Luego de 21
días, la caída de Bagdad actuó como un punto
de inflexión en la campaña militar, dejando la capital
en manos de los invasores y acelerando la toma en unos pocos días
de otras ciudades, como Mosul y Kirkuk. La capitulación de
Tikrit - ciudad de donde provenía Hussein y su círculo
-, casi sin enfrentamientos, terminó de mostrar la magnitud
del descalabro husseinista.
¿Cuáles son los motivos de tan brusco desenlace? Indudablemente,
la primera razón es la abrumadora superioridad militar de la
coalición imperialista sobre el ejército iraquí,
marcadamente obsoleto con respecto a las armas de última generación
norteamericanas e impedido de modernizarse como consecuencia de las
restricciones impuestas por EE.UU., Inglaterra y la misma ONU durante
todos los 90' tras la primera Guerra del Golfo.
A pesar de esta enorme desigualdad, se podía esperar que, si
las tropas de la coalición se veían obligadas a librar
una guerra urbana en Bagdad -donde su ventaja tecnológica se
reduciría- tendrían numerosas bajas y, en el contexto
internacional contrario a la invasión, Hussein buscaría
alcanzar una tregua que le permitiera a su régimen sobrevivir.
Pero contra estas expectativas del régimen, Bagdad cayó
casi sin resistencia.
Esto hace suponer la existencia de una negociación entre las
tropas norteamericanas y la elite de las fuerzas armadas de Irak.
Lo que pudo haber gatillado el colapso es la capitulación de
los principales comandantes de la Guardia Republicana, de la Guardia
Republicana Especial y de los jefes de los servicios secretos. Aunque
no se puede descartar que la rápida caída del régimen
haya obedecido a que se vio superado por el ejército enemigo,
hay elementos claros que permiten conjeturar acerca de una rendición
de Bagdad sin pelea, acordada a cambio de dinero y garantías
para los principales personeros de las fuerzas armadas. El paso seguro
de las tropas imperialistas por Karbala, el primer anillo de defensa
de Bagdad, la toma prácticamente sin resistencia del aeropuerto,
el increíble hecho de que no se hayan volado los puentes de
acceso a la capital, son signos claros en ese sentido. El contraste
entre las primeras semanas, cuando la resistencia se sintió
y consiguió golpes tácticos contra las fuerzas de la
coalición - fundamentalmente a través de tácticas
guerrilleras implementadas por las milicias locales y los fedayines
-, y el vuelco a la repentina caída de Bagdad, hace pensar
en una capitulación lisa y llana.
De fondo, esto responde al carácter corrupto y burgués
del ejército de Saddam Hussein, que mantenía el control
a costa de constantes purgas y terror sobre la tropa y su sistema
de mando. La defección de la Guardia Republicana - o incluso
la posibilidad, como señalan algunos informes de inteligencia,
de que Hussein, sus hijos y sus colaboradores más íntimos
hayan sido asesinados producto de una entrega -, muestra que la alta
cúpula del régimen pudo haber recibido una cucharada
de su propia medicina frente a la presión y el soborno del
ejército norteamericano, que se jugó a esto desde el
inicio.
El carcomido y autoritario régimen del partido Baath, se mostró
incapaz de unificar a la nación frente al enemigo imperialista.
Como consecuencia de la enorme desigualdad social, la opresión
nacional de los kurdos y la exclusión de los chiítas,
el régimen solo estaba apoyado en su ejército adicto,
lo que terminó siendo su tiro de gracia. Estas razones políticas
y sociales, son los factores decisivos que permitieron un rápido
y relativamente fácil triunfo militar imperialista.
Una victoria aun no consolidada
El descalabro del estado iraquí creó un vacío
de poder. Durante los primeros días, EE.UU. dejó correr
el caos para desgastar a las masas y, al mismo tiempo, crear la "necesidad"
de la ocupación que garantice el "orden".
Mientras las tropas norteamericanas permitían el saqueo de
hospitales y museos arqueológicos - cuyas piezas serán
vendidas en occidente -, custodiaban el Ministerio del Petróleo.
