Teoría, Cultura y Género

Leninismo en el siglo XXI - 2ª parte

 

Autor: Slavoj Žižek y Daniel Bensaïd

Fecha: 6/2/2004

Traductor: Guillermo Crux, especial para PI


Un Lenin ciberespacial: ¿por qué no?

por Slavoj Žižek

International Socialism N° 95, 2002


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Si hay un acuerdo general entre (lo que queda de) la izquierda radical de hoy, es que, para resucitar el proyecto político radical, uno debe dejar atrás el legado leninista: el énfasis despiadado sobre la lucha de clases, el partido como la forma privilegiada de organización, la toma revolucionaria del poder por medios violentos, la subsiguiente 'dictadura del proletariado' ...¿acaso todos estos no son 'conceptos zombie' que la izquierda tiene que abandonar si quiere tener algún tipo de oportunidad en las condiciones del capitalismo tardío 'posindustrial'?

El problema con este argumento aparentemente convincente es que se compra muy fácilmente la imagen heredada de Lenin como el sabio líder revolucionario que, después de formular las coordenadas básicas de su pensamiento y práctica en el '¿Qué Hacer?', simplemente se dedicó, de forma consistente y despiadada, a llevarlos a cabo. ¿Qué pasa si hay para contar otra historia sobre Lenin? Es verdad que la izquierda de hoy está sufriendo una experiencia fulminante del fin de toda una época del movimiento progresista, cuya experiencia la empuja a reinventar incluso las coordenadas básicas de su proyecto --no obstante que fue precisamente una experiencia homóloga la que alumbró al leninismo. Recordemos cómo se conmocionó Lenin cuando, en el otoño de 1914, todos los partidos socialdemócratas europeos (con la honrosa excepción de los bolcheviques rusos y los socialdemócratas serbios) adoptaron la 'línea patriótica' --Lenin incluso llegó a pensar que el número del Vorwärts, el diario de la socialdemocracia alemana que informaba cómo los socialdemócratas en el Reichstag habían votado por los créditos de guerra, era una falsificación de la policía secreta rusa pensada para engañar a los obreros rusos. En esa era de conflicto militar que cortó al continente europeo por la mitad, ¡cuán difícil era rechazar la noción de que uno debía tomar partido en este conflicto, y luchar contra el 'fervor patriótico' en el propio país donde uno habitaba! ¡Cuántas grandes mentes (incluso Freud) sucumbieron a la tentación nacionalista, aunque más no fuera por un par de semanas! Esta conmoción de 1914 fue --para ponerla en los términos de Alain Badiou-- un 'désastre', una catástrofe en la que todo un mundo desapareció: no sólo la idílica fe burguesa en el progreso, sino también el movimiento socialista que lo acompañó. El propio Lenin (el Lenin del '¿Qué Hacer?') sintió que cedía la tierra bajo sus pies --no hay, en su reacción desesperada, ninguna satisfacción, ningún '¡se los dije!' Este momento de Verzweiflung, esta catástrofe, abrió el sitio para el evento leninista, por romper el historicismo evolutivo de la Segunda Internacional --y sólo Lenin estaba a la altura de esta apertura, fue el único en articular la verdad de la catástrofe. Este es el Lenin del que todavía tenemos algo que aprender. La grandeza de Lenin fue que, en esta situación catastrófica, no tuvo miedo de tener éxito --en contraste con el pathos negativo discernible desde Rosa Luxemburg hasta Adorno, para quienes el acto auténtico en última instancia es la admisión de la derrota que alumbra la verdad. En 1917, en lugar de esperar el momento correcto de madurez, Lenin organizó una huelga preventiva. En 1920, como líder del partido de la clase obrera sin clase obrera (la mayoría de ella había perecido en la guerra civil), prosiguió la organización de un estado, aceptando en su totalidad la paradoja del partido que tiene que organizar, incluso recrear, su propia base, su clase obrera.

En ninguna parte se palpa más esta grandeza que en los escritos de Lenin que cubren el lapso de tiempo entre febrero de 1917, cuando la primera revolución abolió el zarismo e instaló un régimen democrático, hasta la segunda revolución en octubre. En febrero, Lenin era un emigrado político semi-anónimo, perdido en Zurich, sin contactos confiables en Rusia, enterándose de los eventos principalmente a través de la prensa suiza. En octubre dirigió la primera revolución socialista victoriosa --¿pero qué fue lo que ocurrió entre medio? En febrero, Lenin percibió inmediatamente la oportunidad revolucionaria, el resultado de circunstancias contingentes únicas --si no se echaba mano del momento, la oportunidad para la revolución se desperdiciaría, quizás por décadas. En su terca insistencia de que uno debe aceptar el riesgo y pasar a la próxima fase, es decir, repetir la revolución, Lenin estaba solo, ridiculizado por la mayoría de los miembros del comité central de su propia partido, y la lectura de los textos de Lenin de 1917 proporciona un pantallazo único sobre el obstinado, paciente, y a menudo frustrante trabajo revolucionario a través del cual Lenin impuso su visión. Sin embargo, por más indispensable que haya sido la intervención personal de Lenin, uno no debe modificar la historia de la Revolución de Octubre haciéndola pasar por la del genio solitario confrontado con las masas desorientadas que impone su visión gradualmente. Lenin tuvo éxito porque su apelación, mientras pasaba por alto a la nomenklatura del partido, encontró un eco en lo que uno tiene la tentación de llamar la micropolítica revolucionaria: la explosión increíble de la democracia de base, de los comités locales que crecen alrededor de todas las grandes ciudades de Rusia y, mientras ignoran la autoridad del gobierno 'legítimo', toman las cosas en sus manos. Esta es la historia acallada de la Revolución de Octubre.

Lo primero que conmueve al lector de hoy es cuán directamente legibles eran los textos de Lenin de 1917. No hay necesidad de largas notas explicativas --aun cuando los nombres que suenan extraño nos sean desconocidos, inmediatamente nos damos cuenta de lo que estaba sucediendo. Desde la distancia de hoy los textos despliegan una claridad casi clásica de los contornos de la lucha en la que participan. Lenin es totalmente consciente de la paradoja de la situación: en la primavera de 1917, después de la Revolución de febrero que derrocó al régimen zarista, Rusia era el país más democrático de toda Europa, con un grado inaudito de movilización de masas, de libertad de organización y de libertad de prensa --y aún así esta libertad daba a la situación un carácter no-transparente, completamente ambiguo. Si hay un hilo común que recorre todos los textos de Lenin escritos 'entre las dos revoluciones' (la de febrero y la de octubre), es su insistencia en la distancia que separa los contornos formales 'explícitos' de la lucha política entre la multitud de partidos y otros sujetos políticos de sus tareas sociales reales (paz inmediata, distribución de la tierra, y, por supuesto, ' todo el poder a los soviets', es decir, el desmantelamiento del aparato estatal existente y su reemplazo por las nuevas formas de dirección social del tipo de la Comuna).

