establishment político norteamericano
cuando todavía está caliente el triunfo militar en Irak,
es ilustrativo.
Es de la constatación de esta perspectiva histórica
que el proletariado y los oprimidos del mundo entero deben extraer
fuerzas para afrontar los inevitables combates y enormes sacrificios
que les impondrá el imperialismo norteamericano en su declinación.
1 Las alas más neoconservadoras de la administración
norteamericana han puesto el grito en el cielo sobre el "mapa
de ruta" que le vuelve a dar poder de negociación a la
ONU, Rusia y Europa sobre el conflicto en Palestina y que puede ser
utilizado por éstos para chantajear a EE.UU. a cambio de concesiones
en Irak, después de que fueran desplazados durante la guerra
por la política unilateral de Washington.
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