Estrategia Internacional N° 8
Mayo/Junio - 1998
POR EL MUNDO
Silvia Novak
AUSTRALIA
LOS ESTIBADORES DERROTARON LA OFENSIVA THATCHERISTA
El triunfo de la lucha de los estibadores australianos configuró un golpe al plexo del gobierno de la Coalición Conservadora encabezado por el primer ministro Howard. Más allá del hecho que las negociaciones aún continúan, y de que el gobierno, la patronal y la burocracia sindical del MUA buscan limitar por esa vía el triunfo obtenido por los estibadores, popularmente llamados "wharfies", el triunfo por ellos obtenido ha desbaratado la ofensiva conservadora de neto corte thatcherista. Los "wharfies" transformaron una huelga defensiva contra los despidos en una gran contraofensiva, y en una verdadera prueba de fuerzas de alcance nacional, y su triunfo volcó categóricamente la relación de fuerzas a favor de las masas, después de quince años de derrotas parciales y pérdida de conquistas*.
La coalición Conservadora llegó al poder en marzo de 1996, después de trece años de gobierno laborista. El Partido Laborista y la burocracia sindical habían logrado debilitar la fuerza de la clase obrera mediante la política de pacto social; habían logrado ir socavando sus conquistas, permitiendo los contratos de medio tiempo y de duración determinada, aumentando la productividad, etc. Esta política de los laboristas y la burocracia sindical provocó la desilusión de los trabajadores, y permitió la llegada al gobierno de los conservadores en marzo de 1996.
Los Conservadores lanzaron una ofensiva thatcherista, poniendo como eje de su política la reforma de las relaciones laborales. Aprobaron en el parlamento una nueva ley laboral que solamente reconoce capacidad de negociación a los sindicatos en aquellas empresas en las que más del 51% de los trabajadores estén afiliados, y que alienta la sustitución de los contratos colectivos por contratos individuales. La ley también prohibe la realización de huelgas de solidaridad, e impone fuertes multas al sindicato que las realice.
La ofensiva conservadora era claramente una declaración de guerra contra el conjunto de la clase obrera. Su objetivo era el mismo que el Margareth Thatcher en Gran Bretaña: quebrar la espina dorsal del movimiento obrero, sus sindicatos, con el objetivo de reducir los costos laborales, aumentar la productividad, y de esta forma acrecentar la competitividad de la economía australiana, frente al panorama de crisis económica mundial y, en particular, frente a las devaluaciones de los países del Sudeste Asiático.
La ACTU (Central Obrera australiana) y las burocracias de los demás sindicatos, plantearon, frente a este ataque del gobierno, una posición negociadora, incapaz de parar en lo más mínimo la ofensiva conservadora.
Para llevar adelante su contraofensiva, el gobierno eligió como blanco principal al MUA (Sindicatos de Trabajadores Marítimos de Australia). Los trabajadores portuarios venían resistiendo ferozmente todo intento de ataque a sus conquistas, de aumento de productividad y de precarización laboral, y poseen una larga tradición combativa. Sabían que si quebraban a los portuarios, la ofensiva pasaría luego fácilmente sobre el conjunto de los trabajadores australianos.
El gobierno, junto con la patronal de la Patrick, una de las principales empresas operadoras de los puertos, prepararon la guerra con anticipación, bajo la total pasividad de la burocracia del MUA y de la ACTU. Durante seis meses, la gran patronal terrateniente adiestró en el puerto de Dubai cedido por la Patrick, a cientos de carneros, y los preparó para ocupar los puertos. Mientras tanto, la Patrick, bajo cobertura del Ministro de relaciones laborales, se reestructuró a sí misma creando la pantalla de cuatro subcontratistas sin capital, a las que transfirió a sus trabajadores. Cuando tuvieron todo listo, el 7 de abril, lanzaron la guerra. Esa noche, los carneros, vestidos con uniformes paramilitares y llevando perros de presa, atacaron los puertos y los ocuparon. A la mañana siguiente, los estibadores se encontraron con las puertas cerradas, y con la noticia de que todos ellos, los 2.100 trabajadores de la Patrick, habían sido despedidos.
El gobierno y la patronal intentaron así una derrota en profundidad de la clase obrera, al estilo de la que llevó a cabo la Thatcher contra los mineros ingleses en 1984. Pero, a diferencia de aquella heroica huelga, cuya derrota permitió el triunfo de la ofensiva thatcherista, la lucha de los estibadores australianos consiguió un primer gran triunfo, quebrándole el brazo al gobierno y la patronal.
