Estrategia
Internacional N° 18 |
LA CRISIS ECONOMICA ARGENTINA |
|
Eduardo Molina
|
En la base del proceso revolucionario abierto con las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de diciembre se halla la profunda crisis económica, cuyas convulsiones siguen desarrollándose a un ritmo vertiginoso al momento de cerrar esta nota. En varios artículos de este número de Estrategia Internacional analizamos la nueva situación política argentina y su potencialidad revolucionaria. En esta nota, abordamos el aspecto económico de la misma.
El “Verano negro” de la Convertibilidad El país se
halla en la más dramática crisis
económica de los últimos 70 años, comparable por su profundidad y los
catastróficos efectos sociales a los efectos de la Gran Depresión de
1930. Ahora, esta crisis dio un
salto, desatando una catástrofe económica y social que está provocando la
descomposición de las fuerzas productivas nacionales. En el verano negro del 2002, se combinan la duración y severidad
de la recesión, restringiendo los ingresos del Estado, que provocó la crisis
fiscal y llevó a la crisis de endeudamiento y cesación de pagos.
En este contexto, la imparable fuga de capitales detonó la crisis del
sistema bancario y tornó inevitable el estallido de la Convertibilidad. Estas son las manifestaciones más elocuentes del colapso
económico y financiero argentino. De la recesión a la depresión La recesión más prolongada de la historia argentina se inició a mediados de 1998 y ha ingresado
ya en su cuarto año. Desde entonces, el PBI
acumula un retroceso de 4,9%1 y el producto per capita cayó el
12%. A principios de 2001 comenzó el desmoronamiento. Domingo
Cavallo, el antiguo ministro de Menem y “padre de la Convertibi-lidad” fue
llamado en marzo al Ministerio de Economía para actuar como árbitro entre los
distintas alas de la clase dominante, divididas sobre las salidas al impasse
de la Convertibilidad. Pero la profundidad de la crisis y la tenaz resistencia obrera y
popular fueron desbaratando uno tras otro los 7 u 8 paquetes de medidas que
anunció en menos de un año. Todos los indicadores cayeron bruscamente en el
segundo semestre, con previsiones de una caída del PBI de 3,5% para el año,
la inminente cesación de pagos y una creciente fuga de capitales. Los datos
de noviembre, previos al estallido de la crisis eran ya devastadores, con
caídas del 11,6% en la industria; 20,9% en la construcción, 9% en las ventas
de supermercados (datos anualiza-dos).2 En diciembre la caída en la industria
habría sido de 18% y la desocupación alcanzaría el 23%. El gobierno de De la Rúa-Cavallo realizó una jugada desesperada
para detener la amenaza de un crack bancario con las medidas del 3 de
diciembre, imponiendo el famoso “corralito” de los depósitos (retención
forzada) y la pretendida “bancarización” de todas las transacciones. Esto ahogó todo movimiento económico, al restringir bruscamente
la liquidez monetaria, paralizando el comercio y el crédito, rompiendo las
cadenas de pago y asfixiando a la “economía informal” de la cual depende la
subsistencia cotidiana de millones de desposeídos. No sólo la producción, el
comercio y la inversión, sino también los préstamos bancarios y las tarjetas
de crédito, las importaciones y aun muchas exportaciones se han suspendido o postergado,
mientras que se multiplican los despidos, las quiebras empresariales y la
ruina de las capas medias. Esta situación no ha tocado aun fondo, el país
atraviesa el paroxismo de la crisis económica y financiera, en medio de
convulsiones sociales y políticas, y la caída puede continuar agravándose
durante todo el verano. Por ejemplo, en diciembre la Fundación FIEL preveía una contracción del 9% en el PBI
para el primer semestre del nuevo año; esto podría terminar siendo un pálido
anticipo de la verdadera gravedad de la caída. La crisis fiscal El Estado se hundió para sostener la paridad cambiaria y las
exigencias crecientes del servicio de la deuda. La Convertibilidad representa
la prohibición de emitir moneda sin respaldo y la “congelación” de fuertes
reservas en divisas como garantía. Al depender en gran medida de impuestos
indirectos al consumo, como el IVA, ya que las privatizaciones le quitaron
tradicionales fuentes de recursos como las empresas públicas (YPF), los
fondos jubilatorios, etc., la recesión restringió sistemáticamente la
afluencia de ingresos genuinos y provocó una desfinanciación insostenible.
Cavallo intentó equilibrar las cuentas con la política de “Déficit 0”,
introduciendo brutales recortes en el gasto estatal, retrasando sistemáticamente
desembolsos en educación, salud, etc. y recortando los salarios estatales en
un 13%, sin alcanzar sin embargo nunca esa meta. Por su parte, las provincias
trataron de escapar a la asfixia emitiendo diversos bonos: “Patacón” en
Buenos Aires”, “Quebracho” en Chaco, etc., “cuasi-monedas” sin respaldo
efectivo, que no hacían más que desnudar la situación de crisis fiscal
extrema y la imposibilidad de sostener el peso. Pero la insolvencia del estado es un resultado de la expoliación
imperialista y la usura de la banca local. La crisis de la deuda La imposibilidad de sostener el servicio de la misma se
convirtió en el talón de Aquiles de la economía nacional, hundiendo
todos los intentos de estabilización. La deuda externa pública trepa a 132.000 millones de dólares
(155 mil millones sumando la deuda privada)3, tanto los grandes grupos
locales como las filiaciones de las transnacionales. El servicio de la deuda
pública ascendía en el 2001 a unos 15 mil millones y para el 2002 se preveían
pagos por 17 mil millones. Son montos impagables para las exhaustas arcas
estatales, mientras que el acceso a
nuevos créditos del exterior estaba ya prácticamente cerrado a fines
del 2000. Cavallo buscó un respiro con el “Megacanje” –un fiasco- y luego, a
mediados del año pasado con el “canje de la deuda interna”, renegociando unos
29.477 millones en bonos4. Pero este fue sólo un gran negocio para los
tenedores locales de títulos de deuda (los bancos instalados en el país y nacionales,
y las AFJP5 ligadas a éstos), garantizándoles el valor del capital y un
interés del 7% a cambio de un reescalonamiento de los compromisos. Al mismo
tiempo, provocó la oposición de los
acreedores del exterior –fundamentalmente norteamericanos-, e irritó al FMI y
a la administración de Bush. El FMI retaceó el desembolso de un tramo de
crédito por 1260 millones ya pactado para diciembre, ratificando que no
habría nuevos “salvatajes” a menos que se hiciera un ajuste en profundidad. La cesación de pagos, largamente anunciada, se precipitó. Tras
la caída de De la Rúa-Cavallo, Rodríguez Saá no hizo más que reconocer una
situación de hecho, y transmitírsela a Duhalde. No hay posibilidad de
reconstitución del crédito externo en el corto plazo, y el gobierno debe
encarar una ardua negociación con el FMI y los acreedores internacionales
para destrabar la situación La fuga de capitales y la crisis bancaria: El sector financiero, gran beneficiario de la Convertibilidad,
jugó un papel central en el “círculo vicioso” que llevó al colapso. Los
bancos hicieron pingües negocios prestando a altas tasas a un Estado sediento
de fondos frescos. En el último período esto aceleró al extremo el conocido
fenómeno de tomar deuda para cancelar deuda, llamado “financiamiento Ponzi”,
y que precede a la caída. El sistema financiero –bancos y AFJP- utilizó los
depósitos de los particulares, con bajas tasas pasivas, para hacer jugosas
diferencias en la compra de bonos públicos hoy desvalorizados pero que constituyen
el 40% de los activos de Bancos como el Galicia y de las AFJP. Pero la cadena se interrumpió en el verano del 2001, cuando se
hizo inocultable la proximidad del default. Desde entonces, unos 26 mil
millones de dólares –suma equivalente a un 9% del PBI- fugaron del país en
una “emigración organizada” por el gran capital que vació los bancos. A fines
de noviembre, era evidente que estos no podían responder por los depósitos de
unos 65 mil millones, el 70% en dólares, la mitad de los cuales correspondía a
una gran masa de pequeños ahorristas con menos de U$S 50.000 en sus cuentas
cada uno,. La “corrida bancaria” estaba empujando a la quiebra a varios
bancos, y amenazando con un “crack”
financiero. La Banca en Argentina está fuertemente extranjerizada, pero los
bancos extranjeros, pusieron a salvo sus fondos y no van a aportar a sus
filiales argentinas en problemas con un solo dólar. Por otra parte, la banca
estatal se halla también fuertemente comprometida. El “corralito” de Cavallo,
prorrogado y “perfeccionado” por el nuevo gobierno, salvó provisionalmente
a la banca, mediante una expropiación en escala gigantesca de sus
depositantes. La “pesificación” y demás medidas anunciadas por Duhalde-Remes
Lenicov amenazan licuar estos depósitos. Previsiblemente, la crisis desembocará en un “saneamiento”
drástico (exigido además por representantes de la gran banca angloyanqui) del
tambaleante sistema bancario. La agonía de la Convertibilidad El abandono
de la paridad cambiaria peso-dólar, sostenida durante una década es un
elemento importante de la crisis del Plan de Convertibilidad, que podemos
considerar como una versión “radicalizada” de los planes de inspiración
“neoliberal” aplicados desde mediados de los 80 en América latina. El cambio fijo por ley a 1 peso = 1 dólar cumplió en el complejo
andamiaje del plan burgués un papel similar al de la “clave” en un arco o en
una bóveda: distribuir las tensiones garantizando el equilibrio del conjunto.
