Teoría, Cultura y Género

Leninismo en el siglo XXI - 1ª parte

 

Autor: John Rees y Daniel Bensaïd

Fecha: 6/2/2004

Traductor: Guillermo Crux, especial para PI


Leninismo en el siglo XXI

por John Rees

International Socialism N° 95, 2002


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La teoría del partido en Lenin es uno de las cuestiones más disputadas en la izquierda, ciertamente desde la Revolución bolchevique, y es uno de los más importantes en términos de cómo se organiza la izquierda alrededor de las actuales luchas anti-capitalistas e industriales. También es un problema central en los debates políticos sobre la creación de una alternativa socialista al laborismo.

Una de las equivocaciones más comunes sobre el partido revolucionario es de que se trata de algo impuesto a la clase obrera desde afuera. Se lo pinta como un grupo de ideólogos que se agrupan, forman un partido y, utilizando los medios más antidemocráticos, imponen su voluntad sobre el resto del movimiento de la clase obrera. De hecho, correctamente entendida, la teoría de partido de Lenin implica exactamente lo opuesto. Su necesidad surge de la propia naturaleza de la lucha de la clase obrera. Hay una característica central de la resistencia de la clase obrera al sistema capitalista que exige que entendamos cómo algunos de nosotros podemos organizarnos para fortalecer la organización y la conciencia del conjunto de la clase.

Aquí, el problema fundamental, al cual Lenin enfrontó desde muy temprano, es la forma en que la lucha contra el sistema es inherentemente desigual. Grupos diferentes de obreros, en tiempos diferentes, con diferentes sistemas de ideas, pasan a la lucha contra el sistema. Este es el problema de la conciencia desigual en el movimiento de la clase obrera. Si la vida fuera más simple, si la clase dominante alineara sus fuerzas en un lado y los obreros se alinearan del otro, quizás no sería necesaria ninguna discusión mayor de organización política. Pero la lucha de clases no funciona así. Dondequiera que observemos, lo que vemos es que, en lugar de una regimentación estricta, existe un campo de batalla enormemente diferenciado. Hay discontinuidades de tiempo --períodos de intenso conflicto de clases son seguidos por períodos de quietud. Hay discontinuidades en el tipo de lucha que tiene lugar --algunas son económicas, otras políticas e incluso otras son ideológicas, para nombrar sólo las tres categorías amplias de la famosa formulación de Engels. Así es que existen discontinuidades entre diferentes sectores de la clase obrera --tradiciones diferentes, conflictos de ideologías en la clase obrera, niveles cambiantes de conciencia, confianza y combatividad, etc. Las batallas son muchas y diversas. Los trabajadores tienen fuerzas y debilidades cambiantes, pueden ganar o ser derrotados, pueden generalizarse en direcciones diferentes y arribar a conclusiones diferentes. Finalmente, existen discontinuidades entre la clase obrera y otros sectores de la sociedad que pueden encontrarse opuestos al sistema capitalista --por ejemplo los campesinos, sectores de la pequeño-burguesía, las nacionalidades oprimidas.

Todos esto le presenta a cualquier socialista --leninista o no-- un problema particular: ¿cómo podemos desarrollar organizaciones dentro de la clase obrera que puedan relacionarse con este hecho fundamental de la lucha de la clase obrera?

Por supuesto que existe una respuesta tradicional dentro del movimiento obrero, que tiene una tradición tan extensa como el leninismo (si no acaso más extensa): el Partido Laborista en este país y los partidos reformistas internacionalmente. En este caso el concepto de partido se trata de que éste representa la clase en su totalidad --que cada corriente de opinión dentro de la clase obrera debe estar representada dentro de esta organización. La meta de tales organizaciones es cambiar la condición de la clase obrera utilizando las instituciones proporcionadas por el sistema --el sistema parlamentario, los consejos municipales, etc. La dificultad fundamental de tal enfoque (y podemos repasar la historia de los gobiernos laboristas para justificar esta aserción) es que, en tanto que el sistema continúe dominando las vidas y las ideas de los trabajadores, la propia organización terminará reflejando la ideología del sistema. Pasará a ser, de una organización de resistencia, a una organización de incorporación. Y además, las propias instituciones políticas del sistema capitalista son incapaces de oponerse efectivamente al poder político y económico de la clase capitalista.

Por supuesto que surgirán contradicciones entre los intereses de la base obrera y los límites impuestos a tales partidos por su forma de organización y sus objetivos políticos. Habrá batallas para ganarse el espíritu de tales organizaciones, pero éste será un estado continuo, como lo ha sido para el Partido Laborista. A veces girarán a la izquierda, otras veces a la derecha. Pero ellos nunca resolverán estas contradicciones porque en principio intentan representar a la clase obrera en su conjunto, y grandes sectores de la clase obrera, durante largos períodos de tiempo, reflejan la ideología dominante de la sociedad --la ideología de la clase capitalista.

