La guerra de Irak abre un nuevo período internacional. Después
de años en los que propagandizaron el inicio de un nuevo orden
mundial en "democracia y libre mercado", primero sobrevinieron
las catástrofes económicas, como la que sufrió
Argentina, y ahora el podrido sistema capitalista muestra su cara
atroz de la guerra. Lejos de un horizonte de progreso, estamos ante
la profunda decadencia del capitalismo imperialista.
Para los objetivos de Bush y su administración, la invasión
a Irak sólo es el comienzo. Ayer fue Afganistán, hoy
es Irak y anuncian que intentarán avanzar más adelante
contra otros pueblos oprimidos. En su decadencia, el imperialismo
norteamericano pretende arrastrar a la destrucción a naciones
enteras. Las crisis capitalistas y las guerras abren una etapa donde
millones de seres humanos son empujados a sufrimientos inauditos,
a la degradación o directamente a la muerte.
Pero un nuevo y alentador fenómeno recorre el mundo: el germen
de un nuevo internacionalismo.
La reacción imperialista encuentra resistencia en un movimiento
de masas extendido en todo el mundo. No sólo en las muestras
de heroísmo que empieza a dar el propio pueblo iraquí
ante el invasor, sino también en las extraordinarias movilizaciones
contra la guerra tanto en el mundo árabe como en las principales
capitales de occidente. Este movimiento mundial no cayó del
cielo.
El movimiento antiguerra que recorre las calles de los EE.UU., Inglaterra,
España o Italia, nació en las movilizaciones anticapitalistas
de Seattle, en el corazón del monstruo, en el año 99
y se ha masificado ante la agresión imperialista.
Las masas que salen a la calle en Egipto y los países árabes,
recogen la bandera de la heroica Intifada Palestina.
Y en Latinoamérica esta resistencia a los planes de opresión
también tuvo sus jornadas revolucionarias en Argentina, sus
insurrecciones obreras y campesinas en Bolivia, la derrota de los
intentos golpistas en Venezuela.
Todo este panorama muestra que al declive del dominio norteamericano
se opone una recomposición de la actividad y conciencia del
movimiento de masas que se cuela por las grietas abiertas por las
pujas entre las distintas potencias imperialistas.
En el período que se abre, los marxistas revolucionarios del
PTS llamamos a los trabajadores y luchadores populares con conciencia
a prepararse y organizarse para una mayor y más dura lucha
de clases a escala internacional. Las crisis capitalistas recurrentes
y la ofensiva guerrerista norteamericana que se ha iniciado empujarán
a más amplias masas a la acción directa en cada país.
La promesa de que "otro mundo es posible" sin destruir al
monstruo imperialista se demostrará como una simple estafa.
Los que promueven la reforma y la "humanización"
del capitalismo son incapaces de detener la carnicería de los
misiles y bombas que caen sobre el sufrido pueblo de Irak. A las catástrofes
económicas y a la escalada guerrerista, con sus secuelas de
hambrunas, sólo se las detiene con los métodos de la
revolución social. Esa debe ser la guía para forjar
la herramienta que los trabajadores hagan suya para liquidar el sistema
de opresión, explotación y guerra: un partido mundial
de la revolución socialista.
Las claves de la guerra y la política revolucionaria
Los yanquis iniciaron un curso guerrerista y neocolonialista
Norteamérica comenzó a poner en acción parte
de su infernal arsenal de guerra como un intento de mantener su declinante
hegemonía política y económica sobre el mundo.
Aprovecharon el atentado a las Torres Gemelas para intentar demostrar
que a nadie se le puede ocurrir desafiar el domino mundial de EE.UU.
Primero en Afganistán, ahora en Irak. Es un mensaje de autoridad
dirigido en primer lugar a las naciones oprimidas que no aceptan sus
dictados ("el eje del mal" que para Bush hoy son Irak, Irán
y Corea del Norte), pero también a las potencias competidoras,
europeas y asiáticas, para que todos sigan subordinándose
a Washington.
