PRIMERA
PARTE
1910:
Comienza la primera revolución mexicana
La
primera revolución, iniciada en 1910, logró
la destrucción del viejo estado porfirista. Su carácter
se explica, en primer término, por los rasgos centrales
de una formación social que combinaba un incipiente
desarrollo capitalista nacional, moldeado por la penetración
y subordinación al capital imperialista, con la subsistencia
de estructuras precapitalistas cuya máxima expresión
era la situación agraria (donde a su vez se combinaban
distintas formas capitalistas y precapitalistas, como el
peonaje, semiesclavitud, etc.). En una formación
social atrasada, la resolución de las tareas democráticas
inconclusas1 fue el motor de una revolución agraria
cuya dinámica objetiva fue anticapitalista y enfrentó
a las clases dominantes mexicanas. Ante la debilidad manifiesta
del joven proletariado mexicano, el lugar del sujeto revolucionario
fue ocupado por los ejércitos campesinos de Villa
y Zapata.
La ruptura de estos con los representantes de la burguesía
y la pequeñoburguesía maderista a partir de
1914 fue un punto de inflexión que mostró
el divorcio entre los distintos sectores que inicialmente
conformaban el bloque antiporfirista. Ello mostró
también el olfato y el instinto de los representantes
del campesinado revolucionario frente a quienes eran incapaces
de resolver el problema de la tierra, principal demanda
motora de la revolución en el campo2. Ello le dio
a la revolución mexicana un carácter indudablemente
contemporáneo, más próximo a las revoluciones
del siglo XX en cuanto al enfrentamiento entre clases explotadoras
y explotadas, que a las clásicas revoluciones burguesas
del siglo XVII y XVIII o a los procesos independentistas
latinoamericanos del siglo XIX.
Adolfo Gilly, en La Revolución interrumpida, explica
la importancia de la experiencia de la Comuna de Morelos,
donde los campesinos, luego de eliminar a los terratenientes
y gachupines, organizaron la economía agraria y su
propio poder político local. La lucha revolucionaria
dada por la División del Norte de Francisco Villa
y el Ejército del Sur basado en las milicias campesinas
y dirigido por Emiliano Zapata, así como la gloriosa
experiencia de la Comuna de Morelos, mostraron el potencial
revolucionario de la lucha del campesinado pobre. En cuanto
al proletariado mexicano, fueron su juventud, la inexistencia
de organizaciones que levantaran un programa para la alianza
revolucionaria obrero-campesina3, y el éxito del
constitucionalismo en subordinar al proletariado a su lucha
contra Villa y Zapata4, los factores que impidieron que
jugase un rol dirigente en la revolución y fuera
capaz de darle a ésta su salida. El campesinado mexicano,
que tuvo la enorme virtud de alcanzar el punto de conciencia
y organización más alto jamás alcanzado
por las capas campesinas en la historia de las revoluciones,
mostró su incapacidad histórica para presentar
una alternativa nacional que respondiera a sus intereses
y aspiraciones contra el proyecto de la burguesía
y del imperialismo5.
Por su parte, las disputas existentes entre Carranza y Obregón
en el campo del constitucionalismo burgués mostraron,
no la existencia de proyectos socialmente divergentes, sino
políticas diferentes para resolver de
forma reaccionaria la insurgencia campesina y lograr la
estabilización del país.
Definiendo, entonces, la dinámica y el resultado
de la revolución mexicana, podemos decir que la misma,
motorizada por las tareas democráticas no resueltas
por la burguesía (que ya no podría resolver
en la época imperialista), tuvo una dinámica
objetivamente anticapitalista expresada, en su punto más
alto, por la Comuna de Morelos zapatista. Ante la incapacidad
del proletariado y la impotencia histórica del campesinado
serán los representantes de la pequeñoburguesía
y la burguesía los que, con la gran superioridad
que les otorgó tener un punto de vista nacional (burgués),
den una salida reaccionaria a los fines democráticos
de la revolución6.
El triunfo del constitucionalismo estará asentado
en la derrota física de los ejércitos campesinos
y en la destrucción de la Comuna de Morelos: es decir,
sobre la derrota del ala radical de la revolución.
Sobre la base de esta derrota es que se impondrá
la contrarrevolución obligada por las circunstancias
a tomar formas democráticas lo que significó
concretamente el desvío de las aspiraciones de las
masas hacia el régimen burgués por la vía
del constitucionalismo, como se ve claramente en la Constitución
de 1917, sentando así las bases del moderno desarrollo
capitalista en México. Desde otro punto de vista,
esto significó la liquidación de la perspectiva
anticapitalista que planteaba la insurgencia campesina y,
de aquí en más, la subordinación del
proletariado y el campesinado tras la conciliación
de clases7. Sobre este resultado de la revolución
es que surgirá el bonapartismo burgués que
se asentará progresivamente en los años siguientes
y que tendrá en la formación del PNR en 1929
su punto culminante.
La
emergencia histórica del bonapartismo mexicano
Ante la debilidad de la burguesía como clase8, serán
los caudillos militares triunfantes, provenientes de las
filas de la pequeñoburguesía, quienes se postularan
para reconstruir el estado burgués, representar políticamente
los intereses históricos de la burguesía,
y avanzar en una mayor subordinación del país
al imperialismo norteamericano9. Encabezado por Obregón
y Calles, emergerá el bonapartismo mexicano, que,
por lo menos hasta 1929, tendrá un carácter
no asentado, cruzado por disputas al interior de la burguesía
y del ejército.
El carácter bonapartista del régimen posrrevolucionario
no puede entenderse sin tomar en cuenta el hecho de que
la derrota de la revolución no se dará mediante
una contrarrevolución clásica sino mediante
el desvío de las masas hacia el constitucionalismo.
Esto significa que, a diferencia de una dictadura semifascista
en las semicolonias, el bonapartismo mexicano debió
tomar en cuenta la relación de fuerzas resultante
de una revolución que cruzó toda una década,
institucionalizarse y legitimarse ante el movimiento de
masas, y encontrar su base social en el control político
de sus organizaciones, base social que en esos años
será el campesinado10.
La fundación del Partido Nacional Revolucionario
por parte de Plutarco Elías Calles (el jefe
máximo), en 1929, buscará estabilizar
al bonapartismo en torno al nuevo partido de estado: el
Partido Nacional Revolucionario (PNR), unificando a las
facciones revolucionarias y relegando al ejército
al rol de ser pilar del estado.
El
bonapartismo sui generis: el cardenismo
El marco en el cual se dará el ascenso político
de Lázaro Cárdenas fue el reanimamiento del
movimiento de masas y la necesidad de profundizar la institucionalización
del régimen para aceitar su legitimación11.
