Después de los atentados del 11 de septiembre, es evidente
que el gobierno de Bush ha aprovechado la conmoción que causó
el ataque a las Torres para lanzar una ofensiva reaccionaria sobre
los pueblos del mundo, bajo la llamada "guerra contra el terrorismo".
La derrota de Afganistán, el endurecimiento de medidas reaccionarias
y la restricción de las libertades democráticas mediante
leyes de excepción -utilizadas también para avasallar
derechos laborales- la caza de brujas contra inmigrantes, la criminalización
de comunidades árabes y musulmanas, el apoyo incondicional
a agentes reaccionarios como Sharon, el "plan Colombia"
y el respaldo al fascista Uribe, junto al despliegue de militarismo
a escala global, son muestras visibles del carácter reaccionario
de la situación internacional. Sin embargo, bajo la superficie
y más allá del discurso guerrerista, las contradicciones
que manifestó y luego aceleró el 11-9, aunque con
contratiempos, siguen desarrollándose.
La economía mundial que durante el 2001 sufrió una
de las mayores desaceleraciones desde la posguerra -luego de una
pequeña y débil recuperación a comienzos de
año- se encuentra al borde de una nueva recesión internacional.
Mientras tanto crece el riesgo de un estancamiento de largo plazo.
La situación en Afganistán, donde EE.UU. logró
la debacle del régimen Talibán, la desarticulación
de los refugios de Al Qaeda y la instalación de un gobierno
títere, se está deteriorando rápidamente -a
pesar de no haber capturado a Bin Laden por su negativa de un mayor
compromiso de fuerzas terrestres.
En el ínterin, y luego de unos meses de aislamiento y en
el marco de la profundización de la crisis mundial, las jornadas
revolucionarias en Argentina y los efectos económicos y políticos
del derrumbe de su plan económico -presentado como uno de
los modelos más exitosos por el FMI-, se ha extendido al
conjunto de la región e hizo estallar al llamado Consenso
de Washington, abriendo potencialmente un enorme desafío
en el propio "patio trasero" del imperialismo norteamericano.
La continuidad de la Intifada, a pesar de los golpes recibidos por
el enemigo sionista envalentonado, apoyado por la política
antiterrorista de Washington y su fuerte presión sobre las
burguesías árabes, está liquidando las bases
de estabilidad de los gobiernos reaccionarios de la región
como la monarquía Saud en Arabia Saudita, aliado de Washington
durante décadas a cambio de una provisión segura y
barata de petróleo.
En el plano interno los escándalos corporativos como los
de Enron y WorldCom, la caída de los mercados bursátiles
y sobre todo, el hecho de que las ganancias duramente ganadas y
a menudo mínimas del "boom" de los noventa están
siendo cuestionadas -y en algunos casos revertidas- por el actual
estancamiento, sacan a la superficie el fuerte rechazo de los trabajadores
al "Big Business"; rechazo que puede dirigirse contra
la administración y el establishment político unido
por uno y mil lazos a las tendencias voraces del gran capital financiero
y corporativo.
Por último, a un año del 11-9, en uno de los pocos
planos en donde la administración Bush podía mostrar
un importante avance como era el enorme apoyo y amplia coalición
internacional, se ha desvanecido y transformado en su contrario.
Como dice un analista del Financial Times: "... a diferencia
de la guerra fría, donde un enemigo común creó
una solidaridad duradera, el enemigo común revelado por el
11-9 ha dividido más que unificado a Occidente." (FT
30/08/02 "Occidente dividido").
En síntesis, el endurecimiento de la política imperialista
está aumentando la tensión y polarización a
nivel mundial. En este marco, Bush parece haber decidido que es
tiempo de actuar sobre Irak. La impresionante oposición a
su plan -tanto interna como externa-, no lo ha hecho revertir su
política unilateralista, más allá que en los
últimos días intente cubrir este curso con cierta
legitimidad, iniciando una ronda de consultas al Congreso y a los
miembros del Consejo de Seguridad de la ONU.
Tampoco ha respondido al enorme odio que despierta su política
en Medio Oriente mediante el apaciguamiento de los descontentos.
