Teoría, Cultura y Género
Dossier: 100 años del nacimiento de George Orwell
Autor:
Socialist Review
Fecha:
6/2/2004
Traductor:
Guillermo Crux, especial para PI
Fuente:
Socialist Review 276, julio 2003
A cien años del nacimiento de George Orwell (1903-1950)
Las biografías
por John Newsinger
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En 1946, George Orwell reconocería la importancia de sus experiencias españolas. España, escribió, había 'cambiado el equilibrio y de allí en más supe para qué estaba. Cada línea que escribí desde 1936 ha estado dirigida directa o indirectamente contra el totalitarismo y por el socialismo democrático.' Lo notable, por supuesto, es que un antiguo egresado de Eton*, él mismo un producto de la clase media imperial, haya terminado luchando en España con la milicia del POUM y desde entonces se haya convertido en el escritor y novelista socialista británico más importante del siglo XX . Esta paradoja lo ha transformado en el tema de numerosas biografías y estudios de distinto tipo, algunos amistosos, algunos hostiles, algunos útiles, algunos no. Inevitablemente, 2003, el centenario de su nacimiento, está dando testimonio de la publicación de una serie de nuevos libros sobre el hombre en cuestión. Christopher Hitchens llevó la delantera el año pasado con 'La victoria de Orwell' y hasta ahora, en lo que va del año han aparecido también 'Orwell: la vida' de DJ Taylor, 'Orwell' de Scott Lucas y 'George Orwell' de Gorden Bowker. ¿A qué contribuyen cada uno de ellos al ya numeroso volumen de escritos que existen?
Desarrollo
Primero, echemos un vistazo al desarrollo político de Orwell después de España. En su retorno a Gran Bretaña intentó exponer allí la traición de los comunistas y se opuso activamente a la escalada guerrerista en 1939. Incluso discutió con amigos anarquistas establecer una organización clandestina para continuar la propaganda ilegal anti-guerra una vez comenzado el conflicto. Finalmente, cuando la guerra fue declarada, Orwell revirtió abruptamente su posición, una reversión facilitada por el pacto Hitler-Stalin, y comenzó a plantear un patriotismo revolucionario. En efecto, intentó adaptar los argumentos del POUM sobre cómo ganar la guerra en España a la situación en Gran Bretaña. Por el verano de 1940 planteaba que 'sólo la revolución puede salvar a Inglaterra' y llamaba al armamento del pueblo. 'Yo me atrevo a decir', escribió, que 'por los canales de Londres tendrá que correr sangre. Bien, que corra si es necesario.' Llamó a todos los verdaderos patriotas y a todos los verdaderos socialistas a 'abrazar la consigna trotskista "la guerra y la revolución son inseparables".' Insistía con que 'o convertimos esta guerra en una guerra revolucionaria o la perderemos'. La clase dominante estaba completamente desacreditada por su aplacamiento, su derrota y sus privilegios de clase y todo lo que se necesitaba para una revolución socialista era una dirección firme. La Home Guard jugaría el papel de una milicia revolucionaria. Una vez que la revolución triunfara en Gran Bretaña, se declararía una guerra popular de liberación, llevando la revolución a toda la Europa ocupada y a la propia Alemania, donde el pueblo se alzaría, masacraría a la Gestapo y derrocaría al régimen de Hitler.
Estas esperanzas revolucionarias no se realizarían. El desafío desde la izquierda había sido derrotado en Gran Bretaña por el gobierno de coalición conservador-laborista y el involucramiento de la Unión Soviética y de EE.UU. en la guerra hizo posible que la victoria se lograra sin una revolución socialista. Orwell escribió crónicas sobre estos sucesos en una serie notable de 'Cartas desde Londres' que escribió para el periódico 'trotskista literario' norteamericano Partisan Review. Esta conexión norteamericana es vital para entender su desarrollo político como un 'trotskista literario'. Esto no significa negar el hecho de que Orwell tenía serias discordancias con el trotskismo. No obstante, estuvo sumergido en un debate incesante con las ideas trotskistas hasta el momento de su muerte.
Al reconocer a regañadientes que la revolución socialista no estaba planteada para Gran Bretaña en el futuro previsible, Orwell giró hacia el reformismo laborista como la mejor alternativa. Antes, siempre había descartado al Partido Laborista como irremediablemente comprometido, siempre listo para capitular frente a los ricos. Ahora llegaba a ser editor literario del periódico de la izquierda laborista, el Tribune. Aunque siempre criticó la moderación del gobierno laborista de 1945-51, su apoyo a él empezó a llevarlo políticamente a la derecha. Esto no lo llevó a abrazar el conservadurismo, el imperialismo o la reacción, pero sí a defender, aunque críticamente, el reformismo laborista.
Reconocimiento
La otra dimensión crucial del socialismo de Orwell fue su reconocimiento de que la Unión Soviética no era socialista. Al contrario de muchos en la izquierda, en lugar de abandonar el socialismo una vez que descubrió todo el horror de la dominación stalinista en la Unión Soviética, Orwell abandonó a la Unión Soviética y siguió siendo en cambio un socialista - de hecho se comprometió con la causa socialista más que nunca.
En 1948 el gobierno laborista estableció una organización de propaganda, el Departamento de Recabamiento de Información (IRD), supuestamente para oponerse a la propaganda comunista y defender la causa del socialismo democrático. En la práctica, se volvería una herramienta importante del imperialismo británico en la Guerra Fría y llevaría a cabo una oscura propaganda en el frente interno y externo. Poco antes de su muerte, Orwell fue uno de entre varios en la izquierda no-comunista en ser reclutados para ayudar a la organización. Le proporcionó su notoria lista de las personas que él pensaba que no eran de confianza para ayudar a combatir al comunismo. Este fue un error terrible en su parte, que se deriva en igual medida de su hostilidad al stalinismo y sus ilusiones en el gobierno laborista. Sin embargo, esto ciertamente no alcanza para adjudicarle un abandono de la causa socialista o su transformación en un soldado de la Guerra Fría. De hecho, Orwell dejó en claro en varias ocasiones su oposición a cualquier tipo de macartismo británico, a cualquier prohibición o proscripción de miembros del Partido Comunista (quienes, por cierto, no guardaron una actitud recíproca con él) y a cualquier noción de una guerra preventiva. Si hubiera vivido lo suficiente como para comprender de qué se trataba en realidad el IRD, no puede haber ninguna duda de que hubiera roto con él.