Es decir, asegurar que las condiciones de inversión, rentabilidad y retorno
de las utilidades del gran capital no se alterarían. La convertibilidad
consagró determinadas pautas a favor del bloque más concentrado: la gran
banca internacional, las transnacionales inversoras en el país, los grandes
grupos locales, etc. Al mismo tiempo, representaba un chantaje hacia
la población, buscando atarla a la “estabilidad” contra el recuerdo de la
hiperinflación de 1989. La fortaleza o debilidad de la moneda, a través de sus
fluctuaciones tiende necesariamente a reflejar la del conjunto de la
economía. Un tipo fijo y sobrevaluado del cambio plantea contradicciones que
no son de naturaleza puramente monetaria, sino estructurales: Argentina no es
ni una plaza fuerte del capital financiero mundial, como Hong Kong, ni un
pequeño estado fácilmente amoldable como apéndice a la economía
norteamericana. Por el contrario, es una semicolonia de 37 millones de
habitantes, sobrecargada de contradicciones y sometida a violentas y
erráticas conmociones. Desde 1997, la revalorización del dólar a escala internacional
arrastró al peso hacia arriba, aunque en este año y el primer semestre del
98, el PBI creció a altas tasas a mediados de este año, la serie de
devaluaciones en otras regiones del mundo, y en especial en Brasil, colocó al
comercio exterior argentino en una encrucijada: un peso sobrevaluado que
guardaba cada vez menos relación con el verdadero estado y dinámica de la
economía, de su comercio exterior y de su balanza de pagos. A.y E. Calcagno describen: “Dada la sobrevaluación del peso
que generó el sistema, si la economía crece se produce el déficit externo por
el rápido aumento de las importaciones; si la economía no crece, se produce
un déficit fiscal debido a la caída de la recaudación impositiva, basada en
impuestos al consumo. La convertibilidad no es compatible con un
desequilibrio prolongado en ninguno de los dos frentes. Durante la década
pasada, el abundante financiamiento externo permitió esquivar el problema,
pero no lo resolvió. Por el contrario, se agregaron elementos estructurales
de déficit: el desfinanciamiento del sistema público de jubilaciones y en el
frente externo, la acumulación de obligaciones internacionales. (...) Una vez que se pierde el acceso al financiamiento externo, no
basta con obtener un excedente fiscal primario equivalente al pago de
intereses de la deuda pública para evitar el default. En este caso, es
preciso obtener un fuerte superávit comercial, del orden de los 12.000
millones de dólares, además de evitar la fuga de capitales, conseguir alguna
inversión extranjera directa y lograr el refinanciamiento de todos los
vencimientos de capital (unos 17.000 millones para la deuda de mediano y
largo plazo en 2002). De otro modo, se tendrán que usar las reservas, lo que
significa devaluar en las peores condiciones posibles”.6 Si bajo
la Convertibilidad la burguesía intentó vanamente resolver estas
contradicciones con la deflación de precios y salarios y el ajuste permanente
de los gastos del Estado, con la devaluación, intenta enfrentar el problema
dejando caer la moneda, y por la vía de la depreciación de los ingresos de
los trabajadores y las clases medias, y una
transferencia en gran escala de valor hacia el capital (a ser a su vez
redistribuida de manera distinta a las distintas fracciones capitalistas). La
devaluación formal a $1,40 por dólar
(casi el 30%) en enero del nuevo año no hace sino iniciar un proceso que está
lejos de haber terminado. Argentina en la recesión mundial Para
comprender la crisis argentina, su naturaleza y su dinámica, es preciso
partir de la realidad mundial como un todo. Como señalaba Trotsky, es preciso
“tomar directamente como punto de partida el análisis de las condiciones y
tendencias de la economía y el estado político del mundo, como un todo, con
sus relaciones y contradicciones, es decir, con la dependencia mutua que
opone a sus componentes entre sí...”7
para comprender la dinámica de un país determinado. Aun circunscribiendo
este análisis al aspecto directamente económico, es imprescindible considerar
a la economía argentina como parte de la economía capitalista mundial, y a su
crisis como expresión concreta de los rasgos fundamentales de la actual
crisis mundial (a la que en esta revista dedicamos un Dossier con varios
artículos, ver también las Tesis Internacionales). Esto, como veremos en el
punto siguiente, permite a su vez explicar las peculiaridades de la situación
argentina, a partir de su inserción específica en el mundo. Imperialismo y periferia El
imperialismo aprovecha la estructura polarizada de la economía mundial y su posición dominante en el sistema de
estados para trasladar una parte de su propia crisis a las semicolonias y a
los ex “países socialistas” en trance de restauración a través de los
mecanismos típicos de la expoliación: intercambio comercial desigual (en
desmedro de los productores de materias primas o de bienes poco elaborados);
exportación de capitales (asegurándose altas tasas de beneficio); renta
financiera a través de la deuda externa. Estos mecanismos significan una
colosal transferencia neta de valor hacia el imperialismo. Este es un proceso que ha venido profundizándose desde la
apertura de la crisis mundial en 1974-75, y que ha ahondado
extraordinariamente la brecha económica, tecnológica, de la calidad de vida,
etc., entre el polo imperialista y el resto del mundo. Aunque como un efecto
contradictorio derivado de la propia crisis en los centros y funcional a las
necesidades del imperialismo de reubicar parte de su producción industrial,
se hallan desarrollado las “plataformas de exportación” del Sudeste Asiático.
De la misma forma, en los 90, ha utilizado el crecimiento de China como una
salida parcial a sus contradicciones. En las crisis como la del 74 o de principios de los 80, la
periferia había venido actuando como un amortiguador, proporcionando mercados
suplementarios (tanto los países semicoloniales como la antigua URSS y el
este europeo). Esta situación imprime un rumbo errático y convulsivo a las
economías de la periferia, y hacen que las recuperaciones tienden a ser más
inestables en el mundo semicolonial, las recesiones más severas y
prolongadas, el equilibrio más frágil, debido al peso de la expoliación
imperialista. En suma, amortiguar temporalmente los efectos de la crisis en el
centro implica exacerbar su virulencia en
la periferia, imponiendo allí una desvalorización masiva más violenta
y generalizada de capitales –es decir, una destrucción de fuerzas productivas
“sobrantes”- . Este fenómeno se sustenta en la mayor vulnerabilidad de
los países dependientes a las oscilaciones
de la economía mundial y a las presiones del capital financiero, pero tras
más de una década de “apertura” y “globalización”, en la actual recesión, es
difícil que puedan jugar este rol amortiguador. No obstante, la presión imperialista se intensifican y amplía: - Utilizando políticas proteccionistas y el control de las
palancas fundamentales de la economía y las finanzas internacionales, se
“desvía” parte de la presión de la sobreproducción mundial de mercancías
hacia el mundo semicolonial, imponiendo el desmantelamiento de industrias
locales y la apertura de mercados. Al mismo tiempo, los precios del petróleo,
minerales, productos agropecuarios, y de los commodities, que constituyen la
amplia mayoría de las exportaciones del
mundo “subdesarrollado” tienden a bajar. - Las transnacionales afectadas por la declinación de su
rentabilidad o necesitadas de liquidez para enfrentar sus dificultades y
operaciones en la cada vez más dura competencia intermonopólica, extraen
sustanciosas compensaciones de sus filiales en la periferia (que en ocasiones
llegan a los 2/3 de las utilidades totales). - La reestructuración impuesta a los países semicoloniales desde
fines de los 80 y la devastación de los antiguos estados obreros
burocratizados facilitó, al subordinarlos más estrechamente al centro y
profundizar la penetración del capital extranjero, -en la fase
actual de la recesión mundial8- que una cuota mayor de los costos de la crisis se descargue sobre el mundo
semicolonial; así como una mayor polarización de las rentas y beneficios
hacia los centros. Esto hace que la recesión adquiera en ellas características más
prolongadas, y aun catastróficas, como muestran la sucesión de derrumbes
desde 1997 (el Sudeste asiático, Rusia, los temblores en Brasil, el default
en Ecuador, etc.) entre los cuales Argentina no es sino el último eslabón.
Por otra parte, éstas presentan un
número de rasgos comunes: violentas recesiones, fuga de capitales en masa,
devaluaciones descontroladas, quiebras bancarias en gran escala, etc., a un
enorme costo social. Argentina, expresión de la crisis mundial La crisis
argentina expresa de manera concentrada la naturaleza de la crisis del
sistema capitalista e imperialista mundial. Efectivamente, Argentina es hoy
un eslabón débil en la cadena del sistema capitalista e imperialista y sus
convulsiones no pueden menos que repercutir regional e internacionalmente. “Como las restantes naciones dependientes, la economía argentina
recepta con mayor intensidad las consecuencias de la sobreproducción, soporta
el impacto de la caída tendencial de la tasa de ganancia en las economías
centrales (tanto en las fases de plena declinación como en las etapas de
parcial recuperación) y padece la insuficiencia del poder adquisitivo de gran
parte de la población”9 señala el investigador argentino Claudio
Katz, en un estudio reciente. Argentina fue alcanzada por la recesión desde mediados del 98, casi al mismo
tiempo que Rusia, y las conmociones en Brasil entre mediados de ese año y
principios del 99, que culminaron con la devaluación del real, la afectaron
seriamente. Mientras la economía internacional se recuperó en el 99 y 2000
(incluso la mayor parte de América Latina), Argentina siguió en recesión. Y
la apertura de la nueva fase, con el fin del “boom” norteamericano,
profundizó la caída. Señalemos que inscribiéndose en la sucesión de derrumbes que
jalonan la periferia, el caso argentino presenta sin embargo algunos rasgos
peculiares: - Se trata del colapso de lo que fuera uno de los “mercados
emergentes” más dinámicos en los 90. Su crisis aparece claramente como el
fracaso de uno de los más ambiciosos programas “neoliberales” aplicado en la
década pasada. - Se produce en una nueva fase de la crisis internacional,
cuando la recesión en las potencias centrales tiende a sincronizarse. Por la
importancia relativa de su economía –la tercera de América Latina- la
situación de recesión continental y la retracción en Estados Unidos, se
potencia como factor actuante en la coyuntura internacional, en particular
sobre el Cono Sur. Algunos medios imperialistas afirman que “no hay peligro de
contagio”. Es cierto que los efectos inmediatos no fueron tan
notorios en los circuitos financieros como por ejemplo, el “efecto Tequila”;
pero esto se debe a que la largamente anunciada debacle argentina les
permitió a los grandes bancos y acreedores mundiales tomar previsiones, al
mismo tiempo que los “mercados emergentes” latinoamericanos se han vaciado de
los capitales golondrina que habían acudido en la primer mitad de la década anterior.
