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Francia y la guerra en Irak

Serge G. (Colaborador de la FT- Francia), traducido para Partes de Guerra por Rossana Cortez

15/03/03

El número del mes de marzo del periódico teórico de Lutte Ouvrière (Lutte de classes) expone una visión de Francia compartida por numerosos analistas de la actualidad: sería de un imperialismo de segunda zona, que no tendría fuerza para oponerse a la hiperpotencia norteamericana, y que, así, terminaría aliándose forzosamente a EE. UU. en la guerra, casi inevitable, contra Irak.
Sin embargo, hay que constatar que ese alineamiento se hace esperar, desde hace ya algunos meses. Lo que hace que otros autores destaquen las buenas intenciones de Francia, que buscaría la paz en oposición al belicismo de George W. Bush.
Es conveniente preguntarse, entonces, cuáles son las verdaderas causas de esta guerra: ¿es una guerra por petróleo, como creen algunos observadores, entre ellos el Partido Comunista Francés? Si este es el caso, Francia, que ya tiene inversiones en el sector en Irak, podría alinearse sin preocupaciones, condicionando esto, evidentemente, al mantenimiento de sus intereses.
Parece, sin embargo, que las razones son más complejas, y que se trata de una disputa más amplia que por las inmensas reservas petrolíferas iraquíes.

 

Francia, ¿un imperialismo de segunda zona?

 

Esta tesis, sostenida firmemente por Lutte ouvrière, no parece tener en cuenta la complejidad de las relaciones internacionales. Veamos en principio lo que dice el partido para analizarlo seguidamente:

"Incluso si la diplomacia francesa continúa cuidando sus divergencias oponiendo, por ejemplo, su veto a una nueva resolución de la ONU, dando esta vez un cheque en blanco a Bush - lo que no es del todo cierto -, esto no le impediría a EE. UU. desencadenar la agresión. Y si tienen motivos de dudar antes de la intervención, no es por cierto a causa de las zalamerías diplomáticas de Chirac, sino a causa de las consecuencias que la intervención norteamericana, y sobre todo, una ocupación durable, pueden tener en la región (...)" (1).

En este sentido, Lutte Ouvrière cree incluso en la impotencia de los dos gigantes europeos, Francia y Alemania, frente a la hiperpotencia norteamericana:

"Por más que EE. UU. no forme parte de la Unión Europea, su influencia en ella es más importante que la de los dos pilares de la Unión, Francia y Alemania, inclusive unidos. Las reprimendas de Chirac con respecto a los países candidatos a la adhesión a la Unión Europea que han aportado un apoyo espectacular a Bush y a su guerra son, sobre todo, la expresión de una impotencia rabiosa. Los pocos aplausos recogidos en la ONU por de Villepin no hacen del imperialismo francés una gran potencia"(2) .

Es cierto que el peso de Francia no es el de Estados Unidos en la balanza política internacional. Pero hay que recordar que, por un lado, las fuerzas de los diferentes países no están paralizadas, y que, por otro lado, cada situación exige un análisis propio, porque la relación de fuerzas nunca es la misma.
El New York Times es el primero en admitir que esta guerra en Irak es particular: contaría con una nueva superpotencia, la de la opinión pública, ampliamente opositora al conflicto militar, con o sin el aval de la ONU.
El peso de un país que se opone a la guerra, en estas condiciones, no puede más que aumentar, sobre todo si ya ha sido tenido en cuenta, como es el caso de Francia.
Basta con ver las consecuencias de la posición francesa para darse cuenta de esto: a fin del año pasado, en la cumbre de la francofonía, en Beirut, en el Líbano, Chirac recibió una calurosa acogida, especialmente de parte de los representantes de los países árabes; en la cumbre de Francia - Africa, en febrero de 2003, los jefes de estado que fueron a París dieron claras muestras de su apoyo a la posición francesa (3), en la primera visita de un jefe de estado francés a Argelia luego de la independencia, cientos de miles de argelinos salieron a la calle para recibir al presidente francés; incluso en Irak la población reconoce los "esfuerzos" franceses para evitar el conflicto.
Aunque este apoyo no asegura la fuerza de Francia por sí misma, es innegable que el país saldrá de este embrollo fortalecido, lejos de una imagen mítica de un imperialismo de segunda zona.
Por otra parte, si esto no fuera verdad, los medios de comunicación norteamericanos e ingleses no se tomarían el trabajo de llevar adelante la histérica campaña francófoba que se da actualmente.
Así, a pesar de las divisiones de los gobiernos europeos y la enorme potencia norteamericana, está claro que Francia cumple un papel importante en este diferendo interimperialista.

