Teoría, Cultura y Género

Víctor Serge en la Argentina

 

Autor: Horacio Tarcus

Fecha: 8/2/2004

Fuente: Fundación Andreu Nin


Huellas de un socialista libertario en nuestra cultura

En las primeras tres década del siglo que termina, buena parte de nuestra cultura de izquierdas se nutrió de las ediciones de la izquierda española. El movimiento es claro hasta fines de la guerra civil, cuando la dirección se invierte y, durante los años del franquismo, toma el relevo América Latina (no sin el concurso de los editores españoles, muchos de los cuales continúan su labor en México, Santiago de Chile o Buenos Aires). La recepción de la obra de Víctor Serge no es la excepción: provino inicialmente de España, donde prestigiosas editoriales de pensamiento izquierdista, como Zeus, Cenit o Ulises, publicaban sus novelas y ensayos, que luego tenían amplia difusión en las librerías de Buenos Aires.

Es que Serge, además, era una figura conocida en ciertos círculos izquierdistas hispanos, pues había vivido en Barcelona en 1917 y en el periódico anarquista Tierra y Libertad había estrenado, nada menos, que su seudónimo de “Víctor Serge”. Entonces participó, junto a Salvador Seguí, en las jornadas revolucionarias de la Barcelona de julio de ese año, cuyo épica revivió en su novela El nacimiento de nuestra fuerza.

En la década del ’20 se halla difundido en lengua española el novelista y el analista de la Rusia de los Soviets, pero en 1930 España —y por su intermedio América Latina— toma conocimiento, por una vía indirecta, del Serge oposicionista. Es que en ese año Editorial Cenit publica Rusia al desnudo, del entonces celebrado escritor rumano Panait Istrati (1884-1935). Era una personalidad romántica, escritor nato, vagabundo autodidacta, que Romain Rolland había estimulado para que se lanzase como escribitor. El “Gorki balcánico”, como se lo apodó en seguida, publicó su primera novela, Kira Kyralina, en 1923, que le dio fama mundial. Istrati, el marginal, es traducido de pronto a veinte idiomas, y accede súbitamente al reconocimiento internacional.

El asunto es que Istrati, un rebelde temperamental, que podría haber sido un visitante ilustre en la URSS, llegó al país de los soviets en compañía de su amigo, el oposicionista búlgaro Christian Rakovsky. Una vez en Moscú, en 1928, traba nueva amistad con otro oposicionista, Víctor Serge, y utiliza todo su prestigio para sacarlo de prisión, donde había ido a parar entonces a raíz del “asunto Rusákov”. De regreso después de un año y medio, escribe su testimonio, nada complaciente -Vers l'autre flamme, traducido por Cenit como Rusia al desnudo-, donde no sólo relata el clima de creciente persecución contra Trotsky, Serge y los oposicionitas, sino que incluye un lúcido análisis de la realidad soviética redactado por el propio Serge. Istrati lo da a entender en la advertencia, pero no puede revelar el nombre de su amigo para no comprometerlo definitivamente: “Los tres libros que publico bajo este título... han sido escritos en colaboración... Si los publico únicamente con mi nombre es, en primer lugar, sólo temporalmente, y también porque los firmo con ambas manos, no para apropiarme de sus ideas, sino para asegurar su difusión” (p. 13). Lamentablemente, Istrati no llegó a reeditar el libro con el nombre de su amigo: éste salió en libertad de la URSS recién en 1936 e Istrati, solo, decepcionado, se había suicidado un año antes. Serge le dedicará una página emotiva en sus Memorias: “Murió pobre, abandonado y completamente desorientado en Rumania. Si sobrevivo en es parte gracias a él” (p. 318, ed. mexicana).


Mateando en Leningrado

El 13 de junio de 1931 el escritor Elías Castelnuovo zarpaba en el buque Monte Olivia rumbo a Hamburgo. En la dársena norte del puerto de Buenos Aires lo despedían la escritora anarquista Herminia Brumana, el intelectual comunista Aníbal Ponce, y su amigo, el escritor Roberto Arlt. Después de recorrer diversos países de Europa Occidental y Oriental, a fines de ese año, el mentor del grupo de Boedo llegó a Leningrado, donde entre otras figuras intelectuales le fue presentado Víctor Serge. Todo parecía indicar que las dos hombres iban a entenderse y no sólo por el castellano perfecto que hablaba Serge. Fundamentalmente, ambos pertenecían a la misma generación (Serge era de 1890, Castelnuovo de 1893), eran escritores “realistas”, tenían pasado anarquista y con la revolución rusa se habían acercado al comunismo. Sin embargo, a su regreso de la URSS, Castelnuovo publicó sus impresiones de viaje en dos volúmenes aparecidos sucesivamente -Yo ví... en Rusia, Buenos Aires, Actualidad, 1932 y Rusia Soviética (Apuntes de un viajero), Buenos Aires, Rañó, 1933-, pero en ellos no hay referencia a encuentros con Serge.

