La guerra puso
a prueba a las distintas teorías y programas anticapitalistas.
La concepción autonomista, influenciada por Toni Negri y Michael
Hardt, ha entrado en crisis. La ilusión de un Imperio que superaba
las contradicciones del imperialismo y de un contrapoder que surgido
“desde abajo” podía evitar la lucha política
por el poder del estado, se ha mostrado impotente ante la cruda realidad
de la guerra. Quizás esta sea la explicación de la escasa
actividad y del silencio ante un hecho de tal magnitud, de quienes
en Argentina, como el MTD de Solano en la Aníbal Verón,
se referencian como parte de esta corriente.
Acciones policiales del “Imperio” o guerra imperialista
El pensamiento autonomista considera que hubo una “modificación
de la naturaleza y el papel de la guerra en nuestra sociedad”
. Para Toni Negri, la doctrina de “guerras preventivas”
de Bush constituye una “nueva teoría estratégica
(...) un nuevo arte de la guerra, esto es, de la policía”
que serviría para construir “el orden, el lugar y la
forma de gobierno que ejecuta las directivas imperiales. Ya no se
trata de imperialismo, sino de una continua y permanente construcción
del espacio de mando imperial” .
Esta visión, elimina la definición de los estados como
sujetos políticos y militares de la guerra. En el caso actual,
el hecho de que son estados imperialistas los agresores de un estado
semicolonial, oprimido, como Irak. Además, el objetivo de esta
guerra no sería, según el autonomismo, la reafirmación
de la hegemonía norteamericana y de un nuevo tablero mundial,
aún contra otras potencias imperialistas, sino la acción
de un Imperio, -una entidad que supera los antagonismos entre las
potencias estatales- cuyo principal desafío es la articulación
de un nuevo orden de mando sobre la sociedad por medios policiales.
Estaríamos en presencia de una especie de supraestado que actúa
como gendarme mundial.
El imperialismo sufrió modificaciones importantes en su composición
en las últimas dos décadas, reflejadas en las intervenciones
militares de los ’90. En la primer guerra del Golfo logró
una espectacular coalición multinacional que dio la sensación
de superación de las contradicciones interimperialistas. A
su vez, el elemento “guerrerista”, era revestido tras
fachadas humanitarias. El apoyo de la ONU (en algunas ocasiones) y
de diversas potencias a las incursiones norteamericanas, le dieron
un manto de “legalidad” internacional que reforzó
la apariencia de acciones policiales, atemperando los intereses políticos
de dominación y materiales del conflicto y las pujas interestatales.
Los que confundieron el manto ideológico de la apariencia con
el contenido real cometían ya en ese entonces un grave error,
asumiendo como válidos los argumentos imperialistas para justificar
sus masacres.
Pero frente a la guerra de Irak, reducir la invasión angloamericana,
al mero hecho de “intervención policial” es una
falta de proporciones, que no da cuenta de la escena contemporánea.
En primer lugar, los objetivos de guerra norteamericanos retrotraen
la política imperialista al terreno del colonialismo, en aras
de mantener la hegemonía de su estado a nivel mundial. Es un
conflicto diseñado en pos de consolidar y extender su dominio
en Medio Oriente, para lo cual necesitan contar con una fuerza de
despliegue rápido en la zona y un virrey en Irak que oficie
de gobierno.
En segundo lugar, el botín preciado son las reservas petroleras,
lo que le da a la guerra, un carácter de rapiña y procuración.
Las tropas de la coalición no respondían a un capital
transnacionalizado, a un Imperio global, sino a los monopolios norteamericanos.
Por otro lado, la ruptura del “consenso” internacional
y las pujas interimperialistas son un elemento activo de la guerra
, que dan por tierra con la apariencia de un mando imperial que aúna
los intereses de las distintas potencias. Así, el “Imperio”
se presenta como una fuerza concreta, los EEUU; y el agredido, un
pueblo subyugado al cual se le ha negado el derecho a su soberanía.
No se trata entonces de una acción policial –cuyo objetivo
es disciplinar- sino de una guerra imperialista contra una nación
oprimida.
Por último, según los autonomistas, como veremos a continuación,
existe un “estado de guerra permanente” que se manifiesta
en todos los terrenos de la vida social con la misma intensidad. Considerar
la nueva naturaleza de la guerra como policial es funcional a esta
definición, que termina igualando a todas las acciones armadas
y desjerarquizando el contenido concreto del militarismo imperialista
y de la cruzada contra Irak.
