¿Con qué categoría global de análisis hay
que investigar nuestra particular evolución histórica? Fue
una de las preguntas epistemológicas centrales que nos formulamos
en el proceso de elaboración de nuestra Historia General
de América Latina. La categoría de desarrollo desigual y
combinado nos permitió un primer abordaje, pero en el transcurso
de la investigación notamos que era necesario complementarla
con las categorías de articulado, específico-diferenciado
y multilineal, porque tomadas en su conjunto nos podrían
dar cuenta con mayor precisión de una de las tendencias
generales más importantes del desarrollo histórico.
El desarrollo desigual no sólo se ha dado
en la era capitalista sino también en las sociedades precapitalistas,
como puede apreciarse en Indoamérica comparando el estadio
cultural de las formaciones sociales inca y azteca con las
comunidades cazadoras-recolectoras y agroalfareras de esa
misma época. El desarrollo desigual permitió a los españoles
y portugueses imponer sus formas de colonización y, ulteriormente,
al capitalismo europeo, especialmente inglés, establecer
las reglas del mercado internacional a las nacientes repúblicas
latinoamericanas. Durante la fase imperialista se ahondó
la diferencia entre las naciones altamente industrializadas,
exportadoras de capital financiero, y los países coloniales
y semicoloniales, que "contribuyeron" con su excedente
económico al afianzamiento del capital monopólico metropolitano.
Este desarrollo desigual -ya analizado por
Marx y Lenin- adquiere diversas formas combinadas. Por eso,
analizando la Rusia zarista, Trotsky insistió en un desarrollo
combinado que se expresaba en la interrelación entre las
formas más modernas del capitalismo con las relaciones de
producción más retrasadas. Esta combinación contradictoria
podemos comprobarla actualmente en América Latina, donde
siguen existiendo miles de talleres artesanales al lado
de fábricas con la más alta tecnología.
El desarrollo desigual y combinado se registra
no sólo en la economía, sino también en la formación y evolución
de las clases sociales, cuyos segmentos se entremezclan,
particularmente en el sector dominante, al compás del desarrollo
capitalista y de la disputa por la hegemonía en el bloque
de poder. Esta tendencia puede apreciarse en la propia Colonia,
donde los terratenientes se hicieron mineros y la burguesía
comercial invirtió en tierras y minas. En el plano de las
relaciones de producción se combinaron formas esclavistas
con serviles y hasta asalariadas embrionarias. Inclusive
el esclavismo en América Latina y el Caribe fue distinto
al grecoromano, al producirse en el momento de despegue
del capitalismo mercantilista y mantenerse en Cuba, Puerto
Rico y Brasil hasta fines del siglo XIX, cuando era manifiesta
la preponderancia del modo de producción capitalista.
El desarrollo desigual y combinado se refleja,
asimismo, en la relación etnia-clase y en el sincretismo
de culturas en las que se combinan costumbres y creencias
de formaciones sociales anteriores con las que provienen
de otras, generalmente de carácter exógeno. Esta determinación
es clara en América Latina colonial, pero también puede
observarse en la penetración cultural impuesta por Europa
occidental y Estados Unidos durante los siglos XIX y XX.
En todo caso, el desarrollo desigual es preexistente a cualquier
forma combinada.
A nuestro juicio, el desarrollo desigual
y combinado adquiriría mayor precisión si se le complementara
con las categorías de articulado, específico-diferenciado
y multilineal.
Introducimos el concepto de articulado porque
establece una clara interrelación recíproca entre las formas
denominadas modernas y las atrasadas, eliminando cualquier
apreciación de coexistencia estática o de dualismo estructural
entre ellas. En la actualidad latinoamericana se articulan
variantes de economía de subsistencia indígenas y campesinas
con el mercado capitalista, como puede comprobarse en las
regiones andina y mesoamericana. Razón tenía Rosa Luxemburgo
cuando sostenía que el sector precapitalista es funcional
al sistema, remarcando la integración forzada y la subordinación
de todas las relaciones de producción al modo preponderante
de producción. El concepto de articulado permite, asimismo,
apreciar en toda su dimensión la complementariedad condicionada
por el régimen de dominación de clases de las diversas relaciones
de producción, tanto a nivel nacional como internacional.
En síntesis, la mundialización de la economía capitalista
y su incidencia en América Latina podría ser mejor comprendida
complementando lo combinado con las diversas formas de articulación.
Del mismo modo, podríamos entender mejor los fenómenos de
transferencia y aculturación que, iniciándose como exógenos,
se constituyen rápidamente en elementos activos de las formaciones
sociales.
Estos desarrollos desiguales, articulados
y combinados tienen, así mismo, un carácter específico-diferenciado.
Es fundamental analizar lo que se articula y combina en
las formaciones históricas de desarrollo desigual, pero
también lo que las diferencia. No existe unidad sin diversidad.
Por eso, lo específico-diferenciado se convierte en una
categoría clave para investigar la multiplicidad de los
procesos en nuestro subcontinente indo-afro-latino.
La singularidad es parte de la generalidad.
No puede haber tendencias generales de los procesos históricos
sin contemplar la especificidad de las determinaciones singulares.
"No es que no haya que distinguir", decían Pelletier
y Globot, "lo universal de lo particular (...) Las
particularidades -las condiciones, las circunstancias, el
medio- no pueden pues reducirse a la lógica universal
del desarrollo social, ni deducirse de ella, pero tampoco
pueden ser separadas de ella, ni serles opuestas, ni simplemente
agregársele como su complemento, como un accesorio empírico".
De este modo se verá más clara la singular historia de América
Latina, abruptamente incorporada al sistema mercantilista
mundial desde la colonización hispano-lusitana y, posteriormente,
al sistema capitalista. A su vez, entenderemos las heterogeneidades
de cada uno de los países de América Latina, considerada
por algunos autores como un subcontinente homogéneo.
La categoría de continuidad histórica debe
ser manejada teniendo en cuenta la discontinuidad y el desarrollo
desigual, articulado, combinado y específico-diferenciado,
insistiendo más en la unicidad contradictoria de los procesos
concretos que en una continuidad supuestamente lineal.
A la concepción unilinealista o unilineal
de la historia hay que oponerle la real multinealidad de
los procesos de evolución de las sociedades. Precisamente,
el curso diferente que sigue cada una de ellas es lo que
determina su especificidad. El desarrollo multilineal de
las culturas precolombinas fue cortado drásticamente por
la conquista ibérica, pero sigue expresándose en la existencia
de pueblos agroalfareros, aunque subordinados a la sociedad
global dominante.
Sin embargo, adscribirse acríticamente al
concepto de multilinealidad puede conducir a negar las tendencias
generales de la historia en función de un "relativismo
cultural" abstracto.
Adherirse a un evolucionismo multilineal
generalizado en todos los tiempos, incluyendo el contemporáneo,
significaría soslayar la interconexión e interdependencia
de procesos que, dentro de la diversidad, aceleran la continuidad-discontinuidad
histórica. Es necesario, entonces, analizar el desarrollo
de las culturas y la pluralidad de sus líneas de evolución,
criticando la concepción unilineal de la historia sin caer
en otra forma de dogmatismo que conduce, en aras de un muestrario
inconexo de evoluciones multilineales, a una forma de ininteligibilidad
del proceso de unicidad contradictorio de la historia.