Teoría, Cultura y Género

El Tiempo Dual: Reflexiones sobre T.W. Adorno

 

Autor: Juergen Habermas *

Fecha: 2/2/2004


LOGOS un diario de la sociedad y la cultura modernas

otoño [boreal] 2003

volumen dos - fascículo cuatro

El Tiempo Dual: Reflexiones sobre T.W. Adorno
En los '50


Lo que parece trivial en retrospectiva no podía darse por sentado en el momento en el que me incorporé al Institut für Sozialforschung (Instituto para la Investigación Social); que su reputación dependería más de la incesante productividad de Adorno, que estaba llegando a su clímax, más que del éxito de la investigación empírica con la cual el instituto se suponía que se legitimada en primer lugar. A pesar de que era la central nerviosa del instituto, Adorno no podía manejar el poder administrativo. Más bien, constituía el centro pasivo de una compleja área de tensión. Cuando yo llegué en 1956 había diferencias simétricas entre Max Horkheimer, Gretel Adorno y Ludwig von Friedburg que estaban definidas por el hecho de que sus respectivas expectativas hacia Adorno se frustraron.
Friedeburg tenía un legítimo interés en una cooperación con Adorno basada en el contenido, que llevaría a una orientación más teórica de la investigación empírica. Por otro lado, Gretel quería el éxito personal del filósofo tanto como científico como como escritor, el que Adorno sólo obtuvo póstumamente. Y para Horkheimer era tarea de Adorno establecer un prestigio público para el instituto a través de estudios políticamente correctos y académicamente impresionantes pero sin negar sus intenciones filosóficas comunes y sin dañar el carácter no-conformista, la importante imagen en términos de atraer estudiantes.
Para mi Adorno tenía una significación diferente: el tiempo tenía una calidad dual en el instituto. Durante los cincuenta probablemente no había otro lugar dentro de la República Federal, en el cual estuvieran tan explícitamente presentes los intelectuales años veinte. Ciertamente, los miembros del viejo staff del instituto como Herbert Marcuse, Leo Löwenthal y Erich Fromm, también Franz Neumann y Otto Kirchheimer se habían quedado en América. Sin embargo, también nombres como Benjamin y Scholem, Kracauer y Bloch, Brecht y Lukács, Alfred Sohn-Rethel y Norbert Elias, por supuesto los nombres de Thomas y Erika Mann, Alban Berg y Arnold Schönberg o los de Kurt Eisler, Lotte Lenya y Fritz Lang circulaban de manera completamente natural entre Adorno, Gretel y Horkheimer.
Esto no era sólo una enumeración de nombres célebres. De una manera sorprendentemente natural estos nombres eran utilizados para referirse a gente que habían conocido por décadas. Estos nombres pertenecían a gente de la que eran o bien amigos o, más importante, contra los cuales luchaban. Bloch, por ejemplo, aún era persona non grata en el momento en el que Adorno escribió Die große Blochmusik. La irritantemente casual presencia de estas mentes produjo en mi una discrepancia en mi sentido del tiempo. "Para nosotros" la República de Weimar yacía tras una cesura abismal, mientras que "para ellos" la continuación de los veinte que sólo terminó recientemente en la emigración. Pasaron casi tres décadas desde el tiempo en el que Adorno solía visitar a su futura esposa en Berlín donde ella como química probada manejaba la fábrica de productos de cuero de su padre, y en una de estas ocasiones también había conocido a Benjamin. El Angelus Novus de Benjamin que George Batailles, que en ese entonces era bibliotecario de la Bibliothèque Nationale, había guardado bien estaba colgado de la pared justo al lado de la entrada del cuarto de Gretel. Luego el cuadro se convirtió en propiedad de Scholem y está ahora colgado exactamente en ese cuarto de la Universidad Hebrea [Hebrew University] en la que se encuentra la biblioteca única de este coleccionista obsesivo. Cuando vine a Frankfurt, Benjamin era para mi lo que era para la mayoría de los más jóvenes, un extraño. Pero pronto aprendería el significado de este cuadro.
