La
emergencia de la nueva Alianza en el gobierno, cuyo centro
de gravedad ha recaído en manos de Domingo Cavallo,
es quizás el último intento de salvar lo que
queda del régimen de dominio instaurado en el 83,
acorralado por la crisis capitalista y las luchas obreras
y populares. Pero con este mismo acto de salvación
se ha impuesto un verdadero régimen infame,
de características pre-bonapartistas. Todas las instituciones
políticas que la clase dominante supo utilizar para
conservar su hegemonía y que sufrieron un agudo proceso
de descomposición a lo largo de estos 18 años
están hoy desacreditadas. Frente a la debilidad del
gobierno, el parlamento fue incapaz de contener el descontento
de masas y darle salida a la crisis económica, política
y social que atraviesa el país. Esa incapacidad tuvo
su expresión más elevada en la sesión
parlamentaria de los poderes legislativos al ministro de
economía.
Esta crisis política de los regímenes democrático
burgueses, con sus particularidades, recorre una serie creciente
de países latinoamericanos. Colombia, Paraguay, Bolivia,
Perú, Ecuador, son los casos más resonantes.
Mientras tanto, durante la crisis y después de ella,
todos los personajes del progresismo local han sabido recitar
su mejor papel. La diputada radical Elisa Carrió,
que denunció a los legisladores que se suben
al Titanic y votaron los superpoderes y que llamó
a refundar la república, retiró
tan pronto como pudo su acusación de infames
traidores a la patria. ¿Cómo podría
la elocuente legisladora refundar vaya a saber
qué enigmática nueva república, si
no es capaz siquiera de mantener una modesta acusación
judicial contra los personeros de la vieja?.
Otras vertientes de la centro izquierda, que inundaron con
inflamadas denuncias los medios gráficos, no ven
otras medidas más eficaces para alcanzar la
soberanía, la democracia, la igualdad de oportunidades
y la justicia social que los petitorios para lograr
un plebiscito o la conformación de nuevas agrupaciones
políticas y nuevos frentes de oposición
para probar suerte en el calendario electoral, mientras
el dueño de este nuevo régimen infame seguirá
avanzando con su política antes y después
de octubre. Postrada ante la evidencia, cobarde frente al
poder, impotente en el presente y temerosa del futuro, la
nueva centro izquierda no constituye y no puede constituir
ninguna fuerza orgánica capaz de sacar a la nación
pobre y explotada del marasmo y la ruina. Como dirección
política de la pequeño burguesía se
arrastra frente a la grande y le rinde pleitesías
al capital imperialista, ante el cual se inclina respetuosa
y servilmente, hundiendo en ese mismo acto toda pretensión
de representar los genuinos intereses de las capas medias
arruinadas, cuyas necesidades sólo podrán
encontrar una respuesta en la única clase y el único
programa que puede conducir la sociedad hacia delante, la
clase trabajadora.
Keynesianismo
senil del subdesarrollo
Los
representantes intelectuales, políticos y líderes
sindicales que se auto enrolan en el progresismo o el autodenominado
nuevo pensamiento han visto cómo se les
escurría de las manos el segundo intento, luego del
estrepitoso fracaso del alfonsinismo, de lograr una democracia
social, participativa o con igualdad
de oportunidades. Desde la crisis y retroceso del
menemismo, cientos de artículos, revistas y libros
han plasmado su creciente descontento con el rumbo económico
y político de los gobiernos de turno. La democracia
como mecanismo procedimental estaba asociado,
con las políticas neoliberales y las restricciones
democráticas.
Democracia o ajuste dice la Central de trabajadores
Argentinos (CTA) liderada por Víctor De Gennaro.
El sociólogo José Nun, un habitué en
las editoriales del periodista Horacio Verbitsky, ha planteado
en su libro Democracia ¿Gobierno del pueblo
o gobierno de los políticos? que se necesita
algo así como una democracia keynesiana,
basada en el bienestar de la gente y la participación
y moderadora del conflicto social1, sin reparar en el hecho
de que el estado de bienestar ha sido posible
sólo en las sociedades más avanzadas de los
estados imperialistas y en particular durante el boom de
la posguerra, y que países semicoloniales y dependientes
como la Argentina lo máximo que han alcanzado es
una seudoindustrialización mediante la sustitución
de importaciones, unida y subordinada al capital extranjero.
Guillermo O Donnel ha llegado con años de atraso,
a conclusiones semejantes, prescribiendo, contra los
poderes autoritarios del capital financiero, una alianza
productiva fundada en valores de equidad social y de vigorización
democrática que a su vez sustenten la decisión
de reconstituir una nación2, aunque vale insistir,
la Argentina es una semi nación, carente de soberanía
y atada por lazos económicos, políticos, militares
y culturales al dominio imperialista.
Todas estas figuras habían entrado en la foto alfonsinista,
en la que pretendieron encontrar el punto de equilibrio
entre la democracia parlamentaria y la justicia social luego
de décadas de golpes militares y populismos.
A ellos se sumaron algunos desilusionados del menemismo.
Luego enarbolaron las banderas de la transparencia
y la lucha contra la corrupción para
oponerle al ajuste salvaje del menemismo. Así
se forjó el Frepaso, luego del Pacto de Olivos del
94, que integrado en la Alianza y por último
en el régimen infame de los superpoderes,
cumplió su ciclo histórico, primero salvando
por un tiempo al régimen bipartidista y sus partidos
del colapso y luego hundiéndose junto a ellos devorados
por la crisis. La nueva centro izquierda que está
naciendo de sus entrañas, basada en el espíritu
de la colaboración de clases y la defensa del estado
burgués, correrá la misma suerte que sus predecesoras,
empujadas por la lucha de clases y la crisis capitalista.
