El
auge del neoliberalismo durante la década del 80
y los primeros años de los 90 no fue producto
de una evolución económica natural
del keynesianismo de los años de la postguerra
al reino de los mercados, sino que pudo asentarse infligiendo
durísimas derrotas a la clase obrera mundial y
a los pueblos semicoloniales. Las intervenciones militares
en nombre de la democracia y la libertad
individual que vendrían de la mano de la
apertura económica caracterizaron estos
años en el marco del retroceso de la clase obrera.
Esto fue acompañado por una profunda reacción
ideológica, que condenó al marxismo, reemplazándolo
por la resignación ante el poder del capital. Contradictoriamente
esta reacción ideológica se afianzó
luego de las revoluciones antiburocráticas en los
ex estados obreros deformados y degenerados del 89-91,
pretendiendo haber liquidado para siempre la idea misma
del socialismo.
Desde mediados de los 90, estamos asistiendo a la
decadencia de largas décadas de la ofensiva capitalista
neoliberal, enfrentada por una contraofensiva
de masas entre 1995-97 y sacudida por el colapso económico
del sudeste de Asia. Esto no significa que hayan dejado
de funcionar sus mecanismos económicos, sino que
el alto costo político y social que conllevan están
dando lugar a nuevos fenómenos de masas en América
Latina y a la emergencia de sectores de vanguardia obrera
y juvenil. Estos acontecimientos se desarrollan en el
marco más general de una coyuntura internacional
reaccionaria, signada por el triunfo imperialista en la
guerra de Kosovo.
En este artículo intentamos hacer un aporte desde
el marxismo para definir los puntos decisivos que llevaron
al surgimiento, auge y decadencia de la ofensiva neoliberal,
su relación con la lucha de clases y con las ideologías
y programas que hoy influencian a sectores de masas y
de vanguardia.
El
auge neoliberal. Guerras de baja intensidad y reacción
democrática
La derrota del ascenso revolucionario del 68-76,
aplastado con violentas contrarrevoluciones en los países
semicoloniales y desviado en los países centrales,
abrió el curso hacia una nueva ofensiva imperialista,
a pesar de la derrota de Estados Unidos en la guerra de
Vietnam. Las masas no pudieron aprovechar a su favor esta
derrota militar del imperialismo. Este fue un triunfo
táctico que, como muchos otros triunfos del movimiento
de masas en la postguerra, se transformaron en su contrario,
en la medida en que fortalecían al principal agente
del imperialismo en el movimiento obrero internacional,
la burocracia stalinista en sus distintas alas.
Esto tuvo un alto precio para el movimiento de masas.
El imperialismo, herido pero no muerto por el fracaso
de su gran intervención militar en Vietnam, fue
retomando la ofensiva, con una combinación de derrotas
sobre el movimiento obrero en los países centrales,
contrarrevolución democrática y guerras
de baja intensidad en los países semicoloniales,
lo que abrió el camino al auge del neoliberalismo.
La ofensiva neoliberal se afianzó a
principios de los 80 con una serie de derrotas ejemplares.
Entre 1980-81 fue derrotada la gran revolución
obrera polaca que había puesto en pie un organismo
de democracia directa, Solidaridad. Esta revolución
fue aplastada por el golpe contrarrevolucionario de Jaruzelsky
mientras que la Iglesia Católica había coptado
a la dirección de este movimiento que luego sería
la punta de lanza del proceso de restauración capitalista
en Polonia.
En 1982, la derrota de Argentina en la guerra de Malvinas
actuó como un disciplinador hacia el mundo semicolonial1.
El triunfo de Margaret Thatcher en esta guerra potenció
sus fuerzas para propinar una durísima derrota
a la huelga minera que sintentizó en ese momento
la resistencia de la clase obrera británica a la
ofensiva capitalista. En Estados Unidos, la derrota de
la huelga de los controladores aéreos permitió
que se afianzara el reaganismo con su ofensiva antiobrera,
liquidando conquistas históricas de la clase obrera
norteamericana y redoblando su ofensiva sobre los países
semicoloniales. En Medio Oriente, la revolución
iraní fue socavada por medio de una guerra fratricida
entre Irak-Irán que desangró a estos países
por casi una década. La desarticulación
de la revolución centroamericana, que combinó
la guerra sucia de movimientos contrainsurgentes armados
por Estados Unidos -como los contra en Nicaragua-
con la capitulación y coptación de las direcciones
guerrilleras mediante pactos y acuerdos, terminó
de cerrar el cuadro de esta ofensiva imperialista, que
avanzó poniendo al movimiento obrero y popular
a la defensiva, fragmentando y desorganizando sus filas.
El movimiento obrero, con una subjetividad reformista
moldeada por sus direcciones burocráticas, socialdemócratas,
stalinistas y nacionalistas burguesas durante los años
de Yalta, no estuvo a la altura de responder a esta verdadera
contrarrevolución. La clase obrera y las masas,
acostumbradas por décadas a emprender grandes luchas
de presión, a excepción del ascenso revolucionario
del 68-76, fueron impotentes para frenar este ataque.
El auge neoliberal, que en lo económico
se tradujo en privatizaciones, apertura de
las economías semicoloniales, ataque a los sindicatos
y al estado de bienestar, pudo establecerse mediante una
combinación de contrarrevolución democrática
y terror militar. Lejos de responder a un automatismo
económico producto del libre juego
de los mercados, esta nueva ofensiva capitalista
fue una enorme contrarrevolución administrada políticamente
desde los estados y regímenes que pudo asentarse
por medio de durísimas derrotas al movimiento de
masas y mecanismos de engaño democráticos.
La ostentación de la fortaleza militar del imperialismo
yanqui permitió que una serie de guerras de baja
intensidad actuaran aterrorizando al movimiento
de masas y fortaleciendo su poder imperial para relanzar
la ofensiva.