Gretel y Teddy Adorno acababan de publicar el primer ensayo de Benjamin con Suhrkamp Publishers. Como la respuesta pública fue débil, Gretel me pidió que escribiera una crítica. Por lo tanto, me hice de esos volúmenes marrón claro encuadernados en cuero que recuperaban a Benjamin del olvido. Ute y yo nos sumergimos en el resplandor oscuro de los ensayos y fuimos movidos de una manera peculiar por las opacas conexiones de lúcidas oraciones y las alusiones apocalípticas, que no parecían encajar en ningún género.
No estaba del todo mal dispuesto para los aspectos de la temporalidad dual de la vida cotidiana en el instituto. Sin embargo, sólo me advirtieron del medio académico de la tradición germano-judía y de la gran, notoria extensión de la corrupción moral de la universidad alemana que no se involucró con, pero al menos aceptó, la expulsión y el aniquilamiento de este espíritu. En esos días comencé a imaginar el estado mental de los colegas que deben haber estado comenzando en sillas vacías en el primer encuentro del verano, en 1933. En Frankfurt, la joven universidad debía la fama adquirida durante la República de Weimar por su regla de no discriminación en su política y por adoptar procedimientos que eran imparciales con los judíos, pero en Frankfurt la facultad se redujo casi a un tercio.
Intelectualmente, entré en un nuevo universo en 1956. A pesar de las cuestiones familiares y de los cuestionarios, era diferente y fascinante al mismo tiempo. Comparado con el entorno de la Universidad de Bonn, aquí la lava del pensamiento estaba en movimiento. Nunca antes había encontrado una complejidad intelectual tan sutilmente diferenciada al embarcarse en ella, en el modo del movimiento antes de encontrar su manifestación literal. Lo que desarrolló Schelling en el período de verano, 1802, en sus cátedras de Jena, para servir como método de los estudios académicos como una idea de la universidad alemana, principalmente para “construir el todo de la ciencia propia a partir de uno mismo y presentarlo con una visualización interna y vivaz”, esto fue lo que practicó Adorno este período de verano en Frankfurt.
Aparentemente sin esfuerzo, presentó la producción dialéctica de los pensamientos especulativos sin notas pero en un estilo pulido. Gretel me había pedido que la acompañara a la clase que en esos días todavía tenía lugar en un pequeño salón de clases. Los años siguientes cuando yo ya estaba ocupado en otras cosas, noté que ella casi nunca faltaba a una de las clases de Teddy. La primera vez me esforcé para seguir la charla; encandilado por el brillo de la expresión y la forma en que la presentaba, rezagado detrás de la dicción del pensamiento. Luego noté que esta dialéctica frecuentemente se fosiliza en meros modos/afección. La impresión principal era la chispeante pretensión de iluminación que todavía se encontraba en la oscuridad de lo no comprendido, la promesa de hacer transparentes las conexiones ocultas.