La CTA, en su momento sostuvo que una nueva democracia
antineoliberal vendría de una nueva relación
de fuerzas sociales, es decir de un estado y un gobierno
que recoja los reclamos de las masas. La sociedad
civil podría imponerle al estado de los capitalistas
las formas y el contenido de sus reivindicaciones populares.
Lo que De Gennaro y toda la centro izquierda no pueden explicar
es por qué diablos la recomposición de las
luchas populares, el ascenso de los trabajadores con los
cuatro paros generales, la organización del movimiento
de desocupados y la oposición y el hartazgo de las
amplias masas populares frente a la ofensiva permanente
del capital, no dieron como resultado ni un seguro de desempleo,
ni una democracia participativa ni nada semejante;
parieron una nueva criatura, el cavallismo. Es que para
el progresismo el carácter clasista de la democracia
le resulta, en el mejor de los casos, un jeroglífico
incomprensible o un dogma marxista pasado de moda.
Una
democracia pos contrarrevolucionaria
En
realidad el ajuste y la democracia
no son incompatibles, al revés, constituyeron el
marco de desenvolvimiento del régimen político
durante 18 años. Para decirlo con los términos
del progresismo, la democracia no vino para ser, digámoslo
de algún modo, keynesiana sino neoliberal.
Y en este caso, como en tantos otros, el aristócrata
Schumpeter era más realista y más agudo que
toda la centro izquierda junta: la democracia es lo
que es.
La democracia burguesa del 83 surgió de las
luchas populares contra la dictadura, pero estuvo marcada
desde el comienzo por la derrota de la clase obrera y su
vanguardia más combativa bajo los golpes de la dictadura
militar y por la derrota nacional de Malvinas frente al
imperialismo Angloamericano. Surgió de esas derrotas
históricas que le permitieron al imperialismo norteamericano,
igual que en el resto de América Latina, impulsar
regímenes democrático burgueses, tan funcionales
a su dominio y mucho más seguras y estables que las
viejas dictaduras desgastadas y desacreditadas. La democracia
inaugurada en el 83 fue una democracia poscontrarrevolucionaria.
Bajo la cobertura de la democracia y la constitución
el bloque dominante y el imperialismo descargaron una extraordinaria
ofensiva política, económica e ideológica
sobre las masas. Esta ofensiva capitalista llevada a cabo
bajo las banderas de la democracia fue aplicada en distintos
países y en distintas circunstancias3, como parte
de la contraofensiva imperialista y como respuesta contrarrevolucionaria
al ascenso mundial que tuvo lugar desde el 68 hasta
por lo menos el 81. Esta política de contrarrevolución
democrática no dejó nunca de combinarla con
intervenciones militares punitivas como en Irak, apoyo de
autogolpes como el de Fujimori.
El régimen democrático burgués, cuya
institución tal vez más sólida fue
la del sufragio universal, crea la ilusión de una
soberanía y una autonomía en las decisiones
de las grandes masas mediante el voto. La democracia representativa
abstrae la polaridad clasista en las relaciones de producción
y trata como libres e iguales ante la ley a los ciudadanos,
independientemente de la pertenencia a determinada clase
social. Esta democracia, panacea del progresismo, ha sido
el instrumento político más eficaz de la ofensiva
del capital y la penetración imperialista que no
tiene parangón, salvo quizá la década
infame de los 30, con ningún otro régimen
político en la historia nacional.
Sin la capacidad de las clases subalternas de cuestionar
seriamente la propiedad privada y la dominación imperialista,
la estabilidad excepcional de la democracia argentina fue
el fruto de un nuevo bloque de poder burgués que
se iría constituyendo mediante recurrentes crisis
durante los 80 y que encontrará su máxima
expresión durante los 90. Podríamos
resumir este proceso en tres etapas: 1) Bajo el régimen
militar el endeudamiento y las tasas de interés diferenciales
que permitieron la bicicleta financiera junto
a la fuga de capitales, la apertura económica y la
estatización de la deuda externa en el 81-82
fueron los instrumentos más destacados de una extraordinaria
transferencia y redistribución de los recursos de
los asalariados y las masas populares hacia el capital local
y extranjero más concentrado que siguió adelante
bajo el gobierno alfonsinista. En esta exorbitante transferencia
de recursos el estado cumplió un papel de primer
orden. El endeudamiento acelerado, que luego se combinó
con una profunda recesión económica a lo largo
de toda la década del 80, favoreciendo una
espectacular fuga de capitales. Se estima que mediante los
mecanismos arriba descritos durante la década del
80 las transferencias totales del estado al
capital concentrado alcanzaron a 105 mil millones de dólares4.
De ellas se cree que unos 35 mil millones consisten en los
sobreprecios pagados por el estado en compras y contrataciones,
en beneficio directo de agentes como Pérez Companc,
Techint, Siemens, etc., es decir a la asociación
de los capitanes de la industria con los conglomerados
extranjeros. La crisis capitalista mundial, el fin del boom
de la posguerra, el agotamiento de la etapa de sustitución
de importaciones que dio paso a la apertura de los mercados
en función de las necesidades productivas de los
países centrales, concentrando nichos de producción
en la agroindustria y materias primas, y un mercado interno
reducido sobre todo a las clases medias altas, implicaron
en consecuencia un cambio en la base social y las alianzas
de clases nacionales. El nuevo bloque dominante no tiene
ninguna intención de mantener la más mínima
demagogia hacia las clases populares. Al revés, se
basa en la desvalorización de la fuerza de trabajo
y en una fuerte concentración en un puñado
de grandes grupos económicos, estableciendo una alianza
duradera con el capital extranjero de quien depende financiera
y tecnológicamente. El gobierno de Alfonsín,
luego del estruendoso fracaso de Grinspun y el club
de deudores, cerró filas con los acreedores
e impuso una economía de guerra contra los trabajadores,
que mediante el mecanismo de la emisión monetaria
y la desvalorización cambiaria favorecía de
un lado la desvalorización salarial y del otro, mediante
la promoción de las exportaciones obtenía
los saldos para pagar la deuda. Aún así el
proceso hiperinflacionario y el impasse del gobierno radical
fueron utilizados para sacar provecho a favor de los apetitos
más desenfrenados del capital concentrado. 2) El
menemismo, luego de algunos titubeos vino a imponer este
programa. La crisis hiperinflacionaria, en la medida en
que la clase obrera estuvo inhibida por la dirección
sindical de actuar en ella con una política independiente,
fue aprovechada para avanzar en las tareas que el capital
concentrado tenía pendientes. Los resultados ya son
conocidos. La posterior derrota de la lucha contra las privatizaciones
estabilizaron al gobierno menemista y le dieron la suficiente
fortaleza para aplicar sin anestesia todo el
programa político del establishment y que coincidió
a nivel internacional con el relanzamiento de la ofensiva
norteamericana expresada en la guerra de Irak.