Más bien ha conducido a una política más intransigente
con la esperanza de derrotar a la oposición.
Las razones del ataque a Irak
Las razones reales de la campaña contra Irak responden
a motivos regionales, internacionales y de política doméstica.
Washington busca resolver la crisis del statu quo regional basado
en el apoyo al Estado de Israel y la alianza con gobiernos de la
burguesía árabe que toleran, financian y dan cabida
al fundamentalismo islámico -y que en el pasado fueron utilizados
contra la "amenaza comunista"- con una política
de "cambio de régimen" en Irak, que instale un
gobierno totalmente subordinado a sus dictados y que permita reasegurar
sus intereses en el conjunto del mundo islámico.
Como señala la agencia de inteligencia Stratfor, la administración
Bush empuja adelante este ataque "... porque ve una campaña
exitosa contra el líder iraquí Saddam Hussein como
una primera vía de golpear la ventaja psicológica
dentro del movimiento islámico y demostrar el poder de EE.UU
...". Y agrega: "La destrucción del régimen
iraquí demostrará dos cosas. Primero, que el poder
americano es abrumador e irresistible. Segundo, que EE.UU. es tan
paciente, perseverante y mucho más poderoso que el movimiento
islámico... Más aún un ataque a Irak, a diferencia
de la destrucción de Al Qaeda y el Islam militante, puede
ser realizada. Las guerras con las naciones- estados que poseen
grandes ejércitos es algo que EE.UU. hacen bastante bien.
Destruir una altamente dispersa red global es algo que nadie hace
muy bien. Los EE.UU. no pueden soportar una atmósfera de
permanente estancamiento". (Stratfor 08/02.)
Pero más importante que este "mensaje" regional,
es su significado en el plano internacional, donde la acción
de Bush es resistida por una amplia oposición de amigos y
aliados tanto en EE.UU. como en el mundo. Sin embargo, como dice
el sociólogo norteamericano Wallerstein: "El punto es
que, desde el punto de vista de los halcones, que ahora incluye
al mismo George W. Bush, la oposición es irrelevante. Ellos
están realmente más felices de ir adelante sin que
nadie acuda en su ayuda. Lo que ellos desean demostrar es que nadie
pude desafiar al gobierno norteamericano y salirse con la suya.
Ellos quieren derribar a Saddam Hussein, no importa lo que él
haga u otros digan, porque Saddam Hussein le ha plantado su nariz
a los EE.UU. Los halcones creen que, sólo destrozando a Saddam,
pueden ellos persuadir al resto del mundo que son el perro guardián
y debe ser obedecido en todas las formas". (Comentario N°
96 1/09/02).
Por último y como un tercer objetivo, la guerra busca mantener
el control político doméstico.
En condiciones de una creciente desigualdad económica y social
y descontento popular con el sistema político, la clase dominante
norteamericana busca mantener su control ideológico y político
desviando la atención de la población, canalizando
sus agravios hacia la "guerra contra el terrorismo"; lo
hace ahora reemplazando la figura de Bin Laden por la de Saddam
Hussein.
En síntesis, Bush busca avanzar en un control casi completo
en esta zona estratégica del planeta - principal reserva
de petróleo a nivel mundial- mientras refuerza el dominio
y la influencia de EE.UU. en los asuntos mundiales, buscando cooptar
a la población detrás de esta empresa contrarrevolucionaria.
Resultado incierto
Bush se prepara para devastar Bagdad y otras ciudades e infligir
un inaudito sufrimiento a la ya castigada población iraquí.
El Pentágono confía que esta empresa puede llevar
a una guerra exitosa sin arriesgar fuertes pérdidas, gracias
a la revolución militar de las armas de precisión,
apoyados por sistemas de detección, comando y control junto
a determinadas operaciones comando. Los alienta el fracaso de los
pronósticos más pesimistas hechos tanto en la Guerra
del Golfo como en el Kosovo y en la reciente campaña de Afganistán.
Indudablemente la enorme superioridad económica y militar
ante un pequeño país semicolonial como Irak, que sufre
desde hace 11 años un brutal embargo económico, hostigado
permanentemente por la aviación anglo-norteamericana, es
abrumadora.