Esta distancia --la repetición de la distancia entre 1789 y 1793 en la Revolución Francesa --es el espacio preciso de la original intervención de Lenin: la lección fundamental del materialismo revolucionario es que la revolución debe golpear dos veces, y por razones esenciales. La distancia no es simplemente la separación entre forma y contenido. Lo que le falta a la 'primera revolución' no es el contenido, sino la forma misma --permanece atrapada en la forma vieja, y piensa que la libertad y la justicia pueden lograrse sencillamente si utilizamos el aparato estatal ya existente y sus mecanismos democráticos. ¿Qué pasa si el 'buen' partido gana las elecciones libres e implementa 'legalmente' la transformación socialista? (La expresión más clara de esta ilusión, orillando el ridículo, es la tesis de Karl Kautsky, formulada en los años veinte, de que la forma política lógica de la primera fase del socialismo, del pasaje del capitalismo al socialismo, es la coalición parlamentaria de los partidos burgueses y proletarios.) El paralelo aquí es perfecto con la era de la temprana modernidad en la que la oposición a la hegemonía ideológica de la iglesia se articuló primero en la forma de otra ideología religiosa, como una herejía. Siguiendo las mismas líneas, los partidarios de la 'primera revolución' quieren subvertir la dominación capitalista dentro de la misma forma política de la democracia capitalista. Esta es la 'negación de la negación' hegeliana: primero el antiguo orden es negado dentro de su propia forma ideológico-política; luego esta misma forma tiene que ser negada. Aquellos que oscilan, aquellos que tienen miedo de dar el segundo paso de superar la forma misma, son aquellos que (repitiendo a Robespierre) quieren una 'revolución sin revolución' --y Lenin despliega toda la fuerza de su 'hermenéutica de la sospecha' para discernir las distintas formas de esta retirada.

En sus escritos de 1917 Lenin se reserva su agria ironía para quienes se dedican a la búsqueda interminable de algún tipo de 'garantía' para la revolución. Esta garantía asume dos formas principales: ya sea la noción reificada de la necesidad social (uno no debe arriesgar la revolución demasiado temprano; uno tiene que esperar el momento correcto, cuando la situación está 'madura' con respecto a las leyes del desarrollo histórico: 'es demasiado temprano para la revolución socialista --la clase obrera no está madura aún') o la legitimidad normativa -'democrática'('la mayoría de la población no está de nuestro lado, entonces la revolución no sería realmente democrática') --como dice en repetidas oportunidades Lenin, es como si antes de que el agente revolucionario tome el poder estatal tuviera que recibir permiso de alguna figura del gran Otro (organizar un referéndum que determinará que la mayoría apoya la revolución). Con Lenin, como con Lacan, el punto está en que la revolución sólo puede ser autorizada por ella misma: uno debe asumir que el acto revolucionario no está cubierto por el gran Otro --el miedo de tomar el poder 'prematuramente', la búsqueda de una garantía, es el miedo del abismo del acto. En ello reside la última dimensión de lo que Lenin denuncia continuamente como 'oportunismo', y su apuesta es que el 'oportunismo' es una posición que es inherentemente falsa en sí misma y que enmascara el temor a acometer la tarea con la pantalla protectora de los hechos, leyes o normas 'objetivos'.

La respuesta de Lenin no es la referencia a un conjunto diferente de 'hechos objetivos', sino la repetición del argumento formulado una década antes por Rosa Luxemburg contra Kautsky: los que esperan que lleguen las condiciones objetivas de la revolución esperarán por siempre --esa posición del observador objetivo (y no de un agente comprometido) es en sí misma el obstáculo principal para la revolución. El contra-argumento de Lenin contra los críticos formal-democráticos del segundo paso es que esta misma opción 'puramente democrática' es utópica: en las circunstancias concretas de Rusia, el estado democrático-burgués no tiene ninguna oportunidad de sobrevivir --la única 'manera realista' de proteger las verdaderas conquistas de la Revolución de febrero (libertad de organización y de prensa, etc) es avanzar hacia la revolución socialista --de no ser así, la reacción zarista será la que gane.

Tenemos aquí dos modelos, dos lógicas incompatibles de la revolución: aquellos que esperan el momento teleológico maduro de la crisis final cuando la revolución explotará 'en su hora adecuada' por la necesidad de la evolución histórica; y aquellos que son conscientes que la revolución no tiene ninguna 'hora adecuada', aquellos que perciben la oportunidad revolucionaria como algo que surge y que tiene que ser capturado en los propios desvíos del desarrollo histórico 'normal'. Lenin no es un voluntarista 'subjetivista' --él insiste con que la excepción (el conjunto extraordinario de circunstancias, como las de Rusia en 1917) ofrece un camino para socavar la propia norma. ¿Y acaso esta línea de argumentación, esta posición de principios, no es más real hoy que nunca? ¿Acaso no vivimos también en una era en la que el estado y su aparato, incluyendo sus agentes políticos, simplemente son cada vez menos capaces de articular los problemas claves (ecología, la degradante atención médica, la pobreza, el papel de las compañías multinacionales, etc)? La única conclusión lógica es que es urgente una nueva forma de politización, que 'socializará' directamente estos problemas cruciales. La ilusión de 1917 de que los problemas urgentes que enfrentaba Rusia (paz, distribución de la tierra, etc) podrían haberse resuelto a través de medios 'legales' parlamentarios es igual a la ilusión de hoy de que, por ejemplo, la amenaza ecológica podría evitarse extendiendo la lógica del mercado a la ecología (haciendo que los que contaminan paguen el precio por el daño que causan). Sin embargo, ¿cuán relevantes son las opiniones específicas de Lenin sobre este punto? Según el pensamiento ortodoxo, la declinante fe de Lenin en las capacidades creativas de las masas durante los años posteriores a la Revolución de Octubre, lo llevaron a enfatizar el papel de la ciencia y los científicos. Él saludaba 'el principio de esa época feliz cuando la política desaparecerá en el trasfondo ...y los ingenieros y los agrónomos tendrán la mayor parte de la palabra'.1 ¿Pos-política tecnocrática? Las ideas de Lenin sobre cómo corre la ruta hacia el socialismo por el terreno del capitalismo monopolista pueden parecer peligrosamente ingenuas hoy:

'El capitalismo ha creado un aparato de contabilidad en la forma de los bancos, consorcios, servicio postal, sociedades de consumidores, y sindicatos de empleados de oficina. Sin los grandes bancos el socialismo sería imposible ...nuestra tarea consiste sencillamente en amputar lo que mutila capitalistamente este aparato excelente, hacerlo aún más grande, aún más democrático, más aun abarcador... Será un registro nacional, una contabilidad nacional de la producción y la distribución de bienes; será, por así decirlo, algo así como la naturaleza del esqueleto de la sociedad socialista.'2

¿No es esta la expresión más radical de la noción de Marx del intelecto general que regula toda la vida social de una manera transparente, del mundo pos-político en el que 'la administración de las personas' será suplantada por 'la administración de las cosas'? Por supuesto que es fácil jugar contra esta cita la carta de la 'crítica de la razón instrumental' y del 'mundo administrado [verwaltete Welt]'. El potencial 'totalitario' está inscrito en esta misma forma de control social total. Es fácil comentar sarcásticamente cómo, en la época stalinista, el aparato de administración social se volvió, efectivamente, 'aún más grande'. No obstante, ¿esta visión pos-política no es acaso el extremo opuesto de la noción maoísta de la eternidad de la lucha de clases ('todo es político')?