EL
ABORTO DE LAS REVOLUCIONES POLITICAS DEL 89
En este marco de retroceso de la clase obrera occidental
tras una década de reaganismo-thatcherismo, estallaron
en 1989-91 las revoluciones políticas en los países
del este europeo y la ex -URSS. Luego de la derrota de
la revolución polaca como una experiencia avanzada
del movimiento obrero, las revoluciones antiburocráticas
del 89 no dieron muestras de radicalización
política. La clase obrera no fue el actor central
y participó diluida en el movimiento. La ausencia
de direcciones revolucionarias o incluso de organismos
embrionarios de tipo soviético, permitió
que la dirección de estos procesos recayera centralmente
en movimientos democráticos pequeñoburgueses
que le imprimieron su sello.
Las masas de estos estados se levantaron contra el aparato
stalinista y lo destruyeron pero con un enorme atraso
en su conciencia plagada de ilusiones procapitalistas.
La economía planificada y la estrategia misma del
socialismo, degeneradas y deformadas por la contrarrevolución
stalinista, fueron identificadas con la odiada burocracia
de los partidos comunistas, así las masas terminaron
entregando sus revoluciones a sus enemigos de clase que
iniciaron un brutal proceso de restauración capitalista.
Por esto mismo, muchos se han negado a reconocer el carácter
revolucionario de estos procesos que, a pesar del terrible
atraso de las masas, iban contra los planes de restauración
en frío de las burocracias gobernantes.
Estas revoluciones ciegas, sordas y mudas,
que expresaron un bajísimo nivel de subjetividad
revolucionaria tras décadas de dominio stalinista,
fueron impotentes para detener la ofensiva neoliberal
y cambiar el curso de los acontecimientos. El resultado
de estos procesos fue altamente contradictorio. Al tirar
abajo el aparato stalinista mundial y con él el
orden de Yalta, desestabilizaron toda la situación
política internacional y estratégicamente
abrieron una nueva perspectiva para la clase obrera y
los pueblos oprimidos, liberándolos de la podrida
burocracia stalinista, favoreciendo la espontaneidad del
movimiento de masas y haciendo más débiles
a las mediaciones que impiden su desarrollo independiente.
Pero este handicap que estratégicamente juega a
favor del movimiento de masas, no actúa automáticamente
en el sentido de permitir una recomposición revolucionaria
de la subjetividad del proletariado mundial. 2
El aborto de estas revoluciones con los medios de la contrarrevolución
democrática, el ascenso de los gobiernos restauracionistas
en los ex estados obreros deformados y degenerados, y
la anexión imperialista de Alemania Oriental a
Alemania Occidental, dieron paso a un triunfalismo ideológico
burgués que parecía no tener límites
y que coptó a las direcciones obreras tradicionales
y a la intelectualidad de izquierda que acompañaron
con un brutal giro a la derecha la ofensiva neoliberal
imperialista.
Las revoluciones antiburocráticas del 89-91
fueron desviadas y abortadas, aunque sus efectos desestabilizantes
llevaron a que el imperialismo lanzara una nueva agresión
militar para evitar que los procesos revolucionarios iniciados
en el este reactivaran la revolución en occidente.
En 1991, Estados Unidos al frente de una enorme coalición
militar de potencias imperialista y países semicoloniales,
derrotó a Irak en la Guerra del Golfo, imponiéndole
un bloqueo brutal a su economía que empobreció
a la población hasta niveles insospechados. Esta
nueva derrota ejemplar permitió redoblar el ataque
imperialista sobre el mundo semicolonial, profundizando
la apertura de estas economías a los
monopolios multinacionales y transformándolos en
mercados emergentes para la rápida
ganancia de los capitales financieros.
La recuperación de la economía norteamericana
de la grave recesión de los 80 -a costa de
un ataque sin precedentes contra su propio proletariado
y el de los países semicoloniales-, la emergencia
de los países asiáticos que desde los 80
se habían transformado en una zona de acumulación
capitalista, y el golpe contrarrevolucionario de la burocracia
china contra las masas que se levantaron en Tiananmen
en 1989 -permitiendo una entrada masiva de capitales y
de inversiones imperialistas en ese país, aprovechando
las condiciones de mano de obra barata-, reforzaron la
ilusión de que finalmente el capitalismo había
encontrado la forma de superar su crisis.
La derrota de las revoluciones políticas del 89-91
y la capacidad de Estados Unidos de transformar su victoria
en la guerra del Golfo en un mayor poder imperial, reafirmándose
como la única potencia militar frente a sus competidores,
permitió que se lograra un cierta estabilización,
una situación de equilibrio inestable
que caracterizó sobre todo los primeros años
de los 90.
LA
OFENSIVA NEOLIBERAL CONTINÚA EN LOS 90
Los gobiernos neoliberales tuvieron la capacidad
de transformar el triunfalismo burgués imperialista
en ideología oficial. El pensamiento único
glorificaba el libre mercado y el avance arrollador
de las corporaciones y la globalización del capitalismo.
Esta ilusión neoliberal se expresó
en nuevas teorías cuyo paradigma fue
el fin de la historia de Fukuyama, marcado
por el triunfo del capitalismo sobre el socialismo
real, que anunciaba la muerte de las ideologías.
Según esta visión, la democracia
capitalista había salido victoriosa en la larga
guerra contra el comunismo, y ya nada podría detener
su avance. En el mismo sentido se alimentaron todo tipo
de ideologías burguesas que iban desde la promesa
de un nuevo plan Marshall para Europa del
Este -que haría gozar a las masas de las bondades
del capitalismo-, pasando por la seudo-teoría del
nacimiento del siglo asiático (es decir
la potencialidad inagotable de esta región para
la acumulación capitalista), hasta la más
vulgar teoría del derrame-que pregonaba
que el enriquecimiento sin límites de los sectores
sociales más altos se derramaría hacia las
masas pobres-, intentando recrear una ilusión de
progreso que justificaba el salto brutal en
las desigualdades en los ingresos.