 

¿Es una guerra por petróleo?

 

TotalFinaElf, una de las cinco compañías petrolíferas más grandes del planeta, está presente en Irak, lo que hace sugerir al lenguaje politiquero que la terquedad francesa estaría ligada al apego al statu quo, una guerra engendrando forzosamente una redistribución de los mapas políticos y económicos.
Esta hipótesis peca también de exceso de simplismo: con o sin guerra, Francia puede garantizar sus inversiones en el lugar, debiendo adaptar, evidentemente, sus posiciones a la realidad. Su oposición a la guerra, que conlleva un costo político y económico cierto, no puede estar fundado en un razonamiento tan frágil. Hay que buscar en otra parte las razones de la posición francesa.

 

¿Francia apuesta a la paz perpetua?

 

Esta hipótesis no es anodina, porque conquista cada vez más adherentes en un mundo en el que la vacuidad completa del discurso de Bush no puede más que desacreditar a las tesis norteamericanas, y revestir de un aura de credibilidad a todos los que se opongan a él, de una manera u otra.
Le Monde Diplomatique, a pesar de ser fuerte crítico de la derecha francesa, no escapa a esta tendencia. Ignacio Ramonet, cuando critica la deriva norteamericana de pretender hacer la guerra por causas nobles (llevar la democracia, la libertad, la civilización), lo que lo une a las prácticas de los antiguos colonialistas, no deja casi lugar a dudas:

"Para evitar esta afligente deriva, Francia y Alemania, en nombre de cierta idea de la Unión Europea, han elegido hacer de contrapeso - no hostil - a EE. UU. en el seno de la ONU. 'Estamos convencidos - afirmó de Villepin - que es necesario un mundo multipolar y que una sola potencia no puede asegurar el orden del mundo'"(4) .

Francia estaría motivada, en su gestión en el Consejo de Seguridad de la ONU, por una sincera voluntad de oponerse a la acción unilateral norteamericana. El autor prosigue:

"(...) La iniciativa franco - alemana constituye una gestión histórica que hace salir finalmente a Europa de sesenta años de temores y le permite redescubrir la voluntad política. Una gestión tan audaz que ha revelado, por contraste, la actitud pusilánime de algunos países europeos (Reino Unido, España, Italia, Polonia...) demasiado avasallados durante mucho tiempo"(5) .

He aquí la Europa, al menos en lo que concierne al eje franco - alemán, salida de su pusilanimidad y habiendo tomado la decisión correcta. Lo que verdaderamente está puesto en juego en la oposición francesa sería, entonces, la búsqueda de una acción política hacia la paz perpetua, contra la alternativa militar de EE. UU.:

"En la nueva reorganización del mundo que comienza, EE. UU. apunta a partir de ahora hacia lo militar (y lo mediático). Francia y Alemania, por el contrario, a lo político. Para enfrentar los problemas que acucian a la humanidad, estos apuestan a la paz perpetua. El presidente Bush y su entorno, a la guerra perpetua..." (6).

¿Podemos creer tal hipótesis cuando el mismísimo presidente Chirac, en su discurso televisivo del 10 de marzo (7) destaca que Francia no es pacifista, que solo evita la guerra cuando hay otras soluciones a los problemas internacionales? ¿O cuando tiende a precisar que el recurso de la guerra no está excluido, pero hay que darle más tiempo a los inspectores de la ONU?
La explicación del diferendo franco - americano no parece ser entonces la del pacifismo francés. Efectivamente, hay que mirar lo que Marx llamaba la infraestructura para encontrar pistas más convincentes.

 

La decadencia norteamericana y los apetitos imperialistas

 

Otra debilidad en la discusión de la crisis actual es la tendencia a exagerar la fuerza norteamericana.
A pesar de la propaganda que causa estragos sobre este tema - ya sea entre los antiamericanos primarios, ya sea en otros imperialistas ávidos de acrecentar su poder desviando la atención de sus propios desastres -, un análisis más atento indica la decadencia norteamericana, sobre todo luego de la derrota de Vietnam y la crisis petrolera de los años '70.
Incluso pensadores de derecha como Emmanuel Todd sostienen esta tesis:

"Sin embargo, la potencia económica, militar e ideológica declinante de EE. UU. no le permite dominar efectivamente un mundo que se ha vuelto muy vasto, demasiado poblado, demasiado alfabetizado, demasiado democrático(...) (8).