Señalemos que: La cesación de pagos plantea una nueva crisis de la deuda
externa de los países semicoloniales. Argentina es uno de los principales
deudores internacionales: sus bonos constituyen un 25% del mercado de bonos
de los “países emergentes”. La deuda argentina es una significativo porción
de la deuda latinoamericana, cuyo total asciende a unos 750.000 millones de
dólares10. El caso argentino –anticipado por el default ecuatoriano en
el 2.000- señala el agotamiento del ciclo de endeudamiento abierto a
principios de los 90 con el Plan Brady. La depresión argentina está golpeando severamente a sus vecinos
del Cono Sur. Uruguay y Paraguay se han visto obligados a tomar
medidas urgentes de devaluación y protección. Las exportaciones e ingresos por
turismo chilenas ya están sufriendo sus efectos. Junto con la merma del
ingreso de capital extranjero y la crisis energética, la recesión argentina
es identificada como uno de los principales factores del estancamiento
económico en Brasil. América Latina, que en el 2001 creció apenas 0,5% está en recesión y las perspectivas para
el 2.002 no son mejores11. En este contexto, Argentina la tercera economía
regional, es un poderoso factor de desestabilización económica, financiera y
política. Argentina se ha convertido en un campo de batalla de la
rivalidad interimperialista agudizada por la recesión simultánea en los
tres polos del mundo capitalista. La pugna entre los intereses
norteamericanos y europeos (fundamentalmente españoles) ha dado un salto,
convirtiéndose en una rivalidad abierta. Los monopolios españoles ocuparon
posiciones privilegiadas aprovechando las privatizaciones de los 90 (BBV y
Santander en la banca, Repsol-YPF en petróleo, Telefónica en comunicaciones,
etc.), y hoy se hallan seriamente comprometidas, como muestran la
desesperación del gobierno de Aznar y la caída en la Bolsa de Madrid. Los
intereses europeos se ven ante el embate de los grandes grupos yanquis,
dispuestos a aprovechar la crisis para reafirmar su control sobre el país, en
los marcos de la estrategia norteamericana de reordenar su bloque regional
bajo control más estrecho (como implica el ALCA). En lo inmediato es un obstáculo para los planes imperialistas en
América Latina. El derrumbe de Argentina, que fue una de las vitrinas
privilegiadas para “vender” el programa neoliberal es un serio golpe para el
FMI y las agencias del imperialismo12, acentúa la decadencia ideológica del
neoliberalismo y las tendencia a la disgregación del disciplinamiento burgués
a las imposiciones imperialistas. “El impacto de la devaluación y
moratoria en la Argentina sería grande y muy duradero en los países vecinos,
y lo que está en juego es el Consenso de Washington: América del Sur podría
cambiar de rumbo, volviendo a su aislacionismo comercial, a una mayor
intervención estatal” advertía a
mediados de año un informe de ABN Amro Securities13. Esta perspectiva le
plantea enormes problemas de todo género a la Casa Blanca. En estas condiciones, y al cabo de una década de reformas “neoliberales”,
el mayor grado de integración de la economía argentina a las redes del
capital financiero internacional predispone a que las ondas de choque de su
crisis aumenten la inestabilidad regional y del conjunto de la economía
mundial. La decadencia de la Argentina semicolonial La magnitud
de la crisis nacional revela la profunda decadencia del país. Como escribía
Trotsky: “las fluctuaciones cíclicas de la coyuntura son inherentes a la
economía capitalista, como los latidos del corazón son inherentes a un
organismo vivo”; no obstante, “... no podemos decir que estos ciclos
explican todo, ello está excluido por la sencilla razón de que los ciclos
mismos no son fenómenos fundamentales , sino derivados”.14 Para
comprender la dinámica que subyace a los distintos momentos de expansión o
contracción, debe estudiarse la relación entre el movimiento cíclico y la
tendencia fundamental del desarrollo capitalista. Seguimos la importante
indicación metodológica de Trotsky: “Nuestro principal objetivo ha de ser
establecer la curva del desarrollo capitalista, incorporando sus elementos no
periódicos (tendencias básicas) y periódicas (recurrentes). Tenemos que hacer
esto para los países que nos interesan y para el conjunto de la economía
mundial”.15 La “curva del desarrollo capitalista” en Argentina, a
través de largos períodos de estancamiento o retroceso, y momentos de
expansión débiles y cada vez más limitados, muestra su agotamiento histórico
y su declinación: sin haber alcanzado la madurez del capitalismo avanzado sufre
una senectud “prematura” sin esperanzas de regeneración. Las raíces de esta decadencia se hayan en el carácter atrasado y
dependiente. Llegado tardíamente al mercado mundial, donde sólo logró una inserción
subordinada, la dependencia del capital extranjero y la supervivencia de la
estructura agraria retrógrada, consagraron los límites históricos del
capitalismo afincado en las pampas, con las deformaciones características de
la “acumulación dependiente”. Esto impone límites infranqueables por métodos
capitalistas al desarrollo de las fuerzas productivas y al progreso de la
acumulación. Es cierto que la decadencia argentina, por tratarse de una
semicolonia relativamente próspera y avanzada, desciende desde un nivel
bastante elevado. Esto, además de otorgar peculiaridades a su retroceso,
demuestra palmariamente que no hay ninguna posibilidad de saltar el abismo
estructural que separa a los países dependientes del centro imperialista en
el siglo XX con métodos burgueses. Se podrían exponer una amplia variedad de datos económicos y
sociales que demuestran este proceso de declinación. Por razones de espacio
nos limitaremos al siguiente elemento comparativo: “En 1960, la economía argentina tenía una
magnitud equivalente al 3,1% de la norteamericana. En el 2000, esta
proporción ha caído al 1,6%”.16 Esta pérdida de
posiciones se da también en relación a otros países de la periferia, como
México y Brasil. En 1960 el PBI argentino ascendía a 17.947 millones de U$S,
el de Brasil a 20.325 millones y el de México a 18.688 millones17, es decir,
estaban aproximadamente al mismo nivel. Hoy, el PBI argentino es apenas unos
3/5 del mexicano o brasileño. Aunque el ritmo de crecimiento medio de América
latina ha sido lento, el argentino ha mostrado un promedio aun menor en el
largo plazo. Es cierto que esta dinámica registra un importante giro en la
década de los 90. El PBI muestra crecimientos superiores a la media
latinoamericana durante varios años, permitiendo una cierta recuperación de
posiciones entre 1991 y 1998. Sin embargo, sólo disminuyó la brecha, sin
poder revertir la tendencia fundamental declinante, de la economía argentina. Tres etapas La “curva del desarrollo capitalista” de Argentina moderna
conoció tres grandes etapas de esta acumulación dependiente. Como el mismo
Trotsky señala, establecer con precisión
esta curva es un problema complejo de resolver, y que requiere un
estudio detallado del material empírico y estadístico. Sin embargo, es
posible apoyarnos en esta periodización general para nuestros propósitos. Por
comodidad, mantendremos la terminología usual, (de origen académico y
cepalino), que se refiere a “modelos”. Para nosotros, desde una óptica
marxista, se trata de distintos momentos del desarrollo capitalista objetivo,
estructurados en base a distintas ramas de la producción, con distintas
subordinación a las metrópolis imperialistas, etc. La primera etapa fue el “modelo agroexportador” ligado al
imperialismo británico y dirigido por la oligarquía terrateniente, que se
gesta en la segunda mitad del siglo XIX y entra en su ocaso con la Depresión
de 1930. A partir de la crisis de entreguerras, se desarrolla el “modelo
de sustitución de importaciones”, basado en un cierto grado de
semiindustrialización y en el mercado interno. Este reconoce tres subetapas.
La primera, en la “década infame”, bajo el dominio inglés, de inicio de la
semiindustrialización. La segunda, de relativa autonomía (ya que EE.UU., que
está estableciendo su hegemonía mundial,
todavía no logra reemplazar plenamente en Argentina a la vieja
Inglaterra en retirada). Bajo el bonapartismo peronista, se apoya en una
amplia intervención estatal para dinamizar la acumulación y en políticas de
conciliación, cediendo importantes conquistas, para amortiguar la lucha de
clases del proletariado. La tercera fase, acompañada de un nuevo ciclo de
penetración del capital extranjero y de semicolonización por Estados Unidos,
y donde, al tiempo que alcanzaba una importante expansión, sólo explicable en
las condiciones del “boom de posguerra”, se profundizan las deformaciones
estructurales y se alcanzan los límites absolutos de este proceso. La
“sustitución de importaciones” representó el techo histórico del capitalismo
dependiente y semicolonial argentino, y mostró las impotencia histórica de la
burguesía nacional. El agotamiento de las posibilidades de acumulación por la
“sustitución de importaciones” y la amenaza que representó el ascenso
revolucionario de los 70 convencen a la burguesía de buscar una salida en la
asociación más estrecha con el imperialismo. El golpe militar de 1976 abriría
las puertas para un tercer patrón o esquema de acumulación dependiente. Este
sería expresión en el país de los reacomodos con que el capitalismo mundial
enfrenta la crisis estructural abierta en 1974-5, y que se caracteriza por el
predominio del capital financiero a nivel internacional, que adqueire un
ritmo “triunfal” a fines de los 80, principios de los 90. Bajo la dictadura
de Pinochet, Chile sería el primer “modelo” neoliberal claramente establecido
en Latinoamérica desde 1982. Martínez de Hoz representaría el ascenso, como
Ministro de la dictadura argentina, de esa nueva cúpula burguesa en
Argentina, nacida de la alianza de los terratenientes, la gran burguesía y el
capital extranjero. Conocido generalmente como “modelo neoliberal”, aunque también
algunos lo denominen “modelo rentista” o de “valorización financiera”,
constituye un proceso de reestructuración en gran escala de la economía, la
sociedad y el Estado nacionales, profundamente regresivo, para relanzar la
acumulación capitalista a través de una ofensiva sistemática sobre las
condiciones de trabajo, el nivel de vida y el empleo de la clase obrera, el
paulatino copamiento por el capital extranjero y una gigantesca concentración
del capital. Este proceso se va afirmando a través de sucesivas convulsiones:
el golpe militar de 1976, la crisis y estatización de la deuda de principios
de los 80, la hiperinflación de 1989, de los que el capital más concentrado y
el imperialismo sacan partido para consolidar su poder económico y
financiero. Después de casi dos décadas de estancamiento, incluyendo la
“década perdida” de los 80, a principios de los 90 se dan las condiciones
internacionales y nacionales para una nueva fase de expansión. Los 90: una fase expansiva El período de
profunda reconfiguración económica, social y política que cubrió esta década
consistió, esencialmente, en un vasto proceso de reestructuración y de
modernización a través de una ligazón más profunda al capital financiero
internacional18. A nivel regional, el llamado “Consenso de Washington” y el
Plan Brady proporcionaron el marco para un nuevo ciclo de afluencia de
capital externo y recolonización. En Argentina, el Plan de Convertibilidad y
la legislación conexa, fueron la expresión institucional y normativa del
mismo, viabilizando los conocidos procesos de apertura comercial y
financiera, nuevo endeudamiento, privatizaciones masivas y ataque sistemático
sobre las posiciones del proletariado. Éste plan fue una versión
“radicalizada” del programa
neoliberal aplicado en América Latina (apertura comercial, privatizaciones
masivas, desregulación financiera, copamiento por el capital extranjero).19 Las tasas importantes de crecimiento del PBI en 1991-94 y
1997-98 (promediando para la década cerca del 4,5% anual); expresaron un proceso desigual y combinado, de
crecimiento polarizado en algunas ramas y sectores, sobre la base de la degradación de las fuerzas productivas
nacionales que culmina exacerbando el carácter deformado y dependiente de la
economía argentina. Subrayemos algunas características fundamentales: Un salto en la dependencia comercial, financiera y tecnológica
del capital extranjero, rasgo sobre el que resulta innecesario
abundar, pues demuestran claramente este proceso el masivo endeudamiento, el
copamiento de las privatizaciones por grupos extranjeros (aliados a algunos
socios locales en su primera etapa) y la afluencia de inversiones directas
atraídas por el MERCOSUR hasta 1998. El capital extranjero tiene una
participación decisiva en la generación del PBI. Controla la mitad del
sistema bancario, la mayoría de las palancas decisivas en la producción
industrial y en los circuitos del comercio exterior; dirigió la reconversión
de la industria y la reorientación de la producción en el curso de la década.