Sin embargo, ¿es todo tan inequívoco? ¿Qué pasa si uno reemplaza el ejemplo (obviamente anticuado) del banco central con el de la world wide web, el candidato perfecto actual para el papel del Intelecto General (General Intellect)? Dorothy Sayers planteaba que la Poética de Aristóteles es efectivamente la teoría de las novelas policiales antes de que fueran escritas --como el pobre Aristóteles no conocía todavía la novela policial, tenía que referirse a los únicos ejemplos a su disposición, las tragedias... Siguiendo las mismas líneas, Lenin estaba desarrollando efectivamente la teoría del papel de la world wide web, pero, como no conocía internet, tenía que referirse a los desafortunados bancos centrales. Por consiguiente, ¿podría decir uno que 'sin la world wide web el socialismo sería imposible ...nuestra tarea sencillamente es amputar lo que mutila capitalistamente este aparato excelente, hacerlo aún más grande, aún más democrático, aún más abarcador'? En estas condiciones, uno se siente tentado a resucitar la vieja, abusiva y medio olvidad dialéctica marxiana de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Ya es un lugar común plantear que, irónicamente, fue esta misma dialéctica la que enterró el 'socialismo realmente existente': el socialismo no pudo sostener el pasaje de la economía industrial a la pos-industrial. Una de las víctimas tragicómicas de la desintegración del socialismo en la ex-Yugoslavia fue un viejo apparatchik comunista entrevistado por la radio estudiantil de Ljubljana en 1988. Los comunistas sabían que estaban perdiendo poder, y por eso trataban desesperadamente de complacer a todos. Cuando a este viejo cuadro le hicieron preguntas provocativas sobre su vida sexual, él también intentó demostrar desesperadamente que estaba en contacto con la generación joven. Sin embargo, como el único idioma que conocía era el de la hosca burocracia, el resultado fue una particular mezcla obscena --declaraciones como, 'La sexualidad es un componente importante de mi actividad diaria. Al tocar a mi esposa entre sus muslos me da nuevos grandes incentivos para mi trabajo de construir el socialismo.' Y cuando uno lee documentos oficiales de Alemania Oriental de los años setenta y comienzos de los ochenta, formulando su proyecto de convertir a la RDA en una especie de Silicon Valley del bloque socialista de Europa Oriental, uno no puede evitar la impresión de la misma distancia tragicómica entre la forma y el contenido. Mientras eran totalmente conscientes de que la digitalización era el camino del futuro, se aproximaron a ella en los términos de la antigua lógica socialista de la planificación industrial centralizada --sus propias palabras enmascaraban el hecho de que no estaban captando lo que está ocurriendo efectivamente, las consecuencias sociales de la digitalización. No obstante, ¿el capitalismo realmente proporciona el marco 'natural' de las relaciones de producción para el universo digital? ¿No hay también un potencial explosivo para el propio capitalismo en la world wide web? ¿Acaso la lección del monopolio Microsoft no es precisamente la lección leninista: en lugar de combatir su monopolio a través del aparato estatal (recordemos la división de Microsoft ordenada por la Justicia), ¿no sería más 'lógico' simplemente socializarlo, haciéndolo libremente accesible? Hoy uno se siente tentado a parafrasear el famoso lema de Lenin, 'Socialismo = electrificación + poder de los soviets': 'Socialismo = acceso libre a internet + poder de los soviets.'

En este contexto, el mito que hay que desbancar es el del papel cada vez menor del estado. Lo que estamos atestiguando hoy en día es el cambio en sus funciones: mientras se retira parcialmente de sus funciones asistenciales, el estado está fortaleciendo su aparato en otros dominios de la regulación social. Para poder empezar un negocio ahora uno tiene que apoyarse en el estado no sólo para garantizar la ley y el orden, sino también el conjunto de la infraestructura (acceso a agua y energía, medios de transporte, criterios ecológicos, regulaciones internacionales, etc), en una medida incomparablemente mayor que hace 100 años. La caída del servicio eléctrico en California el año pasado hace palpable a este punto: durante un par de semanas en enero y febrero de 2001 la privatización ('desregulación') del suministro de electricidad transformó al Sur de California, uno de los paisajes pos-industriales más altamente desarrollados del mundo, en un país tercermundista con apagones regulares. Por supuesto, los defensores de la desregulación plantearon que no estaba lo bastante completa, y echaban mano del viejo falso silogismo de, 'Mi novia nunca llega tarde a una cita, porque en el momento en que ella llegue tarde, ya no será más mi novia': la desregulación funciona por definición, entonces si no funciona, no era en verdad una desregulación... ¿El reciente pánico desatado con la enfermedad de la vaca loca (que probablemente presagie docenas de fenómenos similares que nos esperan en el futuro cercano) no apunta también hacia la necesidad de un control global estatal estricto e institucionalizado de la agricultura?

¿Y qué hay del reproche básico según el cual Lenin hoy es irrelevante porque permaneció aferrado dentro del horizonte de la producción industrial masiva (recordemos su celebración del fordismo)? ¿Cómo cambia estas coordenadas el pasaje de la producción de fábrica a la producción 'pos-industrial'? ¿Dónde clasificaríamos no sólo las maquiladoras de trabajo manual del Tercer Mundo, sino también las maquiladoras digitales, como la de Bangalore en la que decenas de miles de indios programan software para las corporaciones occidentales? ¿Es adecuado designar a estos indios como el 'proletariado intelectual'? ¿Serán la venganza final del Tercer Mundo? ¿Cuáles son las consecuencias del hecho desquiciante (por lo menos para los conservadores alemanes) de que, después de décadas de importar centenares de miles de trabajadores manuales inmigrantes, Alemania ha descubierto ahora que necesita por lo menos decenas de miles de trabajadores intelectuales inmigrantes, principalmente programadores de computadoras? La alternativa que incapacita al marxismo de hoy en día es, ¿qué hacer a propósito de la creciente importancia del crecimiento de la 'producción inmaterial' hoy (ciber-trabajadores)? ¿Insistimos con que sólo quienes están involucrados en la producción material 'real' son la clase trabajadora, o damos el venturoso paso de aceptar que los 'trabajadores simbólicos' son los (verdaderos) proletarios de hoy? Uno debería resistirse a dar este paso, porque ofusca la división entre la producción inmaterial y material, la división en la clase trabajadora entre los ciber-trabajadores y los trabajadores materiales (por regla separados geográficamente, como los programadores en EE.UU. o India, las maquiladoras en China o Indonesia).

Quizás sea la figura del desocupado la que simbolice al puro proletario de hoy: la determinación sustancial del desocupado sigue siendo la de un obrero, pero no se les deja realizarla o renunciar a ella, y entonces permanecen suspendidos en la potencialidad de trabajadores que no pueden trabajar. Quizás en cierto sentido hoy 'todos somos desocupados' --los trabajos tienden a basarse en contratos de tiempo cada vez más cortos, por lo cual el estado de desempleo es la regla, el nivel cero, y el trabajo temporal la excepción. Entonces esta debería ser también la respuesta a quienes abogan por la 'sociedad pos-industrial' cuyo mensaje a los trabajadores es que su tiempo se terminó, que su propia existencia está obsoleta, y que lo único con lo que pueden contar es con la compasión puramente humanitaria --hay cada vez menos lugar para los trabajadores en el universo del capital de hoy, y uno debe deducir de este hecho la única conclusión consistente. Si la sociedad 'pos-industrial' de hoy necesita cada vez menos trabajadores para reproducirse (20 por ciento de la fuerza de trabajo, según algunas estimaciones), entonces no son los trabajadores los que están de más, sino el capital.

El antagonismo clave de las llamadas nuevas industrias (digitales) es este: ¿cómo mantener la forma de la propiedad (privada), que es la única forma en la que puede mantenerse la lógica de ganancia (veamos también el problema de Napster, la libre circulación de la música)? ¿Acaso las complicaciones legales en la biogenética no apuntan en la misma dirección? El elemento clave de los nuevos acuerdos internacionales de comercio es la 'protección de la propiedad intelectual' --siempre que, al fusionarse, una gran compañía occidental se hace cargo de una compañía del Tercer Mundo, lo primero que hace es cerrar el departamento de investigación. Aquí surgen fenómenos que involucran a la noción de propiedad en paradojas dialécticas extraordinarias: en la India, las comunidades locales descubren de repente que las prácticas médicas y los materiales que han estado usando durante siglos son poseídos ahora por compañías norteamericanas, de manera que deben comprárselas a ellas; mientras las compañías biogenéticas patentan genes, todos estamos descubriendo que partes de nosotros, nuestros componentes genéticos, ya son propiedad registrada, poseída por otros.