Originariamente anarquista, Castelnuovo formó parte de los escritores que se sintieron atraídos por la experiencia soviética y se había acercado por entonces al comunismo argentino. Sus libros de viaje, no carentes de interés histórico, no complacieron a los comunistas argentinos, a pesar de los esfuerzos del autor por presentar épicamente la construcción del socialismo en la URSS sin mayores conflictos internos ni costos sociales. Antiintelectualista y populista consecuente, de toda la vida, los “verdaderos enemigos” de la experiencia soviética son, para Castelnuovo, los intelectuales que quieren juzgarla según sus cánones ideales. Tal el caso de Panait Istrati, cuya obra literaria realista admira, pero cuya “crítica furibunda y despiadada al ideario bolchevique” le parece producto de un “cretinismo intelectual”. Pero, como decíamos, a lo largo de los dos volúmenes, no hay referencias al amigo de Istrati, Víctor Serge, y apenas dos o tres a Trotsky y la Oposición de Izquierdas, en general indirectas, negativas y puestas en boca de terceros.

Castelnuovo nunca se desengañó totalmente de la URSS -murió en 1982, desestimando a los críticos del régimen soviético e imputando sus problemas a los límites humanos (2)-, pero al admitir décadas después al menos “problemas” en la “construcción del socialismo”, se abría la posibilidad de rescatar del olvido sus encuentros con el disidente Víctor Serge entre fines de 1931 y principios de 1932. Así, accedió en 1954, a pedido de Jorge Eneas Spilimbergo, a redactar un testimonio de aquellos encuentros como prólogo a la edición argentina de Vida y muerte de Trotsky (Buenos Aires, Indoamérica, 1954). Escribe allí esta semblanza de Víctor Serge, un Serge que por momentos parece una proyección del propio Castelnuovo (esto es, según se veía a sí mismo el autor de Tinieblas, o cómo hubiese querido que trazaran su propio perfil):

“Lo conocí en Rusia a fines del año 1931. Residía entonces en la ciudad de Leningrado y se hallaba aún, aparentemente, en buenas relaciones con el partido (sic). Ocupaba un cargo importante en el VOKS y presidía, además, la Sociedad de Hispanistas, agrupación de intelectuales integrada por setenta rusos que hablaban todos perfectamente el castellano. Estaba casado con una francesa y durante las tertulias que tenían lugar en su domicilio, cambiaba de idioma a cada rato. Tan pronto hablaba en francés, tan pronto en ruso, tan pronto en español. Su agilidad mental, sin embargo, no se reducía al simple conjede instrumento verbal. Abarcaba toda la instrumentación de su intelecto.

“Era de estatura normal, recio, no obstante, y corpulento. A pesar de todas las calamidades y contratiempos que había pasadoa lolargo de su existencia —miseria, prisiones, destierro— conservaba una salud espléndida. Parecía un luchador romano. Se acostaba tarde y se levantaba temprano sin dar nunca señales de cansancio. A cualquier hora que se lo visitase, por tanto, se encontraba siempre despierto. Trabajaba con ahínco. Sistemáticamente. Había sido linotipista y observaba la disciplina que adquiere el obrero sujeto a la obligación sistemática del trabajo. También a cualquier hora que se lo frecuentase, se lo encontraba siempre trabajando. Pero como le interesaba más la vida que los letras, su producción literaria resultó, al cabo,un pálido reflejo de lo que fue su actividad personal.