Luego de este primer momento, empiezan a restablecer a la odiada policía
del viejo régimen, lo cual puede aumentar las suspicacias y
el rencor de las masas contra ésta y los "liberadores".
Pero incluso este problema es menor para EE.UU comparado con la tarea
de imponer un gobierno que cuente con legitimidad. Irak surgió
históricamente por una creación arbitraria del imperialismo
británico luego de la caída del Imperio Otomano, tras
la Primera Guerra Mundial. Naciones como los kurdos están divididas
por fronteras artificiales. En el territorio iraquí conviven
diversos grupos: los kurdos en el norte, los chiítas en el
sur y en importantes áreas de Bagdad (el sector más
empobrecido y marginado de la sociedad), y la minoría sunnita.
La clase gobernante siempre respondió a esta última,
incluyendo el mismo Hussein.
El descalabro del régimen desató una lucha por cuotas
de poder, no sólo entre estos diversos grupos sino al interior
de los mismos como muestra la ocupación inicial de Mosul y
Kirkuk por los permeshgas kurdos o los asesinatos de figuras chiítas
pro occidentales en el sur. El intento yanqui de montar un gobierno
central - en una primer fase una administración norteamericana
directa y más adelante un gobierno de transición títere
-, puede ser alterado por la caja de Pandora que abrió la caída
de Hussein. Las bases del nuevo poder en Irak serán determinadas
más por los asesinatos, la lucha callejera y las tácticas
guerrilleras que por las reuniones diplomáticas o de salón
que impulsa la así llamada oposición iraquí.
Por último y fundamental, el éxito a largo plazo de
la ocupación norteamericana dependerá de si logra naturalizarse
frente a las masas, cuestión que hasta hoy, a pesar del odio
a Saddam Hussein, salvo minúsculas expresiones, no logró.
Más aún, el recelo de la población puede aumentar,
como mostró la manifestación contra la imposición
de un gobernante en la ciudad de Mosul que fue salvajemente reprimida
por los marines, con un saldo de diez muertos y decenas de heridos.
Una ocupación prolongada puede multiplicar este ejemplo y desarrollar
una resistencia de masas.
Fuerza, consenso y coerción
La doctrina militar yanqui de "guerra preventiva" tuvo
un debut exitoso. Pero esto genera un exceso de confianza en el militarismo
de los halcones norteamericanos. Como dice un columnista del diario
español El País: "La relativa fácil victoria,
y con pocas bajas propias, puede reforzar la tendencia en Washington
a considerar la guerra no sólo como instrumento de la política,
en el sentido de Clausewitz, sino como instrumento privilegiado. (...)
Podemos entrar en una situación no de diplomacia respaldada
por la fuerza, sino de fuerza sin diplomacia por parte de la hiperpotencia"
(14/04/03).
Pero la experiencia histórica muestra que no es suficiente
el uso de la fuerza militar para mantener la supremacía mundial
de una potencia, si no está combinada con pactos y acuerdos
para obtener cierto consenso con otras potencias, por la vía
diplomática, y por su intermedio con el movimiento de masas.
Por eso, desde que se inicio el curso guerrerista de EE.UU. sostuvimos
que este refleja una debilidad potencial de largo plazo, expresión
de su declinación histórica. Su derrota diplomática
al inicio del conflicto, cuando no pudo lograr el aval de la ONU,
fue una muestra de ello.
Después de su demostración de fuerza en Irak, los imperialistas
de Francia, aunque cautelosos, no se retractaron de sus posiciones
fundamentales. La cumbre de San Petersburgo donde los líderes
de Alemania, Francia y Rusia, exigen ser parte de la futura administración
del país, es otra muestra.
China, considerada como "competidor estratégico",
reanudó sus vuelos cercanos a los aviones espías yanquis
en el mar del sur de China, práctica que al inicio del gobierno
de Bush llevó al incidente de la caída de uno de ellos
y a una gran tensión con EE.UU. De esta manera, el régimen
de Pekín envía un mensaje a la administración
Bush para ponerle límites.