Lo cual nos devuelve a los cuatro nuevos libros que examinan a Orwell y su tiempo. En primer lugar 'Orwell: la vida', de Taylor. Esta es una biografía literaria ligera escrita por alguien a quien realmente no le interesa la política de Orwell. Sus limitaciones son muestran mejor por el hecho de que Taylor invierte más tiempo en discutir la actitud de Orwell hacia las ratas que su actitud hacia la Unión Soviética. El libro no vale la pena. Mucho más sustancial es el 'George Orwell' de Gordon Bowker. Por cierto, toma realmente en serio la política de Orwell y ha descubierto nuevo material de interés considerable. Donde Bowker tropieza, sin embargo, es en entender realmente el carácter particular del socialismo de Orwell. A pesar de esto, el libro es una valiosa contribución para el debate y la discusión sobre Orwell. La mejor biografía de nuestro hombre sigue siendo 'Orwell: una vida' de Bernard Crick, publicado en 1980.
Más polémicos son los volúmenes de Hitchens y Lucas. Es probable que 'La victoria de Orwell' de Hitchens sea su último libro decente ahora que se ha vuelto un apologista del imperialismo norteamericano. Es una defensa vigorosa de Orwell, desfigurado por una tendencia a presumir y autoproclamarse. No obstante es una introducción excelente.
Esto nos deja con el ataque algo estridente de Scott Lucas contra Orwell al considerarlo como un enemigo, de hecho como el enemigo de la izquierda en su libro 'Orwell'. Lo que es interesante es que, en muchos aspectos, por ejemplo, su antiimperialismo, Scott Lucas está mucho más cerca de esta revista (Socialist Review) que de las simpatías de Hitchens. Pero lo que tenemos aquí es el tradicional ataque stalinista contra Orwell, pero con el stalinismo omitido. Para Lucas, Orwell nunca fue mucho más que un liberal (nos brinda una discusión particularmente fatua sobre Orwell y Dickens para demostrar esto) y que con el comienzo de la Guerra Fría desplegó finalmente sus verdaderos colores.
Lucas sólo puede fundamentar este argumento negándose a enfrentarse con el problema que a Orwell sí le preocupó: cómo ser un socialista y un opositor al stalinismo. El stalinismo como un problema para la izquierda está completamente ausente en el libro de Lucas. En cambio, todos los ataques de Orwell contra el stalinismo son tratados como si fueran ataques contra el socialismo, a pesar de la repetida insistencia de Orwell en contra de esto. Esto nunca fue una manera honesta de proceder, pero mientras uno podía salirse con la suya cuando el stalinismo todavía tenía algo de credibilidad en la izquierda, no puede ocurrir lo mismo hoy. Para Lucas, Orwell está manchado y de hecho se lo hace culpable de ser el instigador de todos aquellos socialistas que se volvieron liberales en la Guerra Fría. De lo que no puede dar cuenta, es de los miles que cada año se inspiran en Orwell, a quienes él ayuda a ver por entre la basura para continuar la lucha por un mundo mejor.
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* Eton: Exclusiva escuela inglesa donde se educan los hijos de la nobleza y la burguesía.
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Cultura, Clase y Comunismo
por Gareth Jenkins
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Habitación 101, Gran Hermano, doblepensar - todos éstos términos han pasado al lenguaje para ser instáneamente reconocibles, aunque de formas que podrían haber sorprendido a Orwell. Son el testimonio del poder de su escritura, y de la manera en que se han vuelto parte de la cultura cotidiana.
Orwell tomó la cultura muy en serio y fue uno de entre un puñado de escritores del siglo XX que trazaría su influencia. Escribió sobre la perdurable popularidad del novelista británico del siglo XIX Charles Dickens y sobre Rudyard Kipling, cuyos poemas y relatos celebraban al Raj indio. Sus escritos sobre la cultura son tremendamente leíbles - periodísticos en el mejor sentido de la palabra. Orwell no podía ser tedioso - y los académicos actuales, ya sea que se interesen por la cultura alta o baja, podrían aprender una que otra cosa sobre cómo interesar al lector. Pero Orwell no es simplista en sus juicios, incluso en aquellos suyos más molestos. Ya sea que esté escribiendo sobre Dickens, o sobre el poeta irlandés W.B. Yeats, o sobre el escritor norteamericano de la baja vida Henry Miller, o sobre las tarjetas postales de Donald McGill, se compromete con el problema más abarcativo de la importancia de la cultura en los años treinta y cuarenta.
La cultura del período estaba profundamente politizada en una forma que no tenía comparación en cien años o más en Gran Bretaña, donde los escritores eran invitados a tomar partido, y donde la propia cultura se ligaba a causas de derecha e izquierda. La fuerza motriz en este sentido era el Partido Comunista y su reducción stalinista de la cultura a 'buena' o 'mala' según su perspectiva de clase. Orwell se negó a tal grosera sobresimplificación - pero no cayó en la trampa opuesta de pretender que la cultura debía existir en alguna especie de atmósfera enrarecida. Así, rechazó la idea de que Dickens era algo así como un 'escritor proletario' pero sin por ello negar la importancia de la política de Dickens.
Él explora las contradicciones en el trabajo del novelista - en la crítica moral de la sociedad de Dickens, más que social, su defensa de los oprimidos al tiempo que su miedo de la turba - así como la manera en que su estilo y su lenguaje operan sobre estas contradicciones. Concluyó su ensayo memorablemente defendiendo a Dickens como un escritor que era 'generosamente enfadado - en otras palabras, un liberal del siglo XIX, una inteligencia libre, un tipo odiado con la misma saña por todas las pequeñas malolientes ortodoxias que en este momento están tratando de ganar nuestras almas.'
