Introducción
Las Jornadas Revolucionarias del 19 y 20 de diciembre marcan un
antes y un después en la lucha de clases en nuestro país.
En el largo plazo, son acontecimientos que vienen a cerrar
definitivamente el ciclo de la lucha de clases marcado por
la derrota del ascenso revolucionario anterior con el golpe
militar del ’76 y la masacre de la vanguardia obrera y popular.
El carácter en general defensivo de este ciclo, aunque incluyó
importantes ascensos obreros y populares en la década del
‘80 y grandes luchas en los ‘90 -que nunca llegaron a provocar
un cambio revolucionario en la relación de fuerzas-, fue
profundizado por la derrota nacional en la Guerra de Malvinas
en 1982 (que aunque llevó a la caída de la dictadura militar
facilitó los avances en la dominación imperialista en los
años siguientes) y la derrota que significó la consolidación
del gobierno de Menem en 1991 como consecuencia del proceso
hiperinflacionario iniciado en 1989. Durante este ciclo,
y sobre todo en la década del ’90, la posibilidad de cambios
revolucionarios a escala nacional estaba por fuera del horizonte
de la clase obrera y los sectores oprimidos de la sociedad.
La caída revolucionaria del gobierno De La Rúa-Cavallo,
a pesar de las grandes limitaciones de la acción de masas,
ha sido un golpe en la conciencia y voluntad de lucha de
millones. La juventud ha jugado un papel preponderante en
estos eventos, especialmente en la “Batalla de Plaza de
Mayo”, donde miles de jóvenes enfrentaron valientemente
a las fuerzas represivas. Todo lo acumulado en años anteriores
ha dado un salto cualitativo. En esto reside el carácter
histórico de las acciones independientes de las masas que
hemos presenciado. Se vuelve a abrir en la Argentina una
nueva etapa revolucionaria, lo que no acontecía desde que
el golpe militar del 24 de marzo de 1976 cerró la etapa
abierta por el Cordobazo en mayo de 1969. En el artículo
precedente analizamos porqué no creemos que este sea un
proceso rápido y cuáles son las dificultades para erigirse
en actor revolucionario que enfrenta la clase obrera en
los inicios de la nueva etapa. El desafío es que los trabajadores
puedan vencer los enormes obstáculos que se le presentan
para superar su crisis de subjetividad revolucionaria y
dar los saltos necesarios para colocarse a la altura del
momento: a) conquistar su independiencia política frente
a la burguesía mediante la cristalización de su experiencia
en nuevas instituciones de autoorganización para la lucha
y en un programa obrero adoptado concientemente por sectores
cada vez más amplios, b) transformarse en caudillo de los
estratos arruinados de las clases medias y el resto de la
nación oprimida, hegemonizando la alianza obrera y popular,
y c) dotarse de un partido revolucionario con influencia
en amplios sectores de las masas que pueda conducir a la
victoria, que no surgirá por generación espontánea sino
que sólo podrá nacer como fusión de la vanguardia obrera
y juvenil y los marxistas revolucionarios. La subjetividad
revolucionaria, en última instancia, no podrá desarrollarse
hasta el final sin que la acción consciente de los marxistas
revolucionarios influya en la experiencia de lucha de los
trabajadores, la juventud y los sectores más oprimidos de
las clases medias. Como se ve, la tarea es enorme. La ventaja
para los explotados es que la buguesía atraviesa una crisis
económica pavorosa, una crisis política histórica, y hemos
vivido “la irrupción violenta de las masas en el gobierno
de sus propios destinos” (Trotsky).
Aunque su materialización esté llena de obstáculos, se abre la
posibilidad de un giro histórico en el cual la clase obrera
argentina, la única clase verdaderamente nacional (capaz
de dotarse de un programa y métodos de lucha para ofrecer
una salida progresiva a la nación oprimida), retome y profundice
el camino revolucionario emprendido con el clasismo, las
huelgas heroicas y las coordinadoras en los años ‘70, y
alumbre una nueva subjetividad revolucionaria que, a su
vez, reactúe sobre los trabajadores y la juventud latinoamericanos
y con los movimientos juveniles anticapitalistas que se
vienen desarrollando tortuosamente en Estados Unidos y Europa
(opacados luego del 11 de setiembre), con las organizaciones
de izquierda y los agrupamientos de vanguardia obreros que
existen en varios países a pesar de la enorme crisis que
los ha sacudido durante los ‘90. Por la magnitud de la crisis
económica, política y social, a pesar de no ser actor protagónico
en los momentos iniciales de la nueva etapa, es difícil
que la clase obrera argentina salga de ella tal como entró.
Nuestra apuesta es que esta vez sí sea capaz de superar
su crisis de dirección revolucionaria y avanzar hacia la
conquista del poder.