Este proceso ha ido ligado a una mayor subordinación política al
imperialismo, a través de la supervisión directa por el FMI, la
ingerencia de las diversas agencia económicas y políticas del imperialismo, y
la presión directa de los gobiernos imperialistas a favor de sus intereses
empresariales en el país. Se someten a este control casi todas las decisiones
de la vida nacional, como es posible ver en la actual coyuntura. Una baja productividad media del trabajo, respecto a la de los
países centrales y aun a otras áreas de la periferia. Tan sólo
algunos polos de alta productividad en determinadas ramas de punta, donde se
ha hecho importantes innovaciones tecnológicas y masivas inversiones (complejo
aceitero y de la soya, ciertos rubros de la alimentación, telecomunicaciones,
aluminio), alcanzan rangos internacionales. Sin embargo, la “la reducción de la brecha de productividad
en los años noventa se debió esencialmente a reestructuraciones de empresas y
a cierres de las firmas menos competitivas y no a una tendencia generalizada
hacia nuevas inversiones industriales.”20 Además, aún así, pese a la relativa modernización tecnológica en
las ramas más dinámicas y al incremento en la explotación de la fuerza de
trabajo, a fines de los 90 no se había recuperado la posición de 1970
respecto a la productividad en EEUU (cuadro 1). A esto se agrega el hecho de la caída de la
competitividad de los productos argentinos relacionada no sólo a la
sobrevaluación del peso sino también a las privatizaciones que significaron
el copamiento de los servicios (bienes no transables) más importantes por el
capital extranjero. Los contratos de las privatizadas con el Estado en
función de su carácter monopólico, de las garantías de ganancias y de la
inflación ajustada por el incremento de precios en EEUU, determinó que “en
el caso de las privatizadas, las utilidades obtenidas en promedio entre 1995
y 1999 representan el 17,5% del valor de la producción, tasa de beneficio que
se contrae al 5,9% de las empresas de la cúpula.”22 Semejantes
ganancias extraordinarias en servicios incorporados en todos los bienes
fueron parte importante del deterioro de la competividad de los productos
nacionales. Esto señala el carácter irreconciliable de los intereses
gananciales del capital imperialista y sus socios nacionales de un lado y las
posibilidades de desarrollo de las fuerzas productivas nacionales del país
oprimido, del otro. Este incremento polarizado de la productividad mantiene a la
mayor parte de la economía nacional muy por debajo del nivel, determinando la
escasa “competitividad” de la mayor parte de la producción local frente a la
presión del mercado mundial. Argentina continuó retrocediendo en el nivel de
semiindustrialización alcanzado en el cenit del proceso de “sustitución de
importaciones”. Este es un proceso de largo plazo, característico del
patrón de acumulación inaugurado con la dictadura militar: “entre 1976 y
1983, el peso relativo de la producción manufacturera se redujo del 28 al 22%
del PBI.” 23 Se trata además de un fenómeno mundial. Pero en Argentina
muestra rasgos acusados. En los 90, la reestructuración y reconversión impuesta por el
gran capital y dirigida por los monopolios extranjeros determinó una
polarización en torno a unas pocas ramas de punta volcadas a la exportación
de materias primas y a algunos productos semielaborados, profundizando este
proceso: “el PBI a valores constantes se expandió, entre 1993 y 1998, a un
ritmo promedio anual del 4%, mientras que el valor agregado industrial se
incrementó a una tasa del 2,8% anual acumulativo. (Esto) conllevó una
nueva disminución en su peso relativo en el total del producto bruto del país
(descendió, siempre a precios constantes, del 18,2% en 1993 al 17,1% en
1998).24 Esto da cuenta de fenómenos de desarticulación productiva e
industrial muy acusados, lo que incrementa la dependencia de insumos, equipos
y tecnología importados y polariza la inversión en los rubros considerados
rentables por el gran capital, mientras que la producción local en amplios
sectores languidece o es desmantelada y el país se ha visto directamente
excluido de las ramas tecnológicamente más avanzadas, como la computación. Es en este marco que puede concluirse, como hace un reciente
trabajo de Juan Iñigo Carrera que, a pesar de la expansión de los primeros
90, “en el mejor de los casos, el valor producido anualmente por la
economía argentina ha permanecido estancado y más bien en retroceso durante
el ultimo cuarto de siglo. (...)la escala de la economía argentina
choca con una limitación estructural que no logra superar. (...) las
fases de expansión apenas constituyen un respiro cuya normalidad corresponde
al estancamiento, o mas bien el retroceso. La crisis actual no es un fenómeno
de los últimos tres años, sino la manifestación estructural de un proceso
nacional de acumulación de capital que ha agotado su potencialidad absoluta.”25 En suma, consiste en una nueva espiral de desarrollo desigual y
combinado, que preserva el atraso y la dependencia, no revierte las
tendencias al estancamiento y la decadencia, y exacerba las contradicciones y
bloqueos estructurales de la economía argentina. Concentración
capitalista y explotación en los 90 El contenido esencial del proceso es por un lado, la enorme
concentración y centralización del capital; y por otro, el aumento de la
proletarización y pauperización, ahondando la división clasista de la
sociedad. Ha avanzado una colosal concentración y
centralización del capital, lo cual halla su
mejor expresión en el peso creciente del capital internacional. Un buen indicador lo ofrece el proceso de la industria: en esta
década, “las ventas de la cúpula manufacturera local se incrementan en un
97%” (a un ritmo que duplica el promedio de crecimiento del conjunto de la
industria). Así, el ICIG (Indice de Concentración Industrial Global) se
incrementó a un promedio anual del 4% (pasando del 36,4% en 1991 al 47,1% en
1998)”.26 Al mismo tiempo, se duplicó el peso relativo de las empresas
extranjeras en el conjunto de la producción fabril, mientras que a fines de
los ‘90 pierden peso relativo los grandes grupos locales. En 1998 la
participación del conjunto de las empresas de capital extranjero había
aumentado a casi el 30% del valor bruto de la producción industrial.27 La profunda desigualdad interna, con la inversión y el
crecimiento fuertemente polarizados acentuó lo que algunos llaman
“dualización” de la economía nacional. El dinamismo se concentra en un
segmento en el que “prevalecen actividades de alta productividad y
crecimiento (...) genera alrededor de 1/3 del PBI y un 20% del empleo
total e incluye diversas áreas industriales, servicios públicos privatizados,
las grandes áreas de comercialización, la explotación de la nueva frontera de
recursos naturales, las empresas agropecuarias más eficientes y servicios en
los cuales ha penetrado la tecnología informática. Estas actividades han
incrementado la proporción de insumos importados, desorganizando
eslabonamientos previos con la producción interna de bienes y servicios y en
conjunto (excluyendo la exportación de productos primarios) registran un
fuerte déficit en su balance operacional de divisas.”28 Al mismo
tiempo, las economías regionales, la industria pequeña y mediana, la
producción volcada al mercado interno en las vastas áreas y ramas no
apetecibles para el gran capital vegetan o aun retroceden. Esto concluyó en la conformación de un poderoso stablishment,
que reúne a las fracciones del capital altamente concentrado de la banca, la
industria, la tierra, el gran comercio, nacional y extranjero. Este poder
financiero e industrial accede a rentas monopólicas extraordinarias (en
energía, comunicaciones, etc.) en desmedro del conjunto de la economía nacional. Por su parte, los
grupos locales han experimentado también fenómenos de financierización y
entrelazan intereses con el capital externo, como socio menor en el saqueo
del país y algunos han internacionalizado parte de sus operaciones y sus
activos. Entre estos úlitmos figuran las “estrellas” del capital argentino,
como Arcor, Techint, Pescarmona, Pérez Companc, etc. Explotación obrera y opresión de las capas medias Las secuelas de la hiperinflación de 1989 y de las derrotas de
principios de los 90 permitieron la imposición de un nuevo piso de
explotación sobre el proletariado, caracterizado por la extensión de la
proletarización, la constitución de un monstruoso ejército industrial de
reserva, y la remodelación de las relaciones de producción a nivel de
empresa. Todo esto ha posibilitado un gigantesco proceso de transferencia de
plusvalor del trabajo a los capitalistas, a través del incremento de la
plusvalía relativa y absoluta extraída en el proceso de producción,
imponiendo avances sucesivos en la explotación, imponiendo procesos de
dislocación de las filas obreras, para maximizar el rinde en la jornada
laboral (ritmos, producción, flexibilización, etc.), así como la
precarización, terciarización, trabajo en negro, etc. imponiendo una
reducción de los niveles históricos del salario directo y el desmantelamiento
del salario social o indirecto. De esta forma, mientras se producía un importante incremento de
la productividad, particularmente en los sectores de punta, el salario quedó
estancado o tendió a retroceder, manteniéndose desde 1997 el costo laboral
medio en los U$S 3.40 por hora.29 Se produjo al mismo tiempo una incorporación masiva al mercado
de trabajo de nuevas capas: jóvenes, mujeres, inmigrantes, sectores
arruinados de las clases medias. Así como una reconcentración del
proletariado en las ramas dinámicas de la industria, los servicios, el
transporte, la energía, siguiendo las líneas de la acumulación del capital,
que sin embargo no puede absorber a la fuerza de trabajo disponible, y más
bien tiende a expulsar mano de obra. Así, desde 1995 las tasas de desempleo abierto pasan del 12 o 13
% y llegaron en octubre del 2001 al 20%. Hoy podrían llegar hasta un 23%, en
medio de la catarata de despidos desatada durante el “verano negro” y que
afecta gravemente a las capas de trabajadores más vulnerables: los
precarizados, contratados, “en negro”, etc. Unos 400.000 despidos se habrían
producido entre diciembre y enero. Si se agrega el subempleo, un 40% o más de
los trabajadores argentinos enfrenta la desocupación abierta o parcial. Concentración del ingreso La participación de los asalariados en la renta nacional, que
había rozado el 50% en 1974, retrocedió al 25% hacia 1990, y ha descendido al
19% actualmente, al mismo tiempo que había una importante recuperación de la
productividad y un salto en la rentabilidad de las empresas. Según cálculos,
en la crisis actual y en pleno proceso devaluatorio, esta participación
descedenría aún más, al 12%. La redistribución fuertemente regresiva del ingreso, se hace en
detrimento de los asalariados y de las capas inferiores de la clase media. De esta forma: “el
estrato social más bajo resignó un tercio de los ingresos anuales que
percibía en 1974, el sector medio poco más de un quinto y el sector medio
pleno más de la décima parte. La suma de estas transferencias implica una
mejora de un quinto en los ingresos del sector alto de la sociedad”30
Debido a esta pauperización masiva: “los sectores medios retrocedieron del
65 al 45% de la población total, los pobres estructurales se redujeron del 30
al 20% y surgió el fenómeno de los nuevos pobres, que alcanza a uno de cada
tres argentinos.”31 Mientras una parte importante de las capas medias se benefició
de las migajas del “modelo”, una parte substancial de la pequeñaburguesía
tradicional de la ciudad y el campo, y de las nuevas clases medias
asalariadas y técnicas, vio deteriorarse su situación y aun pauperizarse. La
virtual confiscación de los ahorros y el actual proceso de quiebra
generalizada de pequeños productores y comerciantes expresan un nuevo salto
brutal en la concentración de la propiedad y la riqueza y en el
empobrecimiento de las capas medias y los trabajadores. Pautas de la acumulación dependiente El salto en
ambos procesos enmarca las pautas de la acumulación capitalista impuestas
durante los 9032, viabilizadoras de una altísima concentración del excedente,
una alta rentabilidad del capital más concentrado y el incremento en la
expoliación imperialista. Las mismas estuvieron caracterizadas, como hemos dicho, por la
rentabilidad diferencial favorable a la cúpula empresarial (las
transnacionales y los grandes grupos locales), promovida por una
extraordinaria concentración de la renta nacional, garantizada y reglamentada
bajo el Plan de Convertibilidad. Pero esto no conduce a un dinamismo sostenido de la acumulación,
sino a su debilitamiento. Se reproduce en un nivel superior una típica
contradicción de la acumulación dependiente argentina, entre ahorro interno relativamente
alto e inversión relativamente baja. Aunque la capacidad de ahorro interno es bastante elevada –dados
los márgenes de rentabilidad de las grandes empresas, el incremento de la
explotación obrera y ciertos rasgos de la estructura económica y social del
país (con una cuantiosa renta agraria y una extendida clase media, cuyo tramo
superior es próspero); no se traduce en una tasa de inversión de similar
nivel, que muestra una debilidad crónica en el mediano y largo plazo,
fundamentalmente en la infraestructura, la industria pesada y las inversiones
de largo aliento (anteriormente provistas en buena medida por el Estado).