Acompañando la ofensiva neoliberal, las direcciones
reformistas del movimiento obrero profundizaron el giro
a derecha en curso desde los 80, cuya máxima
expresión fue la transformación de todas
las alas de la burocracia stalinista en capitalistas confesos,
encabezando los gobiernos restauracionistas.
Los partidos socialdemócratas europeos pasaron
por un proceso de transformación que les permitió
ser los agentes de la ofensiva neoliberal
en sus países, haciéndolos casi indistinguibles
de los partidos conservadores tradicionales. Este fue
el caso por ejemplo del Partido Socialista Francés
durante el gobierno de Miterrand o del Partido Socialista
Obrero Español de Felipe González. Este
giro a la derecha sumergió a estos partidos en
una profunda crisis que los condujo a años de derrotas
electorales. Los Partidos Comunistas, siguiendo el ejemplo
de la burocracia de Moscú, se transformaron en
partidos abiertamente socialdemócratas, o de la
izquerda democrática como el viejo
PCI.
Tras la ofensiva contra los sindicatos emprendida en los
países centrales, sobre todo en Estados Unidos
y Gran Bretaña, las burocracias sindicales optaron
por adaptarse a los nuevos tiempos de modernización,
profundizando su integración al estado burgués,
transformándose en algunos casos en empresarios,
como sectores de la burocracia sindical argentina, y actuando
abiertamente como agentes de la ofensiva patronal y privatizadora.
Este giro a la derecha de las direcciones sindicales y
la ofensiva patronal sobre la clase obrera, dividiendo
sus filas, creando un ejército industrial de reserva
de millones en todo el mundo llevó a un debilitamiento
sin precedentes de las organizaciones sindicales.
Por estos elementos definimos que en esos años
la subjetividad revolucionaria del proletariado, expresada
en sus organizaciones y su conciencia de clase, estuvo
en sus niveles históricos más bajos. Esto
no implica que se hubiera detenido la lucha de clases.
Las masas resistieron como pudieron a la ofensiva burguesa
principalmente en forma de revueltas y estallidos, como
por ejemplo la rebelión anti poll-tax en Gran Bretaña
en 1991 que sumió en una profunda crisis al gobierno
tory de Margaret Thatcher, la rebelión negra en
Los Angeles en 1992 o las revueltas provinciales en Argentina
en 1993-95. Estos levantamientos populares pusieron obstáculos
al avance de los planes imperialistas pero fueron impotentes
para cambiar el rumbo de la situación reaccionaria.
DE
LA CONTRAOFENSIVA DE MASAS A LA GUERRA DE KOSOVO
La huelga general de los trabajadores estatales franceses
de fines del 95 abrió una nueva etapa de
la lucha de clases, expresando una tendencia a la unidad
de acción entre distintas capas del proletariado
y sectores pobres urbanos y del campo, y a la lucha política
contra los gobiernos neoliberales. Este proceso había
sido anticipado por las huelgas italianas del 94
que terminaron con la caída del gobierno de Berlusconi.
La clase obrera de varios países protagonizó
importantes combates como en Francia, Alemania, Argentina,
Ecuador y Corea y luchas por sector como la huelga de
los trabajadores de UPS en Estados Unidos . Esta fue la
primera respuesta de la clase obrera que reapareció
en la escena política desafiando a los gobiernos
de los planes de ajuste, de la destrucción de la
salud, la educación y los beneficios sociales.
El límite de esta oleada, que definimos como contraofensiva
de masas en numerosos países, fue la falta
de radicalización política, expresada en
que no surgieron sectores de masas, o incluso de vanguardia
que rompieran con sus direcciones reformistas y retomaran
el camino de la acción política independiente.
Después de años de retroceso de la clase
obrera, de ofensiva imperialista, de reacción ideológica
y de crisis del marxismo revolucionario, la idea misma
de la revolución proletaria no existía en
el pensamiento y en el horizonte de las masas que llevaron
adelante esas luchas. Esta contraofensiva pudo ser desviada
primero en Europa -que había sido su epicentro-
con el ascenso de los gobiernos socialdemócratas
llamados de la Tercera Vía que se montaron sobre
las ilusiones reformistas del movimiento de masas. Esta
Tercera Vía fue liderada por el New
Labour de Tony Blair y a la que habían adherido
Gerard Schroeder en Alemania y Romano Prodi en Italia.
Bajo el lema ni estatismo ni libre mercado, sociedad
de mercado estos gobiernos, seguirían aplicando
los planes neoliberales pero buscando consenso social,
coptando a las direcciones burocráticas de los
sindicatos.
En junio de 1997 estalló la crisis económica
en el sudeste asiático, que luego se extendió
a Rusia en 1998 y a Brasil a principios de 1999. El estallido
de la crisis indicaba que nos acercábamos al fin
del equilibrio inestable de los 90.
El paraíso asiático para las ganancias capitalistas
se había convertido en un infierno de depresión
económica y sufrimientos inauditos para el movimiento
de masas. Sobre esta base se desarrolló el proceso
revolucionario en Indonesia. La crisis amenazaba con extenderse
y los síntomas de inestabilidad en la situación
mundial se concentraron en la reemergencia de la lucha
independentista en los Balcanes, una zona caliente
que el imperialismo había intentado estabilizar
con sus intervenciones humanitarias en el
conflicto de Bosnia.
El imperialismo necesitaba dar un nuevo golpe para reafirmar
su poder frente a las ondas desestabilizantes de la crisis
económica. Nuevamente, como en los 80 con
la derrota de Argentina en la guerra de Malvinas, y a
principios de los 90 con la derrota de Irak en la
guerra del Golfo, la guerra de los Balcanes fue la forma
de crear poder imperial. El triunfo imperialista en Kosovo,
aunque a un alto costo, abrió una coyuntura reaccionaria
en la que se enmarcan, por ejemplo, la derrota de la lucha
independentista en Timor Oriental que facilitó
el desvío del proceso revolucionario en Indonesia
y el golpe contrarrevolucionario en Chechenia que dio
impulso al ascenso del bonapartismo ruso con el triunfo
de Putin (como explicamos en el artículo sobre
Rusia).
