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Estrategia Internacional N° 15
Otoño de 2000

LATINOAMÉRICA
ECUADOR: ¿Colaboración con los representantes “progresistas” de la burguesía o alianza obrera, campesina y popular?
 

El levantamiento de enero, como cada una de las erupciones que desde hace más de tres años vienen protagonizando las masas del Ecuador, planteó de manera aguda la cuestión del poder político, de quién puede hacerse cargo de los destinos del país para sacarlo de la abismal crisis a que lo han conducido la burguesía y el imperialismo. Esto pone en primer plano las cuestiones más elementales de la estrategia revolucionaria.

La gran mayoría de las direcciones actuales de las organizaciones obreras, campesinas y populares del Ecuador se han alineado en dos grandes vertientes: el polo indigenista y socialdemócrata, y el polo de lo que podemos llamar "izquierda reformista tradicional", de matriz stalinista. Todos tienen en común la estrategia de colaboración de clases y una política reformista hacia el estado burgués semicolonial.
En el primero se ubican la dirección de la CONAIE y la CMS, que proveen de base social a la corriente Pachacutic. Ésta controla la mayor parte del movimiento campesino e indígena, a varios sindicatos importantes -como petroleros-, y a diversas organizaciones populares de las ciudades. Está estrechamente ligada a la Iglesia y a las ONG (Organizaciones No Gubernamentales) generosamente financiadas por la socialdemocracia europea.
En el discurso de este bloque las clases y su papel social y político se disuelven en el "pueblo" en general, o incluso en los "varios pueblos" (indígenas, mestizo, etc.). Su estrategia es conquistar "espacios" y "autonomías" -políticas, "económicas" o culturales- al interior del Estado burgués semicolonial, mediante graduales reformas políticas, sin cuestionar el carácter de clase del mismo, sin denunciar la sujeción al imperialismo, ni la gran propiedad privada de la tierra, los bancos y los medios de producción.
En el segundo bloque, la vertiente de la izquierda reformista clásica (stalinista), que agrupa al Partido Comunista (PCE), el Partido Socialista (PSE), el Partido Comunista Marxista Leninista (PCMLE). En alianza con la burocracia sindical de la CEOLS (la mayor de las centrales sindicales), este bloque controla la mayoría de los sindicatos obreros, de empleados públicos, así como las organizaciones estudiantiles, levanta una estrategia típicamente stalinista. Actúan sobre la clase obrera, pero para subordinarla como un componente más del "pueblo" en la búsqueda de la alianza con una fantasmal burguesía nacional.
Los maoístas del PCMLE, que aparecen como el "ala radical" de este bloque, plantean en su propaganda la necesidad de una "revolución democrática, agraria y antiimperialista" según los moldes de la vieja teoría stalinista de la revolución por etapas. Para ellos, hace falta un bloque de todas las "clases nacionales" con contradicciones con el imperialismo, y por tanto corresponde sellar la alianza con los militares, curas y burgueses progresistas, para llegar al poder junto con ellos, mediante algún "gobierno de unidad nacional". Esto permitiría inaugurar una "etapa democrática", dejando para un lejano futuro impreciso la hora de que obreros y campesinos luchen independientemente por el poder político.
A pesar de las diferencias en ambas concepciones, ambos polos comparten la misma estrategia esencial: subordinar la lucha de las masas a un acuerdo con el ala "progresista" de la clase dominante y sus representantes políticos de izquierda, presionar a los gobiernos de turno y el estado, y evitar todo "exceso" de las masas que pudiera asustar o rechazar a esos potenciales aliados, convirtiéndose en un obstáculo para que las masas levanten un programa independiente.
Todo el proceso político ecuatoriano de los últimos tres años ha demostrado la impotencia de esta estrategia, que permitió que la clase dominante pudiera recuperar terreno tras cada asalto de las masas: reemplazando a Bucaram por Alarcón, sosteniendo a Mahuad en marzo y julio del 99, y asegurando la sucesión de Noboa en enero. Más aún, el carácter contrarrevolucionario de la misma, como muestra la historia de la lucha de clases en el siglo XX, ha llevado tan sólo a las peores derrotas, baste citar el desastre a que llevó la política de la "vía pacífica al socialismo" chilena en 1973.
En nombre de la "unidad" estas corrientes ponen al movimiento de masas detrás de los "figurones" de la burguesía, y al negarse a levantar un programa que una las reivindicaciones obreras y campesinas y formular una estrategia de lucha común, sabotean la unidad entre los explotados del campo y la ciudad, la unidad de las filas obreras, para derrotar al campo de la burguesía y el imperialismo.
Esta profunda identidad entre indigenistas y stalinistas se muestra en que en cada episodio decisivo se unen para traicionar políticamente el movimiento de masas, cortejando a los mismos representantes "progresistas" de la burguesía, como fue a los coroneles en enero, o, como sucede ahora con el Gral. Paco Moncayo, ex jefe de las FF.AA, figura del partido burgués Izquierda Democrática y candidato a la alcaldía de Quito.

