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Bagdad, una ciudad que se niega a morir
Autor: Rajiv Chandrasekaran
Fuente: The Washington Post
Fecha: 12/02/2003

Título Original:

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Bagdad, Irak. Todos los viernes por la mañana, antes de las oraciones del mediodía, una tranquila calle de un viejo barrio de Bagdad se transforma en un mercado popular que atrae a una gran cantidad de jubilados vestidos con trajes deshilachados y de adolescentes con chamarras de piel, que se acercan para examinar cuidadosamente los montones de libros usados regados alrededor de todo el pavimento.

"¿Tiene alguna novedad?", preguntó recientemente un maestro ansioso por leer algún libro nuevo de ficción.

Pero el vendedor negó con la cabeza. La mayoría de los libros que tenía eran viejos y estaban un tanto maltratados, vestigios de bibliotecas privadas que fueron vendidas porque sus propietarios necesitaban dinero para sobrevivir al embargo comercial impuesto por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) después de que Irak invadiera Kuwait, en 1990. Finalmente, el maestro compró una colección de poesía escrita hace más de mil años, en los tiempos en que Bagdad era una ciudad cosmopolita y sofisticada, un centro de la ciencia y la literatura, del arte y la diversión, del álgebra y las Mil y una Noches.

"Cuando el presente es difícil, hay que recordar el pasado", dijo el profesor. "Eso nos da fuerzas para continuar".

Traumatizados por un régimen autoritario, dos guerras devastadoras, las sanciones de las Naciones Unidas y la inminente amenaza de una invasión estadounidense, los habitantes de Bagdad sobreviven gracias a la nostalgia, a los recuerdos de hace décadas, o incluso siglos.

"Tenemos una profunda relación con la civilización que data de los días de Ali Babá, o de antes, de la época de los babilónicos, que dieron al mundo el primer código de leyes, y de la de los sumerios, que inventaron la escritura", señaló Fadhil Thamir, crítico literario que frecuenta el mercado de libros. "Somos un sitio de cultura, algo que nos hace sentir muy, muy orgullosos".

Algunos iraquíes recuerdan la década de los años 70, antes de la catastrófica guerra con Irán, cuando gracias a los ingresos petroleros, la mayoría de los iraquíes podían llevar una vida cómoda. Podían comprar carros nuevos y hogares espaciosos. Otros iraquíes más viejos recuerdan aquellos días en que el país era gobernado por una monarquía instalada por los británicos y la gente disfrutaba de mucho mayores libertades. Y algunos otros sueñan con el Irak de Ali Babá y los 40 ladrones y otras historias del libro Las mil y una noches , cuando Bagdad era la capital de un imperio que abarcaba del norte de África hasta las orillas de China. Hay quienes evocan a las antiguas civilizaciones de Sumeria y Babilonia, cuyos descendientes establecieron una pequeña población llamada Bagdad en un recodo del río Tigris hace unos 2 mil 800 años.

La mayoría de las reliquias de aquel mundo fueron destruidas por las inundaciones, las tormentas de arena y las invasiones de los mongoles. El resto fueron derribadas hace décadas para construir en su lugar caminos y edificios más modernos. Sólo quedan algunos vestigios de la próspera década de los 70: cines en donde se exhiben películas de hace 15 años, tiendas de relojes suizos que sólo venden piezas usadas y bares convertidos en cafés después de que el gobierno prohibió el consumo de alcohol en lugares públicos.

Los restos del Estado benefactor de Saddam Hussein también se han derrumbado; las autopistas al estilo estadounidense están llenas de carcachas, y los que alguna vez fueron hospitales modernos carecen actualmente de medicinas.

Pareciera que Bagdad está dominada por signos de las aspiraciones de grandeza de Saddam. Hay extravagantes palacios e imponentes ministerios del gobierno, monumentos al militarismo e infinidad de retratos del presidente en las calles. Por todas partes hay pancartas proclamando lealtad al dirigente y mítines organizados donde la gente profesa su voluntad de sacrificarse por el gobierno.