“No pensabapara seguir pensando y hacer un oficio del pensar. Pensaba para poner en práctica su pensamiento. Como Miguel Bakunin, con quien, por su físico y porsu temporamento, guardaba una pronunciada semejanza, allí donde estallaba una revolución, tal cual ocurrió en Rusia en octubre de 1917, fusil al hombro, se hacía presente. No se perdió ningún movimiento de esa naturaleza. Con todo, no era un revolucionario profesional. Era, más bien, un revolucionario juramentado, de nacimiento, que no es lo mismo. Desde muy joven le había declarado la guerra al mundo capitalista, y en esa postura estaba de manera permanente. Se dijera que vivía para eso exclusivamente.

“Sus ideas estéticas eran la prolongación de sus ideas políticas. Más que escribir, sin embargo, le gustaba actuar. Padecía la fiebre de la militancia.Se consideraba secundariamente literato, aunque lo era primordialmente. Estaba convencido de que su fervor artístico procedía de su fervor revolucionario y no concebía que se pudiese agarrar la pluma, en los tiempos que corrían, para agradar o entretener al público, eludiendo el enfoque del problema social. Aborrecía profundamente a los escribas que tomaban posiciones abstractas o metafísicas y oficiaban concretamente de consoladores de la burguesía.

“A veces venía tomar mate conmigo a Dom Uchoney (3), en cuyo piso superior me alojaba, un edificio antiguo situado junto al Neva y frente a la Fortaleza de San Pedro y San Pablo. Yo me había llevado allí un cilindro de yerba, conocida allí por paraguaysky chay, té del Paraguay, y a cada hispanista que me visitaba lo recibía como si hubiese estado en la República Argentina. Esto es: encendía el calentador y le cebaba mate. Confieso que experimenté más de un fracaso en este sentido. A pesar de la curiosidad de que mostraban todos por conocer ‘eso’ que únicamente conocían a través de las novelas de Eduardo Gutiérrez o de Benito Lynch, algunos no bien chupaban un poco de la bombilla y le sentían instantáneamente el gusto al yuyo paraguayo, se ponían colorados de golpe y escupían violentamente el líquido contra el piso como si hubieran ingerido veneno. Otros, más precavidos, succionaban con cautela, mas en cuanto tragaban un poco, estiraban el pescuezo y se quedaban duros. Para disimular su impresión, éstos, en vez de ponerse colorados, se ponían amarillos. Víctor Serge, por el contrario, se había aficionado al mate en España y se prendía al cimarrón exactamente igual que un criollo.

“En nada, por otro lado, se diferenciaba de nosotros. Pronunciaba, incluso, la lengua de la Real Academia Española, como se pronuncia en esta república, y debido a que conocía la jerga de las cárceles, solía matizar su discurso con expresiones como ‘tirar la manga’ o ‘meter la mula’. A despecho de su origen eslavo, tenía características típicamente latinas. Era de una fogosidad tropical, por ejemplo. Se arrebataba fácilmente y transformaba cualquier conservación amable y apacible en una discusión seria y acalorada. Ni sentado sobre una silla o una butaca. Ni siquiera parado. Caminaba de aquí para allá, mientras discurría, apurando el paso a medida que se agitaba. Su vitalidad desbordante, no resistía las cuatro paredes de ninguna habitación. Al final, me desafiaba a salir a la calle para continuar allí con el intercambio. Me costaba luego seguir su tranco, porque aunque caminábamos sin ningún propósito, él lo hacía apresuradamente como si tuviésemos que llegar a un sitio preciso y a una hora establecida.

“No hablaba de un modo y escribía de otro, como es corriente en muchos escritores. Hablaba y escribía del mismo modo. Con idéntica claridad y concisión, con igual sencillez y naturalidad. No rebuscaba las palabras ni afinaba el órgano. Las dejaba salir en bruto de su conciencia. El mismo interés que suscitaba su persona, dotada de un sistema nervioso y sanguíneo excepcional, lo suscitaba después su literatura (...)

“Sin persona no hay personalidad. En vano se quiere separar el artista del hombre. Los valores artísticos son, en última instancia, valores humanos. Todas las pasiones que sacuden al arte son las mismas que sacuden a todas las criaturas. Y el mérito más grande de Víctor Serge, a mi juicio, consistía justamente en eso. Era un hombre, un hombre bien estructurado, que sufría y se apasionaba por todas las cuestiones del hombre y de la sociedad y que solamente tomaba la pluma cuando no le era dado empuñar un fusil para cumplir con el compromiso que había contraído voluntariamente desde su mocedad. Y este hombre modesto, humilde, sencillo, dueño de un cerebro bien plantado como su físico, después de brillar en diversos países de Europa, llegando a ser un escritor de fama mundial, murió pobre y olvidado, en México, pese a su fortaleza orgánica, a los 58 años de edad” (4).