Pero el menemismo modificó también las reglas
de juego, concentrando un poder bonapartista que llevó
a la crisis del viejo bipartidismo, cuya máxima expresión
fue el Pacto de Olivos. Este pacto fue un salto cualitativo,
la adecuación jurídico política a las
necesidades del establishment y del nuevo polo de poder
de concentrar un poder fuerte acorde a las necesidades
capitalistas e imperialistas. La reforma constitucional
que nace del Pacto de Olivos, es la que impone, entre otras
cosas, el debatido artículo 76 que faculta al legislativo
a entregar poderes especiales al ejecutivo.
El menemato llevó estas tendencias a un poder fuerte
y centralizado, a las relaciones abiertas entre los intereses
capitalistas y la administración del estado, como
no lo había logrado el gobierno anterior. Mediante
las leyes de Reforma del Estado y de Emergencia Económica,
el sistema político de partidos y el debate parlamentario
fueron subordinados a la eficiencia tecnoburocrática
del estado, que concentró en sus manos los resortes
fundamentales de las reformas capitalistas. Con la crisis
del Tequila en el 95 comienza su declive
que se expresará más adelante en las luchas
de resistencia del 96 y 97. 3) La crisis económica
mundial desatada en el sudeste asiático en el 97,
y la recesión que se percibe desde el 98, las
luchas populares contra el menemismo y las fisuras en el
seno de la burguesía, fueron los elementos esenciales
de la crisis y el agotamiento del ciclo iniciado en los
90. La Alianza vino a desviar la lucha de masas contra
el menemismo, relegitimar las carcomidas instituciones del
régimen bipartidista y a recrear expectativas, ya
que el gobierno de la Alianza subía bajo un tibio
tinte reformista. Pero la Alianza fue devorada
por la crisis, la presión de la banca acreedora,
los reclamos patronales y las luchas populares cuya característica
central fue la recomposición y el ascenso de la clase
obrera con los cuatro paros generales y el desarrollo del
movimiento de desocupados, que fueron la vanguardia de lucha.
La emergencia del cavallismo es la culminación de
este proceso y al mismo tiempo la consecuencia de la descomposición
del régimen de dominio instaurado en el 83.
Democracia
degradada y tendencias bonapartistas
Que
la democracia política como forma de gobierno, bajo
los efectos de la crisis capitalista y de las luchas obreras
y populares no tiende a ampliarse ni a hacerse cada vez
más social, como pretende en vano el
progresismo, lo demuestra no sólo la experiencia
actual, sino toda la historia de la sociedad contemporánea.
Cuando Guillermo O Donnel y otros exponentes de la
sociología progre nativa buscan una salida
política, no deberían buscarla en el Max Weber
de la república de Weimar5, aquella que pretendía
conservar y ampliar la democracia controlando la jaula
de hierro y la máquina inanimada
del aparato de estado, aún a costa de una mayoría
parlamentaria socialdemócrata, sino en el Weber cesarista
y plebiscitario, aquel que comprendió que detrás
de aquellos líderes reformistas se hallaban los obreros
alemanes, y que el poder desafiante de estos últimos
no dejaba lugar al libre juego del parlamentarismo burgués,
sobre todo bajo los efectos demoledores de la crisis de
posguerra, agudizada por las imposiciones del tratado de
Versailles. Aquél que creía que los
intereses de una nación se colocan por encima de
la democracia y el parlamentarismo6. Este teórico,
el más lúcido de la burguesía en su
tiempo, se fue inclinando cada vez más por variantes
plebiscitarias, en la medida en que la legitimidad de la
república de Weimar era cuestionada por la irrupción
del proletariado. El Weber demócrata republicano
de la sociología progre, es en realidad
el teórico de un juego de equilibrios entre el parlamento,
la burocracia de estado y el líder plebiscitado.
El núcleo de la política republicana residía
no en la representación de intereses y en la democracia
participativa sino en la eficacia del poder. En
los estados de masas el elemento cesarista es inevitable7,
sostuvo, ya que la política está determinada
por el principio del pequeño número
y de su capacidad de maniobra. De allí que una democracia
estable, basada en la institución parlamentaria en
la que las fracciones burguesas diriman en ella y logren
consenso sobre los destinos de la nación requiere,
de un lado, una bonanza económica sin precedentes
y del otro, pero íntimamente unido, la capacidad
de otorgar enormes concesiones a las masas. En Weber la
preocupación por la muerte lenta de la
democracia bajo el peso de la racionalidad formal convive
con la convicción de que es necesaria en determinados
casos la ley marcial para no sufrir los riesgos de
lo que está ocurriendo en Rusia. Es el teórico,
como vimos, no solo del parlamentarismo, sino también
de la delegación cesarista de poderes especiales.
