La conjunción de las tres grandes economías mundiales es uno de los
aspectos más inquietantes de la situación actual: la japonesa,
en recesión; la americana, entrando en recesión y la europea,
en desaceleración rápida. En estas condiciones, la hipótesis
de una depresión económica mundial ya no puede descartarse.
Para comprender mejor los riesgos y lo que está en juego
en la situación actual, hay que retomar las tres tendencias
de fondo que animan al capitalismo: tendencia a la homogeneización,
a la diferenciación, a la interconexión.
TRES GRANDES TENDENCIAS DE FONDO
Primero examinemos la homogeneización.
El sistema capitalista tiene tendencia a eliminar o a integrar
a las antiguas formas de producción: empresarios individuales,
campesinado medio, artesanado, pequeños comerciantes, producción
por cuenta propia, etc. ... Empuja hacia un mundo resumido
a los dos polos extremos de las sociedades y de los asalariados.
Ahora bien, la homogeneidad del medio es un elemento agravante
de gran importancia en la propagación y la amplificación
de las crisis. Un medio heterogéneo introducirá discontinuidades
que frenarán, incluso impedirán la difusión de la epidemia.
La homogeneidad implica, por el contrario, un paralelismo
de los comportamientos que, empujando todos en el mismo
sentido, aumentan la velocidad del impacto inicial. Una
misma crisis capitalista, tendrá, al fin de cuentas, intensidades
muy diferentes según el medio social en la que se propague.
Será poco violenta si el sistema capitalista aún se combina
con las antiguas formas de producir en proporciones importantes.
Lo será mucho más si ese sistema ocupa ya prácticamente
todo el espacio social, porque entonces toda perturbación
económica podrá propagarse libremente, sin encontrar en
su camino barreras.
El capitalismo no se contenta con
desplegarse en un medio ambiente externo (por integración/eliminación
de las antiguas formas de producción): también conoce una
suerte de despliegue interno, por diferenciación de funciones.
Tal es el caso, en particular, de la función financiera.
Al ramificarse, al emitir nuevas ramas (como la relativa
a las finanzas), el sistema modifica su disposición interna:
esta se vuelve más compleja, más sofisticada, y de este
modo, más frágil. Una verdadera arquitectura financiera,
autónoma, que tiene sus propias instituciones, crea dos
riesgos mayores, que vienen a agregarse a los de la economía
real: los riesgos que se derivan del funcionamiento mismo
de las instituciones financieras, y los que se derivan de
las relaciones recíprocas finanzas/economía real.
Finalmente, una vez que ha estallado,
una crisis se propagará tanto más rápidamente cuanto que
el sistema capitalista tiene tendencia a unir entre sí a
las unidades que lo constituyen, ya sean reales o financieras.
El progreso técnico en el transporte de hombres, de productos,
de informaciones, suministrará a cada etapa histórica un
basamento material a esa necesidad inherente al sistema
de ir cada vez más rápido, cada vez más lejos. Una perturbación,
que nace en un punto del entramado, podrá recorrerlo todo,
para ser transmitido en otro punto cualquiera, hasta ese
momento al abrigo.
Según mi opinión, son estas tres
tendencias de fondo del capitalismo, empujadas más allá
de cierto umbral, las que, en EEUU, han transformado en
gran depresión a la explosión de 1929. Comencemos por la
más importante de ellas: la de la homogeneización. En el
curso del último tercio del siglo XIX, las crisis económicas
que estallaban en el este del territorio de EEUU ya eran
numerosas y violentas. Pero estaban amortizadas por la heterogeneidad
del medio económico americano (que combinaba sociedades
y empresarios individuales, asalariados y campesinos, pequeña
y gran producción), y por la diversidad de los comportamientos
económicos que esta heterogeneidad introducía (producción
para el mercado, pero también para cuenta propia, autoconsumo,
etc.) La regresión de estas antiguas formas de actividad
ha sido notablemente rápido, en la intersección de los siglos
XIX y XX, dejando lugar a las sociedades y a los asalariados.