1. La disposición
de la clase obrera como “fuerza social objetiva”
La clase obrera argentina1 de comienzos del siglo XXI, que debe
enfrentarse a la nueva etapa revolucionaria abierta con
las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de diciembre, no
es la misma que protagonizó el ascenso revolucionario de
los ‘70 ni tampoco la que empantanó la ofensiva burguesa
durante el gobierno de Alfonsín en los ‘80. Pero, contra
lo que sostiene cierta visión vulgar, está lejos de haber
sido “destruída” o haber “desaparecido de escena”, sino
que fue reconfigurada al calor de la aplicación de los planes
“neoliberales” durante la década de los ‘90. De conjunto
podemos decir que existe en Argentina una “nueva clase obrera”
que ha sufrido un retroceso sin precedentes de sus condiciones
de vida, que soporta una creciente superexplotación en las
fábricas y empresas, tasas de desocupación inéditas que
superan al 20 % de la “población económicamente activa”
-y otro tanto de subocupación, que en conjunto ya sumaban
unos cinco millones de personas antes del aceleramiento
de la crisis en diciembre.
El retroceso de la participación de los asalariados en la renta
nacional ha venido en descenso desde hace 25 años. En 1975,
llegaba a cerca de un 50%. Hoy, oscila entre el 18 y el
20 %. La precarización ha sido impresionante. El trabajo
en negro creció, si tomamos un índice 100 para 1990, a 229
en el 2000. En el mismo lapso, un índice 100 de trabajadores
subocupados aumentó a 217. Los trabajadores bajo alguna
forma de contrato eventual se calcula que abarcan cerca
del 50% del total.
Durante los ‘90, los trabajadores han sido reconcentrados en grandes
conglomerados que dan cuenta del grueso de la producción
industrial y los servicios. Las principales 1000 empresas
ocupaban a mediados del año 2000 a 650.000 trabajadores.
La reestructuración capitalista, a la vez que ha expulsado
a miles del proceso de producción ha reconcentrado nuevas
fuerzas de sus esclavos asalariados que están en relación
directa con las empresas imperialistas y el gran capital
nacional en las automotrices, grandes fábricas de la alimentación,
siderúrgicas, servicios públicos, gas y petróleo, hipermercados
y bancos.
A pesar de los despidos de comienzos de la década del ‘90 con las
privatizaciones, se mantiene una importante cantidad de
asalariados en el sector público (trabajadores de dependencias
estatales y docentes), incluso con un leve incremento a
partir del ‘98, especialmente en las provincias del interior.
Además se ha potenciado el proceso de asalarización de sectores
de las capas medias (incluso profesionales, como los médicos),
de las que amplios sectores se han pauperizado. A diferencia
de otros países latinoamericanos, en Argentina puede verse
un lento crecimiento en el conjunto de la población asalariada
en detrimento de los sectores por “cuenta propia”. Según
datos del INDEC de octubre de 2000 los asalariados dan cuenta
de un 72% de la población económicamente activa, mientras
que quienes trabajan por “cuenta propia” son sólo un 21,9%,
un 2% menos que en 1980 y casi un 4% menos que en 1989,
cuando se dio el pico del cuentapropismo en nuestro país2.
Los asalariados urbanos constituían en el año 2000 una masa de
8.000.000 de trabajadores, el 61 % de una población económicamente
activa de alrededor de 12.000.000, porcentaje que sube al
72 % si consideramos los “aglomerados urbanos” que toma
como referencia la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC.
Con sus familias, los asalariados constituyen la fuerza
social decisiva por su papel en la producción, su peso social
y su rol histórico. Del total, más de 1.000.000 (el 12,6%)
son obreros industriales, y existe una cantidad similar
de trabajadores rurales en sus distintas modalidades3.
Las nuevas concentraciones de trabajadores moldeadas por la reestructuración
capitalista de los ‘90, a pesar de disminuir su número absoluto,
han incrementado el peso decisivo de los trabajadores en
todos los centros nerviosos vitales de la economía del país,
en torno a un puñado de grandes ciudades y distritos urbanos,
lo que aumenta su potencialidad para paralizar la producción
y dislocar la distribución. Es la franja del proletariado
sobre la que descansa todo el edificio de la acumulación
capitalista.
De acuerdo a cómo deben enfrentar sus condiciones de existencia,
podemos agrupar a los trabajadores en tres grandes sectores:
- los trabajadores en actividad en el sector privado;
- los trabajadores en actividad en el sector público;
- los trabajadores “en situación de reserva”, los desocupados.
A su vez, el conjunto de los trabajadores en actividad está cruzado
por la división entre los trabajadores “efectivos” y aquellos
en alguna de las múltiples formas de empleo eventual.