Para ello, hicieron a un lado la pretendida "legalidad"
imperialista y sus instituciones, como la ONU, que ellos mismos diseñaron
a partir de 1945 para encubrir el sojuzgamiento a los pueblos del
mundo, dejando claramente de manifiesto el carácter abiertamente
imperialista de la actual guerra. Un plan neocolonialista que en primer
lugar intentará rediseñar al Medio Oriente, poniendo
un régimen títere en Irak, dar una lección al
extendido odio antiyanqui de las masas árabes, al mismo tiempo
que buscan el control de las reservas de petróleo y sostener
al dólar como moneda en las
transacciones petroleras y reserva internacional frente a la competencia
del euro.
Pero para la administración Bush, la invasión a Irak
es el comienzo de una serie de "guerras preventivas", tan
sólo una campaña en un plan de guerra permanente. Más
adelante intentarán avanzar contra Siria, Paquistán,
Irán u otros pueblos oprimidos. La ofensiva imperialista significa
también que intentarán disciplinar la resistencia en
Latinoamérica, fortalecer y blindar gobiernos completamente
títeres al estilo de Colombia.
Los imperialistas "pacifistas" de Francia y Alemania
Un gran sector de los que se movilizan contra la guerra tenían
la ilusión que las Naciones Unidas, en las que Francia y Alemania
se opusieron a la acción "unilateral" de los EE.UU.,
podían detener la agresión armada. Pero lejos de frenar
la guerra, la ONU retiró todo su personal antes del primer
bombardeo, ni siquiera hizo un repudio formal de la invasión
y ahora es el terreno de disputa entre las potencias imperialistas
para participar del botín de Irak en la posguerra. Más
aún, en lo que todos han llegado a un acuerdo es en poner en
marcha nuevamente el programa "petróleo por alimentos":
el propio pueblo iraquí es el que paga con las exportaciones
de sus recursos naturales en manos de la ONU la catástrofe
humanitaria que está causando la guerra.
Francia y Alemania se vistieron de "garantes de la paz".
Como alternativa al plan de EE.UU., Inglaterra y España, ellos
propusieron, con el apoyo de Rusia y con un perfil más bajo
también de China, otro plan descaradamente imperialista: reforzar
las inspecciones de la ONU "para desarmar a Irak", es decir
un avasallamiento de la soberanía iraquí para que se
convierta en un protectorado de las principales potencias.
En estos momentos, Chirac y la socialdemocracia francesa, permiten
que los temibles B-52 que despegan de Inglaterra hacia Irak surquen
los cielos de Francia con su mortífera carga, mientras el gobierno
imperialista francés discute la participación de sus
empresas en la "reconstrucción" iraquí. Sin
su concurso los EE.UU. no podrían hacer la guerra.
El imperialismo, tanto el guerrerista, como el coyunturalmente "pacifista",
tiene un sólo significado: o guerra o paz de los cementerios.
Desde el PTS sostenemos que su liquidación debe ser la causa
de todos los pueblos del mundo.
No habrá paz bajo el capitalismo
Millones salen a las calles y aún los que no se movilizan
masivamente, como en Argentina, se oponen por abrumadora mayoría
a esta guerra de coloniaje bajo la bandera de la paz. Una justa y
legítima aspiración de la humanidad explotada y oprimida
que rechaza esta criminal intervención, tanto más progresiva
en los países agresores. Miles de ellos se enfrentan valientemente
contra la propaganda patriotera de sus gobiernos y lar represión,
incluso yendo a parar a prisión. Esta formidable movilización
tiene una importancia crucial, pero para que se desarrolle es necesario
discutir su horizonte.
En su fase imperialista, el capitalismo ha desatado dos guerras mundiales
que liquidaron a cerca de ochenta millones de personas, además
de innumerables intervenciones militares contra estados semicoloniales,
guerras fratricidas y guerras coloniales como las del estado racista
de Israel contra el pueblo palestino.