Es en momentos de aguda tensión cuando una teoría se
transforma en una herramienta filosa que puede tomar cuerpo en la
actividad de las masas, sino lo hace es un dogma, vacío de
contenido, que no refleja la vida. Definir correctamente el carácter
de la guerra -mucho más aún de la después de
la victoria norteamericana- es una cuestión clave de la agenda
política para luchar contra la continuidad de las “guerras
preventivas” de Mr. Bush.
Autonomismo y movimiento antiguerra
Consecuente con la lectura anterior, el autonomismo plantea que el
actual movimiento antiguerra, tan precisamente antinorteamericano,
constituye un retroceso con respecto a los movimientos antiglobalización
que cuestionaban al capital en general. Según Michael Hardt,
la lucha contra las “fuerzas que dominan la globalización
capitalista en nuestros días”, fue reemplazada por el
“antinorteamericanismo”. Se lamenta que “desgraciada
pero inevitablemente (...) las protestas contra la globalización
se han reorientado ahora (...) contra la guerra”, advirtiendo
que “tenemos que oponernos a esta guerra, pero al mismo tiempo
debemos tener la vista puesta más allá de ésta,
evitando vernos capturados en la trampa de su lógica política
estrecha” .
Podemos coincidir que el antinorteamericanismo de los gobiernos europeos
es otro peligro imperialista pero igualarlo al sentimiento de un movimiento
de masas que intenta detener, más allá de sus límites,
la maquinaria bélica, es un síntoma de miopía
política. Es no comprender que a diferencia de los gobiernos,
para los pueblos movilizados de Medio Oriente, se trata de identificar
al responsable de su sufrimiento; que para los manifestantes de las
metrópolis europeas, implica señalar a los aliados de
EEUU, por ejemplo Aznar y Blair, como blanco de sus protestas; y por
último pero no menor, que en el corazón del “imperio
americano” miles de voces se alcen cuestionando el patriotismo
guerrerista.
Lejos de lamentarse por los contornos del movimiento hay que poner
el eje en el antiimperialismo, que supere al pacifismo, es decir,
en la militancia activa, contra la ocupación militar de Irak
y por la victoria del pueblo oprimido. Frente a la dinámica
guerrerista hay que impulsar la intervención independiente
del movimiento de masas y la constitución de una fuerza social
que atraviese las fronteras, para derrotar el militarismo y a los
gobiernos imperialistas que buscan un provecho del conflicto bélico.
Por el contrario, para Toni Negri se trata de inspirar “las
formas alternativas de vida social” las que “han de asumir
el problema de la destrucción del estado (N. De R. situación)
de guerra permanente, de todas sus condiciones y todas sus consecuencias”
, en síntesis, un contrapoder que conviva en los márgenes
del capital, un éxodo hacia nuevas relaciones solidarias, comunas
libres, que eviten el enfrentamiento directo con el estado.
Ingenuamente olvidan que el militarismo actual es una maquinaria bélica
en movimiento, que nace de los monopolios y el estado norteamericano,
una derechización de la escena política en EEUU y el
mundo, una amenaza para los pueblos oprimidos y para todo intento
de transformación social. Frente a esto la idea de un éxodo,
se hace añicos. Hoy más que nunca la política
internacional como producto de la guerra se dirime en el terreno de
las relaciones de fuerza. A la enorme concentración de fuerzas
y poder de fuego imperialista, hay que oponerle un contrapoder que
asuma esta realidad y articule una potencia superior, la del movimiento
de la clase obrera y los pueblos oprimidos, detrás del horizonte
de transformar la guerra en revolución social.
Las condiciones que siembra la guerra no son solo las de la barbarie
sino también las de la subversión del orden existente.
Se han trastocado los cimientos de la sociedad toda. No hay que olvidar
que como citaba Marx hay momentos en que todo lo sólido se
desvanece en el aire. Aprovechar la conmoción, transformarla
en oportunidad revolucionaria, es una perspectiva no solo necesaria
sino real. Es urgente asumir la alternativa de hierro lanzada frente
a la primer carnicería imperialista: socialismo o barbarie.
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