Sin embargo el resultado de la intervención militar
en los Balcanes no fue, como en la guerra del Golfo, reafirmar
la hegemonía norteamericana sobre las otras potencias
mundiales, sino que abrió una situación
de mayor competencia interimperialista. Y aunque hizo
mucho más lentos los procesos de la lucha de clases
no actuó impidiendo que se desarrollara una vanguardia
que continúa su aprendizaje a partir de sus experiencias.
En síntesis, buscando analogías históricas
que permitan comprender estos últimos años,
podemos decir que la decadencia del "neoliberalismo"
puso en escena un "drama" que combina, de manera
concentrada, elementos de las distintas décadas
del conflictivo siglo XX.
La situación de la economía mundial, la
especulación y la creciente competencia interimperialista
por los mercados cada vez más estrechos, recuerdan
la situación desenfrenada de la "belle epoque"
de los '20. La amenaza de crack y depresión, que
sobrevoló en la crisis de 1997 y que ahora regresa
como un fantasma ante cada caída brusca de Wall
Street, otorga un cierto aroma a la década del
'30, abierta por el crack del '29.
Desde el punto de vista de la lucha de clases, el desarrollo
de nuevos sectores de vanguardia en el marco de golpes
reaccionarios del imperialismo, como la guerra en Kosovo,
presenta elementos similares a la situación de
los '60, con el surgimiento de fenómenos de vanguardia
que antecedieron al ascenso del 68-76.
Esta configuración particular de los últimos
años es producto de que las décadas de contrarrevolución
"neoliberal", con su combinación de reacción
democrática y guerras de baja intensidad, no han
vuelto a poner en escena la lucha abierta entre revolución
y contrarrevolución y, por lo tanto, se mantienen
aún indefinidas las relaciones entre el proletariado
y la burguesía.
Tomando la metáfora de Trotsky, la situación
internacional es "como la obertura ... los temas
musicales de toda la obra", que anticipa las futuras
melodías que se desarrollarán "con
el acompañamiento de tubas, contrabajos, tambores
y otros instrumentos de la verdadera música de
clases.
EL
AUGE DEL NEOLIBERALISMO Y LA REACCION IDEOLÓGICA
La consolidación de la ofensiva imperialista de
los 80 fue preanunciada y sostenida por un profundo
giro a la derecha de la intelectualidad que puso nuevamente
en boga las ideologías liberales y el individualismo
consumidor, cuyo máximo exponente era
el yuppy norteamericano tan típico
de la era reaganiana.
En 1974 Friedrik von Hayek recibió sorpresivamente
el Premio Nobel de Economía. Este predicador del
libre mercado, cuya influencia se había visto reducida
a unos pocos seguidores durante los años del boom,
en pleno reinado del keynesianismo, rápidamente
comenzó a ganar nuevos adeptos. Según sus
discípulos pasó de pronto de ser un
papanatas a ser un gurú. La Sociedad de Mont
Pelerin, círculo que había creado con el
objetivo expreso de combatir la economía planificada,
que contaba en sus inicios con unas pocas docenas de miembros
-entre ellos el filósofo Karl Popper-, se fue nutriendo
cada vez más de economistas, políticos e
intelectuales. Con el fin del largo boom de la posguerra,
las élites económicas y los gobiernos burgueses
comenzaron a revertir las políticas keynesianas,
basadas en la intervención estatal para equilibrar
la economía, en la creación del estado de
bienestar -sobre todo en los países centrales-,
en el pleno empleo y en el aumento de la demanda, para
abrazar el neoliberalismo de Hayek. A partir
de 1977 sus posiciones ya eran casi hegemónicas.
El nuevo (viejo) dogma económico indicaba
que la intervención keynesiana del estado era lo
más pernicioso para el funcionamiento espontáneo
de la economía, equilibrada a través
del libre mercado, en el que los precios y sus fluctuaciones
son los indicadores, las fuentes de conocimiento que orientan
el comportamiento de de los individuos separados que componen
una sociedad. Según Hayek, los años de medidas
keynesianas le habían dado demasiado poder a los
sindicatos que empujaban cada vez más hacia arriba
los salarios. Su receta para Gran Bretaña, seguida
al pie de la letra por Margaret Thatcher era quitarle
poder de negociación a la clase obrera y desacreditar
sus organizaciones sindicales. La esencia del neoliberalismo
puede resumirse en su fórmula: Un mercado
que funciona espontáneamente, donde los precios
actúan como guía para la acción,
no puede tomar en cuenta lo que la gente en algún
sentido necesita o merece, porque crea una distribución
que nadie ha diseñado, y algo que no ha sido diseñado
por nadie, un mero estado de cosas como éste, no
puede ser justo o injusto. Y la idea de que las cosas
deberían ser diseñadas en una manera justa
significa, en efecto, que debemos abandonar el mercado
y girar hacia la economía planificada en la que
alguien decide cuánto darle a cada uno, y eso implica,
por supuesto, que sólo podemos tenerla al precio
de la abolición completa de la libertad personal.
3 En realidad, el funcionamiento espontáneo
de la economía a través de los mercados,
era pura ideología -en el sentido negativo del
término, como ocultamiento y falsificación
de la realidad. La ofensiva neoliberal implica
una enorme intervención estatal a favor de los
monopolios y los bancos -valga como ejemplo el llamado
keynesianismo militar de la era de Reagan.
El renacimiento del viejo dogma liberal en economía
encontró su contrapartida también en las
filas de la intelectualidad de izquierda, que renunció
explícitamente al objetivo de la revolución
socialista y condenó al marxismo al anticuario.
En los primeros años de la década del 70,
la intelectualidad francesa que ha marcado históricamente
el pulso de las ideologías predominantes, sufrió
un proceso de transformaciones profundamente reaccionarias,
a tal punto que Perry Anderson planteaba a comienzos de
los 80 que París es la capital de la
reacción intelectual europea4.