Sin embargo, el resultado de esta crisis de la propiedad privada de los medios de producción no está para nada garantizado. Aquí uno debe tener en cuenta la paradoja última de la sociedad stalinista. Contra el capitalismo, que es la sociedad de clase, pero en principio igualitaria, sin divisiones jerárquicas directas, el stalinismo 'maduro' es una sociedad sin clases articulada en grupos jerárquicos precisamente definidos (nomenklatura en la cima, trabajadores técnicos, ejército, etc). Lo que esto significa es que, ya para el stalinismo, la noción marxista clásica de la lucha de clases ya no es más adecuado para describir su jerarquía y dominación --en la Unión Soviética de finales de los años veinte en adelante, la división social clave no estaba definida por la propiedad, sino a través del acceso directo a los mecanismos de poder y a condiciones de vida materiales y culturales privilegiadas (comida, alojamiento, atención sanitaria, libertad para viajar, educación). Y quizás la ironía última de la historia será que, de la misma manera, la visión de Lenin del 'socialismo de los bancos centrales' sólo puede leerse adecuadamente en forma retroactiva, desde la actual world wide web.

La Unión Soviética proporcionó al primer modelo de la sociedad 'pos-propietaria' desarrollada, del verdadero 'capitalismo tardío' en el cual la clase dominante será definida por el acceso directo a los medios de poder central y control (informativos, administrativos) y a otros privilegios materiales y sociales: el punto ya no será poseer compañías, sino directamente administrarlas, tener el derecho para utilizar un jet privado, tener acceso a una cobertura de salud diferenciada, etc --privilegios que no serán adquiridos por medio de la propiedad, sino a través de otros mecanismos (educativos, directivos, etc).

Esta, entonces, es la crisis venidera que ofrecerá la perspectiva de una nueva lucha emancipatoria, de la reinvención completa de lo político --no la vieja opción marxista entre la propiedad privada y su socialización, sino la opción entre la sociedad pos-propietaria jerárquica y la sociedad pos-propietaria igualitaria. Aquí, la vieja tesis marxista sobre cómo la libertad y la igualdad burguesas están basadas en la propiedad privada y las condiciones de mercado, adquiere un giro inesperado: lo que permiten las relaciones de mercado son la libertad (por lo menos) 'formal' y la igualdad 'legal'--ya que la jerarquía social puede sostenerse a través de la propiedad, no existe la necesidad de su aserción política directa. Si, luego, el papel de la propiedad privada disminuye, el peligro es que esta desaparición gradual cree la necesidad de alguna nueva forma de jerarquía (racista o de 'gobierno de los expertos'), directamente fundadas en las propiedades de los individuos, y cancelando así incluso la igualdad 'formal' burguesa y la libertad. Resumiendo, en tanto el factor determinante de poder social será la inclusión/exclusión del conjunto de los privilegiados (de acceso al conocimiento, control, etc), podemos esperar el surgimiento de modos distintos de exclusión, para llegar directamente al racismo. La primera señal clara que apunta en esta dirección es la nueva alianza entre la política (gobierno) y las ciencias naturales. En la biopolítica, que surgió recientemente, el gobierno está instigando a la 'industria de los embriones', el control sobre nuestro legado genético por fuera del control democrático, justificado por una oferta que nadie puede rechazar: '¿No quiere usted curarse del cáncer, la diabetes, el Alzheimer...?' Sin embargo, mientras los políticos hacen esas promesas 'científicas', los propios científicos permanecen profundamente escépticos, haciendo hincapié frecuentemente sobre la necesidad de alcanzar decisiones a través de un gran acuerdo social general.

El problema último de la ingeniería genética no reside en sus consecuencias imprevisibles (¿qué ocurriría si creamos monstruos --digamos, humanos sin sentido de responsabilidad moral?), sino la manera en que la ingeniería biogenética afecta fundamentalmente nuestra noción de educación: en lugar de educar a un niño para que sea un buen músico, ¿será posible manipular sus genes para que se incline 'espontáneamente' hacia la música? En lugar de instilar en él un sentido de disciplina, ¿será posible manipular sus genes para que ' espontáneamente' tienda a obedecer órdenes? La situación aquí está radicalmente abierta --si surgirán gradualmente dos clases de personas, los 'nacidos naturalmente' y los manipulados genéticamente, no queda claro de antemano qué clase ocupará el nivel más alto en la jerarquía social. ¿Serán los 'naturales' los que consideren a los manipulados como meras herramientas, no como seres verdaderamente libres, o serán mucho más perfectos manipulados genéticamente los que considerarán a los 'naturales' como pertenecientes a un nivel más bajo de evolución?

La lucha venidera, por lo tanto, no tiene ningún resultado garantizado --nos confrontará con una inédita urgencia para actuar, ya que no sólo involucrará un nuevo modo de producción, sino una ruptura radical en lo que significa ser un ser humano. Hoy ya podemos discernir las señales de un tipo de malestar general --recordemos la serie de eventos normalmente agrupados bajo el nombre de 'Seattle'. La luna de miel de diez años del capitalismo global triunfante ha terminado, la largamente retrasada 'comezón del séptimo año' ya está aquí --seamos testigos de las reacciones de pánico de los grandes medios de comunicación, que, desde la revista Time hasta CNN, todos de repente empezaron a advertir sobre la existencia de marxistas que manipulan a la muchedumbre de manifestantes 'honestos'. El problema ahora es el estrictamente leninista --cómo enfrentar las imputaciones de los medios de comunicación, cómo inventar estructuras organizativas que le confieran a esta inquietud la forma de una demanda política universal. De no ser así, la oportunidad se desperdiciará, y lo que quedará es una perturbación marginal, quizás organizada como un nuevo Greenpeace, con cierta eficacia, pero también con metas estrechamente limitadas, estrategias de marketing, etc. En otras palabras, la lección 'leninista' clave hoy es que la política sin forma organizativa de partido es política sin política, de manera que la respuesta a aquéllos que simplemente quieren los (atinadamente llamados) 'nuevos movimientos sociales' es la misma que la respuesta de los jacobinos a los componedores girondinos: '¡Ustedes quieren la revolución sin una revolución!' El obstáculo de hoy es que parece haber sólo dos caminos abiertos para el compromiso socio-político: o jugar el juego del sistema, comprometerse en la 'larga marcha a través de las instituciones', o activar en los nuevos movimientos sociales, desde el feminismo, pasando por la ecología hasta el anti-racismo. Y de nuevo el límite de estos movimientos es que no son políticos en el sentido del Singular Universal; son 'movimientos contra un solo problema' que carecen de la dimensión de la universalidad, es decir, que no se relacionan con la totalidad social.

La promesa del movimiento 'de Seattle' reside en el hecho de que es exactamente lo opuesto de lo que usualmente se lo designa en los medios de comunicación (la 'protesta anti-globalización'); es el primer grano de un nuevo movimiento global, global con respecto a su contenido (apunta a una confrontación global con el capitalismo actual) así como en su forma (es un movimiento global e involucra una red internacional móvil, capaz de reaccionar desde Seattle a Praga). Es más global que el 'capitalismo global', ya que involucra en el juego a sus víctimas, es decir, aquellos excluidos por la globalización capitalista. Quizás uno debería arriesgarse y aplicar la vieja distinción de Hegel entre universal 'abstracto' y 'concreto' en este caso: la globalización capitalista es el 'abstracto', concentrado en el movimiento especulativo del capital, mientras el 'movimiento de Seattle' está por el 'universal concreto', es decir, por la totalidad del capitalismo global y su lado oscuro excluido.