En sus Memorias, publicadas en 1974, Castelnuovo repite parte del relato de los encuentros con Serge, reconociendo implícitamente que ellos, así como sus obras, le sirvieron para comprender parte de la realidad soviética. “A través de las narraciones de Víctor Serge, paulatinamente me fui imputando de todas las calamidades pasadas por el pueblo ruso, antes y después de la revolución de octubre” (Buenos Aires, ECA, 1974, pp.165-6, subrayado mío). Y en ellas nos da, finalmente, la confirmación de por qué Serge fue omitido en sus libros de viaje a la URSS: una mañana, mientras cebaba mate, lo visita uno de los comandantes del Ejército Rojo, por otra parte también hispanista. Luego de vagar por distintos temas, el funcionario va directamente al “asunto para el cual venía a verme”:

“-No se deje influenciar por Víctor Serge -me previno-. Está en la oposición. Le interesa más la interpretación teórica del comunismo que la práctica de su ejecución. Aborrece a la burocracia del partido. Todos sus integrantes son burócratas para él.
-¿Stalin, también?
-También. Un burócrata solemne.
-¿Eso es todo?
-Hay algo más. Como en su juventud fue anarquista, ahora, y quizás contra su misma voluntad, vuelta a vuelta se le sube de nuevo el anarquista a la cabeza.
Hizo una pausa y agregó:
-Le ruego que no le haga caso. Se va a desubicar.
-Pierda cuidado —le contesté—. Eso no puede suceder, porque no estoy ubicado” (pp. 171-2).


Entre la cultura anarquista y la trotskista

El vehículo natural de un marxista libertario como Serge fueron las publicaciones anarquistas y trotskistas, especialmente los de esa frágil franja que constituyen, por un lado, los anarquistas más abiertos al marxismo crítico y, por otro, los trotskistas de perfil menos leninista y más libertario. Así, la editorial anarquista Imán publica en 1938 De Lenin a Stalin. Visiones políticas y sociales, preparado por dos jóvenes intelectuales trotskistas: Juana Palma, que lo tradujo del francés, y Antonio Gallo, que escribió una nota biográfica. El editor anarquista justifica la edición en dos breves páginas que antepone al texto de Serge: “la publicación de esta obra... implica para Ediciones Imán una coincidencia con la actitud subjetiva y con la posición doctrinaria del autor. Independientemente de su actitud y de sus principios doctrinarios, revista la obra De Lenin a Stalin un valor extraordinario en cuanto crítica objetiva y documental del apasionante problema que constituye la Rusia soviética ante el mundo antual”. Es para el editor, en suma, una “contribución al restablecimiento de la verdad, desvirtuada tanto por los sustentadores del régimen cuanto por su más encarnizados y seculares enemigos” (pp. 8-9).

El epílogo de Antonio Gallo, uno de los animadores más activos del trotskismo argentino de la década del ’30 (5), lo presenta como “la vida-arquetipo de los hombres que luchan por la liberación de la humanidad. Al esbozar su figura se dibuja a sí misma la de millares de militantes que han pasado y pasan por todas las vicisitudes concebidas para mantenerse fieles a los ideales de los trabajadores, para luchar y soñar, para odiar y amar. Vida de estudio, de trabajo, de abnegación, de alegría y amargura” (p. 175). Después de trazar un esbozo biográfico, Gallo cierra su nota con este párrafo: “Desde su expulsión de Rusia, ha dedicado todos sus esfuerzos a decir al mundo la verdad sobre el Estado soviético, degenerado y traicionado por la burocracia; a gritar el dolor y el heroísmo de millares de socialistas, anarquistas y ‘trotskistas’ sometidos a una represión más sangrienta, más bárbara, más humillante que la empleada por el propio hitlerismo. A decir al mundo trabajador que no se olvide a los hombres ‘que allá abajo’ mantienen viva la llama de la libertad del pensamiento revolucionario, la dignidad del movimiento obrero y el heroísmo grandioso de no capitular a pesar de todo, que no olvide a los hombres que cuidan en Rusia no desaparezca el rescoldo de la revolución internacional. ‘Cuánto más oscura es la noche, más brillan las estrellas’. En la densa oscuridad de este tiempo de traición y de cinismo, más clara es la luminosidad de las estrellas como Víctor Serge” (pp. 177-178).