Pero, en privado, muchas personas dicen que nada de eso es significativo. Para ellos, el espíritu de esta ciudad de seis millones de personas está en lugares como el mercado de libros, donde todavía puede sentirse la intensidad intelectual que durante siglos definió a sus comunidades, estimulando recuerdos que les han permitido sobrevivir a la represión política, las guerras y el embargo. Los habitantes de Bagdad sienten el mismo orgullo que los parisinos y los neoyorquinos: piensan que viven en una de las mejores ciudades del mundo Si las tropas logran apoderarse de Bagdad como hicieron antes los mongoles, los turcos otomanos y los británicos, encontrarán una ciudad de gente demasiado orgullosa como para darle la bienvenida a una fuerza invasora, pero impaciente por un cambio que, espera, les devolverá su gloria perdida.
"Tenemos sentimientos contradictorios", dijo un escritor de Bagdad. "No nos gusta la idea de que vengan los estadounidenses, pero tampoco estamos listos para decir que estamos siempre con el régimen. A la mayoría de la gente le gustaría hoy por hoy algo mucho mejor".

Un intelectual iraquí dijo que si las fuerzas estadounidenses quieren ser aceptadas, "tendrán que hacer algo más que simplemente traer la democracia y castigar a los adeptos de Hussein. Tendrán que enfocarse en reconstruir Irak. La gente desea ver el renacimiento de su ciudad". Excepto por algunos sitios ubicados en el centro de Bagdad, pocos lugares parecen tener más de 50 años de antigüedad. La renovación empezó en 1968, cuando el Partido Baath derrocó al gobierno militar y se dedicó a convertir la antigua Bagdad en una ciudad moderna. Los edificios que tenían columnas romanas y balcones de hierro fueron derribados para construir ministerios del gobierno y amplias avenidas. Incluso los sitios considerados como históricos fueron reconstruidos con ladrillos nuevos, y perdieron consecuentemente todo su encanto.
La campaña de modernización llevó a la construcción de hospitales, universidades y centros comerciales. Los sistemas de educación y de atención médica de Bagdad llegaron a ser considerados como los mejores del mundo árabe.
Para la década de los 70, y gracias a los ingresos derivados de las segundas reservas petroleras más grandes del mundo, Bagdad parecía estar al borde de un renacimiento.

"Era como cualquier ciudad europea", dijo Qasim Alsabti, propietario de una galería de arte. "Podías comprar todo lo que quisieras. Podías tener la mejor comida. Podías pasar toda la noche divirtiéndote". El arte y la literatura también florecieron. La estrecha relación de los iraquíes con los libros se volvió tan famosa que la gente en el mundo árabe decía: "El Cairo escribe, Beirut publica y Bagdad lee".
Pero esos días terminaron en 1980, un año después de que Saddam asumiera formalmente la presidencia, cuando Irak emprendió la guerra contra Irán. En 1990, dos años después de que terminó esa guerra, y cuando los iraquíes pensaban que podrían retomar sus vidas, el presidente iraquí envió tanques a Kuwait. Las consecuencias la guerra del Pérsico y las sanciones económicas ahogaron a la ciudad.

"Los últimos 20 años han sido como otra invasión mongólica", dijo Hussein Alí, vendedor de libros. "Nos han robado nuestra gloria".
La destrucción es evidente en todas partes. En la calle Sadoun, las aceras están llenas de niños boleros y de mendigos. Las condiciones son todavía peores en Ciudad Saddam, un barrio de más de 2 millones de chiítas, donde las calles están llenas de alcantarillas destapadas y montones de basura.

El panorama de Saddam City contrasta con el de los distritos Arrasat y Mansour, donde vive una minoría privilegiada que se ha enriquecido a través de las conexiones gubernamentales y el tráfico de petróleo.

Pero el rey indiscutible de la opulencia es Saddam, quien ha construido decenas de majestuosos palacios alrededor de la ciudad.
Muchos residentes consideran que los palacios y monumentos de Saddam son atracciones suntuosas que en realidad no reflejan el carácter de la ciudad. Para ellos, lo que importa son los pequeños pasos que han dado para reconstruir sus vidas. En uno de los extremos de la calle Mutanabi, donde está el mercado de libros, un grupo de hombres viejos se reúne como lo ha hecho desde hace décadas en un modesto café donde leen el periódico y conversan sobre los sucesos del día. Uno de los tópicos comunes son los viejos tiempos.

"Una gran ciudad ha quedado en ruinas", dijo un cliente. Uno de sus amigos movió la cabeza en señal de desacuerdo y golpeó la mesa. "¡Bagdad no está muerta!", gritó. "Sólo está dormida. Y creo que despertará muy pronto".

 

 

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