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La guerra y el autonomismo

Ruth Wagner y Facundo Aguirre

17/04/03

La guerra puso a prueba a las distintas teorías y programas anticapitalistas. La concepción autonomista, influenciada por Toni Negri y Michael Hardt, ha entrado en crisis. La ilusión de un Imperio que superaba las contradicciones del imperialismo y de un contrapoder que surgido “desde abajo” podía evitar la lucha política por el poder del estado, se ha mostrado impotente ante la cruda realidad de la guerra. Quizás esta sea la explicación de la escasa actividad y del silencio ante un hecho de tal magnitud, de quienes en Argentina, como el MTD de Solano en la Aníbal Verón, se referencian como parte de esta corriente.

 

Acciones policiales del “Imperio” o guerra imperialista

 

El pensamiento autonomista considera que hubo una “modificación de la naturaleza y el papel de la guerra en nuestra sociedad” . Para Toni Negri, la doctrina de “guerras preventivas” de Bush constituye una “nueva teoría estratégica (...) un nuevo arte de la guerra, esto es, de la policía” que serviría para construir “el orden, el lugar y la forma de gobierno que ejecuta las directivas imperiales. Ya no se trata de imperialismo, sino de una continua y permanente construcción del espacio de mando imperial” .
Esta visión, elimina la definición de los estados como sujetos políticos y militares de la guerra. En el caso actual, el hecho de que son estados imperialistas los agresores de un estado semicolonial, oprimido, como Irak. Además, el objetivo de esta guerra no sería, según el autonomismo, la reafirmación de la hegemonía norteamericana y de un nuevo tablero mundial, aún contra otras potencias imperialistas, sino la acción de un Imperio, -una entidad que supera los antagonismos entre las potencias estatales- cuyo principal desafío es la articulación de un nuevo orden de mando sobre la sociedad por medios policiales. Estaríamos en presencia de una especie de supraestado que actúa como gendarme mundial.
El imperialismo sufrió modificaciones importantes en su composición en las últimas dos décadas, reflejadas en las intervenciones militares de los ’90. En la primer guerra del Golfo logró una espectacular coalición multinacional que dio la sensación de superación de las contradicciones interimperialistas. A su vez, el elemento “guerrerista”, era revestido tras fachadas humanitarias. El apoyo de la ONU (en algunas ocasiones) y de diversas potencias a las incursiones norteamericanas, le dieron un manto de “legalidad” internacional que reforzó la apariencia de acciones policiales, atemperando los intereses políticos de dominación y materiales del conflicto y las pujas interestatales. Los que confundieron el manto ideológico de la apariencia con el contenido real cometían ya en ese entonces un grave error, asumiendo como válidos los argumentos imperialistas para justificar sus masacres.
Pero frente a la guerra de Irak, reducir la invasión angloamericana, al mero hecho de “intervención policial” es una falta de proporciones, que no da cuenta de la escena contemporánea.
En primer lugar, los objetivos de guerra norteamericanos retrotraen la política imperialista al terreno del colonialismo, en aras de mantener la hegemonía de su estado a nivel mundial. Es un conflicto diseñado en pos de consolidar y extender su dominio en Medio Oriente, para lo cual necesitan contar con una fuerza de despliegue rápido en la zona y un virrey en Irak que oficie de gobierno.
En segundo lugar, el botín preciado son las reservas petroleras, lo que le da a la guerra, un carácter de rapiña y procuración. Las tropas de la coalición no respondían a un capital transnacionalizado, a un Imperio global, sino a los monopolios norteamericanos.
Por otro lado, la ruptura del “consenso” internacional y las pujas interimperialistas son un elemento activo de la guerra , que dan por tierra con la apariencia de un mando imperial que aúna los intereses de las distintas potencias. Así, el “Imperio” se presenta como una fuerza concreta, los EEUU; y el agredido, un pueblo subyugado al cual se le ha negado el derecho a su soberanía. No se trata entonces de una acción policial –cuyo objetivo es disciplinar- sino de una guerra imperialista contra una nación oprimida.
Por último, según los autonomistas, como veremos a continuación, existe un “estado de guerra permanente” que se manifiesta en todos los terrenos de la vida social con la misma intensidad. Considerar la nueva naturaleza de la guerra como policial es funcional a esta definición, que termina igualando a todas las acciones armadas y desjerarquizando el contenido concreto del militarismo imperialista y de la cruzada contra Irak.
Es en momentos de aguda tensión cuando una teoría se transforma en una herramienta filosa que puede tomar cuerpo en la actividad de las masas, sino lo hace es un dogma, vacío de contenido, que no refleja la vida. Definir correctamente el carácter de la guerra -mucho más aún de la después de la victoria norteamericana- es una cuestión clave de la agenda política para luchar contra la continuidad de las “guerras preventivas” de Mr. Bush.

