Conforme
el capitalismo imperialista continúa sobreviviéndose
la contradicción entre las potencialidades de las
fuerzas productivas y la miserabilidad a que el dominio
de las relaciones capitalistas de producción condena
a la inmensa mayoría de las masas se hace más
patente. Una de las tesis centrales de Marx fue justamente
señalar que esta contradicción no podría
ser resuelta sin la previa conquista del poder por parte
de la clase obrera, destruyendo el estado burgués
y edificando una forma de dominación transitoria,
el estado obrero o el estado tipo comuna, cuyo
objetivo era su propia extinción a medida que avanzase
la construcción del socialismo.
Lo que han tenido en común las teorías más
diversas con las que la burguesía ha intentado justificar
su dominio ha sido tratar de demostrar que el capital es
capaz de superar de una u otra manera su contradicción
fundamental. A fines del siglo XIX positivistas y revisionistas
del marxismo coincidían en afirmar que el capitalismo
se había desarrollado de tal forma que sus contradicciones
habían sido atenuadas y el mundo progresaba evolutiva
y pacíficamente. La guerra mundial, el estallido
de la revolución rusa y las conmociones que las acompañaron
mostraron lo superficial de este punto de vista y dieron
la razón a quienes señalaron que el desarrollo
de la fase imperialista agudizaba y no atenuaba las contradicciones
del dominio del capital, actualizando la perspectiva de
la revolución socialista. Esa fue la enorme superioridad
del análisis de los marxistas revolucionarios que
fundarían la Tercera Internacional (Lenín,
Trotsky, Luxemburgo...), demostrada no sólo en la
teoría sino en los hechos con el triunfo de la revolución
de octubre, un acontecimiento que desde el más grande
teórico de la sociología burguesa, Max Weber,
hasta los mencheviques rusos juzgaban un imposible hasta
el día anterior a su realización misma1. Luego
de la Segunda Guerra Mundial, al amparo del mundo de Yalta
y del respiro conseguido por el capital en los años
del boom, volvieron a florecer las teorías que auguraban
un desarrollo capitalista sostenido e ilimitado de la mano
del estado de bienestar keynesiano, llegando
incluso a impactar en teóricos marxistas que adoptaron
a su manera la tesis de que existía un neocapitalismo2.
Nuevamente estas teorías se chocaron con la realidad
combinada del ascenso revolucionario mundial iniciado en
el 68 y de la crisis económica que daba por
cerrado el boom. Pero el desafío revolucionario
fue contenido y nuevamente la burguesía tomó
la ofensiva a comienzos de los 80. La ideología
neoliberal que acompañó este ataque
imperialista sobre las conquistas obreras y populares presenta,
comparativamente a otras ideologías burguesas, la
peculiaridad de centrarse, más que en la expectativa
de progreso de las masas más expoliadas, en la resignación
de que no hay ninguna otra alternativa ante ella. La operación
ideológica fundamental consiste en transformar en
consecuencias inevitables del progeso tecnológico
los padecimientos causados a las masas como el desempleo,
el aumento de la pauperización o la precarización
del trabajo, encubriendo que no son la técnica y
la ciencia quienes esto provocan sino su utilización
en los términos dictados por el puñado de
monopolios capitalistas que dominan la economía mundial.
La idea de que el capitalismo vive desde principios de los
70 una nueva revolución científico-técnica
en gran escala que habría producido mutaciones fundamentales
en el funcionamiento de la sociedad y el modo de producción
está presente tanto en elaboraciones de la academia
burguesa como entre autores que se revindican marxistas
y de izquierda. Con la persistencia en la década
de los 90 de la situación de desempleo de masas
en numerosos países, la vieja idea de que estábamos
en presencia de una sociedad pos-industrial
cobró nuevos bríos, presentada en sus últimas
versiones como la emergencia de una nueva forma de capitalismo,
el capitalismo cognitivo. El fin del trabajo
y la aparición de un nuevo sujeto acorde
a este nuevo estadío fueron temáticas recurrentes
entre los defensores de estas posturas. Si bien en otras
ocasiones hemos escrito sobre el tema, sintetizaremos y
ampliaremos la crítica a estas posiciones y a las
definiciones políticas que implican, poniendo especial
énfasis en los planteamientos realizados por Toni
Negri, por ser quien lo hace desde una postura política
más radicalizada y desde un lenguaje teórico
más sofisticado.
1ra.
PARTE: MITO Y REALIDAD ACERCA DEL FIN DEL TRABAJO
Los
supuestos de las tesis del fin del trabajo
En
su análisis de la sociedad contemporánea Negri
sostiene una visión refinada y erudita (savant,
al decir de Michel Husson) de la tesis del fin del
trabajo popularizada, en diferentes matices, por J.
Riffkin, Dominique Méda, Vivianne Forrester, André
Gorz y la escuela italiana de los teóricos de la
intelectualidad de masas, entre otros. Esta
tesis, que encontró renovado eco en la última
década, pretendía dar cuenta de una supuesta
pérdida de la centralidad del trabajo
(con el desempleo de masas como una de sus manifestaciones
principales) como consecuencia inevitable del paso de la
sociedad industrial a la sociedad posindustrial.
En ésta los desarrollos tecnológicos habrían
producido un salto tal en la productividad de bienes materiales
que el reemplazo progresivo de trabajo vivo
por trabajo muerto, asalariados por máquinas
(robots y ordenadores), se tornaría una tendencia
irreversible y en crecimiento geométrico. La aplicación
de métodos toyotistas en la organización
del trabajo serían a su vez también producto
de los desarrollos tecnológicos y de la incorporación
por parte del capital de las aspiraciones mostradas por
el proletariado en la revuelta contra el trabajo del
68, que redundaron en el crecimiento de las
funciones de control y gestión del trabajador en
detrimento de la producción. Sociedad posindustrial
sería sinónimo de la mutación de las
condiciones generales del capitalismo hacia la hegemonía
del trabajo inmaterial y el capitalismo
cognitivo. Según esta tesis, en esta nueva
situación del capitalismo (que a veces denominan
como pos-capitalista) la actividad cognitiva
deviene el factor esencial de creación de valor,
calculándose éste en gran parte por fuera
de los lugares y el tiempo de trabajo. El conocimiento se
habría transformado en un factor de producción
necesario tanto como el trabajo y el capital y la valorización
de este factor intermediario obedece a leyes muy particulares,
a tal punto que el capitalismo cognitivo funciona de manera
diferente del capitalismo a secas3, con la consecuencia
que la teoría del valor no podría dar cuenta
de la transformación del conocimiento en valor. El
trabajador ya no necesitaría más de
los instrumentos de trabajo (es decir, capital fijo) que
son puestos a su disposición por el capital. El capital
fijo más importante, aquél que determina las
diferencias de productividad, se encuentra en el cerebro
de los seres que trabajan: es la máquina útil
que cada uno de nosotros lleva en sí. Es esta la
novedad absolutamente esencial de la vida productiva de
hoy4. Estas tesis presentan un conjunto de unilateralidades
que nublan la comprensión de las condiciones contemporáneas
del capitalismo y la lucha de clases5.
Cambio
tecnológico, aumento de productividad y desempleo
Comencemos
por un primer aspecto de la idea siempre difusa del fin
del trabajo. No se refiere, obviamente, al trabajo
considerado antropológicamente -como un atributo
específico de la acción del hombre dirigida
a asegurar y crear las condiciones de su propia vida de
un modo único y que le es propio- sino a su manifestación
en la sociedad capitalista, el trabajo asalariado. Según
los defensores de esta tesis, el desempleo de masas sería
producto del incremento en el ritmo de los cambios tecnológicos
y los aumentos de productividad. ¿Es esto así?
Aunque los cambios tecnológicos en muchas ramas de
la producción han sido muy importantes, y explican
la reducción en la cantidad de asalariados en ciertas
ramas que habían sido motor de la expansión
capitalista de la posguerra, no explican por sí mismos
el desempleo de masas. El volumen total de trabajo ha aumentado
en casi un cuarto si consideramos los seis principales países
capitalistas. Según señala Husson, de 431
mil millones de horas de trabajo existentes en 1960 en estos
países se ha pasado a 530 mil millones en 19966,
aumento especialmente notable en la economía norteamericana
y que invierte desde 1982 la tendencia a la baja del volumen
del trabajo que podía observarse entre 1960 y 1973.
Este aumento del volumen del trabajo acompaña una
disminución del crecimiento de la productividad horaria
en relación a los años del boom,
que pasa de 4,7% entre 1960 y 1973 a 1,8% entre 1983 y 1996.
Aunque las cifras de aumento de productividad hayan mejorado
en los últimos cinco años del siglo, no bastan
para revertir esta tendencia general. No puede, entonces,
encontrarse aquí la explicación del desempleo.
Lo que sí, en cambio, es una novedad en los últimos
25 años, es que la brutal ofensiva capitalista sobre
la clase obrera ha provocado una disminución de los
salarios reales y un cambio en la tendencia a la reducción
del tiempo de trabajo en los principales países capitalistas.
Esto ha llevado a que los aumentos de productividad, aunque
menores que durante los años del boom, hayan significado
un gran aumento de la brecha entre productividad y salario,
engrosando los beneficios de los capitalistas. A su vez
el capital, producto de la crisis de acumulación
que sufre desde mediados de los 70, encuentra menos
ocasiones rentables para reinyectar de manera
productiva la plusvalía. Es un capitalismo
que es, en cierta manera, obsoleto y que no puede
reproducirse más que rechazando la satisfacción
de necesidades sociales y organizando la regresión
social7, en el que la imposibilidad del capital de
reproducirse a niveles de rentabilidad media produce la
situación prácticamente inédita de
que el crecimiento de la tasa de ganancia en los últimos
años no se haya visto acompañada por el aumento
de la tasa de acumulación, sino por el de los negocios
de la esfera especulativa de la economía (lo que
algunos autores llaman financierización).
Se conforma así una especia de círculo
vicioso del que el capital ha sido hasta el momento
incapaz de salir más que huyendo hacia adelante,
es decir, agravando sus contradicciones. Adicionalmente,
la falta de relación directa entre desarrollos tecnológicos,
crecimientos de la productividad y aumento del desempleo
se demuestra en la paradoja irresoluble para los teóricos
del fin del trabajo de que la economía
con mayor desarrollo tecnológico y crecimiento de
la productividad en el mundo, la economía norteamericana,
tuvo en la década de los 90 -la de mayor crecimiento
promedio desde el fin del boom- índices de desempleo
que se cuentan entre los menores del siglo, oscilantes alrededor
del 4 %. Si la tecnología y los aumentos de productividad
fuesen las principales causante del desempleo, entonces
EE.UU. estaría encabezando los índices del
mismo. En Estados Unidos fue la combinación de una
relación de fuerzas favorable obtenida en relación
al proletariado durante el gobierno Reagan, que precarizó
el empleo permitiendo la proliferación de los empleos
basura durante la era Clinton, con la situación
de preeminencia en la arena internacional en los 90,
los que explican esta excepcionalidad norteamericana.
