Durante
enero dramáticos acontecimientos sacudieron a Ecuador
hasta los cimientos, desembocando en un levantamiento campesino,
indígena y popular. Este ha sido un nuevo jalón
en el convulsivo proceso de lucha de clases que se desarrolla
en Ecuador desde hace tres años. Esta gran acción
de las masas, fue la primera, en Latinoamérica, desde
hace años, donde el movimiento de masas no sólo
se levantó contra el presidente de turno, sino que
cuestionó abiertamente al gobierno y a los poderes
del estado: al Congreso, la Corte Suprema de Justicia,
combinándose con una sublevación militar para
dar por tierra con Mahuad.
Se convirtió además, como analizamos en la nota
que abre este Dossier latinoamericano, en el primer gran embate
de la nueva oleada de masas que comienza a recorrer, desde
Los Andes, a nuestro continente.
Sin embargo, aunque provocó la caída del odiado
Mahuad, no pudo impedir la asunción al poder del vicepresidente
Noboa que, desde entonces, logró ir avanzando en la
imposición del plan de dolarización
(heredado de Mahuad en sus lineamientos básicos), con
el que la burguesía y el imperialismo pretenden dar
una salida ultrarreaccionaria y proimperialista a la brutal
crisis que corroe al capitalismo ecuatoriano.
La responsabilidad política de que esto sea así:
es decir, que haya sido la burguesía quien retome la
iniciativa política luego del 21 de enero, reside en
las direcciones del movimiento obrero, campesino y popular,
que subordinan permanentemente la lucha de las masas a su
política de colaboración con los representantes
progresistas de la burguesía nacional.
Las lecciones de la tenaz lucha de las masas ecuatorianas
son de gran importancia para toda América Latina.
En esta edición de Estrategia Internacional, dedicamos
tres notas a los acontecimientos de Ecuador: La primera analiza
los dramáticos días del levantamiento y su desenlace;
la segunda es una polémica con la estrategia de las
direcciones actuales; y en la tercera nota realizamos una
aproximación a la cuestión indígena y
campesina, desde el punto de vista de la revolución
obrera y socialista.
El
9 de enero el presidente Mahuad anunció sus intenciones
de aplicar un programa de dolarización
de la economía, provocando una ola de protestas.
Comenzaron a extenderse por todo el país las marchas
y bloqueos, a pesar de la represión y del Estado
de Emergencia dictado por el gobierno.
La Confederación Nacional de Organizaciones Indígenas
del Ecuador (CONAIE), la Coordinadora de Movimientos Sociales
(CMS), y otras organizaciones obreras, campesinas y populares
convocaron a un levantamiento nacional, llamando a converger
hacia Quito al movimiento campesino e indígena. La
agitación en el campo crecía, aunque en las
ciudades, salvo Cuenca y en menor medida Quito, la movilización
fue mucho menor, tratándose de acciones de sectores
de vanguardia (como las del magisterio y estudiantes).
En esta desigual reacción de las masas influía
tanto el reflujo de las luchas obreras durante el último
período, como el cambio de política de la
oposición burguesa, que luego del 9 de enero, retrocediendo
en su campaña contra Mahuad, había dejado
de hacer agitación política contra el mismo.
Sin embargo, el levantamiento, con las masas del campo como
columna vertebral, estaba en marcha. Entre tanto, se conformaba
el Parlamento Nacional de los Pueblos del Ecuador, organismo
centralizador de la movilización. Este fue integrado
fundamentalmente por la CONAIE, la CMS y algunos sindicatos
como petroleros. A la vez, se constituían los Parlamentos
Populares a nivel de las provincias y en distintos cantones
y localidades. Estos parlamentos, como frente único
de las organizaciones de masas, se convirtieron en el referente
de la movilización, a pesar de que en ellos pesaban
de manera desproporcionada la Iglesia, las ONG y las organizaciones
ligadas a ellas. Así, el obispo Luna Tóvar,
de Cuenca, fue elegido presidente del Parlamento Nacional.