UNA RESPUESTA OBRERA A LA ALTURA DEL ATAQUE CONSERVADOR
El 8 de abril comenzaron a conformarse los piquetes de estibadores frente a las entradas de los puertos. La burocracia sindical del MUA dejó correr los piquetes, que son una tradición en la clase obrera australiana, pero en vez de organizar la lucha y apelar a la solidaridad de los demás sindicatos y de la ACTU, se jugó a la carta de la justicia, denunciando a la Patrick por conspiración ante los tribunales.
Pero la enorme repercusión que comenzaron a tener los piquetes, la solidaridad de otros trabajadores, estudiantes, amas de casa, desocupados, etc., que se acercaban a los piquetes, y contribuían a defenderlos de la represión policial, fueron transformando la lucha de los estibadores en un acontecimiento de alcance nacional. La clase trabajadora, con un sano instinto, entendió rápidamente que la derrota de los estibadores sería la derrota de todos los trabajadores: "Si no ganamos, van a atacar a todo el mundo y entonces, será realmente una sociedad con sólo dos clases. Quieren crear esclavos, con un sector super rico y el resto en la pobreza total y con total ausencia de derechos", declaraba un trabajador. Trabajadores de la construcción, empleados públicos, metalúrgicos, de la Electricidad y petroleros, participaron en los piquetes y en las manifestaciones. Incluso, a pesar de la prohibición, varios sindicatos hicieron acciones y huelgas de solidaridad. Conocidos actores, y también el antiguo capitán de la liga de Rugby, Wally Lewis, visitaron los piquetes y apoyaron públicamente la lucha de la estibadores.
La lucha de los "wharfies" se transformó en una enorme acción obrera de masas, cuya magnitud inesperada sorprendió al gobierno y a la patronal, que no esperaban semejante respuesta. Ellos habían declarado la guerra al movimiento obrero, y la clase respondió a la altura del desafío planteado, pasando a la contraofensiva y poniéndole el pie en el pecho al ataque conservador.
LA BUROCRACIA OBLIGADA A PONERSE A LA CABEZA
La burocracia sindical del MUA, encabezada por John Coombs, venía desde hace tiempo fracasando en sus intentos de convencer a los estibadores de que aceptaran aumentos en la productividad. "Hace menos de dos años, John Coombs predijo que el gobierno de Howard se lanzaría al ataque del MUA, y juzgó que el mejor camino para evitarlo era negociar acuerdos por empresa con las grandes empresas portuarias, para reducir costos laborales y aumentar la productividad" (Financial Review, 2/05/98). Pero los estibadores se resistían a esta política, y, el 16 de diciembre pasado, en una asamblea masiva, votaron en contra de las propuestas de la dirigencia sindical. La incapacidad de la burocracia del MUA para convencer a los trabajadores de aceptar voluntariamente el reviente de sus conquistas fue uno de los motivos que llevaron a la patronal y al gobierno a lanzarse al ataque directamente.
Frente a la enorme repercusión de la lucha de los "wharfies", la burocracia sindical del MUA se vio atrapada entre un gobierno y una patronal durísimos, que se jugaban no sólo a aplastar a los trabajadores sino a liquidar a la propia burocracia como mediación, y los estibadores, que, con la solidaridad de la enorme mayoría de la población, estaban transformando la resistencia en contraofensiva, y amenazaban con salirse por fuera de su control. La burocracia dio un giro y se puso inmediatamente a la cabeza de la lucha -mientras seguía apelando a la justicia- para impedir que el cuestionamiento que se había expresado en la asamblea del 16 de diciembre se transformara en abierta rebelión antiburocrática y terminara por pasarla por arriba.
La ACTU también comenzó a utilizar un lenguaje más combativo, pero se cuidó muy bien de llamar a la huelga general, cuya necesidad estaba planteada con toda urgencia, porque una acción generalizada de la clase obrera australiana podía terminar haciendo caer al gobierno.
El Partido Laborista, durante los primeros días trató de delimitarse del conflicto, y luego planteó que la reforma de los puertos era una necesidad pero que los métodos del gobierno no eran los correctos. Recién en la segunda semana, cuando se dieron cuenta del apoyo que tenía la huelga, decidieron que, lejos de hacerles perder votos, el triunfo de los estibadores era su única opción para ganar las próximas elecciones, y salieron a apoyarla de palabra. Una vez concluida la huelga, retomaron su discurso moderado de negociación y disolución de los piquetes.