Posiblemente estemos viviendo un cambio abrupto en esta
tendencia.
Una
reconfiguración en la situación de los asalariados
Pero,
independientemente de su causa, ¿es observable una
disminución generalizada del trabajo asalariado en
el capitalismo contemporáneo? Aunque el desempleo
de masas sea un fenómeno sostenido en numerosos países,
es falso el panorama que pinta una disminución creciente
de los asalariados. Si tomamos en consideración al
conjunto de los asalariados a nivel mundial, su número
global ha aumentado y no disminuído en las últimas
décadas, con la proletarización creciente
de nuevos sectores (feminización de la fuerza de
trabajo, asalarización de la clase media, extensión
de las relaciones salariales a la periferia capitalista,
etc.) y la disminución dentro del conjunto de la
cantidad de trabajadores con empleo estable. El sociólogo
brasileño Ricardo Antunes reconoce cinco tendencias
en esta reconfiguración de la clase obrera en los
últimos años: a) la reducción del proletariado
manual, fabril, estable, típico de la fase taylorista
y fordista, aunque de distinto modo según las particularidades
de cada país y su inserción en la división
internacional del trabajo; b) contrapuesta a ésta
puede observarse el enorme aumento en todo el mundo de los
sectores asalariados y del proletariado en condiciones de
precariedad laboral, con el aumento explosivo, paralelo
a la reducción del número de empleos estables,
de la cantidad de trabajadores hombres y mujeres bajo régimen
de tiempo parcial, es decir, asalariados temporarios; c)
aumento notable del trabajo femenino (en algunos países
llegando al 40 ó 50 % de la fuerza laboral), tanto
en la industria como, especialmente, en el sector de servicios,
configurando una nueva división sexual del trabajo,
con las mujeres predominando en las áreas de mayor
trabajo intensivo donde es muy importante la explotación
del trabajo manual, y los hombres en los sectores donde
es mayor la presencia del capital intensivo, de maquinaria
más avanzada; d) expansión en el número
de asalariados medios en sectores como el bancario, el del
turismo, los supermercados, es decir, los llamados sectores
de servicios en general; e) exclusión del mercado
de trabajo de los jóvenes y los viejos.
Antunes señala que en contra de las tesis del fin
del trabajo parece evidente que el capital ha
conseguido ampliar mundialmente las esferas del trabajo
asalariado y de la explotación del trabajo según
las diversas modalidades de precarización, subempleo,
trabajo part time, etc.8. Esta tendencia a la creciente
asalarización y urbanización no es homogénea
ni lineal. Mientras ciertos países y regiones (¡África!)
se desindustrializaron en comparación
a los 60, otros (México, China, Sudáfrica,
Corea del Sur hasta la crisis del 97) han visto en
los últimos años un crecimiento meteórico
del número de asalariados, en gran proporción
trabajadores industriales. A la disminución de los
trabajadores de ciertas ramas de producción (las
distintas ramas metalúrgicas o los ferroviarios entre
los más significativos) le corresponde el aumento
en otras. Disminuyen los trabajadores con empleo estable
y crecen los de tiempo parcial. Lo que tenemos ante nosotros
no es, por lo tanto, el fin del trabajo asalariado
sino la reconfiguración de la situación del
proletariado9.
El capitalismo cognitivo
Analicemos
ahora la novedad que presentaría el capitalismo
cognitivo, a veces presentado como la emergencia de
un pos-capitalismo. Esta tesis parte de considerar
como una novedad la facultad del capital de
apropiarse de los progresos de la ciencia y el conocimiento.
Lejos de ser novedoso esta capacidad forma parte
fundamental del análisis marxista del capitalismo.
En los Grundrisse Marx señala en referencia a la
ciencia que la acumulación del saber, de la
habilidad así como de todas las fuerzas productivas
generales de la inteligencia social son ahora absorbidas
por el capital que se opone al trabajo: ellas aparentan
ser una propiedad del capital o, más exactamente,
capital fijo. Como plantea correctamente Michel Husson:
¿No puede decirse lo mismo del conocimiento
que los exponentes del capitalismo cognitivo erigen como
tercer factor de producción, como si este sustituyera
al capital o al trabajo como fuente de riqueza?10.
Y continúa: Una de las características
intrínsecas del capitalismo, la fuente esencial de
su eficacia, reside una vez más en la incorporación
de las capacidades de los trabajadores a su maquinaria social.
Es en este sentido que el capital no es un arsenal de máquinas
o de computadores en red, sino una relación social
de dominación. El análisis del trabajo industrial
ha desarrollado largamente este punto de vista. El análisis
de la opresión de las mujeres hace jugar un rol (o
debería hacer jugar) a la captación por el
capital del trabajo doméstico como factor de reproducción
de la fuerza de trabajo. La escuela pública no es
otra cosa que esta forma de inversión social. La
idea misma de distinción entre trabajo y fuerza de
trabajo reposa en el fondo de la cuestión (...) Al
querer a toda costa resaltar la nueva forma de funcionar
del capitalismo, las tesis sobre el capitalismo cognitivo
olvidan que dichos cambios no hacen desaparecer las contradicciones
del capitalismo sino que las vuelven más y más
palpables11. Fascinados por su objeto, las nuevas
tecnologías, los teóricos del capitalismo
cognitivo olvidan la principal contradicción propia
de éstas, la dificultad creciente para transformar
en mercancías las producciones que les corresponden:
El capital produce mercancías y funciona según
la ley del valor, que es su ley. Lejos de evitar esta lógica
económica, busca constantemente reproducirla, y una
de las dimensiones de la nueva economía es precisamente
que esto se hace cada vez más difícil12.
Esto es debido a las características peculiares que
presentan los productos elaborados por este sector de la
economía. Una nueva tecnología implica primero
una inversión inicial importante semejante a la del
capital fijo. En esto es similar a lo que ocurre con la
producción de cualquier mercancía. El problema
surge con los modos de valorización de este capital,
en particular debido a que la innovación o el producto
final pueden ser apropiados casi gratuitamente por la competencia
luego de una primer difusión. La utilización
de las mismas por el competidor lleva a una inmediata desvalorización
del producto (ya que en sus costos no tienen porqué
estar contemplados la inversión en capital inicial),
introduciendo una lógica relativamente contradictoria
con el mercado capitalista. El resultado mediante el cual
el capital sortea esta dificultad es el límite temporal
de la difusión de aquello que pueda ser apropiado
o la reglamentación de su acceso, como hemos visto
recientemente en el caso de Napster. Sólo en este
sentido es correcta la afirmación de que el valor
del conocimiento no depende de su originalidad sino de las
limitaciones establecidas al acceso al conocimiento, a
la capacidad práctica de limitar su difusión
libre13, limitando con medios jurídicos
(derechos de autor, licencias, contratos) o monopólicos
la posibilidad de copiar, imitar, reinventar, de apropiarse
de los conocimientos de otros14. Aún admitiendo
que exista una gran difusión de este nuevo tipo de
productos potencialmente gratuitos (cuando en realidad no
es más que una esfera muy limitada de productos considerando
el mercado global), lo que tenemos no es un nuevo modo de
producción sino el acrecentamiento de un contradicción
absolutamente clásica entre la forma que adopta el
desarrollo de las fuerzas productivas (la difusión
gratuita potencial) y las relaciones de producción
capitalista que buscan reproducir el status de mercado a
costa de las potencialidades de las nuevas tecnologías15.
Estamos aquí ante la manifestación de esta
contradicción del capital anticipada genialmente
por Marx en los Grundrisse: por una parte, despierta
todas las fuerzas de la ciencia y de la naturaleza así
como aquellas de la cooperación y circulación
sociales a fin de crear riqueza independiente (relativamente)
del tiempo de trabajo utilizado por ella. Por otra parte
intenta medir las gigantescas fuerzas sociales así
creadas conforme al patrón del tiempo de trabajo,
y encerrarla en los límites estrechos, necesarios
para mantener, en tanto que valor, del valor ya producido.
Las fuerzas productivas y las relaciones sociales -simples
fases del desarrollo diferentes del individuo social- aparecen
únicamente al capital como medios para producir a
partir de su estrecha base. Pero de hecho son las condiciones
materiales capaces de hacer estallar esta base. La
operación mistificadora de Negri, Rullani y otros
consiste en presentar la creciente dificultad del capital
para intentar medir las gigantescas fuerzas productivas
sociales... conforme al patrón del tiempo de trabajo,
para continuar produciendo en la estrecha base
de las relaciones de producción capitalista, como
si esta hubiera llevado a una mutación de cualidad
en las condiciones generales de la producción capitalista,
como si el capital hubiese sido capaz de superar sus propios
límites. En el mismo sentido la idea de muchos de
los teóricos del fin del trabajo que
estaríamos ante una pérdida de sustancia de
la ley del valor debido a la necesidad de gastar menos fuerza
de trabajo para producir una mercancía, evita justamente
captar la dimensión profunda de la actual crisis
capitalista: que es la incapacidad del sistema para escapar
de esta ley lo que lo lleva a funcionar de manera crecientemente
regresiva. Los veinte años que vivimos de ofensiva
imperialista neoliberal es una enorme muestra
de estos límites del capital, que para lograr valorizarse
se ha visto crecientemente empujado a desarrollar la esfera
especulativa de la economía y aumentar brutalmente
la tasa de explotación de la clase obrera. La superación
mediante la conquista del poder por la clase trabajadora
de la estecha base capitalista es la condición
para desenvolver la potencialidad existente en las fuerzas
productivas sociales, permitiendo así que estas dejen
de ser fuerzas productivas del capital (instrumentos
para aumentar la extracción de plusvalía a
los trabajadores) y, por el contrario, abonen el camino
para pasar del reino de la necesidad al reino
de la libertad.
¿Un
nuevo sujeto independiente y autónomo?
La
mistificación que comparten Negri y los teóricos
de la intelectualidad de masas se continúa
si vemos lo que implican estas tesis en relación
a la constitución de un sujeto antagónico
al poder del capital. Según Negri y Lazzarato veinte
años de reestructuración de las grandes fábricas
han llevado a una extraña paradoja. En efecto, es
a la vez sobre la derrota del obrero fordista y sobre el
reconocimiento de la centralidad del trabajo vivo más
y más intelectualizado en la producción, que
se han constituído las variantes del modelo pos-fordista.