En las vísperas del 21, los caminos y muchas poblaciones
del interior se vieron tomados por los campesinos, que burlando
los controles militares, marchaban sobre Quito. El viernes
21 entre 15 y 20.000 manifestantes, muchos de ellos indígenas,
se habían reunido en el centro de la capital, adueñándose
del centro y asediando el cordón policial que defendía
los edificios públicos.
De pronto, en medio de una enorme efervescencia popular,
unos dos o tres centenares de militares, encabezados por
los oficiales, neutralizaron a la policía y abrieron
las alambradas de púas que cerraban el paso. La multitud,
en la que predominaban los rostros curtidos y los ponchos
coloridos de los indígenas, penetró en el
Congreso nacional. Poco después, correría
igual suerte la sede de la Corte Suprema de Justicia. Los
humildes del campo y la ciudad se habían atrevido
a invadir los sagrados edificios, símbolos
del régimen burgués.
La confusión y el asombro de la clase dominante,
de sus políticos y su prensa eran mayúsculos
cuando se anunció, con el telón de fondo de
las masas, la formación de una Junta de Salvación
Nacional, integrada por el Cnel. Gutiérrez,
líder de los oficiales rebeldes, el Dr. Solórzano
(ex presidente de la Corte Suprema de Justicia) y el dirigente
indígena Antonio Vargas (tres horas después
de constituida esta Junta, Gutiérrez era reemplazado
por el Gral. Mendoza, en un intento de conciliar con los
generales). Al mismo tiempo, en una decena de provincias,
el pueblo tomaba las gobernaciones y varios municipios.
La masividad y fuerza del levantamiento y los objetivos
abiertamente políticos que se había fijado,
le darían ribetes semiinsurreccionales,1 a pesar
de la débil participación de las masas urbanas
y sobre todo del proletariado. Pero los acontecimientos
en Ecuador no se explican sólo por la irrupción
de este levantamiento, sino porque el mismo se combinó
con la situación de las FF.AA., en cuyo seno se discutían
distintas salidas políticas al abismal vacío
de gobierno creado por el debilitamiento agónico
de Mahuad.
La
sublevación de los coroneles
Es evidente que desde hacía un tiempo, en la cúpula
militar se discutía la posibilidad de un golpe para
reemplazar a Mahuad. Las FF.AA., cuyo rol en la política
ecuatoriana no ha hecho sino crecer desde la caída
de Bucaram, al quedar expuestos cada vez más como
el pilar fundamental del estado, no podían sino entrar
en un estado deliberativo ante la crisis política
existente. Las declaraciones del Gral. Mendoza y otros militares
muestran que varios planes se cruzaban. Los militares discutían
con todas las alas de la burguesía, se reunieron
incluso con representantes de la izquierda, incluso del
MPD.
Mendoza acusa a Mahuad, Gallardo y Ortiz de haberle
propuesto un golpe tipo Fujimori. Gallardo acusa a Mendoza
y al actual Jefe del Comando Conjunto, Telmo Sandoval, de
haber estado preparando un golpe contra Mahuad todo el tiempo.
Febres Cordero dice que sabe que se preparaba un golpe.2
Resulta hoy evidente que un sector de la dirección
campesina alimentaba las ilusiones en la salida que podría
dar el Ejército, y de allí las apelaciones
constantes, en los días previos al 21, a las FF.AA.
De ello nace la confianza de Vargas al afirmar: El
pueblo va a gobernar el país de aquí a 8,
15 o 20 días, (los ecuatorianos) tienen total soberanía
para exigir la salida de los miembros de los tres poderes
del estado instando a las FF.AA. y a la policía
a que se unan al movimiento.3
Por su parte, los militares esperaban utilizar la protesta
popular como un punto de apoyo para consumar sus planes.
Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos fue distinto
a lo esperado. Contaban con las masas como punto de apoyo
pero jamás como protagonistas. En medio de la aguda
crisis política, un ala de la oficialidad media e
inferior: coroneles, tenientes coroneles y capitanes, que
levantaba la bandera de la lucha contra la corrupción,
así como reclamos institucionales4 tomó
la iniciativa y se sublevó. Este sector, encabezado
por el Cnel. Gutiérrez, llamó a desconocer
a Mahuad y a conformar un gobierno cívico militar,
y neutralizando la custodia policial del Congreso, lo tomó
junto a los indígenas.