Estado
y burguesía nacional
Pero
las tendencias cesaristas o bonapartistas en países
semicoloniales como la Argentina, en períodos de
agudizamiento de la crisis, son reforzadas por una triple
presión: la del capital extranjero y el imperialismo,
que somete a la nación a sus dictados, examina los
resultados, ordena sus políticas, ejerciendo una
presión devastadora que somete a un saqueo descomunal
todos los recursos del estado y la sociedad; del la gran
burguesía local, que asociada al capital extranjero
busca su propio beneficio descargando sobre las masas sus
malos negocios en períodos de recesión; y
la clase obrera y los sectores populares que al oponer resistencia
a la ofensiva capitalista, impiden que la dominación
burguesa pueda realizarse mediante los mecanismos normales,
y obligan al gobierno a adoptar medidas extraordinarias,
en una dialéctica de medidas autoritarias y engaños
electorales.
La penetración y dominación imperialista,
la ofensiva del gran capital sobre el trabajo y los apetitos
desenfrenados del establishment, no dejan margen para las
añoradas políticas redistributivas del progresismo,
ni para las políticas de presión sobre el
estado burgués, de las que son tributarias y las
cuales ya no rinden los frutos que durante décadas
utilizó la burocracia sindical peronista a cambio
de conservar a la clase obrera bajo la tutela de la burguesía.
Esta incapacidad de dar concesiones importantes es la verdadera
muralla a la que se enfrentan todos los progresistas, aunque
hayan creído que el estado no es un instrumento de
dominio del capital (odian las definiciones marxistas por
sobre todas las cosas), sino un saco vacío, neutro,
al que se lo puede llenar con políticas redistributivas,
por fuera de las verdaderas condiciones de desenvolvimiento
del capitalismo en el período actual. El peronismo,
como movimiento nacionalista burgués, tendió
a ser superado por la radicalización obrera en los
70, y en las últimas décadas se ha transformado
definitivamente en instrumento político del capital
más concentrado. A la centro izquierda pequeño
burguesa le está haciendo falta una burguesía
capaz de recrear aunque más no sea una sombra de
lo que fue. La teoría de la sociedad
civil como sujeto social para transformar al
estado, demuestra que en el terreno concreto de las
clases sociales no encuentran ninguna burguesía que
pueda y quiera hoy encarnar un proyecto de país
burgués distinto. La nueva centro izquierda no posee
otro programa que el que pueda ofrecerle algún sector
de la clase dominante, ni otra estrategia que la colaboración
de clases y el reformismo burgués.
Tendencias
bonapartistas en países semicoloniales
Para
poder avanzar en una guerra declarada contra el nivel de
vida de las masas la gran burguesía extranjera y
local necesitan concentrar en las manos de sus representantes
políticos todas las palancas del poder, sustrayendo
sus decisiones de la más mínima deliberación
pública para poder imponer sin restricciones sus
propias decisiones. La democracia por cien años
se transformó en decretos de necesidad y urgencia,
per saltum de una Corte Suprema adicta a los
poderes de turno, impunidad para los militares, negociados
millonarios, compraventa de votos en el senado, y una extensa
red de favores que transformaron a los legisladores en clientes
cautivos de las grandes corporaciones. Aún así
todas estas medidas de excepción, la corruptela generalizada
y violación sistemática de la propia Constitución
reaccionaria, no fueron suficientes para desactivar el descontento
popular, salvar los negocios capitalistas y relanzar un
ciclo económico agotado. Una figura vapuleada por
todas las luminarias del librepensamiento, un
nombre impresentable frente a la población sometida
por sus propios dictados, odiado y rechazado por las grandes
mayorías pero fiel y responsable ante los organismos
financieros y el gran capital local, fue llamado para imponerse
por sobre la impotencia y la parálisis de todas las
instituciones republicanas que se vieron obligadas a subirlo
en sus propios hombros. Y como en el cuento de Simbad el
marino, este mismo personaje es el que con sus rodillas
aprieta el cuello de los legisladores que, vencidos, le
votan los superpoderes. El estado, controlado por los monopolios
y atado al capital financiero internacional, entra en constante
contradicción con las necesidades más elementales
de la población, se deslegitima frente a capas crecientes
de las masas, sus instituciones se desacreditan y vacían
y la deliberación pública de las fracciones
de la burguesía se sustraen del parlamento para resolverse
en las alturas del ejecutivo. Esta tendencia a la degradación
de la democracia, a la concentración del poder en
las manos de un puñado de técnicos y salvadores
no es una malformación, es la confirmación
más palmaria del análisis marxista sobre el
carácter clasista de la democracia, su degradación
y derrumbe frente a la crisis capitalista y el ascenso de
masas, y el mentís definitivo de las teorías
del nuevo pensamiento sobre la neutralidad
del estado, mal que les pese a los Lozano8 y toda la hilera
de keynesianos aggiornados que le siguen en
la fila.
Excepcionalidad
histórica
Que
el período democrático de los últimos
18 años constituye un fenómeno excepcional
lo demuestra la propia historia nacional. El constitucionalismo
liberal, por lo menos de 1870-80 a 1920-30 fue, si exceptuamos
quizás el período yrigoyenista (sometido a
la presión conjunta de las apetencias inglesas de
un lado y de la irrupción del proletariado en la
semana trágica, del otro), fue relativamente
estable, basado en la excepcional renta agraria de la oligarquía
criolla unida al imperialismo inglés en expansión
y a la inmadurez relativa del desarrollo del proletariado,
en el que las masas populares estaban marginadas del sistema
electoral. Pero con la irrupción de las clases medias
en la palestra nacional y sobre todo de la clase trabajadora
como un actor fundamental de la vida política nacional,
la historia de los sucesivos regímenes políticos,
desde 1930 en adelante y hasta 1983, fue la de los sucesivos
regímenes de tipo bonapartistas, ya sea reaccionarios,
como las dictaduras militares abiertamente proimperialistas,
o populistas como el peronismo, que se apoyaron relativamente
en el movimiento obrero para regatear con el imperialismo
norteamericano -al cual finalmente capituló- la apropiación
de las cuotas correspondientes de la plusvalía nacional
y la soberanía económica sobre los recursos
del país y el mercado local9.