Más polémicamente, en su ensayo sobre Kipling, Orwell va más allá del patrioterismo imperialista, la insensibilidad moral y aversión estética y ve un cierto realismo en el retrato de la vida anglo-india. Orwell también se fascinó por la cultura 'popular' generalmente despreciada por la cultura gentil, la cultura de las postales picantes, las revistas para jóvenes y el culto del detective - mucho antes de que tales tópicos fueran centrales en los departamentos de estudios culturales de las universidades. Él escribe sobre estas cosas no sólo para criticar sino pero ver qué puede aprender la izquierda de ellas. Él ve en la vulgaridad de las postales atrevidas una expresión de un 'ego extraoficial, la voz de la barriga protestando contra el alma', la visión del bribón contra la del elevado ego heroico. Al final de su ensayo sobre las revistas para jóvenes, especula si acaso se pueden escribir relatos de aventuras sin aparecer 'confundidos con la cursilería y el patriotismo de cloaca' - un tipo de ficción popular 'de izquierda'.
El punto de partida de 'Dentro de la ballena' son las novelas de Henry Miller sobre los vagabundos de la baja vida y los artistas fracasados. Orwell las utiliza para explorar un problema más amplio de una tendencia cultural hacia la pasividad frente al conflicto social y la guerra - una negativa a involucrarse en el tipo de opciones políticas que tantos escritores de izquierda, como el poeta W H Auden, sentían que confrontaban en la Guerra Civil española. Orwell atrapó esta idea en otra metáfora memorable. Miller y escritores como él respondieron al llamado a ser tragados por la ballena como Jonás en la historia bíblica. La panza de la ballena 'es simplemente un vientre lo suficientemente grande como para que quepa un adulto. Allí uno se encuentra en el espacio oscuro y confortable en el cual encaja perfectamente, con muchas yardas de grasa de distancia entre uno y la realidad, capaz de mantener una actitud de la más completa indiferencia, no importa qué ocurra. '
Orwell, escribiendo en 1940, con el fascismo victorioso en España y Gran Bretaña en guerra con la Alemania nazi, criticaba profundamente las limitaciones de esta aceptación: 'Decir "yo acepto" en una era como la nuestra es decir que uno acepta los campos de concentración, las porras de goma, Hitler, Stalin, las bombas, los aviones, la comida enlatada, las ametralladoras, los golpes de estado, las purgas, las consignas, los cinturones Bedaux, las máscaras de gas, los submarinos, los espías, los provocadores, la censura a la prensa, las prisiones secretas, las aspirinas, las películas de Hollywood, y los asesinatos políticos.'
Pero Orwell también criticaba profundamente la alternativa que se ofrecía - el compromiso con el comunismo. El pacto Hitler-Stalin de 1939 significaba que 'el dogma incuestionable del lunes' (el frente popular contra el fascismo) se volvía 'la herejía condenable del martes' (hacer causa común con el imperialismo). 'Por qué', se preguntaba, 'deberían ser atraídos los escritores por una forma de socialismo que imposibilita la honestidad mental? '
La respuesta, concluyó, era cultural. El desempleo de la clase media (entre los intelectuales británicos) significaba que se habían minado las viejas lealtades hacia el Rey y el Imperio. Pero todavía se necesitaba creer en algo. Los escritores jóvenes de los años treinta se habían volcado hacia el Partido Comunista - 'aquí', aseveraba, 'se encontraba una Iglesia, un ejército, una ortodoxia, una disciplina'. 'El "comunismo" del intelectual inglés es el patriotismo de los desplazados.'
Cualquiera sea la verdad limitada en esta inclusiva generalización sobre los reclutas del comunismo provenientes de las clases media y alta, apenas explica por qué miles de militantes de la clase obrera entraron al Partido Comunista y constituyeron el grueso de sus miembros. Esto es algo que Orwell nunca resuelve en sus escritos. Para él, la experiencia de la clase obrera está más cercana a la representada por Henry Miller: 'Porque el hombre común también es pasivo. Dentro de un círculo estrecho (la vida hogareña, y quizás el sindicato o la política local) se siente amo de su destino, pero contra los eventos mayores está tan desvalido como contra los elementos. '
Así y todo, sólo habían pasado cuatro años desde que Orwell había vislumbrado en Barcelona algo bastante diferente, 'la clase obrera tomando las riendas', y había notado una cultura bastante diferente entre las personas comunes, en la cual 'los mozos y los clientes lo miraban a uno a la cara y lo trataban como a un igual'. Esto realmente era lo opuesto de la pasividad que notó en el escrito anterior.
¿Por qué la diferencia? La discusión de Orwell sobre la cultura popular - particularmente en 'El león y el unicornio', el ensayo-folleto que publicó en 1941 - proporciona la pista. Su subtítulo es 'El socialismo y el genio inglés'. muestra a Orwell todavía comprometido con el socialismo, a pesar de su propia conversión repentina cuando se declaró la guerra, para apoyar a Gran Bretaña. En enero de 1939 hablaba de 'organizar actividades anti-guerra ilegales' y 'organización clandestina'. Porque, como escribió aún en julio de 1939, 'qué sentido tendría, aun cuando [el imperialismo británico] tuviese éxito, derrumbar el sistema de Hitler para estabilizar algo que es mucho más grande e igual de malo en su forma peculiar?'
Aún así era 'Mi país de derecha o de izquierda' - para usar el título de una pieza que escribió en el otoño de 1940 - una vez que comprendió que era ' patriótico de corazón'. Aunque este era una clase extraña de patriotismo. 'Sólo una revolución puede salvar a Inglaterra, ' declaró, aun cuando 'la lealtad a la Inglaterra de Chamberlain y a la Inglaterra del mañana pudiera parecer una imposibilidad.'
¿Cómo resolvió Orwell esta contradicción? Aquí es donde entra en escena el 'genio inglés', ya que gran parte de 'El león y el unicornio' está consagrado a investigar las peculiaridades culturales de lo inglés. Estas forman la base del compromiso simultáneo de Orwell con el patriotismo y la revolución. Orwell plantea que la única manera de entender el mundo moderno es reconocer la fuerza del patriotismo, en comparación con el cual 'el cristianismo y el socialismo internacional son tan frágiles como la paja'. Esto proviene de la realidad de las diferencias nacionales, que hace a la cultura inglesa tan 'individual como la de España. Se trata de algo relacionado con desayunos consistentes y domingos sombríos, pueblos humeantes y caminos tortuosos, campos verdes y buzones rojos.' Y esta cultura se extiende hacia el futuro tanto como hacia el pasado, haciéndola 'tu civilización, eres tú'.