En la nueva clase trabajadora argentina conviven tendencias de
distinto signo. A la fragmentación entre “ocupados y desocupados”,
“permanentes y contratados”, “del sector público y privado”,
etc., se le contrapone la tendencia al frente único que
imponen la disminución de conquistas de todos los sectores,
la pauperización generalizada y los ataques de conjunto,
así como la asalarización de importantes franjas de las
capas medias que las acercan a la situación de la clase
obrera como nunca antes en la historia. Es una clase obrera
más fragmentada y sociológicamente debilitada respecto a
los ‘70 y los ‘80, pero a la vez más explosiva por el agudo
deterioro de sus propias condiciones de existencia. La superestructuralización
y mayor coptación de las burocracias sindicales (algunos
de los cuales se han convertido en “sindicalistas-empresarios”)
convive con el mantenimiento de las estructura de base del
movimiento obrero argentino (una de las principales conquistas
logradas bajo el primer peronismo), las comisiones internas
y los cuerpos de delegados, que cuando surgen tendencias
a romper con el conservadurismo impuesto por la ofensiva
patronal permite el surgimiento de delegados de base antiburocráticos
y comisiones internas opositoras en varios gremios. Aunque
de conjunto el debilitamiento de los sindicatos ha favorecido
la ofensiva capitalista, en ocasiones ha permitido, debido
al menor control burocrático, el surgimiento de formas de
autoorganización de trabajadores, como distintas organizaciones
de “autoconvocados” lo expresan, especialmente entre docentes
y estatales.
Resumiendo: la “nueva clase obrera” ha sufrido la pérdida de importantes
conquistas. Ha sido precarizada y un número creciente de
sus miembros se encuentra formando parte del “ejército industrial
de reserva”. Hay un leve crecimiento porcentual de la población
asalariada respecto a los trabajadores “por cuenta propia”,
a la vez que los obreros industriales han perdido peso relativo
y absoluto, pero siendo reconcentrados bajo el control de
grandes firmas (al igual que los trabajadores de los servicios
y el comercio) como parte del propio proceso de concentración
y centralización capitalista. Siguen siendo los trabajadores
quienes tienen el lugar central en la estructura económica
de la sociedad argentina.
2. Las Jornadas Revolucionarias y la subjetividad de
la “nueva clase trabajadora”
La nueva etapa revolucionaria abierta en Argentina se inicia sin
que los trabajadores -especialmente los trabajadores ocupados
de la industria y los servicios- hayan dado en el período
previo saltos cualitativos hacia su independencia de clase,
a pesar de haber sido trabajadores desocupados y ocupados
quienes más enfrentaron y contribuyeron a socavar las bases
del gobierno de De la Rúa. No es sólo el hecho que en las
Jornadas Revolucionarias de diciembre la clase obrera no
haya intervinido como tal. Hoy los principales sindicatos
se encuentran apoyando a Duhalde y el conjunto de los trabajadores
ha iniciado nuevamente una experiencia con el peronismo
en el poder. Si bajo De la Rúa los paros generales convocados
por las centrales sindicales fueron la principal forma de
intervención del proletariado ocupado, esa perspectiva hoy
sólo puede imponerse desde abajo. Cada lucha tiene como
enemigos no sólo a la patronal y al gobierno, sino también
a la burocracia sindical. Con la desocupación creciendo,
no son pocas las dificultades con que se enfrentan los que
salen al combate.
Esta situación del proletariado de la industria y los servicios
contrasta con la actividad de las clases medias, quienes
dan la tónica de las protestas de masas; y, en menor medida,
con la de los desocupados, que han vuelto a los piquetes
y movilizaciones en los últimos días.
Frente a los nuevos desafíos que tiene por delante, todo lo conseguido
por la clase obrera en el período anterior resulta claramente
insuficiente. Si el proletariado no quiere cargar nuevamente sobre sus hombros
los costos de la crisis (como inicialmente está sucediendo)
son imprescindibles nuevos saltos en sus niveles de conciencia
y organización.
Ni las experiencias de lucha de los últimos años ni la respuesta
actual del proletariado es homogénea. Los desocupados fueron
quienes protagonizaron las más duras batallas y quienes
más avanzaron en lograr nuevos niveles de organización bajo
el gobierno aliancista4. Las acciones más radicalizadas
se produjeron en Salta. Allí, los piqueteros de Mosconi
y Tartagal votaron un programa avanzado que reclamaba “trabajo
genuino” y tuvieron sucesivos enfrentamientos en el año
2000 y en 2001 con la gendarmería que desataron verdaderos
levantamientos locales, hasta la derrota sufrida en el mes
de julio de 2001, con una fuerte represión y persecución
por parte de los gobiernos provincial y nacional.
Durante el año 2000, acciones “piqueteras” de envergadura se generalizaron
en el gran Buenos Aires. Los primeros días de noviembre
se produjo un corte de 17 días de la ruta 3 en La Matanza,
protagonizado por la Federación Tierra y Vivienda (FTV-CTA)
de Luis D’Elía y los desocupados de la Corriente Clasista
y Combativa (CCC) de Juan Carlos Alderete, organizaciones
con un programa limitado a la exigencia de planes trabajar
y una actitud conciliadora con la intendencia peronista
local. También, en este período, realizaron importantes
acciones en la zona sur del Gran Buenos Aires los MTD (Movimiento
de Trabajadores Desocupados) de distintas localidades, más
combativo que los movimientos de La Matanza, y se desarrollaron
nuevas organizaciones con diferentes denominaciones a lo
largo y ancho del país.