El desvío del ascenso de 1968 en los países
centrales hizo que, a la radicalización política
de los 60, le siguiera una profunda reacción
basada en duras derrotas del movimiento obrero organizado.
Las derrotas como las de Solidaridad en Polonia, la huelga
minera en Gran Bretaña y con ellas la creciente
fragmentación de la clase obrera, el ataque a sus
organizaciones y la mercantilización
de todos los aspectos de la vida -incluidas las conquistas
del estado benefactor, sobre todo la salud y la educación-,
fueron aceptadas con resignación por una intelectualidad
que se había vendido al dominio irrestricto del
capital. Así, las profundas distorsiones contrarrevolucionarias
del marxismo expresadas en el stalinismo, el desencanto
de la intelectualidad luego del ascenso del 68 y
la ofensiva imperialista dieron lugar al (re) surgimiento
de viejas ideologías adaptadas a los nuevos tiempos
del libre mercado. El estructuralismo primero, postulando
las estructuras sin sujetos o la muerte del sujeto y el
postestructuralismo después, representado principalmente
por Deleuze, Derrida y Foucalt, prepararon el terreno
teórico desde fines de los 70 para el surgimiento
y consolidación del llamado postmodernismo
a partir de los 80. El postestructuralismo, en sus
distintas vertientes, resaltó sobre todo el carácter
fragmentario y heterogéneo de la realidad. Sus
grandes temas teóricos y filosóficos, insipirados
en una relectura de la obra de Nietzsche y en la lingüística
están muy alejados de los del materialismo histórico
y de la lucha de clases. Foucault construyó una
teoría de la sociedad disciplinaria
donde las relaciones de poder -siempre ligadas a un determinado
saber- ya no están encarnadas en grandes sujetos
sociales dominantes y dominados -como las clases y los
estados-, que luchan por el poder político, sino
que se trata de una microfísica del
poder, un dispositivo omnipresente, internalizado
en cada individuo y presente en toda relación social
y personal, al que es imposible derrotar sin que se erija
otro poder. El motor de la historia ya no es la lucha
de clases, sino la sucesión de sistemas de disciplinamiento
y de saber-poder. Ya no está planteado
el objetivo de derrotar al poder de la clase dominante
y lograr la emancipación de la clase obrera de
la explotación capitalista y con ella de toda la
humanidad. Lo único posible y real es la resistencia
sólo parcial al poder, que siempre
genera un contrapoder fragmentado, expresado
políticamente en la práctica de los movimientos
sociales contra determinados aspectos de la opresión
social (sexual, racial, de género, carcelaria,
etc.).5
El postmodernismo surgió extremando las posiciones
postestructuralistas, declarando muertas a las grandes
narrativas, es decir las teorías que intentan
dar cuenta de la totalidad de la historia humana como
el marxismo, exaltando el carácter totalmente fragmentario
de la realidad y por lo tanto la imposibilidad de conocerla
y transformarla. En sus distintas versiones, incluso algunas
de izquierda6 esta nueva ideología
anunció el inicio de una supuesta nueva fase
del capitalismo, un tipo de capitalismo postindustrial,
donde priman los avances tecnológicos y de la comunicación
sobre la manufactura moderna y los consumidores
y yuppies sobre las viejas clases sociales.
El postmodernismo fue la marca reaccionaria de los 80
y principios de los 90 y permeó los ámbitos
culturales, sociales, artísticos y filosóficos
al punto de que intelectuales que habían tenido
un pasado de izquierda ligado a corrientes del marxismo
adhirieron a esta nueva moda pregonando el surgimiento
de un tipo de postmarxismo adaptado a los
tiempos del capital financiero y globalizado, borrando
de un plumazo la lucha de clases.
En síntesis el libre mercado en la economía
y el postmodernismo en la filosofía le dieron el
tono ideológico reaccionario a los años
de auge del neoliberalismo, en los que la clase obrera
-producto de importantes derrotas- había sido fragmentada,
golpeada por la desocupación y el downsizing
y la mayoría de la intelectualidad la había
dado por muerta como sujeto social -muchos como André
Gorz ya habían lanzado hacía más
de una década su Adiós al proletariado-capaz
de encabezar una revolución que terminara con el
sistema de explotación capitalista.
LA DECADENCIA NEOLIBERAL Y EL SURGIMIENTO
DE NUEVAS IDEOLOGÍAS
La crisis económica de 1997 fue un golpe certero
a la ilusión neoliberal del progreso
social a través del libre mercado e inició
un proceso de reversión ideológica, un cuestionamiento
al imperio del neoliberalismo y a las ideologías
que lo acompañaron, agrupadas en el llamado pensamiento
único. La deslegitimación del capitalismo
globalizado con el hundimiento de las economías
asiáticas y los sufrimientos impuestos a las masas
de esos países generó un repudio en amplios
sectores de la juventud y de trabajadores contra la especulación
financiera y las ganancias extraordinarias de las corporaciones
multinacionales.
La crisis finalmente no se extendió a Estados Unidos
y Europa. Como explicamos en el artículo sobre
economía de esta revista, Estados Unidos aprovechó
a su favor la crisis económica y la intervención
en Kosovo, logrando un crecimiento récord. El triunfalismo
burgués del libre mercado, maltrecho por el golpe
de la crisis del 97, pasó a realzar las bondades
del nuevo paradigma económico, el surgimiento
de una nueva economía basada en los
avances informáticos y en la extensión del
uso de internet.
Por su parte los críticos de la globalización
y el capital financiero han resucitado una
suerte de neokeynesianismo, planteando la regulación
del funcionamiento de los mercados y medidas proteccionistas,
entre otras, que buscan ponerle límites al capital
para reformarlo sin cuestionar la misma existencia de
la explotación capitalista.