En la gran empresa reestructurada, el trabajo del obrero
es un trabajo que implica más y más, a niveles
diferentes, la capacidad de elegir entre diversas alternativas
y, por lo tanto, la responsabilidad de algunas decisiones.
El concepto de interfaz utilizado por los sociólogos
de la comunicación da bien cuenta de esta actividad
del obrero. Interfaz entre las diferentes funciones, entre
los diferentes equipos, entre los niveles de jerarquías,
etc. Como lo prescribe el nuevo management, hoy es
el alma del obrero la que debe descender en el taller.
Es su personalidad, su subjetividad la que debe ser organizada
y dirigida. Cualidad y cantidad de trabajo son reorganizadas
alrededor de su inmaterialidad. Esta transformación
del trabajo obrero en trabajo de control, de gestión
de información de capacidad de decisión que
requieren la inversión de la subjetividad, toca a
los obreros de manera diferente según sus funciones
en la jerarquía de la fábrica, pero ella se
presenta de ahora en más como un proceso irreversible
(...) Podemos avanzar la tesis siguiente: el ciclo del trabajo
inmaterial está preconstituído por una fuerza
de trabajo social y autónoma, capaz de organizar
su propio trabajo y sus propias relaciones con la empresa.
Ninguna organización científica del
trabajo puede predeterminar ese saber hacer y esta
creatividad productiva social que, hoy, constituyen la base
de toda capacidad de emprendimiento.16 De acuerdo
a esta visión el capital se vio obligado a tomar
nota de la revuelta obrera del 68 contra el
trabajo debiendo modificar la organización
fordista del trabajo en el sentido de involucrar
la subjetividad del trabajador en la producción,
produciendo paradójicamente un desarrollo de las
facultades autónomas del trabajador. Pero la mutación
sufrida no se detendría aquí. La fábrica
habría perdido la hegemonía como unidad productiva
social y, producto de la revolución en las comunicaciones
y de un nuevo salto en las fuerzas productivas, todo sujeto
podría ahora apropiarse autónomamente de los
conocimientos técnicos y científicos que habrían
dejado de ser patrimonio del capitalista. Viviríamos
en la época de la hegemonía de la intelectualidad
de masas. Todo miembro de la sociedad es un productor
de plusvalía, independientemente de su condición
de asalariado, econtrándose en su cerebro la principal
fuerza productiva existente hoy día. En este sentido,
al revés de otros sostenedores de la tesis del fin
del trabajo que deducen de ella la imposibilidad de
constitución de sujeto emancipador alguno, para Negri
una nueva fuerza antagónica se habría desarrollado,
un proletariado más autónomo y
poderoso que la vieja clase obrera asalariada:
la multitud, que englobaría al conjunto de las clases
subalternas17. De esta potencia de la multitud devendría
la fuerza para encarar un antagonismo no dialéctico
sino alternativo, capaz de saltar la transición
y realizar el comunismo aquí y ahora:
Si el trabajo tiende a devenir inmaterial, si su hegemonía
social se manifiesta en la constitución del general
intellect, si esta transformación es constitutiva
de sujetos sociales independientes y autónomos, la
contradicción que opone esta nueva subjetividad a
la dominación capitalista (de cualquier manera que
uno quiera llmarla en la sociedad pos-industrial) ya no
será dialéctica sino alternativa. Es decir,
que este tipo de trabajo que nos parece a la vez autónomo
y hegemónico no necesita más del capital y
del orden social del capital para existir, sino que se presenta
inmediatamente como libre y constructivo. Cuando decimos
que esta nueva fuerza de trabajo no puede ser definida al
interior de una relación dialéctica, queremos
decir que la relación que ella entabla con el capital
no es sólo antagónica, ella está más
allá del antagonismo, es alternativa, constituva
de una realidad social diferente. El antagonismo se presenta
bajo la forma de un poder constituyente que se revela como
alternativo a las formas de poder existentes. La alternativa
es la obra de sujetos independientes, es decir, que ella
se constituye al nivel de la potencia y no solamente del
poder. El antagonismo no puede ser resuelto quedando sobre
el terreno de la contradicción, es necesario que
pueda desembocar sobre una constitución independiente,
autónoma. El viejo antagonismo de las sociedades
industriales establecía una relación contínua,
aunque de oposición, entre los sujetos antagonistas
y, en consecuencia, imaginaba el pasaje de una situación
de poder dada a la de la victoria de las fuerzas antagónicas
como una transición. En la sociedad post-industrial,
dónde el general intellect es hegemónico,
no hay lugar para el concepto de transición,
sino solamente para el concepto de poder constituyente,
como expresión radical de lo nuevo. La constitución
antagónica no se determina más, por lo tanto,
a partir del dato de la relación capitalista, sino
desde el comienzo sobre la ruptura con ella; no más
a partir del trabajo asalariado, sino desde el comienzo
a partir de su disolución; no más sobre la
base de la figura del trabajo sino de la del no trabajo.18
A algunos, este reconocimiento del supuesto poder ampliado
del proletariado vuelto multitud podrá resultarles
gratificante en medio de tanto derrotismo que ha inundado
los medios intelectuales y de la izquierda en la última
década. Pero lo cierto es que es una visión
tan lineal y falaz como la de todos quienes hablan de la
existencia de una sociedad pos-industrial, incapaz de dar
cuenta de las contradicciones reales que debe enfrentar
la clase obrera en la lucha por su emancipación.
Las premisas que plantea Negri para justificar el nuevo
antagonismo son falsas. a) El trabajo inmaterial
no es más que una muy pequeña fracción
del total del trabajo social y, por ende, también
son una pequeña minoría del conjunto de los
trabajadores aquéllos vinculados a las industrias
de la comunicación y la informática (entre
los cuáles muchos hacen, además, trabajo manual
liso y llano). Además sólo una pequeña
fracción del proletariado es aquélla que trabaja
combinando tareas manuales con las de control
y gestión; b) estamos ante la presencia
de sujetos sociales independientes y autónomos;
c) No es cierto que la tendencia sea la disminución
del trabajo asalariado. Desmoronando las premisas, la conclusión
del razonamiento -que el trabajo se nos presenta hoy como
inmediatamente libre y constructivo- se vuelve ella misma
un sinsentido. Podría, sin embargo, argumentarse
que si bien es cierto que no todos los trabajadores están
en las mismas condiciones los trabajadores ligados a la
producción inmaterial podrían,
en virtud de su situación, estar en condiciones de
ser quienes mejor tendiesen a expresar la rebelión
del conjunto de los explotados de los que forman parte.
Hacia allí parece encaminarse a veces Negri cuando
recalca el papel jugado por los estudiantes y el nuevo papel
del intelectual19, reformulando la tesis desarrollada en
los 60 por Serge Mallet y otros que veían en
los trabajadores de las fábricas más automatizadas
aquéllos que, por disponer de mayor autonomía
en el ámbito del trabajo, más iban a tender
hacia una política anticapitalista. Pero si nada
de esto se verificó durante el ascenso del 68
en Francia, ni a posteriori en el resto del mundo durante
los años 70 donde en las grandes acciones de
masas confluyeron los distintos estratos de la clase obrera
junto con otros sectores explotados y oprimidos y el movimiento
estudiantil, nada de esto se verifica tampoco en la resistencia
actual de los explotados. Son sectores de lo más
diversos quienes han protagonizado los eventos más
importantes de la lucha de clases en los últimos
años: el campesinado latinoamericano (y entre ellos
principalmente los indígenas), los trabajadores de
los servicios públicos europeos, los jóvenes
palestinos, los desocupados y los trabajadores argentinos,
los obreros de las automotrices coreanas, los estudiantes
mexicanos. Presentar las condiciones de existencia de unos
pocos como si fuese la del conjunto, poner un signo más
donde otros ponen un signo menos, señalar pura potencia
donde otros ven sólo límites puede resultar
sugerente e impactante a primera vista pero muy pobre cuando
se trata de comprender los verdaderos límites y potencialidades
de la clase trabajadora.
Las
encrucijadas reales de las masas explotadas
Ya
señalamos las tendencias contradictorias que muestra
el análisis estructural de las transformaciones sufridas
por la clase obrera. En medio de veinte años de ofensiva
imperialista sobre las conquistas de la clase obrera, no
es una situación de intelectualidad de masas
y disminución del número de asalariados lo
que estamos viviendo. Con diferencias de países y
regiones, la tendencia general es hacia un proceso de asalarización
creciente en el cual una pequeña minoría del
proletariado se vuelve más cualificada mientras la
gran mayoría sufre la precarización de sus
condiciones de trabajo, en medio de altos niveles de desocupación
que reducen el precio de la fuerza de trabajo, con el consiguiente
embrutecimiento e incluso descomposición de grandes
sectores de la clase trabajadora, y donde aún aquéllos
sectores de mayor cualificación se ven afectados
por una tendencia a la reducción de sus ingresos20.
Esta tendencia a la asalarización de las masas trabajadoras
no implica, sin embargo, la desaparición de otras
clases o cuasi clases también oprimidas (y explotadas
en forma indirecta) por el capital que producen en condiciones
pre-capitalistas, como el campesinado o la pequeña
burguesía urbana. Ni tampoco deja de lado el proceso
de lumpenproletarización que sufren importantes sectores
del proletariado en los países donde se consolidan
altos niveles de desempleo. Ninguna de estas desigualdades
pueden ser comprendidas en el concepto amorfo de multitud21
en el que Negri disuelve la especificidad de la situación
de la clase obrera y otras clases subalternas evitando el
análisis concreto de la potencialidad y los límites
de las luchas actuales. Límites que son en parte
estructurales (hay sectores de la clase obrera que por su
ubicación en la producción pueden afectan
más o menos el dominio del capital; el campesinado
tiende a levantar demandas, como la reforma agraria, que
si no se ven acompañadas por la lucha proletaria
son a su manera rearticuladas por el poder burgués)
pero que también son políticas. Veamos unos
ejemplos. El movimiento de desempleados en Argentina que
viene luchando desde hace cinco años, con un crecimiento
constante en organización y combatividad, ha desmentido
a quienes sostenían que el trabajador desocupado
no era más que un excluído, que
estaba estructuralmente incapacitado para la acción
colectiva. En este sentido ha mostrado su potencia.