Las dos Asambleas Piqueteras (realizadas en julio y septiembre
de 2001), a pesar de estar bajo la dirección conciliarora
de la FTV y la CCC (con la subordinación a estas del Polo
Obrero, orientado por el Partido Obrero) que buscó difuminar
los aspectos más radicalizados de la lucha de los desocupados,
mostraron un importante avance en la subjetividad de este
sector de la clase obrera; especialmente las resoluciones
de la Segunda Asamblea que planteaban la posibilidad de
que surja un organismo pre-soviético (de autoorganización
democrática para la lucha superando los límites “gremiales”)
de unidad de ocupados y desocupados. El gran aspecto negativo
fue que, si bien la Segunda Asamblea votó como programa
de lucha de los desocupados el “trabajo genuino” o “trabajo
para todos”, la práctica de los movimientos “piqueteros”
quedó cada vez más subordinada, en particular luego del
duro golpe sufrido por los piqueteros salteños, a la puja
por obtener y administrar Planes Trabajar o similares, es
decir, a una lucha cada vez más “corporativa”5. La estrategia
de tomar la lucha por los planes como elemento táctico inicial
para ponerla en el plano superior de la pelea por “trabajo
para todos” (que lleva a la unidad con los trabajadores
ocupados alrededor del reclamo del reparto de las horas
de trabajo entre todas las manos disponibles con salarios
equivalentes a la canasta familiar), estuvo prácticamente
ausente en los principales movimientos. La ausencia de esta
estrategia es la razón de fondo que potenció las tendencias
a la coptación al régimen de las organizaciones de desocupados,
muchas veces a través de las intendencias. La escasa presencia
de los movimientos de desocupados en la Batalla de Plaza
de Mayo del 20 de diciembre, está inscripta en esta lógica
de reducir la lucha política para terminar con la desocupación,
a una lucha “económica” por los subsidios estatales, mientras
la “acción política” nacional queda subordinada a variantes
centroizquierdistas de índole diversa (D’Elía6), como es
hoy el FRENAPO, o la búsqueda de aliados patronales, burocráticos
(y hasta militares7) por parte de la CCC.
Con el peronismo en el poder, el movimiento de desocupados posiblemente
se enfrente a una política combinada de coptación y represión
a los que no acepten las “reglas del juego” impuestas por
el gobierno. Duhalde, para tener alguna posibilidad de supervivencia,
tratará de amortiguar una situación social explosiva, con
más de 15.000.000 millones viviendo bajo la línea de pobreza.
Para ello cuenta con la extendida red de “punteros” del
peronismo de la Provincia de Buenos Aires y con el apoyo
de la Iglesia Católica. La esposa del presidente, que fue
quien organizó la red de “manzaneras” cuando Duhalde era
gobernador, es quien está a cargo de instrumentar el llamado
“plan social”. Al día de hoy no está claro si el gobierno
apelará sólo al clientelismo tradicional peronista para
la distribución de los subsidios a los desempleados, o si
lo combinará con un intento de coptación de los movimientos
de desocupados más burocatizados mientras reprime a los
movimientos piqueteros más combativos. Pero en cualquier
caso, para evitar que la política del gobierno tenga éxito
es clave que el movimiento de desocupados supere el estadío
de la mera lucha por los planes “trabajar” y alrededor de
la lucha por el “trabajo para todos” busque la unidad con
los ocupados, llevando adelante y profundizando el camino
de la Segunda Asamblea Piquetera que los dirigentes conciliadores
dejaron de lado. Un paso en este sentido puede ser la Asamblea
Nacional de Trabajadores (ocupados y desocupados) convocada
para el 16 de febrero.
Los destacamentos más concentrados de la clase obrera, el proletariado
de la industria y los servicios, dieron pasos mucho menores
que los desocupados en poner en pie nuevas organizaciones
para la lucha. Los siete paros generales realizados bajo
ese gobierno tuvieron el mérito de tensar los músculos de
los trabajadores y de tirar por la borda las argumentaciones
de quienes afirmaban la imposibilidad de que la clase obrera
volviera a utilizar este método de lucha debido a los altos
niveles de desocupación. Estas acciones (que retomaron la
experiencia de los grandes paros del año ‘96 bajo el gobierno
de Menem que voltearon a Cavallo del Ministerio de Economía,
obligaron a postergar la reaccionaria “reforma laboral”
y a retroceder con la anulación de los tickets canasta y
las horas extras), mostraron la importancia de los gremios
del transporte para contrarrestar la presión de la desocupación
y el chantaje patronal para garantizar la efectividad de
los paros. De conjunto, y a pesar del alto desprestigio
de los dirigentes burocráticos en las bases obreras, estos
paros no se salieron del control de la burocracia sindical,
que luego de cada uno de ellos iniciaba una tregua con el
gobierno y le restaba efecto a la medida de fuerza. Dos
de estos paros fueron particularmente importantes. El paro
de 36 horas de noviembre de 2000, en el que 150.000 trabajadores
“ocupados” -algunos de las principales fábricas del país-
y “desocupados” participaron de piquetes conjuntos cortando
rutas en todo el país, tuvo características ” (como lo calificara
el diario La Nación). Desde el punto de vista del “momento
de la relación de fuerzas militares” (Gramsci) o de
los “elementos de guerra civil” (Trotsky), las
masas ponían en alerta a la burguesía. Si bien sabían que
el poder del estado no estaba en cuestión porque la burocracia
sindical nunca perdió el control en este paro, el hecho
de que los piquetes ejerciendo poder territorial se vieran
en todo el país simultáneamente mientras la industria y
los servicios se paralizaban masivamente por la huelga general,
días después que en la pequeña ciudad salteña de General
Mosconi los desocupados y la juventud ajustaran cuentas
con la Policía y la Gendarmería, eran luces de alerta. Era
el espectro de la insurrección. Aunque pasivo, fue también
de importancia el paro general del 13 de noviembre del 2001,
de una masividad impactante, que fue un verdadero pronunciamiento
político nacional que antecedió y tonificó las fuerzas de
las masas que poco después protagonizaron las jornadas revolucionarias.