La expresión más utópica de estas
nuevas ideologías de salvataje del
capitalismo bueno contra el capital especulativo
es la campaña por la aplicación de la llamada
tasa Tobin, un impuesto que oscila entre el 0,1 y el 0,25%
sobre las transacciones financieras, con el objetivo
de penalizar la actividad especulativa destinando los
fondos a la promoción y ayuda ciudadanas7.
Este reciclamiento de viejas ideologías reaccionarias
y utopías pequeñoburguesas, como en las
décadas anteriores siguen permeando a la intelectualidad
de izquierda8. Las seudoutopías ahora
en boga son tan miserables que, como plantea un artículo
aparecido en Monthly Review, a diferencia de las viejas
utopías no enfrentan los valores de la sociedad
existente y se proponen el cambio en la medida
en que se pueda acomodar a él el estado y el capitalismo
y que, por lo tanto, están muy por detrás
ya no digamos del marxismo, sino de Tomás Moro
que planteaba que nunca se logrará un distribución
justa de los bienes, o una organización satisfactoria
de la vida humana, hasta que sea abolida la propiedad
privada.9
Algunos intelectuales, como James Petras, elaboraron teorías
del surgimiento de nuevos sujetos sociales,
principalmente el campesinado, ante la emergencia de estos
sectores en América Latina como el levantamiento
zapatista en Chiapas y las tomas de tierra del MST brasilero10.
Estas teorías sirvieron de fundamentación
ideológica a las corrientes populistas del continente
que se fortalecieron producto del carácter del
ascenso eminentemente campesino en Latinoamérica.
Los grupos centristas que se reclaman trotskistas, que
habían sido incapaces de sostener el marxismo revolucionario
durante los años de Yalta, profundizaron también
su giro a la derecha. La adaptación de estas corrientes
a los regímenes democrático-burgueses y
a las ideologías ajenas a la clase obrera, tuvo
su expresión en la teoría de la revolución
democrática como una etapa previa de la revolución,
lo que los llevó por ejemplo a participar en las
listas de las oposiciones burguesas, como
el grupo mexicano UNIOS en las listas del PRD, o a disolverse
en movimientos democráticos y populistas como el
PRT mexicano en el zapatismo. Estas ideologías
y programas envenenan y confunden a los miles de activistas
y jóvenes de vanguardia que se lanzan a la lucha
contra el capitalismo global y las grandes
corporaciones, pero sin la estrategia de la revolución
social en su horizonte.
LAS LUCHAS DE MASAS Y DE VANGUARDIA Y LAS NUEVAS
IDEOLOGÍAS
En América Latina una nueva oleada de luchas de
masas viene sacudiendo a los eslabones más
débiles del continente desde el levantamiento
campesino, indígena y popular en Ecuador a fines
de enero. Como explicamos en el dossier sobre Latinoamérica,
los acontecimientos de la lucha de clases en Bolivia son
el punto más avanzado de esta oleada, mientras
en los países más sólidos, donde
la burguesía ha conseguido una relativa estabilización,
se están desarrollando luchas de vanguardia como
la de los estudiantes de UNAM en México y la lucha
educativa en algunos estados de Brasil.
En los países centrales que están pasando
por un boom económico, la clase obrera y las masas
están protagonizando grandes luchas de presión.
En Estados Unidos, los profesionales y técnicos
calificados de la Boeing, los trabajadores de cuello
blanco mejor pagos del país, mantuvieron
una huelga de cinco semanas por aumento salarial. En Francia
hubo importantes movilizaciones de masas por la educación
(ver artículo). También es un ejemplo la
movilización de decenas de miles de trabajadores
en Birmingham contra el ajuste en la planta automotriz
Rover, aunque en este caso tiene el carácter de
una lucha más de resistencia, controlada por la
burocracia sindical con un programa chauvinista.
Lo más significativo en los países imperialistas
es el surgimiento de una nueva vanguardia obrera y juvenil
que ataca los símbolos del poder capitalista global,
como las sedes de las grandes corporaciones, las bolsas,
las cumbres de la OMC o las reuniones plenarias del FMI
y el Banco Mundial.
La movilización de miles de trabajadores y jóvenes
contra la cumbre de la OMC en Seattle fue vista con entusiasmo
por miles y miles de trabajadores y jóvenes en
todo el mundo. Y no es para menos. Desde hace décadas
no se ve una movilización de esa magnitud en el
corazón del imperio americano, incluso muchas crónicas
la comparaban con las movilizaciones contra la guerra
de Vietnam. El fracaso de la Ronda del milenio
fue vivida como un triunfo de la movilización,
como un cachetazo en la cara de las corporaciones multinacionales
que la auspiciaron (como Microsoft y Boeing). A tal punto
que fue tomada como bandera por los estudiantes mexicanos
que se movilizaron a la embajada norteamericana para repudiar
la violenta represión que sufrieron los manifestantes
en Seattle.
La llamada Batalla de Seattle tuvo su continuidad
en la movilización del 16 de abril en Washington
contra el FMI y el Banco Mundial. Miles de jóvenes
participaron exigiendo el cierre del FMI,
denunciando sus planes de ajuste, a la vez que hubo pronunciamientos
de solidaridad con la lucha de las masas bolivianas. En
este proceso la AFL-CIO tuvo un rol abiertamente reaccionario
y chauvinista al llamar a movilizar a los trabajadores
contra China, rompiendo el frente único de la movilización
contra la OMC.
Estos movimientos muestran, ante los ojos del mundo la
bronca y el descontento de amplios sectores de trabajadores,
jóvenes y estudiantes frente a los aspectos más
brutales de la explotación capitalista. Esto ya
se venía expresando en acciones como por ejemplo
el llamado Carnaval contra el capitalismo
en Londres en junio del año pasado, o en las campañas
de la vanguardia estudiantil de las universidades norteamericanas,
nucleada en organizaciones como USAS (United Students
Against Sweatshops, organización estudiantil universitaria
que pelea por el salario mínimo de los trabajadores
que brindan servicios a las universidades), contra el
trabajo esclavo y por el salario mínimo. El boicot
a la cumbre de la OMC en Seattle actuó como un
gran amplificador de estos fenómenos, transformándose
en punto de referencia para la vanguardia en otros países.