Esto obedece a las características de la expoliación imperialista y al
achicamiento del conjunto de la base productiva de la economía, en el marco
de un mercado interno estrangulado por la estructura retrógrada del agro, la
desarticulación del aparato productivo
el empobrecimiento de la mayoría de la población. “Hasta la crisis de la deuda de los años ochenta, la tasa de inversión
en Argentina era del orden del 20 al 22% (...) Recién hacia finales de la
década la tasa de inversión recuperó niveles del orden del 22%, pero ahora,
el ahorro interno financia sólo el 80% de la acumulación de capital (...)
la tasa ahorro interno/PBI es 30% inferior a la que prevalecía antes de la
crisis de la deuda”33 La diferencia se cubre mediante nuevos préstamos y el ingreso de
capital extranjero, pero esto conduce finalmente a una nueva punción sobre el
fondo total disponible para la acumulación, pues la expoliación imperialista
sustrae una parte leonina a través del servicio de la deuda externa, el
intercambio desigual y las rentas de las transnacionales. Así, terminado el ciclo inicial de expansión, las jugosas
utilidades obtenidas por las filiales extranjeras no se reinvierten en el
país, sino que emigran bajo variados conceptos. Agotados los grandes nichos
atractivos, y en el marco de la prolongada recesión, la reinversión
suplementaria de beneficios no garantizaría un incremento proporcional de la
ganancia, que sí podrían obtenerse en otros mercados, o que las casas
matrices necesitan para fortalecer sus propias posiciones en el escenario de
recesión internacional y competencia intermonopólica agudizada. Según un estudio, “En Estados Unidos las ganancias globales
de las empresas es más o menos el 10% del PBI. Si consideramos que en América
Latina las ganancias son un 20% superiores, es decir, un 12% del producto,
los 80.000 millones por pagos de intereses y de utilidades representan más del
30% de las ganancias totales de las empresas de América Latina y el Caribe.
Estas ganancias pagadas al extranjero tienen un impacto muy grande en los
procesos de acumulación, ya que se resta parte importante de los excedentes
que podrían financiar nuevas inversiones.”34 El proceso argentino se
inscribe claramente en esta tendencia. De esta manera, sólo la masa de
remesas de utilidades bordeó los 2 mil millones anuales en 1999 y 2000. Al mismo tiempo, el cumplimiento de los compromisos de la deuda
externa requiere pagos del orden de los 15 mil millones de dólares anuales,
algo imposible de financiar sin contraer nueva deuda. En el largo plazo, el país, dependiente en grado sumo de la
entrada de capitales, resulta así un exportador neto de los mismos. Por ejemplo,
según una investigación sobre el endeudamiento externo, “Entre el comienzo
de la dictadura (marzo de 1976) y el año 2001, la deuda se mutiplicó casi por
20, pasando de menos de 8.000 millones a cerca de 160 mil millones. Durante
ese mismo período, la Argentina reembolsó alrededor de 200.000 millones de
dólares, o sea, cerca de 25 veces lo que debía en 1976.”35 La
afluencia neta de capitales en préstamos frescos e inversión extranjera
directa durante los 90 se traduce ahora, con la crisis, en un nuevo reflujo
masivo. La burguesía argentina exhibe una fuerte tendencia a derivar
recursos hacia el consumo improductivo, formas de atesoramiento o de
financierización del capital, y en suma, a desprenderse de su base productiva
y nacional para integrarse a los circuitos del capital financiero mundial. Esto se manifestó espectacularmente en tres fenómenos combinados
de los 90: la conversión en activos financieros (o en la compra de campos y
otras formas de atesoramiento) de la mayor parte de lo obtenido en la venta
de cientos de empresas nacionales a compradores extranjeros durante 1996-98.
Esto catapultó a cerca de 120 mil millones de dólares el monto de los
capitales “exportados” por residentes del país a lo largo de la década.36 Y
en la actual crisis bancaria y licuación de depósitos ocasionada por una
nueva fuga de capitales al exterior. Este comportamiento no obedece a una “conducta malvada” de los
burgueses nacionales, sino a las constricciones y bloqueos de la acumulación
dependiente. Crisis del patrón de acumulación En la actual
situación se expresan los elementos periódicos y no periódicos
en la curva del desarrollo capitalista (para seguir el concepto de Trotsky),
es decir, el movimiento cíclico de la economía y la línea declinante fundamental.
Más concretamente, se configura un quiebre particular en la misma: una
crisis del patrón de acumulación vigente, que está chocando contra obstáculos
estructurales muy profundos. Un reciente estudio de la CEPAL37 constata que en América latina
“el modelo de acumulación no ha logrado consolidarse y lograr su fase
expansiva”. Argentina sería el
caso extremo de este fracaso. En todo caso, tal “fase expansiva” hay
que buscarla hacia atrás, en los primeros 90, y hoy está objetivamente
cuestionada la forma de la ligazón al capital financiero mundial y de la
subordinación al imperialismo. El agotamiento de la fase expansiva condujo a
una encrucijada, a una nueva ón de bloqueo” de la acumulación dependiente. Obstáculos “endógenos” a la acumulación Los procesos que hemos analizado en el capítulo anterior
conducen al bloqueo interno de la acumulación: no es posible sostener las
ganancias al nivel suficiente para asegurar la retribución de todos los
capitales intervinientes, incluso del conjunto del más concentrado. Así, el
intento de apurar el paso a saltos bajo la presión del capital extranjero,
conduce a un nuevo estancamiento y crisis. Con el giro desfavorable de la
situación económica mundial, los mismos elementos que dinamizaron el ciclo
hace unos diez años, se vuelven violentamente contra una economía argentina
extremadamente más vulnerable y expuesta. La estructura agraria, basada en la propiedad latifundista,
impide la ampliación del mercado interno a pesar de la expansión de la
producción agrícola, y estructura un aspecto fundamental de la
ligazón al capital financiero y al imperialismo, reeditando en un nuevo
momento histórico este obstáculo tradicional al desarrollo de las fuerzas
productivas nacionales. A principios del siglo XXI es impensable reeditar una
semicolonia próspera con casi 40 millones de habitantes en base a la
exportación de cereales, soya, carnes y algunas materias primas o insumos
semielaborados. La crisis económica se combina con la intensificación de la
lucha de clases, la división de la cúpula burguesa y la crisis aguda del
poder político. La situación de “bloqueo” en la acumulación ofrece el
fundamento económico de la crisis orgánica, en el sentido que le da
Gramsci, o “crisis nacional”, como la define Lenin. En esta profunda ruptura
del equilibrio capitalista en Argentina se desarrolla la situación
revolucionaria que analizamos en otros artículos de esta revista. Esto ha impedido, por ejemplo, acelerar la deflación de los
salarios o profundizar la reforma laboral después de 1997, o acordar
correcciones al plan económico antes de que la crisis se tornara inmanejable. La paridad fija garantizada por la convertibilidad y los
mecanismos conexos (como la dolarización de las tarifas y el
movimiento financiero interno) han actuado desde 1999 como un mecanismo
recesivo de política económica, quitando toda posibilidad de maniobra
monetaria al Estado. Ahora, en plena recesión mundial, la escasa
competitividad de los productos argentinos –debido a la baja productividad
nacional y la sobrevaluación del peso, se hace sentir pesadamente. Crisis de la reinserción internacional La economía
argentina, conducía a esta encrucijada, no encuentra salida por el flanco
externo. Se hace sentir en la crisis la imposibilidad de hallar salida en las
exportaciones, debido al complejo de condiciones adversas: la recesión
mundial y la baja en los precios de los bienes exportables por Argentina; la
baja productividad de la industria local; la desarticulación productiva que
hace muy difícil comprimir las importaciones para generar superávits
comerciales, mientras que hay un constante déficit en la balanza de pagos por
el servicio de la deuda externa. Este no es un dato coyuntural: emerge así una crisis de la
reinserción en el mercado mundial. Se trata de un fracaso relativo en el
corto plazo (pues hubo una cierta recomposición en los 90) pero mucho más
gravoso estratégicamente. En la pasada década, Argentina pudo recuperar algunas
posiciones: su participación en las exportaciones mundiales pasó del 0.36% en
1990 al 0.51% en 199838. Sin embargo, a pesar del relativo dinamismo del
comercio exterior en la última década, este se basa en una reprimarización
del comercio exterior. Lo cual tiene el agravante de la no complementariedad
histórica con la economía norteamericana, principal productor agropecuario
del mundo. La reestructuración del aparato productivo reorientó la inversión
y la producción según las “ventajas comparativas” (o sea las ramas más
rentables para el capital) como en el agro, que alcanza cosechas récord de 70
millones de toneladas (año 2001) y fuertes volúmenes exportables. Logró así un posicionamiento como
importante exportador agropecuario (soya y derivados, cereales) y de ciertas
materias primas (hidrocarburos) o algunos productos especializados (tubos sin
costura, por ejemplo). El sector automotriz figura en las exportaciones sólo
por el intercambio compensado con Brasil en los marcos del MERCOSUR. Pero Argentina cae a un papel aun más subordinado en la
División Internacional del Trabajo, debido a la desarticulación del
aparato industrial, a la dependencia de la importación de bienes de equipo,
maquinaria, insumos industriales, antes fabricados nacionalmente, y a la
cesión de una parte significativa del mercado interno a las importaciones en
los más variados rubros, desde juguetes o textiles hasta electrónica. El
sector manufacturero reconvertido en los 90 es un poderoso agente de este
proceso, como muestra los datos del cuadro 1, obtenidos de un trabajo de J.