De esta forma, el empuje del movimiento de masas precipitó
la caída de Mahuad, y su fugaz reemplazo por la Junta
de Salvación Nacional.
Pero los militares rebeldes quedaban a pesar suyo-
asociados con el levantamiento indígena que era el
verdadero protagonista de la jornada, y aislados del grueso
del ejército que de ninguna manera quería
a las masas en escena.
Entre tanto, la decisión final sobre el rumbo que
adoptaría el Ejército se debatía en
el Alto Mando y en las guarniciones más poderosas.
Y la burguesía y el imperialismo, espantados ante
la imprevisible dinámica de la situación,
se recuperaban del asombro y la confusión de las
primeras horas y multiplicaban las maniobras y presiones
para retomar el control de la situación.
El Congreso, disuelto por las masas en Quito,
buscaba reunirse en Guayaquil, donde Febres Cordero y los
líderes del PSC y el empresariado discutían
incluso la perspectiva de una secesión del Guayas5.
Todo el empresariado, como la cúpula de la Iglesia
y los medios de prensa y TV cerraban filas. La OEA, el Grupo
de Río de Janeiro, la Administración Clinton
redoblaban las presiones y amenazas en defensa de
la democracia.
Por otra parte, la política de las direcciones del
levantamiento, que de ninguna manera querían ir más
allá, que se había jugado a la Junta y los
militares, y había sembrado las mayores ilusiones
entre las masas, dejando sin perspectivas propias al levantamiento,
era desmovilizar y dejar que el desenlace se resolviera
en la negociación con la cúpula militar, dejando
sin la menor directiva a las masas movilizadas.
De esta manera, allanaban el camino para que la clase dominante
recuperara la iniciativa política y retomara el control
de la situación.
En la madrugada del 22, la renuncia de Mendoza precipitó
la disolución de la Junta. En las horas siguientes,
los indígenas comenzaban a desconcentrarse y regresar
a sus comunidades y se preparaba, con la aprobación
del Alto Mando y la bendición del imperialismo, la
asunción del hasta entonces vicepresidente de Mahuad,
el Dr. Gustavo Noboa.
La división en las FF.AA. no se transformó
en una quiebra horizontal de su disciplina. Gracias a la
nefasta política de las direcciones indigenistas
y stalinistas, la ofensiva de las masas no pudo ir más
allá. Las tendencias insurreccionales del levantamiento
y los elementos de doble poder que de cierto modo comenzaban
a expresarse en los Parlamentos, no se desarrollaron. El
frente burgués logró reagruparse rápidamente.
Habiendo cumplido su función política de expropiar
políticamente al levantamiento de las masas, para
que fueran los militares y la burguesía los que dieran
salida a la crisis revolucionaria que se había abierto
por unos breves días en el país, la función
de la Junta de Salvación nacional se había
agotado en el acto mismo de constituirse. Era hora de ceder
el terreno a un gobierno burgués serio,
normal. Este será el papel que intentará
cumplir Noboa.
La
Junta de salvación Nacional
Este episodio merece una reflexión. Que surja, aunque
sea fugazmente un gobierno de este tipo, fruto directo de
un levantamiento de masas, ilustra la enorme deslegitimación
de las instituciones de la democracia burguesa (y no sólo
el descrédito de Mahuad); así como la radicalización
de sectores de las masas que comienzan a aspirar a un gobierno
que les responda.
Esta actitud de las masas señala un gran paso adelante
en su conciencia sobre todo en el movimiento indígena
y campesino-, y es el producto de los años de intensa
lucha de clases y la gran experiencia política acumulada
en los últimos años. Esto, a pesar de la forma
distorsionada, que la dirección indigenista-populista
impuso, utilizando el levantamiento como punto de apoyo
para sus proyectos de colaboración con la burguesía
nacional bajo la forma de una Junta cívico-militar.
La Junta del 21, gracias a las ilusiones sembradas por su
dirección y avaladas por la presencia de Vargas en
la misma, era vista como propia por las masas movilizadas;
pero aunque rompía con la institucionalidad
normal de la democracia burguesa, no era sino un intento
de gobierno burgués de izquierda, que
no cuestionaba en absoluto el carácter de clase del
estado y apelaba para sostenerse a las FF.AA.