Bajo De la Rúa, destacó entre las luchas ocurridas la protagonizada
por los trabajadores de Aerolíneas Argentinas, que marcó
un salto en la conciencia del movimiento de masas en relación
a las privatizaciones8. Y hubo algunos duros conflictos
que, protagonizados por direcciones combativas, han dado
ejemplos de cómo enfrentar los cierres y despidos (ceramistas
de Zanón, mineros de Río Turbio, metalúrgicos de Emfer,
etc.). Por su parte, estatales y docentes fueron protagonistas
de numerosas acciones.
De conjunto, a pesar de su desprestigio, la burocracia sindical
mantiene el control del movimiento obrero. Romper con
su dominio de las organizaciones de la clase obrera es el
primer desafío que tienen los trabajadores.
El período anterior mostró, en forma molecular, una serie de fenómenos
sintomáticos, donde en distinto grado la clase trabajadora
buscó orientarse por un camino distinto al de los dirigentes
oficiales:
(a) sindicatos de servicios relativamente “grandes”
donde comienza a haber posibilidades de discusión más abierta
de distintas tendencias políticas, como en los cuerpos de
delegados de FOETRA Buenos Aires (telefónicos) y el de Luz
y Fuerza de Córdoba, situación que también se da en sindicatos
grandes de empleados públicos y de la enseñanza (ATE, seccionales
de gremios docentes);
(b) desarrollo
de sindicatos seccionales obreros con direcciones antiburocráticas
con rasgos clasistas, como el de los ceramistas neuquinos
(SOECN), basados en la fábrica Zanón, y de los mineros del
carbón de Santa Cruz (ATE Río Turbio);
(c) existencia
de comisiones internas independientes de la burocracia en
fábricas grandes como Terrabusi (alimentación, 2800 obreras/os)
aunque viene de una derrota el año pasado, fábricas medianas
como Pepsico Snacks (alimentación, 480 obreras/os), Reckitt-Benkiser
(química), y EmFer (metalúrgica, más de 300 obreros), aparte
de las mencionadas en el punto anterior, junto con muchos
delegados de izquierda en distintas fábricas y empresas
de servicios.
(d) seccionales
de sindicatos docentes en varias provincias en manos de
corrientes de izquierda, los más importante de los cuales
son el SUTEBA de La Matanza (una de las seccionales docentes
más grandes del país) y ADOSAC de Santa Cruz, así como algunas
seccionales de ferroviarios (UF Haedo). En los distintos
gremios estatales también hay muchos delegados de izquierda
o influidos por ésta (varias reparticiones de La Plata,
hospitales en la Provincia de Buenos Aires, Astilleros Río
Santiago, etc.)
(e) organización
incipiente de sectores de trabajadores jóvenes precarizados,
como es el caso de los “motoqueros” agrupados en el Sindicato
de Mensajeros y Cadetes (SIMECA), de destacada actuación
en la “Batalla de Plaza de Mayo”, y los pasantes de las
empresas telefónicas, 90 de los cuales realizaron una importante
ocupación victoriosa de un edificio de Telefónica a principios
de diciembre, a pesar de la indiferencia del sindicato.
En muchos de estos casos las “nuevas direcciones” no lograron (y
muchas veces ni se lo proponen) generar “militancia obrera”,
es decir, que los activistas y trabajadores asuman como
propia la defensa de su propia organización y la lucha por
sus demandas generales, más allá del interés inmediato.
Nuevos fenómenos de “militancia obrera”, como el del sindicato
ceramista de Neuquén, son más bien excepciones. Esto, junto
con el terror a la desocupación, la división entre permanentes
y contratados y el control que aún mantiene la burocracia
sindical, son los obstáculos que debe vencer la clase obrera
para empezar a actuar en forma independiente.
Pese a que había un “cuarto acto” de las Jornadas Revolucionarias
en gestación (el de la huelga general activa), la debilidad
en superar a la burocracia fue central a la hora de evitar
que la clase obrera sea protagonista de los eventos del
19 y 20 de diciembre9. La clase obrera, como dijimos, entra
a la nueva etapa revolucionaria sin haber conquistado su
independencia de clase.