Surgió el régimen que León Trotsky
definió como bonapartismo sui géneris y que
ante la presión imperialista y la fortaleza del proletariado
respecto a la burguesía nativa, oscila entre
el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente
débil burguesía nacional y el relativamente
poderoso proletariado... puede gobernar o bien convirtiéndose
en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado
con las cadenas de una dictadura policial, o bien maniobrando
con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones,
ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta
libertad con relación a los capitalistas extranjeros12
Las concesiones otorgadas frente a la presión de
las masas (como el salario mínimo y una nueva y controlada
repartición de tierras) serán utilizadas por
el cardenismo para frenar la movilización y soldar
nuevamente los quebrados lazos de subordinación de
la clase obrera y del campesinado al Estado. El proceso
citado en el movimiento de masas dará pie al surgimiento
de la Confederación de Trabajadores de México,
en febrero de 1936, y en el campo, en 1938 surge la CNC.
La convocatoria de Cárdenas a la unidad y organización
del movimiento obrero, por un lado, y del movimiento campesino,
por el otro, buscaron subordinarlos a una estrategia de
conciliación de clases13, y en ello cumplió
un rol central la burocracia sindical enquistada en los
sindicatos y la dirigencia campesina ligada al cardenismo14.
El régimen bonapartista avanzó en la consolidación
de su relación con el movimiento de masas, en especial,
con el proletariado; de hecho, el objetivo central de la
fundación del Partido de la Revolución Mexicana
(PRM) en 1938 será integrar al mismo al movimiento
obrero e impedir la emergencia de una real alternativa proletaria15.
Por otra parte, la definición de bonapartismo sui
géneris cobra vida al tomar en cuenta la expropiación
petrolera que, como una medida que no era ni socialista
ni comunista. (sino) una medida de defensa nacional altamente
progresista16, mostró el enfrentamiento del
cardenismo con el imperialismo y una relativa independencia
respecto a éste.
Como conclusión, si la fortaleza del proletariado
obligó al bonapartismo mexicano a otorgar determinadas
concesiones al movimiento de masas e incluso a enfrentarse
al imperialismo, la política de Cárdenas significó
un redoblamiento de la subordinación de la clase
obrera (y del campesinado) al partido de la burguesía
mexicana.
El bonapartismo pos-Cárdenas: reacción y represión
sobre las masas
Las cuatro décadas siguientes serán de una
mayor subordinación de la nación oprimida
al imperialismo, dándole a México un carácter
claramente semicolonial y, en su relación con el
movimiento de masas, el régimen se irá convirtiendo,
cada vez más, en instrumento del capital extranjero
y, bajo el modelo de sustitución de importaciones
se dará un avance en la penetración del capital
imperialista, fundamentalmente norteamericano, en el campo
y la ciudad.
Esto irá de la mano de una intensificación
de la represión sobre sectores de las masas. Durante
el gobierno de Alemán emergerá el clásico
charrismo, que se integró totalmente al partido de
gobierno. El ya para entonces PRI, apoyado en la colaboración
de esta burocracia sindical y los dirigentes de las organizaciones
campesinas oficialistas, iniciará una política
abiertamente represiva, que buscará avanzar aún
más en la subordinación y estatización
de los sindicatos. La represión de la huelga ferrocarrillera
en 1958 y el prolongado encarcelamiento de sus principales
dirigentes, buscará liquidar la emergencia de una
vanguardia proletaria a la izquierda del régimen.
La masacre del movimiento estudiantil nucleado en el Consejo
Nacional de Huelga en 1968 cortará de cuajo la posibilidad
de un ascenso de masas contra el priato a la altura del
ascenso obrero y popular que recorrerá los cinco
continentes en esos años. El bonapartismo mexicano
mostrará su carácter profundamente reaccionario
contra las masas en estos acontecimientos de la lucha de
clases y, esencialmente, desenmascarándose como un
régimen acorde a las necesidades del imperialismo
y la burguesía nativa que permitió mantener
la dominación capitalista ante el cuestionamiento
de sectores de la vanguardia y/o de las masas.
SEGUNDA
PARTE
Un
nuevo ciclo de colonización del país
A
partir de 1982 dará inicio un nuevo ciclo de recolonización
de la nación oprimida y de mayor subordinación
al imperialismo, que continúa con transformaciones
y cambios- hasta hoy.
En 1982, los niveles de inflación y endeudamiento
alcanzados llevaron a 22 países semicoloniales a
renegociar nuevas fechas de pago de sus deudas, mientras
que los 3 grandes deudores latinoamericanos Brasil,
Argentina y México- anunciaron no tener divisas para
afrontar el pago de los intereses de la deuda externa17.
La política del imperialismo para las semicolonias
estuvo caracterizada por un salto en la ofensiva sobre las
mismas, buscando una transferencia de recursos a las arcas
imperialistas (mediante pago de servicio de deuda, por ejemplo)
y origiando lo que se conoció como década
perdida.
La crisis de 1982 y los años siguientes en México
combinaron la liberalización y apertura comercial
con fuertes tendencias devaluatorias e inflacionarias, como
fueron las dos devaluaciones del peso, en 1982 y 1987. Con
el trasfondo de un proceso fuertemente recesivo de la economía,
la burguesía lanzó un ataque contra el nivel
de vida de las masas, mediante la reducción del salario
real y un aumento sustancial de los niveles de desempleo
y subempleo; dándose mecanismos institucionales para
garantizar su imposición al movimiento obrero, como
fue el Pacto de Solidaridad Económica, suscrito por
la burocracia charra, los empresarios y el estado. La nación
oprimida cae en las consecuencias de la década
perdida: recesión, desocupación, baja
salarial y ataque del capital. En 1988, el PBI estaba por
debajo de los niveles de 1981; mientras que la participación
de los asalariados en el ingreso era de un 37.5% en 1981,
11 años después había descendido a
un 27%18.
La apertura comercial y la liberalización
del comercio19, al debilitar la industria y producción
local, irá de la mano del avance de la inversión
de las multinacionales norteamericanas. Las mismas estarán
orientadas hacia las ramas dinámicas
de exportación, y en particular hacia la industria
maquiladora de exportación20; la vinculación
a la economía norteamericana se verificará
también en que las exportaciones del país
en estos años pasaron del 7% al 26% del PBI, la mayoría
orientadas hacia EE.UU.
