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Guerra, liberación nacional y revolución

Claudia Cinatti, especial para Partes de Guerra

17/04/03

El desarrollo de la guerra imperialista contra Irak y el rápido colapso del régimen de Hussein es el ejemplo más reciente de una ley histórica. En la época imperialista, la burguesía es incapaz de llevar adelante en forma íntegra y efectiva las tareas nacionales y democráticas, como la independencia y la autodeterminación nacional. Como planteaba Trotsky, “la burguesía nacional semicolonial, por su aparición tardía y su debilidad estructural frente al proletariado y al conjunto de clases subalternas, no logra un desarrollo que le permita algo más que servir a un amo imperialista contra otro. No puede lanzar una lucha seria contra toda dominación imperialista y por una genuina liberación nacional por temor a desatar un movimiento masivo de los trabajadores y el país que podría, a su vez, amenazar su propia existencia social”. (Sobre la liberación nacional – Ed. Pluma). Esta ley general se expresa en las guerras entre una nación semicolonial y potencias imperialistas, en las que la burguesía de la nación oprimida, es incapaz de tomar las medidas militares y políticas que llevarían a derrotar al imperialismo.
La historia del siglo XX está llena de ejemplos de esto tanto antes y después de la Segunda Guerra Mundial en momentos de ascenso del nacionalismo burgués, como en su decadencia pronunciada en las últimas décadas.
Así, en la principal guerra entre China, la más importante y disputada nación semicolonial, y el imperialismo japonés en la década de 1930, el dirigente nacionalista chino Chiang Kai shek, se negó a desarrollar una verdadera guerra popular basada en la revolución agraria. Obligado por las circunstancias fue a la guerra contra Japón con su programa reaccionario basado en la opresión de sus propios obreros y campesinos, apoyándose en el compromiso con otros imperialismos, en este caso Estados Unidos que disputaba con el imperialismo japonés el control del Pacífico.
Luego de la Segunda Guerra Mundial uno de los máximos exponentes del nacionalismo burgués, el presidente egipcio Nasser, se apoyó en Estados Unidos contra Francia y Gran Bretaña, que buscaba desplazar a éstas de sus antiguas zonas de influencia de Medio Oriente. Su triunfo en el conflicto desatado por la nacionalización del Canal de Suez, se debió al veto del imperialismo norteamericano en la ONU, dejó sin sustento el conato de guerra de las viejas potencias colonialistas.
Cuando las burguesías semicoloniales no están bajo el patrocinio de alguna potencia, en caso de conflicto militar con el imperialismo, éstas defeccionan de la batalla, lo que ha sido frecuente en las últimas décadas.
En la guerra de Malvinas, donde la odiada dictadura proimperialista de la Argentina que había exterminado a miles de luchadores obreros y populares, no tomó ninguna medida que cuestionara los intereses económicos de Inglaterra en el país ni suspendió los pagos de la deuda externa. Confiando en la peregrina idea de que Estados Unidos se pondría de su lado por los servicios prestados, entre otros su colaboración en la lucha contra la insurgencia centroamericana, o en una negociación de las Naciones Unidas, quedó completamente desarmada frente al avance de la armada británica con la colaboración de los satélites norteamericanos y la inteligencia militar de la dictadura de Pinochet. El carácter aventurero de la recuperación de las Islas –más allá de lo justo de la reivindicación- se mostró en su total falta de preparación militar, desenmascarando que sus verdaderos objetivos no eran enfrentar al imperialismo sino apelar a una maniobra para preservarse que se terminó volviendo contra ella misma. A pesar de la caída de la dictadura, la victoria militar inglesa impuso dobles cadenas sobre el país.
En la guerra del golfo de 1991, el régimen de Hussein que había sido derrotado y expulsado de Kuwait por las tropas norteamericanas, pero que conservó el poder, no dudó en lanzar inmediatamente un ataque feroz para aplastar el levantamiento de la población chiíta en el sur y de los kurdos en el norte.
Más recientemente en la guerra contra Afganistán, el reaccionario régimen talibán, profundamente antipopular y completamente aislado fue incapaz de unificar al conjunto del país, al que controlaba por medio de métodos de terror y por una brutal dictadura teocrática y se desmoronó como un castillo de naipes ante la ofensiva imperialista.
Todos estos casos demuestran que las burguesías semicoloniales, aún siendo agredidas por el imperialismo, prefieren la derrota nacional a desatar fuerzas sociales que cuestionen su dominio de clase.
Toda esta experiencia histórica demuestra que el proletariado es la única clase que puede unificar y dirigir al conjunto de las capas explotadas en una lucha hasta el final contra el imperialismo, como parte de una estrategia revolucionaria e internacionalista.
En caso de guerra entre el imperialismo y una nación oprimida, esta estrategia se expresa en que los revolucionarios nos ubicamos en el campo militar de la nación oprimida y desde esa trinchera planteamos un programa que combine las tareas de la liberación nacional con el método y los objetivos de la revolución proletaria como forma de disputar la dirección de la guerra a estas burguesías decadentes, que más pronto que tarde terminan capitulando y permitiendo las más desmoralizantes derrotas nacionales.
Lo contrario de la subordinación de las corrientes populistas que confunden la justa defensa de la nación oprimida con su dirección eventual. Esta identificación puede llegar a niveles absurdos, como se puede leer en un reciente artículo del prestigioso intelectual James Petras quien llega a afirmar que Hussein estaría “armando a su pueblo” y que “lejos de ser un criminal de guerra, está comprometido a luchar contra el genocidio; de ser un cliente de EE.UU. contra Irán, se ha convertido en un líder de una revitalización del movimiento panárabe que pretende derribar a los regímenes corruptos clientes de EE.UU. en Oriente Medio” (Rebelión 10-4). La defección del ejército de Saddam Hussein demuestra que estas afirmaciones no se condicen en lo más mínimo con la realidad. La estrategia política del populismo que confía la dirección de la lucha a las burguesías es criminal para las masas obreras y campesinas de las naciones oprimidas, llevando inexorablemente a la derrota de los movimientos de liberación nacional. La debacle del régimen iraquí, como los ejemplos históricos planteados anteriormente, confirma nuevamente por la negativa que las revoluciones nacionales en los países semicoloniales solamente pueden ser llevadas a cabo con éxito por el proletariado en colaboración con la clase obrera de los países avanzados.