También el grupo “comunista anárquico” que lidera Horacio Badaraco (1902-1946) da cuenta de la liberación de Serge de la URSS en su periódico Spartacus (1934-1938). Reproduciendo un fragmento de Destino de una revolución, el editor de Spartacus lo presentaba como “un tenaz combatiente de la libertad, conocido internacionalmente en los medios revolucionarios, el ex - cenetista y colaborador en otrora de Tierra y Libertad; el perseguido de todos los gobiernos en Europa y guerrillero en la revolución rusa, ha regresado hace un año de los campos de concentración en la URSS. De allí tra una visión amarga del destino de una revolución. Con este es título ha dado un libro, aun inédito en español, construido con los documentos recogidos en todos los años de secuestro y con todo el coraje angustiado con que un revolucionario de verdad puede ver a un pueblo que aplastó a sus amos y que ahora es aplastado a su vez por los ‘aprovechadores de la revolución’” (6).

Y ya mencionamos antes que Indomérica —la editorial de la “izquierda nacional” vinculada a los nombres de Aurelio Narvaja, Enrique Rivera, Jorge Abelardo Ramos y Jorge Eneas Spilimbergo— había publicado en 1954 Vida y muerte de Trotsky, con traducción de éste último. Pero la irradiación de la figura y la obra de Serge trasciende los cenáculos anarquistas y trotskistas, e incluso va más allá de la izquierda. Ese mismo año la editorial socialista Bases publica 16 fusilados en Moscú, con traducción del francés de Abel M. Verdier y un documentado prólogo sin firma. También reproduce una colaboración de Serge sobre el mismo tema la revista teórica del partido radical, Hechos e Ideas (1935-1941), que dirige Enrique García, aclarando que ello no importaba “adhesión alguna o simpatía por las ideas políticas que profesa”, pero destacando el valor “del publicista belga Víctor Serge, de actuación descollante durante los primeros años de la revolución rusa...” (7).

Finalmente, el Serge poeta es incluido en Lettres françaises, la revista de cultura franco-argentina que desde su exilio en Buenos Aires dirige Roger Caillois y que patrocina Victoria Ocampo (8).


En las lenguas de Babel

Otro vehículo de la difusión de Serge, tanto en la Argentina como en Chile, fue la revista Babel, editada primero en Buenos Aires y luego en Santiago. Su director, Samuel Glusberg (1898-1987), que publicaba cuentos y ensayos desde los años ‘20 con el seudónimo de Enrique Espinoza, dio a conocer numerosos artículos y poemas de Serge en Babel y hasta mantuvieron, entre Santiago de Chile y México, un intercambio epistolar (9). Sólo se convervan dos cartas de Serge a Glusberg, escritas en francés, pero que dan idea de un intercambio más regular. La primera, fechada: “Mexico, 5 décembre 45”, está encabezada “Mon cher Enrique Espinoza” y comienza diciendo “Yo pienso, en efecto, al recibir vuestra amable carta del 23 nov., que la precedente ha debido perderse”. Además, Serge había respondido tiempo atrás a la encuesta “Sobre la cuestión judía” que había organizado Babel (su respuesta, fechada en México el 12 de octubre de 1944, se publicó en Babel n° 26, marzo-abril 1945).

La carta de diciembre del ’45 sigue con apreciaciones sobre artículos de la revista (que Serge dice recibir regularmente y leer “con interés”), respuestas a informaciones sobre escritores solicitadas por Glusberg, una excusa por no poder escribir el ensayo sobre la Comuna de Perís que le solicita su amigo desde Santiago (“trabajo en dos obras que me absorben enteramente”) y el envío, en compensación, de “tres poemas inéditos”. Glusberg publica dos de ellos: “Letanía de la mañana” (Babel n° 33, Santiago de Chile, mayo-jun. 1946) e “Idilio” (Babel n° 43, Santiago de Chile, en.-febr. 1948), que son dos fragmentos de un libro de poemas en preparación, México, que probablemente haya quedado inconcluso e inédito. La traducción del francés fue hecha por Oscar Vera para la revista de Glusberg.