Más aún, los paros generales argentinos del
2000 y el 2001 mostraron que es posible sobrepasar la fragmentación
del proletariado siempre que se superen los límites
de la acción corporativa y se pase a la lucha política,
constituyendo -con niveles de desocupación que alcanzan
el 14 % y otro tanto de subocupación- el frente único
de trabajadores ocupados y desocupados, y de éstos
con las clases medias empobrecidas. Pero esto mismo señala
no sólo potencia sino también
los límites que hay que superar. Si la lucha contra
la desocupación no es tomada por los sectores más
concentrados del proletariado de la industria y el transporte
es muy difícil que la heroica lucha de los desocupados
pueda ir más allá de obtener planes
trabajar o un seguro de desempleo. A su vez si los
trabajadores (que nuevamente han mostrado su capacidad para
derribar ministros y gabinetes) no superan la estrategia
reformista de las direcciones sindicales y conquistan su
independencia política, las clases dominantes encontrarán
nuevos recambios. Otro ejemplo que podríamos analizar
es la explosión que ha tenido el movimiento campesino
latinoamericano, especialmente los sectores indígenas,
que ha mostrado un enorme fortalecimiento y combatividad
en Ecuador, Bolivia, México y Brasil en los últimos
años. Su lucha viene siendo un elemento altamente
desestabilizador de los gobiernos y los planes imperialistas
en la región. Pero a su vez han mostrado los límites
de las estrategias reformistas de las direcciones campesinas
y puesto sobre el tapete la necesidad de que el proletariado
levante un programa revolucionario y se ponga a la altura
de la pelea que están dando sus aliados, acaudillando
al conjunto de los oprimidos22. La negativa a identificar
estas encrucijadas reales no puede llevar menos que a desarmar
la acción que los explotados tienen por delante.
¿Superación
de la alienación?
La
descripción del nuevo sujeto antagonista como la
de sujetos sociales independientes y autónomos
plantea además la falsedad de que el capitalismo
sería capaz de producir sujetos no alienados (ningún
sentido tendría hablar de sujetos independientes
y autónomos si la alienación persistiese).
Aún sólo reduciendo la teoría marxista
de la alienación a la alienación del trabajo
(o alienación económica) de ninguna manera
podríamos concluir que ésta ha sido eliminada.
El primer factor de la alienación del trabajo, es
la separación de las personas al libre acceso a los
medios de producción y a los medios de subsistencia.
Históricamente, este fue el elemento necesario para
que se generalizase la característica principal del
trabajo alienado, la obligación de las personas de
vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario para
poder subsistir. Esta situación no sólo continúa
sino que se ha multiplicado desde que Marx lo señalara
originalmente con el desarrollo de los procesos de concentración
y centralización capitalista y el dominio del capitalismo
monopólico, como expresa el continuo proceso de asalarización
que señalamos anteriormente. Durante el período
que el asalariado vende su fuerza de trabajo al patrón,
éste es quien dicta las reglas de su uso. Esto no
cambia porque las nuevas formas de la organización
del trabajo recurran en los muy reducidos estratos altos
del proletariado a involucrar más directamente al
trabajador en el control de su propio proceso de trabajo
y porque el capitalista recurra incluso al saber obrero
para aumentar la productividad y acrecentar sus ganancias.
Hay aquí una confusión elemental entre el
hecho de que el capitalista haya recurrido en ciertos sectores
de la cadena productiva a explotar conjuntamente la fuerza
y el intelecto obreros (el gasto de energía de sus
músculos y cerebro) con la existencia de individuos
libres y autónomos. Obviamente, la tercer
forma en que se manifiesta la alienación del trabajo,
el hecho que el trabajador no dispone de los frutos de su
propio trabajo, tampoco ha variado desde que Marx formuló
su teoría. Por último, es otra falsedad decir
que el trabajo se ha transformado en un medio de autoexpresión
humana, en libre y constructivo. En la sociedad
contemporánea el trabajo es esencialmente trabajo
asalariado, y cómo tal la capacidad humana de realizar
un trabajo creativo se frustra y distorsiona inevitablemente,
aún cuando en esto haya divergencia de niveles entre
sectores minoritarios de la clase obrera que puedan disponer
de algún control del uso de su fuerza de trabajo
y emplear en algo su creatividad y aquéllos mayoritarios
sometidos a la actividad mecánica y brutal, que son
meros apéndices de las máquinas como señalaba
Marx. Pero aún en los asalariados que realizan actividades
con cierto nivel de creatividad este no es más
que, valga la contradicción, trabajo creativo
enajenado, ya que en la empresa capitalista su fin
no es otro que el de incrementar las ganancias del capitalista,
es decir, un fin no fijado por el colectivo de trabajadores.
No es sólo (parece ridículo de sólo
pensarlo) la imposibilidad de explicarle a un trabajador
de una maquiladora o un sweatshop, con jornadas de trabajo
de entre 12 y 14 horas, que su situación es la de
un sujeto libre y autónomo. La alienación
capitalista no deja de estar presente aún entre los
trabajadores más calificados que realizan actividades
centradas en el control, la gestión o el diseño.
Aunque se puedan controlar ciertos pasos del proceso de
trabajo su contenido estará siempre determinado por
las necesidades del capital. Pensemos sólo en los
diseñadores gráficos (por tomar una disciplina
de gran crecimiento en los últimos años),
que aunque puedan decidir sobre las formas de la pieza gráfica
o la página web sobre la que trabajan nada pueden
decir sobre el contenido temático de las mismas,
decididos por el gerente de producción o, en caso
del diseñador independiente, por el cliente
que le encargó el trabajo. O en los empleados de
las empresas punto.com, ayer vedettes y hoy
sufriendo despidos masivos ante la caída en de las
mismas en desgracia, con jornadas laborales sin límite
claro y ninguna protección social ni derecho a la
sindicalización, obligandolos a facturar
como trabajador independiente... para evitar
al empleador pagar cargas sociales. Más en general,
lo que tanto Negri como Gorz y los teóricos de la
revolución del tiempo elegido dejan de lado
es que mientras subsista el modo de producción capitalista
no hay posibilidad de la clase trabajadora de transformarse
en un sujeto productivo autónomo, independiente
y creativo, por ende, desalienado. En el capitalismo
la autonomía de la clase obrera no puede más
que ser política, pasando de ser clase en sí
(objeto de explotación) a clase para sí
(sujeto de su propia emancipación). Es en la lucha
por la organización independiente de la clase trabajadora
que la estancia de diez o doce horas en el establecimiento
de trabajo puede ser algo distinto que una actividad embrutecedora
de la que sólo se está esperando concluir
para hacer las cosas verdaderamente humanas.
La primer y principal acción autónoma de la
clase obrera en la sociedad capitalista pasa por liberarse
de la influencia política de la burguesía,
construir su organización política revolucionaria
independiente y encaminarse a destruir el poder armado del
capital y reemplazarlo por el poder autoorganizado de la
clase trabajadora. Es esta la condición necesaria
para realizar la expropiación de los expropiadores
sin la cual es imposible superar las condiciones de la alienación
del trabajo. La inevitabilidad de esta mediación
a la hora que los trabajadores conquisten su emancipación
es la que pretende ser evadida por Negri cuando nos da la
visión de un sujeto directamente autónomo
y constructivo. Lo reaccionario de las posturas
de Negri (o de Gorz), entonces, no está en que planteen
que día a día se acrecienta la contradicción
entre la potencialidad que los desarrollos científicos
y técnicos abrirían para una existencia más
plena y la miseria de la existencia presente23, sino en
pretender utópicamente que esta puede superarse previamente
a la conquista del poder por parte de los trabajadores y
la expropiación de la burguesía.
Tiempo
libre y la lucha por la reducción de la jornada laboral
Podría,
sin embargo, argumentarse lo siguiente: dado que en la relación
salarial el trabajo es inevitablemente alienado, ¿no
sería paradojalmente beneficioso para la emancipación
social el proceso que arroja a miles fuera del mercado de
trabajo, ya que posibilitaría que los sujetos enarbolen
alternativas productivas distintas a la capitalista y pueden
disponer de tiempo libre? Para quienes así razonan
(Gorz, Rifkin, etc.), todo retroceso de los asalariados
no sería más que un progreso hacia la liberación
del trabajo. Veamos. Esta concepción parte del error
original de dejar de lado la dimensión totalizante
y abarcadora del capital, que engloba desde la esfera de
la producción hasta el consumo, desde el plano de
la materialidad, al mundo de las ideas24, es decir,
supone falsamente que en el capitalismo podría disponerse
autónomamente del tiempo libre, como
si la diversión y el ocio no se encontrasen también
hoy bajo el control y el domino del capital. A pesar de
toda su fraseología radical, lo que aquí
se termina proponiendo son una serie de medidas que podrían
ser de gran utilidad para los gobiernos neoliberales
o de tercera vía (como la economía
solidaria y del tercer sector de Rifkin
y Gorz) a la hora de atenuar los costos de sus políticas
antiobreras, ya que mientras dejan el control de los principales
recursos económicos a la producción de los
monopolios capitalistas presentan como prototipos del trabajo
creativo y solidario la atención de ancianos
(funcional a la reducción de los presupuestos de
salud pública y seguridad social) o la producción
para los vecinos de pan integral... Aunque la
visión de Negri sea un poco más sofisticada,
comparte lo esencial de esta postura que busca en los no
asalariados el nuevo sujeto antagonista.
Las implicancias políticas negativas de este razonamiento
son evidentes. Los signos de descomposición social
creados por el dominio capitalista (señal de su agotamiento
histórico) son presentados como producto de una evolución
progresiva de las fuerzas productivas. Es decir, en vez
de la incapacidad del capitalismo para resolver la crisis
de acumulación que vive desde mediados de los
70 tendríamos su capacidad para mutar hacia
formas pos-capitalistas. De esta forma, ya que
serían las nuevas condiciones productivas las que
llevan a una pérdida de importancia del trabajo asariado
en general, y del fabril en particular, perdería
sentido enfrentar el desempleo de masas reclamando el reparto
de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles
(la escala móvil de horas de trabajo)
ya que el nuevo paradigma productivo mismo excluiría
tal posibilidad. Esta visión no sólo tiene
el efecto de absolver a los gobiernos capitalistas de las
políticas que provocan el desempleo de masas (ya
que sería producto de condiciones estructurales
que están más allá de su alcance) sino
que naturaliza la fragmentación que el capital crea
en la clase obrera (entre ocupados y desocupados, estables
y precarios, etc.) y deja de lado un arma fundamental, la
lucha por la reducción de la jornada laboral con
salarios equivalentes a los costos de la canasta familiar25,
para enfrentar las actuales políticas burguesas.