Katz y G. Stumpo. De esta forma, crece la propensión a importar, provocando
constantes déficits comerciales y excedentes exiguos, cuando los hay,
comprometidos de antemano por el déficit crónico de la balanza de pagos
debido al servicio de la deuda y las remesas al exterior de las grandes empresas. Crisis del MERCOSUR como paliativo de las constricciones de la
economía argentina Es cierto que en 1994-98 la puesta en marcha del mercado
regional dinamizó las exportaciones e inversiones, atrayendo gruesas
inversiones extranjeras. “El intercambio de Argentina con sus socios del MERCOSUR era de
apenas el 8% de sus exportaciones totales en 1986; diez años después había
saltado al 25% y el Brasil era su principal socio comercial, desplazando a un
segundo plano a sus clásicos clientes europeos (...) Para
Brasil, el mercado regional pasó de representar apenas el 5% de sus
exportaciones, al 14% en ese mismo lapso. (...) El comercio al
interior del MERCOSUR creció mucho más rápido que el intercambio con el resto
del mundo y explica una parte apreciable de dicho incremento.”40 Pero este primer ciclo expansivo se ha cerrado, sobre todo a
partir de la devaluación brasileña de 1998, y desde entonces el acuerdo
regional ha marchado de crisis en crisis. Además, dentro del acuerdo se
reproducen las debilidades del comercio exterior argentino: sólo un tercio de
las exportaciones a Brasil son industriales, mientras que dos tercios de las
importaciones son manufacturas. “La industria brasileña percibió el MERCOSUR como oportunidad para
ampliar su mercado. En 1990, 70,3% de las exportaciones brasileñas hacia
Argentina consistieron de productos industriales. Después de la adopción del
Plano Real, la exportación regional fue por lo menos un atenuante a los
efectos de la sobrevalorización del Real. En el caso de Argentina, el
MERCOSUR brindaba perspectivas a los sectores agro y agro-industriales y
algunas ramas industriales, especialmente la industria automotriz. Solamente
37,3% de las exportaciones hacia Brasil consistieron de productos industriales. Estas pautas
fundamentales en el comercio entre Argentina y Brasil han estado vigentes en
los primeros años de la integración”. La parte de las exportaciones intrarregionales en las
exportaciones de los países del MERCOSUR creció de 8,9% en 1990 a 20,3% en
1995 y a 25,1% en 1998. Este proceso fue encabezado por el capital
transnacional, especialmente en el sector industrial. Un sector clave fue la
industria automotriz en la que había ‘una cristalización de un patrón de
especialización intraindustrial con un alto componente de comercio
intrafirma’. Pero el comercio interrregional ha seguido siendo muy
dependiente del tipo de cambio. La devaluación del real y la concomitante
política recesiva en Argentina y Uruguay trajo consigo una abrupta caída
(...) Argentina sufrió una fuerte disminución de sus exportaciones hacia
Brasil (alrededor de 30%), ‘las ventas de Brasil a los países del Mercosur
cayeron 24% en 1999’ (...) La interpenetración regional del capital productivo creció
levemente, pero no superó el nivel
insignificante de 2,9% del stock de inversiones directas en los países del
MERCOSUR en 1995. La devaluación del Real influyó en las decisiones de
inversión en el MERCOSUR. En 1999, más de 30 empresas decidieron dejar su
producción en Argentina parcial o completamente a favor de la producción en
Brasil.”41 En este sentido, puede decirse que “La clase dominante
argentina (...) fracasó en la erección de un polo de negocios de
cierta autonomía en torno al MERCOSUR”42, y éste no puede ofrecer, en
todo caso, una alternativa estratégica a la crisis de inserción de la
Argentina. Un bloque comercial entre semicolonias, orientado según las
necesidades del gran capital, a pesar de las relativas “economías de escala”
y el mercado ampliado que ofrece. Choca con el límite de la subordinación al
imperialismo. Sin embargo, el realineamiento burgués con el predominio del
“polo productivo” y el proceso devaluatorio, alineando el peso y el real,
pueden reverdecer el acuerdo regional. Desde el punto de vista local, podría
equilibrar el intercambio, favoreciendo la exportación de alimentos y otros,
al mismo tiempo, permitir una mejor negociación con Estados Unidos en torno
al ALCA. Sin embargo, esta perspectiva no permitiría un nuevo desarrollo,
pues está subordinada a la lógica del capital imperialista y de los grandes
grupos locales asociados al mismo. La encrucijada burguesa y las fracturas en
la clase dominante Ante la
encrucijada, superar la crisis exige dejar actuar los mecanismos del ciclo:
una masiva depuración de capitales y depreciación de mercancías (incluyendo
la fuerza de trabajo). Esto, a la luz de la situación actual, amenaza ser
descomunal: “En los dos últimos años cerraron 3000 empresas y varias
decenas más se trasladaron al exterior.”43 La perspectiva de
reestructuración bancaria, la seguidilla de convocatorias de acreedores de
las empresas, la ruina masiva de comerciantes y PYMES, la desocupación masiva
y el avance sobre las condiciones y el salario de los trabajadores empleados,
etc. actúan en ese sentido. La alternativa estratégica es de hierro: o el capitalismo
argentino profundiza su decadencia histórica, subordinándose cada vez más al
capital financiero internacional, o el país es transformado desde los
cimientos por la revolución obrera y socialista. Por supuesto, esto no significa que compartamos las visiones
catastrofistas de una parte de la izquierda, que ve al capitalismo siempre
desintegrándose. Como ya sabían Lenin y Trotsky, no hay situación económica
absolutamente sin salida, y a menos que el proletariado la desaloje del
poder, la burguesía tarde o temprano impondrá una solución reaccionaria, al
menos temporal, a la crisis. Entre tanto, desde el punto de vista del movimiento económico,
todo muestra que la crisis del patrón o esquema de acumulación vigente
reclama una reorganización y reorientación en gran escala de la producción y
de las inversiones y una redistribución de la ganancia, una nueva pauta de
explotación de la fuerza de trabajo y de consumo obrero; corregir el rumbo de
la reinserción en la economía mundial. En otras palabras, implicaría un salto mayor en el cuadro de
explotación obrera, una nueva pauta de apropiación de la riqueza nacional en
detrimento de los asalariados y las capas medias, una nueva reconfiguración
del stablishment y una redefinición de la semicolonización. Esto pone a
la burguesía ante dilemas de vida o muerte, pues se trata de quienes quedarán
en el campo de batalla y quienes sobrevivirán. La salida de la Convertibilidad y las
divisiones en la cúpula A partir de
1997, la necesidad de buscar una salida a la crisis de la Convertibilidad
provocó una diferenciación primero y un profundo agrietamiento después, entre
dos polos de la cúpula de la clase dominante. Las diferencias se han expresado notablemente en la
discusión sobre “dolarización” o devaluación. Para el marxismo es sabido que inflación y deflación son dos
métodos de ajuste de la economía entre los cuales no hay una oposición
absoluta (se trata de las dos puntas de una misma soga, como decía León
Trotsky). A través de ambos instrumentos, se descarga la crisis sobre las
espaldas de los trabajadores y el pueblo y se permite actuar la necesaria
“depuración”, aunque entrañan distintas dificultades políticas y favorecen a
distintas alas del capital. Por eso en torno a esta discusión se expresó una fractura en la
cúpula de la clase dominante. Varios autores han llamado la atención sobre
este punto. Así, Basualdo escribe: “a lo largo de la crisis comienzan a
perfilarse dentro del stablishment dos proyectos alternativos a la
Convertibilidad, el primero de los cuales es impulsado por la fracción
dominante que está asentada en colocaciones financieras en el exterior, es
decir, los grupos económicos locales y algunos conglomerados extranjeros,
mientras que el otro surge de la fracción posicionada en activos fijos o con
obligaciones dolarizadas, el sector financiero y los diferentes inversores
extranjeros que adquirieron empresas y paquetes accionarios durante los años
previos.”44 Según Basualdo, esta fracción del gran capital ha
fugado del país unos 120 mil millones, mientras que las inversiones en el
país del núcleo animador de la dolarización alcanza también a unos 120 mil millones de dólares. Por otra parte, no se
trata de bloques homogéneos y en su interior se reproducen divisiones
tradicionales de la clase dominante argentina: la gran burguesía agraria ha
recuperado poder al calor de la expansión del campo, y choca con la burguesía
industrial en torno al viejo tema de las retenciones a las exportaciones.
Ambos polos, cuyas fronteras no siempre están claramente definidas,
dado el entrelazamiento de intereses y las colocaciones múltiples de sus
negocios, ocupan poderosísimas posiciones e incluyen sectores del capital
financiero y transnacional, desmintiendo los intentos de embellecer al polo
devaluacionista-“productivo”. No hay dos “lógicas del capital” o modelos
alternativos, sino dos alas que buscan una salida favorable a sus intereses
sectoriales, en el marco del impasse al que ha llegado la acumulación. La “patria productiva” El “polo productivo”
levantó las banderas de “devaluar y pesificar”, síntesis de un
programa que busca ampliar beneficios para los exportadores, así como la
protección del mercado interno, y una reactivación del MERCOSUR; la rebaja de
sus costos salariales, y la licuación de sus fuertes pasivos. También espera
que esto se traduzca en la rebaja de los precios relativos de los servicios,
energía y combustibles (un punto sensible para el agro). Su adalid más activo es De Mendiguren, presidente de la UIA y
hoy Ministro de la Producción en el Gobierno de Duhalde, “industrial” sin
fábrica propia, que supo aprovechar todas las oportunidades de importación
que se le brindaron. El grupo Techint, de la familia Rocca, es el paradigma del capital
productivo “argentino”. Este grupo, que se apropió a bajo costo de la
siderúrgica estatal (la ex Somisa) a principios de los 90, es un monopolio fuertemente internacionalizado y
volcado a la exportación, con el grueso de sus activos en el exterior (Venezuela,
Japón, Canadá, Italia, México). La devaluación favorece sus exportaciones de
tubos sin costura para la industria petrolera (exporta un 80% de la misma). El polo “financiero” Para este bloque, la dolarización permitiría cristalizar la posición
privilegiada que adquieren en los 90, tanto en la valorización de sus activos
como en la distribución de la renta nacional, como es el caso de las empresas
públicas privatizadas. Aun cuando no pudo imponer su programa por las condiciones
económicas y políticas adversas, no ha resignado sus posiciones y mantiene un
formidable poder, que se traduce en la tenaz lucha y presiones sobre el
gobierno de Duhalde. Dentro del mismo, la devaluación golpeó a un sector
particularmente expuesto, como son las empresas (Repsol, Telefónica) y los
bancos (Santander, dueño del Banco Río; BBV, del Banco Francés) españoles45
así como a ciertos grupos nacionales (Banco Galicia). Estos preferían el
mantenimiento de la Convertibili-dad y no así la dolarización lisa y llana,
que estratégicamente beneficiaría a los sectores más ligados a Estados Unidos
o que apuestan desde el punto de vista de la reinserción internacional, hacia
el ALCA y un alineamiento más directo con los monopolios norteamericanos. “Argentina para los (norte) americanos” Desde
Washington y el FMI se ejerce una enorme presión sobre Argentina, sintetizada
en el reclamo a Duhalde de un “plan sustentable”, basado en la flotación y en
medidas fiscales, como paso previo para acordar un eventual “salvataje”. Estas exigencias encajan con la línea tradicional del FMI para
obligar a los países endeudados a generar, mediante la devaluación, fuertes
excedentes comerciales y así reunir las divisas con que proseguir el pago de
la deuda. Esto se complementa con el rechazo parcial del FMI a la Ley de
Quiebras que se aprobó en Diputados, sobre todo al punto que eliminaría el
“Cram Down”, (la posibilidad de que el acreedor se quede con el control de la
empresa que no cumplió con sus obligaciones). Esto choca con los intereses de
la patronal argentina y de algunos grupos monopólicos europeos, fuertemente
endeudados. Todo esto es una muestra de que los acreedores, en general y, en
particular, los norteamericanos, buscan aprovechar la crisis para avanzar en
sus intereses estratégicos de dominación sobre el país y el Cono Sur . Una fuerte devaluación y desvalorización
de activos permitiría la adquisición a bajo precio de empresas y posiciones
altamente rentables por los monopolios norteamericanos, desalojando a sus
competidores españoles y europeos, beneficiarios principales de las
privatizaciones en los 90. El contenido de este programa parecen adelantarlo voceros de los
grandes bancos ingleses (HSBC) y norteamericanos (BankBoston y Citibank),
como el representante del poderoso HSBC en Argentina, Emilio Cárdenas.