 

Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede liberarse a sí mismo


En casos de opresión nacional al interior de los países semicoloniales agredidos, la reticencia de las burguesías nacionales a otorgar el derecho a la autodeterminación nacional, terminan transformando a estas minorías oprimidas en una punta de lanza de la agresión imperialista.
Así se dio en las guerras de la ex Yugoslavia en los ‘90, en las que Estados Unidos intervino bajo la máscara “humanitaria” de detener la limpieza étnica contra los bosnios primero y los kosovares después desatada por el chovinista serbio Milosevic. La dirección nacionalista kosovar del ELK se sumó al bando militar de la OTAN.
Esto se repitió trágicamente en Irak donde las milicias kurdas se unieron a las tropas invasoras y colaboraron en la ofensiva militar en el norte del país.
Es obligación del proletariado revolucionario ganar como aliados a las minorías oprimidas, levantando con toda audacia el derecho a la autodeterminación nacional de estos pueblos, incluida su separación si así lo desean, como única forma de presentar un frente unido de los oprimidos en su lucha contra el imperialismo.

 

Triunfos nacionales bajo direcciones guerrilleras y campesinas

 

En determinadas circunstancias históricas excepcionales, incluso direcciones populistas y stalinistas en los países atrasados que se encontraban a la cabeza de movimientos de masas de liberación nacional se han visto obligadas a ir más allá de su propio programa y a romper con la burguesía. Por ejemplo, en la guerra de liberación nacional de Argelia, que era una colonia de Francia, el FNL dirigió la resistencia popular y tras una sangrienta lucha contra el ejército de ocupación, logró su independencia en 1962. Sin embargo, esta dirección no avanzó hacia la transformación social del país y se detuvo en la conquista de la independencia formal. Esto terminó siendo fatal y a pesar del enorme triunfo conseguido, Argelia se transformó en una semicolonia de su antiguo amo colonial francés.
En la lucha por la liberación nacional en Vietnam, primero contra Francia y después contra Estados Unidos, la dirección stalinista de Ho Chi Minh se vio obligada a romper su acuerdo con la burguesía con la cual había fundado la República Democrática de Vietnam en el norte. Ante la ofensiva imperialista tomó la bandera de la tierra para los campesinos, dando lugar a una guerrilla de masas que fue capaz de unificar al norte y al sur en una lucha común contra el imperialismo norteamericano. Esta heroica resistencia del pueblo vietnamita despertó la simpatía de un movimiento antiguerra, sobre todo en Estados Unidos, que hizo posible la derrota del imperialismo en 1975, obligando a retirar sus tropas después de casi una década y media de masacres.
Pero por las direcciones pequeñoburguesas, populistas o stalinistas, enemigas de la estrategia de la revolución obrera e internacionalista, la derrota del imperialismo fue a un costo enorme en millones de vidas y años de guerra y ésta no pudo ser aprovechada en toda su dimensión por los trabajadores y los oprimidos del mundo. La primera derrota militar que sufrió Estados Unidos en su historia en la guerra de Vietnam no se transformó en un triunfo estratégico para impulsar la revolución social a nivel mundial y luego de algunos años de inestabilidad, el imperialismo norteamericano se pudo recomponer y lanzar su ofensiva neoliberal con Reagan y Thatcher. El triunfo de la revolución socialista vietnamita, fue congelado en las fronteras nacionales debido al carácter de su dirección y a su adaptación a la estrategia de coexistencia pacífica del stalinismo, lo que impidió que este triunfo nacional fuera usado como plataforma de la revolución socialista internacional.
Por eso la única estrategia realista es desarrollar la unidad revolucionaria del proletariado de los países centrales con los trabajadores y los pueblos oprimidos, para poner en pie una fuerza social capaz de derrotar al imperialismo y establecer las bases de una sociedad socialista.

 

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