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El atentado del 11 de septiembre y la "guerra contra el terrorismo"
han abierto una nueva situación internacional caracterizada
por: el aumento de la agresividad y el guerrerismo imperialista,
los realineamientos entre las grandes potencias y entre estas y
los países semicoloniales, una crisis estructural de la economía
mundial y una mayor tensión y polarización entre las
clases.
UNA RUPTURA DEL EQUILIBRIO INESTABLE DE
LOS ´90
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La situación actual significa una ruptura del equilibrio
inestable de los años 90. En este período EE.UU. recompuso
relativamente su hegemonía frente a los imperialismos competidores
y avanzó en su dominio económico y político
-acompañado en esto por sus socios europeos y japoneses-
sobre los países de la periferia, incluso en la llamada "segunda
periferia" como demuestra el avance de la restauración
capitalista en los países de Europa del este, la ex URSS
y China. La caída de la URSS abrió un espacio de maniobra
mayor para el imperialismo norteamericano en particular, que permitió
extender las fronteras del capital a nuevas áreas geográficas
(la llamada "globalización") y profundizar la ofensiva
neoliberal sobre todo el mundo.
Sin embargo, si durante los primeros años de la década
se generó la ilusión de un avance "armónico
y pacífico" de su dominio, con el paso del tiempo se
fueron acumulando una serie de contradicciones y fuerzas antagónicas
que, una a una, fueron saliendo a la superficie en los últimos
años del siglo pasado: la crisis del Sudeste Asiático
del 97 y las sucesivas crisis de los llamados "mercados emergentes"
que hundieron a la mayoría de los países de la periferia;
el surgimiento y el desarrollo del movimiento anticapitalista en
los países centrales después de la "batalla de
Seattle" a fines de 1999; el fracaso y la resistencia a los
planes neoliberales en América Latina que se aceleraron a
partir del año 2000; el estallido de la segunda Intifada
en Palestina en agosto del año pasado y el creciente antinorteamericanismo
en Medio Oriente y el conjunto del mundo islámico; el importante
rechazo de la burocracia restauracionista rusa y china y de los
gobiernos imperialistas europeos a los primeros seis meses del gobierno
de Bush; el fin del crecimiento de la economía norteamericana
que arrastró a la economía mundial en su conjunto
a la recesión.
En este marco, el atentado del 11/9 actuó como catalizador
y acelerador de todos estos elementos que se vinieron acumulando
en la situación mundial señalando la ruptura del equilibrio
inestable de la década pasada.
VULNERABILIDAD HISTÓRICA, MAYOR
INTERVENCIONISMO Y AGRESIVIDAD MILITAR
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A su vez el atentado puso en evidencia la mayor vulnerabilidad histórica
de los EE.UU. El mayor dominio económico, político
y militar del imperialismo sobre los pueblos del mundo significa
una creciente penetración de todas las contradicciones y
malestares de nuestro planeta en los cimientos del capital norteamericano.
Una muestra elocuente de esto es que el imperialismo no puede impedir
que el estallido de conflictos regionales o de guerras civiles en
zonas o estados tan alejados de su territorio, como Afganistán,
afecten a su seguridad interna.
En este marco, la liquidación del aparato stalinista mundial,
ha aumentado, en última instancia, su vulnerabilidad histórica.
Es que la colaboración contrarrevolucionaria del stalinismo
como contenedor de la clase obrera y los movimientos de liberación
nacional fue fundamental para mantener el statu quo mundial después
de la segunda posguerra. La pérdida de este adversario-aliado
contrarrevolucionario implica que EE.UU. debe lidiar en soledad
con todas las contradicciones de la política mundial lo que
aumenta su exposición a los focos inestables del planeta.
En estas condiciones el "aislacionismo", que era una opción
en los años de su ascenso como potencia mundial, es no sólo
inadecuado sino impensable por sus enormes compromisos externos.
Una muestra indiscutible de esto es el giro en la política
exterior de Bush. Este, que en los inicios de su presidencia preparaba
el "gran repliegue" concentrándose en los puntos
del planeta considerados vitales para su interés nacional,
se ha convertido en cuestión de cuatro meses en el adalid
de un "nuevo intervencionismo": la presencia del ejército
norteamericano en el mundo es probablemente la más importante
desde la Segunda Guerra Mundial, extendiendo sus tentáculos
en más de 140 países.
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La respuesta del imperialismo norteamericano a esta situación
inédita ha sido una mayor agresividad tanto en su política
exterior como interior, con el objetivo de recomponer la imagen
de su poder imperial. El objetivo, utilizando su abrumadora superioridad
militar, es hacer una demostración de fuerza contundente
que le permita contener los elementos de inestabilidad e imponer
un nuevo control social interno y un nuevo esquema de seguridad
internacional. ¿Podrá el imperialismo norteamericano,
en el próximo período, lograr estos objetivos? O por
el contrario ¿fracasará en traducir su supremacía
militar en un poder político equivalente? La respuesta a
estos interrogantes determinará si en el próximo período
EE.UU. podrá avanzar en un mayor dominio sobre el mundo que
prolongue su hegemonía o, de no conseguirlo, pegue un salto
en su declinación histórica iniciada a comienzos de
los años '70.
UN NUEVO UNILATERALISMO BASADO EN LA FUERZA
Y LA CENTRALIDAD DEL ESTADO IMPERIALISTA
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En la prosecución de este objetivo, es decir la reafirmación
de su poderío, EE.UU. utiliza todos los enormes recursos
políticos y militares a su alcance, superando todos los límites
que se le interpongan en este camino. A esta lógica subordina
todos los demás aspectos de su guerra contra el terrorismo:
las objeciones de la alianza internacional que lo respalda o la
aprehensión de los países musulmanes en el plano externo
o las garantías constitucionales a las libertades democráticas
y las atribuciones de los distintos poderes del estado, en el plano
interno. Este es el contenido real de la llamada "Doctrina
Bush": una enorme concentración de poder en el ejecutivo
para desarrollar un nuevo "unilateralismo" en la escena
internacional. Esto es lo que se ve en la forma de conducir la guerra,
donde las principales decisiones militares y políticas, incluso
hasta en el nivel táctico, son tomadas exclusivamente y sin
la menor consulta por Washington. Otra muestra es el retiro de EE.UU.
del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM) para acelerar
su polémico sistema nacional de defensa espacial, a fin del
año pasado. Más recientemente, la Casa Blanca ha revelado
planes para almacenar, no destruir, más de 4000 cabezas nucleares
que deberían haber sido desmanteladas bajo los acuerdos de
desarme desarrollados entre Rusia y EE.UU.. Esta decisión
que busca asegurar la superioridad estratégica de EE.UU.
en el largo plazo, ha significado un nuevo desplante a su más
fervoroso aliado en la campaña antiterrorista, el gobierno
de Putin, liquidando todo vestigio del status de superpotencia de
Rusia.
En este marco, el "multilateralismo" posterior al 11/9
no es más que la cobertura de este contenido o más
precisamente un "multilateralismo a la carta" como lo
llaman algunos analistas.
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La centralidad del estado imperialista, tanto en la dirección
de la guerra como frente a la crisis económica y, sobre todo,
en restaurar la confianza de los inversionistas en la invencibilidad
y seguridad del poder imperial, desmiente la tesis de los principales
teóricos del movimiento "antiglobalización",
que hablaban en términos de una "autonomía de
las corporaciones internacionales". La actual campaña
antiterrorista dirigida por Washington pone de manifiesto que, a
pesar de la mayor integración de la economía mundial
de las últimas décadas, estos cambios no han dado
lugar a un desplazamiento de la soberanía del estado nacional
a una estructura "supranacional", como sostienen los que
plantean la existencia de un "Imperio" o un mundo post
imperialista.
Aunque recubierta del llamado a la defensa de valores universales
como "justicia infinita" o "libertad duradera",
el contenido palmario de la acción norteamericana es la prosecución
de su propio interés nacional y la reafirmación de
su poderío. Es esto lo que determina los objetivos y los
medios de las operaciones militares. Ni siquiera recurrió
en este caso a la cobertura formal de la ONU, como fue el caso de
la guerra del Golfo en 1991, o de sus aliados de la OTAN como fue
el caso de la guerra contra Yugoslavia en 1999. Aunque ambas instituciones
votaron y aprobaron los objetivos generales de la campaña
contra el terrorismo, en los fines políticos-militares de
la acción punitiva han quedado claramente relegadas a un
segundo plano.
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La estructura conceptual dirección/hegemonía y dominación/coerción,
puede ser utilizada para determinar las formas en que se ejerce
la supremacía de EE.UU., la que varía y oscila entre
estos dos polos. La primera se reserva para su relación con
sus aliados más cercanos, en particular los miembros de la
OTAN y Japón. La segunda es la que caracteriza la relación
de Washington con la periferia, en una proporción de consenso/coerción
que depende tanto de la importancia económica como del interés
estratégico de cada estado aliado o cliente.