La superación de la situación de fragmentación que sufre la clase
obrera en su conjunto no es una cuestión sociológica sino
política: hay que avanzar en la unidad de las filas del
conjunto de la clase obrera tras una estrategia de independencia
de clase. Al contrario de lo que dicen los dirigentes burocráticos,
que siempre siguen a uno u otro de los intereses patronales
en pugna, la única forma que cada lucha pueda obtener algún
éxito, aún en sus intereses “inmediatos”, pasa porque los
trabajadores asuman una estrategia en función de sus intereses
“históricos” de clase. Sacarse de encima las direcciones
burocráticas es más que nunca una necesidad de vida o muerte
para la “nueva clase obrera”.
3. Las lucha
por la independencia de clase
El conjunto de las condiciones que hacen
a la actual etapa revolucionaria han abierto la posibilidad
que la clase trabajadora protagonice un nuevo “giro histórico”. Si contabilizamos los grandes cambios que sufrió a lo largo de su
historia, es el cuarto momento donde se le presenta esta
oportunidad. En medio de un camino que inevitablemente
será tortuoso, los trabajadores enfrentan el desafío de
completar su experiencia histórica con el peronismo y conquistar
en forma revolucionaria su independencia de clase10.
Cuanto más avance en esta dirección en esta etapa, más probabilidades
habrá de que la próxima insurgencia obrera lleve a los trabajadores
a la victoria.
¿Cómo avanzar hacia la independencia de clase? La puesta en pie
de organismos de democracia directa, que expresen el frente
único de las masas en lucha es una necesidad que surge de
cada conflicto importante. Cada lucha seria muestra
la necesidad de crear nuevos organismos de clase que permitan
superar los límites “gremiales” o corporativos que imponen
las formas sindicales tradicionales. La burocracia fomenta
la división de las filas obreras e impide que se exprese
el frente único que necesitan los trabajadores. Por eso
está planteado echar a los dirigentes burocráticos, en primer
lugar, de las comisiones internas y cuerpos de delegados,
para que estos se coordinen por gremio, región y nacionalmente,
pongan en pie asambleas o coordinadoras comunes con las
organizaciones de desocupados y avancen en la unidad con
las asambleas de vecinos y demás formas de organización
de los sectores empobrecidos de las clases medias urbanas
y rurales que hoy se están desarrollando. Toda comisión
interna, cuerpo de delegados o sindicato combativo que no
desarrolle una política de este tipo, demostrará no estar
a la altura de los acontecimientos y será completamente
impotente para responder al ataque patronal en curso. En
la historia de la clase obrera argentina, la puesta en pie
de las Coordinadoras en 1975, basada en las comisiones internas
de fábrica, fue la experiencia más avanzada en desarrollar
este tipo de organismos. El desarrollo de los mismos enfrenta
la oposición no sólo del gobierno y la patronal, sino de
la burocracia sindical, que es su enemiga más acérrima y
hoy está apoyando al gobierno de Duhalde. Pero si la clase
obrera supera su situación actual y entra en movimiento, las tendencias
a la recuperación de las comisiones internas y cuerpos de
delegados y al desarrollo de organismos de democracia directa
que expresen a los trabajadores en lucha son muy probables.
Ya las clases medias, poniendo en pie las Asambleas Populares,
están mostrando esta tendencia al nacimiento de nuevos organismos,
antes anticipados por el recurrente surgimiento de grupos
de “autoconvocados” ante cada lucha docente o de estatales
y por las “interfacultades” durante los conflictos estudiantiles.
Más allá de su desarrollo inmediato y sus límites de clase,
estos procesos, al expresar algún paso hacia formas de democracia
directa, pueden provocar algún tipo de “efecto contagio”
entre los trabajadores que salgan al combate, que, por sus
propias características de clase, tenderán a imprimirle
tendencias más abiertamente “soviéticas” -es decir, con
delegados revocables y mandatados, electos por lugar de
trabajo- que las actuales asambleas populares. Nuestra
insistencia en que la primer tarea de la hora es pone en
pie Asambleas de trabajadores ocupados y desocupados, con
delegados mandatados por la base, a nivel nacional, provincial
y local, expresa esta necesidad imperiosa.
Pero, como señalamos, la conquista de la
independencia de clase, implica también que sectores cada
vez más amplios de la clase obrera sostengan un programa
que permita soldar la alianza obrera y popular e impulsar
a los trabajadores hacia su propio gobierno11. Aspectos
parciales de ese programa han cobrado vida en manos de los
fenómenos de lucha y organización obrera y piquetera más
avanzados (como la demanda de “estatización bajo control
de los trabajadores” frente a los cierres planteado por
los obreros de Zanón o las demandas votadas en el programa
de la segunda asamblea piquetera) y hoy puntos como la nacionalización
de la banca y el no pago de la deuda externa se discuten
en forma generalizada en las Asambleas Populares. Frente
al charlatanerismo irresponsable y desmoralizado de tanto
“socialista a la violeta”, los primeros pasos del movimiento
de masas en la Argentina, muestran la enorme vitalidad de
las consignas “transicionales” del tipo de las que formulara
la III Internacional en sus primeros congresos y que sintetizara
León Trotsky en el Programa de Transición a fines de los
‘30.
