El desarrollo
de la guerra imperialista contra Irak y el rápido colapso del
régimen de Hussein es el ejemplo más reciente de una
ley histórica. En la época imperialista, la burguesía
es incapaz de llevar adelante en forma íntegra y efectiva las
tareas nacionales y democráticas, como la independencia y la
autodeterminación nacional. Como planteaba Trotsky, “la
burguesía nacional semicolonial, por su aparición tardía
y su debilidad estructural frente al proletariado y al conjunto de
clases subalternas, no logra un desarrollo que le permita algo más
que servir a un amo imperialista contra otro. No puede lanzar una
lucha seria contra toda dominación imperialista y por una genuina
liberación nacional por temor a desatar un movimiento masivo
de los trabajadores y el país que podría, a su vez,
amenazar su propia existencia social”. (Sobre la liberación
nacional – Ed. Pluma). Esta ley general se expresa en las guerras
entre una nación semicolonial y potencias imperialistas, en
las que la burguesía de la nación oprimida, es incapaz
de tomar las medidas militares y políticas que llevarían
a derrotar al imperialismo.
La historia del siglo XX está llena de ejemplos de esto tanto
antes y después de la Segunda Guerra Mundial en momentos de
ascenso del nacionalismo burgués, como en su decadencia pronunciada
en las últimas décadas.
Así, en la principal guerra entre China, la más importante
y disputada nación semicolonial, y el imperialismo japonés
en la década de 1930, el dirigente nacionalista chino Chiang
Kai shek, se negó a desarrollar una verdadera guerra popular
basada en la revolución agraria. Obligado por las circunstancias
fue a la guerra contra Japón con su programa reaccionario basado
en la opresión de sus propios obreros y campesinos, apoyándose
en el compromiso con otros imperialismos, en este caso Estados Unidos
que disputaba con el imperialismo japonés el control del Pacífico.
Luego de la Segunda Guerra Mundial uno de los máximos exponentes
del nacionalismo burgués, el presidente egipcio Nasser, se
apoyó en Estados Unidos contra Francia y Gran Bretaña,
que buscaba desplazar a éstas de sus antiguas zonas de influencia
de Medio Oriente. Su triunfo en el conflicto desatado por la nacionalización
del Canal de Suez, se debió al veto del imperialismo norteamericano
en la ONU, dejó sin sustento el conato de guerra de las viejas
potencias colonialistas.
Cuando las burguesías semicoloniales no están bajo el
patrocinio de alguna potencia, en caso de conflicto militar con el
imperialismo, éstas defeccionan de la batalla, lo que ha sido
frecuente en las últimas décadas.
En la guerra de Malvinas, donde la odiada dictadura proimperialista
de la Argentina que había exterminado a miles de luchadores
obreros y populares, no tomó ninguna medida que cuestionara
los intereses económicos de Inglaterra en el país ni
suspendió los pagos de la deuda externa. Confiando en la peregrina
idea de que Estados Unidos se pondría de su lado por los servicios
prestados, entre otros su colaboración en la lucha contra la
insurgencia centroamericana, o en una negociación de las Naciones
Unidas, quedó completamente desarmada frente al avance de la
armada británica con la colaboración de los satélites
norteamericanos y la inteligencia militar de la dictadura de Pinochet.
El carácter aventurero de la recuperación de las Islas
–más allá de lo justo de la reivindicación-
se mostró en su total falta de preparación militar,
desenmascarando que sus verdaderos objetivos no eran enfrentar al
imperialismo sino apelar a una maniobra para preservarse que se terminó
volviendo contra ella misma. A pesar de la caída de la dictadura,
la victoria militar inglesa impuso dobles cadenas sobre el país.
En la guerra del golfo de 1991, el régimen de Hussein que había
sido derrotado y expulsado de Kuwait por las tropas norteamericanas,
pero que conservó el poder, no dudó en lanzar inmediatamente
un ataque feroz para aplastar el levantamiento de la población
chiíta en el sur y de los kurdos en el norte.
Más recientemente en la guerra contra Afganistán, el
reaccionario régimen talibán, profundamente antipopular
y completamente aislado fue incapaz de unificar al conjunto del país,
al que controlaba por medio de métodos de terror y por una
brutal dictadura teocrática y se desmoronó como un castillo
de naipes ante la ofensiva imperialista.
Todos estos casos demuestran que las burguesías semicoloniales,
aún siendo agredidas por el imperialismo, prefieren la derrota
nacional a desatar fuerzas sociales que cuestionen su dominio de clase.
Toda esta experiencia histórica demuestra que el proletariado
es la única clase que puede unificar y dirigir al conjunto
de las capas explotadas en una lucha hasta el final contra el imperialismo,
como parte de una estrategia revolucionaria e internacionalista.
En caso de guerra entre el imperialismo y una nación oprimida,
esta estrategia se expresa en que los revolucionarios nos ubicamos
en el campo militar de la nación oprimida y desde esa trinchera
planteamos un programa que combine las tareas de la liberación
nacional con el método y los objetivos de la revolución
proletaria como forma de disputar la dirección de la guerra
a estas burguesías decadentes, que más pronto que tarde
terminan capitulando y permitiendo las más desmoralizantes
derrotas nacionales.