La colonización interior probablemente desempeñó aquí un
papel decisivo. Las condiciones de esta colonización (pueblos
de granjeros, aislamiento, debilidad de los medios de transporte...)
han hecho muy débil el grado de mercantilización y de asalarización,
y muy fuerte la
presencia de la pequeña producción. Pero una vez alcanzado
el fin de la frontera, el ritmo en el que las nuevas tierras
podían explotarse se rompió brutalmente, y las mismas condiciones
que habían presidido la colonización (es decir, un nuevo
territorio, desprovisto de trabas, abierto a las iniciativas)
hizo el rápido ascenso ulterior de la mercantilización y
de la asalarización. En terreno plano, desprovisto de obstáculos,
de discontinuidades y de irregularidades, la gran ola de
1929 pudo entonces cubrir todo.
Pasemos ahora a la segunda gran
tendencia del capitalismo, la de la diferenciación, en particular
financiera. La gran depresión ocupa aquí el centro de la
escena. El crac de octubre de 1929 aún permanece en la memoria,
pero es sobre todo por el hundimiento del sistema bancario
que las finanzas manifestaron entonces su poder malsano.
Ninguna otra crisis antes de la de 1929 había sacado a la
luz de la misma manera los riesgos específicos generados
por las superestructuras financieras. Efecto “dominó” que
arrastró los bancos unos tras otros, impacto devastador
del hundimiento financiero sobre la economía real, etc...
los bancos se mostraron especialmente sensibles a las perturbaciones
de la actividad, y su debilidad tuvo como retorno numerosas
consecuencias negativas para esta misma actividad.
Luego de la homogeneización y la
diferenciación queda por demostrar el papel desempeñado
por la interconexión. Es el ferrocarril quien resulta aquí
en primer plano. El riel ha unificado en algunas decenas
de años un inmenso país, suministrando el soporte que le
faltaba al mercado nacional. Pero la interconexión juega
en dos sentidos: acompaña la expansión y amplifica la recesión.
Ha permitido que una vez desatada la gran crisis, esta se
extienda enseguida rápidamente, aumentando a su paso, como
lo hace una avalancha.
Entonces, podemos resumir nuestra
proposición sobre la gran crisis norteamericana diciendo
que ella se debió al brutal impulso del capitalismo moderno
a expensas de una pequeña producción que se manifestaba
por un comportamiento particular del empresario individual,
por la debilidad de la diferenciación de las actividades
(en particular, financiera) y por el repliegue rutinario.
En la medida en que tal movimiento de sustitución está llamado
a generalizarse, diremos que la gran depresión abre la era
de crisis mayores.
UN EFECTO DE RECUPERACION
¿Cómo explicar entonces que la rápida
extensión del lugar ocupado por el sistema capitalista en
el mundo no estuviera acompañado de crisis cada vez más
violentas? Es que se sacaron algunas lecciones del gran
hundimiento de los años treinta. Se emplazó otra regulación,
otro modo de funcionamiento de la economía, girando alrededor
de un nuevo papel del Estado, así como de procedimientos
que permitían estabilizar el ingreso de los asalariados,
incluso en condiciones adversas. Esto implicaba una restricción
a las tasas de ganancia, aceptada en tanto estas se situaran
a altos niveles. Este fue el caso durante algunas decenas
de años, debido a un efecto de recuperación. Dos guerras
mundiales y la gran crisis, en efecto, habían entrañado
enormes destrucciones, usura y falta de renovación del capital
fijo, así como, paralelamente, grandes retrasos de consumo
acumulados. A partir que, a fines de la guerra, finalmente
se dieron en Europa las condiciones de vuelta al inicio
de la actividad, el impulso ha sido muy vivo, alimentado
por estas demandas, por la posibilidad de importar los adelantos
técnicos ya adquiridos por EEUU, y por la existencia de
numerosas ocasiones rentables para invertir, suscitadas
por la eliminación de enormes masas de capital fijo. La
recuperación en cuestión debe entenderse en el sentido de
“recuperar a EEUU”, pero igualmente en el sentido de “recuperar
su atraso”, en relación con lo que podría haber tenido lugar
si el tren del pasado se hubiera prolongado en su impulso.
Efectivamente, una inversión que
acaba de realizarse para satisfacer una demanda dada pesa
sobre la tasa de ganancia y sobre la propensión a invertir,
porque ocupa el terreno y vuelve menos rentable toda inversión
realizada para satisfacer la misma demanda con las mismas
modalidades de fabricación. Evidentemente, numerosos factores
(tales como la expansión de la demanda, el progreso técnico,
etc.) pueden renovar el campo de inversiones rentables.