Aquí el reproche de Lenin a los liberales es crucial: ellos simplemente explotan el descontento de las clases obreras para fortalecer su posición frente a los conservadores, en vez de identificarse con ese descontento hasta el final. 3 ¿No esto lo que ocurre también con los liberales de izquierda de hoy? Les gusta evocar el racismo, la ecología, los agravios contra los trabajadores, etc., para anotarse algunos puntos por encima de los conservadores sin poner en peligro el sistema. Recordemos cómo, en Seattle, el propio Bill Clinton se refirió a los manifestantes que estaban afuera en las calles, recordándoles a los líderes reunidos dentro del palacio sitiado que deben escuchar al mensaje de los manifestantes (el mensaje que, por supuesto, Clinton interpretó privándolo de su aguijón subversivo atribuido a los peligrosos extremistas que introducen el caos y la violencia entre la mayoría de los manifestantes pacíficos). Esta posición clintonesca luego se desarrolló en una elaborada estrategia de contención de 'garrote y zanahoria': por un lado, paranoia (la noción de que hay una oscura conjura marxista acechando por detrás); por otro lado, en Génova, no fue nadie más que Berlusconi el que proporcionó comida y albergue a los manifestantes anti-globalización --a condición de que se 'comportaran con propiedad' y no perturbaran el evento oficial. Pasa lo mismo con todos los nuevos movimientos sociales, hasta los zapatistas en Chiapas. La política del sistema está siempre presta para 'escuchar sus demandas', privándolas de su aguijón político apropiado. La verdadera 'tercera vía' que tenemos que buscar es esta tercera vía entre la política parlamentaria institucionalizada y los nuevos movimientos sociales.

Como una señal de esta emergente inquietud y necesidad de una verdadera tercera vía, es interesante ver cómo, en una entrevista reciente, incluso un liberal conservador como John Le Carré tuvo que admitir que, como consecuencia de la 'aventura amorosa entre Thatcher y Reagan', en la mayoría de los países occidentales desarrollados y sobre todo en el Reino Unido 'la infraestructura social prácticamente ha dejado de funcionar' que luego lo lleva directamente a suplicar directa que, por lo menos, 'renacionalicen los ferrocarriles y el agua'.4 Efectivamente nos estamos acercando a un estado en que la afluencia privada (selectiva) es acompañada por la degradación global (ecológica, de infraestructura) que empezará a afectarnos a todos pronto: la calidad del agua no sólo es un problema en el Reino Unido --un estudio reciente mostró que la totalidad de la fuente de donde se abastece de agua el área de Los Ángeles ya está tan afectada por químicos tóxicos artificiales que pronto será imposible potabilizarla, ni siquiera a través de los filtros más avanzados. Le Carré formuló su furia contra Blair por aceptar las coordenadas básicas thatcheristas en términos muy precisos: 'La última vez, en 1997, pensé que él estaba mintiendo cuando negaba que fuera socialista. Lo peor que puedo decir sobre él es que estaba diciendo la verdad'.5 Más precisamente, aun cuando en 1997 Blair estuviera mintiendo 'subjetivamente', aun cuando su agenda confidencial tratara de mantener lo más posible la agenda socialista, estaba 'objetivamente' diciendo la verdad: su (eventual) convicción socialista subjetiva era un autoengaño, una ilusión que le permitió cumplir con su papel 'objetivo', el de completar la 'revolución' thatcherista.

La respuesta última al reproche de que las propuestas de la izquierda radical son utópicas debería ser que hoy la verdadera utopía es la creencia en que el actual acuerdo general capitalista liberal-democrático pueda continuar indefinidamente, sin cambios radicales. Así, regresamos al viejo lema de 1968 'Soyons réalistes, demandons l'impossible!' ('¡Seamos realistas, demandemos lo imposible!'): para ser de verdad 'realista', uno debe considerar evadirse de los constreñimientos de lo que aparece como 'posible' (o, como normalmente lo llamamos, 'factible'). Si hay que sacar alguna lección de la victoria electoral de Silvio Berlusconi en mayo de 2001, es que los verdaderos utópicos son los izquierdistas de la Tercera Vía --¿por qué? La tentación principal que hay que evitar a propósito de la victoria de Berlusconi en Italia es la de usarla como un pretexto para otro ejercicio en el marco de la tradición izquierdista conservadora de la Kulturkritik (desde Adorno a Virilio) que lamentan la estupidez de las masas manipuladas y el eclipse del individuo autónomo capaz de reflexión crítica. Esto, sin embargo, no significa que las consecuencias de esta victoria deban subestimarse. Hegel dijo que todos los eventos históricos tienen que ocurrir dos veces: Napoleón tenía que perder dos veces, etc. Y parece también que Berlusconi tenía que ganar una elección dos veces para que nos demos cuenta del conjunto de las consecuencias de este evento.

¿Qué es lo que logró Berlusconi? Su victoria nos proporciona una triste lección sobre el papel de la moralidad en la política: el resultado en última instancia de la gran catarsis moral-política --la campaña anti-corrupción de 'manos limpias' que una década atrás arruinó a la Democracia Cristiana y, con ella, a la polaridad ideológica de democristianos y comunistas que dominó la política italiana de pos-guerra-- es que Berlusconi esté en el poder. Es como si Rupert Murdoch ganara las elecciones en Gran Bretaña --un movimiento político dirigido como si fuera una empresa de publicidad. Forza Italia de Berlusconi ya no es un partido político, sino --como su nombre lo indica--más bien un grupo de gente que apoya a una selección de fútbol. Si, en los viejos y buenos países socialistas, el deporte estaba directamente politizado (recordemos las enormes sumas de dinero que la RDA invertía en sus mayores atletas), ahora la política misma se ha vuelto una competencia deportiva. Y el paralelo va incluso mucho más allá: si los regímenes comunistas nacionalizaban la industria, Berlusconi en cierto modo está privatizando el propio estado. Por esta razón, todas las preocupaciones de algunos izquierdistas y demócratas liberales sobre el peligro de un neo-fascismo que acecharía por detrás de la victoria de Berlusconi están fuera de lugar y en cierto modo son demasiado optimistas: el fascismo todavía es un proyecto político determinado, mientras que, en el caso de Berlusconi, en última instancia no hay nada que esté acechando por detrás, ningún proyecto ideológico secreto, sólo la pura convicción de que las cosas funcionarán, de que lo haremos mejor. En resumen, Berlusconi es la pos-política en su estado más puro. La señal última de la 'pos-política' en todos los países occidentales es el creciente enfoque empresarial hacia las funciones de gobierno. El gobierno es reconcebido como una función administrativa, privada de su dimensión propiamente política.

Lo que verdaderamente está en juego en las luchas políticas de hoy es cuál de los dos viejos partidos principales, los conservadores o la 'izquierda moderada', lograrán presentarse a sí mismos como los que verdaderamente encarnan el espíritu pos-ideológico, contra el otro partido al que se descalificará diciendo que 'todavía está atrapado por los viejos espectros ideológicos'. Si los años ochenta pertenecieron a los conservadores, la lección de los noventa parecería ser que, en nuestras sociedades capitalistas tardías, la socialdemocracia de la Tercera Vía (o, más marcadamente aún, los pos-comunistas en las países ex-socialistas) funciona efectivamente como la representante del capital como tal, en general, contra sus facciones particulares representadas por los diferentes partidos 'conservadores', quienes, para poder presentarse su mensaje como si se dirigiera al conjunto de la población también tratan de satisfacer las demandas particulares de los estratos anti-capitalistas (digamos, de los trabajadores de clase media "patrióticos" amenazados por la fuerza de trabajo barata de los inmigrantes. Recordemos a la CDU, que contra la propuesta de los socialdemócratas de que Alemania debía importar 50.000 programadores de computadoras de la India, lanzó la consigna infame de 'Kinder statt Inder!' -'¡Niños en lugar de indios!' Esta constelación económica explica en buena medida cómo y por qué los socialdemócratas de la Tercera Vía pueden estar simultáneamente por los intereses del gran capital y por una tolerancia multiculturalista que apunte a defender los intereses de las minorías foráneas.