¿Reforma o revolución?
Pero al basar todo su programa y estrategia en la colaboración con la burguesía "progresista" para avanzar de su mano hacia una utópica reforma del Estado semicolonial ecuatoriano, y del atrasado, y retrógrado capitalismo local, las corrientes indigenistas y reformistas renuncian a toda lucha consecuente por una resolución íntegra y efectiva de las tareas democráticas fundamentales. No es posible resolver las más elementales reivindicaciones de las masas del campo y la ciudad: tierra, plenos derechos de autodeterminación para los pueblos originarios y los afroecuatorianos, trabajo para todos, un salario que cubra la canasta familiar, salud, educación y seguridad social para todo el pueblo sin emprender una lucha resuelta contra el imperialismo y la burguesía.
Lo cierto es que sin la ruptura con el imperialismo (comenzando por el no pago de la deuda externa, la recuperación inmediata de la base de Manta, y la cancelación de todos los pactos que subordinan el país a Estados Unidos), y sin afectar la "sagrada propiedad privada" y las ganancias del puñado de grandes dueños de la tierra, la banca y la industria, (los Noboa, los Aspiazu, grupo Progreso y demás, que son con el capital extranjero los responsables directos de la enorme catástrofe que agota al Ecuador) no hay la menor posibilidad de resolver los agudos padecimientos y por supuesto, de oponer una salida progresiva, según los intereses de los obreros y campesinos, como alternativa a la salida proimperialista que representa el programa de la "dolarización".
Ningún sector de la burguesía, por "radical" que pueda llegar a ser su discurso, puede ir hasta el final en la ruptura con el imperialismo y su agente nativo: la gran burguesía. No puede liquidarse la opresión y discriminación racial y cultural que oprime a los pueblos originarios y a los afroecuatorianos sin demoler hasta los cimientos mismos al actual estado semicolonial de la burguesía y a sus Fuerzas Armadas, fundado sobre la opresión secular de indios y negros. Pero ningún general o coronel va a estar dispuesto a acompañar a las masas en la tarea de demoler hasta los cimientos a estas instituciones de dominación, sin lo cual no es posible hablar siquiera de algún grado de autodeterminación para los oprimidos.
No puede haber solución a la miseria extrema de las mayorías en el campo, mediante alguna "reforma agraria" burguesa como las que ya fracasaron en Ecuador, Bolivia, México y toda América Latina. Sólo un gobierno obrero y popular que rompa con el imperialismo y expropie a los capitalistas, adoptando medidas tales como la nacionalización de la banca, el monopolio del comercio exterior, podrá brindar crédito barato, asistencia técnica, maquinaria, abonos y transporte, precios de sostén, a los campesinos, y a la vez, podrá elaborar un plan de común acuerdo, voluntario, entre campesinos y obreros, para ir superando la pequeña parcela aislada, económica y técnicamente atrasada, y avanzar hacia una agricultura colectivizada, tecnificada y altamente productiva en beneficio de todo el pueblo ecuatoriano.
La humillación nacional de la subordinación al imperialismo - que la "dolarización" no hace sino llevar a extremos escandalosos- no puede ser removida sin romper con el FMI y los pactos que atan a Ecuador a los intereses de Washington y del imperialismo mundial.
Ningún sector burgués estará dispuesto a avanzar decididamente en esta dirección: unidos por lazos de propiedad, privilegios y sangre a los poderosos, dependientes del apoyo del capital extranjero y del Amo del Norte, temen muchísimo más a la movilización de las masas, sin la cual no es posible hablar de una lucha seria por la liberación nacional y la autodeterminación de los pueblos del Ecuador. Toda la historia del siglo XX en Ecuador, demuestra la impotencia del ala izquierda de la burguesía. En el 2.000 no puede haber un nuevo Eloy Alfaro , ni una nueva "revolución juliana". Que por otra parte, hace un siglo ya demostraron sus límites e impotencia para resolver las grandes tareas nacionales pendientes.