Buscaría “elevar el dólar a tres pesos y después tener inflación, para
licuar salarios y pasivos. Los bancos extranjeros traerían los dólares para
devolver los depósitos y hacer quebrar a los que no puedan hacerlo. Después
se quedarían con las instituciones quebradas y forzarían a achicar la banca
pública”.46 Es un plan brutal, dirigido en primer lugar contra la nación
oprimida y los trabajadores, arrancando una cuota gravosa de sus ingresos,
pero destinado a derribar a los bancos españoles y nacionales, más débiles y
abrir las puertas a un salto en la colonización por los pulpos yanquis.
Acotamos que la dolarización no es preconizada por Washington (aunque podría
aceptarla en los marcos de un plan “devaluación + dolarización”), ya que
implica problemas grandes de asimetría y alineamiento, manejables en el caso
de países pequeños, como Ecuador47 o El Salvador, pero más complicados si se
trata de una semicolonia mediana como Argentina. No obstante la dolarización
expresa una tendencia objetiva de la realidad: el fuerte grado ya existente
de dolarización en las transacciones, depósitos y precios en Argentina y
otros países latinoamericanos, traduciendo
el predominio internacional del dólar (aunque hoy enfrente desafíos
como el del Euro). De todas maneras, el programa adelantado por Cárdenas ilustra
las líneas generales de la presión yanqui. Esto redundaría en un desplazamiento de los intereses europeos,
volcando a favor de Estados Unidos la puja interimperialista en el país, en
una mayor semicolonización por el imperialismo norteamericano, y en suma, en
una más firme inserción de Argentina en el “bloque americano” como parte del
proyecto del ALCA. Se trataría entonces
de un programa ambicioso de penetración en gran escala, de imposición
de un nuevo pacto de semicolonización, que evidentemente, dependerá del
conjunto de la situación internacional y de la lucha de clases en el país, a
lo largo de todo un período, pero muestra las tendencias a largo plazo de la
presión imperialista. ¿Quo vadis, Argentina? El intento de Duhalde - Remes Lenicov Después de un primer mes de enormes
vaivenes y presiones, donde el nuevo
gobierno fue variando de la retórica populista inicial a un mayor
alineamiento con los EE.UU. -graficado en el viaje del Canciller Ruckauf a
Washington- Duhalde y su ministro de economía, Remes Lenicov, parecen haber
llegado a un compromiso entre los requerimientos del FMI, la gran banca
extranjera y los de su base interna de sustento, el “polo productivo”. El 3 de febrero ha lanzado un nuevo plan
económico cuyas principales puntos son un fuerte ajuste fiscal; la flotación
de la cotización del peso con respecto al dólar y la “pesificación” de todas
las deudas a la paridad uno a uno y todos los depósitos en dólares a la paridad
1 a 1,4. La primera medida, implica un presupuesto menor en términos
nominales que el del año pasado. Esto no solo mantiene los ajustes del
gobierno anterior, como la rebaja salarial del 13% a los empleados públicos y
jubilados, sino que significará mayores recortes en la administración
pública. La flotación plantea una
mayor devaluación del peso beneficiando a los exportadores. A su vez
entraña una depreciación de los activos nacionales, así como un encarecimiento
del valor de los insumos importados y su casi seguro traslado a los precios
internos, lo que redundará en un profundización de la carestía de la vida. La
“pesificación” implica una licuación de los pasivos bancarios de los grandes
grupos económicos a costa de los depósitos de los pequeños ahorristas,
atrapados aún en el “corralito” bancario y del estado nacional. Este último,
se hace cargo de compensar a los bancos la diferencia entre $1 con el que
serán pagados sus préstamos y los $1,40 a los que deberán ser devueltos los
depósitos originalmente en dólares, aumentando el endeudamiento estatal. De
esta manera los grandes grupos económicos logran socializar sus pérdidas, las
que serán pagadas por las clases medias y el conjunto de los asalariados
mediante la enorme transferencia de recursos hacia esos sectores. La
“pesificación” no es más que la última medida de una licuación impresionante
de sus pasivos financieros y fiscales que se agrega a las diseñadas por
Cavallo durante el final de su gestión, como la cancelación de deudas
bancarias o fiscales o el pago de impuestos futuros con bonos de la deuda
ultradepreciados y tomados al valor nominal, entre otras. En otras palabras,
en una operación del mismo contenido a la que llevó adelante Cavallo en 1982,
los grandes grupos económicos están logrando estatizar sus deudas. Todo esto es el contenido del nuevo
plan que ha vuelto a unir a los sectores más altos del establishment
finaciero y productivo de Argentina, intentado reeditar la alianza económica
de los ’90 frente al temor de una quiebra generalizada del sistema financiero
y productivo. Sin embargo, a
diferencia de la década pasada, esta “alianza” tiene un carácter senil. La
fuerte depresión de la economía, el marco recesivo de la economía mundial y
la enorme efervescencia social tras las jornadas revolucionarias del 19 y 20
de diciembre no aseguran una fácil estabilización de esta “alianza” que puede
volar por los aires tanto frente a un salto en la crisis económica, como
sería un proceso hiperinflacionario, o frente a un salto en la lucha de las
masas obreras y populares. El proceso devaluatorio Para el conjunto del capital se trata de
acotar los costos de la depresión, transfiriéndolos sobre las espaldas de la
población, y dirimiendo de la mejor manera posible el reparto de las pérdidas,
ya que la crisis exige una “depuración” de los capitales más débiles. Más allá del acuerdo logrado alrededor de
las medidas anunciadas por Remes Lenicov el 3/2, seguirá una guerra por el
acaparamiento y redistribución de la plusvalía nacional: Una guerra contra el proletariado y el pueblo trabajador,
apropiándose de una parte del salario obrero a través de la depreciación de
los salarios y la carestía de vida, así como del ingreso de las capas medias,
cuyo primer acto ha sido la confiscación de sus ahorros mediante el
“corralito”. Actualmente 13.773.481 personas -el 40,1% de la población- está
bajo la línea de pobreza. 4.565.849, o sea el 13.3 %, bajo la línea de
indigencia. Pero además, “más de 8 millones de personas viven con ingresos
apenas superiores a la llamada línea de pobreza, valuada en 460 pesos
mensuales para el grupo familiar.” En estas condiciones, el
encarecimiento del costo de vida tiene efectos tremendos sobre la población
trabajadora: “Si la suba de precios es del 10%, habrá 1,3 millones más de
pauperizados.”. “Si la inflación en los alimentos fuera del 15%, 2 millones
de personas caerían en la pobreza y casi 1 millón en la indigencia. Con 30%
de inflación, habría casi 4 millones más de pobres.”48 Aunque las estadísticas
oficiales dicen que en enero la inflación fue de “apenas el 1,5%”, las
remarcaciones de precios de los insumos básicos de la canasta familiar no
bajan del 10 %, en un proceso que está recién en sus comienzos, ya que debe
producirse una enorme transferencia de ingresos al capital, para aminorar las
pérdidas del conjunto y salvar a los bancos y la burguesía nacional que
llevaron al país a la catástrofe. Al mismo tiempo, se entabla una “batalla campal” encarnizada
entre todas las fracciones del capital, en torno a redistribución de la masa
de ganancias y los costos de la crisis, cuyo próximo acto será la lucha en
torno a las tarifas de los servicios, y sobre el impuesto a las exportaciones
del petróleo. Las medidas tomadas por el gobierno plantean permanentemente la
posibilidad de que este proceso desemboque en en una hiperinflación. Frente a
ésta, sectores claves del establishment (banca y empresas privatizadas)
volverán a la carga con su política de dolarización o una nueva
convertibilidad “realista” en torno a la cual las fracciones del gran capital
buscarían un nuevo equilibrio profundizando la expropiación de los ingresos
de la población trabajadora. Tres escenarios después del diluvio La enorme
convulsión actual plantea tres posibles dinámicas, que presentamos
esquemáticamente: 1- Una estabilización relativa y una nueva fase expansiva,
perspectiva poco probable por la situación internacional y nacional.