El sueño de la Tercera Vía de la izquierda era que el pacto con el diablo funcionara: OK, ninguna revolución, aceptamos el capitalismo como lo único a lo que se puede jugar, pero por lo menos podremos mantener algunos de los logros del estado de bienestar, además de construir una sociedad tolerante hacia las minorías sexuales, religiosas y étnicas. Si la tendencia anunciada por la victoria de Berlusconi persiste, se discierne una perspectiva mucho más oscura en el horizonte: un mundo en el que el dominio ilimitado del capital no se complemente con la tolerancia del liberalismo de izquierda, sino por la típica mixtura pos-política de un espectáculo puramente publicitario junto con las preocupaciones de la Mayoría Moral (recordemos que el Vaticano dio su apoyo tácito a Berlusconi). Si hay una agenda ideológica oculta en la 'pos-política' de Berlusconi es, para decirlo sin vueltas, la desintegración del pacto democrático fundamental posterior a la Segunda Guerra Mundial. En los últimos años, ya hubo numerosas señales de que el pacto anti-fascista posterior a la Segunda Guerra Mundial está crujiendo lentamente --los llamados 'tabúes' están cayendo, desde los historiadores 'revisionistas' hasta los populistas de la Nueva Derecha. Paradójicamente, los que están socavando este pacto se refieren precisamente a la misma lógica de la victimización universalizada por los liberales: seguramente hubo víctimas del fascismo, ¿pero qué hay de las otras víctimas de las expulsiones posteriores a la Segunda Guerra Mundial? ¿Qué hay de los alemanes desalojados de sus hogares en Checoslovaquia? ¿No tienen también algún derecho a una compensación (financiera)?

El futuro inmediato no pertenece a los provocadores derechistas abiertos como Le Pen o Pat Buchanan, sino a gente como Berlusconi y Haider, esos abogados del capital global con la piel de lobo del nacionalismo populista. La lucha entre ellos y la izquierda de la Tercera Vía es la lucha por ver quién será más eficaz en neutralizar los excesos del capitalismo global --la tolerancia multiculturalista de la Tercera Vía o la homofobia populista. ¿Será esta aburrida alternativa la respuesta de Europa a la globalización? Berlusconi es lo peor de la pos-política; ¡incluso The Economist, esa estoica voz del liberalismo anti-izquierda, fue acusado por Berlusconi de ser parte de una 'conjura comunista', cuando le hizo algunas preguntas críticas sobre cómo es que una persona declarada culpable de crímenes podía llegar a ser primer ministro! Lo que esto significa es que, para Berlusconi, toda oposición a su pos-política se basa en una 'conjura comunista'. Y en cierto modo tiene razón -esta es la única oposición verdadera. Todos los demás --los liberales o la Tercera Vía-- están jugando básicamente el mismo juego que él, sólo que con un ropaje diferente. Y la esperanza tiene que ser que Berlusconi también tenga razón con respecto al segundo aspecto de su paranoico mapa cognitivo --que su victoria dará ímpetu a la verdadera izquierda radical.

NOTAS


1 Citado de N Harding, Leninism (Durham, 1996), p168.

2 Ibid, p146.

3 Debo este punto a la contribución de Alan Shandro, 'Lenin y la lógica de la hegemonía', en el simposio 'La recuperación de Lenin', Essen, 2-4 de febrero de 2001.

4 John Le Carré, 'My Vote? I Would Like to Punish Blair', entrevista con David Hare en el Daily Telegraph, 17 de mayo de 2001, p23.

5 Ibid.

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Leninismo en el siglo XXI

Entrevista con Daniel Bensaïd

International Viewpoint N° 335


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[Entrevista con Daniel Bensaid, dirigente de la Ligue Communiste Révolutionnaire (LCR - sección francesa de la Cuarta Internacional (Secretariado Unificado), quien disertó sobre 'Leninismo en el siglo XXI' en el evento 'Marxism 2001', organizado por el Socialist Workers Party de Gran Bretaña]

P. Lenin hizo importantes contribuciones al pensamiento marxista sobre el imperialismo, la cuestión nacional, la estrategia revolucionaria y la democracia socialista. Pero cuando las organizaciones se autodenominan 'leninistas' generalmente se refieren a formas de organización. E incluso la experiencia moderna de tales organizaciones ha mostrado que tienen prácticas organizativas bastante diversas. ¿Qué hay de especial en el 'leninismo' como forma de organización?

R. Tenemos que empezar por recordar que el propio término 'leninismo' recién apareció después de la muerte de Lenin, principalmente en el discurso de Zinoviev ante el Quinto Congreso de la Internacional Comunista (1924). Corresponde a la codificación de un modelo organizativo asociado con la 'bolchevización' de la Comintern que le permitió al Kremlin subyugar brutalmente a los jóvenes partidos comunistas a su propio tutelaje a nombre de combatir la socialdemocracia - que había sido corrompida por el parlamentarismo. La invención del 'leninismo' como una ortodoxia religiosamente momificada, fue parte del proceso de burocratización de la Comintern y la Unión Soviética. Esa es la razón por la cual, en lo posible, personalmente evito utilizar este 'ismo'. Sin embargo, si uno intenta resumir lo que aparece como esencial en las propias ideas organizativas de Lenin, yo resaltaría dos ideas que me parecen concepciones revolucionarias esenciales para esta época, y que retienen su validez hoy. La primera que estuvo en el centro de la polémica en '¿Qué Hacer?' y en 'Un Paso Adelante, Dos Pasos Atrás', es la distinción entre el partido (revolucionario) y la clase (trabajadora) que rechaza todos los intentos confusionistas de combinar o identificar ambos. Esta distinción, elemental desde el punto de vista del marxismo de la Segunda Internacional, implica pensar la especificidad del campo político, su relación de fuerzas, y sus propios conceptos. Este terreno no es simplemente una reflexión o una extensión de la relación social de fuerzas. Expresa la transformación de las relaciones sociales (y la lucha de clases) en términos políticos, con sus propios - como dicen los psicoanalistas - desplazamientos y condensaciones. Sobre todo yo destacaría que esta distinción entre lo social y lo político, entre partidos y clases, paradójicamente abre la posibilidad de pensar la idea del pluralismo; si el partido no es sin más la encarnación de la clase, si no es simplemente la expresión uno a uno de su sustancia social, entonces es pensable que la clase puede estar representada por una pluralidad de partidos. Como corolario la clase puede construir instrumentos de resistencia independientemente de los partidos. De esta forma, no me parece accidental que Lenin tuviera la posición más correcta durante el debate de principios de los años veinte en Rusia sobre el papel de los sindicatos. La segunda idea esencial es respecto a lo que parece ser una de las características más discutibles del leninismo, el centralismo democrático. En la medida en que esta idea se asoció cada vez más con el centralismo burocrático del período stalinista, lo que uno recuerda sobre todo es el centralismo y la imagen de una disciplina semi-militar. Es por esta razón que para nosotros el aspecto democrático es fundamental. Si luego de una discusión libre, no existe un esfuerzo colectivo y un compromiso mutuo en poner todas las decisiones a la prueba de la práctica, la democracia de una organización permanece completamente formal y 'parlamentaria'. Queda reducida a un intercambio de opiniones sin consecuencias reales, cada uno puede participar en el debate con sus propias convicciones, sin una práctica común para probar la validez de una orientación política.