Aunque la campaña antiterrorista ha permitido a Washington
aumentar su hegemonía sobre las grandes potencias, ésta
se basa esencialmente en el uso discrecional de la fuerza. Esto
determina el carácter de la coalición antiterrorista
que respalda y legitima las acciones de Washington. En este sentido,
la alianza de grandes potencias que lo respaldan es distinta de
la alianza anticomunista que Washington lideró durante la
llamada "guerra fría". Allí, su hegemonía
indiscutida le permitía ejercer el liderazgo sobre el bloque
de las potencias occidentales y Japón detrás de sus
propios objetivos, mientras ejercía una relación de
dominio sobre las naciones de la periferia semicolonial (en el marco
de la lucha de influencias y propagandística entre el mundo
capitalista hegemonizado por EE.UU. y el bloque "socialista"
liderado por Moscú). Hoy, liquidada la "guerra fría",
EE.UU. no puede lograr una aceptación automática del
resto de las potencias imperialistas a sus dictados, lo que desplaza
esta relación del consenso hacia grados de mayor coerción.
En relación con los países semicoloniales, el dominio
que Washington ejerce se ha profundizado. El ultimátum de
Bush -"están con nosotros o con el terrorismo"-
disminuye el margen de maniobra de estos países, obligándolos
a un alineamiento casi absoluto con los EE.UU. si no quieren sufrir
su represalia diplomática y/o militar. A diferencia de la
coalición contra Irak, que contó con la colaboración
entusiasta de las potencias petroleras del Golfo, Egipto y Turquía
y países tan lejanos del centro de los acontecimientos como
Argentina, EE.UU. utiliza hoy el chantaje o la extorsión
política, diplomática, económica y hasta militar
en algunos casos, para vencer las reticencias de estos países.
Es que en el año 91, el desmoronamiento de la URSS le permitió
a Washington recubrir su dominio con ciertas dosis de consenso que
se expresó en que los países de la periferia se abrazaran
al "Consenso de Washington". Hoy, el agravamiento de las
condiciones económicas y sociales como consecuencia de la
mayor penetración imperialista en la última década
en la periferia hace que el alineamiento con Washington sea más
un resultado de la presión que una opción estratégica.
EL MAYOR DOMINIO NORTEAMERICANO PRINCIPAL
FUENTE DE TENSIONES EN EL SISTEMA INTERNACIONAL
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Aunque en lo inmediato esto aumenta la influencia que Washington
ejerce sobre los distintos países del mundo, este mayor dominio
de EE.UU. es la principal fuente a mediano plazo de las enormes
tensiones que se acumulan en el sistema internacional de estados
y que pueden emerger a la superficie frente a cualquier giro de
los acontecimientos, tanto en el plano político como militar.
Estratégicamente, estas tensiones se derivan de la realidad
insoslayable de la división del mundo en tres bloques económicos
imperialistas de poder más o menos equivalentes en el marco
de que el proceso de restauración capitalista en los antiguos
"gigantes comunistas", a pesar de sus importantes pasos,
no ha logrado aún su completa semicolonización y de
que el avance neocolonialista en la periferia ha exacerbado a grados
insospechados el desarrollo desigual y combinado de los países
semicoloniales.
Son estas condiciones estructurales las que convierten en una disfuncionalidad
histórica todo intento de Washington de transformar su recomposición
de la hegemonía, de carácter defensivo frente a los
atentados del 11 de septiembre, en una política ofensiva
de establecimiento de un nuevo orden a su imagen y semejanza (lo
que algunos analistas llaman una "hiperpotencia").
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De esta última cuestión se deriva una tensión
en la orientación estratégica de la política
exterior norteamericana posterior al 11 de septiembre y que se manifiesta
en las dos corrientes de opinión en que se divide el establishment
político militar norteamericano. Luego de los importantes
éxitos iniciales de la primera fase de la campaña
antiterrorista en Afganistán, esta división se expresa
en el debate de los objetivos políticos-militares de la segunda
fase y, en forma más general, en cómo lidiar con la
enorme zona de desestabilización en Eurasia abierta con la
caída de la ex URSS.
El "ala Powell" plantea una continuidad de la política
de equilibrio de poderes (Irak-Irán o India-Pakistán)
con la que Washington mantuvo su dominio en esta estratégica
región, usando a su favor la dinámica del poder regional.
El otro campo -cuyas principales figuras son el vicepresidente Dick
Cheney y el secretario de defensa, Donald Rumsfeld- plantea apoyarse
en una alianza reaccionaria de naciones que, mediante una operación
político-militar en gran escala o una dura presión
diplomática, liquide o aísle a aquellos países
que son vistos como amenazas a los intereses nacionales fundamentales
de EE.UU.
Lo que trasunta esta discusión es una diferente concepción
sobre la misión global de EE.UU.. Por un lado un ala más
cauta y conservadora del statu quo mundial, más consciente
de los límites históricos de la hegemonía norteamericana
y cuyo eje es contener los focos de desestabilización regionales
que afecten la seguridad de EE.UU.. Por el otro, un ala más
aventurera y ofensiva que quiere revertir de cuajo los signos de
decadencia histórica de los EE.UU. que la enorme humillación
del atentado del 11 de septiembre puso de manifiesto.
Esta segunda variante es, desde el punto de vista de la relación
de fuerzas, enormemente peligrosa para los intereses de largo plazo
del imperialismo y puede, con su acción, desestabilizar más
aún el planeta. Aunque la primera fase de la campaña
antiterrorista mostró que ambas alas no son antagónicas
y pueden convivir pacíficamente en el seno del gabinete Bush,
el éxito en Afganistán ha inclinado fuertemente la
balanza hacia el eje Cheney-Rumsfeld, el sector más unilateralista.
LA DERROTA DE LOS TALIBANES Y LA APERTURA
DE UNA COYUNTURA REACCIONARIA
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El derrocamiento del régimen talibán y la instalación
de un gobierno interino en Kabul ha fortalecido al imperialismo
norteamericano y a su presidente Bush, quien goza de una enorme
popularidad gracias al triunfo militar, lo cual constituye el principal
factor que otorga a la coyuntura un carácter reaccionario.
La rapidez de la operación militar y su bajo costo en vidas
norteamericanas es una muestra más del enorme poderío
de EE.UU., que aumenta la confianza del estado mayor imperialista.
Junto con esto, el otro importante factor reaccionario de la coyuntura
es que el giro hacia el combate al terrorismo como prioridad de
la política exterior norteamericana está permitiendo
un importante despliegue del militarismo de las grandes potencias,
que acompañan la cruzada de Washington. Ellas están
aprovechando la ocasión para avanzar en sus intereses nacionales
bajo el paraguas de la potencia dominante. Así, Japón
y Alemania han desplegado sus más importantes contingentes
militares en el extranjero desde la Segunda Guerra Mundial -Japón
al Océano Indico y Alemania al Cuerno de África-.
Inglaterra lidera la fuerza de pacificación en Afganistán,
reafirmando el objetivo de Londres de ubicarse como el principal
aliado de EE.UU. quien le otorga un importante papel en la determinación
del futuro de Afganistán. Este creciente guerrerismo de la
política internacional es un aspecto saliente de la actual
coyuntura reaccionaria.
EL FORTALECIMIENTO DE AGENTES REGIONALES
REACCIONARIOS
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El otro aspecto reaccionario de la coyuntura está dado por
el aprovechamiento, por parte de algunas potencias secundarias,
de la nueva agenda norteamericana para presionar por objetivos locales
o regionales.
Una muestra de esto es la nueva legitimidad de la campaña
de agresión rusa en Chechenia que ya lleva más de
dos años. En el pasado, la brutalidad de la intervención
militar y las violaciones a los derechos humanos del ejército
ruso concentraban la atención internacional. En el nuevo
clima internacional, dominado por la agenda antiterrorista de Washington,
el gobierno de Putin ha tenido éxito en persuadir a Occidente
en frenar todo apoyo financiero y político a los chechenos.
A su vez la India ha aprovechado la oportunidad histórica
de eliminar a los combatientes musulmanes cachemires y debilitar
a su competidor regional Pakistán movilizando tropas a la
frontera y amenazando implícitamente con una guerra nuclear.
Mientras trata de evitar que estalle una guerra regional, Washington,
utiliza esta presión para en una operación de "pinzas"
obligar a Musharraf a que controle o elimine a los terroristas musulmanes,
creados o alentados, como los talibanes en el pasado, por los servicios
de inteligencia paquistaníes. El general pakistaní
ha cedido a esta presión de la India y EE.UU. que significó
un giro de ciento ochenta grados de la política interna de
Pakistán y que ha implicado la proscripción de cinco
partidos extremistas musulmanes y el encarcelamiento de cientos
de partidarios del fundamentalismo islámico.
Si en la primera fase de la guerra en Afganistán, Washington
mantuvo en caja a la India, con el objetivo de mantener la unidad
de la coalición antiterrorista en el mundo musulmán,
la agenda antiterrorista ha fortalecido las ambiciones reaccionarias
de la India como aliado estratégico de Washington en el tablero
asiático.
LA ESCALADA GUERRERISTA DE SHARON CONTRA
LAS MASAS PALESTINAS
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Si al inicio de la guerra contra Afganistán, Washington lanzó
una nueva iniciativa diplomática que postulaba el reconocimiento
del estado Palestino, con el correr de los días, la política
norteamericana fue virando hacia un apoyo abierto hacia las políticas
duras y guerreristas del gobierno de Sharon. Este busca dar vuelta
de modo completo el tablero del problema palestino-israelí
y producir una brusca reducción de las aspiraciones nacionales
del pueblo palestino. En otras palabras, la posibilidad de que el
status final de Jerusalén desaparezca de la mesa de negociaciones,
así como la reducción de los asentamientos judíos
en tierras palestinas o de enterrar definitivamente el derecho al
retorno de los refugiados.