Implicaría una profundización del esquema de acumulación según el
programa de un establishment reunificado, y bajo un nuevo pacto semicolonial
comparable al que inauguró los 90, bajo la égida norteamericana. Esto implica
someter al país a un nuevo estatuto o pacto de semicolonización. Esta es la
perspectiva, a mediano plazo, a la que apuesta el actual gobierno (y el viejo
régimen). Sin embargo, como demostramos en otros artículo, es altamente
improbable que los ahorristas se dejen expropiar fácilmente (como están
demostrando en los “cacerolazos” y las asambleas barriales) y que los
trabajadores no opongan una encarnizada resistencia. Además, juega en su
contra la situación recesiva de la economía internacional. 2- En el otro extremo: un estallido o crack superior al
actual, que podría provenir de nuevas convulsiones sociales, políticas y
financieras, o de la profundización de la recesión internacional. Esto
llevaría a una hiperinflación y huída de capitales, quiebras bancarias,
retiro de empresas imperialistas del país, posiblemente en medio de nuevas
conmociones revolucionarias. 3- Una variante intermedia: estabilización relativa
luego de una caída más abrupta y posteriores oscilaciones, lo cual podría ser
la base económica de una extensión en el tiempo de la actual etapa
revolucionaria. Aunque se diera la primer variante de estabilización interna,
puede ser desfavorable a la estrategia del capital imperialista (como hasta
cierto punto ocurrió a fines de los 70, donde incluso hubo un repliegue de
las transnacionales), o bien, haber disponibilidad de capital extranjero pero
darse condiciones políticas y de la lucha de clases que dificulten su ingreso
(como fue el caso de Rusia en la década pasada). Por otra parte, más allá de estas variantes, no puede excluirse
ni teórica ni políticamente que en las condiciones de la crisis
internacional, bajo la presión del imperialismo yanqui y en medio de la etapa
revolucionaria, surjan gobiernos burgueses que intenten arbitrar ante la
presión desaforada del capital extranjero y contener el desmoronamiento
económico para preservar a los capitalistas locales. Esto podría derivar en
medidas parciales “populistas” o “nacionalistas” como mayores controles de
cambio, estatización de algunos bancos, etc. Sin embargo, cualquiera sea el caso, no parece posible un
retorno a la “sustitución de importaciones”. Cierta recuperación del mercado
interno y al amparo del MERCOSUR, no pueden descartarse. Sin embargo, es más
cierto que nunca que la “sustitución de importaciones” aun a escala de las “tres
economías del Cono Sur no proveería ninguna solución para un capitalismo enfermizo,
menos aún en el contexto de crisis mundial, ya que tal vía no fue solución ni
siquiera cuando el sistema capitalista mundial estaba en plena fase
expansiva.”49 Necesidad de una salida obrera y popular Está claro
que a las distintas variantes del plan burgués en discusión no se les puede
oponer ningún programa de reforma del capitalismo (buscando uno más
“nacional”, “productivo” o equilibrado”) como pretenden las ilusiones de los
progresistas locales, o la dirigencia sindical (cuya ternura por el capital
productivo, sea nacional o imperialista, es verdaderamente notable). Sólo un
plan obrero y popular de emergencia, que incluya medidas tales como el no
pago de la deuda externa y la ruptura con el FMI; la nacionalización sin pago
de la banca y la constitución de una banca única estatal bajo control de los
trabajadores; y el monopolio estatal del comercio exterior, pueden preservar
los intereses elementales de los trabajadores y las capas medias
empobrecidas. Sólo la clase trabajadora, mediante la toma revolucionaria del
poder en sus manos, puede iniciar la reconstrucción económica, social y
política de la nación sobre nuevas bases, es decir, según los principios de
una planificación centralizada democráticamente, en base a la propiedad
social de los grandes medios de producción y en los marcos de una república
obrera. Esto, además, abriría el camino para una verdadera integración
latinoamericana, en una Federación de Repúblicas Socialistas de América
latina. Esta unificación de los recursos y la fuerza de trabajo de Brasil,
Argentina, Chile, etc., permitiría un gran salto adelante de las fuerzas
productivas y en la satisfacción de las necesidades materiales y culturales
de los pueblos latinoamericanos, además de ser un gran paso adelante hacia la
derrota del imperialismo a escala mundial.
La burguesía
“nacional”, una clase antinacional Los grandes grupos económicos, que
durante los ’90 se beneficiaron vendiendo a buen precio parte de sus activos como
parte del proceso de extranjerización de la economía, reinvirtieron una
pequeña parte en el país, depositando su mayoría en activos en el extranjero
dolarizados. Esto es lo que muestra un estudio de la CEPAL (publicado en el
Suplemento Cash del diario Página 12 de Bs.As. el domingo 3-2-02): “Entre
1992 y 1999 los once grupos más importantes del país vendieron empresas por
un valor de U$S 6750 millones y compraron otras por un monto total de U$S
1020 millones… (sus) inversiones no superan los U$S 600 millones. Los más de
5000 millones restantes no están en el corralito sino en activos en el
exterior”. Algunos ejemplos de esto son: “Perez Companc vendió empresas y
participaciones accionarias por 2411 millones de dólares y compró por 607
millones. Parte de este saldo está invertido en entidades financieras en las
Islas Caimán. También destinó fondos para comprar empresas en Brasil, Perú,
Ecuador y Bolivia. Bunge y Born vendió empresas por un monto total de 1037
millones y compró solo 63 millones. La principal operación fue la venta de
Molinos Río de la Plata a Pérez Companc. Ahora Bunge y Born concentró el
grueso de sus inversiones en Brasil. Macri vendió empresas por 550 millones y
compró solo por 10 millones. El capital restante se lo llevó a Brasil”. En síntesis, son estos algunos
ejemplos del proceso de financierización y de transnacionalización de sus
activos de los llamados grandes grupos económicos nacionales. Es a estos
grupos que ahora se benefician con la “pesificación”. Un solo ejemplo de esto
es “Pérez Companc que tiene un pasivo de 317 millones de dólares con los
bancos BBVA Francés, Nazionale Del Lavoro, Río y Sudameris. Gracias a la
decisión del gobierno, ahora, les deberá pesos. Pero, la misma Pérez Companc,
que hizo lobby para conseguir la pesificación de sus pasivos bancarios
locales, canceló el jueves pasado obligaciones negociables emitidas en el
exterior por 17,4 millones de dólares con fondos que tenía depositados en el
Bank of New York”. Esto es una
muestra más del carácter antinacional de estos grandes grupos económicos que
ahora utilizarán sus dólares depositados en el extranjero para,
desvalorización de la economía mediante, recomprar activos en el país a
precios de remate. |
1 Página 12, Buenos Aires, 27/12/01. 2 Clarín, Buenos Aires, 27/12/01. 3 Le Monde Diplomatique, enero 2002. 4 A. y E. Calcagno, “El gobierno argentino quiere pagar”, en Le
Monde Diplomatique, septiembre de 2001, Bs. As. 5 AFJP: Administradoras de fondos de Jubilación y pensiones. 6 A. Y E. Calcagno, “¿Por qué no una moratoria?” en Le Monde
Diplomatique, agosto 2001. 7 León Trotsky, Stalin, el gran organizador de derrotas, Yunque, Bs.
As., 1974 8 Subrayamos que es una combinación circunstancial y cambiante de
ritmos. Por ejemplo la recesión de 1974-75 golpeó primero y se extendió desde
el centro. 9 C. Katz, “Crisis económica, interpretaciones y propuestas”, en
VientoSur, septiembre de 2001. 10 Jorge Beinstein, “El ALCA en el nuevo contexto internacional”,
tomado de Internet. 11 CEPAL, estudio Nº 16 Proyecciones latinoamericanas 2001-2002. 12 Las políticas “recomendadas” por el FMI han agravado directamente
las manifestaciones recesivas de la crisis en la periferia, y están siendo
cuestionadas incluso en los propios medios imperialistas por su “ineficacia”. 13 Arturo Porzecanski, en “Panorama de América Latina”, Nueva
Mayoría, 14/08/01. 14 León Trotsky, Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía
de transición (Recopilación), CEIP, Bs. As. 1999, pág. 11. 15 León Trotsky, íbidem. 16 Juan Iñigo Carrera, Realidades de la economía argentina, Buenos
Aires, junio 2001. 17 Celso Furtado, La economía latinoamericana desde la conquista
ibérica hasta la revolución cubana. Siglo XXI editores, 1971. 18 En el sentido marxista del término: la fusión del capital bancario
e industrial típica de la época imperialista. 19 En Argentina se llegó al extremo de privatizar la petrolera
estatal, YPF (mientras que por ejemplo, en Chile el Estado mantuvo a través
de Codelco una participación decisiva en el cobre). 20 Jorge Katz, Giovanni Stumpo, Regímenes sectoriales, productividad
y competitividad internacional, CEPAL, N°75, 2001 21 J. Katz y G. Stumpo, Op. Cit. 22 M. Schorr, “Un análisis de las ganancias y la productividad de
las 500 empresas más grandes”, Página 12, Bs. As., 31/12/01. 23 Matías Kulfas, Martín Schorr, “Evolución de la concentración
industrial en la Argentina durante los 90”, Realidad Económica Nº 176, Bs.
As., nov-dic. 2000. 24 Ibidem. 25 I. Carrera. Op. cit. 26 Ibidem. 27 Ibidem. 28 Aldo Ferrer, Argentina y globalización, Plan Fénix, Buenos Aires
2001. 29 The Economist, EIU, mayo 2001. 30 Horacio Verbitsky, “El Plan Manolito”, según un estudio de
Artemio López, Página 12, Buenos Aires, 20/01/02. 31 Ibidem. 32 Tomando unilateralmente estos aspectos, es llamdo por algunos
“modelo de valorización financiera”. 33 Aldo Ferrer, Op. Cit. 34 Orlando Caputo, “La economía de EEUU y de América Latina en las
últimas décadas”. 35 Eric Toussaint, “Informe reservado”, cadena mundial de la deuda. 36 E. Basualdo, Sistema político y modelo de acumulación en
Argentina, UNQ-Flacso-Idep, Buenos Aires, 2001, pág. 86. 37 Carlos Salas, “El modelo de acumulación y el empleo en América
Latina”, CEPAL, 2001, pág. 192. 38 J. Katz, G. Stumpo, Op. Cit. 39 Ibidem. 40 Jorge Schwarzer, “El MERCOSUR: un bloque económico con objetivos a precisar”, CEPAL, 2.001. 41 Joachim Becker,
“Integración y regulación: la UE y el MERCOSUR comparados”. Sur sustentable,
CLAES, Montevideo, junio 2001. 42 C. Katz, “Crisis económica, interpretaciones y propuestas”, en
VientoSur, septiembre de 2001. 43 C. Katz, “Las alternativas de la crisis económica”, La insignia,
19/12/01. 44 E. Basualdo, Op. Cit., pág. 86. 45 Las empresas españolas, alrededor de 500, que, según datos,
reúnen activos por unos 40 mil millones, registran fuertes caídas en la bolsa
de Madrid. Sólo el Santander reconoce pérdidas pòr 1.300 millones de dólares.
Esto ha despertado intensas presiones del gobierno de Aznar y un “ataque de nervios” en los medios
burgueses hispanos. 46 Página 12, Buenos Aires, 20/01/02. 47 Ecuador brinda un espejo donde observar el terrible significado
de un plan así. Este país entró en default, en una quiebra bancaria
generalizada, y en una profunda depresión en el 99. Ecuador es un buen espejo
de lo que un plan “D+D” significa: La inflación y la depreciación del sucre
alcanzaron ritmos vertiginosos, mientras el stablishment discutía la
“dolarización”. Esta se efectuó finalmente, después del enero del 2000, a
niveles muy altos (un dólar muy caro) que favorecían a los exportadores,
aunque estratégicamente beneficiaba al sector financiero y a los “privatizadores” que especulaban
apoderarse de las empresas públicas en proceso de remate. “Al año 1999 se le recordará por registrar la mayor caída del PBI
real del siglo XX. Este declinó en 7,3% medido en sucres constantes y en
dólares en 30,1%, de 19.710 millones a 13.769 millones de dólares. El PBI por
habitante se redijo en casi 32%, al desplomarse de 1619 a 1109 dólares. El
país, en consecuencia, experimentó el empobrecimiento más acelerado en la
historia de América Latina: entre el año 1995 y el 2000, el número de pobres
creció de 3,9 a 9.1 millones, en términos porcentuales de 34% a 71%” (...) 48
Página 12, en Cash, suplemento económico, Buenos Aires,
13/01/02. 49 S. Kalmanowitz, El desarrollo tardío del capitalismo, Siglo XXI
editores, Colombia 1986. |