Las condiciones especiales de poder estatal están
determinadas por el lugar que ocupan las burguesías
en los países atrasados, como explotadores de su
propio proletariado de donde obtienen su beneficio capitalista
y como clase semi oprimida, en la medida que debe compartir
la explotación de su propio mercado con el capital
extranjero, con el cual surgen permanentemente roces y disputas.
Una burguesía débil en comparación
a las fuerzas sociales del proletariado por un lado y de
la burguesía imperialista del otro, es impotente
para ejercer su propio dominio en forma independiente. Ese
fenómeno es el que ha marcado en los países
atrasados un período de alta inestabilidad política
durante todo el siglo XX.
Los sucesivos regímenes políticos desde la
década infame, pasando por el peronismo, la libertadora
con la proscripción del peronismo y de los sindicatos,
la apertura y el nuevo gobierno peronista en el 73,
hasta el golpe videlista, fueron una serie continua de bonapartismos
sui generis, que incluyeron bonapartismos de tipo populista
como el peronismo, dictaduras militares y democracias proscriptivas.
La excepcionalidad democrática que ya lleva 18 años,
se debió, como vimos, a las derrotas anteriores,
que permitieron una relativa estabilidad para la explotación
capitalista bajo la institucionalización de una democracia
poscontrarrevolucionaria. Pero una democracia con enormes
elementos cesaristas, una democracia que se va degradando
a medida que la presión del capital externo y las
clases subalternas la dejan en crisis y la descomponen,
dando paso progresivamente a un enfrentamiento mayor entre
revolución y contrarrevolución.
El
pacto infame del siglo XXI
El
comienzo del ciclo de golpes militares e inestabilidad institucional
en el país se abre con el golpe de Uriburu en el
30. El régimen militar que reimpone el fraude
electoral lleva al poder a la Concordancia, coalición
de conservadores, radicales antipersonalistas y socialistas
independientes que colocan a Justo en la presidencia.
Este régimen infame tuvo el propósito de salvar
las superganancias de la oligarquía en crisis. Fue
un régimen de entrega nacional, cuya máxima
expresión fue el pacto Roca-Runciman que estableció
un verdadero estatuto legal del coloniaje. Así
se le conoció a este pacto infame, gracias al mote
con que lo bautizó FORJA (Fuerza de Orientación
Radical de la Joven Argentina), a la que nuestros progresistas
de hoy no le llegan a los talones, a pesar de los límites
de clase y de perspectivas que poseían y que los
llevó años más tarde a abrazar el peronismo.
Mediante este pacto la oligarquía terrateniente,
a cambio de conservar una cuota de 350 mil toneladas de
carne en el mercado británico, entregó a éste
las llaves fundamentales de la economía argentina,
el control de las divisas, del transporte, de la producción
petrolera y el trust de los frigoríficos ingleses
y norteamericanos, entre otras delicias. Hoy, como en la
década del 30, este nuevo régimen
infame pretende un nuevo estatuto legal del
coloniaje con el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio para
las Américas), por medio del cual el imperialismo
norteamericano busca obtener un mercado cautivo para sus
productos, el control de las materias primas, el suelo y
todos los recursos del continente. Un proyecto ambicioso
en su puja interimperialista con Europa y Japón para
el que utiliza al continente como un coto de caza cerrado.
¿Y todavía se puede hablar de un proyecto
de nación y una democracia participativa
sin romper los grillos con que el imperialismo somete a
la nación y el continente?
Régimen
político, imperialismo y clase obrera
El
periodista Horacio Verbitsky ha brindado en una editorial
un análisis aparentemente profundo pero superficial.
Explicando la emergencia de la figura de Cavallo, lo describe
como un árbitro entre transnacionales dolarizadoras
y grupos devaluacionistas. Las crisis que llevaron
a Cavallo en el 82 al Banco Central y en los 90
al Ministerio de Economía es pintado, de la misma
manera, como una ecuación entre las fracciones del
capital. La relación existente entre la clase obrera
y las sucesivas salidas burguesas de las crisis se le revela
como un misterio, en cuya descripción la clase trabajadora
es siempre un sujeto de explotación, engaño
y sometido al terror del estado, la hiperinflación
o la desocupación. Pero la determinación de
los tipos de regímenes políticos que se han
sucedido han estado directamente relacionados con la lucha
de clases. El ascenso de Cavallo a la cumbre ha sido no
sólo la revelación de que el gobierno de la
Alianza ha fracasado en soldar el frente burgués
que se rompió en el período de la crisis mundial
desatada en el 97 y la recesión argentina,
sino al mismo tiempo de la incapacidad del ejecutivo de
seguir aplicando políticas fiscalistas que amenazaron
con una verdadera rebelión de masas que fue sólo
desactivada mediante el retiro de las medidas de Lopez Murphy
y la demagogia reactivadora. Por eso la situación
actual del gobierno es aún endeble, porque no se
asienta en la derrota de las masas. Y si la gran burguesía
ha podido resolver la crisis en forma reaccionaria es porque
las direcciones oficiales del movimiento de masas, incluidos
muy particularmente los que se llenan la boca con el antineoliberalismo
han sido incapaces para dar una salida propia, es decir,
han bloqueado la perspectiva de la caída revolucionaria
del gobierno.