La alianza obrera, campesina y del pueblo pobre de las ciudades
Sólo la clase obrera, que no tiene más que sus cadenas que perder, en alianza con la gran masa de campesinos explotados y oprimidos y con los pobres de la ciudad, puede encarar consecuentemente la ruptura con el imperialismo y la expropiación radical de la gran propiedad agraria. Pero para ello, lejos de confiar en militares, curas y jueces "honestos" como predican Pachacutic y el PCMLE, necesita imponer su propio gobierno: el de las masas explotadas. Esta es la única salida para imponer una solución íntegra y efectiva a la "cuestión agraria", garantizar plenos derechos de autodeterminación a los pueblos indígenas y asegurar la liberación nacional. Y en este camino, sólo una fuerte alianza obrera, campesina y popular, que levante su propio programa de emergencia para enfrentar la crisis, y un plan de lucha para imponerlo, puede derrotar el programa proimperialista de la burguesía.
El movimiento campesino e indígena y la clase obrera necesitan esta alianza, pero ¿con qué programa? No con el de reformas que proponen las direcciones actuales, cortado a la medida de los sectores más acomodados, bajo la influencia de la burocracia sindical, de las ONGs y de la Iglesia, sino el programa de la clase obrera, el único que puede dar respuesta a los dramáticos padecimientos y a las más elementales reivindicaciones de la población: tierra para el campesino, trabajo para todos los obreros, salud, educación y seguridad social, salarios y sueldos que compensen la carestía de la vida, legítima compensación a los pequeños ahorristas arruinados por los banqueros.
Esto significa que para forjar la alianza obrera, campesina y del pueblo pobre, hay que luchar contra la influencia de la burguesía y sus agentes entre las masas, y por levantar el programa y la estrategia de la clase obrera. Esto implica una lucha "en dos frentes": por un lado, conquistar la independencia política de la clase obrera, para unir sus filas, desplegar sus propias banderas y programa; y por otro, para asegurar lo que Lenin llamaba la "hegemonía del proletariado" en el seno del movimiento de masas. Esta lucha debe permitir al proletariado constituirse en el caudillo de la nación oprimida, para dirigir la lucha contra el imperialismo y sus agentes nativos.
El movimiento indígena y campesino no puede garantizar una dirección consecuente para toda la nación explotada y oprimida, porque es un movimiento heterogéneo, formado por capas en diversas condiciones, desde las mayorías más pobres y explotadas, hasta sectores acomodados de propietarios medianos e incluso grandes.
Las capas altas del campesinado, en que se apoyan Pachacutic, los indigenistas y socialdemócratas, bajo la tutela de la Iglesia y las ONG, aunque pueden impulsar y acompañar el movimiento en sus primeras fases, no estarán dispuestas a romper con la burguesía y su estado.
La clase obrera, por el contrario, por su carácter histórico como clase explotada en el capitalismo, por su papel decisivo en la producción, por su concentración en las ciudades que son el centro político del país, está llamada a jugar el rol dirigente de la alianza de los oprimidos y explotados. Sólo su programa puede dar salida a las demandas del conjunto de la nación oprimida. La debilidad de la clase obrera ecuatoriana para elevarse a ese papel no es esencialmente social. No obedece ni a su número: más de un tercio de la población económicamente activa son asalariados. Incluso en el campo hay un porcentaje importante de proletarios y semiproletarios agrícolas. Tampoco a su escasa concentración: sin obreros no hay petróleo ni bananos. Mucho menos a la falta de combatividad y tradiciones: el proletariado ecuatoriano protagonizó ya en 1922 la gran huelga insurreccional de Guayaquil, y en 1944 fue el gran actor de "la gloriosa", la revolución obrera y popular que derrocó al odiado Ríos Arroyo. Las grandes huelgas y movilizaciones de 1959, de mediados de los 80 contra Febres Cordero, y de los últimos años contra los gobiernos de Durán Ballén, Bucaram, Alarcón y Mahuad. Sin embargo, en las difíciles condiciones actuales, signadas por una enorme desocupación, caída de la producción, carestía de la vida, se torna más necesario que nunca superar su debilidad política. Gracias ante todo a la labor de décadas de la burocracia sindical, del PC y el PCMLE, así como del PSE, la clase obrera ecuatoriana ha peleado siempre a la zaga de sectores burgueses, y no cuenta con un programa ni una estrategia independientes.
Sólo la estrategia y el programa del trotskismo se oponen frontalmente a la estrategia de colaboración de clases de populistas, indigenistas, socialdemócratas y stalinistas, y puede guiar una lucha consecuente para lograr la independencia política de la clase obrera y su hegemonía a la cabeza de la alianza de las masas oprimidas.