Desde 1988 hasta 1994, Salinas de Gortari profundizará
esta tendencia. Las privatizaciones y el mercado accionario
verán en acción a las trasnacionales imperialistas
y sus socios menores nativos, que se apropiarán,
durante este sexenio y el de Ernesto Zedillo, de la banca
(que tiende a ser absorbida por el capital norteamericano
y en grado menor por el español), de la telefonía,
la siderurgia, gas, puertos, minería, aeropuertos
y aviación, autopistas, petroquímica, televisión,
y avanzaron parcialmente sobre electricidad, salud y petróleo;
en el campo se verificará una mayor entrada del capital
extranjero, a partir de la reforma del artículo 27
de la Constitución; mientras que las ganancias financieras
y las rentas inmobiliarias crecieron hasta un 50%. Para
ser más precisos, desde 1982, el sector paraestatal
ha perdido más de 1000 entidades de las 1155
que tenía
Pero el hecho de mayor significación en estos años
fue la firma del Tratado de Libre Comercio en 1992 (entre
EE.UU., Canadá y México) y su entrada en vigencia
el 1° de enero de 1994 que significará un verdadero
estatuto de coloniaje para México y somete incluso
las leyes mexicanas al arbitraje imperialista. Con el TLC
se eliminaron progresivamente las barreras y aranceles a
las exportaciones norteamericanas, en tanto EE.UU. mantiene
los mismos en determinadas ramas. A 6 años de su
entrada en vigencia, el 74.5% de las importaciones provienen
de EE.UU y, sólo en el mes de noviembre de 1998 ingresaron
mercancías norteamericanas por 7.000 millones de
dólares, mientras que Chile, por ejemplo, importó
3.600 millones de dólares durante todo ese año.
En el campo, ha significado, mediante el dumping
y la regulación fitosanitaria, el bloqueo
de las exportaciones agropecuarias mexicanas, mientras que
se ha dado un salto inusitado de las importaciones norteamericanas
de grano y carne. Por otra parte, el TLC significa una subordinación
a la producción de las multinacionales norteamericanas,
que se aseguran, en el caso de la industria automotriz,
que el 60% de los componentes sean producidos dentro de
las fronteras del TLC, mientras que el rol de
México es el de proveedor de mano de obra barata
para la industria de exportación en general y las
maquiladoras en particular, que en su mayoría son
propiedad o subcontratistas de multinacionales norteamericanas.
El TLC redobló la entrega de la banca y las empresas
del estado al imperialismo21.
El resultado de este proceso de recolonización imperalista
será una estructura económica moldeada de
forma profundamente inarmónica, donde conviven ramas
dinámicas de exportación, con tasas de crecimiento
y rentabilidad ascendentes, y sectores enteros de la vieja
industria y del campo en condiciones de crisis y, en algunos
casos, de extinción. Esta modernización
verdadera muestra del carácter desigual y combinado
del desarrollo de los países semicoloniales- se explica
por la vinculación productiva de México a
la economía yanqui, a través de una industria
de exportación (especialmente automotriz, electrónica
y textil) que basa sus índices de crecimiento en
la superexplotación de una mano de obra en ocasiones
10 veces más barata que la norteamericana y que está
ubicada a corta distancia de la frontera con los EE.UU.
Este desarrollo de las ramas de exportación, y en
particular del sector maquilador22, que se ha intensificado
y dado un salto con el TLC, ha significado que cerca de
1000 empresas (un 3% de las exportadoras) concentran el
80% de las exportaciones, centralizadas en las tres ramas
citadas antes. Estas exportaciones, en 1998, se orientaron,
en un 87% hacia EE.UU. En los últimos años
la industria maquiladora ha elevado de 2064 a 3200 sus plantas
instaladas, localizadas en su mayor parte en la frontera
norte pero que se han ido extendiendo a otros estados (como
Jalisco, Yucatán o el Estado de México), y
que concentra cerca de 1.100.000 obreros empleados directamente
(un 22% del empleo industrial)23; y donde el 43% de las
exportaciones, durante 1998, correspondió a la industria
maquiladora, mientras que un 37% de las importaciones iban
destinadas a la misma. Este crecimiento está asentado
en el aumento de la extracción de plusvalía
absoluta, es decir en el aumento de los ritmos de trabajo
y en condiciones laborales de semiesclavitud: se calcula
que en los últimos años este incremento fue
de un 36.7%.
Mientras los efectos del TLC han significado un aumento
absoluto del déficit comercial con los EE.UU., el
desarrollo de las ramas de exportación han significado
una contratendencia a este déficit24. Más
en general han significado, desde 1994, un factor importante
en la salida de la crisis económica así como
en mediatizar los efectos de la crisis recesiva abierta
en Latinoamérica, con epicentro en Brasil, a fines
de 199825. México mantuvo durante el 99 un
alto crecimiento gracias a la continuidad del boom
norteamericano que le ha permitido evitar la apertura de
un ciclo recesivo como el que recorrió a gran parte
de América Latina.
Esto lo ha hecho mediante una mayor ofensiva sobre las masas,
mediante subempleo y desempleo, caída del salario
real, recorte de subsidios y beneficios sociales (como el
alza del precio a la tortilla, la desaparición del
CONASUPO, etc.) y garantizando más altos niveles
de productividad a la gran burguesía. Parte importante
de esta ofensiva es la nueva ronda de privatizaciones que
se anuncia, como sobre la industria eléctrica, y
como se ve en el acuerdo de garantizar privatizaciones por
alrededor de 4.000 millones de dólares así
como en la ofensiva sobre el sector educativo, tanto en
el caso de la educación superior como en el ataque
sobre el magisterio.
Finalmente, el hecho de que el milagro mexicano
esté centralmente atado estructuralmente, por lazos
de subordinación y dependencia económica (y
política) al imperialismo norteamericano plantea
que su suerte depende en gran medida de que la economía
norteamericana mantenga alejado el fantasma de la recesión
y de la crisis económica.
Pero, al mismo tiempo, el reciente Tratado de Libre Comercio
firmado con la Unión Europea muestra los reacomodamientos,
tanto de la burguesía mexicana como de los imperialismos.
Por un lado, muestra el avance del imperialismo europeo,
motorizado por España, que en los últimos
años ha avanzado sustantivamente en la economía
nacional, en especial en el sector bancario, donde dos bancos
españoles Bilbao Vizcaya y Santander- han participado
protagónicamente de compras y fusiones (la última
de ellas fue la integración del Banco Bilbao Vizcaya
y Bancomer, bajo control del primero, que se ha constituido
en el grupo bancario más grande del país).
Al mismo tiempo, este acuerdo por el cual Europa avanza
sobre el patio trasero norteamericano muestra un interesante
margen de maniobra de la poderosa burguesía mexicana
frente a las disputas entre los distintos imperialismos.
Esto no invalida la supremacía del imperialismo yanqui
en México, sino que preanuncia que las guerras y
escaramuzas comerciales tendrán también a
este país como campo de maniobra.