En la prosecución de sus objetivos políticos, Sharon
está dispuesto a utilizar todos los medios a su alcance,
incluso la medida extrema de reocupar militarmente los territorios
que fueron cedidos a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) como
parte de los Acuerdos de Oslo. Esta escalada política y militar
busca, en lo inmediato, chantajear a Arafat para que desarticule
la Intifada y extermine a los grupos "extremistas" palestinos
como el Hamas y la Jihad Islámica. Sin embargo, es difícil
que Arafat pueda lograr esto acorralado entre la escalada israelí
y la creciente oposición interna a su liderazgo. Por eso,
el gobierno de Israel contempla también la variante del reemplazo
de Arafat como jefe de la ANP, manteniendo el reconocimiento de
la legitimidad de ésta como representativa de los intereses
palestinos. Sectores más extremos del gabinete de Sharon
proponen ir más allá, desmantelando toda la estructura
de la ANP creada en 1993 al inicio del proceso de paz. A esta enorme
presión se ha sumado, en los últimos días,
el gobierno de Bush que ha dejado prácticamente aislado a
Arafat y contempla un amplio rango de opciones, que incluso llegan
a la ruptura de relaciones diplomáticas con la ANP.
UNA CRECIENTE PENETRACIÓN INTERNA
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A su vez, la lucha contra el terrorismo como eje de la política
exterior norteamericana ha permitido una mayor penetración
de Washington en los conflictos internos o guerras civiles que azotan
a algunos países brindando apoyo político y hasta
equipamiento y cooperación militar a los ejércitos
de esos estados.
Este es el caso de Colombia donde el gobierno de Pastrana ha endurecido
la negociación con las FARC, poniendo en riesgo el proceso
de paz y amenazando con un baño de sangre si la guerrilla
no se aviene a sus exigencias. Esta mayor dureza del gobierno colombiano
es una consecuencia, en nuestro continente, de la ofensiva reaccionaria
que Washington ha lanzado sobre el mundo y de los dividendos del
Plan Colombia, que permitió el rearme y el mejor entrenamiento
del ejército colombiano y el establecimiento de lazos más
estrechos con el ejército de EE.UU. Es que EE.UU. pretende
imponer un control político en la zona de desestabilización
que es el norte de América Latina cruzado por: la cuestión
del narcotráfico, la guerra de más de treinta años
que llevan las FARC contra el estado colombiano y el deterioro de
las relaciones con Venezuela desde que Chávez es presidente.
Pero este ejemplo es parte de una tendencia más general:
EE.UU. ha dispuesto el envío de un contingente de marines
a la isla de Mindanao en Filipinas para preparar operaciones conjuntas
con el ejército de este país contra los grupos musulmanes
extremistas ligados a Al Qaeda. Este despliegue del ejército
norteamericano es el más importante fuera de Afganistán
como parte del inicio de la segunda fase de la campaña antiterrorista.
A su vez, en Indonesia, EE.UU. ha restablecido relaciones y financiamiento
al ejército de este enorme país que se habían
enfriado después de la caída de Suharto y los casos
de violaciones a los derechos humanos en Timor Oriental.
Esta mayor penetración interna amenaza con desestabilizar
a los gobiernos de estos países y despertar una oleada de
antinorteamericanismo que se le vuelva en contra en el futuro.
LAS "JORNADAS REVOLUCIONARIAS"
EN ARGENTINA COMO CONTRATENDENCIA A LA COYUNTURA REACCIONARIA
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Las "Jornadas Revolucionarias" en Argentina, que han provocado
la caída revolucionaria del gobierno de De La Rúa
y abierto una etapa revolucionaria, son una contratendencia a la
coyuntura reaccionaria, signada por el guerrerismo y militarismo
imperialista.
Aunque intenta ser expropiada por el nuevo gobierno peronista, estos
acontecimientos revolucionarios pueden impactar en el Cono Sur de
América Latina y estimular la resistencia de las masas obreras
y populares de la región, sometidas a la dureza de la recesión
económica, la voracidad imperialista y los planes de hambre
y miseria del FMI y los gobiernos cipayos.
Los acontecimientos revolucionarios en Argentina son el puente,
en la nueva situación mundial abierta tras los atentados
del 11/9, del proceso de insurgencia de masas en Sudamérica
abierto con la caída del gobierno de Mahuad tras el levantamiento
campesino indígena y popular a principios del año
2000. El carácter revolucionario del embate de las masas
está dado por haber tirado dos gobiernos en Ecuador en los
años 1997 y en el 2000, dando origen a una seminsurrección
en la ciudad de Cochabamba en abril de 2000 y, meses más
tarde, a un ascenso campesino y popular que puso al borde de la
caída al gobierno de Banzer, las movilizaciones populares
que llevaron a la renuncia de Fujimori, las movilizaciones populares
que tiraron al gobierno de Cubas y derrotaron la asonada de Oviedo
en Paraguay, por nombrar los hechos más importantes.
Todos estos acontecimientos ubican a la región como la avanzada
del enfrentamiento a los planes neoliberales que se expandieron
en el mundo semicolonial durante la década del 90. La crisis
argentina, uno de los principales modelos en la aplicación
del plan neoliberal en el continente y en el mundo, es un salto
en esta tendencia. Esto se manifiesta en la enorme preocupación
que ha generado en los círculos imperialistas el creciente
peligro de un "contagio político", que podría
significar un golpe terminal al ya debilitado Consenso de Washington,
que unificó a las distintas fracciones de la burguesía
local detrás del plan imperialista. La división burguesa
se agrava aún más ya que la región es un importante
campo de disputa entre los EE.UU., el imperialismo hegemónico
e históricamente dominante, y los imperialismos europeos,
en particular el español, que avanzaron en forma vertiginosa
en la década pasada al calor del proceso de privatizaciones.
La recesión internacional ha aumentado sus roces, no sólo
en el terreno económico, sino también en el terreno
político, como demuestra la intervención europea en
el proceso de paz colombiano.
En este marco, las disputas interimperialistas, la división
en las clases dominantes y la emergencia revolucionaria de las masas
pueden generar una importante zona de desestabilización en
el "patio trasero" del imperialismo norteamericano que
sea un importante obstáculo en su ofensiva reaccionaria.
¿PODRÁ WASHINGTON TRANSFORMAR
SU FORTALEZA COYUNTURAL EN ÉXITOS MÁS DURADEROS QUE
PERMITAN UNA NUEVA ESTABILIDAD RELATIVA?
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La enorme popularidad de Bush, la facilidad con que cayó
el régimen talibán, la ausencia de respuestas callejeras
masivas en el mundo musulmán al ataque militar norteamericano
sobre Afganistán y la aquiescencia de la comunidad internacional
a los objetivos de guerra de EE.UU., ha alentado al establishment
político y militar de Washington en su marcha guerrerista.
Ya en lo inmediato ha redoblado sus esfuerzos en la destrucción
de Al Qaeda como red internacional en el conjunto de países
donde esta organización está oculta o dispersa entre
la población. Para ello estableció nuevas alianzas
políticas y militares con Etiopía, Kenia, Yemen y
Sudán con el objetivo de contar con aliados locales para
tener éxito en su cometido. Esta es la lección que
demuestra la campaña de Afganistán en forma exitosa.
Al contrario, el fracaso de su intervención en Somalía
persiguiendo al "señor de la guerra" en 1994 demuestra
esta lección en forma trágica.
Pero es el triunfo en Afganistán, sobre todo, lo que ha llevado
a especular sobre la preparación de operaciones de guerra
mayores que la reciente campaña militar en Asia Central.
Esto es lo que exigen abiertamente las alas más guerreristas
del imperialismo, los llamados "halcones". Ellos ven la
oportunidad histórica de fijar los términos de la
política norteamericana en el próximo período,
avanzando en un ataque militar sobre Irak, que derroque a Saddam
Hussein, y cambie la relación de fuerzas en esta zona estratégica
del planeta. Su objetivo, a nivel global, es demostrar la contundencia
de EE.UU. mediante un golpe de mano y restablecer su invencibilidad
militar de manera tal que les permita consolidar una situación
reaccionaria a nivel internacional, un nuevo período de estabilidad
relativa en el próximo lustro.
Haciendo a un lado la enorme oposición que una acción
de este tipo podría despertar en el mundo islámico
y en los mismos países imperialistas, a esta perspectiva
se oponen los siguientes factores:
l El fracaso en la caza de la mayoría de la dirección
de Al Qaeda y del mismísimo Bin Laden. Bush ha liquidado
a Afganistán como santuario de Al Qaeda pero no ha podido
evitar que la alta cúpula de ésta, inclusive el mismísimo
Bin Laden, se les haya escapado de las manos. Este sigue siendo
uno de sus objetivos primordiales de su campaña antiterrorista,
un déficit de la primera fase que todavía no ha podido
cerrar exitosamente. Más aún, al personificar el gobierno
norteamericano su campaña antiterrorista en Bin Laden, su
captura se convierte en un problema de importancia para el gobierno
de EE.UU. como demuestra la enorme presión que ejerce sobre
Pakistán, donde se supone que podría estar oculto.