Pero, si reflexionamos todo igual, vemos que, frente a una
demanda determinada, las condiciones de una nueva inversión
rentable serán creadas por la usura del capital instalado,
por el descubrimiento de procedimientos de fabricación más
eficientes o también por la aparición de nuevos productos,
que satisfarán la antigua necesidad pero exigirán nuevos
equipos. Tantas evoluciones que resultan en desvalorizar
el capital fijo en funcionamiento, ya sea por su envejecimiento
físico, como por volverlo aceleradamente obsoleto. Cada
inversor espera, por razones evidentes, que esta desvalorización
se produzca lo más lentamente posible, pero este no es necesariamente
el interés del sistema tomado en su conjunto, que encontraría
más bien su ventaja en un justo equilibrio entre una brutal
desvalorización (que amenazaría la existencia misma de la
ganancia) y una desvalorización demasiado lenta (que mantendría
en funcionamiento enormes masas de capital para remunerar).
Este proceso de desvalorización
está asegurado, en condiciones más o menos buenas, por el
funcionamiento normal del sistema. Si esto no basta, las
crisis económicas, pero también las guerras, son rodeos
por los que puede realizarse la destrucción de masas importantes
de capital. Este fue el caso entre 1914 y 1945: grandes
masas de capital fijo fueron destruidas entonces, desgastadas,
dañadas, no mantenidas; otras, aún más importantes se hicieron
obsoletas, si se compara el estado del equipamiento europeo
en 1945 con el que era entonces el estándar internacional,
a saber, EEUU.
Un cambio tardío de material debería
asegurar por otra parte un aprovechamiento de inversión
particularmente elevado. Efectivamente, el reciente equipamiento
es más productivo que el antiguo, no solamente porque es
nuevo (y así reduce los defectos de fabricación, el tiempo
muerto, los trabajos de mantenimiento y de reparación),
sino también porque integra el cambio técnico. Una renovación
masiva del material en la Europa de pos guerra incorpora
el último grito de la tecnología norteamericana, saltando
las etapas intermedias. Concentra en un período dado el
impacto de los perfeccionamientos que se acumularon durante
varias décadas en EEUU y alimenta esto haciendo un crecimiento
rápido de la productividad del capital.
A lo que hay que añadir aún que
la gran crisis y la guerra han retardado (al menos en Europa)
la difusión de nuevas normas de organización del trabajo
(tal como el proceso de trabajo fordista) o de nuevos métodos
de gestión de empresas, siendo unos u otros, en gran parte,
de origen norteamericano. El fin de las hostilidades permitió
su puesta en marcha acelerada, que suscitó progresos muy
importantes en la productividad (tanto del trabajo como
del capital), en la medida en que esta aplicación se concentraba
fuertemente en el tiempo.
De este modo se aseguró, por un
tiempo, una valorización elevada del capital invertido,
motor mismo del sistema. De repente, los problemas de realización
pudieron ser fácilmente superados, porque esta valorización
ha incitado a la inversión, y a la vez, ha permitido su
financiamiento, sosteniendo la demanda a un nivel macroeconómico.
Una demanda que, paralelamente, fue alimentada por las compras
para el hogar, ya sea, vivienda o bienes de consumo durables:
por este lado igualmente, las destrucciones, la usura, lo
obsoleto hicieron desaparecer o desvalorizar edificaciones
o equipamientos instalados e incitaron un reemplazo acelerado.
Los mismos factores que explican la continuidad de la expansión
explican igualmente la intensidad: tasas de ganancia elevadas
y demanda dinámica empujaron al alza la tasa de acumulación,
ampliando así la base de la actividad, aún cuando los factores
que contribuían a esta actividad estaban dotados de una
productividad fuertemente creciente por la rápida renovación
de un capital fijo que integraba los últimos perfeccionamientos.