Por la más amplia autoorganización de los explotados
Un punto central de esta estrategia es el impulso sistemático a todos los pasos de las masas en el sentido de su autoorganización, para rebasar los estrechos límites de sus organizaciones actuales, comenzar a tomar en sus propias manos los problemas acuciantes que enfrentan, y preparar así el desarrollo de un verdadero poder obrero, campesino y popular. Esto no significa oponer esquemas ideales, abstractos, a las organizaciones existentes, sino desarrollar tácticas correctas para intervenir en los Parlamentos Populares, peleando por desarrollarlos en la perspectiva de preparar el surgimiento de organismos superiores de frente único de las masas para la lucha, que sean los verdaderos Consejos o Soviets de la revolución ecuatoriana.
Esta es la mejor vía para superar la división entre el campo y la ciudad, superar la dispersión en las filas del movimiento obrero y unir en la lucha a las más amplias masas, comenzando por preparar la lucha para derrotar a Noboa, y abrir así las puertas a una ofensiva victoriosa de las masas.
Ligada a esta estrategia para desarrollar la más amplia autoorganización de las masas, está la tarea de impulsar el armamento de milicias obreras y campesinas, comenzando por la autodefensa de las movilizaciones (una tarea que junto a una política para ganar a la base del ejército, debían haber asumido los Parlamentos Populares en enero, para enfrentar el estado de emergencia, en lugar de confiar en el acuerdo con las FF.AA.). Esta tarea estará planteada en cada lucha seria contra Noboa.
Lejos de despertar confianza en los oficiales rebeldes, como hacen las direcciones indigenistas y stalinistas, se trata de levantar un programa dirigido a la tropa y la base popular del ejército, para romper la disciplina y ganar al campo de las masas a la mayor parte de éste. Si hay oficiales que individualmente están dispuestos a pasarse de campo, que se pongan al servicio de las organizaciones obreras y campesinas, pero nunca -como hacen Antonio Vargas y el PCMLE-, subordinar a las masas a los coroneles, un ala de la casta privilegiada que es la columna vertebral de la institución armada de la burguesía.
El desarrollo de la autoorganización de las masas es un gran puntal para llamar desde allí a la base del ejército, y sobre todo, para desarrollar la autodefensa y preparar el surgimiento de milicias obreras y campesinas.

