En el artículo “Crisis de dominio burgués: reforma o revolución
en Argentina” desarrollamos los planes de “reforma política”
que está preparando la clase dominante para desviar el proceso
revolucionario en curso. Uno, el que preserva, maquillándolo,
el viejo régimen, expresado en el proyecto gubernamental
de “bajar el gasto político” y que, posiblemente, sea insuficiente
para recrear la confianza de las masas. El otro plan en
marcha es el anunciado por Elisa Carrió y la centroizquierda,
que va desde la convocatoria a elecciones generales hasta
el llamado a una asamblea constituyente y la incorporación
de las “asambleas populares” a las instituciones de una
“segunda República”.
Pero, incluso estas salidas, podrían fracasar debido a la profundidad
de la crisis. Debemos prever otra variante con la cual se
busque contener la acción de la clase obrera y las masas
populares: la de gobiernos nacionalistas burgueses o pequeñoburgueses.
Durante su exilio en México, Trotsky desarrolló la peculiaridad
que tenía la relación entre las clases en los países semicoloniales.
Las burguesías locales son clases “semiopresoras, semioprimidas”,
explotadoras de las masas obreras y campesinas a la vez
que oprimidas por el capital imperialista. Después de una
década en la que la burguesía local se entregó como nunca
a los brazos del imperialismo, la combinación entre la crisis
económica mundial y ascenso de masas en la nueva etapa revolucionaria
abre la posibilidad de resurgimiento de gobiernos de los
que Trotsky llamaba “bonapartistas sui generis ‘de izquierda’”,
que ante un aumento de la presión imperialista o una profundización
de la acción de la clase obrera, busquen maniobrar con las
clases explotadas “incluso haciéndole concesiones” y tomando
alguna medida “antimperialista”, buscando poner un freno
al curso revolucionario y, a la vez, conseguir cierta autonomía
respecto del capital imperialista. La historia latinoamericana
es rica en gobiernos de este tipo que frenaron la acción
revolucionaria de las masas obreras y populares y posibilitaron
el posterior triunfo de golpes contrarrevolucionarios.
En Chile en 1973, el gobierno de la Unidad Popular encabezado por
Salvador Allende impulsó la nacionalización del cobre, hasta
entonces en manos de compañías imperialistas. Un colosal
ascenso obrero y campesino recorría el país, pero las masas
confiaban en Allende. El entonces secretario de estado norteamericano,
Henry Kissinger, personalmente intervino en la preparación
del golpe de estado orquestado por el imperialismo yanky
y la oligarquía local. Pese a las tendencias al armamento
mostrado por obreros y campesinos, y al desarrollo de organismos
de doble poder como los “cordones industriales”, la política
del Partido Comunista y del Partido Socialista en el gobierno
enfrentó los ánimos revolucionarios de los trabajadores,
desarmándolos y llamando a confiar en la “lealtad de las
fuerzas armadas”. El resultado de esto fue la imposición
de la sangrienta dictadura pinochetista.
En Bolivia, después de la derrota en la “guerra del Chaco” se abrió
un proceso de agitación social y fragmentación de la clase
dominante que duró varios años, llevando al triunfo electoral
del candidato del Movimiento Nacionalista Revolucionario,
Víctor Paz Estenssoro, que sostenía un discurso marcadamente
antimperialista y de denuncia de la “rosca” (nombre dado
al grupo dominante local odiado por las masas). Un intento
de golpe que buscaba burlar el resultado electoral provocó
el estallido de un proceso revolucionario que tuvo como
vanguardia a la clase obrera minera. Las masas irrumpieron
derrotando y desarmando al ejército y formando milicias
basadas en los sindicatos que tenían el control del armamento.
Los campesinos tomaban las tierras y expulsaban a los terratenientes.
El gobierno nacionalizó las minas y sancionó la reforma
agraria. Pero los trabajadores no avanzaron hacia la conquista
del poder. Pasado el primer embate, el ejército se reorganizó
y buscó retomar lazos con el imperialismo norteamericano.
Paz Estenssoro fue progresivamente entregándose al FMI,
pero los imperialistas y la clase dominante local querían
un gobierno aún más confiable. Finalmente, en 1964, se impuso
un golpe de estado liderado por el general Barrientos que
impuso una dura dictadura militar.