Lo contrario de la subordinación de las corrientes populistas
que confunden la justa defensa de la nación oprimida con su
dirección eventual. Esta identificación puede llegar
a niveles absurdos, como se puede leer en un reciente artículo
del prestigioso intelectual James Petras quien llega a afirmar que
Hussein estaría “armando a su pueblo” y que “lejos
de ser un criminal de guerra, está comprometido a luchar contra
el genocidio; de ser un cliente de EE.UU. contra Irán, se ha
convertido en un líder de una revitalización del movimiento
panárabe que pretende derribar a los regímenes corruptos
clientes de EE.UU. en Oriente Medio” (Rebelión 10-4).
La defección del ejército de Saddam Hussein demuestra
que estas afirmaciones no se condicen en lo más mínimo
con la realidad. La estrategia política del populismo que confía
la dirección de la lucha a las burguesías es criminal
para las masas obreras y campesinas de las naciones oprimidas, llevando
inexorablemente a la derrota de los movimientos de liberación
nacional. La debacle del régimen iraquí, como los ejemplos
históricos planteados anteriormente, confirma nuevamente por
la negativa que las revoluciones nacionales en los países semicoloniales
solamente pueden ser llevadas a cabo con éxito por el proletariado
en colaboración con la clase obrera de los países avanzados.
Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede liberarse a sí
mismo
En casos de opresión nacional al interior de los países
semicoloniales agredidos, la reticencia de las burguesías nacionales
a otorgar el derecho a la autodeterminación nacional, terminan
transformando a estas minorías oprimidas en una punta de lanza
de la agresión imperialista.
Así se dio en las guerras de la ex Yugoslavia en los ‘90,
en las que Estados Unidos intervino bajo la máscara “humanitaria”
de detener la limpieza étnica contra los bosnios primero y
los kosovares después desatada por el chovinista serbio Milosevic.
La dirección nacionalista kosovar del ELK se sumó al
bando militar de la OTAN.
Esto se repitió trágicamente en Irak donde las milicias
kurdas se unieron a las tropas invasoras y colaboraron en la ofensiva
militar en el norte del país.
Es obligación del proletariado revolucionario ganar como aliados
a las minorías oprimidas, levantando con toda audacia el derecho
a la autodeterminación nacional de estos pueblos, incluida
su separación si así lo desean, como única forma
de presentar un frente unido de los oprimidos en su lucha contra el
imperialismo.
Triunfos nacionales bajo direcciones guerrilleras y campesinas
En determinadas circunstancias históricas excepcionales, incluso
direcciones populistas y stalinistas en los países atrasados
que se encontraban a la cabeza de movimientos de masas de liberación
nacional se han visto obligadas a ir más allá de su
propio programa y a romper con la burguesía. Por ejemplo, en
la guerra de liberación nacional de Argelia, que era una colonia
de Francia, el FNL dirigió la resistencia popular y tras una
sangrienta lucha contra el ejército de ocupación, logró
su independencia en 1962. Sin embargo, esta dirección no avanzó
hacia la transformación social del país y se detuvo
en la conquista de la independencia formal. Esto terminó siendo
fatal y a pesar del enorme triunfo conseguido, Argelia se transformó
en una semicolonia de su antiguo amo colonial francés.
En la lucha por la liberación nacional en Vietnam, primero
contra Francia y después contra Estados Unidos, la dirección
stalinista de Ho Chi Minh se vio obligada a romper su acuerdo con
la burguesía con la cual había fundado la República
Democrática de Vietnam en el norte. Ante la ofensiva imperialista
tomó la bandera de la tierra para los campesinos, dando lugar
a una guerrilla de masas que fue capaz de unificar al norte y al sur
en una lucha común contra el imperialismo norteamericano. Esta
heroica resistencia del pueblo vietnamita despertó la simpatía
de un movimiento antiguerra, sobre todo en Estados Unidos, que hizo
posible la derrota del imperialismo en 1975, obligando a retirar sus
tropas después de casi una década y media de masacres.
Pero por las direcciones pequeñoburguesas, populistas o stalinistas,
enemigas de la estrategia de la revolución obrera e internacionalista,
la derrota del imperialismo fue a un costo enorme en millones de vidas
y años de guerra y ésta no pudo ser aprovechada en toda
su dimensión por los trabajadores y los oprimidos del mundo.
La primera derrota militar que sufrió Estados Unidos en su
historia en la guerra de Vietnam no se transformó en un triunfo
estratégico para impulsar la revolución social a nivel
mundial y luego de algunos años de inestabilidad, el imperialismo
norteamericano se pudo recomponer y lanzar su ofensiva neoliberal
con Reagan y Thatcher. El triunfo de la revolución socialista
vietnamita, fue congelado en las fronteras nacionales debido al carácter
de su dirección y a su adaptación a la estrategia de
coexistencia pacífica del stalinismo, lo que impidió
que este triunfo nacional fuera usado como plataforma de la revolución
socialista internacional.
Por eso la única estrategia realista es desarrollar la unidad
revolucionaria del proletariado de los países centrales con
los trabajadores y los pueblos oprimidos, para poner en pie una fuerza
social capaz de derrotar al imperialismo y establecer las bases de
una sociedad socialista. |