Por su parte, el carácter burgués y reaccionario del
régimen de Saddam Hussein, basado en la explotación
y opresión de su propio pueblo, como los Kurdos y Chiítas,
y la enemistad con pueblos hermanos de la región -como su
guerra fratricida con Irán en la década del ochenta-
es un enorme handicap a favor de Bush y su cruzada contrarrevolucionaria.
Sin embargo no pueden subestimarse las dificultades de una operación
punitiva en esta región, sobre todo si se trata de instaurar
un "cambio de régimen", tal como proclama una y
mil veces Bush. Cualquier imponderable que aumente la probabilidad
de una guerra larga y desgastante abriría un interrogante:
¿cuánto tolerarán los norteamericanos, antes
de comenzar a dar crédito a quienes argumentan que una acción
militar preventiva no vale tal precio?
¿Mayor orden?
El giro de la administración Bush hacia un nueva era de aventurerismo
-imperial- militar, consecuencia de un combinación de vulnerabilidad
puesta de manifiesto el 11-9 y su inigualado poderío militar,
no garantiza el establecimiento de un orden mundial estable, a pesar
de las enormes fuerzas reaccionarias que desatará en su intento.
EE.UU. apuesta a que una victoria rápida en Irak abra un
proceso de establecimiento de regímenes completamente sumisos
a los dictados del imperialismo, de igual manera que la derrota
militar de Argentina en Malvinas en 1982, inició un ciclo
de transiciones a democracias burguesas proimperialistas tras la
debacle de las dictaduras militares.
Sin embargo, a diferencia del Cono Sur de América Latina
donde este cambio sólo afectó a los regímenes,
un Irak postrado corre fuertes riesgos de desintegrarse como estado
unificado. Si EE.UU. no se decide a establecer un protectorado y
acantonar una fuerza de más de 200 mil hombres de ocupación
a largo plazo -cuestión que como demuestra su experiencia
en Afganistán y por su enorme costo y riesgo no parece estar
decidido a emprender -, un Irak post Hussein se vería sometido
al tironeo de fuerzas étnicas y religiosas internas y externas
que podrían desmembrarlo. Este resultado amenazaría
a los regímenes de la región con una mayor desestabilización.
De ahí las dificultades de Estados Unidos en diseñar
un plan de guerra que contemple todos estos objetivos.
En segundo lugar y con respecto al orden internacional, las divergencias
entre EE.UU. y Europa tanto en cuestiones económicas como
de seguridad, abrieron una brecha en la alianza de los dos principales
polos imperialistas con consecuencias de largo plazo. Como dice
el analista William Pfaff: "Cualquiera cosa que suceda con
Irak o 'después de Irak' los europeos occidentales y los
norteamericanos parecen ahora estar claramente en cursos divergentes.
No hay nada particularmente sorprendente sobre esto. La relación
se ha venido debilitando desde el fin de la guerra fría.
Esto iba a suceder más tarde o más temprano."
(IHT 5/09/02).
Por último y más importante, un avance norteamericano
basado en la ausencia de un fuerte consenso internacional y cuya
única ley es su fuerza militar, sólo puede generar
un mayor rechazo y resentimiento en las masas del mundo. En un marco
de aumento de la miseria de los pueblos del planeta después
de dos décadas de ofensiva neoliberal; desnudado el "modelo"
norteamericano de democracia corrupta y sus corporaciones, el antinorteamericanismo
crece fuertemente.
Una guerra contra Irak puede agudizarlo. Zbigniew Brzezinski -ex
consejero de seguridad nacional de EEUU- señala en el diario
Washington Post que un ataque preventivo a Irak podría tener
efectos profundamente desestabilizadores en toda la estructura de
las relaciones internacionales. Nuestros enemigos -dice-, presentarían
a EE.UU. como un "gangster global".
En definitiva, aunque el guerrerismo desenfrenado de Bush pueda
abrir en el próximo período situaciones muy reaccionarias,
una potencia hegemónica que base su dominio sólo en
su poderío militar lo que hace que la mayoría del
planeta le sea hostil, no puede asegurarse un orden de dominación
estable y estará sometido a permanentes enfrentamientos.
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