La Junta, como todos los gobiernos de este tipo, pretendía
encerrar a las masas en la colaboración de clases,
velando el carácter burgués del gobierno y
del estado, mediante la fachada popular, progresista
que representaban el Coronel nacionalista y
el ex Juez honesto, avalados por el dirigente
más reconocido de las masas indígenas. Era
un embrión de gobierno de frente popular, basado
en la colaboración entre la sombra de la burguesía
y las organizaciones del movimiento de masas, a través
de sus dirigentes reformistas. La función política
de este gobierno es siempre y la Junta no fue la excepción-
impedir que las masas se orienten hacia su propio poder
y desviar o desarmar la movilización.
Para que la burguesía acepte tolerar -siempre por
un corto tiempo- a un gobierno así, debe sentir mortalmente
amenazada su dominación de clase por el ascenso revolucionario
de los obreros y campesinos. En Ecuador las cosas no llegaron
a desarrollarse hasta este punto. La crisis revolucionaria
no se profundizó. La clave de la agudeza que mostró
esta erupción estuvo en la combinación entre
el levantamiento indígena y popular (en el que la
participación urbana y sobre todo obrera fue menor),
con la sublevación de un ala de la oficialidad (en
momentos en que todo el Ejército conspiraba) en el
marco del vacío de poder burgués
que la agonía del gobierno de Mahuad dejaba. Las
masas aprovecharon hasta donde se lo permitió la
política traidora de su dirección esta enorme
brecha en las alturas del régimen. Pero no pudieron
ir más allá por sí mismas, contra sus
propios dirigentes. Como toda la historia de la lucha de
clases lo demuestra, los gobiernos de colaboración
con la burguesía sólo pueden llevar a la derrota.
En este caso, aunque no hay aplastamiento físico
del levantamiento, sí ha habido una derrota política
que deja, al menos en el corto plazo, sin perspectivas a
las masas y que le permite a la clase dominante retomar
la ofensiva política y recapturar el control de la
situación.
Una
traición política al levantamiento
Antonio Vargas argumentará luego que Mendoza
traicionó el movimiento indígena y popular
y se puso al servicio de los corruptos que gobiernan este
país.6 Lo cierto es que Mendoza, lejos de traicionar,
fue fiel en todo momento a la clase a la que responde: la
burguesía, y actuó, como él mismo lo
explicó una y otra vez en los días posteriores,
evitando afectar los intereses fundamentales de ésta,
defendiendo a su Estado y a sus FF.AA. El cuerpo de oficiales
no podía actuar de otra manera. La traición
política la cometieron los dirigentes del levantamiento,
que lo jugaron desde el principio al servicio de un acuerdo
con los militares y otros representantes políticos
progresistas u honestos del orden
burgués, como el obispo Luna Tovar, de Cuenca, erigido
en Presidente del Parlamento de los Pueblos, o el ex presidente
de la Corte Suprema de Justicia, Solórzano.
Todos ellos, con la mayoría de los dirigentes campesinos
y sindicales, la Coordinadora de Movimientos Sociales y
Pachacutic, se dedicaron a alabar a las FF.AA y alimentar
en el pueblo la confianza en ellas.
El Frente Patriótico, el bloque dirigido por los
stalinistas, no tuvo una política diferente. Mientras
en todo el período previo mantuvo una disputa sectaria
con la CONAIE, negándose a unificar la lucha, y oponiendo
un supuesto Congreso del Pueblo a los parlamentos
Populares, a último momento llamó a apoyar
la Junta, integrada después de todo, por la clase
de figurones que el maoísta Partido Comunista Marxista
Leninista (PCMLE) y el Partido Comunista (PC) han estado
cortejando todo el tiempo, como candidatos a un gobierno
de soberanía y unidad nacional.7 Ambos comparten
la misma estrategia de conciliación de clases y alianza
con militares, curas y burgueses progresistas.