Necesitamos una visión alternativa de cómo se relaciona la organización del partido con la lucha más amplia de la clase obrera. Es esta idea más que cualquier otra con la que se asocia el nombre de Lenin. La concepción básica es que de la lucha de la clase obrera emerge una minoría militante que se convence por su experiencia de que el sistema tiene que ser transformado en su conjunto, que los métodos directos de lucha empleados por la clase obrera son los métodos más eficaces para logar este objetivo, y que el partido y la clase deben ser un universo --en palabras de Lenin, el tribuno de los oprimidos.

Entonces aparece la pregunta clave, ¿cómo organizamos una minoría para que se transforme en la palanca que pueda elevar la combatividad del conjunto de la clase? No buscamos simplemente 'representar' a la clase, sino representar las tradiciones de lucha, los puntos altos de la lucha de la clase, y fundir esa experiencia con la actividad de la minoría en las luchas actuales. Trotsky expresaba esta idea en una metáfora eficaz. Decía que los primeros cinco obreros que conoció le dijeron todo lo que necesitaba saber sobre la organización revolucionaria. Había uno que siempre era militante, que siempre simbolizaría a los oprimidos, y que siempre estaba a la vanguardia de cualquier batalla. Había uno que era un reaccionario completo, que nació rompehuelgas y moriría rompehuelgas --si hubiera una huelga en las puertas del cielo, también la rompería. Pero había tres en el medio que a veces podían ser influídos por el reaccionario, y a veces podían ser influídos y ganados por el militante. El propósito de la organización revolucionaria es agrupar al militante que existe cada cinco obreros y darles la organización, la fuerza, la conciencia, las tradiciones de lucha que les permitirían ganarse a los tres del medio y aislar al derechista, y no permitirle al derechista ganarse a los tres del medio y aislar al socialista.

La idea de una minoría organizada no se trata de que ésta se separe del resto de la clase obrera o imponga su voluntad sobre ella, sino que a través de la interacción en la lucha con el resto de la clase obrera busque extender sus ideas y ganarse una mayoría dentro del movimiento. Georg Lukács lo expresó muy bien: nos separamos para unirnos. Nos separamos en una organización que está, en principio, opuesta al sistema, pero en cada oportunidad buscamos unirnos en luchas particulares con la mayoría de la clase para hacer progresar la lucha del conjunto de la clase. La interacción entre partido y clase es vital aquí. Lukács cita a Engels: los soldados de línea, bajo la presión de la batalla, llevan a cabo todo el avance en las tácticas militares. La tarea de una buena dirección no es decir que ella tiene todas las respuestas, sino tomar lo mejor que se forja en la línea en el medio de la batalla y generalizarlo a todo el ejército. Todo partido revolucionario que merezca tal nombre debe aprender de las luchas de carne y hueso y generalizar lo que aprende a toda la clase. El partido aprende de la clase, pero este también es el mecanismo por el cual cada sector de la clase aprende de las mejores experiencias de lucha.

Esta forma de organización es completamente necesaria en la situación en la que nos encontramos ahora. El principio de que resistimos al sistema capitalista, de que lucharemos contra su lógica de mercado y la represión estatal que ella implica, todavía tiene vida. No necesitamos ningún otro argumento que el fusilamiento de Carlo Giuliani en la gran manifestación anti-capitalista en Génova en julio de 2001 para recordarnos que todavía tenemos una máquina estatal que utilizará su fuerza mortal cuando se sienta amenazada. Pero esto es sólo parte de este argumento. La esencia real de esta idea de oposición al sistema es que determina cómo actuamos en cada lucha. Si uno cree, como lo cree todo leninista, que los trabajajadores comunes tienen la capacidad de transformar completamente el sistema por medio de organizaciones democráticas, consejos obreros, construidos de abajo hacia arriba, le afecta profundamente qué actitud tiene hacia la lucha de todos los días.

En cada lucha, cada reunión de huelga o de campaña, se planteará siempre más de un argumento. Habrá siempre personas que dirán, 'No queremos armar lío. No queremos grandes protestas. Simplemente debemos escribir a nuestro representante parlamentario, utilizar los canales establecidos,' etc. Habrá otras personas, revolucionarios que por principio creen que los trabajadores tienen la capacidad de cambiar el sistema desde abajo, que plantearán algo distinto. Dirán, 'No importa cuán pequeña sea la lucha en la que estamos, lo que puede darnos la mejor oportunidad de ganar es la organización masiva, es la participación de la gente en las manifestaciones, es la capacidad de elegir comités de huelga para que los funcionarios no nos digan lo que tenemos que hacer.' Ese es el principio que se encarna en cada lucha antes de que la revolución que activa el principio revolucionario de cada lucha lo conduzca por el camino de la transformación completa de la sociedad.