LAS PERSPECTIVAS
El 23 de Abril, luego de quince días de lucha, la justicia falló en contra de la Patrick y la obligó a reincorporar a todos sus trabajadores. Los puertos y las calles de Australia se convirtieron en una masiva fiesta popular. Los estibadores habían ganado; la ofensiva thatcherista del gobierno había sido derrotada.
El triunfo de los estibadores fortaleció al conjunto de los trabajadores australianos, que se disponen a seguir luchando contra las leyes flexibilizadoras y el ataque a sus conquistas. A pocos días de terminada la huelga de los "wharfies", el 6 de mayo, 100.000 trabajadores de distintas organizaciones sindicales se movilizaron en Melbourne contra la ley de relaciones laborales del gobierno conservador. Los manifestantes cruzaron la ciudad al grito de "¡El MUA está aquí para quedarse, fuera Howard y (el ministro de trabajo) Reith!". La gran cantidad y variedad de oradores, que representaban no sólo a los sindicatos, sino a todo tipo de asociaciones populares, y personalidades de la cultura, fue una muestra de la amplitud que ha tomado la oposición obrera y popular al gobierno conservador.
Mientras miles se movilizaban en Melbourne, el CFMEU (Sindicato de la Construcción, de las Minas, Energía y Forestal) convocó a un paro general de estos sectores para el 27 de mayo próximo, contra las leyes del gobierno y contra los patrones de la construcción. A esta huelga tambié se sumarán los trabajadores del sindicato de la electricidad, los metalúrgicos y la AWU (Sindicato de trabajadores australianos).
La lucha de los "wharfies" logró triunfar, no por acción de la burocracia sindical del MUA y la ACTU, ni por la "benevolencia" de la justicia patronal, sino por la magnífica lucha de los estibadores, que con los métodos de la clase obrera, y apoyados en la solidaridad combativa del resto de los trabajadores y el pueblo, dieron un gran paso en cambiar el destino de la lucha de clases en Australia en lo que resta del siglo. Para poder derrotar definitivamente los intentos thatcheristas de los conservadores, y para sortear las trampas conciliadoras de las burocracias sindicales y el Partido Laborista, la clase obrera australiana deberá avanzar y profundizar el camino abierto por los "wharfies".
* Durante los 13 años de gobierno laborista, entre otras traiciones, la ACTU entregó la lucha de los trabajadores de la empresa eléctrica SEQEB en 1985, la de los trabajadores de Robe River en 1987, permitió el aplastamiento del sindicato de pilotos en 1989, y taicionó la lucha de los obreros papeleros de la APPM en 1992.
DINAMARCA
13 DÍAS DE HUELGA GENERAL DEL SECTOR PRIVADO
El 27 de abril, medio millón de trabajadores del sector privado entraron en huelga general indefinida en Dinamarca, en lo que configura el conflicto laboral más importante desde 1985. "Numerosas empresas están cerradas, casi todos los vuelos fueron anulados, los ferrys sólo funcionan parcialmente, las compañías privadas de transporte están inactivas, los diarios no se publican y la basura no es recolectada". (Le Monde Hebdomadaire, 2/5/98). Metalúrgicos, obreros de la construcción, del transporte, recolectores de basura, paralizaron prácticamente el país durante 13 días, salieron a manifestar a las calles, y organizaron reuniones nacionales de delegados.
Esta gran huelga ofensiva, que exigía, entre otros reclamos, una semana más de vacaciones para los trabajadores (que cuentan ya con cinco semanas pagas de vacaciones por año), estalló cuando los trabajadores del sector privado rechazaron el acuerdo sobre los convenios colectivos al que habían arribado sus representantes sindicales junto con las patronales. "Hay que remontarse a cuarenta años atrás para encontrar un caso como el actual: el desencadenamiento de un huelga a causa del rechazo de las bases a un acuerdo sobre convenios colectivos firmado previamente por sus representantes sindicales y los empleadores" (Le Monde Hebdomadaire, 2/5).
Los trabajadores metalúrgicos, de la construcción y los transportes habían realizado una campaña para rechazar los acuerdos, lo que permitió alcanzar los requisitos legales de representatividad, que exigen que al menos el 40% de los trabajadores sindicalizados participen en la votación para que un acuerdo pueda rechazarse por mayoría simple. El acuerdo fue derrotado, y los trabajadores salieron a la huelga. A la semana, ya casi era imposible encontrar combustible, el turismo (una gran fuente de ingresos del país) comenzó a declinar rápidamente, en los comercios comenzaba a faltar mercaderías, mientras las pérdidas de la huelga se calculaban en 150 millones de dólares por día.