Las
transformaciones en la composición de clases
Al
calor de la penetración imperialista, una mayor concentración
de la propiedad en manos de los grupos financieros nativos.
Hemos descripto anteriormente cómo en torno a la
producción para la exportación las grandes
trasnacionales han afianzado y profundizado sus posiciones
centrales en la economía semicolonial mexicana. Al
ritmo de la recolonización del país en función
de los intereses del imperialismo norteamericano y las transnacionales,
los grupos financieros locales ubicados en las ramas dinámicas
de la economía han acrecentado su influencia y la
concentración de propiedad en sus manos. El acuerdo
firmado semanas atrás por Carlos Slim Selú
el zar de las telecomunicaciones- con Bill Gates muestra
la emergencia de una burguesía nativa poderosa. Esta
burguesía lejos de ser independiente
del imperialismo norteamericano- ha ascendido al calor de
la mayor vinculación de la economía mexicana
a los EE.UU. y de la subordinación a sus intereses.
Al mismo tiempo, ha sido beneficiaria de los privilegios
que el régimen le ha suministrado en los últimos
3 sexenios, del proceso privatizador, así como del
aprovechamiento de la inversión extranjera y el carnaval
bursátil de los años 90-94. Destacan Carso-Inbursa-Telmex,
del citado Carlos Slim, en el área de telecomunicaciones
(pero también en el sector comercial, la construcción,
tabaco, minería y automotriz), sin duda el principal
grupo económico mexicano. Los grandes grupos de Monterrey,
ligados a la exportación de manufacturas al mercado
norteamericano son Vitro, Alfa y Visa, mientras que en la
minería destaca Minera México.
Luego de la crisis de 1982, el desarrollo del mercado bursátil
permitió a estos grupos emerger de la década
perdida más fuertes y saneados:
durante los años 83-87, un 81.25% de la inversión
de estos cinco grupos fue en el terreno financiero. Este
mecanismo muestra, por supuesto, el carácter parasitario
de la burguesía mexicana. Pero es a partir del sexenio
de Carlos Salinas de Gortari cuando se dará el gran
salto. La gran burguesía mexicana fue favorecida
por mecanismos institucionales, como el pacto económico
de 1988 (que supuso, por ejemplo, avances en la exención
fiscal), y por el proceso privatizador donde adquirieron
ventajas incluso oligopólicas (por ejemplo en la
privatización de la banca, las telecomunicaciones,
o la televisión) o de facilitarle el acceso a otras
empresas, como es el caso de Minera México que se
quedó con la Mina de Cananea. Al mismo tiempo, la
colocación bursátil y la inversión
extranjera jugaron un rol central para el desarrollo de
estos grupos: a partir de estos años es cuando empresas
como, Teléfonos de México, Cementos Mexicanos,
Cifra, Televisa, Bancomer o Carso, comienzan a cotizar en
Wall Street (y, por supuesto, en la Bolsa Mexicana de Valores).
Los años del milagro mexicano (1988-94) tendrán
a estos grupos como importantes beneficiarios: la Inversión
Extranjera Directa y en Cartera se orientarán hacia
los mismos, por ejemplo, en 1990-92, estos cinco grupos
captarán un 54% del crédito externo privado
de corto plazo, y un 87% del crédito de largo plazo.
Estos grupos se asociarán directamente, en muchos
casos, a las grandes transnacionales, como el caso de Carso-Inbursa,
en alianza estratégica con France Telecom
et Radio y con Southwestern Bell.
Por otra parte, estos grupos destacan en el avance de la
productividad, y en haber hecho retroceder las condiciones
laborales del proletariado. Vitro, por ejemplo, es reconocida
como pionera en imponer la calidad total. El
justo a tiempo está también incorporado
a las mismas, y las privatizaciones, como el caso de Telmex
o Cananea han significado racionalización, despidos
y condiciones de trabajo sujetas a una intensificación
de los ritmos de trabajo.
Emerge
un nuevo proletariado.
Desde 1990 las situación de la clase obrera ha estado
caracterizada por una caída del empleo (acrecentamiento
del desempleo y especialmente del subempleo, en realidad
desempleo encubierto) y un ascenso en la productividad,
basada en términos generales en un aprovechamiento
extensivo de la mano de obra (mayores horarios de trabajo,
intensificación de los ritmos y economía
horaria, junto a quite de conquistas sociales y laborales)
y, en sectores localizados, especialmente en la industria
de exportación, con cierta innovación tecnológica.
El descenso real del salario junto a los beneficios fiscales
han sido un elemento muy importante para mantener la rentabilidad
de la burguesía y las trasnacionales.
El carácter desigual e inarmónico de la economía,
profundizado en los últimos años, ha dado
a luz un nuevo proletariado. Mientras los viejos
sectores de la clase obrera -en la producción, servicios,
salud y educación- han visto empeorar sus condiciones
de vida y trabajo, en la industria maquiladora ha surgido
un joven y nuevo proletariado con bajísimos salarios,
infernales ritmos de trabajo, pésimas condiciones
laborales, sin sindicatos (a excepción, en algunos
casos, de la CTM charra y los sindicatos blancos); es decir
en condiciones de semiesclavitud.
La emergencia de este nuevo proletariado (donde las condiciones
de los sectores tradicionales, lejos de ser
privilegiadas, han sido atacadas con particular
intensidad en los últimos años y se tienden
a acercar al joven proletariado de las maquiladoras) es
una consecuencia, no sólo del ataque imperialista,
sino del rol de la burocracia sindical, en su variantes
charras CTM, CROC, etc- u opositoras
-UNT-, que han permitido la imposición de la flexibilización
y precarización laboral así como han dejado
librado a su suerte a los trabajadores de la frontera norte
y la industria maquiladora. De esta forma, uno de los soportes
centrales del régimen bonapartista al interior del
movimiento de masas ha jugado un rol esencial en la crisis
actual que atraviesa al movimiento obrero ante el ataque
imperialista.
La
situación en el campo
El reparto agrario limitado llevado adelante por el cardenismo
dio origen a lo que se denominó la "dualidad"
agraria de México, la moderna empresa capitalista
convive con el ejido y la pequeña propiedad campesina,
este sistema sólo podía implicar el hundimiento
y absorción de los segundos por la empresa capitalista.
Esta "dualidad" entra en crisis hacia fines de
la década de los '70 por su eslabón más
débil: la pequeña propiedad campesina. Por
un lado, la crisis económica norteamericana de principios
de la década presiona sobre la economía mexicana.
Por otro, el agotamiento de la producción campesina
se muestra como caída en los índices de producción
de los dos principales cultivos: el maíz y el frijol.