Lo que explicaría la redistribución del mapa mundo actual, a pesar de una tendencia del autor a ver allí una marcha natural y pacífica que no se corresponde con la realidad.

"Una representación semejante de la relación de fuerza planetaria conducirá naturalmente a algunas propuestas de orden estratégico, cuya meta no será la de aumentar las ganancias de tal o cual nación, sino la de dirigir la decadencia norteamericana de la mejor manera posible para todos" (9).

Para convencerse de esta decadencia, basta con mirar el cuadro publicado en el último número de Estrategia Internacional (10), en le que se puede notar la caída del nivel de desarrollo del PBI norteamericano después de la Segunda Guerra mundial - entre 1960 y 1969, el desarrollo promedio ha sido de 4,6%, mientras que entre 1990 y 2000 ha sido de 3,2% - una tendencia que no hace más que aumentar después del inicio del marasmo bursátil actual. Otra cifra prueba esta afirmación: en la inmediata posguerra, el PBI norteamericano representaba alrededor del 50% del PBI mundial; hoy no representa más que alrededor del 25%.
Este declinamiento atiza las ambiciones de los otros imperialismos, que cuentan con ocupar el espacio abandonado por los norteamericanos. Francia, uno de esos imperialismos, tendría total interés en beneficiarse de esto, lo que explicaría en parte su oposición a la guerra.
En parte porque el elemento subjetivo no puede ignorar el elemento objetivo, la voluntad de un país no basta para cambiar la relación de fuerza.

 

La crisis económica y los diferendos políticos

 

El análisis marxista sabe desembarazarse de los fantasmas pseudo - explicativos para basarse en factores reales cuando explotan las grandes confrontaciones: la Primera Guerra mundial no fue provocada por el asesinato en los Balcanes, sino por la caída del Imperio Otomano y el ascenso alemán y norteamericano; la Segunda, no es tributaria del hitlerismo más que por su costado exótico, los apetitos alemanes, norteamericanos, franceses, ingleses y japoneses eran los que estaban verdaderamente en juego.
La situación actual es parecida, guardando las proporciones. Si hay un diferendo de tal amplitud - Alemania por primera vez desde la Segunda Guerra se opone claramente a EE. UU., Japón afirma abiertamente su intención de rearmarse - , esto se debe, ante todo, a la crisis económica que no para de agravarse, a pesar de los apaciguamientos de la propaganda mediática.
En este contexto, los halcones americanos no son, una vez más, más que la caricatura de un fenómeno más importante, el del agravamiento de las disputas interimperialistas. Bush y su equipo tienen, por cierto, reticencias que rozan con el fascismo, pero su lastimoso discurso mesiánico y belicista solo puede volverse una doctrina de estado en un momento en que un país hegemónico en decadencia quiera retrasar esta caída, redistribuyendo el mapa del mundo a través de una gesticulación militar contra los molinos de viento.
Francia, que quiere acelerar la decadencia norteamericana, surfea sobre la oposición de la opinión pública para sacar de ella el máximo beneficio.

 

¿Francia mantendrá su oposición hasta el final?

 

Nadie puede afirmar hoy (escribimos esto a mediados de marzo) cuál será la salida de este diferendo franco - americano. Francia puede terminar uniéndose con EE. UU., sobre todo si la ONU da su cheque en blanco a los norteamericanos. Pero si no le dan este cheque en blanco, lo que no parece improbable, Francia podría contentarse con una participación mínima - apoyo logístico - o incluso, con un inmovilismo encarnizado.
El futuro nos dará la respuesta a estos interrogantes. Lo que sigue siendo cierto, igualmente, es la fisura que se dibuja en el edificio imperialista.

 

Notas

1 - Lutte de classes, marzo de 2003, p. 3.
2 - Ibid. p. 3.
3 - Aunque algunos de ellos fueron obligados a cambiar de posición más tarde, a causa de las presiones norteamericanas.
4 - Le Monde Diplomatique, marzo de 2003, p. 19.
5 - Ibid, p. 19.
6 - Ibid, p. 19.
7 - Se trata de la entrevista concedida a TF1 y a France 2.
8 - E. Todd, Después del Imperio, ensayo de la descomposición del sistema norteamericano, p. 31 y 32.
9 - Ibid, p. 33.
10 - Estrategia Internacional, nº 19, enero de 2003, p. 7.

 

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