La acción de los trabajadores tomó por sorpresa al gobierno, a la patronal y a las direcciones sindicales, que estaban conformes con el acuerdo y que no esperaban semejante reacción. La situación del gobierno del primer ministro socialdemócrata Poul Nyrup se volvió bastante difícil, más aún teniendo en cuenta que el 28 de mayo se realizará el referendum para aprobar el tratado de Amsterdam, que permitiría el ingreso de Dinamarca a la unión monetaria europea, en un país que existe el antecedente del triunfo del "No" en el plebiscito de 1992 sobre el tratado de Maastricht.
Durante más de una semana, el gobierno intentó que la patronal y los sindicatos llegaran a un nuevo acuerdo. Pero la patronal se negaba a renegociar, diciendo "Nos atenemos al acuerdo ya alcanzado, no es nuestro problema si los sindicalistas no han sabido convencer a sus miembros", (Le Monde Hebdomadaire, 9/5). Frente a esta situación, el gobierno decidió intervenir, aplicando la ley que limita la duración de las huelgas, según la cual ese plazo vencía el 9 de mayo, y resolviendo otorgar a los trabajadores dos días más de vacaciones, y cuatro para aquellos que tengan hijos.
El 10 de mayo, la huelga comenzó a levantarse, mientras las encuestas mostraban que un 74% de los trabajadores apoyaban el acuerdo, y un 22% lo rechazaba.
Si bien no lograron que su reivindicación inicial fuera cumplida, los trabajadores daneses del sector privado le arrancaron una pequeña conquista al gobierno y a la patronal, pasando por encima de sus direcciones sindicales, y mostrando que son capaces de paralizar el país.
SURCOREA
LA CLASE OBRERA COMIENZA A ROMPER LA "UNIDAD NACIONAL" CON LOS PATRONES
Corea del Sur, onceava potencia mundial, miembro de la OCDE, y hasta hace pocos meses, modelo de capitalismo triunfante, entró de lleno, en diciembre de 1997, en el huracán de la crisis asiática. El FMI intervino con un préstamo de 67.000 millones de dólares, pero exige a cambio reformas estructurales, que incluyan la flexibilización de las condiciones de trabajo, el despido de la mano de obra sobrante en las empresas no redituables, el desmantelamiento y privatización de los chaebols (grandes conglomerados industriales de propiedad estatal o mixta), y la apertura de la economía a inversores extranjeros. En Estrategia Internacional Nº 7, afirmábamos que nada asegura que el poderoso proletariado surcoreano no responda a esta ofensiva patronal imperialista. Hoy, luego de algunos meses de unidad nacional, la clase obrera coreana ha incrementado su resistencia, resquebrajando el pacto social, y amenaza con entrar de lleno a la escena nacional, contra el intento de hacerle pagar los costos de la crisis.
En medio del desarrollo de la crisis y de las negociaciones con el FMI, el 18 de diciembre, se realizaron elecciones presidenciales. En ellas triunfó, con el 40,3% de los votos, Kim Dae Jung del NCNP (Congreso Nacional para una nueva política), un antiguo prisionero político, durante décadas perseguido por los regímenes dictatoriales. Durante la campaña electoral, había prometido impedir la humillación nacional de Corea, y negarse a aceptar las condiciones impuestas por el FMI. Sin embargo, apenas triunfó en las elecciones, aceptó y respetó las indicaciones del FMI, e intentó pasar al ataque de las conquistas tan duramente logradas por los trabajadores. Kim Dae Jung intentaba aprovechar su prestigio y popularidad, y la alta votación en su favor, para avanzar, por vía del pacto social y del llamado a la unidad nacional, en las reformas exigidas por el FMI.
Durante los primeros meses de la crisis, esta política de unidad nacional indudablemente dio sus frutos. No solamente decenas de miles de coreanos hicieron boicot de consumo de productos extranjeros para alentar la industria nacional, o entregaron sus joyas de oro para paliar la escasez de divisas (para febrero ya se habían donado 50 toneladas), sino que Kim Dae Jung había logrado conformar un comité tripartito junto con las confederaciones patronales, la central obrera oficialista KFTU y la opositora KCTU. Este comité había acordado la firma de un pacto social aceptando la misma ley de despidos que los trabajadores habían enfrentado con su guerra obrera del año pasado.