Particular interés revista otro ensayo de Serge publicado en la revista argentino-chilena: “El Viejo. In memoriam L. D. Trotsky” (Babel 40, jul.-ag. 1947), donde retrata al Trotsky del exilio en México en los términos de “un drama de soledad. Se paseaba apresurado, solo, en su gabinete de Coyoacán, hablándose a sí mismo (Igual que Chernichevsky, el primer gran pensador de la inteligencia revolucionaria rusa que, trasladado del Yakout donde había pasado veinte años prisionero, ‘se hablaba a sí mismo mirando las estrellas’, según informaban sus guardianes). Un poeta peruano le llevó un poema titulado ‘Soledad de soledades’, y el Viejo se lo hizo traducir palabra por palabra; impresionado por el título, lo encontró muy hermoso...”.

Y más abajo: “Solo, así, seguía discutiendo con Kamenev fusilado: varias veces se lo oyó pronunciar ese nombre. Aunque estaba en la plenitud de su poder intelectual, sus últimos escritos no valen ni con mucho lo que sus obras de otra época. Con frecuencia se olvida que la inteligencia no es un don individual... La grandeza intelectual de Trotsky estaba en función de la de su generación. Necesitaba el contacto inmediato de hombres de su mismo temple espiritual, capaces de comprenderlo apenas enunciaba una idea, de oponerse a él en un mismo plano. Necesitaba a Bujarin, a Piatakov, a Preobrazhensky, a Racovsky, a Iván Smirnov, necesitaba a Lenin para ser plenamente el que era...”.

“Lo mataron en el momento preciso en que el mundo moderno entraba por los caminos insensatos de la guerra a una nueva fase de su revolución permanente. Lo mataron precisamente por eso, porque podía volver de nuevo a ser realmente demasiado grande si entraba en contacto con la tierra y lagente de Rusia, cuya intuición poseía en grado extraordinario. Se habían encarnizado primero en matar su leyenda, una leyenda épica fundada enteramente en la verdad.

“La lógica de su pasión y de los errores secundarios de ella derivados también contribuyó a matarlo: para conquistar y tratar de formar, una vez más, una conciencia de hombre oscuro, que no existía, que era sólo simulación y perfidia, dejó entrar a alguien en el cuarto de su soledad, y ese alguien, ejecutando una orden, lo hirió por la espalda mientras se inclinaba sobre un manuscrito insignificante. La picota hizo en su cerebro una herida de siete centímetros de profundidad” (pp. 182-185).

Cuando en Babel n° 43 (enero-febrero 1948) se publica uno de los fragmentos de su poemario “México”, es acompañado con la siguiente nota, sin dudas redactada por Glusberg: “A principios de diciembre del año pasado un escueto cable de México nos hizo saber la muerte de nuestro querido compañero Víctor Serge de un ataque al corazón, a la edad de cincuenta y seis años. Mientras preparamos al autor de Destino de una revolución el homenaje que se merece, insertamos con carácter póstumo ya, uno de los últimos poemas que nos mandara para Babel. Como a los demás compañeros que se nos fueron, difícilmente olvidaremos a Víctor Serge” (p. 27).

Es así que en el número especial dedicado a “La situación de la literatura en la URSS”, se abría con un artículo que de Serge, “La tragedia de los escritores soviéticos”, y que según nota de Glusberg, se publicaba “en el primer aniversario de su lamentada desaparición” (Babel n° 48, nov.-dic. 1948, p. 263 n.). El ensayo se lo había enviado Serge a pedido de Glusberg, acompañado por una pequeña esquela, redactada solo días antes de su muerte:

“México, 9 nov. 47.
Mi querido Enrique Espinoza
Disculpe la demora con que le hago llegar mi respuesta. Estoy frecuentemente dolido y sobrecargado de trabajo. Me parece imposible encontrar un elemento positivo en la literatura staliniana actual, en que la domesticación es espantosa. Le adjunto aquí un ensayo mío donde abordo ampliamente el problema y un extracto de mis dossiers.
Fraternalmente suyo
Victor Serge
PS. ¿Babel publicará un comentario a mi novela? Está por salir otra”.