Esta presentación tiene la gran
ventaja de explicar a la vez la existencia y el fin de la
fase de expansión de la pos guerra. El crecimiento rápido
y regular se terminó simplemente cuando se acabó la recuperación:
el paréntesis abierto se volvió a cerrar. El número muy
elevado de ocasiones rentables para invertir fue disminuyendo,
a medida que fueron compensadas las destrucciones, la usura
y lo obsoleto del capital fijo productivo. Por otra parte,
cuanto más ganaba en amplitud la renovación del equipamiento
de los países europeos, y más se reducían las ganancias
excepcionales (y no renovables) derivando de un cambio tardío del material y de la importación
de los avances de la técnica americana: la productividad
del capital empezó a decrecer. En cuanto al hogar, luego
de haber procedido a una renovación acelerada de sus bienes
de consumo durables viejos, gastados y pasados de moda,
redujo su paso y retomó un ritmo de crucero. Tasas de ganancia
elevadas y demanda dinámica, fundamentos de la expansión
de pos guerra, fueron golpeadas entonces, y su degradación
ha significado el fin de la gran fase de expansión de la
pos guerra.
Toda esta descripción vale, se dirá,
para los países europeos, pero no para EEUU. Lo que es exacto:
los “Treinta Gloriosos” son europeos, incluso puede decirse
que son los de los países del campo de batalla (Francia
y Alemania, principalmente), y en menor medida, el Reino
Unido. Pero el fin de los años magníficos hará desaparecer
“la excepción” europea. Las tasas de ganancia en Europa
están desde entonces, orientadas a la baja: se acercan en
esto a la de las empresas americanas quienes, están ubicadas
en una pendiente descendente desde las postrimerías de la
segunda guerra mundial, a excepción de un remonte brutal,
pero sin futuro, de 1962 a 1965.
Frente a esta caída de las tasas
de ganancia, la regulación introducida después de la gran
crisis y la segunda guerra mundial se rechaza, apareciendo
su costo excesivo a partir de ahora. La ruptura interviene
en el momento de la revuelta neo liberal de los años 1980,
con Thatcher (que llegó al poder en 1979) y Reagan (en 1980).
Este es mi marco fundamental de interpretación de la crisis
actual: hemos reanudado con la era de 1929, una era de crisis
mayores. Me parece significativo observar que desde esta
ofensiva liberal, suprimidos los parapetos, dejada a sí
misma, el sistema va de crisis en crisis, que ganan cada
vez en gravedad: México en 1994-95, Sudeste asiático en
1997, Moscú en 1998 (prolongada en crisis latinoamericana)
y hoy, finalmente, el centro, EEUU. También me parece significativo
constatar que en estas ocasiones encontramos los rasgos
que caracterizaban tan fuertemente a las crisis de finales
del siglo XIX o de comienzos del siglo XX y que, desde entonces,
habían desaparecido del paisaje de los países desarrollados:
sobreacumulación, sobreendeudamiento, especulación. Evidentemente,
la reproducción no es idéntica. Por un lado, se introdujeron
numerosos estabilizadores, y muchos subsisten aún, a pesar
de los esfuerzos de los liberales. Por otro lado, las tendencias
fundamentales del sistema, enumeradas desde el comienzo
de este artículo, han perseguido su ostentación, fragilizando
la economía mundial, lo que ilustra bien, según mi opinión,
la depresión actual.
LA DEPRESION ACTUAL
Estamos en presencia de una crisis
de sobreacumulación, es decir, una acumulación que se ha
realizado a un ritmo tal que no ha podido mantener, en el
tiempo la tasa de ganancia con la que contaban los aportantes
de capitales. Para encontrar el equivalente, a la misma
escala, hay que remontarse tan lejos como a finales del
siglo XIX o comienzos del siglo XX. Esto concierne al dominio
de nuevas tecnologías (como lo ilustran las impresionantes
sobrecapacidades, la multiplicación de los cierres de fábricas,
la cascada de quiebras, etc.), pero sin duda, lo desborda
ampliamente.
Contrariamente al discurso difundido,
la “nueva economía” (de la que casi no se habla, dicho sea
de paso), lejos de ser “inmaterial”, supone pesadas inversiones
en bienes durables (equipamientos de redes de Internet,
teléfonos móviles y redes correspondientes, computadoras
y sus periféricos, microprocesadores y memorias, etc.).
A pesar de volverse obsoletos rápidamente, estos materiales
no escapan a su carácter de durables: no se desgastan más
que en la duración, sus propietarios no están obligados
a reemplazarlos en fechas dadas. La demanda correspondiente
puede estar sometida, por lo tanto, a fluctuaciones de gran
amplitud, un período de renovación intensa que puede continuarse
con una caída brutal de los pedidos.