El análisis de Verbitsky adolece, aún, de
una falla mayor. Porque el imperialismo no existe en sus
análisis más que como capital transnacional,
al que se puede incluir a grupos nacionales. El régimen
democrático instaurado en el 83 ha sido profundamente
reaccionario justamente porque ha sido el vehículo
de la penetración y la dominación imperialistas
sobre la nación, sometimiento de tal envergadura
que incluso dictaduras como las de Onganía no pudieron
imponer. Pero para el progresismo la palabra imperialismo
no figura en el diccionario. Tan poca relevancia tiene en
la determinación reaccionaria de esta democracia
que son capaces de prescribir un modelo de democracia
participativa, de inclusión y de
bienestar popular, un país independiente
y soberano, una nueva república, sin
tocar seriamente uno sólo de los intereses imperialistas,
de la banca y del gran capital y sin romper con los organismos
de crédito internacionales.
Imperialismo
y Hegemonía nacional
En
la paleta progresista se pueden encontrar teorías
de todos los colores. Ciertos intelectuales sofisticados
hablan de un bloque popular o un bloque
contrahegemónico, -algunos de ellos hoy están
al lado del cura Farinello- siguiendo el lenguaje gramsciano,
tomando del dirigente italiano, una faceta equivocada del
concepto de hegemonía, aquél que aísla
la hegemonía de clases nacional, de la influencia
y determinación que ejerce la economía y el
sistema mundial de estados en la etapa imperialista. Las
exigencias de carácter nacional se anudan en el concepto
de hegemonía , había sostenido, aunque
estas exigencias y su combinación de fuerzas
nacionales son modificadas por las condiciones internacionales,
y en forma aguda por momentos de crisis, guerras y revoluciones10.
Los gramscianos del nuevo bloque
y el nuevo pensamiento llevan ese resbalón
a grados superlativos, sobre todo cuando lo aplican a los
países semicoloniales. ¿En qué medida
es capaz la burguesía en los países atrasados
de constituir un bloque histórico, una
hegemonía duradera en el seno de estas sociedades?
El uso del término hegemonía debe ser por
lo menos condicional. Esta limitante teórica es aguda
en los países atrasados, dependientes del capital
externo, donde el estado carece de soberanía, en
el que no alcanza la majestad soberana del Bismarckismo
y en la que sus instituciones de dominio están inextricablemente
unidas y subordinadas a las relaciones que la burguesía
nacional establece con las clases extranjeras. Es por ese
motivo que su interés particular no puede nunca transformarse
en interés general de la nación. Los marxistas
le damos una gran importancia y prestamos atención
a las originalidades del desenvolvimiento nacional, pero
explicamos sus particularidades analizando la relación
y las modificaciones a que es sometida su estructura social
y política en su relación viva con las clases
y las potencias exteriores que la determinan.
Deformando los recursos teóricos que, equivocados
o no, brinda el autor de los cuadernos de la cárcel,
pretendiendo explicar el carácter del estado nacional
y del régimen político abstrayéndolo
de la influencia determinante que ejerce el imperialismo
sobre el mismo, se pretende contrabandear la idea pueril
y profundamente reaccionaria de que es posible crear un
nuevo bloque de poder y un proyecto de
país independiente, democrático y hasta
¡socialista! ahorrándose las dificultades de
la lucha revolucionaria contra el imperialismo.
Progresismo
colonizado
Uno
no tiene más que rascar un poco a estos paladines
de la democracia keynesiana (que pretenden eliminar
la desocupación, la pobreza y todas las calamidades
que azotan a la nación explotada mediante un petitorio
y una buena legislación), para encontrar a los sirvientes
democráticos del gran capital y el imperialismo,
a los teóricos de la colaboración de clases,
al humanista imbuido del espíritu burgués
que saca buenos réditos y reputación de sus
editoriales y al burócrata que vive de los favores
del estado.
No es casualidad que el progresismo tenga en nuestro país
una adoración sublime por la democracia norteamericana,
como lo reveló Elisa Carrió, a la que dio
como ejemplo de transparencia y anticorrupción; y
sobre todo de la democracia europea, en particular de la
francesa, la misma que bombardeó Irak y Serbia, o
alienta el genocidio en el Africa. Bernard Cassen, director
de Le Monde Diplomatique sostuvo en los medios televisivos
locales a raíz de su visita como integrante de ATTAC,
que a diferencia de EEUU, Francia, si se exceptúa
la industria cultural, no tiene ningún tipo de protección
arancelaria o para-arancelaria. Ni los directivos locales
de El Dipló, ni sus socios del CTA le
han hecho recordar su política agrícola, como
mínimo, para no hablar del lobby francés en
defensa de las posiciones monopólicas de sus empresas
de servicios en el país o la de los ilícitos
millonarios de la firma Renault. ¿Será la
teoría de no dividir el frente antinorteamericano
o la teoría maoísta de las contradicciones
principales y secundarias? Cuando la centro izquierda habla
de corrupción y coimas, deberían detenerse
en el caso de la venta de armas, donde se puso a todo un
sector del estado, Fabricaciones Militares, unidades del
ejército, etc. a producir y a truchar armas para
enviarlas a Croacia, cuyo ingreso en área de guerra
controlada por la OTAN no podía serle indiferente
a los estados mayores del imperialismo. Fue la complicidad
y la impunidad que le daba al gobierno las relaciones
carnales con EEUU la que lo movió a semejante
maniobra. El caso de IBM-Banco Nación, o Moneta-Citibank,
demuestran que la corrupción está inscripta
en las mismas características parasitarias del capitalismo
mundial en descomposición y que los monopolios y
gobiernos imperialistas lo utilizan como un instrumento
adecuado para la dominación y la rapiña.
Los que ayer hacían un culto del nacionalismo burgués
que iba a liberar la patria grande (como la
mayoría de la directiva del CTA) hoy pretenden una
democracia social bajo la tutela imperialista.