Orwell está dando una luz positiva al cuadro del 'hombre común' pintado en 'Dentro de la ballena'. La pasividad frente a eventos mayores ahora es la celebración de 'la privacidad de la vida inglesa': Toda la cultura que es de verdad nativa se centra alrededor de cosas que incluso cuando son comunitarias no son oficiales - la taberna, el partido de fútbol, el jardín del fondo y la "buena taza de té".'
Esta privacidad explica la hipocresía hacia el imperio y el anti-intelectualismo - pero también se conecta con la indiferencia, o la hostilidad, a la regimentación. Entonces, los actos partidarios, los movimientos juveniles, las camisas coloreadas, el antisemitismo van contra la naturaleza - como también, según Orwell, el militarismo y el chovinismo al estilo imperial británico.
¿Desaparece la clase en este análisis? La visión de Orwell sobre la 'sociedad más clasista bajo el sol' no escatima a la clase dominante en su relación con la explotación imperial o su ambivalencia hacia el fascismo. Pero su conclusión - qué es coherente con poner a la nación antes que a la clase - es que la mejor manera de describir a Inglaterra es que es 'una familia controlada por los miembros equivocados'. Por consiguiente lo que Orwell espera de la guerra es que al combatir a Hitler sean los miembros adecuados de la familia los que tomen el mando: 'Sólo por medio de la revolución se liberará el genio del pueblo inglés.' Una comprensión de la cultura, en lugar del esfuerzo por imponer alguna 'doctrina intelectual de izquierda 'ajena' sobre la conciencia de clase, es el camino al cambio socialista.
Sesenta años después, el retrato de Orwell de la cultura inglesa tiene poca relación con las realidades de hoy. Pocas personas, aparte del ex-primer ministro John Major, pensarían en 'viejas solteronas yendo en bicicleta a recibir la Sagrada Comunión entre la bruma de una mañana de otoño' como un fragmento característico del paisaje inglés que ha persistido como nuestra civilización.
Pero no se trata simplemente de un malentendido. Hay un problema con su método que se remonta a la razón por la cual escribe sobre la cultura. En últimas su interés por la vida 'común' acompaña a una desesperación paradójica en relación al cambio. España le mostró un camino - cómo el cambio puede arraigarse en la auto-actividad de la gente común. Sin embargo, la derrota no le hizo, como sí ocurrió con muchos otros, darle la espalda al socialismo. Él se apegó tenazmente a la capacidad de resistencia de la gente común. Pero, comprensiblemente, era reacio a usar vocabulario 'internacionalista' que había sido abusado por los comunistas y parecía guardar escasa relación con las realidades concretas.
Pero la capitulación al patriotismo, no importa cuán radicalmente se nos presente como arraigada en la cultura nacional popular, es un giro contra el cambio desde debajo. No hubo ninguna revolución inglesa. Los miembros equivocados de la familia siguieron en sus puestos, vestidos con los colores del laborismo. '1984' sostenía que la esperanza permanecía en los 'proles'. Pero la cultura de los proles que vemos niega esa esperanza.
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¡No Pasarán!
por Andy Durgan
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'Había recalado en la única comunidad de cualquier tamaño en Europa occidental donde la conciencia política y el descreimiento en el capitalismo eran más normales que sus opuestos.' Así escribió George Orwell en 'Homenaje a Cataluña' sobre los seis meses que pasaría en la España revolucionaria.
Testimonio de la revolución
Cuando Orwell llegó a Barcelona en diciembre de 1936, la revolución que había tomado el control de la ciudad cinco meses antes ya estaba decayendo. La creación de un Ejército Popular unificado para reemplazar las milicias obreras, el socavamiento de la industria colectivizada y la campaña de mentiras contra la izquierda revolucionaria ya estaban en marcha. Aun así, la revolución todavía era muy visible y deja una marca indeleble en Orwell: 'Era la primera vez que estaba en una ciudad donde la clase obrera llevaba las riendas. Prácticamente todo edificio de cualquier tamaño había sido tomado por los obreros y cubierto con banderas rojas o con las banderas rojas y negras de los anarquistas.'
Continúa describiendo cómo, en un context en el que se difundían música y consignas revolucionarias, se demolían iglesias y cada tienda y café, e incluso los elementos de los lustrabotas, tenían leyendas que declaraban que habían sido colectivizados; cómo daba la sensación que sólo había 'obreros' en las calles - mientras las clases ricas y medias habían desaparecido o se habían disfrazado de 'proletarios'.
En Gran Bretaña, Orwell había contactado al ILP (Partido Laborista Independiente) para ir a España como voluntario, después de haber sido rechazado como políticamente poco confiable por el Partido Comunista. A través del ILP se uniría a las milicias del POUM socialista revolucionario. Después de unos días de 'entrenamiento', Orwell fue enviado a la milicia del partido en el frente de Aragón. Rápidamente se decepcionó tanto por la falta de actividad en el frente como por la falta crónica de recursos de la milicia. Más tarde se daría cuenta de que éste era el resultado de la retención deliberada de armas y municiones por parte de las autoridades en perjuicio de las fuerzas revolucionarias que dominaban este frente.
La frustración de Orwell fue atenuada por su comprensión creciente de la importancia de la milicia como un ejemplo de cómo el socialismo mismo podía organizarse. Su naturaleza democrática y el alto nivel de conciencia política y disciplina auto-impuesta eran una revelación para alguien con una educación militar tradicional como Orwell. 'Aquí', escribiría más tarde, 'llegué a ser un socialista verdadero.'
Apuñalado por la espalda
En el frente, Orwell había discrepado con sus camaradas de armas del POUM de que la guerra y la revolución eran inseparables. Al revés, él estaba a favor del planteo del Partido Comunista de que había que ganar la guerra primero y 'posponer' la revolución. A fines de abril de 1937 volvió a Barcelona de licencia, con la intención de ser transferido a las Brigadas Internacionales controladas por el Partido Comunista, sólo para encontrarse en el medio de un conflicto armado que decidiría el destino de la revolución.