Negri, en vez de sostener esta demanda conjuntamente con
la de planes de obras públicas controlados por los
trabajadores26, plantea como eje la reivindicación
de una renta universal ciudadana, un ingreso
mínimo que correspondería a todos los habitantes
de un país por el sólo hecho de serlo, independientemente
de la actividad que desempeñen. Renta universal
ciudadana que juega el papel ideológico de
ser el caballo de Troya de la política
de instaurar un ingreso mínimo de supervivencia
que algunos asesores de distintos gobiernos proponen buscando
bajar el piso de los salarios y perpetuar la situación
de existencia de desempleo de masas por un lado -con desocupados
recibiendo un miserable seguro de existencia- y trabajadores
empleados en las condiciones de precarización, flexibilización
y jornadas extenuantes hoy existente. Estas posiciones constituyen
así un monumental embellecimiento de las consecuencias
causadas por la profunda ofensiva antiobrera de las últimas
décadas que se conoce con el nombre de neoliberalismo,
legitimando por izquierda a las políticas
que producen la disminución del poder de los asalariados
como fuerza antagónica al dominio capitalista. No
pueden ser calificadas más que como reaccionarias,
sin que esto implique embellecer la sociedad del trabajo
hablando de las virtudes socializadoras del trabajo
dejando de lado su carácter de trabajo asalariado
(es decir, inevitablemente alienado), como han hecho los
teóricos socialdemócratas que añoran
el estado de bienestar o los stalinistas predicando
el culto al trabajo. Por el contrario, como
sostiene Marx en El Capital, el reino
de la libertad sólo empieza allí donde termina
el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción
de los fines externos; queda pues, dada la naturaleza de
las cosas, más allá de la órbita de
la verdadera producción material. (...) A medida
que se desarrolla (el hombre civilizado, N de R), desarrollándose
con él sus necesidades, se extiende este reino de
la necesidad natural, pero al mismo tiempo se extienden
también las fuerzas productivas que satisfacen aquellas
necesidades. La libertad, en este terreno sólo puede
consistir en que el hombre socializado, los productores
asociados, regulen racionalmente su intercambio de materias
con la naturaleza, lo pongan bajo su control común
en vez de dejarse dominar por él como un poder ciego,
y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas
y en las condiciones más adecuadas y más dignas
de su naturaleza humana. Pero, con todo ello, éste
será siempre un reino de la necesidad. Al otro lado
de sus fronteras comienza el despliegue de las fuerzas humanas
que se considera como fin en sí, el verdadero reino
de la libertad, que sin embargo sólo puede florecer
tomando como base aquel reino de la necesidad. La condición
fundamental para ello es la reducción de la jornada
de trabajo.
2da.
PARTE: MARXISMO CLASICO vs. “MARXISMO” AUTONOMISTA: DOS
ESTRATEGIAS EN LA LUCHA POR EL COMUNISMO
La
lucha por el poder político
A
fines de los años 20 la controversia entre
la teoría-programa de la revolución permanente
y la defensa stalinista de la utopía reaccionaria
del socialismo en un solo país marcaría
una oposición que se continuaría a lo largo
de todo el siglo XX. La teoría de la revolución
permanente expresó un desarrollo cualitativo de la
estrategia de la revolución proletaria incorporando
las conclusiones de las revoluciones de las dos primeras
décadas del siglo XX27. Las formulaciones stalinistas
fueron, al contrario, la negación de estas lecciones.
Luego de la segunda guerra, el stalinismo llegó más
allá en el desempeño de su rol contrarrevolucionario
de lo visto por Trotsky en los 30, concertando un
pacto con el imperialismo norteamericano de sostenimiento
del orden mundial, transformándose en un actor central
del llamado orden de Yalta. Decenas de procesos
revolucionarios fueron frenados en su desarrollo por la
acción del stalinismo y aquéllas revoluciones
que fueron más allá de lo buscado
por los stalinistas (Yugoslavia, China, Cuba, Vietnam...),
quedaron bloqueadas en su desarrollo revolucionario al imponerse
en esos estados regímenes que copiaban la dominación
burocrática del modelo stalinista y adoptaban su
misma estrategia del socialismo en un solo país.
El colapso de los regímenes stalinistas entre 1989
y 1991, con el paso de las burocracias gobernantes a impulsar
abiertamente la restauración capitalista, mostró
la bancarrota completa de esta política, dando por
la negativa razón histórica a los señalamientos
de Trotsky de que si una revolución política
no devolvía el poder a los trabajadores el mantenimiento
del dominio burocrático llevaría a la restauración
capitalista. Tal como lo hiciera el stalinismo, aunque desde
un ángulo opuesto, hoy las formulaciones de Negri
sobre el comunismo sin transición constituyen
una estrategia que enfrenta la dinámica revolucionaria
planteada en la revolución permanente. En primer
lugar, se plantea la desaparición de la lucha por
la conquista del poder político. En Negri las supuestas
mutaciones de las condiciones de la producción capitalista
están acompañadas del paso de la sociedad
disciplinaria señalada por Foucault a la sociedad
de control que este autor sólo entrevió
y que Deleuze y Guattari plantearon explícitamente.
En la sociedad de control el ejercicio del poder
está en todas partes, internalizado en la subjetividad
del individuo, que reproduce el poder en cada acción:
un verdadero biopoder. Esta misma difusión
del poder en todos los aspectos de la producción
de la vida se ve en el paso del imperialismo
al Imperio, cuyo dominio inasible se ve en su
imposibilidad de lograr plena expresión jurídica.
No sería ya la lucha por el poder político
la palanca para avanzar hacia la liberación de los
explotados sino la lucha por transformar el sentido de la
producción de la vida misma. ¿Encuentra algún
justificativo en la realidad de la lucha de clases esta
afirmación? No vemos ningún justificativo
empírico para ello. El control del poder político
de los distintos estados naciones sigue siendo un instrumento
fundamental para que el capital ejerza su dominio, tanto
en los países imperialistas centrales como en la
periferia semicolonial. Por un lado, por la
función insustituíble en la represión
de las clases subalternas locales que los distintos estados
juegan. Las funciones de policía mundial
que han venido jugando las intervenciones de fuerzas
multinacionales28 no sustituyen esta función
de los estados a nivel local, sino que son complementarias
a los mismos. El capital más concentrado continúa
en una estrecha relación con los estados imperialistas
más poderosos y es a través de estos que impone
relaciones cada vez más subordinadas a los estados
más débiles y expoliados. Basta ver para ello
el papel de lobbistas de primera línea
que juegan las embajadas norteamericana, francesa, británica,
japonesa, alemana o española cuando hay procesos
de privatizaciones o concesiones en algún país
semicolonial. Y, en particular, cómo Estados Unidos
se beneficia del control ejercido sobre el FMI o el Banco
Mundial para imponer sus políticas al resto del mundo.
Es decir, que la mediación política
es cualquier cosa menos algo que se ha extinguido. Y, por
ello, la estrategia de la clase trabajadora no puede menos
que buscar destruir este aparato de dominación y
reemplazarlo por uno que le posibilite ejercer su propio
poder y tomar los primeros pasos en la construcción
del socialismo. Cada gran intervención del movimiento
de masas coloca en primer plano el problema del poder político.
Fue precisamente la falta de acciones revolucionarias en
los años 80 y la primera mitad de los 90
los que posibilitaron el auge de estrategias que eludían
o diluían la centralidad de la lucha por el poder
estatal, que se incrementaron acompañando la propaganda
burguesa que presentó el colapso de los regímenes
stalinistas como la muestra del fracaso de todo intento
de los trabajadores por hacerse del poder. Nos referimos
al auge de los llamados movimientos sociales
y la estrategia local, que se desarrollaron
sobre la derrota del embate revolucionario iniciado del
68. Teóricamente, esta política completamente
reformista fue justificada con la existencia de micropoderes
que debían ser combatidos particularmente, tomando
como modelo los análisis de Foucault sobre la microfísica
del poder. Negri se aparta de esta visión en
cuanto critica las estrategias localistas de
resistencia a la globalización y postula que toda
lucha está en realidad unificada por el deseo
de comunismo de la multitud y su desafío común
al Imperio, pero que falta que esta unidad de
propósitos se haga conciente y comunicable. Sin embargo,
comparte la idea de un poder desterritorializado y la negativa
a poner en el centro la lucha por el poder político29.
Lo cierto es que desde que en 1995 la gran huelga de los
trabajadores públicos en Francia marcase un verdadero
punto de inflexión en la situación de la clase
obrera a nivel internacional, hemos visto con mayor frecuencia
que importantes acciones de masas llegasen a la desarticulación
de los regímenes burgueses: Ecuador en 1997 con la
huelga general que derrocó a Bucaram y de nuevo a
comienzos del 2000 con el levantamiento campesino que terminó
con Mahuad e instauró una efímera Junta
de Salvación Nacional antes de que se reconstituyese
el poder burgués gracias a la acción de los
militares nacionalistas; Albania en 1997 y,
en menor medida, Serbia en el 2000. En todos estos acontecimientos
que la clase obrera no haya estado en el centro de las acciones
y la ausencia (o el estado embrionario) del desarrollo de
organismos de democracia directa de los explotados impidió
que en el seno de estos procesos madurara entre los trabajadores
una alternativa revolucionaria que les permitiese conquistar
el poder. En ninguno de estos casos existió tampoco
un partido obrero revolucionario e internacionalista capaz
de aprovecharlos. Así, aunque las masas acumularon
experiencia de lucha, el poder fue entregado a sus enemigos
de clase. La gran lección, entonces, es que si los
trabajadores y las masas explotadas no se preparan para
luchar por imponer su propio poder en las situaciones de
crisis, son otros quienes lo ocupan.