El fracaso en su cacería podría abrir una crisis de
confianza sobre la administración Bush.
l Una crisis velada con Arabia Saudita. Desde el 11/9, la guerra
contra el fundamentalismo islámico ha abierto una crisis
velada entre EE.UU. y Arabia Saudita. La raíz de esto se
haya en que las razones históricas que mantuvieron la alianza
estratégica entre la principal potencia petrolera del Golfo
y Washington, como pivote de su política en Medio Oriente
-junto a la existencia del estado de Israel y hasta el año
1979 el Sha de Irán-, han desaparecido. Esta alianza conservadora
se forjó para contener la oleada nacionalista burguesa -que
contaba con el apoyo de la URSS- de Nasser en Egipto y que logró
transformaciones del mismo tipo en Irak y Siria. Esta alianza se
reforjó contra la revolución iraní en 1979
apoyando a Irak en su guerra contra Irán y luego contra Saddam
Hussein en la Guerra del Golfo. Hoy Irak está debilitado;
la URSS desaparecida y el principal enemigo actual de EE.UU., el
fundamentalismo islámico, tiene fuertes raíces en
Arabia Saudita. Los islamistas, a pesar de oponerse brutalmente
a la Casa Real saudí, tienen lazos y múltiples simpatizantes
en ésta. Por eso el intento de EE.UU. de trasladar la guerra
contra el terrorismo al Golfo Pérsico no cuenta con la simpatía
de Arabia Saudita y puede llevar a un retiro de esta de la coalición
encabezada por EE.UU.. Esto tendría enormes consecuencias
estratégicas, aparte de obstaculizar grandemente todo plan
de ataque contra Irak.
l Nuevas tensiones entre Irán y EE.UU. Irán está
preocupado por la extensión del poderío militar norteamericano
en Medio Oriente, lo que lo lleva a obstaculizar, a diferencia de
la Guerra del Golfo en el 91, una nueva intervención militar
en la región. La raíz de esta ubicación es
que Irán ve que los EE.UU. tienen en esta zona fuertes alianzas
con Israel, Jordania, Turquía, Kuwait, Arabia Saudita, Egipto
y con varios pequeños estados del Golfo Pérsico como
Omán. Más aún, EE.UU. ha ampliado ahora su
presencia militar en Afganistán (tropas norteamericanas están
estacionadas a 100 km de la frontera oriental iraní) y en
Asia Central. Por otra parte, la amplia definición de "guerra
al terrorismo" le permite a EE.UU. actuar con una impunidad
sin precedentes en Medio Oriente, sindicando a grupos como Hamas,
Yihad Islámica en Palestina o Hezbollah en Líbano
organizaciones todas que cuentan con lazos con Irán. Esto
está creando nuevas tensiones entre Irán y EE.UU.
como demuestra el affaire del barco cargado de armas para los palestinos
y su hostilidad hacia el gobierno interino de Afganistán.
l La bancarrota de Enron y sus implicancias sobre el gobierno Bush.
Hasta ahora en el frente interno el nuevo patriotismo y el éxito
militar abroquelaron a la población norteamericana detrás
de su presidente a pesar de que debió cargar sobre sus espaldas
los enormes costos de la recesión. El estallido del affaire
Enron, la bancarrota más grande de la historia corporativa
de EE.UU., podría salpicar a la presidencia, en un año
que hay elecciones de medio término. Este caso de corrupción
involucra a los managers de la firma, importantes banqueros y miembros
prominentes del establishment político norteamericano, particularmente
del Partido Republicano, incluido el gabinete y el propio presidente.
Si las maniobras para separar a la administración Bush de
este escándalo no tienen éxito, su potencial impacto
podría afectar seriamente a la presidencia, confirmando la
percepción de muchos norteamericanos que ven que la misma
le da un trato preferencial y ayuda a los ricos y a las grandes
corporaciones. Se dé o no esta variante, los efectos de la
recesión sobre las masas norteamericanas tienen la potencialidad
de fracturar el frente interno a medida que los costos de la crisis
recaigan más y más sobre la población trabajadora.
El tono duro y amenazante de Bush en su discurso sobre el "Estado
de la Unión" expresó estos elementos. La alusión
a Irak, Corea del Norte e Irán como "ejes del mal",
muestra que Bush se ha inclinado por la estrategia del ala dura
de su gabinete en la segunda fase de la campaña contra el
terrorismo, aunque aún no propuso ningún curso de
acción concreto.
La inclusión de Irán como estado que apoya al terrorismo
redefine las alianzas en el Medio Oriente, siendo un incentivo para
el acercamiento entre Bagdad y Teherán que, a pesar de su
enemistad, ahora tienen el interés común de limitar
el poderío de Estados Unidos en la región. El surgimiento
de esta entente regional acelera el reposicionamiento de Arabia
Saudita que ahora exige la reducción de las tropas norteamericanas
estacionadas en su territorio, ya que en el nuevo contexto ésto
puede generar enormes costos políticos internos para la monarquía
saudí.
EE.UU. busca, en esta estratégica región, delimitar
más claramente a los estados "enemigos" de los
"amigos". Este último es el caso de Egipto, más
preocupado por el fundamentalismo islámico que por las consecuencias
de la Intifada palestina. Este país, junto a su tradicional
aliado, Israel, sería el eje para contrarrestar el bloque
de Irák-Iran. Por su parte, Siria deberá alinearse
en alguno de los dos campos.
16
El enorme consenso que Washington logró durante la campaña
en Afganistán, como consecuencia del gran estupor que provocó
el atentado y el rechazo internacional al régimen taliban,
difícilmente pueda repetirse en la segunda fase de la guerra
contra el terrorismo. La determinación de los próximos
objetivos es motivo de entredicho entre los aliados de EE.UU.. La
legitimidad y las dificultades operacionales que podría tener
una operación sobre los "failed states" (estados
fracasados) como Somalia, no es la misma que la que tendría
una operación sobre los "rogue states" (estados
villanos) como Irak. Una intervención sobre este país
sería vista como una muestra abierta de "unilateralismo"
de Washington.
A su vez la prosecución de actividades de inteligencia, seguridad
o policiales por las fuerzas de seguridad norteamericana en su propio
territorio como en el extranjero requiere de un grado de confianza
en las "buenas intenciones" y competencia de los EE.UU.
que puede generar mayores tensiones sobre la coalición. Ya
el plan norteamericano de llevar a terroristas extranjeros sospechosos
ante tribunales militares, la perspectiva de que cualquier acusado
de terrorismo sea sometido a la pena de muerte y las condiciones
a las que están sometidos los prisioneros de Al Qaeda en
Guantánamo han generado una importante preocupación
en Europa sobre la necesidad de preservar los "derechos humanos"
(o una cobertura de legitimidad) en la campaña contra el
terrorismo. Mantener la coalición en esas circunstancias
será mucho más dificultoso que en cualquier momento
de la guerra en Afganistán.
UNA RECESIÓN MUNDIAL SINCRONIZADA
17
El éxito de la ofensiva imperialista estará signado,
junto con los avances de su campaña diplomática y
militar, por el desarrollo de la crisis de la economía capitalista
mundial. Por primera vez desde los años 73/75 el mundo está
sufriendo la primera recesión económica sincronizada
que abarca a la tríada de grandes potencias (EE.UU., Alemania
y el resto de Europa y Japón) y a los países de la
periferia capitalista. Esta recesión no es simplemente el
fin de una recuperación cíclica. No se inició
con una corrección en los mercados financieros sino con una
caída real de las ganancias. Es una crisis estructural que
señala el agotamiento de la ofensiva neoliberal con la cual
la burguesía mundial, y la norteamericana en particular,
intentó salir de la crisis de acumulación que la economía
mundial viene atravesando desde los años 70 (los que marcaron
el fin de los años dorados del boom de la posguerra). A pesar
de las políticas activas monetarias y fiscales de los bancos
centrales y los gobiernos de las potencias imperialistas para revivir
la economía, este carácter estructural de la crisis
impide que la economía mundial se recupere hasta que tenga
lugar una importante destrucción de capitales. Por eso, la
perspectiva más probable es una profundización y prolongación
de la recesión durante el año que viene e, incluso,
no puede descartase una depresión económica generalizada.
18
El origen más general de la crisis actual debe encontrarse
en los cambios que se desarrollaron en la economía mundial
en las últimas décadas. El aumento de la tasa de explotación
en los países metropolitanos y la relocalización del
capital en países de mano de obra barata, junto al avance
tecnológico y por tanto de la productividad en ciertas ramas,
permitió, desde el inicio de los años 80, una recuperación
de la tasa de ganancia, aunque no a los niveles de posguerra. Como
resultado de esto, el relanzamiento de la acumulación de
capital fue acompañado de una creciente financierización
de la economía (y de consiguientes burbujas especulativas).
Los sectores geográficos o ramas dinámicas de la economía
que absorbieron el excedente de capitales gozaron de altas tasas
de crecimiento - comparado con la situación deprimida del
conjunto de los países de la economía mundial y el
resto de las ramas de la economía- durante el período
del boom, dejando una enorme sobreacumulación cuando éste
se vino a pique. Este fue el caso, primero del sudeste asiático
en 1997, los llamados "mercados emergentes" en crisis
de etapas sucesivas desde ese entonces y, por último, de
la rama de alta tecnología, que impulsó el fuerte
crecimiento de EE.UU. durante el período 1995/2000. En una
economía mundial con una dependencia cada vez mayor de Norteamérica,
como mercado de última instancia, y en ausencia de una locomotora
alternativa de crecimiento - e impulsado por los lazos sin precedentes
del comercio mundial que representan un 24% del producto bruto mundial-
la economía mundial entró rápidamente en una
recesión sincronizada.
19
La salida de este círculo vicioso de recesión sincronizada
es enormemente complicada. La razón de esto radica en que
no hay un nuevo motor de crecimiento que reemplace la abdicación
de la economía norteamericana.