Cómo se abre un mundo completamente nuevo
Sin embargo, esos autores y pensamientos desconocidos, Freud y Durkheim, psicanálisis y sociología de la religión, no entraron como externos, como una reducción al reino sagrado del idealismo alemán. Con la ayuda del superyó de Freud y de la conciencia colectiva de Durkheim, no examinó el otro lado miserable del imperativo categórico, su uso inapropiado, para denunciar el libre albedrío de Kant sino para denunciar las circunstancias represivas que hacían que este potencial se desvaneciera. Lo que Paul Riceour luego llamó la “hermenéutica de la sospecha” no era cosa de Adorno. Esto se debía al impulso protector, que era tan fuerte como el crítico que servía a cualquiera, al menos eso era lo que me parecía a mí. Estudiamos en las universidades moralmente deterioradas de la era Adenauer, marcada por la auto- condescendencia, la represión y la insensibilidad. En el ambiente superficial y sombrío fetichizante de la mente de la “pérdida del centro”, nuestra vaga necesidad de un acto de comprensión de la catarsis no podía ser satisfecha. Sólo la pasión intelectual y el intenso trabajo analítico de un Adorno solitario y desafiante preservó para nosotros la sustancia de nuestras propias grandes tradiciones en esos días. Hizo esto de la única manera posible: criticando inexorablemente sus visiones.
La conciencia imperativa de la necesidad de ser absolutamente moderno se combinaba con la mirada rememorativa de Proust del alocado aterrizaje del progreso en una modernidad desprovista de recuerdo alguno. La modernización no estaba casi en ninguna parte [o estaba casi en todas partes] tan opresora como en las correcciones ejecutadas precipitada y groseramente en las heridas calles de una ciudad tan intensa como la Frankfurt Berliner Strasse. Quienquiera que oyera a Adorno no podía dejar de distinguir el espíritu vanguardista de la modernidad del falso, estéticamente autodestructivo progreso de la “reconstrucción”. Esta prisa perdió contracto con la comprensión de esta dialéctica previsora del no conformista, que fue relegada como obsoleta. Para mí los nuevos y avasallantes argumentos estéticos, en un contexto filosófico, ganaron inmediatamente afirmación política.
Si recuerdo correctamente, la ambivalencia de mis primeras impresiones en este nuevo entorno, para mí con todo mi entusiasmo intelectual, fue una mezcla de desconcierto y admiración. Me sentía como en una novela de Balzac, el chico torpemente inculto de la provincia cuyos ojos fueron abiertos por la gran ciudad. Me volví conciente de lo convencional de mi manera de pensar y sentir. Crecí con las tradiciones dominantes, que persistieron durante la era nazi y ahora me encontraba en un medio en el que todo estaba vivo, que había sido eliminado por los nazis. Es fácil recordar esos asuntos desconocidos que debían ser aprendidos en ese tiempo. No obstante, es difícil describir cómo cambia un universo de conceptos y mentalidades abriendo un mundo completamente nuevo. Esto es lo que sucedió poco después de mi llegada, cuando asistía a esta memorable serie de cátedras dictadas por Alexander Mitscherlich y Horkheimer en la ocasión del 100º aniversario del nacimiento de Freud. Todos estos nuevos pensamientos fueron reveladores, arrolladores.
Al menos estaba preparado para Adorno y la reconciliación de la filosofía y la sociología y de Hegel y Marx, a pesar de que no estaba acostumbrado al estilo sistemático que prometía estar en conformidad con las expectativas radicales de la teoría social. Adorno le dio nueva vida a los conceptos utilizados sistemáticamente y amalgamados de Marx, Freud y Durkheim. Mediante un pensamiento sociológico contemporáneo, removió lo simplemente histórico de todo lo que yo ya conocía del discurso marxista de los ’20 y lo hizo muy presente. Fue sólo en la olla de fundición de esta cultura iluminada, informada por la crítica de la teoría social, que los vagos conceptos de los días de mi Universidad de Bonn se disolvieron.