La
sociedad de transición
Señalada
la imposibilidad de evadir la lucha por el poder político,
si la clase trabajadora conquistase el poder, ¿podría
avanzar en la construcción del comunismo sin necesidad
de transición alguna? No es éste un cuestionamiento
menor sino que hace a un aspecto nodal de la estrategia
marxista30. ¿Nos debe cuestionar esto, sin embargo,
la experiencia de burocratización de los estados
obreros ? ¿No ha sido en nombre de la dictadura del
proletariado que los burócratas han justificado el
ejercicio del despotismo laboral en las fábricas
de la ex URSS, incluyendo formas de trabajo a destajo como
el stakhanovismo? ¿Era inevitable todo esto
(la burocratización de la URSS, N de R)?, se
pregunta Negri. Responden positivamente a esta pregunta
todos aquéllos que, del lado del estalinismo, pero
también del de la teoría del desarrollo capitalista
sostienen que únicamente una revolución
desde arriba habría podido determinar la solución
del subdesarrollo, mejor la formación del modo de
producir moderno en Rusia31. Por el contrario al
mismo interrogante deben responder negativamente todos aquellos
que, en un poder constituyente que reasume la regla de empresa,
no ven una clausura, sino más bien una nueva y más
alta apertura de la potencia. Sobre el terreno de la regla
de empresa, sobre la que Marx había obligado al poder
constituyente, sobre aquel mismo terreno sobre el que se
había desarrollado el compromiso leninista, lo que
importaba era la contradicción, su continua reapertura,
la vitalidad de la función negativa y progresiva
del poder constituyente. La regla de empresa no era un fetiche,
sino un nuevo terreno sobre el que la praxis constitutiva
podía y debía reabrirse continuamente. Y esto
encuentra definitiva demostración en el hecho de
que como quiera que hayan ido las cosas en Rusia, esta necesaria
y contradictoria relación entre el poder consitituyente
y la regla de empresa no puede ya ser evitada. Hoy en día
no es imaginable un ejercicio cualquiera del poder constituyente
más que si libera de la necesidad de la relación
con la empresa. Este terreno descubierto por Marx es el
terreno del comunismo32. Si bien el teórico
autonomista acierta en negar la inevitabilidad de la dominación
burocrática, falla en creer que el compromiso
leninista, al decir de Negri la síntesis entre
espontaneidad democrática y racionalidad instrumental
(o sea, encomendar a los soviets la dirección de
la producción) podría ser eludido. Este compromiso
no solo fue inevitable en su tiempo debido al atraso ruso33
sino que también lo sería hoy día,
variando obviamente de acuerdo al papel en la economía
mundial de los distintos países, al nivel de desarrollo
tecnológico existente y a los ritmos de desarrollo
de la revolución socialista internacional. Una revolución
triunfante en los estados capitalistas más desarrollados
brindará posibilidades inmensamente superiores a
la clase obrera para avanzar más rápidamente
al socialismo. Una revolución en un país de
desarrollo intermedio o atrasado
(más aún, si debe enfrentar condiciones de
aislamiento económico y político) deberá
hacer inevitablemente más concesiones y compromisos
y el peligro de la burocratización será superior.
Enfrentará mayores contradicciones internas, como
le ocurrió a la Unión Soviética, pero
sin que esto implique que, inevitablemente, la historia
vuelva a repetirse. Dependerá de la experiencia soviética
previa de las masas, su disposición a la acción
y, fundamentalmente, de su relación con la lucha
de clases internacional. Aunque la clase trabajadora en
el poder tomaría medidas que desde el comienzo transformarían
la relación en la organización del trabajo
y de la vida social en su conjunto, sería inevitable
reproducir por un período ciertos aspectos heredados
de la sociedad anterior. Aún en las economías
más desarrolladas que dominan la economía
mundial, el período de la sociedad de transición
es inevitable ya que, como planteaba Marx, de lo que
aquí se trata no es de una sociedad comunista que
se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que
acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y
que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos,
en el económico, el moral y el intelectual, el sello
de la vieja sociedad de cuyas entrañas procede.34
La hipermadurez contemporánea de las fuerzas productivas,
que según Negri permitirían librarse de la
necesidad de la relación con la empresa, es
una apreciación unilateral de la realidad que evita
responder a las encrucijadas verdaderas que debe enfrentar
el desarrollo de la sociedad socialista, en la que la liberación
del tiempo libre será un proceso cuya evolución
dependerá de las fuerzas productivas que tengan bajo
su control los trabajadores35.
La
dimensión internacional de la apuesta leninista
En
el balance de la grandeza y la crisis de la apuesta
leninista36 un elemento, el compromiso con la regla
de empresa, recibe un valor sin límites y es
abstraído del conjunto de las determinaciones históricas.
Negri obvia así mencionar relación alguna
entre la consolidación de la burocratización
y los acontecimientos de la lucha de clases a nivel internacional.
La inevitabilidad del período de transición
no sólo es producto de las contradicciones internas
de toda formación social sino del hecho de que la
revolución mundial no es un acontecimiento simultáneo,
lo que establece una dialéctica particular entre
el inicio del proceso de la revolución
socialista con la toma del poder a nivel de un país
o serie de países y su coronamiento con
el triunfo de la nueva sociedad a escala mundial. En el
caso específico de la revolución rusa, aunque
sea una cuestión elemental, recordemos que la apuesta
bolchevique consistía en que el triunfo de la revolución
rusa detonase la revolución alemana. Esta perspectiva
no se materializó. Las derrotas de la clase obrera
mundial ocurridas en la inmediata posguerra (Alemania en
1919, 1921 y 1923; Hungría 1919; Bulgaria 1923; la
huelga general inglesa de 1926; la segunda revolución
china de 1925-27...) llevaron al aislamiento económico
y político de la Unión Soviética favoreciendo
el triunfo de la política nacionalista del socialismo
en un solo país defendida por Stalin. La burocracia
a su vez no era neutra en estas derrotas sino que practicaba
una política pragmática de zig-zags
(de la disolución en el Kuomintang al ultraizquierdismo
del tercer período; de éste al
oportunismo de los frentes populares) que provocaba
nuevos traspiés al proletariado (el triunfo del nazismo
en Alemania, la derrota de la revolución española).
¿Cómo dejar de lado que una cosa era señalar
la madurez del proletariado ruso para hacerse del poder
y otra distinta sostener que Rusia por sí sola, como
hizo Stalin, podría llegar al comunismo? Paradójicamente,
entonces, Negri, al no plantearse siquiera el problema de
la dialéctica entre construcción del
socialismo en el plano nacional y desarrollo de la
revolución internacional, termina coincidiendo con
los stalinistas en situar la explicación de lo acontecido
con la revolución de octubre desde el plano estrictamente
nacional37.
La
democracia soviética
La
imposibilidad de materializar un comunismo sin transición
no torna indiferente, en manera alguna, la política
que se lleve adelante durante el período de transición.
Que señalemos que la lucha por la conquista del poder
político debe estar en el centro de la estrategia
revolucionaria y la inevitabilidad del proceso de transición
no significa idenficarse con cualquier poder
alternativo al de la burguesía, como han sido los
regímenes stalinistas con sus cultos al trabajo y
al líder, no sólo en su expresión prototípica
de la degeneración del estado obrero soviético
sino también en los procesos revolucionarios donde
la burguesía fue expropiada y surgieron estados obreros
deformados. No es inevitable repetir la tragedia
de las revoluciones de posguerra donde los ejércitos
guerrilleros (Yugoslavia, China, Cuba, Vietnam...) que dirigieron
levantamientos de masas -esencialmente campesinas y semi-proletarias-
edificaron regímenes similares al dominante en la
Unión Soviética bajo Stalin y bloquearon el
desarrollo de dichas revoluciones hacia el socialismo. Estos
regímenes38 trasladaron la estructura vertical del
partido-ejército al aparato de estado,
impidiendo todo real ejercicio de la democracia directa
de las masas y adoptaron como propia la pseudo-teoría
del socialismo en un solo país, con la
que cada burocracia local justificaba la defensa de sus
privilegios por encima de los intereses de la clase obrera
mundial, incluyendo pactos ínfames con el poder imperialista
norteamericano, como los casos de China y Yugoslavia. Transformaron
el nombre del comunismo en sinónimo de opresión
burocrática y con ello prestaron un inmenso favor
a la propaganda imperialista. La dialéctica de la
permanencia de la revolución no fue sólo bloqueada
al detenerse en el terreno nacional sino que la dominación
burocrática reprodujo muchos de los peores vicios
opresivos de la sociedad burguesa, como el nacionalismo,
el machismo, la homofobia y el culto a la familia patriarcal.
Al no funcionar los soviets, tampoco la planificación
de la economía fue realizada democráticamente,
de acuerdo a la opinión y decisión del conjunto
de las masas trabajadoras, sino en virtud de la decisión
del departamento burocrático designado a tal fin,
con el resultado no sólo de producir los peores despilfarros
del trabajo social sino forzando a todo tipo de sacrificios
a los trabajadores sin que estos tengan la mínima
posibilidad de expresar su acuerdo o no con estas decisiones39.
En la sociedad de transición el pleno funcionamiento
de los soviets es el único medio para lograr un equilibrio
entre las necesidades de la producción social, condicionados
por el nivel de las fuerzas productivas sociales, y el progresivo
avance en la reducción de la jornada de trabajo (y,
por lo tanto, en el incremento del tiempo libre).
Sin democracia soviética no hay planificación
democrática de la economía. Como señalaba
Trotsky marcando la traba absoluta en que se transformaba
la dominación burocrática a la hora de pasar
de una producción intensiva a una extensiva:
el papel progresista de la burocracia soviética coincide
con el período de asimilación. El gran trabajo
de imitación, de injerto, de transferencia, de aclimataciones,
se ha hecho en el terreno preparado por la revolución.
Hasta ahora, no se ha tratado de innovar en el dominio de
las ciencias, de la técnica o del arte. Se pueden
construir fábricas gigantes según modelos
importados del extranjero por mandato burocrático,
y pagándolas, es cierto, al triple de su precio.
Pero mientras más lejos se vaya, más se tropezará
con el problema de la calidad, que escapa a la burocracia
como una sombra. Parece que la producción está
marcada con el sello gris de la indiferencia. En la economía
nacionalizada, la calidad supone la democracia de los productores
y de los consumidores, la libertad de crítica y de
iniciativa, cosas incompatibles con el régimen totalitario
del miedo, de la mentira y de la adulación. Al lado
del problema de la calidad se plantean otros, más
grandiosos y más complejos, que se pueden abarcar
en la rúbrica de la acción creadora técnica
y cultural. Un filósofo antiguo sostuvo que la discusión
era la madre de todas las cosas. En donde el choque de ideas
es imposible, no pueden crearse nuevos valores. La dictadura
revolucionaria, lo admitimos, constituye en sí misma
una severa limitación a la libertad. Justamente por
eso, las épocas revolucionarias jamás han
sido propicias a la creación cultural para la que
preparan el terreno. La dictadura del proletariado abre
al genio humano un horizonte tanto más vasto cuanto
más deje de ser una dictadura. La civilización
socialista no se desarrollará más que con
la agonía del Estado. Esta ley simple e inflexible
implica la condenación sin recurso posible del actual
régimen político de la URSS. La democracia
soviética no es una reivindicación política
abstracta o moral. Ha llegado a ser un asunto de vida o
muerte para el país.40 El plan socialista no
es, entonces, la llamada economía de comando
stalinista, sino un producto de la actividad autoconciente
de la sociedad, donde su formulación inicial por
parte de los organismos estatales dedicados a tal fin debía
ser continuamente revisada de acuerdo a la opinión
de las masas y, por un período, de las propias correcciones
que ejerza una utilización subordinada de algunos
mecanismos de mercado como la fijación de ciertos
precios. Esta planificación democrática de
los recursos económicos, sólo posible de realizar
con la conquista del poder por parte de los trabajadores
y la expropiación de la burguesía, es la única
verdadera alternativa al dominio de la anarquía
de la producción capitalista. Entonces, aunque
no hay antídoto infalible contra la posibilidad de
burocratización de nuevas revoluciones sí
hay orientaciones políticas que favorecen o no este
proceso. Negri tiene razón cuando afirma que el comunismo
no puede ser más que plena liberación del
trabajo vivo y, si bien es falso que el comunismo
puede ser construído aquí y ahora, es cierto
que este empieza a desarrollarse en la sociedad de transición
misma. El papel de los soviets como organismos que fuesen
la forma del estado que ya no es un estado (planteado
por Lenín en El estado y la revolución41
y puesto en primer plano por Trotsky en La revolución
traicionada), deben estar en la primera línea
de la política revolucionaria. Su desarrollo y el
acostumbramiento de las masas a la democracia soviética
es el único antídoto posible (en combinación
con la acción del partido revolucionario), en el
terreno interno, para combatir las tendencias
a la burocratización del estado pos-revolucionario.