A principios del 2001, Europa se jactaba de ser la alternativa a
la locomotora de crecimiento norteamericana. Pero en el marco del
aumento del desempleo y el parate de la inversión, e impedida
de tener una política monetaria y fiscal activa por las constricciones
del tratado de Maastrich y del Pacto de estabilización, las
perspectivas de que juegue este rol son muy débiles.
Difícilmente Japón esté en condiciones de empujar
el mundo fuera de la recesión sincronizada. La depreciación
del yen es una muestra de que las autoridades de este país
sólo ven una salida de estímulo monetario que motorice
la demanda externa como única alternativa en la coyuntura.
La demanda interna carece del más mínimo impulso en
el medio de un desempleo récord y el crecimiento de las bancarrotas
industriales y comerciales cuyos efectos sobre los bancos, amenazan
casi con certeza con desatar una crisis financiera a lo largo del
año -cuya severidad e impacto internacional tiene al mundo
en vilo.
Tampoco los países de la periferia capitalista pueden ayudar
a activar a la economía internacional. La ofensiva imperialista
de las últimas décadas, que implicó una enorme
apertura de la economía y un consecuente achicamiento del
mercado interno, ha liquidado toda fuente autónoma de demanda
doméstica. Más que nunca, con respecto al pasado,
estos países son altamente dependientes de la demanda externa
impulsada por el comercio internacional. Como consecuencia de ello,
estos países hoy no juegan el rol acolchonador de los países
centrales que tuvieron en las anteriores recesiones desde comienzos
de los 70.
La excepción a esta tendencia es China, que en el marco de
la fuerte recesión mundial, todavía mantiene altos
índices de crecimiento. Pero esto es insuficiente en términos
de la economía internacional, ya que la economía china
es aún un porcentaje muy insignificante del producto mundial.
Por descarte, la búsqueda de un motor de la economía
internacional termina nuevamente en la economía norteamericana.
Sin embargo, sus perspectivas tampoco son muy alentadoras. La fragilidad
de su economía no garantiza una recuperación vigorosa.
Es que, plagada de una enorme sobrecapacidad productiva y con niveles
de rentabilidad que algunos analistas consideran los más
bajos desde la depresión de los años '30, es difícil
que la inversión de capital encabece la recuperación
económica. Tampoco es probable que el impulso provenga de
la demanda externa en el marco de la recesión sincronizada
y de la fortaleza del dólar. El único impulso restante
es la continuidad del consumo. Pero ésta es una fuente de
crecimiento, a lo sumo, de corto plazo. Más aún, cuando
las condiciones de la década pasada que posibilitaron un
importante nivel de endeudamiento de las empresas y los particulares,
juntamente con un rápido crecimiento del valor de los activos
(efecto riqueza) se han ido. Hoy, el nivel de endeudamiento en el
marco de la caída de los ingresos por la recesión
y los despidos, son una pesada carga sobre los hombros de los consumidores.
Las medidas neo-keynesianas de Greenspan buscan aliviarla bajando
las tasas de interés para alentar la demanda. Pero esto difícilmente
pueda sostenerse en el tiempo. Las perspectivas, por lo tanto, son
de una débil recuperación, incluso no puede descartase
que esta variante sea de corta duración (uno o dos trimestres)
y la economía entre en un nuevo pico recesivo. Pero más
allá que se dé esta última opción o
no, lo que sí es seguro es que la economía mundial
no volverá a disfrutar del ímpetu de una economía
norteamericana vigorosa que fue la realidad de fines de los años
90. Estas son las condiciones que empujan a un panorama negro a
la economía mundial, sin motores de crecimiento.
20
Los países de la periferia son los eslabones débiles
de la crisis de la economía mundial capitalista. Plagados
de altos niveles de endeudamiento y en el marco de una fuerte deflación
de los precios de las materias primas, sus economías pueden
implosionar y disparar una nueva crisis de la deuda que amenace
a los bancos imperialistas y al sistema financiero internacional.
Este ha sido el caso del default argentino que, a pesar de haber
sido largamente anunciado, ha dejado muy expuestos a los bancos
y firmas españolas que se expandieron en forma meteórica
en la última década.
La severidad de la crisis se manifiesta en que no hay zona de la
periferia que no haya sido afectada. La excepción a esto
son los casos de China, Rusia y la India, países que conservan
importantes grados de proteccionismo, lo que, a pesar de la caída
de determinadas ramas -sobre todo las ligadas al comercio exterior-,
le ha permitido amortiguar el impacto de la crisis internacional.
Las plataformas exportadoras del Sudeste de Asia, la principal zona
de acumulación de la economía mundial durante las
últimas tres décadas, es una de las zonas más
golpeadas. Sus economías están hoy duramente afectadas,
por un lado, por el fin del ciclo de alta tecnología del
cual dependían en gran medida y, por el otro, por los cambios
en la división mundial del trabajo frente al avance de China,
que la relega como principal destino de las inversiones que buscan
mano de obra barata.
En el Medio Oriente, la caída de los precios del petróleo
y la enorme disminución de la industria del turismo podría
generar un nuevo shock económico de consecuencias políticas
desestabilizadoras en esta volátil región.
También es la realidad de las viejas semicolonias de América
Latina e, incluso, de los países de Europa del este como
Polonia. Frente a la reversión del proceso de entradas de
capitales, de la cual gozaron durante los 90, no encuentran un nuevo
motor dinámico que les permita reactivar sus economías.
El default argentino es la muestra más palmaria de esto.
Las medidas devaluatorias y el impulso exportador no son hoy una
alternativa fácil frente a una economía mundial en
recesión. La continuidad de la deflación y la recesión
alternadas con momentos de muy débil crecimiento será
probablemente una característica que acompañe a estas
regiones durante toda la década.
GUERRAS COMERCIALES, PROTECCIONISMO Y
EL FANTASMA DE LOS AÑOS 30
21
El estrechamiento de la economía mundial aumenta las perspectivas
de que los roces y las disputas económicas entre las distintas
potencias imperialistas disparen una guerra comercial y una escalada
proteccionista que afecte duramente al sistema de comercio internacional.
Una muestra de esto es el fallo de la OMC en contra de los subsidios
norteamericanos a sus exportaciones, que le ha brindado a la Comunidad
Europea el derecho de imponer sanciones comerciales a las exportaciones
de EE.UU., si éste no se aviene a su cumplimiento. La imposición
de tales sanciones desataría una guerra comercial que dejaría
maltrechas las relaciones entre las potencias transatlánticas,
cuestión que ambos quieren evitar por lo destructivo que
sería tal perspectiva. Sin embargo, el margen de maniobra
para resolver esta disputa es excesivamente estrecho. Es que las
chances de que la administración Bush persuada a un reluctante
Congreso norteamericano de cambiar la legislación son prácticamente
nulas. Peor aún, el intento de forzar una votación
podría desatar demandas de un retiro de EE.UU. de la OMC
que abriría daños irreparables en el sistema de comercio
internacional. Esto en el marco de que el clima de confianza entre
ambos bloques ya se encuentra bastante emponzoñado por la
amenaza de EE.UU. de imponer cuotas a la importación de acero
a su mercado interno.
Sin embargo, esta disputa comercial no es un ejemplo aislado. La
decisión de Japón de devaluar su moneda amenaza con
desatar una oleada de devaluaciones competitivas en la región
que enturbie las relaciones entre los distintos países del
Sudeste Asiático y en particular con China transmitiendo
presiones deflacionarias a EE.UU. y Europa. La política japonesa
de exportar la crisis sobre los países vecinos y sobre el
resto del mundo con el objetivo de apropiarse de una porción
del mercado mundial puede agriar aún más las relaciones
entre las principales potencias imperialistas y socavar las frágiles
bases sobre las que aún se sostiene el sistema de comercio
internacional (la presión que EE.UU. ha vuelto a ejercer
sobre Japón ya es una muestra de esto).
Esto puede empantanar en forma indefinida el avance de la nueva
ronda de negociaciones de la OMC, que EE.UU. tuvo éxito en
lanzar en Qatar a fines de noviembre, a dos años del fracaso
de la cumbre de Seattle. Junto con las mayores restricciones al
comercio mundial, como consecuencia de las medidas de seguridad
adoptadas por la guerra contra el terrorismo y el creciente cuestionamiento
al manejo del FMI en la crisis de los países semicoloniales,
como Argentina, puede significar un retroceso de las tendencias
a la integración de la economía mundial que caracterizaron
a las últimas décadas. El mito de la globalización,
que era presentado por los propagandistas del capitalismo como una
tendencia imparable, podría ser uno de los primeros en caer
si la recesión sincronizada se transforma en una depresión
abierta, profundizando las tendencias a la regionalización.
22
La recesión sincronizada, el enorme endeudamiento internacional
y el peligro de default en varios países, la fuerte contracción
del comercio internacional -la más rápida en toda
su historia-, el aumento del desempleo y de las bancarrotas de las
grandes empresas, las tendencias deflacionarias y las crecientes
disputas monetarias y comerciales que amenazan con desatar guerras
comerciales y una escalada proteccionista; todo esto muestra que
la economía internacional tiene un aroma cada vez más
nítido de los años '30.