El surgimiento de gobiernos de este tipo, a la vez que un síntoma
de la radicalización del movimiento de masas, son un obstáculo
para que la clase obrera logre su independencia política
e imponga su hegemonía en la alianza obrera y popular tomando
la dirección de la lucha contra el imperialismo. Un “desvío”
al que recurren las burguesías locales para evitar que los
trabajadores se hagan del poder. Toda la experiencia histórica
muestra que la burguesía “nacional” (o sus “sombras” pequeñoburguesas
en los “frentes populares”), aunque se enfrenten circunstancialmente
con el imperialismo, prefieren entregarse a este antes que
permitir que se desarrolle la movilización independiente
de las masas.
En especial si crece la presión imperialista y se profundiza el
ascenso de masas, podemos ver en el futuro repetirse fenómenos
de este tipo en nuestro país, aunque muy probablemente se
den en forma de “farsa” por las características “seniles”
que tienen hoy las burguesías latinoamericanas.
Hoy, cuando variantes de este tipo aún no se han desarrollado,
ya estamos viendo la política de quienes desde la “izquierda”
impulsan la colaboración de clases, en la que la clase obrera
no es más que un actor subordinado de algún sector de las
clases dominantes nativas. El maoísta PCR busca una y otra
vez “su” burgués o militar “nacionalista” (ahora han vuelto
a la reivindicación abierta de Seineldín) con el cual concretar
su “gobierno de unidad popular”, del que parecieron ver
un paso en el fugaz gobierno de Rodríguez Saá y sus “auténticos
decadentes”. Por su parte, el Partido Comunista (integrante
de Izquierda Unida) ha reflotado la vieja tesis stalinista
de una “revolución democrática y popular”, tras la cual
buscan evitar que la clase obrera avance hacia su independencia
política. Estas políticas deben ser enfrentadas desde el
vamos: preparan la derrota de los trabajadores. A ellas
hay que oponer la combinación de la lucha consecuente contra
la dominación imperialista con la búsqueda intransigente
de la indendencia política de la clase obrera, sin la cual
ésta no podrá hegemonizar la alianza obrera y popular y
superar obstáculos del tipo de los “frentes nacionales”
o los “frentes democráticos”, con los que se busca adormecer
la voluntad revolucionaria de la clase obrera y las masas
populares.
La vía de la contrarrevolución abierta
Pero así como en la etapa la clase trabajadora puede enfrentarse
a los “desvíos” de las “reformas políticas” e incluso a
nuevas manifestaciones del nacionalismo burgués (o pequeñoburgués),
también debemos prepararnos ante las posibles respuestas
abiertamente contrarrevolucionarias de la burguesía. En
Argentina, la perspectiva de un golpe de estado tradicional
no es inmediata. Las fuerzas armadas continúan con un gran
desprestigio entre las masas. Nunca se recuperaron del doble
descrédito de la dictadura y de la derrota en la guerra
de Malvinas. En lo inmediato, además, la base necesaria
de todo golpe de estado, sectores importantes de las clases
medias, están en la oposición frente a la confiscación de
sus ahorros que hizo el gobierno para salvar a los bancos.
Pero como marxistas sabemos que las clases medias no son
homogéneas y tenderán a dividirse frente a una futura irrupción
de la clase obrera. Sin recurrir necesariamente a un golpe
de estado clásico, la burguesía puede encontrar base social
para una salida a favor del “orden” entre los sectores más
acomodados de las clases medias, sobre todo si entran en
escena las clases más explotadas y realizan acciones revolucionarias.
Puede buscar ir creando el terreno para esto provocando
derrotas parciales a sectores de vanguardia que le permitan
imponer diversos grados de un estado más policial o, al
menos, sacar las masas de escena por un tiempo. Si se profundizan
las condiciones revolucionarias, también posiblemente veamos
multiplicarse las formas de represión parapolicial (que
embrionariamente ya actuaron en la “Batalla de Plaza de
Mayo”), junto con el recurso a bandas de “lúmpenes” con
el objetivo de atacar a los activistas y a la izquierda,
como ya hemos visto hacer a “punteros” del peronismo y a
la burocracia sindical. Frente a todas estas alternativas,
cobra importancia plantear la formación de piquetes de autodefensa
(que sean base de futuras milicias de trabajadores) entre
los distintos organismos obreros y populares.
En cualquiera de las variantes, el avance de
la clase obrera en conquistar su independencia de clase
es la clave para que esta nueva irrupción de masas no termine
en una derrota o en un aborto. |