Es así que en lo que concierne a
Internet, se ha podido constatar una fuerte sobreestimación
de la demanda de los servicios suministrados, así como del
precio que los consumidores estaban dispuestos a pagar para
tener acceso a estos servicios. Se plantean dudas cada vez
más serias en lo que concierne al futuro comercial de la
fórmula “B to C” (business to consumer), y no es sorprendente
comprobar que es en este terreno que la hecatombe de los
start – up ha sido la más importante. El mercado actual
de Internet a menudo está bastante restringido en la mayor
parte de los países. El mercado potencial, por el contrario,
podía parecer prometedor, pero ha sido ampliamente sobrestimado.
La categoría más “conectada” es la de los gerentes y la
de las profesiones intelectuales, pero uno puede hacerse
legítimamente la pregunta de saber si esta mostraba el camino
o si las otras categorías no iban a continuar sintiéndose
poco involucradas por la nueva tecnología, cuando los problemas
de seguridad del comercio en línea no se resuelven siempre.
En el terreno de las telecomunicaciones,
el vector de impulso fulminante ha sido el teléfono móvil
y se ha creído en la ilusión que el mercado continuaría
creciendo al mismo ritmo exponencial. En realidad, la clientela
mejor dispuesta se cubrió rápidamente, y la extensión del
mercado fuera de esta clientela o la simple renovación de
teléfonos móviles ya existentes ha implicado en todos los
casos una tasa de crecimiento de las ventas (y de las ganancias)
mucho más lenta que en el pasado. De ahí, una formidable
acumulación de stocks, a lo que se agregan rápidamente dudas
referidas a la amplitud del mercado de la telefonía móvil
de tercera generación (UMTS) y sobre los plazos de colocación
de los equipamientos correspondientes. En Europa, las licencias
no han sido traídas más que a precios extraordinariamente
elevados, y uno puede preguntarse con razón si la aportación
de fondos dará rentabilidad alguna vez. Para llegar a esto,
los operadores se han endeudado mucho, lo que no puede más
que hacer mella en sus futuros márgenes de ganancia, entrañando
el correspondiente hundimiento de las corridas bursátiles.
En cuanto
a la informática, material y programas fueron instalados
masivamente o renovados en las empresas norteamericanas
(hasta representar más de la mitad de sus gastos de equipamiento
a fines de los años 1990), y era evidente que el esfuerzo
no podría mantenerse con este impulso. El efecto “año 2000”
ilusionó, el temor al “defecto de los programas” arrastrando
una explosión temporaria de gastos, que marcaba el final
de una época, más que la apertura de una nueva. De hecho,
el ritmo de crecimiento de la inversión tecnológica de las
empresas se ha hundido, en EEUU, pero igualmente, aunque
en menor grado, en Europa, y esto, mientras de parte de
los particulares hay una cierta saturación en materia de
demanda de PC.
Llevando adelante una política monetaria
de excepcional agresividad, el Banco Central de EEUU, la
FED, bajó sus tasas nueve veces desde el comienzo del año,
con la esperanza de rectificar la economía norteamericana.
Lo menos que se puede decir es que, por el momento, el éxito
no acudió a la cita: EEUU está entrando en recesión. Es
que la FED se encuentra frente a una situación totalmente
inédita para ella, la de una crisis de sobreacumulación.
¿Qué efecto puede tener la baja de las tasas para un empresario
confrontado a las numerosas sociedades que no dan más que
pérdidas, a stocks vendidos a precio de liquidación o a
las sobrecapacidades molestando en el horizonte? La reabsorción
de una crisis de sobreacumulación no pasa por las tasas
de interés cada vez más bajas, sino por una destrucción
de valor, destrucción de empresas, de stocks, de capacidad
de producción. Tal es la lógica del sistema capitalista,
que no puede reconstituir las condiciones de progreso más
que destruyendo lo que ha creado, que encuentra su ganancia
en medio de las ruinas, que se choca recurrentemente con
el exceso en un mundo en el que falta de todo.
La segunda novedad con la que se
choca la política de la FED es la financierización de la
economía norteamericana. Ya no tenemos solamente una superestructura
de instituciones financieras, importantes, sofisticadas,
que añaden su propia fragilidad a la de la economía real.