La caída de los precios internacionales de los productos
agrícolas a principios de los '80 y, por lo tanto,
de los precios en el mercado interno, acrecentarán
este agotamiento. Será en esta década donde
resurgirá en forma masiva el fenómeno de la
emigración rural, fenómeno que se había
desarrollado con el crack económico del '30 y que
en los '80 resurge al calor del ataque de la hiperinflación.
Esto no se puede entender sin ver que durante tres décadas
la economía campesina fue el sector que tradicionalmente
absorbía la mano de obra excedente en el campo: en
1982 el 52% del PEA en el campo eran trabajadores "subordinados",
o sea que trabajaban en parcelas ajenas, con o sin retribución,
trabajo familiar y suplementario.
La firma del TLC implica una profundización en el
camino que el campo mexicano comenzó a recorrer en
la década de los '80. Por un lado, la liberalización
de la producción agrícola ponía en
una posición no competitiva a la producción
mexicana. El 90% de los productores de maíz no podían
enfrentar a la producción norteamericana. El TLC
ponía a tono la nueva reconfiguración agrícola
que se había iniciado a finales de los '80: los cultivos
tradicionales serán cambiados por la producción
de frutas, hortalizas, flores, y productos agropecuarios.
En 1971 la producción de hortalizas era de 2,9 millones
de toneladas, para 1990 era de 8,8 millones de toneladas.
El cambio de cultivos se adecuaba a las necesidades del
mercado y la producción norteamericana. Por un lado,
México recibía el excedente agrícola
norteamericano, abasteciéndolo de frijol y maíz,
y el campo mexicano se readecuaba a las necesidades de las
agroexportadoras norteamericanas.
Estos
cambios y la profundización en la penetración
imperialista en el campo implicaron:
1-Un
ataque directo al campesinado ejidatario. El ataque con
la apertura económica y la modificación del
articulo 27 constitucional implicó la expulsión
de entre 1.000.000 y 1.500.000 campesinos pobres. La tendencia
a la pauperización y a la proletarización
que venia de la década de los '80 se profundiza,
campesinos pobres de todo el país emigrarán
a la maquila o cruzarán la frontera en busca de un
sustento. Junto con esto, Salinas de Gortari libera la pequeña
propiedad campesina y ejidal que podrá ser vendida
o rentada por sus dueños.
2-
El hundimiento del sector de agricultores medios, ubicados
generalmente en la zona norte y centro de México.
La abolición del precio de garantía mediante
el cual el estado subsidiaba la pequeña y mediana
producción agrícola acrecienta las penurias
de este sector, su endeudamiento y las carteras vencidas
al no poder competir con la producción norteamericana.
La nueva ofensiva capitalista-imperialista y la crisis
del régimen
1-
La modernización capitalista ya mencionada,
que desde los años 70 estrecha sus lazos y dependencia
con el imperialismo norteamericano, transforma en anacrónico
el mantenimiento del anciano régimen bonapartista
del PRI que prolongó la cooptación del movimiento
de masas con sus pactos sociales a cambio de
estabilidad política. La burocracia estatal con sus
dinosaurios, con sus caciques y relaciones clientelares
en el campo, su aparato corporativo de cooptación
del movimiento obrero, su paternalismo, su corrupción
y soborno, constituyen un gobierno demasiado caro e ineficiente
para la inversión imperialista, ya que protege el
derroche, la indisciplina y la baja productividad afectando
al conjunto del funcionamiento de la economía.
Esto genera una contradicción abierta entre las transformaciones
económicas y el modo tradicional de dominación
política de la burguesía mexicana.
2-
La ofensiva capitalista y la penetración imperialista
han traído como consecuencia la baja salarial, la
desocupación, la informalidad y precarización
laboral; implicó también la contrarreforma
constitucional que eliminó el artículo 27,
desmontando la organización ejidal en el campo, hundiendo
la economía tradicional y obligando a las familias
campesinas a emigrar a las maquila, a las ciudades superpobladas
o a EEUU. Hoy, esta ofensiva ha liquidado las bases materiales
del pacto social sobre las cuales se basaba
la cooptación de las masas del bonapartismo mexicano,
que a diferencia de otros regímenes de América
latina logró un largo tiempo de existencia gracias
a la legitimidad que le confería aparecer como heredera
(usurpadora) de la revolución de 1910. Liquidada
su función política estabilizadora el mantenimiento
del aparato burocrático se transforma en disfuncional
a la acumulación capitalista, por un lado y a la
propia estabilidad política del régimen, por
el otro.
3-
El mismo régimen reconocía esto cuando ya
desde los 70 intenta llevar a cabo una modernización
política. Esta necesidad se profundiza en los
primeros años de los 80 con la crisis de la deuda
bajo la presidencia de Miguel De La Madrid, pero es durante
el sexenio de Salinas de Gortari (88-94) cuando se encara
el proyecto más decidido de una autorreforma
desde arriba. Esto implica transformar los mecanismos de
la dominación burguesa de acuerdo a las necesidades
del nuevo polo de concentración de la oligarquía
capitalista: transformar al PRI como partido-estado permitiendo
la alternancia política, fortalecer aún más
el presidencialismo y recortar los mecanismos de cooptación
y pactos con las direcciones del movimiento de masas por
nuevas alianzas sociales, en particular con las nuevas clases
medias altas de la ciudad. El nuevo polo burgués
necesita establecer su dominio basado sobre un régimen
capitalista sólido y una integración profunda
al imperialismo como lo es el TLC o el reciente TLUE, extirpando
todo vestigio del ciclo de la revolución mexicana,
que aún puede hallarse en algunos puntos de la constitución.
4-
El intento de autoreforma significa un desplazamiento
de los sectores tradicionales ligados a las viejas formas
de dominación política (los dinosaurios) a
los nuevos tecnócratas como Zedillo, agente y comisionista
de la oligarquía financiera y el imperialismo. En
el México moldeado por la nueva penetración
imperialista este sector tradicional de la burocracia priísta
está condenado a su declinación histórica.
Pero al mismo tiempo el temor de la gran burguesía
a quedar sin puntos de apoyo, el miedo a que el debilitamiento
del paternalismo y las ilusiones de reforma y renovación
social y política, genere una irrupción de
las masas, es lo que explica que la burguesía mexicana,
a pesar de sus ínfulas de primer mundo
en el terreno económico no pueda atacar hasta el
final a esta burocracia que le sirve como gendarme
social contra las masas.
La clase dominante mexicana es hostil, naturalmente, a cualquier
atisbo de cambios por abajo, es decir basadas
en la participación y movilización de las
masas. Más aún, la aplicación de la
propia autoreforma por arriba, es retaceada,
castrada por el mismo régimen ante la menor presión
de las clases populares.