Pero el 11 de febrero, una vanguardia de trabajadores metalúrgicos, encabezados por el presidente de su federación, volteó a la dirección de la KCTU que había firmado el pacto social. La nueva dirección de remplazo, con el dirigente metalúrgico a la cabeza, convocó a una huelga general para el día 11 de febrero. El paro finalmente fue levantado, por la presión que ejercía el reinante clima de unidad nacional.
SE RESQUEBRAJA LA POLITICA DE UNIDAD NACIONAL
Pero este clima de unidad nacional comenzó a resquebrajarse en abril, cuando estalló la huelga de los 13.000 obreros de la automotriz KIA, que lograron impedir los despidos masivos que se habían anunciado. El 1º de mayo, recorrieron el mundo las imágenes de los violentos enfrentamientos callejeros en Seúl entre 30.000 trabajadores y estudiantes, encabezados por una vanguardia de 3.000 metalúrgicos, y la policía antimotines.
Para el 16 y 17 de mayo, tanto la KCTU como la KFTU han convocado dos días de jornada nacional de protestas, a la que se sumarán los estudiantes universitarios y secundarios, a realizarse en Seúl y otras cinco importantes ciudades del país. Kim Dae Jung salió a enfrentar estas acciones con un duro discurso, diciendo que no toleraría ninguna protesta ilegal y urgió a los trabajadores a aceptar los despidos y a ayudar a flexibilizar el mercado de trabajo para atraer al capital extranjero, agregando que nadie querrá invertir en el país cuando ve a los trabajadores tirando piedras y portando caños de acero en las calles (Korea Herald, 16/05/98).
Por su parte, la gran patronal del sector privado, nucleada en la KEF (Federación de Empleadores de Korea), que agrupa a los 14 principales conglomerados, como la Hyundai, presiona al gobierno para que obligue a las centrales sindicales a participar de la segunda reunión del comité, que se viene postergando indefinidamente. A la vez, exige mayor dureza contra los sindicatos, y la inmediata aplicación de la ley de despidos, condiciones necesarias para atraer el capital extranjero indispensable para reestructurar las corporaciones.
De esta manera, el gobierno de Kim Dae Jung se encuentra atrapado entre dos grandes fuerzas, y semiparalizado en la aplicación de las reformas que le exige el FMI, sobre todo la restructuración de los chaebols. Si bien el desempleo continúa aumentando, a causa de la quiebra de unas 3.000 pequeñas y medianas empresas por día, Kim Dae Jung no ha avanzado aún en realizar los despidos masivos necesarios para reestructurar las chaebols. El gobierno se enfrenta entonces, por un lado, a la presión de la gran patronal privada, que lo acusa, no sólo de indecisión para atacar las conquistas obreras, sino también de privilegiar el salvataje de las chaebols estatales (más atractivas para los inversionistas extranjeros) y no el de los grandes conglomerados privados. Y por el otro, se enfrenta a la creciente resistencia de la poderosa clase obrera coreana, que ha quebrado el pacto social y que amenaza con acrecentarse y llevar a la huelga general.
Para el 27 de mayo, está convocada una huelga metalúrgica, mientras que la KCTU anunció la realización de una huelga general para fines de mayo o principios de junio. La KCTU está haciendo votar la realización o no de la huelga en las distintas regionales, aunque los trabajadores de las empresas del estado afiliados a esa central ya han confirmado la realización de un paro de 48 horas entre el 2 y 4 de junio. La gran patronal de la KEF ha salido a la ofensiva, reclamando al gobierno que tome medidas para evitar el paro general, y acusando a la KCTU de acciones contra el estado, ya que el paro entre el 2 y el 4 de junio atentaría contra la realización de los comicios locales que se realizan en esa fecha.
Hoy, después de algunos meses de desconcierto, dispersión y unidad nacional, los trabajadores coreanos parecen estar encaminándose a dar una respuesta de conjunto frente a las consecuencias de la crisis y frente al ataque que intentan el FMI y Kim Dae Jung. La ruptura del pacto social hace prever tiempos de guerra en Corea del Sur. Si a la revolución hoy en curso en Indonesia se le sumara en el futuro, una irrupción masiva del proletariado coreano al centro de la escena nacional, se abriría la posibilidad, para las masas coreanas y de todo el sudeste asiático, de enfrentar y derrotar, con una poderosa contraofensiva obrera y popular, los intentos del FMI y de las burguesías regionales de hacerles pagar los costos de la crisis que ellos provocaron.