Y todo esto bajo el lenguaje globalizador del
nuevo pensamiento y del bloque antineoliberal.
Es evidente que la burguesía ha sabido impregnar
en los círculos de la pequeña burguesía
y las capas obreras dirigentes el discurso de la derrota
y la sumisión.
La
solución a todos los problemas está en las
manos del... estado burgués
La
CTA y Verbitsky vienen sosteniendo el proyecto de seguro
de empleo y formación. Este proyecto ha sido
presentado no como un subsidio pasajero que fortalezca las
posiciones de la clase obrera para imponer el reparto de
las horas de trabajo entre ocupados y desocupados, sino
como una panacea universal e incluso como ¡reactivador
de la economía capitalista! Descansa en el presupuesto
keynesiano del efecto multiplicador. Es todo
un programa para ayudar al gobierno a salir de la recesión.
Se parte de considerar que colocar 11.473 millones
en consumo tiene un efecto de recuperación de la
demanda que multiplica por dos veces y media la cifra mencionada.
El ingreso de las empresas se trasladaría a nuevos
salarios y más demanda, creando un nuevo consumo
de 28 mil millones que alimentarían el círculo
de producción y consumo. De esta manera se daría
un shock productivo que reactivaría la
industria y el crecimiento. Horacio Verbitsky lo explicaba
días atrás. Rechazando la propuesta oficial
sostenía que esto elimina el componente de
redistribución del ingreso, la expansión de
la demanda interna y el relanzamiento de una estrategia
productiva y reindustrializadora y de equilibrio regional
que sí tendría el Seguro de Empleo y Formación,
al actuar como un piso salarial para el conjunto de la economía
y generar un shock de consumo11.
El presupuesto del multiplicador es falaz. No existe ninguna
seguridad de que los ingresos extra de las empresas sean
reinvertidos en nuevos salarios y en nuevos bienes de producción.
Eso depende de la tasa de ganancia de los capitalistas,
de la productividad del trabajo, de la tasa de interés
disponible internacional y nacionalmente que hace más
o menos provechosa la inversión productiva. Cuando
en la década del 90 el país crecía
al 6 o 7% anual, los capitalistas nacionales
vendían sus empresas y fugaron su capital, no lo
reinvirtieron. Las multinacionales depositaron más
del 70% de sus ganancias en el exterior, no las reinvirtieron
en el país, agravando de paso el déficit de
la balanza de pagos. Pero esto no es lo más importante,
después de todo nadie puede quejarse que quienes
pretenden un capitalismo humanizado traten de
contribuir a que el capitalismo ande lo mejor posible y
los capitalistas hagan sus buenos negocios.
Verbitsky, entusiasmado piensa que se pueden sacar fondos
para el seguro de la CTA de los siguientes ítems:
1- Se sustraen los 2.670 millones que hoy se destinan
a las asignaciones familiares y otros programas asistenciales.
Con esta medida nuestro periodista hace lo mismo que el
gobierno, saca de un lado para ponerlo en el otro, creando,
de paso una mayor división en las filas de la clase
obrera.
2- Este incremento de la demanda, cercano al 7 por
ciento haría crecer la recaudación impositiva
en unos 800 millones por cada punto. Sólo con esta
reactivación por medio del consumo, el patrón
tributario actual se volvería más productivo.
La recaudación adicional esperable llegaría
a los 5.600 millones.
Sin embargo, cuando la demanda creció junto al PBI
en los 90, la recaudación adicional nunca se
elevó en esa proporción. De cualquier manera
son fondos que presumiblemente (dudosamente) se obtendrían
luego de un ciclo expansivo. Mientras tanto Verbitsky puede
pedir un crédito a las AFJP o negociarlo con el banco
Mundial para financiar la aventura.
3- Otros 1.500 millones podrían obtenerse si
se restituyeran los aportes patronales a los grandes contribuyentes
del sector cuyos servicios no son exportables y en consecuencia
no padecen la competencia internacional, como las empresas
privatizadas, los bancos y los hipermercados. Pero
con esta medida sólo se vuelve atrás en los
decretos de Cavallo y Roque Fernández. Cuando las
empresas de servicios y los bancos todavía no recibían
dicho beneficio, obtenían, sin embargo, superbeneficios
extraordinarios de las tarifas más altas del mundo,
remisión de utilidades y mercados cautivos, engrosando
sus ganancias mediante el desfalco de los ahorros del pueblo.
Los bancos hoy siguen exentos de impuestos a la compraventa
de títulos y acciones y a los créditos externos.
En resumidas cuentas se pretende sacarles la guinda y dejarles
el postre, y de paso se legaliza el proceso mismo de las
privatizaciones, sin mencionar su expropiación bajo
control obrero, y se inhibe de plantear un impuesto progresivo
a las grandes fortunas.
4- La tantas veces anunciada eliminación de
las exenciones al impuesto a las ganancias, para la que
ahora el Congreso ha delegado su autoridad en el Poder Ejecutivo,
incrementaría su recaudación en no menos de
10.000 millones. Aunque nada garantiza que éste
realmente sea el monto que se recaude, lo más probable
es que las empresas encuentren las vías de recargar
la pérdida de este privilegio sobre los consumidores.
5- Por último, la reasignación de los
actuales planes sociales del Sector Público Nacional
implicaría otros 3.700 millones. Es decir cambiar
de lugar la plata, de una oficina a otra, aunque en el viaje
pueden perder beneficios aquellos destinatarios específicos
como los lisiados.