La prensa imperialista, desde Business Week hasta Financial
Times, fue implacable contra el movimiento de Seattle,
interpretando que se trata de gente que está
contra el progreso y la prosperidad. Pero lo que
estos escribas del libre mercado también han tenido
que reconocer es que, si bien para los amplios sectores
asalariados de Estados Unidos el boom económico
es innegable, también lo es el reparto totalmente
desigual de esta riqueza. En una encuesta publicada por
Business Week después de Seattle, el 75% de los
encuestados percibe que se ha generado una enorme masa
de riqueza pero que es repartida entre unos pocos, el
63% no ve que el boom económico haya mejorado sus
salarios y cree que ha generado más inseguridad
en sus empleos, mientras que ve un enorme peso de las
corporaciones en la vida política y económica
del país. Finalmente el 52% de los entrevistados
simpatizó con la movilización de Seattle.
En la base de este estado de ánimo está
el hecho de que los salarios permanecen completamente
rezagados frente a las enormes ganancias de la patronal
y un incremento sin precedentes de la semana laboral.
Estos fenómenos no son producto de elementos coyunturales,
sino que emergen como cristalización de distintos
procesos que se vienen desarrollando en la realidad mundial
en los últimos años, de los que hemos intentado
dar cuenta a lo largo de este artículo.
Comparada con la vanguardia radicalizada que surgió
en el ascenso 68-76 , que afluyó a los partidos
de extrema izquierda -como el maoísmo en Europa,
los grupos guerrilleros en América Latina-, como
expresión del triunfo de la revolución cubana;
y dio lugar a la formación de partidos que se reclamaban
del trotskismo de más de mil militantes en varios
países, los procesos que se vienen desarrollando
desde el año pasado tienen un carácter incipiente
y preparatorio. Sin embargo, a la luz de los últimos
acontecimientos en América Latina, podemos ya afirmar
que esta nueva vanguardia cuyas acciones tienden a superar
los marcos de los regímenes democrático
burgueses influyó en el desarrollo de la lucha
de clases y seguirá influyendo en el próximo
período.
A pesar de su limitada radicalización política,
de su gran confusión ideológica y de la
influencia de corrientes y programas reformistas
de izquierda, populistas y seudoanarquistas, para
los revolucionarios estos procesos son altamente progresivos.
Como explicamos más arriba, décadas de reacción
ideológica y de crisis del marxismo revolucionario
dieron como resultado el (re) surgimiento de nuevas
viejas ideologías y programas políticos
que más allá de sus diferencias de matices
pregonan movilizar el poder ciudadano y de
los consumidores para ponerle límites al capitalismo,
borrando del horizonte político la idea de la revolución
proletaria. Jubileo 2000, Tasa Tobin, ATTAC internacional,
editoriales de Le Monde Diplomatique (y de varios periódicos
de grupos centristas que se reclaman trotskistas), ONGs,
intelectuales convertidos al neokeynesianismo conviven
con el proteccionismo proimperialista de la AFL-CIO, y
otros programas de las burocracias sindicales que hacen
propias las políticas propuestas por sectores burgueses
perjudicados por la apertura de las economías
y el libre mercado.
La acción de estas variantes reformistas son un
obstáculo para que emerja la acción obrera
independiente y para que los miles de jóvenes que
hoy enfrentan aspectos parciales del capitalismo con la
ilusión de poder ponerle límites, avancen
en cuestionar y enfrentar las bases mismas del capitalismo,
la propiedad privada y por esa vía busquen las
formas de aliarse a la clase obrera, única clase
capaz de llevar esa lucha hasta la revolución socialista.
LA
LUCHA POR LA RECOMPOSICION DEL MARXISMO REVOLUCIONARIO
Los corrientes centristas que hablan falsamente en nombre
del trotskismo, por sus políticas sectarias u oportunistas
según los casos, también conspiran contra
el desarrollo revolucionario de esta vanguardia. El accionar
vergonzoso de estos grupos en los principales procesos
mostró que están totalmente domesticados
por los regímenes democrático-burgueses,
lo que los ubica en la trinchera opuesta de los nuevos
sectores de vanguardia.
La Liga Comunista Revolucionaria (LCR) de Francia, que
desde hace años plantea que se han borrado las
fronteras entre reforma y revolución, se suma a
las iniciativas antineoliberales como ATTAC
y se ocupa en su periódico de que el combate
por la tasa Tobin, que toma una dimensión internacional
creciente, cuando las crisis financieras de 1997-98 han
reducido el dominio ideológico neoliberal, debe
responder a nuevos retos y de cómo los
movimientos sociales y democráticos pueden
aprovechar a su favor la implementación de la tasa
Tobin11,mientras ha estado ausente de la lucha internacional
para liberar a los estudiantes mexicanos presos luego
de la represión a la huelga de la UNAM.
Desde una lógica abstencionista, Lutte Ouvrière
desprecia a esta vanguardia viendo sólo sus límites.
En un artículo, aparecido en su revista mensual,
afirman que: Está de moda hoy mirar a Seattle
como el despertar de una nueva militancia e ignorar quiénes
estuvieron allí, qué propusieron y la confusión
que esas propuestas podrían causar en las mentes
de la clase obrera si llegara a tomar las demandas de
Seattle. Seattle no representó un paso adelante,
ni siquiera un rodeo encaminada vagamente hacia la dirección
correcta. Buscar alguna dinámica promisoria allí
es ignorar en primer lugar la composición social
del movimiento. No es un accidente que las ideas proteccionistas
incluyendo las más reaccionarias no sólo
estuvieron representadas en el movimiento sino que le
dieron a la movilización de Seattle su carácter
político12. No es extraño que esta
corriente que, por ejemplo, en Francia se negó
sistemáticamente a participar en las movilizaciones
contra el Frente Nacional o de los sans papiers por considerar
que enfrentar al racismo no es enfrentar al capitalismo,
tenga esta actitud en un fenómeno como el de Seattle.