Los stalinistas contraponían la defensa de la democracia a la revolución para no perturbar el esfuerzo de la URSS por lograr una alianza con los gobiernos occidentales. Pero ellos también se oponían a la revolución porque no estaba dirigida por ellos sino por los anarquistas y el POUM. Los comunistas españoles se habían beneficiado grandemente del apoyo, aunque condicional, dado a la República por parte de la URSS, y habían crecido masivamente particularmente desde el comienzo de la guerra, particularmente entre aquellos sectores en la zona Republicana más opuestos a la revolución.
Lo primero que Orwell notó cuando volvió a Barcelona era cómo había cambiado la atmósfera. La 'burguesía' podía verse otra vez en las calles. Había colas para conseguir comida y protestas debido a la escasez. En el pasado quedaba el entusiasmo revolucionario de los cinco meses previos. Él también fue inmediatamente consciente de la andanada de calumnias en la prensa stalinista contra los revolucionarios, y en particular contra el POUM, que constantemente era denunciado como 'fascista'.
El 3 de mayo, las fuerzas policiales bajo control comunista intentaron tomar la central telefónica de Barcelona, un símbolo del poder de los obreros en la ciudad. Esto llevó a varios días de combates sangrientos entre el gobierno y las fuerzas stalinistas contra las organizaciones revolucionarias. Estas últimas serán derrotadas cuando sus líderes acepten un cese del fuego para no poner en peligro la unidad anti-fascista. El POUM fue proscripto y sus líderes encarcelados o asesinados. Las organizaciones anarquistas también se encontraron a la defensiva. Demostró ser una derrota decisiva para la revolución.
El 23 de junio de 1937 Orwell finalmente abandona España, como un fugitivo con la policía secreta tras sus huellas. Tanta era la influencia stalinista que en Gran Bretaña Orwell encontró que el editor de izquierda Victor Gollancz se negaba a publicar 'Homenaje a Cataluña' sin siquiera haberlo leído. Aunque fue publicado en todo el mundo, sólo después de su éxito posterior el libro empezaría a ganarse el reconocimiento que merecía.
España cambió la política de Orwell para siempre. En 1942, evocaría su encuentro con un miliciano italiano en los cuarteles del POUM, una casualidad que comienza el texto de 'Homenaje a Cataluña'. Él simbolizaba para Orwell 'la flor de la clase obrera europea, acosada por la policía de todos los países, las personas cuyos cuerpos llenan las tumbas masivas de los campos de batalla españoles y son ahora, en cifras de varios millones, las que se pudren en campos de trabajos forzados. La pregunta es muy simple. ¿Les será permitida a gente como aquél soldado italiano la vida decente, totalmente humana que ahora es técnicamente lograble? Ese era el problema real de la guerra española.'
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De 2003 a 1984
por Andrew Stone
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Siempre que un político dice una cosa pero quiere decir otra, pensamos en la 'Neolengua'. Siempre que necesitemos un sinónimo para hablar del poder intrusivo del estado, los medios de comunicación o las grandes compañías - como la disputa de la compañía del Metro londinense con la contratista Metronet por una cámara de circuito cerrado en Baker Street - se nos aparece el espectro del Gran Hermano. '1984' de George Orwell está instalado en nuestro vocabulario político (y - en el caso del insulso juego televisivo Gran Hermano - no tan político), sinónimo del autoritarismo desenfrenado y la opresión.
La fábula de Orwell, siguiendo los esfuerzos del 'criminal del pensamiento' Winston Smith de subvertir el dominio dictatorial del Partido y su ícono el Gran Hermano, retiene un inmenso poder retórico. Pero, ¿cuán pertinente es para el mundo moderno? Un mundo que no está dividido en tres superestados (Oceanía, Eurasia y Esteasia), donde domina el mercado libre, no la autarquía, dónde un artículo de periódico de hace algunos años será encontrado con muchas probabilidades en una búsqueda en internet antes que pueda ser falsificado. Claramente, tener la suficiente libertad para leer sobre una distopía tan extrema es una impugnación bastante convincente de su existencia. No obstante, hay mucho en '1984' que es reconocible, aunque en una forma mucho menos exagerada, en el mundo de hoy.
Muchos ven en Oceanía (donde transcurre el relato) un estado stalinista, un factor que inmediatamente distancia a los lectores británicos. Esto no era realmente la intención de Orwell. El libro dentro del libro, La Teoría y la Práctica del Colectivismo Oligárquico, por Emmanuel Goldstein describe a los superestados como prefigurados por sistemas totalitarios - una categorización problemática que amalgama al stalinismo junto al fascismo muy difundida por la derecha en la Guerra Fría. Pero la fábula de Orwell también reflejaba su temor de que la 'izquierda oficial' (en la que ponía entre paréntesis al Partido Laborista) fuera seducida por el poder que había limitado las libertades civiles al entrar en el gobierno de coalición de tiempos de guerra. El Gran Hermano gobierna en nombre del ' Ingsoc' (Socialismo Inglés), que Orwell deajaba bien en claro que no era un fenómeno importado.
La Gran Bretaña de '1984' ha sido subsumida dentro de Oceanía - fusionada con las Américas (más Australasia y Africa del Sur) y designada Zona Aérea Uno. En el momento de la publicación del libro, en 1949, la clase dominante británica todavía estaba tratando de digerir su dependencia creciente de EE.UU.. Si Orwell aparece como profético al ver a Gran Bretaña como una base militar de un imperio centrado en las Américas, entonces vemos que habla principalmente de sus contemporáneos que se aferraron a insostenibles ilusiones imperiales hasta la Crisis del Canal de Suez de 1956. Pero mientras que el papel primordial de Gran Bretaña dentro de Oceanía obedece a causas geográficas, en el mundo moderno EE.UU. tiene un abanico de opciones en el caso de que sus bases militares y de inteligencia en Gran Bretaña se cerraran. Lo que Washington en última instancia premia es la cobertura política que el gobierno británico le proporciona como parte de una 'coalición internacional' en empresas altamente disputadas, como la invasión de Irak.
Si los superestados descriptos por Orwell nos recuerdan a los bloques de la Guerra Fría que los inspiraron, tienen una relevancia mucho menos obvia en un mundo con una sola superpotencia militar como EE.UU. Pero uno de los rasgos más llamativos del libro es el estado continuo de guerra en el que se mantiene a la sociedad. Esto nos trae a la mente la amorfa 'guerra contra el terrorismo', utilizada para justificar los ataques contra Afganistán e Irak, los cuales ya estaban siendo considerados por el influyente 'Proyecto para el Nuevo Siglo Americano' mucho antes del 11 de septiembre de 2001. Su visión se extiende mucho más que a Kabul y Bagdad - a Irán, Siria, Corea del Norte y otros 'estados villanos'. El ex-director de la CIA James Woolsey lo ha descrito como la 'cuarta guerra mundial', una que podría tardar décadas en completarse.