Pero, como hemos señalado, la burocratización
de un estado obrero no es producto de un mero proceso interno
sino que depende, en última instancia, de los desarrollos
de la revolución socialista en el terreno internacional.
Y en este terreno la caricatura que presenta Negri de estados
nacionales superados por la historia y fuerzas productivas
homogéneamente hipermaduras en la era del Imperio
llevan a un internacionalismo abstracto (superado históricamente
el imperialismo, ¿qué sentido podría
tener en el esquema de Negri el antiimperialismo?) incapaz
de responder a las complejas y laberínticas expresiones
de la lucha de clases por el que las masas buscan ejercer
su poder constituyente. También aquí
la perspectiva internacionalista comprendida en la teoría-programa
de la revolución permanente continúa siendo
mucho más actual que las novedades del filósofo
italiano. Dar por resueltos los problemas reales a que tiene
que responder la táctica y la estrategia revolucionaria
no puede menos que entorpecer la perspectiva de emancipación
humana prevista por el autor del Manifiesto Comunista:
... En la fase superior de la sociedad comunista,
cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora
de los individuos a la división del trabajo y, con
ella, la oposición entre el trabajo intelectual y
el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un
medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando,
con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos,
crezcan también las fuerzas productivas y fluyan
con todo su caudal los manantiales de la riqueza colectiva,
sólo entonces podrá rebasarse totalmente el
estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad
podrá escribir en su bandera: De cada cual,
según su capacidad; a cada cual, según sus
necesidades!. |
1
En contraposición con ellos, Trotsky pudo preveer
doce años antes con gran precisión la dinámica
de clases que tomaría la revolución rusa (véase
su genial trabajo Resultados y perspectivas)
y Lenín plantear, tal como ocurriría, que
a la guerra continuaría la revolución.
2 Es el caso, por ejemplo, de Ernest Mandel, que durante
todo un período sostuvo que estábamos en una
especie de tercera fase del desarrollo capitalista, distinta
del imperialismo clásico, a la que llamó neocapitalismo
siguiendo un término entonces a la moda. Luego Mandel
retrocedió parcial y eclécticamente de esta
tesis en su conocido trabajo El capitalismo tardío,
donde predecía el fin del boom.
3 Enzo Rullani, El capitalismo cognitivo: ¿déjà
vu?, Multitudes Nº 2.
4 Antonio Negri, Exilio, Ed. Viejo Topo, 1998.
5 Esta visión que presenta un desarrollo líneal
hacia una situación de hipermadurez de las fuerzas
productivas es opuesta a la teoría que mejor ha dado
cuenta de las contradicciones del desarrollo histórico.
Nos estamos refiriendo a la teoría del desarrollo
desigual y combinado formulada originalmente por Trotsky
para dar cuenta de las peculiaridades que hicieron posible
primero el triunfo de la revolución proletaria en
un país de desarrollo capitalista retrasado como
Rusia antes que en los más avanzados de Europa Occidental:
Las leyes de la historia no tienen nada de común
con el esquematismo pedante. El desarrollo desigual, que
es la ley más general del proceso histórico,
no se nos revela, en parte alguna, con la evidencia y la
complejidad con que la patentiza el destino de los países
atrasados. Azotados por el látigo de las necesidades
materiales, los países atrasados vense obligados
a avanzar a saltos. De esta ley universal del desarrollo
desigual de la cultura se deriva otra que, a falta de nombre
más adecuado, calificaremos de ley del desarrollo
combinado, aludiendo a la aproximación de las distintas
etapas del camino y a la confución de distintas fases,
a la amalgama de formas arcaicas y modernas. Sin acudir
a esta ley, enfocada, naturalmente, en la integridad de
su contenido material, sería imposible comprender
la historia de Rusia ni la de ningún otro país
de avance cultural rezagado, cualquiera sea su grado
(Historia de la Revolución Rusa, Capítulo
Primero, Ediciones Sarpe, pág. 33). Esta teoría
o ley es el punto de anclaje fundamental desde
el cual, ampliando sus alcances, interpretar el desarrollo
general del capitalismo imperialista contemporáneo,
fuera de las visiones evolucionistas o catastrofistas. Al
no partir de esta visión dialéctica los errores
unilaterales cometidos por Negri se hacen inevitables.
6 Michel Husson, ¿Fin del trabajo o reducción
de su duración?.
7 Michel Husson, Mundialización (9-04-98).
8 Ricardo Antunes, Los nuevo proletarios del mundo
en el cambio de siglo en Realidad Económica
Nº 177, enero del 2001; también ver su libro
¿Adiós al trabajo?.
9 Según datos del Banco Mundial de 1997 existen hoy
2806 millones de trabajadores asalariados, de los cuales
550 millones trabajan en la industria y 850 millones en
los servicios. De los 1400 millones restantes que trabajan
en la agricultura, un número creciente lo hace bajo
relaciones sociales capitalistas modernas más que
en relaciones arcaicas o semifeudales. El desempleo afecta
alrededor de 800 millones en todo el mundo. El proceso de
urbanización ha sido impresionante. Hoy el 77 % de
la población de los países de mayor ingreso
viven en las ciudades mientras que lo hace un 40 % en los
países de ingreso medio y bajo. El sector asalariado
está rodeado a su vez por un número similar
de semi-proletarios, es decir, quienes se ganan la vida
variando combinaciones de pequeño comercio, autoempleo,
la subsistencia en base a mendigar y a veces el trabajo
asalariado. Por primera vez los trabajadores asalariados
y su periferia semi-proletaria son la mayoría de
la población mundial. Baste compararlo con el millón
setecientos mil trabajadores asalariados (17% de la población
en edad de trabajar) que se encontraban en la industria
en Inglaterra y Gales en 1867 cuando Marx publicó
el primer tomo de El Capital. O con la composición
social de la Alemania de principios del siglo XX donde el
34 % de la fuerza de trabajo lo hacía por cuenta
propia o para sus familias, el 35 % eran trabajadores agrícolas
entre los que la mayoría lo hacía bajo regulaciones
feudales, y sólo el 27 % de la población vivía
en ciudades de los que apenas el 11 % lo hacía en
grandes ciudades de más de 300.000 habitantes. Aún
a pesar de la caída de la cantidad de sindicalizados
en varios países los trabajadores sindicalizados
suman según la OIT en 1995 164 millones contra 250.000
en Gran Bretaña en 1869 (eran muyo poco más
los sindicalizados en otros países), con un importante
crecimiento entre los trabajadores asiáticos, que
suman 34 millones frente a 41 millones en Europa Occidental.
10 Michel Husson, Nueva economía: capitalismo
siempre, en Critique Communiste Nº 160
11 Ídem.
12 Ídem.
13 Enzo Rullani, Op. cit.
14 Ídem.
15 Michel Husson, Op. cit.
16 Mauricio Lazzarato y Antonio Negri, Trabajo inmaterial
y subjetividad, en Futur Antérieur Nº
6, 1991.
17 En la era previa la categoría de proletariado
se centraba, y por momentos estaba efectivamente subsumida,
en la clase trabajadora industrial, cuya figura paradigmática
era el trabajador varón de la fábrica masiva.
A esa clase trabajadora industrial se le asignaba con frecuencia
el papel principal por sobre otras figuras del trabajo (tales
como el trabajo campesino y el trabajo reproductivo), tanto
en los análisis económicos como en los movimientos
políticos. Hoy en día esa clase casi ha desaparecido
de la vista. No ha dejado de existir, pero ha sido desplazada
de su posición privilegiada en la economía
capitalista y su posición hegemónica en la
composición de clase del proletariado. El proletariado
ya no es lo que era, pero esto no significa que se haya
desvanecido. Significa, por el contrario, que nos enfrentmos
otra vez con el objetivo analítico de comprender
la nueva composición del proletariado como una clase.
El hecho que bajo la categoría de proletariado entendemos
a todos aquellos explotados por y sujetos a la dominación
capitalista no indica que el proletariado es una unidad
homogénea o indiferenciada. Está, por el contrario,
cortada en varias direcciones por diferencias y estratificaciones.
Algunos trabajos son asariados, otros no; algunos trabajos
están limitados dentro de las paredes de la fábrica,
otros están dispersos por todo el ilimitado terreno
social; algunos trabajos se limitan a ocho horas diarias
y cuarenta horas semanales, otros se expanden hasta ocupar
todo el tiempo de la vida; a algunos trabajos se le asigna
un valor mínimo, a otros se los exalta hasta el pináculo
de la economía capitalista (...) entre las diversas
figuras de la producción hoy activas, la figura de
la fuerza de trabajo inmaterial (involucrada en la comunicación,
cooperación , y la producción y reproducción
de afectos) ocupa una posición crecientemente central
tanto en el esquema de la producción capitalista
como en la composición del proletariado. Nuestro
objetivo es señalar aquí que todas estas diversas
formas de trabajo están sujetas de igual modo a la
disciplina capitalista y a las relaciones capitalistas de
producción. Es este hecho de estar dentro del capital
y sostener al capital lo que define al proletariado como
clase. (Michael Hardt y Antonio Negri, Imperio,
parte 1, punto 1.3. Alternativas dentro del imperio)
Notemos como Negri pasa aquí de una noción
muy restringida del concepto de proletariado (los obreros
industriales) a uno tan amplio (el conjunto de las masas
explotadas) que se disuelve toda especificad del mismo.
Así el campesino se transforma en proletario
lo mismo que el conjunto de la pequeño burguesía
o capas específicas como el estudiantado por una
mera operación teórica. Lo peculiar de la
explotación en forma de trabajo asalariado, que era
el elemento distintivo del proletariado según Marx,
pierde entonces toda importancia. Al contrario que Negri,
creemos que la aplicación del concepto de clase
obrera o proletariado en sentido amplio
debe utilizarse en referencia a aquéllos que
para subsistir se ven obligados a vender su fuerza de trabajo.