Sólo una organización que crea en este objetivo constante planteará esta misma perspectiva en cada lucha mientras avanza el conflicto de clases. Si hablamos de las recientes huelgas ferroviarias, serán aquéllos que provengan de esta tradición los que plantearán la idea de hacer piquetes de forma consistente y buscarán la solidaridad de otros trabajadores, los que planteen que los huelguistas tienen que confiar en sus propias fuerzas y no en que los que luchen por ellos sean los líderes del sindicato, el parlamentario o el periódico local. Dentro del movimiento anti-capitalista, la clave es la de la movilización masiva de la clase obrera, ya sea en oposición a las componendas con el FMI o la OMC, o contra la sustitución de la acción de masas por la actividad de una pequeña élite de activistas. Cuando se trata de construir una alternativa al laborismo, la discusión es cómo recomponemos una alternativa a la agenda neo-liberal del New Labour desde las bases. Cuando hay que acabar con los fascistas, ¿alcanza con permitirles la libertad de expresión y esperar que ellos mismos se expongan? ¿alcanza simplemente con aporbar resoluciones? ¿O necesitamos la participación de los sindicatos y de los trabajadores de base para batir a los nazis en Oldham y Burnley?

En todos estos casos lo que se necesita es un militante, ayudado por sus camaradas, apoyado por su prensa, que se ponga de pie y diga, 'No, necesitamos hacerlo todos juntos.' En aquella famosa escena de la película Espartaco, alguien se levanta primero y dice, 'Yo soy Espartaco, ' no porque pudieran hacerlo por sí solos --si nadie más se hubiera puesto de pie después de ellos y hubiera dicho, ' Yo soy Espartaco, ' habrían quedado aislados y derrotados --pero alguien lo dijo primero, y los demás que lo dijeron primero le permitieron a todos los demás decirlo después. El acto de una minoría dispara el acto de resistencia de la mayoría, y eso es lo que nos garantiza la mayor oportunidad de victoria.
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¡Saltos! ¡Saltos! ¡Saltos!

por Daniel Bensaïd

International Socialism Nº 95, 2002


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A Hannah Arendt le angustiaba que la política pudiera desaparecer completamente del mundo. El siglo había atestiguado tales desastres que la pregunta de si acaso 'la política todavía tiene significado alguno' se había vuelto inevitable. Los problemas que se debatían en estos miedos eran sumamente prácticos: 'La falta de significado en el que el conjunto de la política ha terminado está confirmada por la vía muerta en la que se acumulan las cuestiones políticas específicas'.1

Para ella, la forma que tomaba esta temida desaparición de la política era el totalitarismo. Hoy nos enfrentamos a una forma diferente de peligro: el totalitarismo, la cara humana de la tiranía del mercado. Aquí la política se encuentra aplastada entre el orden de los mercados financieros --que se hace parecer natural- y las prescripciones moralizantes del capitalismo ventrílocuo.

El fin de la política y el fin de la historia coinciden entonces en la repetición infernal de la eternidad de la mercancía en la que se escuchan las voces apagadas de Fukuyama y Furet: 'La idea de otra sociedad se ha vuelto casi imposible de concebir, y nadie en el mundo de hoy ofrece algún tipo de consejo sobre el tema. Aquí estamos, condenados a vivir en el mundo tal como es'.2 Esto es peor que la melancolía --es desesperación, como hubiera dicho Blanqui, esta eternidad de la humanidad a través del Dow Jones y el FT 100.

Hannah Arendt pensaba que podía ponerle una fecha al principio y al fin de la política: inaugurada por Platón y Aristóteles, pensaba que encontró 'su culminación definitiva en las teorías de Marx'.3 Anunciando el fin de la filosofía, se dice que Marx también, por alguna broma de la dialéctica pronunció eso de la política. Esto no reconoce a la política de Marx como la única concebible frente a la violencia capitalizada y los fetichismos de la modernidad: 'El estado no es válido para todo', escribió, pronunciándose claramente contra 'la exageración presuntuosa del factor político' que hace del estado burocrático la encarnación del abstracto universal. Más que una pasión unilateral por lo social, su esfuerzo se dirige a la emergencia de una política de los oprimidos que empieza desde la constitución de órganos políticos no-estatales que preparan el camino para la necesaria extinción del estado como un órgano separado.

La cuestión vital, urgente, es aquella de la política desde debajo, política para los excluidos y marginados de la política estatal de la clase dominante.

Tenemos que resolver el enigma de las revoluciones proletarias y sus tragedias repetidas: ¿cómo nos sacamos de encima lo muerto y ganamos el premio? ¿Cómo una clase que ve impedido su desarrollo físico y moral en su vida diaria debido a la servidumbre involuntaria del trabajo forzado puede transformarse en el sujeto universal de la emancipación humana? Las respuestas de Marx en este punto derivan de una apuesta sociológica --el desarrollo industrial lleva al crecimiento numérico y la concentración de las clases trabajadoras que a su vez hacen progresar su organización y su conciencia. Así, se dice que la lógica del capital por sí sóla lleva a 'la constitución de los proletarios como clase domiante'. El prólogo de Engels de 1890 a la edición del Manifiesto Comunista confirma esta suposición: 'En cuanto al triunfo final de las tesis del Manifiesto, Marx ponía toda su confianza en el desarrollo intelectual de la clase obrera, fruto obligado de la acción conjunta y de la discusión.'.4 La ilusión según la que la obtención del sufragio universal le permitiría al proletariado inglés, que era la mayoría de la sociedad, ajustar la representación política a la realidad social deriva de esta apuesta. En el mismo espíritu, en su comentario de 1898 sobre el Manifiesto, Antonio Labriola expresó la opinión de que 'la deseada fusión de comunistas y proletarios es, de ahora en adelante, un hecho cumplido'. La emancipación política del proletariado fluía necesariamente de su desarrollo social.