Con esta guerra contra Irak buscan garantizarle fabulosos negocios
a un puñado de monopolios que se apropiarán de su petróleo
y se quedarán con los dividendos de la "reconstrucción"
del país devastado. Esto es tan evidente que una empresa vinculada
al vicepresidente yanqui, Dick Cheney, se adjudicó el millonario
negocio de apagar los pozos de petróleo incendiados, mientras
que la Shell y la British Petroleum ya le exigieron a Blair que les
entreguen unos cuantos pozos luego de la presunta victoria imperialista.
La guerra es un producto inevitable de la sociedad dividida en clases
y de un mundo dividido entre potencias capitalistas competidoras.
Nadie puede hacerse ilusiones sobre la paz mientras sigan dominando
el mundo un puñado de estados imperialistas que imponen la
subordinación por todos los medios y para eso cuentan con arsenales
que incluyen todo tipo de "armas de destrucción masiva".
Para terminar con las guerras es imprescindible terminar con el sistema
capitalista-imperialista que, guiado por la sed de ganancias de sus
monopolios, llevará a la humanidad a la barbarie y la destrucción.
La justa aspiración de vivir en paz sólo será
posible con la construcción de un nuevo orden social, una sociedad
que elimine la explotación y la opresión, y con ella
la causa de todas las guerras. Nuestra alternativa estratégica
sigue siendo: Socialismo o Barbarie.
No somos pacifistas
Los pacifistas condenan por principio toda guerra por "inmoral".
Esta posición lleva a igualar la violencia contrarrevolucionaria
de los opresores con la legítima lucha de los oprimidos.
La guerra es la continuación de la política por medios
violentos y los revolucionarios sostenemos que hay guerras justas
e injustas. Para poder definir una política correcta hay que
preguntarse cuáles son las causas de la guerra, qué
clases y estados las llevan adelante y qué condiciones histórico-económicas
le dieron lugar.
En el siglo XX hubo guerras interimperialistas, reaccionarias, como
fueron las dos guerras mundiales, llevadas adelante con el objetivo
de dirimir la pelea de los distintos imperialismos por el reparto
del mundo. Bajo la consigna de "defender la patria", los
estados imperialistas mandaron a millones de obreros y campesinos
a matarse entre ellos por los negocios capitalistas. En este tipo
de guerras, los marxistas propugnamos el "derrotismo revolucionario"
en los países centrales con el objetivo de "transformar
la guerra imperialista en guerra civil". Esto significa que,
promoviendo la unidad internacionalista de los obreros del mundo por
encima de las fronteras, buscamos llevar al interior de los países
imperialistas el enfrentamiento entre los explotados con los gobiernos
de sus explotadores.
También los imperialistas suelen promover guerras fratricidas
entre pueblos oprimidos bajo la máxima de "divide y reinarás".
En los '80 promovieron la de Irak e Irán con un millón
de muertos, primero armando a Irak luego vendiendo armas clandestinamente
a Irán, dinero con el que, a su vez, financiaban a la "contra"
nicaragüense para desangrar la revolución centroamericana.
Pero la actual guerra es una clara guerra de rapiña, de agresión
imperialista contra una nación oprimida como Irak. Bajo la
máscara de la "democracia", aprovechando el carácter
dictatorial del régimen iraquí, buscan imponer una colonia
yanqui: es decir menos democracia aún, ya que eso significa
la liquidación de toda soberanía nacional, para sojuzgar
a su pueblo y expoliar sus riquezas. Toda guerra de defensa y liberación
nacional de una nación oprimida, es para los revolucionarios
una guerra justa y legítima, como lo fueron -por ejemplo- la
lucha por la liberación de Argelia contra los colonialistas
franceses o la guerra de Vietnam. Los revolucionarios nos ubicamos
en el campo militar de los países semicoloniales, independientemente
que los gobierne un régimen dictatorial como el de Hussein,
porque el triunfo del país imperialista significará
dobles cadenas para el pueblo de la nación semicolonial, y
padecimientos peores aún que con su dictadura doméstica.