La guerra en '1984' es, en muchos sentidos, mucho más parecida a la de hoy, que a la de la época en que Orwell la escribió. No transcurre en 'los centros de la civilización' (entiéndase: las grandes potencias, no las mayores fuentes de origen de la civilización como Irak), sino en la periferia. Los combatientes activos de esos centros son números relativamente pequeños de personas, quienes utilizan equipamento especializado. La guerra sigue la misma lógica que cualquier otra industria - tiende a tener mayor composición orgánica de capital (esto es, utiliza más tecnología en relación al trabajo humano), lo cual implica que la conscripción se ha vuelto menos común, en tanto aumenta la necesidad de fuerzas armadas más especializadas. Esta tendencia global es a pesar de la capacidad única de la guerra de destruir mucho de lo que la industria militar le provee (bombas, municiones, etc). Este imperativo malgastador, al retardar el aumento proporcional del 'trabajo muerto' (por ej. la maquinaria) en comparación con el trabajo vivo, compensaba los efectos destructivos de lo que Marx llamó 'la tendencia a la caída de la tasa de ganancia' y sostuvo el boom de la segunda pos-guerra mundial. En '1984' la guerra también confiere estabilidad, pero en el mundo de Orwell es la distribución de los productos, y el desafío a la autoridad que resultaría de un acceso mayor a los bienes y a la educación, lo que constituye la fuente de inestabilidad que niega una economía de guerra.
Métodos de guerra
Orwell también hace algunas predicciones contundentes sobre el desarrollo de los métodos de guerra, cuando Goldstein informa que 'los cazas han sido reemplazados en gran medida por proyectiles auto-propulsados' y cuando describe 'Fortalezas Flotantes casi inhundibles' que se parecen a los portaaviones modernos. En un mundo donde la 'ciencia' sólo existe como una serie de investigaciones discretas, Goldstein nos dice que 'se han desarrollado varios dispositivos, siempre de alguna manera conectados con la guerra y el espionaje de la policía, pero la experimentación y la invención en gran medida han concluido'. Esto se parece y no se parece a nuestro mundo. Por un lado, los capitalistas están constantemente hambrientos de crear nuevas necesidades, y así nuevos mercados, y la tecnología juega un papel importante en esto (¡veamos cómo las compañías de biotecnología que intentan convencernos de que el hambre del mundo sólo puede resolverse modificando genéticamente los cultivos para que sean estériles!). Pero la mayoría de los avances tecnológicos del último medio siglo - desde la computadora hogareña al teléfono móvil - sólo han sido posibles debido a la investigación y el desarrollo a largo término por parte de los militares.
Uno de los desarrollos más memorables de '1984' son las omnipresentes telepantallas, los medios de vigilancia constante del Partido sobre sus miembros. La ubicuidad de los televisores en nuestros hogares no ofrece muchas analogías con esto - las diferencias cruciales son su unidireccionalidad y el hecho de que podemos apagarlos sin ser penalizados. Pero la erosión de la privacidad es una preocupación mayor, con cámaras de circuito cerrado que se propagan (mientras la compañía de transportes de Londres nos asegura que nos brindan 'seguridad bajo los ojos en alerta') y mientras el gobierno aprueba legislación 'anti-terrorista' para aumentar el alcance y la escala del monitoreo de correos electrónicos y las pinchaduras de teléfonos. El proyecto de ley de Contingencias Civiles, podría conferir a la policía en caso de un ataque terrorista, entre otras preocupantes facultades, el control del servicio de internet.
Ya se conservan inmensas cantidades de datos sobre cada individuo - sobre hábitos de compra en las tarjetas de crédito, hasta los sitios desde los cuales utilizamos nuestros teléfonos móviles. Nuestra principla protección contra el mal uso no es la benevolencia de los departamentos estatales las o corporaciones que tienen esta información, sino su dispersión entre múltiples agencias. Los planes de David Blunkett de establecer 'tarjetas de titulación' obligatorias debilitarían este resguardo, con buena parte de toda nuestra información personal centralizadas para beneficio de las agencias estatales y en detrimento de las libertades personales.
Quizás el paralelo con la distopía de Orwell que todo el mundo acusa más agudamente son los juegos mentales - el abuso de la memoria y el lenguaje. Ven en los 'dos minutos de odio' la invocación irreflexiva del 'nuevo Hitler' cada vez que hay que hacer la guerra. Reconocen las cambiantes alianzas militares que se alternan entre Eurasia y Esteasia, en una superpotencia que ha armado, entrenado o apoyado a Saddam Hussein, a los talibanes y Osama Bin Laden en distinto grado, para luego buscar borrar de la memoria las alianzas pasadas. Así, mientras Winston Smith reescribe viejos relatos periodísticos para que encajen con las necesidades de la política actual del Partido, los halcones republicanos pueden citar despreocupadamente la masacre de Halabja - a la cual en su momento restaban credibilidad ya que su perpetrador, el régimen iraquí, era entonces su aliado - como una razón para la guerra. Sumado a esto, la supuestamente inminente amenaza de las armas de destrucción masivas iraquíes han sido objeto de un extenso revisionismo gubernamental.
Neolengua
Entonces existe una 'Neolengua'. Mientras que el principio central del lenguaje ficcional de Orwell era destruir tantas palabras como fuera posible - y así extraer los medios de disentimiento - el lector de hoy se siente familiarizado con los eufemismos ideológicos. El Ministerio de la Paz hace la guerra para Oceanía, el Ministerio de Defensa lo hace para Gran Bretaña. ¡Tony Blair declaró que sus objetivos para justificar la guerra contra Irak eran una 'iniciativa final por la paz', donde se acusaba a Francia de sabotearla al negarse a votar a favor de la guerra! Y el abuso del lenguaje nunca es más brutal que en el fragor de la guerra, donde las muertes civiles son descriptas como'daños colaterales', donde la ocupación se hace pasar como 'liberación', y donde la 'democracia' queda reducida a la libertad de las multinacionales norteamericanas de saquear el petróleo iraquí.