La historia convulsiva del siglo pasado muestra que no podemos escaparnos tan fácilmente del mundo embrujado de la mercancía, de sus dioses sanguinarios y de su 'caja de repeticiones'. La relevancia intempestiva de Lenin necesariamente es el resultado de esta observación. Si la política hoy todavía tiene una oportunidad de apartar el peligro doble de una naturalización de la economía yuna fatalización de la historia, esta oportunidad requiere un nuevo acto leninista en las condiciones de la globalización imperial. El pensamiento político de Lenin es el de la política como estrategia, la de los momentos favorables y los eslabones débiles.

El tiempo 'homogéneo y vacío' del progreso mecánico, sin crisis ni rupturas, es un tiempo no-político. La idea sostenida por Kautsky de una 'acumulación pasiva de fuerzas' pertenece a esta visión del tiempo. Una versión primitiva de una fuerza calma, este 'socialismo por fuera del tiempo' y a velocidad de tortuga disuelve la incertidumbre de la lucha política en las proclamadas leyes de la evolución histórica.
Lenin, por el contrario, pensaba la política como un tiempo lleno de lucha, un tiempo de crisis y derrumbamientos. Para él, la especificidad de la política se expresa en el concepto de una crisis revolucionaria, que no es la continuación lógica de un 'movimiento social', sino una crisis general de las relaciones recíprocas entre todas las clases de la sociedad. La crisis se define entonces como una 'crisis nacional'. Actúa para poner al desnudo las líneas de batalla, que ha sido oscurecidas por la fantasmagoria mística de la mercancía. Entonces,por sí sólo, y no en virtud de alguna inevitable maduración histórica, puede transformarse el proletariado y 'volverse aquéllo que es'.

De esta forma se unen estrechamente la crisis revolucionaria y la lucha política. 'El conocimiento que puede tener de sí misma la clase obrera está indisolublemente unido a un conocimiento preciso de las relaciones recíprocas de todas las clases en la sociedad contemporánea, un conocimiento que no es sólo teórico, mas bien debiéramos decir que es menos teórico que fundado en la experiencia de la política.' Ciertamente es a través de la prueba de la política práctica que se adquiere este conocimiento de las relaciones recíprocas entre las clases.

Transforma 'nuestra revolución' en una 'revolución de todo el pueblo'.
Este enfoque es lo completamente opuesto a un obrerismo crudo, que reduce lo político a lo social. Lenin categóricamente rechaza 'mezclar la cuestión de las clases con la de los partidos'. La lucha de clases no se reduce al antagonismo entre el obrero y su patrón. Enfrenta el proletariado con 'el conjunto de la clase capitalista' en el nivel del proceso de la producción capitalista como un todo, que es el objeto de estudio del Volumen III de El Capital. Esta, además, es la razón por la cual es perfectamente lógico que el capítulo inconcluso de Marx sobre la clase entre en este punto y no en el Volumen I sobre el proceso de producción o el Volumen II sobre el proceso de circulación. Como partido político, la socialdemocracia revolucionaria representa entonces a la clase trabajadora, no sólo en sus relaciones con un grupo de patrones, sino también con 'todas las clases de la sociedad contemporánea y con el estado como una fuerza organizada'.

El tiempo del momento propicio en De esta manera, Lenin sujeta la representación a reglas inspiradas por la Comuna de París, apuntando a limitar la profesionalización política: los representantes electos deben percibir un sueldo igual al de un obrero calificado, vigilancia constante sobre los favores y privilegios para los funcionarios, la responsabilidad de los elegidos hacia aquellos que los eligieron. Contrariamente a un mito persistente, él no planteaba el mandato imperativo de los delegados por parte de sus representados. Éste era el caso en el partido: 'los poderes de los delegados no deben estar limitados por mandatos imperativos'; en el ejercicio de sus poderes 'son completamente libres e independientes'; el congreso o asamblea es soberano. Igualmente a nivel de los órganos estatales, donde 'el derecho de revocar a los diputados' no debe confundirse con un mandato imperativo que reduciría la representación a la suma seccional de intereses particulares y puntos de vista estrechamente locales, sin posibilidad de síntesis alguna, que privaría a la deliberación democrática de toda sustancia y relevancia. En cuanto a la pluralidad, Lenin afirmó constantemente que 'la lucha de matices de opinión' en el partido es inevitable y necesaria, en tanto tenga lugar dentro de los límites 'aprobados por acuerdo común'. Sostuvo 'que es necesario incluir en las reglas del partido garantías de derechos para las minorías, para que los descontentos, irritaciones y conflictos que constante e inevitablemente surgirán puedan ser sustraídos de los acostumbrados cauces filisteos de querellas y disputas y ser dirigidos hacia los cauces todavía desacostumbrados de una lucha constitucional y dignificada por las propias convicciones. Como una de estas garantías esenciales, proponemos que a la minoría se le permita uno o más grupos de escritores, con el derecho a estar representados en los congresos y con completa "libertad de expresión".' 8