El mérito de Verbitsky, que considera el planteo
del no pago de la deuda externa como expresión de
la derecha populista, la paleoizquierda y la iglesia
católica apostólica romana, es la de
rebuscársela para demostrar que es posible eliminar
la desocupación, abrir un proceso de industrialización
y redistribuir la riqueza sin tocar en lo más mínimo
los intereses imperialistas y sin recortar el derecho de
propiedad de los grandes capitalistas. Cómo sacar
de la ruina y la hipoteca a los chacareros y comerciantes
arruinados, cómo otorgarles créditos baratos,
cómo disminuir el costo de los servicios públicos
para el consumo y la producción, cómo evitar
la fuga de capitales y las maniobras aduaneras, cómo
impedir que un grupo de parásitos pueda atentar contra
la moneda en una sola transacción y dejar en la miseria
a millones, cómo impulsar un plan de obras públicas
para eliminar la desocupación, cómo impedir
la dictadura de un puñado de cien corporaciones que
manejan la mitad de la economía nacional, se le revela
a nuestros progresistas como un misterio insuperable.
Un proceso de genuina industrialización requiere,
en primer lugar controlar las palancas fundamentales de
la economía, las materias primas, el petróleo
la energía, el transporte, la siderurgia y las telecomunicaciones
como mínimo. Sólo bajo esta condición
puede realizarse un plan racional de producción y
obras publicas al servicio de las mayorías explotadas,
que al mismo tiempo permitirían dar empleo a cientos
de miles de desocupados. Pero hoy esas empresas están
en manos de un puñado de grandes capitalistas que
amasan beneficios extraordinarios, fugan capitales y generan
un déficit crónico en la balanza de pagos,
bloqueando toda posibilidad de una auténtica industrialización.
Pero la centro izquierda, que considera una mala palabra
la expropiación, no tiene otro remedio que regularla
y reimponerle los aportes patronales. ¡Y así
pretenden industrializar el país! Otro
tanto ocurre con la fuga de capitales y el peligro de que
el gran capital atente contra la moneda local, arruinando
de un plumazo a millones de trabajadores, consumidores y
ahorristas. La corrupción, el lavado de dinero y
la coima, han sido los métodos normales de la gran
banca y la gran burguesía local para apropiarse con
puño de hierro de todos los recursos nacionales.
El Citibank ha sido descubierto en la triangulación
de dinero sucio por la friolera de cuatro mil quinientos
millones de dólares. El desfalco a la DGI posiblemente
se eleve a los 14 mil millones anuales. Los créditos
privados internacionales han sido un buen instrumento para
reingresar capital fugado sin declaración de impuestos
y una oportunidad de pingües ganancias jugando con
la tasa de interés diferencial. Las AFJP, controladas
por unos pocos bancos extorsionan a la nación con
tasas usurarias con los propios fondos de retiro de la población.
En definitiva la gran banca ha tomado por el cuello a la
nación, y nuestros progresistas, severos, exigen...
que se los controle, aunque la nacionalización de
la banca bajo control obrero permitiría eliminar
todas esas lacras de un plumazo y de paso servir de vehículo
para apoyar mediante créditos baratos a los pequeños
productores arruinados y a un plan nacional de producción.
Horacio Verbitsky se ha metido en un berenjenal para explicar
de dónde va a sacar plata para su plan, aunque se
olvidó de constatar, entre otras bagatelas que el
estado consume más de 11 mil millones de su presupuesto
anual en el pago de los intereses de la deuda externa, que
prefiere llamar pública, aunque se negocie
todos los días en las oficinas más paquetas
de Manhattan.
En definitiva, el espíritu inteligente de los intelectuales
progresistas se detiene allí donde hay que traspasar
la línea de tiza de la propiedad privada y la dominación
imperialista.
Creativos sólo en su conservadurismo, vienen insistiendo
en juntar firmas para que el parlamento de los superpoderes
y las coimas se atenga a votar el seguro. La escuela de
los regulacionistas, de la cual abreva el progresismo vernáculo
-tomando y deformando categorías marxistas- creía
que como las leyes del capital son inexorables y no pueden
ser superadas por la simple voluntad de lucha, le asignaba
a la lucha de clases un papel importante, no en cuanto a
la modificación del régimen capitalista, claro
está, sino a la contención de sus aristas
más agresivas, a refrenar sus tendencias más
brutales y de paso a evitar las crisis y las desproporcionalidades
entre la oferta y la demanda. La CTA y Verbitsky ni siquiera
pueden ponerse a su altura, porque la lucha de clases les
es completamente ajena. Ellos prefieren el trámite
más expeditivo y menos costoso de juntar firmas y
convencer a los legisladores. Dicho sea de paso y a propósito
de la lucha de clases, ¿cómo podría
la CTA y De Gennaro barrer con el neoliberalismo
y construir otra argentina si ni siquiera fueron
capaces de defender a sus propios afiliados de la rebaja
salarial implementada por un gobierno debilitado como el
de De La Rua?
En
conclusión, sólo medidas que recorten los
derechos de propiedad del capital, (la expropiación
de los grandes grupos económicos, la nacionalización
de la banca bajo control obrero, etc.) y que eliminen la
sujeción imperialista, pueden abrir paso a un plan
de acuerdo a las necesidades de las mayorías populares,
de los productores y los consumidores, terminando con la
anarquía de la producción basada en el lucro
capitalista. Y este programa en beneficio de las masas explotadas
será posible alcanzarlo mediante la revolución
obrera y socialista, y la instauración de un gobierno
obrero y popular. Un gobierno de estas características,
basado en la democracia directa y el autogobierno de las
masas significará la incorporación a las labores
efectivas de gobierno a cientos de miles y millones de ciudadanos
a los que el mecanismo representativo de cualquier
democracia burguesa (ni hablemos de la democracia
de nuestros países latinoamericanos), a la que el
progresismo le rinde un religioso respeto, excluye sistemáticamente
de la toma de decisiones políticas, económicas
y sociales. Así la república obrera se demostrará
mil veces más democrática que la más
perfecta de las democracias burguesas. |