Hay muchas otras caracterísitcas de '1984' que le darían al lector actual un espacio para la reflexión. Winston Smith describe una película de propaganda que celebra el bombardeo de refugiados en el Mediterráneo. En junio, después de que entre 60 y 70 inmigrantes se ahogaron frente a las costas de Sicilia, Umberto Bossi, ministro del gobierno italiano que está próximo a tomar la presidencia rotativa de la Fortaleza Europa, dijo, 'quiero oír el rugido del cañón. ¡Hay que cazar a los inmigrantes, para mejor o peor... A la segunda o tercera advertencia - ¡bum! Disparen los cañones contra ellos!'
La glorificación por parte del Gran Hermano del espionaje y la desconfianza no está a un millón de millas de las líneas telefónicas gratuitas que pagan por denuncias de 'arrepentidos'. El uso de la tortura en medio de un vacío legal debe recordarnos la condición de los 'combatientes enemigos' encarcelados indefinidamente en un limbo legal por EE.UU. en Guantánamo y Bagram, así como la de los 'sospechosos de terrorismo' sin proceso legal en Gran Bretaña. Incluso la promoción de la castidad encuentra un paralelo actual en el lema 'El verdadero amor espera' que se ha convertido en un culto en EE.UU. Esta es una visión ricamente detallada de una sociedad de la que todos nosotros desearíamos evadirnos.
Pero aunque Orwell temía que ésto se convirtiera en un posible futuro, no estaba exento de cierta esperanza - la noción expresada por Winston Smith de que 'toda la esperanza reside en los proles'. Esta no fue una visión que Orwell desarrollara - su breve experiencia del poder obrero en España lo convenció de que los trabajadores pueden controlar su propio destino, pero fue debilitado por la condescendiente convicción de que los obreros estaban movidos por la emoción, y sólo la clase media por la teoría socialista.
Y aún la noción 'neolingüística' de 'doblepensar' es bastante útil para explicar por qué los períodos de pasividad de la clase obrera marcan los períodos de rebelión. En esencia, porque describe el conflicto de la realidad con la ideología, un proceso similar de aquello que el marxista italiano Antonio Gramsci llamó 'conciencia contradictoria'. Él planteaba que en cualquier sociedad las ideas dominantes serían aquellas de la clase en el poder, reflejando sus propios intereses, pero que la experiencia de la clase obrera bajo el capitalismo también creaban el potencial para rechazar esa ideología - no abstractamente sino a través de necesidades prácticas y de organización. Las inéditas movilizaciones contra la guerra en Irak mostraron que no importa cuán pérfida sea la propaganda, puede florecer una resistencia colectiva.
Orwell puede haber sido demasiado pesimista como para ver exactamente cómo podría llegar a ocurrir esto. O quizás simplemente no quería diluir el poder de la distopía con un catártico final feliz. Pero el apéndice, por más inocuo que pueda parecer, sugiere que albergaba esperanzas de que esa tiranía podía ser derrotada. Cuando describe los principios de la Neolengua (en el lenguaje corriente) usa siempre el tiempo pasado y sugiere que en algún momento en el futuro el Gran Hermano fue derrocado y la historia fue recuperada.
Tal vez no vivamos en economías burocráticamente controladas, pero bajo el capitalismo moderno miles de millones sufren una guerra continua, pobreza, opresión e injusticia. La minoría que se beneficia del sistema encuentra que sólo puede mantener sus privilegios extendiendo los medios de separación, vigilancia y control. Esta es la razón por la cual '1984' continúa teniendo eco entre los lectores, y seguirá teniéndolo hasta que comprendamos el potencial que tenemos para poner en funcionamiento el mundo sobre una base completamente diferente.
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La controversia de la Guerra Fría
por Paul Foot
Como diría Glenda Slagg, columnista de Private Eye, '¿George Orwell? ¿No están hartos de él?' Mientras el centésimo aniversario de su nacimiento - 25 de junio de 1903 - es un acontecimiento los periodistas de los medios de comunicación gráficos parecen haberle dado vacaciones a sus cerebros. Se han producido tres nuevas biografías para agrandar una pila enorme de las ya existentes. La vida amorosa bastante mediocre de Orwell llena las columnas de la chismografía y el Guardian consagra su portada y el artículo principal en su reseña semanal a una viejo artículo, publicado por primera vez (en el Guardian) hace siete años, sobre cómo Orwell le dio a una mujer que le atraía que trabajaba para el servicio secreto una lista de nombres de las personas que sospechaba de ser 'compañeros de ruta' o agentes comunistas.
Nosotros, los socialistas, tenemos razones para estar aturdidos. ¿Cuál es la verdad sobre este notable escritor? ¿Acaso no es obvio que es una criatura de la derecha, o incluso de la extrema derecha? ¿No fue celebrado por el establishment imperialista norteamericano por lo menos durante tres décadas? ¿Acaso sus sátiras más famosas, 'Rebelión en la granja' y '1984', no fueron lectura obligatoria para los hijos e hijas de la Nortemérica y la Europa imperialistas durante todo el largo período de la Guerra Fría? O incluso antes de eso, ¿no fue salvajemente atacado como un snob y un diletante por Harry Pollitt en el Daily Worker (diario del PC británico) en 1936? ¿Acaso no fue un viejo egresado de la exclusiva escuela Eton y un oficial de policía en Birmania que nunca renegó de esa desgraciada educación? ¿Sus reflexiones sobre el pueblo inglés durante la guerra no eran acaso nada más que vanidosas expresiones de patrioterismo? ¿Es el césped en Inglaterra mucho más verde que en cualquier otra parte del mundo, como proclamaba? ¿No era un homofóbico declarado? ¿No era el odioso epíteto 'mariquita' uno de su favoritos cuando describía a los poetas socialistas - Auden, Spender, Isherwood, etc - de los años treinta? ¿No eran sus actitudes hacia las mujeres abiertamente sexistas? ¿No eran sus novelas (aparte de las sátiras) de relativa poca calidad, vacías de toda comprensión o apreciación real del espíritu humano? Y, sobre todo, ¿no era acaso un rupturista, si no incluso un agente de Franco, en la Guerra Civil española así como el más ardiente opositor del siglo a la Revolución rusa y a todo lo que surgió de ella, y sus escritos acaso no desmintieron a todos los socialistas de su generación y de la próxima que defendieron a la revolución y a sus líderes?