Si la política es una cuestión de opción y decisión, implica una pluralidad organizada. Ésta es una cuestión de principios de organización. En cuanto al sistema de organización, puede variar según las circunstancias concretas, a condición de no perder el hilo que guía los principios en el laberinto de las oportunidades. Así es que incluso la notoria disciplina en la acción parece menos sacrosanta que lo que admitiría el mito dorado del leninismo. Conocemos cómo Zinóviev y Kámenev fueron culpables de indisciplina oponiéndose públicamente a la insurrección, y aún así no se los removió permanentemente de sus responsabilidades. El propio Lenin, en circunstancias extremas, no dudó en exigir un derecho personal de desobedecer al partido. Así, consideraba resignar sus responsabilidades para retomar 'la libertad de agitar' en la base del partido. En el momento crítico de la decisión, escribió bruscamente al comité central, 'me fui a donde ustedes no querían que fuera (al Smolny). Adiós. '

Su propia lógica lo llevó a visualizar la pluralidad y la representación en un país sin tradiciones parlamentarias ni democráticas. Pero Lenin no sacó todas las conclusiones. Hay (por lo menos) dos razones para eso. La primera es que había heredado de la Revolución francesa la ilusión de que, una vez que el opresor ha sido derrocado, la homogeneización del pueblo (o de la clase) es sólo una cuestión de tiempo: las contradicciones entre el pueblo pueden ahora sólo pueden provenir del otro (del extranjero) o de la traición. La segunda es que la distinción entre la política y lo social no es una garantía contra una inversión fatal: en lugar de llevar a la socialización de lo político, la dictadura puede significar la estatificación burocrática de lo social. ¿Acaso no se aventuró el propio Lenin a predecir 'la extinción de la lucha entre los partidos dentro de los soviets'?

En El Estado y la Revolución, los partidos pierden ciertamente su función en favor de una democracia directa, que no se supone que sea completamente un estado separado. Pero, al contrario de las esperanzas iniciales, la estatificación de la sociedad triunfó sobre la socialización de las funciones estatales. Absorbido en los principales peligros del cerco militar y la restauración capitalista, los revolucionarios no vieron crecer bajo sus pies el peligro no menos importante de la contra-revolución burocrática.

Paradójicamente, las debilidades de Lenin están ligadas, si no más, a sus inclinaciones libertarias como a sus tentaciones autoritarias, como si un eslabón secreto uniera las dos. La crisis revolucionaria aparece como el momento crítico de la posible resolución, donde la teoría se vuelve estrategia: La historia en general y más particularmente la historia de las revoluciones siempre es más rica en su contenido, más variada, más multifacética, más viva, más ingeniosa que lo que pueden concebir los mejores partidos, las vanguardias más conscientes de las clases más avanzadas. Y eso es entendible ya que las mejores vanguardias expresan la conciencia, la voluntad y la pasión de decenas de miles de hombres, mientras que la revolución es uno de los momentos de especial exaltación y tensión de todas las facultades humanas --el trabajo de la conciencia, la voluntad, la imaginación, la pasión de centenares de miles de hombres incitados por la más áspera lucha de clases. De aquí surgen dos conclusiones prácticas de gran importancia: primero, que la clase revolucionaria, para poder llevar a cabo su tarea, debe poder tomar posesión de todas las formas y todos los aspectos de la actividad social sin la más mínima excepción; segundo, la clase revolucionaria debe estar lista para reemplazar rápidamente una forma por otra y sin advertencia.

De esto Lenin deduce la necesidad de responder a eventos inesperados donde a menudo la verdad oculta de las relaciones sociales se revela repentinamente: No sabemos y no podemos saber qué chispa ...encenderá la conflagración, en el sentido de elevar a las masas; por consiguiente, debemos, con nuestros principios nuevos y comunistas, ponernos a trabajar para revolver todas y cada una de las esferas, incluso las más viejas, mohosas y aparentemente irremediables, ya que de no ser así no podremos resolver nuestras tareas, no nos prepararemos comprensivamente, no estaremos en posesión de todos las armas.9

¡Revolver todas las esferas! ¡Estar prestos para las soluciones más imprevisibles! ¡Permanecer listos para el cambio súbito de formas! ¡Saber emplear todas las armas!
Éstas son las máximas de una política concebida como el arte de los eventos inesperados y de las posibilidades efectivas de una coyuntura determinada.