Escamoteada la salida democrática, el
odio de las masas, producto de la agudización de
la pobreza y de su sufrimiento inaudito, conduce toda reivindicación
seria de las mismas a una lucha política directa
contra el régimen y su institución clave,
el poder ejecutivo.
5-
Con la derrota en las elecciones presidenciales del 88
y la apelación al fraude masivo para impedir la asunción
de Cuhautemoc Cárdenas, favoreciendo a Salinas de
Gortari, el régimen del priato clausura cualquier
renovación política de fondo. Esto no quita
la posibilidad de aceptar algún recambio, mientras
no se toque el poder de los dinosaurios y mucho menos como
producto de la acción de las masas. La capitulación
de Cuhautemoc Cárdenas, cuando cientos de miles estaban
en las calles contra el fraude del PRI, no expresa más
que la cobardía y la incapacidad de la oposición
burguesa que temía más a estas que la permanencia
del régimen del PRI aún a costa de aceptar
sin chistar la pérdida del poder. El cardenismo,
con esta claudicación, se transformará en
una pieza clave para desviar la movilización de las
masas y sostener al odiado régimen del PRI.
6-
El alzamiento campesino en Chiapas, irrumpió en la
vida política nacional en enero del 94 contra el
TLC, contra la eliminación del artículo 27
de la constitución y por la democracia. Exigiendo
la tierra para los campesinos y democratización de
la sociedad, constituyó, objetivamente, el intento
de modificar desde abajo las condiciones de participación
de las masas en el proceso de reformas políticas.
Este nuevo cuestionamiento de las masas campesinas al régimen
del priato levantó la simpatía y la solidaridad
de millones en todo el país, esperanzados en un cambio
democrático profundo de la política y el estado
manejado despóticamente. Mientras en el movimiento
campesino el surgimiento del EZLN mostraba la crisis de
las organizaciones campesinas oficiales, en el propio movimiento
obrero surgieron tendencias democráticas y de oposición
a la burocracia charra de la Central de Trabajadores de
México (CTM), que tuvieron su punto más alto
en la Coordinadora Intersindical 1° de Mayo. Emergía
así un componente esencial de la crisis del régimen
que, después del fraude de 1988, hizo eclosión
el 1 de enero de 1994: la crisis de las direcciones del
movimiento de masas agentes directas del priato (y de la
burguesía), que ante la rebelión campesina
se ubicaron sin dudarlo del lado del PRI. Así actuó
el finado Fidel Velázquez (que dirigió durante
más de 60 años la CTM), cuando llamó
a suprimir violentamente el movimiento, como ya lo había
hecho con los estudiantes sublevados en el 68.
7-
La transición pactada entre el PRI-PAN-PRD
no fue más que la respuesta reaccionaria, cubierta
de demagogia democrática, para desviar
el ascenso en el campo iniciado en Chiapas e impedir que
se extienda a las ciudades y desmorone al conjunto del régimen.
A cambio de una mayor apertura política al PRD y
al PAN que les permitió ejercer el gobierno del Distrito
Federal al primero en el 97 y un mayor peso en las gobernaciones
estaduales y en el congreso a ambos, estos partidos de oposición
se comprometieron a sostener al decrépito bonapartismo
mexicano.
Para asegurar esta política juegan un papel clave
las direcciones del movimiento obrero en sus variantes oficialistas
-la CTM- como las opositoras -la Unión
Nacional de Trabajadores o algunos de los sindicatos más
importantes como es el Sindicato Nacional de Electricistas-.
Estas direcciones burocráticas, ligadas orgánicamente
al PRI y/o al PRD, han impedido que el poderoso proletariado
mexicano pueda saltar a la palestra nacional y poner en
jaque al odiado régimen, dándole una salida
revolucionaria a los campesinos en armas y a toda la nación
explotada.
En este nuevo engaño a las masas también cumplió
un papel fundamental la dirección del EZLN ejercida
por el subcomandante Marcos, quien retiró a los 15
días del levantamiento las demandas fundamentales
y luego firmó los acuerdos de San Andrés.
Estos acuerdos a cambio de seudo concesiones como la tibia
autonomía regional, fortalecieron la política
de transición pactada de Zedillo, el
PRD y el PAN en la cual el EZLN pasó a ubicarse como
pata izquierda.
La política del PRD fue esencial para evitar que
el movimiento democrático de solidaridad con Chiapas
evolucionara hacia una lucha abierta y cuestionara al gobierno
del PRI. Esto le permitió a Zedillo ganar tiempo,
embaucar a las masas posando de dialoguista
para luego retomar la ofensiva desconociendo los acuerdos,
militarizando Chiapas y aislando la lucha campesina. El
resultado de esta trágica política de la dirección
del EZLN fueron las masacres de Aguas Blancas y Acteal.
8-
El carácter fraudulento de la transición pactada
se demuestra en que lejos de implicar una atenuación
de los rasgos represivos, autoritarios y antidemocráticos
del priato, ha sido funcional al recrudecimiento de la ofensiva
política, económica e incluso militar sobre
las masas, como lo mostraron las masacres campesinas y el
actual conflicto de la UNAM con la irrupción violenta
de la PFP en la Ciudad Universitaria con más de mil
detenidos el 6 de Febrero, la represión en El Mexe,
la persecución a los miembros del CGH y ahora, nuevamente,
con la custodia de las instalaciones universitarias por
parte de la PFP.
9-
La emergencia de una nueva vanguardia juvenil ha tenido
profunda significación. Es la expresión más
reciente de una larga serie de movimientos, a lo largo de
la historia mexicana posrevolucionaria, que han emergido
cuestionando el régimen bonapartista, como lo fueron,
independientemente de la políticas de sus dirigentes,
la huelga de los ferrocarrileros en el 58, el ascenso
del movimiento estudiantil en el 68 o la insurgencia
campesina de Chiapas en el 94.
En los últimos años, las luchas han sido contenidas
en los marcos del régimen y desviadas rápidamente.
Los dos movimientos más importantes que han evidenciado
el carácter antidemocrático, autoritario (1988),
proimperialista y caciquil (1994) del régimen, aunque
han tenido consecuencias históricas (incluso en el
caso del levantamiento de Chiapas se mantiene una heroica
resistencia campesina), han sido contenidos y desviados.
La huelga estudiantil de la UNAM y el surgimiento del CGH
ha enfrentado objetivamente al régimen de transición
y sus planes, y ha ubicado como adversarios a todos los
partidos burgueses (incluso a los charros, no sólo
de la CTM, sino a los opositores del STUNAM), al mismo tiempo
que ha mantenido su independencia respecto de la política
del subcomandante Marcos. Es decir se ha convertido objetivamente
en la oposición política más importante
al régimen, y no han logrado aún a pesar
de los intentos del PRD y del mismo Marcos- absorverlo orgánicamente
(como fue en el caso del CEU del 87) o subordinarlo políticamente26.