En este marco, el precio elevado de las acciones, mientras las ganancias
de las corporaciones como porcentaje del ingreso nacional han venido
cayendo desde 1997, no permite descartar la perspectiva ominosa
de un crack accionario. La burbuja especulativa impulsada por la
enorme liquidez que la Reserva Federal ha inyectado después
del shock del 11/9 y basada en la expectativa de una rápida
y vigorosa recuperación y, sobre todo, en la creencia profundamente
arraigada en los inversores de que EE.UU. podría repetir
nuevamente el crecimiento extraordinario de fines de los 90, podría
pincharse de entrar la economía norteamericana en una recesión
más prolongada.
Peor aún, la bancarrota de Enron ha abierto interrogantes
sobre la fortaleza de los activos norteamericanos. Lejos de ser
un "caso enfermo" podría marcar un síntoma
del estado de salud del sistema financiero norteamericano. Esto
puede disminuir el atractivo que los mercados financieros norteamericanos
tienen para los inversores internacionales.
Esto último sería enormemente peligroso, ya que ha
sido el flujo de capitales el que ha mantenido el enorme déficit
de cuenta corriente de EE.UU.. Este ha alcanzado cifras récords
y a pesar de la recesión, lejos de disminuir se ha ampliado,
como consecuencia de una caída más rápida de
las exportaciones, debido a la recesión sincronizada, con
respecto a las importaciones. Las proyecciones lo ubican, según
algunos analistas, en 6,2% del PBI a mediados del 2003 ó
660.000 millones de dólares, un récord histórico
que necesitaría que EE.UU. atrajera 2000 millones de dólares
por día para financiarlo. En otras palabras EE.UU. está
manteniendo un déficit de cuenta corriente insostenible.
El desenlace de este enorme punto de tensión clave podría
provocar una caída en picada del dólar y disparar
una enorme fuga de capitales con desastrosas consecuencias para
los mercados financieros norteamericanos atados todavía a
la percepción de su pasado glorioso reciente. Pero a su vez
este enorme déficit de cuenta corriente es una manifestación
de una desigualdad de la economía mundial que se ha convertido
en fuertemente dependiente del motor norteamericano como su principal
fuente de crecimiento y vitalidad económica. Visto desde
este ángulo, la liquidación del déficit de
cuenta corriente norteamericano podría ser un tiro de gracia
que aceleraría las tendencias depresivas obligando al resto
de los países a crecer por sus propios medios profundizando
las tendencias proteccionistas.
CHINA Y RUSIA EN EL MUNDO POST 11 DE SEPTIEMBRE
23
Juntamente con los realineamientos que genera la crisis económica
internacional, el atentado del 11 de septiembre y la respuesta norteamericana
al mismo están provocando grandes cambios en las relaciones
interestatales. El más significativo de todos ha sido el
giro del presidente ruso Putin hacia Occidente, en particular hacia
los EE.UU..
Luego del default de 1998, que señaló el fracaso de
las reformas de mercado, el ascenso de Putin significó un
avance de un régimen bonapartista apoyado en el aparato de
seguridad como sostén principal, con el objeto de salvar
el proceso de restauración capitalista de conjunto.
En el plano interno su avance implicó un mayor centralismo
frente a la autonomía de las regiones y una mayor dureza
frente a las nacionalidades oprimidas como en Chechenia. Ubicado
como árbitro de las distintas fracciones restauracionistas,
controló y suprimió a determinados grupos oligárquicos
y, ayudado por la devaluación del rublo y el aumento de los
precios del petróleo, impulsó un proceso de acumulación
capitalista, luego de años de destrucción de fuerzas
productivas, desinversión y fuga de capitales.
En el campo externo, Putin intentó discutir desde una relación
de fuerzas con el imperialismo, en particular con EE.UU., la ubicación
de Rusia como eventual potencia capitalista, apoyándose en
el aparato nuclear, en las relaciones con los llamados estados villanos
y, sobre todo, en el bloque más o menos informal con la burocracia
restauracionista de Pekín contra el "mundo unipolar"
hegemonizado por EE.UU..
El giro dado en la política exterior desde el 11/9 significa
un abandono de esta política hacia una de colaboración
circunstancial (¿o estratégica?) con EE.UU., ubicándose
como uno de los mejores peones de éste en el mantenimiento
del statu quo mundial, en especial contra el enemigo común,
el fundamentalismo islámico. La base económica de
este nuevo rol está en el enorme cambio de Rusia en la división
mundial del trabajo, que ha pasado de productor de productos industriales
y herramientas para el tercer mundo a exportador esencialmente de
recursos naturales como minerales y fundamentalmente gas y petróleo.
Esta nueva ubicación en el mercado mundial puede apreciarse
en la "guerra de precios" que Rusia ha lanzado contra
la OPEP, violando toda imposición de cuotas que reduzcan
la producción de crudo.
La nueva orientación de la política exterior de Putin
complementa esta transformación económica, buscando
seducir y reganar la confianza del capital financiero internacional
que hasta ahora fue reacio a comprometerse nuevamente en Rusia,
para consolidar y completar el proceso de restauración capitalista.
Esto abre la posibilidad histórica de un salto en la semicolonización
de Rusia por parte del imperialismo, cuestión que, de darse,
tendría enormes consecuencias mundiales. La propuesta de
admitir a Rusia en la OMC en el 2003 podría ser un anticipo.
Los próximos años serán decisivos y definirán
el curso de la restauración en este país. No está
descartado que los vaivenes de la guerra contra el terrorismo generen
nuevos distanciamientos, cortocircuitos o marchas atrás en
su flirteo con Norteamérica. El interrogante sobre la instalación
de tropas permanentes de los EE.UU. en las ex repúblicas
soviéticas de Asia Central podría ser uno de ellos.
Tampoco puede descartarse que, en el plano interno -donde aún
debe aplicar importantes reformas que implicarán fuertes
sacrificios a la población, como la liquidación de
los subsidios a la vivienda-, su política genere fuertes
reacciones. Por eso, a pesar de lo importante de su alineación
con EE.UU. y de las concesiones que esté dispuesto a dar
al imperialismo, nada garantiza que Putin en su coqueteo con Occidente
no termine siendo visto como un nuevo Gorbachov y termine generando
una nueva oleada de antinorteamericanismo que se vuelva contra él.
24
La entrada de China en la OMC en noviembre del 2001 es un hecho
significativo. Señala un avance importante -ciertamente-
en la integración de China en la economía mundial
capitalista. Esto implicará la liquidación, en los
próximos años, de las principales trabas a la penetración
de las multinacionales sobre su economía (y su mercado interno)
lo que redundará en la multiplicación de millones
de despidos que se suman a los ya existentes.
En el marco de la recesión de la economía mundial
los índices de crecimiento del 7%, aunque bajo para los promedios
de los últimos años -como consecuencia de la fuerte
desaceleración de las exportaciones- resultan sorprendentes.
China es hoy la principal fuente de atracción de inversiones
a escala internacional no sólo como ensamblador sino, crecientemente,
como fabricante integral en ciertas ramas de la industria. Sus "talleres
del sudor", están desplazando a otros países
cercanos como fuente de mano de obra barata aunque otros más
lejanos, como las maquiladoras mexicanas, también se sienten
amenazados.
Pero a pesar de estos éxitos políticos y económicos
de la burocracia restauracionista de Pekín y de formar parte
-aunque con un perfil más bajo- de la alianza antiterrorista,
China teme verse, estratégicamente, marginada políticamente
del "orden mundial" diseñado por Bush.
El avance de la restauración ha significado un importante
crecimiento económico pero a costa de exacerbar las desigualdades
internas entre la franja costera ligada al mercado mundial y la
China interior que amenaza potencialmente su unidad nacional. Este
fortalecimiento económico ha potenciado las aspiraciones
de China a ser respetada como una potencia regional que aspira a
ocupar una posición de peso en el sistema de relaciones internacionales.
Su emergencia choca con los intereses creados por las potencias
imperialistas que dominan el mercado mundial. Lejos de poder admitir
la emergencia de nuevas potencias competidoras éstos necesitan
estabilizar duraderamente y profundizar más aún su
penetración y el dominio en estas zonas geográficas,
fuentes de mercados, mano de obra barata y de materias primas para
el capitalismo mundial, lo que implica su completa semicolonización.
A esto se oponen en forma decisiva los intereses materiales de las
masas oprimidas y explotadas que se niegan a aceptar el enorme costo
que la consumación de la restauración-semicolonización
implica y choca también con las ambiciones de las burocracias
restauracionistas que se niegan, en su transformación como
nueva clase burguesa, a verse condenados a una posición secundaria
en la política mundial.
Esto último es lo que teme la burocracia de Pekín.
Aunque desplazado a un segundo plano, por la guerra en Afganistán,
las disputas entre China y EE.UU., que en abril del 2001 generaron
un fuerte roce diplomático, seguirán siendo una importante
fuente de tensión en el próximo período. Esto
ya lo anticipan las suspicacias de la burocracia china hacia las
maniobras de Bush con Putin, que ya ha redundado en un enfriamiento
de las relaciones con su socio estratégico, Rusia, y los
planes del presidente norteamericano de seguir adelante con el desarrollo
del escudo antimisiles que amenaza con transformar en obsoleto su
armamento nuclear.
EL EURO Y LA MARCHA DE LA INTEGRACIÓN
EUROPEA
25
La introducción del Euro como moneda común es, sin
lugar a dudas, un importante desarrollo y un avance de las potencias
imperialistas europeas. Su lanzamiento es un acicate para el desarrollo
del comercio interbloque y puede actuar como un importante estímulo
para la inversión de las grandes transnacionales europeas.