Esta revolución en la política nos devuelve a la noción de crisis revolucionaria sistematizada en La Bancarrota de la Segunda Internacional. Se define por una interacción entre varios elementos variables en una situación: cuando los de arriba ya no pueden seguir gobernando como antes; cuando los de abajo no toleran ser oprimidos como antes; y cuando esta imposibilidad doble se expresa por una efervescencia súbita de las masas. Adoptando éstos criterios Trotsky enfatiza en su Historia de la Revolución Rusa 'que estas premisas se condicionan mutuamente es obvio. Mientras el proletariado actúe más decidida y confiadamente, más éxito tendrá en ganarse la capa intermedia, más aislada estará la clase dominante, y más aguda será su desmoralización. Y, por otro lado, una desmoralización de los dominadores llevará agua al molino de la clase revolucionaria'.10 Pero la crisis no garantiza las condiciones de su propia resolución. Esa es la razón por la cual Lenin hace de la intervención de un partido revolucionario el factor decisivo en una situación crítica: 'No es cada situación revolucionaria lo que da lugar a una revolución; la revolución sólo surge de una situación en la que los cambios objetivos antedichos son acompañados por un cambio subjetivo, a saber, la habilidad de la clase revolucionaria de emprender la acción revolucionaria de masas lo suficientemente fuerte como para romper (o dislocar) el viejo gobierno, que nunca, ni siquiera en un período de crisis, "se cae", si no es derrocado'.11 La crisis sólo puede resolverse por la derrota, a manos de una reacción que a menudo será sanguinaria, o por la intervención de un sujeto resuelto.

Esta era la interpretación del leninismo en Historia y Conciencia de Clase de Lukács. Ya en el V° Congreso de la Internacional Comunista esto lo ganó el anatema de los bolchevizadores termidorianos. Lukács en realidad insistía en el hecho de que 'Sólo la conciencia del proletariado puede señalar el camino que nos lleve fuera del callejón sin salida del capitalismo. En tanto esta conciencia esté ausente, la crisis continúa permanente, regresa a su punto de partida, repite el ciclo... ' Lukács replica que, 'la diferencia entre el período en el que se libran las batallas decisivas y el período anterior no estriba en la magnitud y la intensidad de las batallas en sí mismas. Estos cambios cuantitativos son meramente sintomáticos de las diferencias fundamentales de calidad que distinguen estas luchas de las anteriores...

Ahora, sin embargo, el proceso por el cual el proletariado se vuelve independiente y "se organiza como clase" se repite e intensifica hasta el momento en que se alcance la crisis final del capitalismo, el momento en que la decisión se encuentra cada vez más en manos del proletariado'.12 Esto tiene resonancias en los años treinta cuando Trotsky, enfrentando al nazismo y la reacción stalinista, produjo una formulación que equipara la crisis de la humanidad con la crisis de dirección revolucionaria.

La estrategia es 'un cálculo de masa, velocidad y tiempo', escribió Chateaubriand. Para Sun Tzu, el arte de la guerra ya era el arte del cambio y de la velocidad. Este arte requería adquirir 'la velocidad de la liebre' y 'llegar a decisiones immediatamente', porque está probado que la victoria más famosa podría haber sido una derrota 'si se hubiera entrado a la batalla un día antes o unos días después'. La regla de conducta derivada de esto es válida tanto para los políticos como para los soldados: 'Nunca permita que se le escape cualquier oportunidad, cuando la encuentre favorable. Los cinco elementos no están en todas partes, ni se encuentran igualmente puros; las cuatro estaciones no no se suceden de la misma forma todos los años; la salida y la puesta del sol no siempre se encuentran en el mismo punto en el horizonte.

Algunos días son largos y otros cortos. La luna crece y mengua y no siempre ilumina con la misma intensidad. Un ejército bien dirigido y bien disciplinado imita idóneamente todas estas variaciones'.13

La noción de crisis revolucionaria hace suya esta lección de estrategia y la politiza. En ciertas circunstancias excepcionales el equilibrio de fuerzas llega a un punto crítico. 'Toda ruptura de los ritmos produce efectos de conflicto. Molesta y perturba. También puede producir un hueco en el tiempo, que hay que llenar con una invención, con una creación. Esto ocurre, individual y socialmente, sólo atravesando una crisis.' Un hueco en el tiempo? ¿Un momento excepcional? Por medio de la cual puede surgir el hecho incumplido que contradice la fatalidad del hecho cumplido.

En 1905 Lenin coincide con Sun Tzu en su valoración de la velocidad. Es necesario, dice, 'comenzar a tiempo', para actuar 'immediatamente'. 'Formar inmediatamente, en todos los lugares, grupos de combate. Debemos realmente ser capaces de tomar al vuelo aquellos "momentos fugaces" de los que habla Hegel y que constituyen una definición excelente de la dialéctica'. Esto se debe a que la revolución en Rusia no es el resultado orgánico de una revolución burguesa que se extiende en una revolución proletaria, sino un 'entrelazamiento' de dos revoluciones. Si el desastre probable puede evitarse depende de un sentido agudo de la coyuntura. El arte de la consigna es un arte del momento favorable.