P. ¿Cómo ha evolucionado la concepción del leninismo de la LCR desde su conferencia de fundación en 1969?

R. Debido a las fuertes ilusiones espontaneistas que engendró el movimiento de mayo de 1968 en Francia entre la juventud, la fundación de la Ligue Communiste como sección de la Cuarta Internacional en 1969 fue el resultado de un debate vivo, principalmente sobre la cuestión de la organización. Retrospectivamente, a más de 30 años, este debate fundacional me parece decisivo. Nos permitió crear una organización que resistió el retroceso posterior a 1968, y sobrevivió la prueba de las derrotas subsiguientes. Sin embargo, es necesaria una revisión crítica de ese período. En el contexto del período, teníamos una tendencia a fetichizar al partido como el adversario directo e inmediato del estado, (inspirada por una lectura cuestionable de Poulantzas), y le dimos a nuestro 'leninismo' un giro ligeramente 'militarista' ('ultra-izquierdista' si se prefiere). En esto se puede ver la influencia de Guevara, su voluntarismo y el papel atribuido a las acciones 'ejemplares'. En ese sentido, nuestra interpretación creó parcialmente una especie del 'leninismo apurado', criticado por Régis Debray en su libro 'Crítica de las Armas'.

P. Durante más de una década hemos visto grupos que se referencian en el leninismo que operan dentro de formaciones bastante amplias como el PT en Brasil, el PRC en Italia y ahora tenemos la experiencia del Partido Socialista Escocés (SSP). ¿No existe el peligro de que una inmersión prolongada en estos partidos atrofie la independencia política de dichos grupos leninistas, y que afecte adversamente la capacidad de funcionar como una fuerza motriz coherente en tiempos de crisis política?

R. Los ejemplos mencionados en la pregunta representan experiencias diferentes de construcción de partido, cada uno diferente en su contexto, cada uno específico - del nacimiento de un partido obrero de masas (Brasil), a los conflictos dentro de los viejos partidos comunistas (Italia), hasta los reagrupamientos de corrientes radicales. Más allá de eso, a pesar de esta diversidad, estas experiencias están enmarcadas en una situación de redefinición y recomposición política, abierta por el fin del 'corto siglo XX' desde la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. Este es sólo el principio de un período largo de mutación y redefinición de las fuerzas dentro de los movimientos sociales progresistas. No me parece apropiada la idea de una 'inmersión prolongada' para hablar sobre estas experiencias, en la medida que parece evocar las experiencias de 'entrismo' en los partidos obreros de masas, en los años treinta o después de la Segunda Guerra Mundial. No hay nada 'entrista' en la presencia de corrientes revolucionarias dentro del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil. Estas participan de un proceso de construcción partidaria pluralista, bastante similar a la de los partidos obreros de masas antes de la Primera Guerra Mundial (donde la noción de entrismo tampoco tenía ningún sentido). Dentro de estas experiencias hay contradicciones que debemos reconocer y comprometer. Un partido como el PT brasileño está sujeto a fuertes presiones, debido a su presencia en el parlamento y su papel en los gobiernos locales y regionales (*). Al mismo tiempo, esto posibilita la acumulación de experiencias sociales en una gran escala. ¿Esto significa que una corriente revolucionaria se arriesga a mellar su filo y a perder su espíritu revolucionario? Sin duda. Pero por otro lado, si una corriente revolucionaria se mantiene separada también se arriesga a perder su alma revolucionaria, y a volverse simplemente una secta que denuncia, sin ensuciarse las manos. Es necesario escoger entre los dos riesgos, buscando las mejores soluciones para los peligros (como la educación de los militantes) sabiendo que no hay ninguna garantía absoluta. En todo caso, toda organización crea tendencias conservadoras (incluso el Partido Bolchevique en 1917) y nadie puede estar seguro de que va a estar a la altura de las tareas si hay una crisis revolucionaria; la propia crisis es una prueba de la validez de un proyecto de construcción, y el veredicto no se conoce de antemano.

P. ¿Por qué, por principios, el capitalismo no podría ser derrocado por una alianza de movimientos sociales de masas, cada uno organizado alrededor de proyectos emancipatorios parciales - especialmente si todos ellos ven al capitalismo como al enemigo?

R. La pregunta no me parece la manera mejor de enfocarlo. Desde un determinado punto de vista, el capitalismo será derrocado de hecho por una alianza, o una convergencia, de movimientos sociales de masas. Pero aun cuando estos movimientos, debido a sus proyectos de liberación, perciban al capitalismo como su enemigo (que quizás sea el caso del movimiento de mujeres o el movimiento ambientalista, no sólo el movimiento obreros), no creo que todos estos movimientos jueguen un papel equivalente. Y todos ellos están cruzados por diferencias y contradicciones que reflejan su posición ante el capital como modo global de dominación. Hay un feminismo 'naturalista' y un feminismo revolucionario, un ambientalismo profundamente anti-humanista y un ambientalismo humanista y social. Al discutir esto, uno tal vez podría integrar las contribuciones sociológicas de Max Weber y Pierre Bourdieu sobre la diferenciación social creciente de la sociedad moderna y la diversidad de sus campos de batalla sociales. Si se considera que estos campos de batalla no están estructurados por una jerarquía, sino simplemente yuxtapuestos, entonces quizás se podría inventar una táctica de armar coaliciones cambiantes ('coaliciones arco iris' sobre cuestiones inmediatas). Pero no habría ninguna convergencia estratégica sólida en un acercamiento así. Al contrario, pienso que dentro de un modo particular de producción (el capitalismo), las relaciones de explotación y el conflicto de clase constituyen un marco sobredeterminante que atraviesa y unifica las otras contradicciones. El capital mismo es el gran unificador que subordina cada aspecto de la producción y la reproducción social, remodelando la función de la familia, determinando la división social del trabajo y sometiendo las condiciones de reproducción social de la humanidad a la ley del valor. De hecho, si ese el caso, un partido, y no simplemente la suma de los movimientos sociales, es el mejor agente de unificación consciente.

P. Los fundamentos de la estrategia de Lenin post-1914 era que el imperialismo estaba en su 'agonía', y que era por definición un período de declive capitalista. ¿Cómo se mantiene esto nueve décadas después?

R. Yo no interpreto esa caracterización de la época, una época de guerras y revoluciones, como un juicio coyuntural, o un juicio mecánico sobre el colapso inevitable del sistema. Retrospectivamente, el siglo XX ciertamente parece haber sido el siglo de las guerras y las revoluciones. Y ¡ay! me temo que el siglo XXI, no será diferente de ese punto de vista. Las formas de dominación imperialista cambian pero no desaparecen. La relevancia de la herencia de Lenin y Trotsky, entendida de una manera crítica y no-dogmática, reside en la realidad contemporánea del capital y del propio imperialismo.

P. Varias organizaciones revolucionarias por fuera de la Cuarta Internacional (por ejemplo Lutte Ouvriere -LO- de Francia, el SWP de Gran Bretaña y el Partido Socialista Democrático -DSP- de Australia) tienden a plantear que la LCR francesa está mal organizada y carece de centralización política. ¿Usted está de acuerdo con que el involucramiento profundo y permanente de la LCR en diversos movimientos de masas y frentes únicos ha reducido su capacidad para la movilización rápida alrededor de campañas centrales? Y si es así, ¿es una opción inevitable en las condiciones modernas?