Más allá del desenlace del conflicto estudiantil
la emergencia de esta vanguardia muestra el surgimiento
de un fenómeno juvenil a la izquierda de la transición
pactada, y expresa, en cierta manera, el descontento que
recorre a millones de mexicanos.
10-
A más de 30 años de la masacre de Tlatelolco,
el régimen bonapartista mexicano no ha cambiado en
su esencia. La transición pactada ha
significado un perfeccionamiento del bonapartismo,
integrando a los partidos de la oposición, abriendo
un juego tripartidista para las elites, pero
conservando, aunque con un poder limitado, todas las instituciones
y corporaciones represivas del viejo priato. Como ha demostrado
la lucha democrática de todos estos años,
este régimen de las 24 familias y del imperialismo
norteamericano, es irreformable. Los intentos de reforma
ya sea por la vía electoral o por la presión
de las armas (reformismo armado), son una quimera. Todos
los intelectuales y aduladores de la transición
pacífica a la democracia han demostrado su
carácter impostor, avalando las salidas negociadas
con este régimen asesino o peor aún, siendo
la cobertura democrática de las políticas
represivas como lo demostraron vergonzosamente en el conflicto
de la UNAM. Este camino no trajo ni traerá la más
mínima democracia a México.
¿Reforma
o revolución?
Sólo la caída revolucionaria de priato y su
extensión, la transición Pactada,
abrirá este camino. Igual que a principios de siglo
contra el porfiriato, está planteada una nueva revolución,
esta vez contra el régimen bonapartista mexicano
sirviente del imperialismo.
Sólo la liquidación revolucionaria de este
régimen dará pasos hacia la resolución
de las aspiraciones más sentidas por las masas: la
ruptura con el imperialismo que mediante el mecanismo de
la deuda, los tratados de libre comercio y el saqueo de
sus multinacionales y la explotación de la mano de
obra barata mexicana hunden al conjunto de la nación;
una reforma agraria radical, que liquide el sistema de cacicazgos
y condone la deuda a los campesinos pobres y le entregue
la tierra a los que no la tienen expropiando a los terratenientes
y a la gran burguesía ligados al agrobussines;
el reconocimiento de la identidad nacional de los pueblos
indígenas, otorgándole la autonomía
e incluso el derecho a su separación si así
lo desearan; la liquidación de esa verdadera plaga
social que es el desempleo y el trabajo informal y precario
de millones que desangra a la nación trabajadora
y explotada; la liquidación de todas las instituciones
corporativas en el campo y la ciudad que anulan las libertades
políticas e impiden la organización democrática
de las masas.
Ninguna de estas demandas elementales tienen solución
en los marcos de régimen del PRI y su transición
pactada.
Para los marxistas revolucionarios, en estas circunstancias,
la consigna de asamblea constituyente revolucionaria,
aunque tiene un carácter episódico, adquiere
un valor fundamental como motor de la lucha democrática
contra el régimen, para acelerar la experiencia de
las masas desenmascarando los engaños de los partidos
de la burguesía y preparar el camino hacia la revolución
obrera y socialista.
Una constituyente revolucionaria, sobre las ruinas de este
régimen, puede organizar al país de acuerdo
a los intereses de las mayorías populares y no de
la oligarquía de 24 familias que gobiernan al país
a través de sus partidos sirvientes, el PRI-PAN-PRD.
Una asamblea constituyente revolucionaria, basada en el
sufragio universal para todos a partir de los 16 años,
con distrito único y elección proporcional,
para que los cerca de 100 millones de mexicanos decidan
el destino de la nación y no votando cada sexenio
a los partidos de la transición pactada, agentes
de la gran burguesía y el imperialismo. Esta asamblea
constituyente revolucionaria, al igual que la convención
de Aguascalientes de 1914, sólo puede ser convocada,
en el marco de una nueva oleada revolucionaria, por el poder
de los obreros y campesinos pobres apoyados en sus milicias
y unificando a las masas explotadas detrás de sus
demandas democráticas estructurales. Para los revolucionarios
una asamblea de este tipo será un paso para impulsar
la movilización revolucionaria de los obreros y campesinos
y elevará el nivel de conciencia de las masas. Allí
millones y millones verán la negativa de la burguesía
a avanzar en la ruptura con la gran propiedad y el imperialismo;
allí se verá que la burguesía trasnacional
y nacional sustenta su dominio en una dictadura
basada en su ejército profesional. En ese sentido
el planteo de una asamblea constituyente revolucionaria
permitirá que surjan o se fortalezcan el poder armado
del proletariado y las masas pobres de la ciudad y el campo
y sus organismos de democracia directa, los consejos obreros
y campesinos (lo que en la revolución Rusa se llamaron
Soviet).
Retomar
la obra de Emiliano Zapata
En 1914 la Convención de Aguascalientes, basada en
los ejércitos revolucionarios de Zapata y Villa,
luego de la ruptura de los constitucionalistas, consagró
las demandas básicas de la revolución agraria.
En su manifiesto enunciaba: la desocupación
del territorio nacional por las fuerzas norteamericanas;
la devolución de los ejidos a los pueblos; destruir
el latifundismo, desamortizando la gran propiedad
y repartiéndola entre la población que hace
producir la tierra con su esfuerzo individual; la
nacionalización de los bienes de la revolución;
y la libertad de asociación y huelga para los trabajadores,
y proclamaba en las épocas de profunda conmoción
social y política, cuando las instituciones vacilan
y se derrumban, la soberanía la ejerce el pueblo
en los campos de batalla y reside en el pueblo
levantado en armas.
En 1916, en el declive de la revolución, derrotada
la División del Norte de Pancho Villa, y aislado
en Morelos Emiliano Zapata, la Constituyente de Querétaro
convocada por el constitucionalismo apoyados en un ejército
legal, continuidad del maderismo, proclama una nueva constitución
burguesa que rige hasta hoy; aunque inscribe en ella reformas
sociales, es la expresión de la contrarrevolución
democrática triunfante. Bajo el régimen de
la propiedad privada y bajo el régimen de la burguesía
aún esas reformas sociales y promesas
democráticas fueron siendo liquidadas progresivamente
y hoy, bajo la ofensiva imperialista intentan ser eliminadas
definitivamente.
Contra la nueva oligarquía y los magnates de México
que han convertido a la nación en una patria vasalla
del capital imperialista, es más necesario que nunca
retomar la obra de Emiliano Zapata y llevarla hasta el final.