18 Mauricio Lazzarato y Antonio Negri, Op. cit.
19 ¿Por qué a partir del 68 los
estudiantes tienden a representar de manera permanente y
más amplia el interés general
de la sociedad? ¿Por qué los movimientos obreros
y los sindicatos penetran en las brechas abiertas por estos
movimientos? ¿Por qué estas luchas, aunque
breves y desorganizadas, devienen inmediatamente
al nivel político? Para responder a esta cuestión,
es necesario tener en cuenta que la verdad de
la nueva composición de clase aparece más
claramente entre los estudiantes verdad inmediata, es decir,
en su estado naciente, de forma tal que su desarrollo subjetivo
no está aun tomado en las articulaciones del poder.
La autonomía relativa del capital determina entre
los estudiantes, entendidos como grupo social representando
el trabajo vivo en estado virtual, la capacidad de designar
el nuevo terreno del antagonismo. La intelectualidad
de masas se constituye sin tener necesidad de pasar
a través de la maldición del trabajo
asalariado. Su miseria no está ligada a la
expropiación del saber sino, al contrario, a la potencia
productiva que ella concentra, no solamente bajo la forma
del saber sino sobretodo en tanto que órgano inmediato
de la praxis social del proceso de la vida real. La abstracción
capaz de todas las determinaciones, según la
definición marxiana, de esta base social permite
la afirmación de una autonomía de proyecto,
a la vez positivo y alternativo. (Marizio Lazzarato
y Antonio Negri, Op. cit.)
20 Esta suerte de dualización en la cualificación
de la clase trabajadora puede verse, por ejemplo, en la
crisis de los sistemas educativos universales
desarrollados en la posguerra (y en particular la debacle
en varios países de la educación técnica
e industrial de segundo nivel) que se explica en parte por
esta falta de homogeneidad en los requerimientos del capital
en la calificación de la fuerza de trabajo. Cada
vez más las propias plantas industriales son las
encargadas de capacitar a sus operarios.
21 Concepto que, por otra parte, políticamente opera
en un sentido similar al de sociedad civil utilizado
por los teóricos socialdemócratas que tanto
critica Negri.
22 Al pasar señalemos que esta lucha de los sectores
más explotados del campesinado son un desmentido
más a las tesis de la intelectualidad de masas.
Por más que estos movimientos hagan uso de Internet
en sus movilizaciones y el sub-comandante Marcos sea una
figura altamente mediática, no puede decirse que
las condiciones miserables de existencia contra las que
se rebelan los indígenas chiapanecos, ecuatorianos
o bolivianos sean expresión del general intellect...
Por el contrario, la variedad de motivos que empujan a los
campesinos a la lucha tienen su punto común en el
proceso de concentración de la propiedad agraria,
es decir, en la disputa a los terratenientes y capitalistas
por su medio de producción fundamental: la tierra
23 El título del libro de Gorz, Miserias del
presente, riquezas de lo posible, bien podría
haberlo sido de un ensayo marxista. Lástima que la
riqueza de lo posible para el autor no sean
más que caricaturezcos parches a la existencia alienada
contemporánea, como los círculos de
cooperación o reproducir el modelo del estado
hindú de Kerala...
24 Ricardo Antunes, ¿Adiós al trabajo?,
Editorial Antídoto, pág. 78.
25 Gorz, al revés, que Negri, viene sosteniendo la
necesidad de la reducción de la jornada laboral como
una demanda central. Sin embargo, ésta es planteada
por fuera de toda estrategia tendiente a que los trabajadores
se hagan del poder político. Termina, por lo tanto,
siendo compatible con la política sostenida por el
gobierno de la izquierda plural en Francia,
cuya ley de 35 horas reduce la jornada de trabajo...
a condición de implementar la flexibización
laboral y perder anteriores conquistas obreras. Los conflictos
en torno a la aplicación de esta ley se han sucedido
en Francia en distintas fábricas desde su aprobación.
26 Planteos que muestran que el desempleo no es un destino
inevitable sino producto de determinadas políticas
capitalistas que una política independiente de la
clase obrera puede superar. Esta política sólo
puede ser llevada hasta el final por un gobierno de los
trabajadores.
27 En la formulación realizada en 1929, Trotsky extendía
al conjunto de los países de desarrollo burgués
retrasado (como los coloniales y semicoloniales) la conclusión
postulada para Rusia de que el proletariado acaudillando
al conjunto de las masas explotadas, como el campesinado,
en la lucha por la tierra y la emancipación nacional
no se detendría en el estadío democrático
de la revolución y se vería obligado desde
el comienzo a encarar la transformación de las relaciones
de propiedad: La revolución democrática
se transforma directamente en socialista, convirtiéndose
con ello en permanente. La conquista del poder no
significaba el coronamiento de la revolución,
como señalaba Stalin, sino su iniciación,
comenzando un período de luchas internas y exteriores,
que acompañan a la transformación progresiva
de todas las relaciones sociales heredadas de la sociedad
anterior, proceso que es inevitable ya se trate de un
viejo país capitalista que haya pasado por una larga
época de democracia y parlamentarismo o de
un país atrasado, que haya realizado recién
ayer su transformación democrática.
Trotsky distinguía a su vez entre la posibilidad
que la clase trabajadora de los países de desarrollo
capitalista retrasado llegara en ciertas ocasiones al poder
antes que en las principales potencias imperialistas, de
la imposibilidad de avanzar antes que éstas al socialismo.
Este no podía triunfar en el marco de las fronteras
nacionales y en este sentido la revolución
socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo
y más amplio de la palabra: en el sentido de que
sólo se consuma con la victoria definitiva de la
nueva sociedad en todo el planeta. Las conclusiones
políticas de esta teoría y los desarrollo
teórico-programáticos de Trotsky en la década
siguiente se encuentran sintetizados en el documento fundamental
presentado por Trotsky a la Conferencia de fundación
de la IV Internacional, conocido como Programa de
Transición.
28 En la década de los 90 el carácter
imperialista de tales intervenciones frecuentemente ha buscado
ser disimulada realizándolas bajo los auspicios de
la ONU.
29 Entre los movimientos políticos más influyentes
en la actualidad, es el EZLN mexicano quien más ha
propagandizado su negativa a luchar por el poder, una estrategia
con la que en realidad se ha amoldado a los límites
puestos por la transición pactada con
la que el dominio de México por parte de una pequeña
oligarquía local ligada al imperialismo norteamericano
pudo reciclarse del decrépito régimen del
PRI hacia un nuevo régimen hoy en plena construcción
bajo el gobierno de Fox.
30 Marx en la Crítica del Programa de Gotha
sostenía: Entre la sociedad capitalista y la
sociedad comunista media el período de la transformación
revolucionaria de la primera en la segunda. A este período
corresponde también un período político
de transición, cuyo Estado no puede ser otro que
la dictadura revolucionaria del proletariado.... En
el mismo sentido, Lenín afirmaba en El estado
y la revolución que aseveraban que lo
primero que ha establecido con absoluta precisión
toda la teoría del desarrollo y toda la ciencia en
general -y que olvidaron los utopistas y olvidan los oportunistas
de hoy que temen a la revolución socialista- es la
circunstancia de que, históricamente, debe haber,
sin duda, una fase especial o una etapa especial de transición
del capitalismo al comunismo.
31 Ídem, pág. 364.
32 Ídem, pág. 365.
33 En su explicación de la burocratización
de la Unión Soviética Negri permanentemente
deja de lado que la revolución rusa sucedió...
en Rusia, es decir, en un estado donde la industria moderna
en las ciudades no era más que una isla en medio
de un océano campesino que vivía en el mayor
atraso tanto cultural como de condiciones de trabajo.
34 Karl Marx, Crítica del Programa de Gotha.
35 A principios de la década de los 90 Mandel
citaba estudios que sostenían que los recursos técnológicos
actuales permitían en los países capitalistas
centrales el establecimiento de una jornada de trabajo de
seis horas generalizada manteniendo los volúmenes
de producción.
36 Ver Antonio Negri, El poder constituyente,
capítulo sexto, especialmente los puntos 2 y 3.
37 En el Prólogo de La revolución permanente
Trotsky señalaba: Al pronosticar la Revolución
de Octubre, nadie pensaba, ni remotamente, que, por el hecho
de apoderarse del Estado, el proletariado ruso fuese a arrancar
al ex imperio de los zares del concierto de la economía
mundial. Nosotros, los marxistas, sabemos bien lo que es
y significa el Estado (...) El poder público puede
desempeñar un papel gigantesco, sea reaccionario
o progresivo, según la clase en cuyas manos caiga.
Pero, a pesar de todo, el Estado será siempre un
arma de orden superstructural. El traspaso del poder de
manos del zarismo y de la burguesía a manos del proletariado,
no cancela los procesos ni deroga las leyes de la economía
mundial. Es cierto que durante una temporada, después
de la Revolución de Octubre, las relaciones económicas
entre la Unión Soviética y el mercado mundial
se debilitaron bastante. Pero sería un error monstruoso
generalizar un fenómeno que no representaba de suyo
más que una breve etapa en un proceso dialéctico.
La división mundial del trabajo y el carácter
supranacional de las fuerzas productivas contemporáneas,
lejos de perder importancia, la conservarán y aun
la doblarán y decuplicarán para la Unión
Soviética, a medida que ésta vaya progresando
económicamente.
38 Y ni hablar de los países del glacis
donde la expropiación de la burguesía fue
realizada enteramente desde arriba, bajo la ocupación
de esos países por el Ejército Rojo.
39 Debido al control totalitario de la burocracia, la forma
que encontraba la resistencia obrera a los planes burocráticos
eran el ausentismo y el trabajo a desgano.
40 León Trotsky, La revolución traicionada,
Ediciones Crux, pág. 243.
41 Cuando la mayoría del pueblo comience a
llevar por su cuenta y en todas partes esta contabilidad,
este control sobre los capitalistas (que entonces se convertirán
en empleados) y sobre los señores intelectualillos
que conserven sus hábitos capitalistas, este control
será realmente universal, general, del pueblo entero,
y nadie podrá eludirlo, pues no tendrá
escapatoria. Toda la sociedad será una sola
oficina y una sola fábrica, con trabajo igual y salario
igual. Pero esta disciplina fabril, que el proletariado,
después de vencer a los capitalistas y derrocar a
los explotadores, hará extensiva a toda la sociedad,
no es en modo alguno nuestro ideal ni nuestra meta final,
sino sólo un escalón necesario para limpiar
radicalmente la sociedad de la infamia y la ignominia de
la explotación capitalista y para seguir avanzando.
Lenín, El Estado y la Revolución,
capítulo 5. |