Por el contrario la movilización de masas al interior de Irak
para derrotar al invasor dejará al pueblo iraquí en
mejores condiciones para liberarse del actual régimen y un
triunfo de Irak se constituiría en un extraordinario acicate
para la lucha contra la explotación y la libertad de todos
los pueblos oprimidos de la región y el mundo.
La política marxista en la actual guerra es la combinación
del derrotismo revolucionario en los países agresores, para
lo cual es una base de apoyo el movimiento antiguerra pero que debe
avanzar del actual pacifismo progresivo a la lucha abierta contra
los gobiernos de Bush, Blair, Aznar; con el apoyo incondicional a
la guerra de defensa nacional en Irak para que, superando la dirección
burguesa de Saddam Hussein, se transforme en una verdadera guerra
de liberación nacional en Irak y todo el mundo árabe.
La experiencia de la lucha de Argelia contra el imperio francés
o del heroico pueblo vietnamita contra el ejército norteamericano,
demostró que la combinación de la resistencia de los
pueblos oprimidos y la movilización en las potencias imperialistas
agresoras, ha permitido la derrota de los más poderosos del
mundo, aunque por el rol de sus direcciones esto se lograra a un alto
costo que no economizó pérdidas en vidas y años
de guerra.
Victoria para Irak
El pueblo iraquí no ha recibido a las tropas angloyanquis
como sus "libertadores" sino como lo que verdaderamente
son: un ejército de ocupación. Los invasores encontraron
las primeras muestras de una encarnizada resistencia de los soldados
y fuerzas irregulares. La resistencia iraquí ha apelado a la
guerra de guerrillas y hasta a ataques suicidas. Sostenemos que para
que esta resistencia se desarrolle es necesario, en primer lugar,
dotar de armas al conjunto del pueblo iraquí y no sólo
a los aliados del régimen, pasar al armamento general de la
población y su organización en milicias.
Los gobiernos árabes se niegan a esto y el propio Saddam Hussein
le teme a la movilización independiente de su pueblo tanto
como al imperialismo.
Los objetivos del gobierno de Hussein son la autopreservación
del régimen que garantiza los privilegios de sus acólitos
a costa de la opresión y explotación de las mayorías
populares. En 1991, con un cierto guiño imperialista, se encargó
de sofocar violentamente los levantamientos de los kurdos (una nación
sin Estado de 20 millones de habitantes, dispersados y tratados brutalmente
no sólo en el norte de Irak sino en Siria, Turquía e
Irán) y de los chiítas, la mayor parte de la población.
Esta cruenta opresión se constituye en una traba para unificar
la nación contra el imperialismo y ganar la guerra.
La política militar revolucionaria debe ligar el armamento
generalizado a las demandas más sentidas de los millones de
pobres iraquíes, que no entregarán sus vidas sólo
con el objetivo de defender a un régimen opresor.
Sólo reuniendo todas las fuerzas sociales explotadas y oprimidas
detrás de objetivos nacionales revolucionarios y apelando a
la ayuda internacionalista, se puede enfrentar seriamente semejante
agresión. La guerra necesita una dirección que empiece
por reconocer el pleno derecho de autodeterminación del pueblo
kurdo, que otorgue las tierras a los campesinos, que promueva el control
obrero de las fabulosas riquezas petroleras. Así, bajo estos
objetivos verdaderamente nacionales podrán constituirse y armarse
milicias con moral de combate para echar a la invasión. Esta
es la única perspectiva real para las masas iraquíes,
pero no puede esperarse del régimen de Hussein.
Contra la propaganda imperialista que dice querer imponer una supuesta
"democracia" en todo Medio Oriente mediante bombas y misiles,
la consumación de las aspiraciones democráticas de todo
los pueblos árabes, incluyendo la creación de un estado
palestino en todo el territorio histórico, es decir sobre las
ruinas del racista Estado de Israel basado en la expulsión
de los palestinos y en una legislación teocrática que
le niega derechos elementales a quienes no son judíos, vendrán
de la expulsión del imperialismo y del derrocamiento revolucionario
de los corruptos gobiernos capitalistas de los estados árabes.