Trotsky formuló la consigna de completar la
obra de Emiliano Zapata en 1939, cuando el proceso
posterior a la revolución marcaba un claro giro a
la izquierda, expresado en el gobierno de Lázaro
Cárdenas y su programa nacionalista burgués,
que bajo la presión de las masas nacionalizó
las compañías petroleras inglesas y expropió
a los terratenientes, repartiendo millones de hectáreas
a los campesinos pobres. En ese sentido Trotsky planteó
la necesidad de culminar la obra de Zapata impulsando
una reforma agraria integral, al tiempo que sostenía
la necesidad de la más intransigente independencia
política de la clase obrera. En artículos
anteriores hemos adoptado la misma formulación. Sin
embargo en la actualidad, luego de décadas de contrarrevolución
económica y social y frente a la imposición
imperialista actual de liquidar hasta los más mínimos
vestigios de la constitución de 1917, debemos reformular
la consigna de Trotsky del 39, planteando la necesidad
de retomar la obra de Zapata y llevarla hasta el final.
Zapata y Villa no pudieron triunfar por el carácter
limitado de la clase de la cual provenían, el campesinado,
mientras el proletariado era un fuerza social embrionaria.
Hoy, el poder de la nueva clase obrera concentrada en las
maquiladoras reúne a más de 1,1 millones de
trabajadores, se agrupa en los conglomerados fabriles del
capital imperialista y en las grandes ciudades que son el
corazón de la economía y el estado; este vasto
ejército de asalariados puede controlar los resortes
fundamentales de la economía, la producción,
la banca, y el comercio, paralizar al país y quebrar
la maquinaria de represión del estado capitalista.
Esta enorme fuerza social está destinada a retomar
la obra de Zapata y llevarla hasta el final. Sólo
la clase obrera - a diferencia de otras clases explotadas
bajo el capitalismo como el campesinado que no es una clase
homogénea- puede oponer un poder centralizado y una
alternativa de sociedad al dominio burgués y darle
una salida progresiva al resto de las clases explotadas.
Esta cuenta con millones de hermanos chicanos en EEUU y
con lazos estrechos al proletariado yanki que serán
aliados indispensables para detener con su movilización
revolucionaria los intentos seguros de contrarrevolución
imperialista.
Esta legión proletaria dirigiendo la alianza junto
a los campesinos pobres del sur y el centro del país,
y haciéndose eco de años de agravios y humillaciones
de toda la nación explotada, será la única
capaz de barrer con el régimen caduco y retomar la
tarea que la revolución de 1910 no resolvió
y por eso fue derrotada: tomar el poder, instaurar un gobierno
obrero y campesino y expropiar a la gran burguesía.
Como decía León Trotsky: De esta manera
la dictadura del proletariado, que sube al poder en calidad
de caudillo de la revolución democrática,
se encuentra inevitable y repentinamente, al triunfar, ante
objetivos relacionados con profundas transformaciones del
derecho de propiedad burguesa. La revolución democrática
se transforma directamente en socialista, convirtiéndose
con ella en permanente.
Dos
estrategias para la revolución mexicana
Al revés de esta perspectiva la izquierda moderada
levanta una estrategia opuesta, reformista. Los restos que
provienen del trotskismo, tanto del morenismo como del mandelismo27,
sostuvieron teóricamente una revolución
de tipo democrática contra el régimen
bonapartista, como etapa independiente de la revolución
socialista. Pero en su práctica política se
colocaron incluso por detrás de esa formulación,
ya que igual que los mencheviques rusos actuaron políticamente
como si las tareas democráticas formales y estructurales
pudieran ser obtenidas mediante la alianza de las clases
explotadas con los partidos de la burguesía
democrática o la pequeño burguesía
a la cabeza. Así muchos de los mejores ex dirigentes
del viejo PRT, como Adolfo Gilly, han ingresado a las filas
del PRD de Cuahutemoc Cárdenas, constituyendo su
ala izquierda y al cual pretenden presionar
para que adopte un curso de izquierda. Pero
este partido no es el agente de la supuesta revolución
democrática sino de la contrarrevolución
democrática, al haberse integrado a la transición
pactada. La política de esta izquierda, lejos de
encaminarse a la liquidación del priato, las coloca
como consejeros de izquierda de ésta; es decir, se
orientan no hacia la liquidación del régimen
bonapartista, sino a su perfeccionamiento, buscando
su lugar en el mismo como componente socialista.
Igual lógica tuvieron los que pretendieron ver en
el EZLN, representante de la pequeño burguesía
democrática, a una dirección independiente
de la burguesía capaz de barrer con el régimen
y se hicieron admiradores de Marcos. Pero, como vimos, esta
dirección campesina pequeño burguesa, que
arrió las banderas de tierra y libertad,
en 15 días se transformó en el último
eslabón de izquierda de la transición pactada.
Aquí también los maoístas, populistas,
corrientes como la agrupación estudiantil En Lucha
o la colateral del PRD Frente Pancho Villa,
todos seguidores del EZLN, buscan su lugar en el régimen
como su componente popular. Haciendo una analogía
podemos decir que esta izquierda, socialista
y populista levantan una política opuesta
a la que plantearon Emiliano Zapata y Pancho Villa, que
aún con sus límites de clase, se opusieron
a las maniobras de Carranza y de su izquierda
Obregón, que desvió la revolución mediante
el constitucionalismo social.
Contra esta estrategia de colaboración de clases,
practicada una y mil veces en el pasado por Toledano28 y
el PC y hoy levantada por la inmensa mayoría de la
izquierda, incluidos los diversos grupos que se reclaman
trotskistas, lo que está planteado es la lucha por
la independencia de clase como precondición para
realizar la única alianza que puede tirar abajo la
transición pactada, la alianza de la clase obrera
con los pobres de la ciudad y el campo, arrancando a estos
últimos de la influencia perniciosa de los partidos
de la burguesía y la pequeño burguesía.
Hoy en día no puede concebirse la lucha contra el
PRI sin la lucha más despiadada contra estos partidos.
Igual que en la Rusia de principios de siglo, estos temen
más a la movilización revolucionaria de las
masas que a la misma pervivencia del priato, y ello los
transforma en los agentes democráticos del bonapartismo
aggiornado.
La
revolución que planteamos sólo tendrá
posibilidades de triunfar si la clase obrera se dota de
un partido revolucionario, que derrote a las direcciones
reformistas del campo y la ciudad y dirija al proletariado
y las masas urbanas y rurales hacia el derrocamiento del
dominio de la burguesía. El centrismo trotskysta,
al abandonar la más elemental lucha por las tareas
de la segunda revolución mexicana, abandonó
la lucha por la construcción de un partido revolucionario
de la clase trabajadora, transformándose en nuevos
obstáculos para la constitución de un genuino
partido revolucionario, trotskista en México y para
la reconstrucción de la IV Internacional. |