Desde ya que, para que estas demandas sean resueltas íntegra y
efectivamente deben estar integradas en un programa de conjunto
que lleve al triunfo de la revolución obrera y socialista.
Sin embargo, que sean tomadas rápidamente por sectores del
movimiento de masas es un síntoma de los cambios que están
ocurriendo en la conciencia política de sectores de las
masas en Argentina.
La lucha por la independencia de clase tiene su punto más elevado
en la construcción de un partido revolucionario, que no surgirá
por generación espontánea sino que sólo podrá nacer como
fusión de la vanguardia obrera y juvenil y los marxistas
revolucionarios. Trotsky decía en Lecciones de octubre
que “el proletariado no puede apoderarse del poder por
una insurrección espontánea. Aun en un país tan culto y
tan desarrollado desde el punto de vista industrial como
Alemania, la insurrección espontánea de los trabajadores
en noviembre de 1918 no hizo sino transmitir el poder a
manos de la burguesía. Una clase explotadora se encuentra
capacitada para arrebatárselo a otra clase explotadora apoyándose
en sus riquezas, en su ‘cultura’, en sus innumerables concomitancias
con el viejo aparato estatal. Sin embargo, cuando se trata
del proletariado, no hay nada capaz de reemplazar al partido”.
Esta definición sigue siendo completamente válida y el PTS
ha dicho una y otra vez que lucha por poner en pie un partido
revolucionario de la clase trabajadora con influencia de
masas.
¿Por qué vías la clase obrera puede dar pasos en la construcción
de este partido, rompiendo con el peronismo y el conjunto
de los partidos patronales? Sabemos que no será el producto
evolutivo del desarrollo de nuestra organización y que nuevas
variantes tácticas que hoy no contemplemos pueden plantearse
al calor de los cambios de la situación. Podemos sin embargo,
trazar una dirección de cómo puede darse este proceso, no
como analistas sino para tener una política activa que permita
desarrollar los elementos más progresivos en curso.
Ya señalamos la importancia fundamental que tiene la recuperación
de los cuerpos de delegados y comisiones internas de manos
de la burocracia.
Pero una política verdaderamente clasista para las organizaciones
obreras significa pelear para que ellas intervengan de lleno
en la vida política nacional. La burocracia sindical peronista
ha sido en toda su historia la correa de trasmisión del
Partido Justicialista para subordinar las organizaciones
obreras a la dirección burguesa del peronismo. Las organizaciones
obreras independientes de la burocracia deben enfrentarla
en todos los terrenos. Por ello, bajo el gobierno de De
la Rúa, a partir de las huelgas generales y del desarrollo
del movimiento de desocupados y de nuevas direcciones combativas
entre los trabajadores ocupados, desde el PTS planteamos
la necesidad que los sindicatos, comisiones internas
y cuerpos de delegados combativos junto con las organizaciones
de desocupados impulsen un movimiento o partido político
propio de los trabajadores, en base a un programa
revolucionario12. Es decir, apoyarnos en los
elementos de subjetividad obrera conquistados para impulsarlos
al terreno de la lucha política abierta. No somos ingenuos.
Sabemos que muchos dirigentes y activistas de las nuevas
organizaciones, influidos por corrientes políticas populistas
o por posiciones sindicalistas, no estarán de acuerdo con
esta perspectiva. Sin embargo, es necesario abrir la discusión
ampliamente en las principales organizaciones del movimiento
obrero (ocupados y desocupados) y de la juventud estudiantil.
Esto permitirá reagrupar y fortalecer a los sectores
más avanzados de la clase trabajadora, en un proceso de
fusión con los marxistas revolucionarios, cualitativamente
superior a todo acuerdo logrado en los procesos cotidianos
de la lucha de clases. Permitirá también influenciar sobre
los sectores más radicalizados de las clases medias y evitar
que estos sean ganados por nuevas variantes parlamentaristas
(y paradógicamente) antipartido, como la que impulsa el
diputado Luis Zamora, o frentepopulistas como Izquierda
Unida, donde uno de sus dos principales socios, el Partido
Comunista, es también impulsor del Frenapo junto a banqueros
como Heller y diputados del semi-oficialista Frepaso.
Lamentablemente, corrientes como el Partido Obrero llevan adelante
una política centrista frente a todo fenómeno transitorio
(en su momento los movimientos piqueteros, hoy las asambleas
barriales) que combina un electoralismo autoproclamatorio
febril con el embellecimiento a direcciones burocráticas
como la de la Asamblea Piquetera13. Sin embargo, mantienen
un discurso general en favor de la “independencia política
de la clase obrera” y la necesidad de un partido revolucionario.
Por ello, desde el PTS los hemos llamado insistentemente
a impulsar en común un Bloque de la Izquierda Obrera y Socialista
no sólo para el frente único cotidiano en la lucha de clases
sino para impulsar un Movimiento o Partido político de los
trabajadores en base a un programa revolucionario.