Cabría preguntarles cómo se puede esperar
que surjan fenómenos revolucionarios puros después
de años de retroceso del movimiento de masas que
se ha expresado en una fenomenal crisis de subjetividad
del movimiento obrero, producto de derrotas, desvíos
y traiciones, la acción nefasta de los aparatos
contrarrevolucionarios y su giro a la derecha durante
la ofensiva neoliberal.
En América Latina, corrientes como el POS mexicano
-partido hermano del PSTU brasilero y segundo grupo en
importancia de la LIT, consideró a los estudiantes
de la UNAM agrupados en el Consejo General de Huelga como
ultraizquierdistas, haciéndose eco
nada menos que de la misma campaña del régimen
del PRI-PAN-PRD y estuvo abiertamente con las corrientes
moderadas, es decir, de la oposición
burguesa, actuando como rompehuelgas, lo que les valió
el repudio de los estudiantes paristas.
En Argentina la adaptación de los grupos centristas
que se reclaman trotskistas al régimen democrático-burgués
no tiene nada que envidiarles. Mientras que el MST se
ha diluido en una alianza con el Partido Comunista, el
Partido Obrero argentino se mueve al ritmo de los calendarios
electorales del régimen y de la posible base electoral
para sus propuestas. En los últimos
meses los esfuerzos de este partido estuvieron centrados
en que su principal dirigente, Jorge Altamira, logre una
banca en la legislatura de la Ciudad de Buenos Aires,
y en pos de esta estrategia electoralista el PO estuvo
completamente ausente de las luchas más importantes
del movimiento de masas y la vanguardia. Inútil
fue para cualquier activista argentino encontrar al PO
en la lucha internacionalista en solidaridad con los estudiantes
mexicanos de la UNAM, lo mismo que para los jóvenes
liceístas franceses encontrar a la LCR o Lutte
Ouvriére en sus movilizaciones frente a la embajada
de México exigiendo la libertad de los estudiantes
detenidos.
Los
grupos de la Fracción Trotskista - Estrategia Internacional
estamos interviniendo con todas nuestras fuerzas en estos
procesos, impulsando sus tendencias, sus acciones y sus
organismos más radicalizados y , combatiendo sus
ilusiones y sus direcciones reformistas, populistas y
burocráticas.
Contra las corrientes sectarias y abstencionistas seguimos
el consejo de Trotsky a los revolucionarios españoles
cuando les planteaba que No nos solidarizamos ni
por un instante con las ilusiones de las masas, pero lo
que tienen de progresivo dichas ilusiones debemos utilizarlo
hasta el fin; de lo contrario no somos revolucionarios
sino unos despreciables pedantes13. Desde las filas
de los sectores más avanzados, buscamos que estos
no queden aislados del movimiento de masas y peleamos
porque esta vanguardia ligue su destino a la clase obrera,
planteando la necesidad de un programa obrero independiente
y una lucha política e ideológica que reivindique
al marxismo y la estrategia de la revolución proletaria.
La intervención de la LTS y su juventud Contra
Corriente en México en el seno del CGH, la intensa
actividad internacionalista desarrollada por los grupos
de la FT en Argentina, Chile, Brasil, Londres y Francia
en solidaridad con la lucha de la UNAM y por la libertad
de los estudiantes detenidos, la búsqueda permanente
por confluir con sectores avanzados del movimiento obrero
-expresada por ejemplo en el lanzamiento del nuevo LVO,
el periódico del PTS argentino de distribución
masiva en los principales establecimientos y fábricas
del país, donde participan trabajadores denunciando
la explotación capitalista y compartiendo sus luchas-,
la intervención de nuestros compañeros en
Bolivia y la declaración de la FT frente estos
acontecimientos, son esfuerzos enormes que está
haciendo nuestra pequeña fracción internacional,
para influenciar con el programa y la estrategia del trotskismo
a los nuevos sectores de jóvenes, estudiantes y
trabajadores.
En esta etapa preparatoria, en la que todavía no
se expresan elementos decisivos de radicalización
política, es imprescindible avanzar en la recomposición
del único marxismo revolucionario en nuestros días,
el trotskismo, combatiendo a las direcciones reformistas,
populistas y neostalinistas del movimiento de masas y
derrotando a las corrientes centristas que en nombre del
trotskismo les capitulan, con la estrategia de poner en
pie una internacional revolucionaria, que para nosotros
se expresa en la reconstrucción de la IV Internacional.
Sin embargo, no creemos que ésta será reconstruida
de forma evolutiva, a partir de los avances de nuestra
pequeña liga internacional, ni de cualquier otra
corriente que se reclame trotskista, sino por medio de
la fusión de las capas más avanzadas de
la vanguardia obrera y juvenil, y el marxismo revolucionario.
El desarrollo actual de los fenómenos de masas
es incipiente, todavía no se han producido rupturas
de masas en los aparatos reformistas ni desprendimientos
por izquierda en las corrientes centristas. Sin embargo,
en el próximo período, bajo el impacto de
los golpes de la realidad y de grandes acontecimientos
de la lucha de clases surgirán sectores radicalizados
en el seno del movimiento obrero y de masas, así
como también grupos que se orienten en el sentido
revolucionario en las filas de los partidos de izquierda
y en los grupos se proclaman trotskistas. La intervención
actual de los grupos de la FT responde a las tareas preparatorias
y a un combate sin cuartel por la estrategia del marxismo
revolucionario para poder confluir, cuando se desarrollen
procesos mayores de radicalización política
de masas, con estos nuevos sectores revolucionarios, a
partir de sacar en común las lecciones programáticas
y estratégicas de los principales hechos de la
lucha de clases internacional, en un Comité de
Enlace que luche por la reconstrucción de la IV
Internacional.