 

Autonomismo y movimiento antiguerra

 

Consecuente con la lectura anterior, el autonomismo plantea que el actual movimiento antiguerra, tan precisamente antinorteamericano, constituye un retroceso con respecto a los movimientos antiglobalización que cuestionaban al capital en general. Según Michael Hardt, la lucha contra las “fuerzas que dominan la globalización capitalista en nuestros días”, fue reemplazada por el “antinorteamericanismo”. Se lamenta que “desgraciada pero inevitablemente (...) las protestas contra la globalización se han reorientado ahora (...) contra la guerra”, advirtiendo que “tenemos que oponernos a esta guerra, pero al mismo tiempo debemos tener la vista puesta más allá de ésta, evitando vernos capturados en la trampa de su lógica política estrecha” .
Podemos coincidir que el antinorteamericanismo de los gobiernos europeos es otro peligro imperialista pero igualarlo al sentimiento de un movimiento de masas que intenta detener, más allá de sus límites, la maquinaria bélica, es un síntoma de miopía política. Es no comprender que a diferencia de los gobiernos, para los pueblos movilizados de Medio Oriente, se trata de identificar al responsable de su sufrimiento; que para los manifestantes de las metrópolis europeas, implica señalar a los aliados de EEUU, por ejemplo Aznar y Blair, como blanco de sus protestas; y por último pero no menor, que en el corazón del “imperio americano” miles de voces se alcen cuestionando el patriotismo guerrerista.
Lejos de lamentarse por los contornos del movimiento hay que poner el eje en el antiimperialismo, que supere al pacifismo, es decir, en la militancia activa, contra la ocupación militar de Irak y por la victoria del pueblo oprimido. Frente a la dinámica guerrerista hay que impulsar la intervención independiente del movimiento de masas y la constitución de una fuerza social que atraviese las fronteras, para derrotar el militarismo y a los gobiernos imperialistas que buscan un provecho del conflicto bélico.
Por el contrario, para Toni Negri se trata de inspirar “las formas alternativas de vida social” las que “han de asumir el problema de la destrucción del estado (N. De R. situación) de guerra permanente, de todas sus condiciones y todas sus consecuencias” , en síntesis, un contrapoder que conviva en los márgenes del capital, un éxodo hacia nuevas relaciones solidarias, comunas libres, que eviten el enfrentamiento directo con el estado.
Ingenuamente olvidan que el militarismo actual es una maquinaria bélica en movimiento, que nace de los monopolios y el estado norteamericano, una derechización de la escena política en EEUU y el mundo, una amenaza para los pueblos oprimidos y para todo intento de transformación social. Frente a esto la idea de un éxodo, se hace añicos. Hoy más que nunca la política internacional como producto de la guerra se dirime en el terreno de las relaciones de fuerza. A la enorme concentración de fuerzas y poder de fuego imperialista, hay que oponerle un contrapoder que asuma esta realidad y articule una potencia superior, la del movimiento de la clase obrera y los pueblos oprimidos, detrás del horizonte de transformar la guerra en revolución social.
Las condiciones que siembra la guerra no son solo las de la barbarie sino también las de la subversión del orden existente. Se han trastocado los cimientos de la sociedad toda. No hay que olvidar que como citaba Marx hay momentos en que todo lo sólido se desvanece en el aire. Aprovechar la conmoción, transformarla en oportunidad revolucionaria, es una perspectiva no solo necesaria sino real. Es urgente asumir la alternativa de hierro lanzada frente a la primer carnicería imperialista: socialismo o barbarie.

 

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