Por un gobierno de las organizaciones obreras y campesinas
Contra la política de reformistas y populistas de buscar "gobiernos cívico-militares", y alentar "Juntas" con los militares, jueces y curas, es preciso levantar la lucha por el gobierno obrero y campesino, basado en las organizaciones democráticas para la lucha que se den las masas obreras, campesinas y populares, y defendido por milicias. La única forma de "deconstituir" los poderes del estado burgués semicolonial, como le gusta decir a los dirigentes indigenistas, es demoler la actual maquinaria estatal de la burguesía hasta los cimientos, y construir en su reemplazo un estado de los obreros y campesinos: una república obrera. Esto significa reemplazar la actual dictadura de clase de la burguesía, por la dictadura de los obreros y campesinos pobres, ejercida a través de su propio estado. Con él, las masas del Ecuador comenzarán a sentar los cimientos de una nueva sociedad: una sociedad socialista sin explotadores ni explotados. Y en este camino, podrán establecer la más estrecha unidad con los explotados y oprimidos de todo el continente, en la lucha común contra el imperialismo, para establecer una Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina.

Por un partido revolucionario
La lección fundamental que arroja el proceso entero en Ecuador es la urgente necesidad de un partido obrero, revolucionario e internacionalista, que tome en sus manos el combate sin tregua contra las direcciones traidoras, y luche por reagrupar a la vanguardia obrera, campesina y estudiantil detrás de la lucha por la independencia política de la clase obrera y ganando su hegemonía sobre el pueblo explotado y oprimido, para preparar la toma del poder.
La "materia prima" para este partido existe: los miles de combatientes obreros y populares que vienen acumulando experiencia en la lucha de masas, que comienzan a sacar conclusiones políticas elevadas de la propia lucha, y se tornan cada vez más críticos de las actuales conducciones reformistas.
Falta un componente esencial, sin embargo: poner en pie el núcleo de marxistas revolucionarios que pueda dirigirse hacia ellos, armado con el programa y la estrategia del único marxismo revolucionario de nuestro tiempo, el trotskismo, para avanzar en la fusión de la vanguardia con el programa de la revolución obrera y socialista, integrando las ricas lecciones que arroja el proceso actual.
El centrismo que se dice trotskista -en sus diversas variantes- (y que por otra parte es muy débil en Ecuador) no puede cumplir este papel, pues su política de adaptación y seguidismo permanente a las direcciones burocráticas y pequeñoburguesas, lo inhabilita para ofrecer un camino de reagrupamiento independiente a la vanguardia.
Sólo desde el trotskismo principista es posible encarar esa tarea. Y la misma no puede concebirse sino es como parte de la lucha por la reconstrucción de la Cuarta Internacional, de la cual la organización de los revolucionarios ecuatorianos deberá considerarse un destacamento avanzado. Es un deber de todos los que se reclaman del trotskismo - en particular en América latina - colaborar en esta tarea. Desde Estrategia Internacional, ponemos nuestras modestas fuerzas al servicio de la misma. El avance en la construcción de un genuino partido obrero revolucionario e internacionalista se tornará cada vez más decisivo para los futuros combates de los obreros y campesinos del Ecuador.

 

   

 

   
  La Fracción Trotskista está conformada por el PTS (Partido de Trabajadores por el Socialismo) de Argentina, la LTS (Liga de Trabajadores por el Socialismo) de México, la LOR-CI (Liga Obrera Revolucionaria por la Cuarta Internacional) de Bolivia, ER (Estrategia Revolucionaria) de Brasil, Clase contra Clase de Chile y FT Europa. Para contactarse con nosotros, hágalo al siguiente e-mail: ft@ft.org.ar