Las finanzas, sus criterios, están presentes a partir de
ahora en el universo de la producción. La primera manifestación
de esta transformación es el lugar sin precedentes ocupado
por las acciones en el patrimonio de los particulares: cerca
de un norteamericano sobre dos es, directa o indirectamente,
propietario de acciones. La segunda manifestación es que
el endeudamiento de los hogares norteamericanos alcanza
niveles altísimos, superando su ingreso disponible, lo que
entraña una implicancia directa de las instituciones financieras
en sus decisiones sobre los gastos. El ahorro negativo de
los hogares norteamericanos es la tercera manifestación
de la financierización: para el año 2000, tomado en su conjunto,
estamos a – 9 mil millones de dólares, una situación extraordinaria,
ya que no se lo había observado desde que existen las cuentas
nacionales americanas, con la única excepción de dos años
(1932 y 1933), significativamente situados en el curso de
la gran crisis de 1929. Ahora bien, un ahorro negativo semejante
supone que el habitual comportamiento de precaución de los
particulares es abandonado y delegado por ellos al mundo
de las finanzas.
Tales elementos contribuyen a explicar
las dificultades de la FED. En efecto, si la situación por
el momento, está bloqueada por parte de las inversiones
de empresas, se puede girar hacia los hogares, esperando
que la baja de las tasas los empujará a endeudarse para
comprar. La especificidad de las dificultades actuales de
la economía norteamericana viene porque este camino de salida
es difícil de utilizar por haber sido utilizado demasiado
en el pasado. Los norteamericanos no pueden reducir su ahorro
para seguir acrecentando su consumo, (como podría ser el
caso en otros países), ya que este ahorro ya no existe más.
En cuanto a su endeudamiento, alcanza niveles tales que
se puede pensar que a partir de ahora vacilarán en comprometerse
más.
La tercera novedad con la que se
enfrenta la FED no debería sorprender a nadie: la mundialización
tiende a sincronizar los ciclos de los diferentes países,
e impide así que la postración de la coyuntura en uno de
los grandes polos de la economía mundial sea compensada
por un movimiento en sentido inverso en uno u otro de los
polos, como había ocurrido frecuentemente en el pasado.
De repente, los responsables norteamericanos no deben tener
en cuenta solamente el estado de su propia economía: desde
ahora deben enfrentar la amenaza de una depresión mundial,
como un efecto retorno del aterrizaje brutal de EEUU, una
decadencia internacional de la actividad que no puede más
que restringir sus propios márgenes de maniobra. Lo han
olvidado demasiado fácilmente: si un mercado liberalizado
fomenta la difusión de oleadas ascendentes, favorece también,
en sentido inverso, el desencadenamiento de oleadas descendentes.
No es sorprendente que encontremos
aquí las tres tendencias fundamentales del sistema, enumeradas
al comienzo de este artículo, franqueando cada una de ellas
un umbral cualitativo. La tendencia a la homogeneización
es desde ahora la tendencia a la mundialización, mundialización
de la relación de producción capitalista y del modelo anglosajón
que se volvió cada vez más su forma predominante. Una mundialización
que abre, sin límites, el campo de todo el planeta a una
perturbación de parte de EEUU. Esta mundialización explica
la intensidad de la crisis en que, restableciendo en todas
partes el espacio social al del capital, instaura el paralelismo
de los comportamientos e infla así la oleada americana.
En América latina, en el Sudeste asiático, pero también
en los países en vías de desarrollo desaparecieron o retrocedieron
fuertemente las antiguas formas sociales de la pequeña producción
que podían desempeñar un papel contracíclico, por su inercia,
pero también por su débil capacidad de devolución de la
onda depresiva. Por el contrario, la onda enviada por EEUU
ha repercutido en las cuatro esquinas del planeta, retornó
a EEUU y lo tira hacia abajo.