A pesar de que el dólar sigue siendo en forma casi abrumadora
la moneda de reserva mundial -con todas las ventajas económicas
que esto trae aparejado para los EE.UU.- la aparición del
Euro plantea potencialmente la posibilidad de que Europa compita
con los EE.UU. en este terreno, cuestión que tendría
enormes consecuencias geopolíticas. En este sentido representa
un paso significativo en el proyecto de integración europea.
Sin embargo, a pesar de estos éxitos, la recesión
en curso lo someterá a una prueba de fuego. En el marco de
una crisis mundial con dinámica a prolongarse, creciente
desempleo y una intensificación de la pelea por los mercados,
las rígidas condiciones de los acuerdos de Maastrich agravarán
la crisis y aumentarán las contradicciones entre los distintos
estados europeos. Un ejemplo de esto es la dura política
restrictiva del Banco Central Europeo cuya prioridad sigue siendo
el combate a la inflación. Esto, que fue establecido en el
pasado para evitar que la debilidad de las monedas de los estados
más débiles socavara la estabilidad del poderoso deutchmark
(moneda alemana), hoy choca con los intereses de Alemania cuya economía
está en una importante recesión y necesita una política
monetaria y de gastos estatales más expansiva. Frente a las
elecciones del corriente año el estado de la economía
puede propinar una derrota al canciller alemán Schroeder,
que asumió prometiendo que bajaría el desempleo que
se encuentra hoy al mismo nivel (4 millones de desocupados) que
cuando asumió hace cuatro años.
A su vez, la guerra en Afganistán y las discusiones sobre
subsidios y los arreglos para adecuar las instituciones europeas
al proceso de extensión hacia el este han mostrado importantes
diferencias entre los pequeños estados europeos con las principales
potencias de la región que se sienten desplazados por el
mayor peso en la toma de decisiones de estos últimos. Dentro
de las grandes potencias, Francia que hasta comienzo de los 90 era
junto a Alemania el eje indiscutido de la Comunidad Europea, ve
su dominio diluido por la extensión hacia el este y por el
creciente desafío que significa el avance de Alemania en
la arena internacional. A su vez, el lanzamiento del Euro ya ha
provocado una importante crisis en el gobierno italiano.
EL AGOTAMIENTO DE LA POLÍTICA DE
"REACCIÓN DEMOCRÁTICA"
26
La guerra contra el terrorismo ha significado un ataque sin precedentes
a las libertades democráticas y una centralización
en los órganos ejecutivos en los países imperialistas.
EE.UU. es el lugar donde estos cambios son más evidentes.
Bush que asumió profundamente deslegitimado después
del escándalo-fraude electoral, hoy goza de una popularidad
del 90%. En los pasados dos meses hemos observado el nacimiento
de "presidencia imperial", moldeada por los poderes unilaterales
de la administración para ejecutar las leyes. La nueva USA
Patriotic Act, votada por el congreso, retira de la justicia gran
parte de su poder para revisar y monitorear la vigilancia electrónica
de las agencias de inteligencia o del FBI o la posibilidad de detenciones
de largo plazo y posiblemente indefinidas sobre extranjeros sin
la existencia de una acusación formal. Pero la rama ejecutiva
ha asumido también nuevos poderes judiciales sin la autorización
del congreso, como la orden del ejecutivo que establece tribunales
militares para los sospechosos de terrorismo o la nueva regulación
del Departamento de Justicia permitiendo a los agentes federales
grabar las conversaciones entre los prisioneros y sus abogados sin
solicitar permiso a ninguna corte. A causa de la débil frontera
entre las operaciones de inteligencia y el control de los delitos,
los nuevos poderes que disfruta la rama ejecutiva, no están
limitados a los casos que involucran al terrorismo sino que pueden
extenderse a investigaciones criminales ordinarias. Lo que demuestra
todo esto es que está en juego una cruzada reaccionaria de
largo plazo que busca nuevos mecanismos de control social que van
dirigidos fundamentalmente hacia los inmigrantes pero que amenazan
al conjunto de la población. Estas tendencias han sido intensificadas
desde el 11/9, pero han estado creciendo durante años y buscan
limitar los derechos legales logrados como subproducto de grandes
luchas a lo largo del siglo por las minorías raciales, las
mujeres, el movimiento gay y otros sectores .
27
En los países semicoloniales, la recesión mundial
y la ofensiva diplomática y en algunos casos militar norteamericana,
están llevando a una enorme polarización social y
política. Esto se expresa en la debilidad de los gobiernos
y en la erosión de las bases sociales de apoyo y los mecanismos
habituales de contención de los regímenes democráticos
burgueses sometidos a la tenaza de la presión económica
y política del imperialismo, por un lado, y las demandas
obreras y populares, por el otro.
En Latinoamérica no hay lugar donde estas tendencias sean
más visibles que en Argentina. Un país semicolonial,
urbano y altamente industrializado e históricamente el de
mayor nivel de ingresos de su población en la región.
Por primera vez en su historia, las masas derribaron a un gobierno
surgido del sufragio universal. Los fusibles de la democracia burguesa
fueron incapaces de contener las tensiones acumuladas y saltaron
por los aires, dando lugar al surgimiento de un régimen y
un gobierno débil que intenta expropiar y desviar el embate
de masas. En el marco del despertar político de las masas
y su movilización revolucionaria es improbable que, en forma
pacífica, se pueda restaurar el viejo orden de dominio. Lo
más probable es que por un largo período surjan gobiernos
más o menos inestables que se apoyen en alguna de las dos
fuerzas fundamentales en conflicto: la burguesía imperialista
o el movimiento obrero y de masas. En este marco, y frente a la
creciente presión imperialista, no puede descartarse la emergencia
de gobiernos bonapartistas sui generis que, apoyándose en
la movilización de las masas, nacionalicen importantes activos
que hoy están en manos de las multinacionales y los bancos
imperialistas como forma de salvar el régimen burgués
y evitar la maduración de la revolución proletaria.
Débilmente, tendencias de este tipo ya se advierten en Venezuela
donde una nueva legislación chavista que amenaza tibiamente
los derechos de propiedad de los terratenientes y aumenta la participación
nacional en la renta petrolera ha generado un duro enfrentamiento
con las principales cámaras patronales y las organizaciones
terratenientes.
28
La centralización de poder en el Ejecutivo, la cruzada reaccionaria
sobre los derechos democráticos en los países imperialistas
y el debilitamiento de los regímenes en las semicolonias
están marcando los límites de la política de
reacción democrática (o contrarrevolución democrática)
que el imperialismo impulsó en las últimas décadas
como complemento de sus intervenciones militares. Esta política
fue utilizada en forma cada vez más privilegiada por el imperialismo
luego de su derrota en Vietnam, primero en forma defensiva y luego,
durante la década de los ochenta y los noventa, en forma
cada vez más ofensiva. En especial se aplicó en forma
preventiva en muchos países semicoloniales en los que durante
la mayor parte del siglo XX, como consecuencia de la enorme inestabilidad
política, económica y de los altos niveles de lucha
de clases, la democracia burguesa fue una excepción.
Esta política fue un instrumento del imperialismo norteamericano
para administrar el declive de su hegemonía. Durante los
noventa fue acompañada de intervenciones militares de tipo
"humanitario" sobre algunos puntos álgidos del
planeta como los Balcanes o Indonesia/Timor Oriental y pactos reaccionarios
como el acuerdo de Oslo o el proceso de paz en Irlanda.
Ya antes del 11/9 las enormes contradicciones de la situación
mundial y la asunción del nuevo gobierno Bush señalaban
el agotamiento de estos mecanismos como contenedores de las tensiones
sociales internas e internacionales.
La guerra contra el terrorismo ha acentuado esta tendencia. Esto
hace prever que, en el próximo período, los mecanismos
democráticos burgueses, las intervenciones humanitarias,
y los pactos regionales sean probablemente la excepción.
El carácter abiertamente reaccionario de la guerra en Afganistán,
el fracaso de cada intento de reiniciar las negociaciones entre
árabes e israelíes y la escalada belicista de estos
últimos y el avance de medidas o el apoyo del imperialismo
a regímenes reaccionarios (de tipo bonapartista en términos
marxistas) así lo demuestra.
UNA SITUACIÓN TRANSITORIA
29
La magnitud y el carácter estructural de la crisis económica,
que significa un shock al "paradigma" neoliberal (como
la crisis de los '70 lo representó para el "paradigma"
keynesiano), los trastrocamientos del sistema interestatal, con
el cuestionamiento a la imagen de superpotencia de EE.UU.; las tensiones
y polarización abierta entre las clases; confirman que después
del 11/9 se abrió una nueva situación internacional.
Este cambio no es de carácter coyuntural. La profundidad
de las contradicciones que hemos enumerado señala la apertura
de una situación transitoria que tenderá a definir
una nueva relación de fuerzas entre las clases: a favor del
imperialismo, o a favor del movimiento de masas. Su carácter
no se terminará de definir hasta que no se resuelvan las
enormes fuentes de inestabilidad que se han acumulado en la economía,
la política y entre las clases, que hoy atraviesan el sistema
mundial. Esto presupone grandes luchas nacionales, como el actual
enfrentamiento árabe-israelí, conflictos interestatales
como la escalada entre India y Pakistán y grandes combates
de clase. La clase obrera mundial y los pueblos oprimidos del mundo
dan un salto en su resistencia abriendo situaciones o procesos revolucionarios
en algunos países de la periferia y/o de los países
centrales, o el imperialismo, mediante una sucesión de golpes
y derrotas impone una nueva salida reaccionaria.