Para Pachacutic y los dirigentes de la CONAIE, como para
el maoísmo y la burocracia sindical, orientar a las
masas hacia una salida política independiente es
impensable. Por eso buscan imprimir a toda movilización,
incluso a los levantamientos (sean pacíficos
o violentos) el carácter de presión sobre
el régimen y sobre algún sector de la burguesía
y sus representantes políticos, esperando confluir
con ellos en algún proyecto progresista.
Esta política, ensayada una y otra vez en estos tres
años, desde la caída de Bucaram hasta la de
Mahuad, deja sin perspectiva propia a las masas y ha permitido
que la burguesía salga de cada encrucijada retomando
la iniciativa política y aplicando sus salidas.
Una vez más, esta estrategia ha llevado a una derrota
política, al menos parcial, temporal, al movimiento,
impidiendo que después del 21 las masas salieran
armadas con una perspectiva política propia en torno
a la cual desarrollar su autoorganización y movilización.
La burguesía cerró, así, la crisis
revolucionaria a su favor (aunque sin poder imponer por
ahora una derrota profunda, física, a las masas),
imponiendo la salida reaccionaria del gobierno Noboa.
Así, la política de ambas alas de la dirección
de las masas, indigenistas y stalinistas, fue determinante
para que el movimiento saliera mal parado después
del 21. El testimonio de un campesino reflejaba el estado
de ánimo que dejó: Nuestra victoria
es un fracaso, y si antes peleamos contra los hacendados
que nos explotaban para que nos devuelvan nuestra tierra,
ahora seguiremos luchando contra los políticos y
banqueros que nos roban.8
La victoria fue la movilización protagonizada
por ellos. La derrota hay que atribuírsela
a la política de los dirigentes. Señalemos
aquí que resulta mucho más miope, menos perspicaz,
la interpretación que hicieron algunas corrientes
de izquierda, tanto reformistas como del centrismo trotskista,
deslumbradas por el dramatismo de los hechos sin una comprensión
realista del desenlace. Así, se ha hablado de revolución
y revolución en 48 horas9, de Revolución
a secas, y de que las masas arrastraron a una parte
del ejército10. En general, esta línea
de caracterizaciones exageradas (forzando y degradando el
contenido de las categorías marxistas), está
al servicio de embellecer el rol de los dirigentes del levantamiento
y de sus aliados militares, que ha sido y continúa
siendo- nefasto, y sólo sirve para alimentar las
ilusiones en que empujando o presionando a estas
direcciones, es posible ir hacia el poder. Desde aquí,
no es posible responder a las inquietudes y la disconformidad
de las capas avanzadas de obreros y campesinos, que comienzan
a cuestionar la política de sus direcciones.
El
gobierno de Noboa
Contra la versión burguesa de que ésta era
la salida que aseguraba el mantenimiento de la democracia,
lo cierto es que el recambio es hijo de un verdadero golpe
institucional tejido entre el Alto Mando, el imperialismo,
los empresarios y la clase política,
para escamotear la voluntad popular que había echado
a Mahuad.
Se trata de un gobierno débil, a pesar de concitar
el apoyo del conjunto de la burguesía y el imperialismo,
ya que no se asienta en una derrota decisiva, física,
de las masas, sino una de orden político, y que tiene
ante sí un colosal programa que encarar, previsiblemente
superior a sus fuerzas: avanzar en la recomposición
del régimen y el estado, comenzando por reconsolidar
la unidad de las Ff.AA., estabilizar la situación
económica mediante la imposición del Plan
de dolarización, imponer un salto en la sumisión
y entrega del país al imperialismo norteamericano,
y... sacar a las masas de la escena, impidiendo nuevas y
quizás superiores erupciones de éstas.
La debilidad de Noboa para encarar este programa
y el mantenimiento de las formas constitucionales
no pueden ocultar los fuertes rasgos de tipo bonapartista
que tiene su gobierno. Aunque se mantienen los mecanismos
de la democracia burguesa, y la subida de Noboa ha sido
legitimada por el Congreso (por otra parte tan desprestigiado
entre las masas y necesitado de relegitimación),
lo cierto es que el verdadero poder detrás del trono
del Palacio de Carondelet reside en las FF.AA.