El poder de negar el pensamiento
LAS AHORA LEGENDARIAS CÁTEDRAS SOBRE FREUD FUERON MUY ÚLTILES para esto. En ese momento en los EE.UU., en Inglaterra, Holanda y Suiza, el psicoanálisis estaba en la cúspide de su reputación. Los trabajos pioneros de Eric Erikson, René Spitz, Ludwig Binswanger, Franz Alexander, Michael Balint, Gustav Bally y muchos más (en ellos Anna Spitz, por supuesto) gozaban del respeto de todo el mundo. Un poco más de una década después del fin de la guerra este círculo de elite de científicos se dirigieron a un público alemán para informar sobre el progreso de esta disciplina que fue vergonzosamente desterrada en 1933. Ahora no sé qué fue lo que me fascinó más, luego de haber encontrado a Freud sólo en contextos derogatorios: los individuos impresionantes o las brillantes charlas. En este entorno respetable las contribuciones de Adorno y Marcuse al fesrschifts [homenaje] de Horkheimer recibieron un carácter científico notable.
En ese momento no conocía la agenda del viejo Instituto y no era consciente del hecho de que fueron estos dos autores solos los que continuaron la tradición sin siquiera considerar la discontinuidad. Los días más productivos de Leo Löwenthal habían quedado atrás; Otto Kirchheimer y Franz Neumann siempre fueron por sus propios caminos; Erich Fromm ahora era considerado como un "revisionista" desde la perspectiva del núcleo del círculo del instituto; Friedrich Pollock practicó la abstinencia teórica desde la discusión sobre el capitalismo de estado de principios de los '40.
No todo era diferente en un sentido liberador. Alguien que se había graduado de un departamento tradicional de filosofía notaba brechas irritantes en el canon de Frankfurt. A los que considero "contemporáneos" filosóficos, los grandes autores de los '20 y los '30 como Scheler, Heidegger, Jaspers, Gehlen, pero también Cassirer, incluso Plessner, ni hablar de Carnap y Reichenbach, ninguno de ellos aparecían en los seminarios o cátedras. Si eran en absoluto mencionados era sólo en un bon mot [unas breves palabras] como las de Horkheimer: "Si tiene que ser Jaspers o preferentemente Heidegger." La tradición hermenéutica desde Humboldt hasta Dilthey era etiquetada de idealista. La Escuela Fenomenológica no tenía una mejor posición: el desarrollo de Husserl parecía detenerse ante este cambio trascendental. De los neo-Kantianos, sólo Cohen y Cornelius, el maestro de Horkheimer, eran mencionados con cierto respeto.
La relevante historia de la filosofía parecía terminar con Bergson, Georg Simmel y el Göttingener Husserl, antes de la Primera Guerra Mundial. Sólo con la lectura de una póstumamente publicada cátedra inaugural sobre la "Actualidad de la Filosofía" descubrí con cierto asombro que Adorno debió haber estudiado bien Ser y Tiempo de Heidegger como un catedrático de afuera; La Jerga de la Autenticidad, que fue publicada poco después, no fue capaz de convencerme de este hecho. No obstante, debo agregar que esta primera cátedra de Adorno no sería la única que visitara en el transcurso de todo un semestre. Asistía frecuentemente a los seminarios sobre Hegel. La ausencia de la filosofía de los '20 creaba una especie de aire anticuado en el discurso de Frankfurt. Aún más fuerte era el contraste con el espíritu de estética y vanguardia freudiana que expresaba Adorno de manera radical, de pies a cabeza.
Si quisiera intentar describir el cambio en la conciencia y el impacto de la influencia mental que me produjo el contacto diario con Adorno, entonces sería mejor capturado por el distanciamiento del vocabulario familiar y la perspectiva de las mismísimas humanidades históricas alemanas que están fundadas en el romanticismo de Herder. La aguda perspectiva sociológica sobre la complejidad del todo conectado de contextos de vida mutilados que aún debían ser comprendidos estaba ligada con la confianza en el poder analítico de un pensamiento negativo que desataría el nudo.


* Jürgen Habermas era asistente de investigación en el Instituto para la Investigación Social Frankfurt/Main desde 1956 hasta 1959. En 1964 tomó un puesto en filosofía en la Universidad de Frankfurt, ganándole a Max Horkheimer. Aparecido originalmente en Die Zeit, 4 de septiembre, 2003 No. 37.


     

 

   
  La Fracción Trotskista está conformada por el PTS (Partido de Trabajadores por el Socialismo) de Argentina, la LTS (Liga de Trabajadores por el Socialismo) de México, la LOR-CI (Liga Obrera Revolucionaria por la Cuarta Internacional) de Bolivia, LER-QI (Liga Estrategia Revolucionaria) de Brasil, Clase contra Clase de Chile y FT Europa. Para contactarse con nosotros, hágalo al siguiente e-mail: ft@ft.org.ar