R. Hay un elemento de verdad en eso. La LCR pudo resistir las derrotas de los años ochenta y los noventa esencialmente gracias a su actividad en el movimiento de masas - en los sindicatos y en los movimientos sociales de masas (desocupados, mujeres y anti-racistas). Todo el mundo reconoce que en Francia la renovación del sindicalismo combativo, o la de AC! y Ras le Front,(1) no podrían haber tenido el mismo nivel de desarrollo sin los militantes de la LCR. Pero el marco de un debilitamiento en la resistencia de los trabajadores, la utilidad de los movimientos sociales de masas parecía más obvia que la de una organización política como la nuestra, que podía parecer en cierto punto algo así como una red y un foro para discutir ideas. Esto llevó ciertamente a una laxitud organizativa, qué lamentamos y hemos estado intentando corregir durante varios años, digamos, desde 1995-7. Pero preferimos ese problema a ser una ' ciudadela sitiada'. Lutte Ouvriere por cierto ha mantenido un nivel más alto de patriotismo partidario, pero el precio ha sido exorbitante; una petrificación sectaria y una incomprensión de los movimientos sociales. Entonces, nuevamente, hay siempre una tensión entre la construcción de un partido político y la intervención en frentes únicos, entre el riesgo de una respuesta sectaria y el de la dilución del propio perfil político. No se puede resistir esa doble tentación por medio de una fórmula mágica, uno tiene que construir su camino en forma concreta en cada caso. En una manifestación, LO (si participa) puede tener un contingente numéricamente mayor que el de la Liga, pero los militantes de la Liga también están presentes en los contingentes de sus sindicatos, Attac, Ras L'Front, etc. Opino que hacemos más para desarrollar el 'movimiento real por la abolición del orden existente' que es la definición misma del comunismo.

P. La reciente escuela del SWP 'Marxism 2001', que contó con buena concurrencia, mostró nuevamente que el promedio de edad de las organizaciones de la extrema izquierda en Europa no es tan bueno (la mayoría con más de 30 años, y una proporción alta de más de 40). ¿Por qué? ¿Qué puede hacerse al respecto?

R. Lo que me conmueve y me parece lo más importante, más que el perfil de edad de las escuelas de verano y las reuniones como las conferencias Marx en Francia, es la renovación del interés en la crítica marxista de la sociedad moderna y de la globalización capitalista. Ciertamente, preferiríamos una asistencia más joven, pero el hecho de que una parte de la generación de los sesenta ha sobrevivido políticamente los 'años de Thatcher' o los 'años de Mitterrand' es algo así como una recompensa para el futuro; hay posibilidad de una continuidad y una transmisión de experiencias. Basándonos en eso, tenemos que hacer un esfuerzo por encontrar la manera de acceder a las formas actuales de politicización de los jóvenes. Porque estas formas existen de verdad. En las movilizaciones actuales contra la globalización podemos ver paralelos con las luchas que generaron la radicalización antes de 1968 - como por Vietnam o la guerra de Argelia. Y a propósito, no deberíamos hacer un mito o exagerar la radicalización pre-1968. También podemos ver la radicalización presente en fenómenos musicales o culturales. Por otro lado, si organizaciones como el SWP y la LCR están un poco 'ahuecadas' en cuanto a la generación de los ochenta, estas parecen entender el principio de una nueva perspectiva entre la juventud.

P. Era un axioma para las organizaciones trotskistas en los años sesenta, setenta y ochenta que el leninismo implicaba un nivel permanentemente alto de actividad de todos los miembros. A menudo esto llegó a adquirir tonos moralistas e incluso cuasi-religiosos. ¿Es realista esperar que un número grande de activistas sostenga niveles altos de actividad durante décadas? ¿Independientemente de la situación política?

R. Un compromiso (voluntario) con la lucha revolucionaria no es ciertamente una afición para el fin de semana. Parece normal que implique un compromiso con la actividad, sacrificios de carrera y esfuerzo financiero. Eso no significa que sea necesario tener una mística de sacrificio o el espíritu religioso de los misioneros. Es más, a menudo las organizaciones que practican tal dopaje ideológico se revelan como las más vulnerables a la desmoralización; entonces la desilusión y el desaliento son proporcionales a la exageración eufórica de su motivación. Sin duda que el tipo de activismo que generalmente se acostumbraba en los años setenta iba ligado frecuentemente a una apreciación exagerada de las oportunidades para los socialistas, pero también a la disponibilidad de miembros que en su aplastante mayoría eran jóvenes, y no tenían aún un trabajo estable o familiares que mantener. Nosotros decimos que hemos madurado y que nuestra militancia se ha 'normalizado' en su ritmo y sus necesidades. De aquí en más el riesgo podría ser el inverso: caer en el rutinarismo.

P. ¿El centralismo democrático es un objetivo realizable a nivel internacional? ¿Llegaremos a ver alguna vez una nueva Internacional de masas organizada como la Comintern? A la luz de la experiencia moderna ¿es realmente cierto que las organizaciones revolucionarias sufren desviaciones 'nacional-comunistas' por estar fuera de una Internacional?

R. Ya vimos antes que la noción de centralismo democrático es difícil de definir. Esto es mucho más aún a nivel internacional. La Cuarta Internacional se definió desde sus inicios como un partido mundial. Esto engendró confusión al permitir la visión de que era posible operar con el grado de centralización de un partido nacional. Eso permitió desgracias como aquella de 1952, cuando la dirección electa de la sección francesa fue suspendida por el Secretariado Internacional. Una cosa así es inimaginable hoy. Los Estatutos adoptados en 1974 reconocieron la soberanía de las direcciones nacionales. El Congreso de 1985 dejó explícito que la Internacional está compuesta de secciones y no de adherentes individuales, y eso implica una estructura muy federal. Es necesario continuar la reflexión sobre el tipo de democracia posible a nivel internacional. Si es posible adoptar posiciones comunes sobre los grandes eventos internacionales, es sin embargo absurdo que los delegados europeos voten sobre las tácticas electorales en Perú o las tácticas sindicales en Brasil. En lugar de discutir una fórmula (partido mundial, centralismo democrático), ahora quizás sería mejor discutir un balance calmo y objetivo de experiencias y prácticas, para buscar el equilibrio correcto entre una súper-centralización destructiva y una simple red para la discusión, sin ningún compromiso o involucramiento común. También es necesario seguir las experiencias de renovación internacionalista atentamente, principalmente en el movimiento contra la globalización capitalista, recuperando la discusión de las experiencias del pasado. Personalmente permanezco muy pendiente de la necesidad de una Internacional, y no creo que solamente sea necesaria durante los períodos de avance revolucionario impetuoso. Sin embargo, no creo que la Comintern siga siendo un modelo para esto.

P. Los pequeños grupos que luchaban por construir partidos leninistas lograron sus primeros avances entre mediados a fines de los años sesenta. Después de un esfuerzo de más de 30 años podría argumentarse que los resultados son bastante modestos. Es indudable que buena parte de los motivos para esto tienen sus raíces en factores profundamente objetivos - las derrotas de la clase obrera, el neoliberalismo, el colapso del 'comunismo', etc. En una mirada retrospectiva, ¿se cometieron grandes errores? ¿Los resultados podrían haber sido mejores?

R. Sin duda que los resultados podrían ser mejores. Uno podría repasar la historia de los años treinta y hacer un inventario de los errores. De hecho, hacerlo no es una cosa inútil en absoluto, porque estas experiencias, estos tesoros de inteligencia, de devoción y de sacrificio no fueron para nada en vano. Pero si uno considera que los resultados fueron limitados, con tantas avenidas exploradas, tantas interpretaciones teóricas que se intentaron, entonces sin ninguna duda que las circunstancias fueron muy duras. Digo las circunstancias y no las condiciones objetivas porque hay un problema en la contraposición entre las condiciones objetivas y subjetivas. Las dos se unen obviamente. Si uno las disocia completamente, entra en paradojas que a menudo han tenido consecuencias desastrosas en el movimiento trotskista. Si las circunstancias objetivas fueron tan excelentes como uno cree, y si el movimiento revolucionario no pudo capitalizarlas, entonces fueron las organizaciones, sus direcciones, sus militantes los que fallaron; o además hubo traidores internos. Ese tipo de paranoia no le hace bien a nadie.



NOTAS

1. Respectivamente, una red anti-desempleo y un grupo anti-fascista

NOTA DEL TRADUCTOR

*. Esta entrevista fue realizada en 2001, antes de que el PT ganara las elecciones y llegara a la presidencia de Brasil.


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