El gobierno debe actuar sobre la base de relaciones de fuerza
entre las clases donde ni el campo burgués ni el
de las masas han sido capaces de imponerse decisivamente,
relación de fuerzas que el desenlace del levantamiento
no ha resuelto, a pesar del retroceso de las masas. Por
otra parte, la unidad del campo burgués, que se debe
en buena medida al pánico producido por la irrupción
de éstas, está lejos de haberse asentado.
La política del imperialismo, que ha mandado a funcionarios
de primera línea como Pickering, Peter Romero y otros
a explicarla, es mantener la democracia como
única garantía de gobernabilidad
y buscar asentar por esta vía el régimen para
profundizar el ataque. Entre tanto, utiliza el chantaje
de la dolarización como única
salida para ir avanzando en la entrega y descargar sobre
el conjunto de las masas los costos de la salida a la brutal
crisis económica.
En los tres meses transcurridos desde el 21 de enero, el
gobierno ha conseguido avanzar por este camino. Se ha aprobado
en el Congreso, sin mayores debates, la Ley Trolebús,
el instrumento legal del Plan de dolarización. El
gobierno ha debido enfrentar sólo luchas parciales,
por sector, de las cuales la más importante hasta
ahora ha sido la movilización con bloqueos de caminos
en el campo, convocados por la Federación de afiliados
al seguro social campesino, a principios de abril. No puede
descartarse que la proximidad de medidas tales como un nuevo
alza de los combustibles y la carestía de la vida
agravada por la dolarización, conduzcan a un nuevo
estallido de masas. Sin embargo, el gobierno ha podido apoyarse
hasta ahora en la nefasta política de las direcciones
tradicionales, empeñadas en consumar hasta el final
el segundo acto de la traición del 21.
Desde el 21 de enero indigenistas, socialdemócratas
y stalinistas han hecho todo lo posible por canalizar al
movimiento de masas en el redil del régimen: a pesar
de las ocasionales amenazas de preparar un nuevo levantamiento
e incluso, de hablar del peligro de una guerra civil,
lo cierto es que han hecho todo lo posible por desactivar
y vaciar de contenido los Parlamentos Populares, se han
limitado a impulsar una cada vez más desdibujada
consulta popular, negándose a organizar
un plan de lucha para derrotar a Noboa y su dolarización
e imponer un programa obrero y campesino de salida a la
crisis.
Antes hablaban de desconstituir a los poderes
corruptos. Ahora han vuelto al redil de la democracia
burguesa, y apuestan a formar una nueva coalición
progresista detrás del Gral. Paco Moncayo,
el ex Jefe del Ejército, dirigente del partido burgués
Izquierda Democrática y candidato a la municipalidad
de Quito en las próximas elecciones municipales de
mayo. La CONAIE ha negociado todo el tiempo con el gobierno
a través de su interlocutor en el gobierno, el ministro
de gobierno Pancho Huerta. La amnistía a los militares
sublevados que plantearía en estos días el
presidente Noboa busca desmontar un foco de conflicto, y
completar la pacificación interna de
las FF.AA., donde el generalato ha consolidado entre tanto
sus posiciones. La inminente firma de una carta de intenciones
con el FMI será un espaldarazo a la política
económica del gobierno. Entre tanto, el PCMLE, junto
al resto de la izquierda reformista tradicional y la burocracia
sindical, por abajo, mantienen completamente separada la
lucha de los trabajadores urbanos y estudiantes y son también
enemigos de un plan de lucha y un programa obrero campesino
de emergencia, en torno a los cuales pueda unificarse el
movimiento de masas del campo y la ciudad, y preparar una
lucha superior para volver a poner la ofensiva en manos
de las masas.
Sin embargo, a pesar de la inestimable ayuda que la política
de las direcciones le da, está aún por verse
si el gobierno Noboa y su plan lograrán asentarse
y por cuánto tiempo. Teniendo en cuenta el formidable
ciclo de luchas que el pueblo ecuatoriano ha venido protagonizando
desde hace más de tres años, y el convulsionado
panorama que muestran Los Andes hoy, no parece ser esa la
perspectiva más probable. |