Serge abogaba, otra vez, por una causa perdida: en uno de los momentos de mayor prestigio internacional en la historia de la Unión Soviética, tras la victoria sobre el nazismo, cuando muchos intelectuales de izquierda del mundo entero vuelven a dirigir su mirada esperanzada a Moscú y olvidan pudorosamente el carácter terrorista del régimen staliniano, Serge llama a la inteligencia internacional a ajustar cuentas con todas las opresiones, a ejercitar la crítica con todos los totalitarismos. “¿La ‘literatura comprometida’ que preconiza con razón J.P. Sartre, limita su responsabilidad a ciertos y determinados hechos históricos, renunciando a otros?, es bueno preguntarlo. La conciencia del escritor no puede eludir esta interrogante sin traicionarse. En ella reside hoy lo que se llama lisa y llanamente la conciencia, es decir la conciencia de todos los hombres para quienes la vieja magia de las palabras y de las obras vivas que crean las palbras, sigue siendo un medio de iluminar y ennoblecer la vida” (p. 271).


La desesperación y la confianza

Simultáneamente, Serge colaboraba con una publicación antifascista argentina, que dirigía un antiguo militante trotskista, Luis Koifmann (1900-1878). Koifmann, que como Serge era de origen ruso, era un periodista que publicó, a partir de 1940, el semanario Argentina Libre, el que, tras el golpe militar de junio de 1943 sufrió numerosas prohibiciones y persecuciones. El semanario reapareció en 1945 con el título ...Antinazi, lo que no impidió que su director fuese encarcelado y luego deportado a Montevideo. Serge envió su ensayo “Tiempo de destrucción” a la redacción de ...Antinazi, señalando expresamente que retomaba “contacto con los lectores de Argentina, a los cuales mi simpatía permanece fiel”. Escrito a fines de la segunda guerra mundial, Serge plantea en él una crítica de la civilización industrial de trágico aliento benjaminiano. El siglo XX, con todo su esplendor técnico, había mostrado su faz perversa y destructiva: juzgado desde la conciencia optimista del siglo anterior, aparecía como “criminalmente insensato”. Pero las grandes síntesis de ese siglo -liberalismo, socialismo-, tales como fueron heredadas por el nuevo, habían quedado superadas. La nueva racionalidad capitalista, el totalitarismo soviético, una guerra de nuevo tipo, que destruye fuerzas productivas al mismo tiempo libera otras, exigían una renovación del pensamiento. Entre tanto, apunta Serge, “mantengamos la confianza más fuerte que la desesperación” y aceptemos la “complejidad” de los problemas humanos, mucho mayor que la prevista en los albores del socialismo o que en febrero de 1917.


Notas

(1) La autoría de Serge es confirmada en una carta de Istrati a Adrien de Jong del 31 de julio de 1929, en Cahiers des amis de Panaït Istrati, n° 4, décembre 1976, p. 21.

(2) “Yo creo que los hoy critican a la Unión Soviética y a los países comunistas es porque tienen una idea utópica del socialismo, puramente doctrinaria. Creo que en la actualidad el hombre no da más que para eso. Por más que se tome el poder, no puede cambiarse al hombre”, en “Elías Castelnuovo. Un hombre llamado historia”, en Kosmos, n° 12, marzo-abril 1982.

(3) La “Casa de los Obreros de la Inteligencia”.

(4) Elías Castelnuovo, “Algo sobre Víctor Serge”, en Serge, V., Vida y muerte de Trotsky, Buenos Aires, Indoamérica, 1954, pp. 11-14.

(5) Sobre Gallo debo remitir a mi libro El marxismo olvidado en la Argentina, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1996.

(6) “El destino de una revolución”, en Spartacus. Un programa comunista-anárquico para todo el proletariado, n°10, Buenos Aires, septiembre de 1937.

(7) Serge, Víctor, “La vida de los proscriptos en Rusia”, en el dossier de Lyons, E./Serge, V./Pierre, A., “Los Procesos de Moscú”, en Hechos e Ideas. Revista radical, a. II, n° 19, marzo de 1937. El texto de Serge es un fragmento de De Lenin a Stalin. V. sobre Hechos e Ideas: Cattaruzza, Alejandro, Historia y política en los ’30: comentarios en torno al caso radical, Buenos Aires, Biblos, 1991.

(8) “Marseille”; “Les Rats fuient...” y “Mer des Caraibes”, en Lettres françaises, n° 4, Buenos Aires , avril 1940, pp. 14-20.

(9) Tarcus, Horacio, “Samuel Glusberg, entre Mariátegui y Trotsky” en El Rodaballo, n° 4 y 5, otoño/invierno 1996 y verano 1996/97.


     

 

   
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