Una instrucción particular que era válida ayer puede no serla hoy pero puede ser nuevamente válida mañana. 'Hasta el 4 de julio [de 1917] la consigna de "Todo el poder a los soviets" era correcta. 'Luego ya no era más correcta'. En este momento y sólo en este momento, quizás durante algunos días a lo sumo, o durante una semana o dos, semejante gobierno podría sobrevivir. '

¡Unos días! ¡Una semana! El 29 de septiembre de 1917, Lenin escribió al dubitativo comité central: 'La crisis ha madurado'.14 La espera estaba volviéndose un crimen. El 1° de octubre los llamó a 'tomar el poder de una vez por todas', a 'recurrir a la insurrección de una vez por todas'.15 Unos días después intentó nuevamente: 'Estoy escribiendo estas líneas el 8 de octubre...

El éxito de la revolución rusa y la revolución mundial depende de dos o tres días de combate'.16 Él todavía insistía, 'estoy escribiendo estas líneas en la noche del 24. La situación es crítica en extremo. De hecho ahora está absolutamente claro que retardar el levantamiento sería fatal... Ahora todo pende de un hilo. 'Por eso es necesario actuar 'esta misma noche'.17

'Rupturas en la gradualidad' anotó Lenin en los márgenes de la Ciencia de la Lógica de Hegel al comienzo de la guerra. Y enfatizó, 'La gradualidad no explica nada sin saltos. ¡Saltos! ¡Saltos! ¡Saltos! ' 18

Tres comentarios breves para concluir sobre la relevancia de Lenin hoy. Su pensamiento estratégico define una disposición capaz de actuar respecto a cualquier evento que pudiera ocurrir. Pero este evento no es el Evento absoluto, que no proviene de ninguna parte, que algunas personas han mencionado con referencia al 11 septiembre. Se sitúa en las condiciones de una posibilidad históricamente determinada. Eso es lo que lo distingue del milagro religioso.

Así, la crisis revolucionaria de 1917 y su resolución por medio de la insurrección se vuelven estratégicamente pensables dentro del marco trazado por El Desarrollo del Capitalismo en Rusia. Esta relación dialéctica entre la necesidad y la contingencia, la estructura y la ruptura, la historia y el evento, establece las bases para la posibilidad de una política organizada en el tiempo, en tanto que la apuesta arbitrariamente voluntarista a la explosión súbita de un evento puede permitirnos resistir el humor de los tiempos, generalmente lleva a una posición de resistencia estética en lugar de un compromiso militante para modificar el curso de las cosas pacientemente.

Para Lenin --al igual que para Trotsky-- la crisis revolucionaria se forma y comienza en la arena nacional, que en el momento constituye el marco de la lucha por la hegemonía, y prosigue hasta ocupar su lugar en el contexto de la revolución mundial. Por lo tanto, la crisis en la que surge el doble poder, no se reduce a una crisis económica o a un conflicto inmediato entre el trabajo asalariado y el capital en el proceso de producción. La pregunta leninista --¿quién se perfilará en las alturas?-- es aquella de la dirección política: ¿qué clase será capaz de resolver las contradicciones que están ahogándo a la sociedad, capaz de imponer una lógica alternativa a la de la acumulación de capital, capaz de trascender las relaciones de producción existentes y de abrir un nuevo campo de posibilidades? La crisis revolucionaria, por consiguiente, no es una simple crisis social sino también una crisis nacional: en Rusia tanto como en Alemania, en España al igual que en China. La pregunta hoy es indudablemente más compleja dada la magnitud en que la globalización capitalista ha reforzado la imbricación de los espacios nacionales, continentales y mundiales. Una crisis revolucionaria en un país central tendría una dimensión internacional inmediatamente y requeriría respuestas en términos que son al mismo tiempo nacionales y continentales, o incluso directamente globales en cuestiones como la energía, la ecología, la política de armamentos, el movimiento de los migrantes, etc. No obstante, sigue siendo una ilusión creer que podemos evadir esta dificultad eliminando la cuestión de la conquista del poder político (bajo el pretexto de que el poder hoy está divorciado del territorio y se esparce en todas partes y en ninguna parte) en favor de una retórica de los 'contra-poderes'. Los poderes económico, militar y cultural quizás se esparcen más ampliamente, pero también se encuentran más concentran que nunca. Uno puede pretender ignorar el poder, pero el poder no lo ignorará a uno. Uno puede actuar superiormente negándose a tomarlo, pero desde Cataluña en 1937 hasta Chiapas, vía Chile, la experiencia demuestra hasta la actualidad que el poder no dudará en tomarnos de la forma más brutal. En una palabra, una estrategia de contra-poder sólo tiene algún sentido en la perspectiva del doble poder y su resolución. ¿Quién se perfilará en las alturas?