La tendencia a la diferenciación
toma ahora la forma de la financierización, en que la rama
financiera, separada del árbol capitalista, se desarrolla
a punto tal que penetra la economía real. Lo que explica
las dificultades encontradas para remediar la crisis. Lo
que explica también, en gran parte, a la crisis misma. La
regulación introducida después de los años treinta fue rechazada
y las medidas tomadas trajeron un desarrollo sin precedentes
de los mercados financieros, desarrollo suscitado por el
estímulo al financiamiento directo (por la emisión de títulos),
por los favores acordados a los fondos de pensión, o también
por la liberalización del acceso a la Bolsa y a su modo
de funcionamiento. Hay una relación evidente entre el conjunto
de estas medidas y el fantástico inflamiento de la burbuja
especulativa de los valores tecnológicos. ¿No es significativo
constatar que el único precedente comparable a esta burbuja
de la “nueva economía” (tanto en su amplitud como en sus
efectos) es el de 1929, y que, después, transcurrieron cerca
de 70 años sin que se pueda observar algo semejante? Ahora
bien, es difícil poner en duda que esta burbuja ha desempeñado
un papel importante (por no decir esencial) en la crisis
de sobreacumulación actual, porque ha hecho perder todo
sentido de la medida a los empresarios y ha drenado hacia
los nuevos sectores masas enormes y desproporcionadas de
capital. Una situación que ahora hará necesario purgar con
el dolor, sobre todo el de los trabajadores. Está bien,
me parece, la prueba que hemos reanudado con la era de las
crisis mayores cuando se han destruido barreras y parapetos
que habían impedido durante 70 años la renovación de la
catástrofe de los años treinta.
En cuanto a la tendencia a la interconexión,
está actuando más que nunca, como lo muestra la rapidez
con la que la coyuntura americana se ha invertido, pasando,
en algunos meses, de la cumbre al ras del suelo, como lo
ilustra también la marcha en la que esta inversión ha ganado
el mundo entero. La interconexión moderna de los mercados,
de los países, de las regiones explica la velocidad con
la que la epidemia se desparrama, pero también su amplitud,
es decir, la superficie mundial cubierta. Así, en el segundo
trimestre de 2001, las siguientes economías (primeras en
el mundo) estaban simultáneamente estancadas (con relación
al trimestre precedente): EEUU, Alemania, Japón. Al mismo
tiempo, se notaba en Europa un retroceso del PBI en Italia
y una desaceleración rápida en el Reino Unido y en Francia,
mientras que en América latina y en el Sudeste asiático
ya son numerosos los países en recesión o que toman ese
camino.
Después de los espantosos atentados
del 11 de septiembre, la mayoría de los comentaristas han
aceptado la ineludible recesión americana con tanta diligencia
como la que habían puesto para negar la eventualidad antes
de esta fecha. Al establishment le gusta contar la historia
de las fluctuaciones económicas al compás de los conflictos
exteriores (conflictos petroleros, guerra del Golfo, etc.)
Esta manera de proceder tiene la gran ventaja de enmascarar
el papel de las contradicciones internas del sistema. En
realidad, todos los que siguieron atentamente la evolución
de la coyuntura americana saben que la recesión ya había
comenzado antes del 11 de septiembre. El crecimiento en
el curso del segundo trimestre había sido, en ritmo anual,
de un insignificante 0,3%. La inversión estaba en caída
libre, la producción industrial se contraía en agosto por
el onceavo mes consecutivo, el retroceso de la actividad
había llegado a los servicios, el número de horas trabajadas
había disminuido fuertemente en julio y agosto, la tasa
de desocupación había aumentado brutalmente, la confianza
de los hogares se había degradado claramente y el repliegue
del consumo, última defensa, estaba en ese camino. Los terribles
golpes de Nueva York y de Washington no han hecho más que
acelerar lo que estaba en marcha. Nuevas bajas de tasas
de la FED no han impedido nada, y es interesante comprobar
que las importantes remisiones de impuestos acordadas a
los americanos en julio y agosto se demostraron inoperantes.
Efectivamente, espantados por los despidos, los hogares
pensaron sobre todo en reconstituir un ahorro que flirtea
con el cero y en reducir un endeudamiento masivo, más bien
que en consumir.
El conjunto de los elementos que preceden hacen
pensar que hoy hay un riesgo real de una crisis seria en
el ámbito mundial. En su magnanimidad, el sistema capitalista
nos da a elegir, cuando las perturbaciones jalonan su recorrido,
entre una crisis violenta pero breve, y una crisis menos
intensa pero más larga. El primer término de la alternativa
no es hoy el más probable, por el hecho de los numerosos
estabilizadores introducidos, como hemos dicho, desde la
gran crisis. Por el contrario, podemos manejar la hipótesis
de grandes dificultades para sacar a la economía mundial
fuera de atolladero en el que ha caído, y esto, contrariamente
a lo que ha ocurrido con todas las recesiones registradas
por el mundo desarrollado desde el final de la segunda guerra
mundial. |