Sobre esa base podrá crearse una federación de repúblicas
obreras y socialistas del Medio Oriente.
La acción internacional de los trabajadores: una cuestión
estratégica
Tanto los propagandistas a sueldo del imperialismo, al estilo de
la CNN, como aquellos que se opusieron al ataque militar alentando
la ilusión de que la ONU podría detener la matanza,
ahora presentan como inevitable la victoria imperialista.
Se basan en el dato cierto de la enorme superioridad militar de Estados
Unidos y sus aliados. La disparidad entre la principal potencia militar
del mundo y el ejército iraquí es evidente. Es muy difícil
que Irak solo pueda hacer frente a esta maquinaria bélica.
Pero la batalla contra el imperialismo no se libra sólo en
las trincheras de Basora o Bagdad, sino también en las calles
de Londres, Nueva York, Madrid, en el mundo árabe y musulmán
y también aquí en la Argentina. No hay que olvidar ni
por un minuto que la vasta mayoría del mundo se opone a esta
guerra y quiere detenerla. A diferencia de Vietnam, antes de iniciada
la guerra y no después de años de sangrientos resultados,
se viene desarrollando un movimiento en las potencias imperialistas.
Aunque las movilizaciones de masas no han sido suficientes para frenar
la guerra, han puesto en acción una nueva generación
de jóvenes y trabajadores que comprenden los objetivos reaccionarios
de Bush y sus aliados y han causado una profunda crisis a los gobiernos
de Tony Blair, de Aznar o Berlusconi. Los manifestantes en Madrid
piden la dimisión de Aznar y comienzan a cuestionar a la "intocable"
monarquía del rey Juan Carlos. En Estados Unidos las protestas
y acciones de desobediencia civil enfrentan la represión policial
y la propaganda patriotera. Miles de secundarios salen diariamente
de sus aulas en Londres o en Berlín para decirle: "no
a la guerra por petróleo". En Melbourne, Bélgica
o Grecia hay enfrentamientos violentos con la policía. En Italia
miles de jóvenes y de trabajadores portuarios y ferroviarios
intentaron valientemente bloquear los envíos de armas para
el Golfo Pérsico. Allí también se desataron huelgas
semi espontáneas con el inicio de los bombardeos en todas las
principales fábricas del norte industrializado, incluyendo
la FIAT.
En el mundo árabe y musulmán, centenares de miles se
movilizan en Yemen, en El Cairo (Egipto) rompiendo imágenes
del reaccionario presidente Mubarak, en Siria se alistan combatientes
para Irak, en El Líbano en solidaridad con sus hermanos iraquíes
contra la posición proimperialista de sus gobiernos que o bien
colaboran abiertamente con la agresión o dejan que Irak se
desangre ante el coloso imperialista, negándole ayuda militar.
Si, contra los planes de la coalición imperialista, la guerra
se prolonga, estas movilizaciones pueden culminar en jornadas revolucionarias
que tiren a gobiernos de la Liga Arabe y signifiquen un salto en la
ayuda al pueblo de Irak para derrotar la invasión.
Pero sobre todo, frente al enorme poderío imperialista hay
otro enorme poder que aún no ha desplegado su potencial: la
clase obrera internacional con sus métodos de lucha.
Los millones de trabajadores en todo el mundo constituyen una fuerza
social decisiva porque son los que hacen funcionar los principales
resortes de la economía capitalista. Hasta ahora las viejas
direcciones sindicales han impedido que con la huelga general política
en los países agresores se pueda boicotear efectivamente la
maquinaria de guerra, paralizar a los gobiernos beligerantes y afectar
las enormes ganancias de sus monopolios. Ese es el camino. Los trabajadores
de las grandes transnacionales petroleras pueden frenar la extracción
de crudo en los países del Golfo y paralizar las operaciones
de sus casas matrices. Los trabajadores estatales estadounidenses,
británicos o españoles pueden detener el funcionamiento
de las administraciones de sus gobiernos. Los trabajadores portuarios
pueden bloquear el envío de pertrechos y suministros a las
tropas en Irak. Los trabajadores de los monopolios yanquis, españoles
o británicos que apoyan el esfuerzo de guerra pueden coordinar
su acción en todo el mundo y parar su funcionamiento.