De este calibre fueron las acusaciones contra Orwell que eran la opinión común en la izquierda por toda una generación, y fueron mantenidas en los años cincuenta por los ensayos de la New Left Review en 'Out of Apathy', y todavía siguen siendo sostenidas por lo que queda del stalinismo en la izquierda británica. Buena parte de la acusación es difícil si no imposible de responder. Pero prácticamente toda ella está cruzada por un cuadro bastante diferente de la vida y la obra de George Orwell. ¿Cómo encaja el cuadro de Pollitt del snob reaccionario con el vagabundo y el mozo que reniega de toda la riqueza de este mundo para poder reunir el pasmante relato de desesperada pobreza en 'Sin blanca en París y Londres' (1933) o 'El camino a Wigan Pier' (1936)? ¿Cómo encaja la imagen del rupturista con el joven que fue a España para matar fascistas pero donde la única cosa que logró romper fue su propia garganta, atravesada por una bala de los fascistas? ¿Cómo encaja su supuesto apoyo al macartismo y a la Guerra Fría con sus continuas y vehementes afirmaciones de que él no tenía nada que ver con ninguna de ambas cosas? ¿Cómo encaja su odio hacia la Revolución rusa con su admiración por Lenin (admitamos que ocasional, pero no obstante enfática)?
Stalinismo
La clave para las respuestas a todas estas preguntas (y a la hostilidad casi paranoica por parte de los stalinistas de todas las épocas, inclusive de la actual) es que George Orwell fue el primer y más elocuente escritor británico en reivindicarse socialista revolucionario y todavía denunciar la influencia y la propaganda de la fuerza más poderosa que se describiera como socialista - el stalinismo. Según él mismo reconoció, mostró poco o ningún interés en la Revolución rusa cuando esta ocurrió a sus 14 años. No escribió casi nada en la materia hasta que fue a España en 1936. En Barcelona se maravilló con la revolución obrera. Las primeras páginas de su 'Homenaje a Cataluña', donde 'la clase obrera llevaba las riendas', siguen siendo uno de los más finos escritos de inspiración revolucionaria. En el frente, junto a camaradas de armas españoles y británicos, observó con creciente terror el aplastamiento de ese fervor revolucionario por parte de agentes del gobierno ruso. Tales personas, dedujo, no era en absoluto socialistas sino crueles emisarios de un 'mezquino capitalismo de estado con intactas intenciones de aferrarse en el poder'. Pudo observar cómo sus camaradas eran secuestrados uno por uno para ser interrogados, torturados y finalmente asesinados por la policía secreta stalinista. Su furia contra este proceso le duró para el resto de toda su corta vida. Gracias a ella llegó a la comprensión, absolutamente a contramano del pensamiento de la izquierda convencional de aquél tiempo, de que cualquier política promovida por los stalinistas era nada más ni nada menos que propaganda para el gobierno ruso, y por consiguiente fuera reaccionaria y anti-socialista.
A su vuelta de España se unió al ILP (Partido Laborista Independiente) - la única organización reconocida opuesta a la guerra, pero cuando los ejércitos fascistas se alinearon para invadir Gran Bretaña giró repentinamente a la derecha. Incluso sus expresiones más nacionalistas estaban matizadas con un anhelo por el tipo de revolución democrática y socialista que había visto en España. La guerra no podría ganarse, pensó, erróneamente, sin una revolución de ese estilo en Gran Bretaña. Y entre los enemigos de esa revolución estaban los comunistas que hicieron campaña para los conservadores y los imperialistas en las elecciones parciales.
Orwell consiguió un trabajo en el Tribune donde escribía una columna semanal llena de heterodoxia. Todo el personal del periódico eran partidarios del sionismo, salvo Orwell. Él se opuso debido al efecto que acarrearía para el pueblo de Palestina, y por supuesto fue denunciado en ese entonces y posteriormente por antisemita. Su sátira 'Rebelión en la granja' fue ambigua sobre la revolución que la empieza. 'El Viejo', el cerdo revolucionario que la inspira, no es Lenin, pero ni él ni la revolución tienen un carácter reaccionario. Orwell nunca desarrolló su punto de vista en el conocido debate sobre si Lenin llevaba en germen a Stalin. En una ocasión pensó que sí; en otra estuvo de acuerdo que Lenin se habría opuesto a la política stalinista. De cualquier modo, su apoyo a la idea de la revolución le duró hasta el final de su vida, cuando finalmente sucumbió ante las penumbras de la Guerra Fría y la tuberculosis.
A los socialistas que (como es mi caso) se han inspirado por el manifiesto fervor de Orwell y su diáfano estilo de escritura, pero que se han desconcertado por las preguntas que él nunca contestó les recomendaría que leyeran 'La política de Orwell' de John Newsinger más que cualquiera de las interminables biografías que ahora existen. John muestra cómo una apreciación más precisa de la obra de Orwell le debe mucho al ya fallecido Peter Sedgwick, uno de los fundadores de los International Socialists, precursores del actual Socialist Workers Party (SWP) británico. El artículo de Sedgwick en International Socialism (había prometido otro más pero nunca se materializó) fue el primer esfuerzo real en la izquierda para explicar la atracción, la inspiración y las contradicciones en la obra de Orwell. Para muchos socialistas como nosotros, en aquél momento, el artículo fue una liberación intelectual. En mi caso me llevó a una mayor lectura y deleite con las obras de Orwell, y a una comprensión mucho mayor de la inspiración revolucionaria y las contradicciones reaccionarias que había en ellas. Uno de las tantas campañas por la libertad de expresión de Orwell fue con motivo del pedido de publicación de las 'Memorias de un revolucionario' de Víctor Serge, un libro que llegó a publicarse a comienzos de los 60, bellamente traducido por Peter Sedgwick. Como Orwell, Serge fue parte de una tradición sumergida de pensamiento revolucionario y socialista anti-stalinista, una tradición que la ofuscación combinada de ambos lados en la Guerra Fría no puede suprimir para siempre.
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