Finalmente, los detractores identifican a menudo al 'leninismo' y al propio Lenin con una forma histórica del partido político que se dice que ha muerto junto con el colapso de los estados-partido burocráticos. En este juicio apresurado hay mucha ignorancia histórica y frivolidad política, que sólo pueden ser explicada parcialmente por el traumatismo causado por las prácticas stalinistas. La experiencia del siglo pasado plantea la cuestión de la burocratización como un fenómeno social, más que la cuestión de la forma del partido de vanguardia heredada del ¿Qué Hacer? En lo que concierne a las organizaciones de masas (no sólo las políticas, sino igualmente los sindicatos y asociaciones) están lejos de ser las menos burocráticas: en Francia los casos de la CFDT, del Partido Socialista, del supuestamente renovado Partido Comunista, o los Verdes, son completamente elocuentes sobre este punto. Pero por otro lado --como hemos mencionado-- en la distinción leninista entre partido y clase hay algunos senderos fecundos para pensar las relaciones entre los movimientos sociales y la representación política. Igualmente, en los principios superficialmente desacreditados del centralismo democrático, los detractores enfatizan principalmente el hipercentralismo burocrático ejemplificado en forma siniestra por los partidos stalinistas. Pero un cierto grado de centralización, lejos de oponerse a la democracia, es la condición esencial para que exista --porque la delimitación del partido es un medio de resistir los efectos descomponedores de la ideología dominante, y también de apuntar a una cierta igualdad entre los miembros, contraria a las desigualdades que son generadas inevitablemente por las relaciones sociales y por la división del trabajo. Hoy podemos ver muy bien cómo el debilitamiento de estos principios, lejos de favorecer una forma más alta de democracia, lleva a la cooptación por parte de los medios de comunicación y la legitimación por parte de un plebiscito de líderes que incluso son menos controlado por la base. Más aún, la democracia en un partido revolucionario apunta a producir decisiones que son asumidas colectivamente para actuar sobre la relación de fuerzas.

Cuando los detractores superficiales del leninismo proclaman haberse liberado de una disciplina sofocante, en realidad están vaciando la discusión de toda su relevancia, reduciéndola a un foro de opiniones que no compromete a nadie: después de un intercambio de libre expresión sin ninguna decisión común, todospueden salir igual que como vinieron y ninguna práctica en común hace posible probar la validez de las posiciones contrarias que se encuentran en consideración. Finalmente, el énfasis puesto en la crisis de la forma de partido --en particular por parte de los burócratas reciclados de los ex-partidos comunistas-- a menudo les permite evitar hablar sobre la crisis del contenido programático y justifica la ausencia de preocupación estratégica.Una política sin partidos (como quiera que se llamen --movimiento, organización, liga, partido) termina, en la mayoría de los casos, en una política sin política: ya sea en un seguidismo sin objetivos a la espontaneidad de los movimientos sociales, o en la peor forma de vanguardismo individualista elitista, o finalmente en una represión de lo político en favor de lo estético o lo ético.

Notas

1. H Arendt, Was ist Politik? (Munich, 1993), pp28, 31.
2. F Furet, The Passing of an Illusion (Chicago, 1999), p502.
3. H Arendt, op cit, p146.
4. K Marx y F Engels, Collected Works, vol 27 (Londres, 1975ff), p59.
5. V I Lenin, Collected Works, vol 5 (Moscú, 1960), pp430, 452.
6. Ibid, pp383, 422.
7. Así en el debate de 1915 sobre el ultra-imperialismo, Lenin percibe el peligro de un nuevo economismo, donde la madurez de las relaciones capitalistas de producción a escala mundial sería el preludio a un derrumbamiento final del sistema. Encontramos nuevamente esta preocupación por evitar cualquier reducción de lo político a lo económico o lo social en los debates de comienzos de los años '20 en la caracterización del estado soviético. A aquellos que hablan de un estado obrero, Lenin les contesta que 'el punto es que no se trata exactamente de un estado obrero'. Su formulación es entonces más descriptiva y compleja que una caracterización sociológica: es un estado obrero y campesino 'con deformaciones burocráticas', y 'allí tenemos la realidad de la transición' [V I Lenin, op cit, vol 32, p24]. Finalmente, en el debate sobre los sindicatos, Lenin nuevamente defiende una posición original: ya que no son un órgano del poder político, los sindicatos no deben transformarse en 'organizaciones estatales coercitivas'.
8. V I Lenin, op cit, vol 7, p450.
9. V I Lenin, op cit, vol 31, p99.
10. L Trotsky, The History of the Russian Revolution (Londres, 1997), p1024.
11. V I Lenin, op cit, vol 21, p214.
12. G Lukács, History and Class Consciousness (Londres, 1971), pp76, 313.
13. H Lefebvre, Eléments de rythmanalyse (París, 1996).
14. V I Lenin, op cit, vol 26, p82.
15. Ibid, p140-141.
16. Ibid, pp 179-181.
17. Ibid, p234.
18. V I Lenin, op cit, vol 38, p123.


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