Los trabajadores principalmente en los países beligerantes,
pero no sólo en ellos, serán los que pagarán
con más explotación los costos millonarios de esta guerra
reaccionaria. Los trabajadores de todo el mundo tienen el mismo interés
que el pueblo iraquí en derrotar al imperialismo y si se ponen
en movimiento pueden ser un ejército imparable.
Por un partido mundial de la revolución socialista
Si esta fuerza colosal aún no irrumpió en lucha contra
la guerra, sus gobiernos y sus propios explotadores, la responsabilidad
central es de sus direcciones reformistas y burocráticas que
se han negado a llamar a la acción decidida en los principales
países imperialistas. En ese camino es necesario crear consejos
de delegados de los sindicatos y otras organizaciones populares: promover
la autoorganización de la clase trabajadora. Las organizaciones
sindicales que se reivindican combativas, tienen que encabezar la
conformación de consejos de delegados de los trabajadores y
coordinarlos a nivel nacional y convocar a los foros sociales locales,
comités antiguerra y a otros organismos que sostengan posiciones
progresivas e independientes, en el camino de imponer a las direcciones
oficiales una lucha seria contra la agresión imperialista,
superando a las viejas direcciones del movimiento obrero.
Y este es el problema de los problemas. Sólo la unidad revolucionaria
de la clase trabajadora internacional y sus aliados, los jóvenes
y los pueblos oprimidos en la lucha contra su enemigo común
podrá derrotar al imperialismo.
A tal fin la Primera Internacional fundada por Marx y Engels lanzó
el grito de "proletarios del mundo uníos". La Segunda
Internacional lo continuó hasta que sus elencos dirigentes
capitularon ante su propias clases dominantes permitiendo que millones
de obreros vayan a la primera guerra mundial en defensa de los negocios
capitalistas. La Tercera Internacional de Lenin y Trotsky amplió
a aquel lema: "proletarios y pueblos oprimidos del mundo uníos"
porque confiaban en la unidad de las clases trabajadoras de los países
imperialistas con los pueblos oprimidos de las semicolonias, como
lo es Irak.
La degeneración de la Tercera Internacional bajo Stalin dejó
la estrategia revolucionaria del proletariado en las débiles
fuerzas de Cuarta Internacional fundada por Trotsky.
El Orden internacional que resultó de la segunda guerra mundial
fortaleció a tal punto al imperialismo norteamericano y su
pacto con la burocracia de la URSS, que sólo algunos ensayos
revolucionarios como el del ascenso internacional de masas de los
años '68 al '76, en el que se inscribió la derrota yanqui
en Vietnam, amenazaron desafiarlo. Durante las décadas en que
Norteamérica fue el imperialismo hegemónico e indiscutido,
en el movimiento obrero del mundo la estrategia del internacionalismo
revolucionario fue liquidada o relegada a la marginalidad por la supremacía
del stalinismo y sus movimientos afines que, hablando en nombre del
socialismo, en realidad estrangulaban los procesos revolucionarios
y constituían un bloqueo entre la lucha de las masas y el imperialismo.
En esta etapa estamos presenciando no sólo la decadencia
o fin de la hegemonía norteamericana, sino los gérmenes
de un nuevo e incipiente internacionalismo en los que están
las bases para construir, retomando las banderas de la IV Internacional,
un estado mayor de los trabajadores cuyo objetivo sea la abolición
del capitalismo imperialista. El PTS junto a partidos y grupos hermanos
de México, Brasil, Bolivia Chile y Europa, está comprometido
en esa tarea.
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