Y fundamental: el repudio de las masas del mundo a la guerra claramente
percibida como imperialista es otra determinante de los límites
del poderío norteamericano. La misma facilidad con que EE.UU.
ganó en Irak puso de manifiesto que éste país
no era una amenaza militar, como decía la propaganda imperialista,
y ni que decir de que hayan encontrado armas de destrucción
masiva, lo que profundiza la falta de legitimidad de la guerra.
Es por esto que halcones, como Robert Kagan, recomiendan a Bush "resistir
las tentaciones de ser superpotencia". Creen que no conviene
instaurar un gobierno abiertamente títere como pretende Rumsfeld
con Amed Chalabi (¡que hace 45 años está fuera
de Irak!), ya que puede desacreditar "el importante éxito
del Presidente". Y recomienda que "EE.UU. no debiera tratar
de dividir a Europa, dejemos que Francia lo haga... cuanto más
EE.UU. castiga al gobierno alemán más empujamos a una
ansiosa y aislada Alemania hacia los brazos abiertos de Francia".
Y alerta sobre la clave: "Mientras la campaña militar
se desvanece, hay una tendencia a rebajar la diplomacia. (...) se
debería hacer justo lo opuesto. (...) la administración
Bush necesita trabajar aun más duramente para justificar la
guerra. EE.UU. puede ganar las mentes y los corazones en Europa, y
tal vez aun en el mundo árabe, convenciendo a la gente, en
retrospectiva, que la guerra fue más justa de lo que ellos
pensaban." Y concluye: "La habilidad de América de
dirigir efectivamente en el futuro dependerá en gran medida
en cómo esta guerra sea comprendida y recordada en el mundo.
Esta batalla está sólo comenzando, y si la administración
puede ser tan inteligente en la diplomacia así como es en la
guerra, puede ganar esta también." (Washington Post, 09/04/03).
De seguir estos consejos, no puede descartarse que Norteamérica
intente alcanzar el difícil equilibrio de mantener la ofensiva
guerrerista combinada con pactos reaccionarios en el Medio Oriente
y el mundo, basados en la amenaza de la instalación de tropas:
la coerción. Por ejemplo, mientras comenzaron sus agresivas
acusaciones contra Siria que preanuncian futuras acciones militares,
puedan empezar a delinear un acuerdo para la cuestión palestina
sobre la base de la promesa de un Estado para el 2005, mediante la
coerción ya que, aprovechando la relación de fuerzas
impuesta con el reciente triunfo, exige que la dirección palestina
desplace a Arafat y discipline a los sectores radicalizados como el
Hamas.
Perspectivas
La prioridad de EE.UU. es hoy estabilizar Irak, pero en el mediano
plazo su curso está indefinido. En medio de la profundización
de la crisis económica mundial, empezando por el propio EE.UU,
el imperialismo norteamericano se debate entre el camino que muestran
las agresiones a Siria o el de intentar cerrar parcialmente las brechas
con las otras potencias. Cuanto más ambiciosos son sus objetivos
imperiales, más aumenta la probabilidad no sólo de dilapidar
sus victorias militares sino de generar una mayor desestabilización
y divisiones imperialistas y, por ende, abrir oportunidades revolucionarias.
Para las masas árabes y de los países semicoloniales,
así como para el movimiento anti guerra que se expresó
en todo el mundo y en especial en los centros imperialistas, la victoria
de EE.UU es un duro revés. Las movilizaciones antiguerra sin
duda decaerán en lo inmediato, pero el resentimiento en los
países árabes y el odio antiimperialista que se extendió
en el mundo decantarán una vanguardia cada vez más radicalizada.
Es necesario sacar las lecciones para poner en pie un verdadero internacionalismo
proletario que, partiendo de exigir el retiro de las tropas norteamericanas
de Irak y Medio Oriente, se prepare para derrotar las próximas
incursiones que promete el gobierno de EE.UU. |