El 11/9 señaló el fin de la etapa preparatoria en
donde la ofensiva neoliberal se iba desgranando evolutiva y gradualmente.
Abrió un período de enorme tensión entre las
clases en donde los contornos de la revolución o el de la
contrarrevolución tenderán a asomarse en forma más
nítida comparado con el nivel más bajo de la lucha
de clases de las últimas décadas después que,
el desvío en los países centrales y los golpes contrarrevolucionarios
o las guerras de baja intensidad en la periferia, clausuraron la
etapa revolucionaria 68/81.
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Desde el punto de vista de las relaciones interimperialistas, este
nuevo período que se abre no se caracteriza aún por
una disputa abierta por la hegemonía mundial. La abrumadora
superioridad política y militar del imperialismo norteamericano
hace impensable, en el corto plazo, un cuestionamiento a su dominio
por las otras potencias competidoras.
Este desequilibrio de poder entre EE.UU. y el resto de sus aliados
es lo que explica el acomodamiento de estos últimos a los
designios políticos y militares de EE.UU., a pesar de las
grandes contradicciones en el plano económico, en menor medida
en el plano político y en forma más subordinada en
el plano militar.
En lo inmediato, los mayores riesgos a su hegemonía provienen
del enorme costo que significa ser la única superpotencia
que puede garantizar el orden de dominio. Un traspié en su
objetivo de recomponer la imagen de su poderío imperial herido
puede generar un vacío estratégico que acelere la
disputa con las potencias competidoras obligándolas a jugar
un papel mayor en el mantenimiento de la seguridad y los focos de
desestabilización en sus zonas de influencias y a asumir
posiciones de liderazgo en los asuntos internacionales que choquen
con los intereses estratégicos de EE.UU.
LA SITUACIÓN DE LA LUCHA DE CLASES
31
Desde el punto de vista del movimiento de masas, la respuesta de
la clase obrera y las masas oprimidas del mundo a la nueva situación
de crisis económica y agresividad imperialista es, aunque
con desigualdades, el elemento más retrasado.
Los trabajadores, desocupados, el pueblo pobre y sectores de la
clase media que protagonizaron las "Jornadas Revolucio-narias"
del 19 y 20 de diciembre en Argentina son sin lugar a dudas el elemento
más avanzado, el polo de vanguardia de la lucha del movimiento
obrero y de masas a nivel mundial. La caída del gobierno
de De la Rúa es el último ejemplo de una serie de
levantamientos de masas que en los últimos años han
tirado abajo odiados dictadores y gobiernos que aplican los planes
del FMI (Albania en 1997, Indonesia en mayo de 1998, Ecuador 1997
y 1999, Serbia en el 2000) y que muestran la potencialidad revolucionaria
del movimiento de masas. En el caso de Argentina el carácter
urbano del proceso puede preanunciar una nueva oleada de luchas
en América Latina que signifique un salto al carácter
campesino y popular de las luchas que desde Chiapas, Ecuador o Bolivia
marcaron a la vanguardia latinoamericana desde mediados de la década
pasada.
En el otro polo, conservador, se ubica el movimiento obrero y de
masas en EE.UU., que se ha encolumnado detrás de su gobierno
por la histeria de guerra y el patriotismo alentado por el chovinismo
de la burocracia sindical de la AFL-CIO. Esto ha permitido que pasara
sin resistencia alguna salvo contadísimas excepciones, una
de las más importantes y rápida oleada de despidos
de la historia de EE.UU. que ha afectado particularmente a muchos
trabajadores inmigrantes e indocumentados, las primeras víctimas
de la recesión económica que ya está abarcando
al centro del proletariado industrial como a los obreros de las
automotrices.
La clase obrera europea, en especial los trabajadores franceses
e italianos que, a mediados de los 90, fueron la vanguardia del
enfrentamiento a los gobiernos neoliberales expresado en la tendencia
a la huelga general política, se encuentra - aunque en el
medio de innumerables conflictos parciales- aún a la defensiva
después del desvío que significó la asunción
de gobiernos socialdemócratas y en el marco de la recesión
y el clima reaccionario imperante en los países centrales.
Probablemente sea en Italia donde el nuevo gobierno de Berlusconi
quiere introducir una mayor flexibilidad en materia de pensiones
y empleos en beneficio de las empresas y que ya ha llevado a la
ruptura del diálogo de los sindicatos con el gobierno donde
primero se rompa la tregua social que imperó en los últimos
años.
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Entre las nacionalidades oprimidas, el punto claramente más
álgido es la heroica resistencia de las masas palestinas.
Su lucha de liberación nacional se ha transformado de una
revuelta de masas en los primeros meses en una guerra de aparatos
con métodos terroristas y guerrilleros que ha afectado la
seguridad del estado sionista. La presión política
y militar sobre Arafat y otros dirigentes de Al Fatah, que busca
que estos controlen y encarcelen a los grupos guerrilleros, si bien
ha dado períodos de precaria tregua, no puede descartarse
que genere una guerra civil interna contra la dirección desprestigiada
de Arafat si éste busca acomodarse cada vez más a
los requerimientos del estado sionista. Por otro lado, un salto
en la escalada militar sionista puede desencadenar una guerra de
liberación nacional de masas contra el Estado de Israel.
Esta perspectiva puede desestabilizar a los gobiernos árabes
moderados e incluso tiene la potencialidad de provocar una guerra
regional. Aunque hasta ahora, durante la campaña de agresión
militar contra Afganistán, las masas de la región
no se han expresado en grandes demostraciones de fuerza - en parte
debido a la poca simpatía que despertaba el policíaco
régimen talibán y a las medidas represivas preventivas
de los gobiernos de la región-, una nueva humillación
a la causa palestina o un ataque al martirizado pueblo de Irak pueden
desatar el antinorteamericanismo latente de los pueblos de la región
y dirigirse en forma revolucionaria contra sus propios gobiernos.
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El movimiento anticapitalista, que se venía transformando
en un actor político de consideración en los países
centrales, ha quedado inicialmente preso de la confusión
como consecuencia del carácter reaccionario del atentado
del 11/9 y de la campaña y de las medidas antidemocráticas
en los países centrales que implicaron la agresión
imperialista a Afganistán. Aprovechando el clima reaccionario
reinante, se ha consolidado y fortalecido el ala reformista de este
movimiento que separa la lucha contra las corporaciones de la lucha
antiimperialista y busca aislar y separar del movimiento a los jóvenes
más radicalizados, que protagonizaron las acciones de vanguardia
más importantes en la "Batalla de Génova".
Las políticas de la socialdemocracia europea, que como en
el caso de Jospin ha avalado la Tasa Tobin, han significado una
fuerte cooptación de importantes dirigentes de este movimiento.
Aunque no logró desarrollarse en forma masiva por el rápido
fin de la guerra en Afganistán, otra parte del movimiento
se recicló en un movimiento antiguerra cuyas máximas
manifestaciones han sido en Inglaterra y en Italia. En este último
país, este movimiento se combinó con las primeras
luchas obreras importantes contra el gobierno de Berlusconi. Estos
antecedentes, en dos países centrales importantes aliados
de EE.UU., son una pequeña muestra de que, en una eventual
segunda fase de la guerra contra el terrorismo, estos movimientos
tienen la potencialidad de pegar una salto en la radicalización
obrera y popular contra los propios gobiernos imperialistas.
¿ADÓNDE VA LA SITUACIÓN
MUNDIAL?
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Visto desde la coyuntura, desde el prisma del exitismo y triunfalismo
del estado mayor norteamericano, del poder sin límites y
casi sin oposición de los primeros meses de su campaña
contra el terrorismo, pareciera ser que la situación mundial
se encamina hacia un dominio indiscutido de EE.UU.. Ese es el programa
en el que hoy están embarcados los principales miembros del
establishment político y militar de Washington, convencidos
de que una vez restaurada su invencibilidad militar, la economía
internacional se restaurará y el "gran país del
Norte" volverá a gozar de la invulnerabilidad de la
cual se jactaba.
No es esto lo que puede preverse, sin embargo, desde una mirada
de más largo plazo, una mirada que tome en cuenta la enorme
acumulación de contradicciones en la economía, las
relaciones interestatales, y a nivel de la lucha de clases. Enceguecido
en su campaña contra el terrorismo, Washington está
ignorando los peligros de la situación mundial. La profundización
de la recesión internacional -como muestra el estado crítico
de la economía japonesa- la fuerte competencia interimperialista
y la irrupción violenta de estallidos revolucionarios como
el de Argentina, muestran que a pesar del enorme poderío
de Washington éste no puede controlar el conjunto de los
acontecimientos y tensiones que emergen de la situación internacional.
No podemos descartar que EE.UU. intente frenar de cuajo el desarrollo
de esta situación mediante una operación política
y militar de envergadura. En caso contrario lo más probable
es que las tendencias a la inestabilidad que ya se perciben, tiñan
la situación internacional en los primeros años del
siglo XXI, que amenazan con repetir y multiplicar las atrocidades,
las convulsiones y el enfrentamiento revolución-contrarrevolución
que caracterizó al siglo XX. Para esta perspectiva nos preparamos
los revolucionarios dejando atrás tantas sandeces y discurso
interesado de la década pasada, que nos hablaba de un mundo
globalizado armónico y pacífico que se ha mostrado
totalmente falaz después de los atentados del 11/9.
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