Creemos que esta táctica es la más adecuada hoy para avanzar lo
más rápidamente posible en la formación de un partido de
trabajadores revolucionario con influencia en las bases
obreras y populares que se constituya en el estado mayor
que necesita la próxima revolución obrera y socialista.
Esta política
general hacia el movimiento de masas y hacia otras organizaciones
con las que tenemos acuerdos programáticos sólo parciales,
debe complementarse, sin embargo, con la fusión con todos
aquellos elementos o grupos con los que compartamos acuerdos
programáticos y estratégicos profundos y que entiendan la
construcción de un partido revolucionario en Argentina como
parte de la construcción del Partido Mundial de la Revolución
Socialista, una Internacional Revolucionaria. En este sentido,
hemos planteado la táctica de construcción de un Comité
de Enlace Abierto constituido alrededor de los “test ácidos”
de la lucha de clases. Esta táctica es útil tanto a nivel
internacional como nacional. Todo paso que demos en la fusión
con otros marxistas revolucionarios fortalecerá, por supuesto,
la táctica planteada más arriba hacia la construcción de
un gran partido revolucionario en nuestro país.
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1 Consideramos a la clase obrera en un sentido amplio, comprendiendo
a todos aquellos que, desprovistos de todo medio de producción,
están obligados a vender su fuerza de trabajo a cambio de
un salario.
2 Debe tenerse en cuenta que las categorías utilizadas en los censos
y demás fuentes estadísticas oficiales (como la Encuesta
Permanente de Hogares del INDEC) sólo permiten una aproximación
gruesa a la composición de la población por clase social.
Por ejemplo, en la categoría “asalariados” aparece una pequeña
minoría de quienes cumplen funciones de dirección del capital
(planta gerencial, capataces, etc.), que no reciben un salario
en sentido estricto sino que se apropian de la plusvalía
en tanto funcionarios del capital; o como “cuenta propia”
figuran muchos que son parte del proletariado y semiproletariado
a quienes no se emplea en relación de dependencia directa.
3 Aunque no existen datos actualizados, la continuidad de la crisis
económica ha hecho disminuir esta cantidad de trabajadores
industriales durante el 2001 (y más aún en la construcción,
un sector donde el empleo viene en caída libre), y hoy mismo,
con la aguda depresión económica de noviembre, diciembre
y enero, existe un nuevo salto en la caída del empleo que
resulta aún difícil de mensurar con exactitud, especialmente
en empresas pequeñas, comercios y trabajadores contratados.
Algunas estadísticas hablan de que el desempleo se habría
incrementado hasta un 23%, las cifras más altas de la historia
argentina, incrementando así la porción del proletariado
que actúa como “ejército industrial de reserva”. Los que
han sentido el primer impacto han sido los trabajadores
contratados, aunque, por el momento, no han sido generalizados
los despidos entre los trabajadores “efectivos” de la industria
y los servicios en firmas medianas y grandes que agrupan
más de 500 trabajadores.
4 El movimiento de desocupados había tenido su primer desarrollo durante
los años ‘96 y ‘97, con el primer y segundo “Cutralcazo”
y los levantamientos en Tartagal (Salta) y Jujuy. A partir
de estas acciones se generalizó el corte de rutas como método
de lucha y los piquetes y asambleas como forma de organización,
incluyendo enfrentamientos con las fuerzas de represión
que contuvieron “elementos de guerra civil”. Desde entonces
fueron creciendo las organizaciones de desocupados, especialmente
alrededor del control y distribución de los planes “trabajar”
y otros similares.
5 En un trabajo reciente se plantea lo siguiente referido al análisis
de las organizaciones de desocupados: “Por su homogeneidad
y autoconciencia, se localizan en el grado de organización
de intereses económicos inmediatos, más que en el de los
intereses del grupo social más vasto, o en los plenamente
políticos, lo que los asemeja a los embriones de la organización
sindical, aunque será el desarrollo del proceso histórico
general el que determine si ésta es la tendencia que va
a imponerse o si se constituyen en embriones d otras formas
de organización que expresen intereses de clase como totalidad”
(Nicolás Iñigo Carreras y María Celia Cotarelo, Clase obrera
y formas de lucha en la Argentina actual, en Cuadernos del
Sur Nº 32, pág. 48). Precisamente lo votado en la Segunda
Asamblea Piquetera iba en el sentido de “expresar los intereses
de clase como totalidad”, cuestión que es opuesta a la estrategia
de colaboración de clases sostenida por la FTV- CTA y la
CCC. No extraña que hayan evitado que este proceso se desarrollara.
6 Luis D’Elía, proveniente históricamente de la Democracia Cristiana,
fue, primero, electo concejal de La Matanza por las listas
del Frepaso en la Alianza; y, en las recientes elecciones
de octubre de 2001, diputado provincial en la Provincia
de Buenos Aires por el Polo Social.
7 El PCR que dirige la CCC se orienta abiertamente a buscar alianzas
con el “ala nacionalista” de las FFAA encarnada hoy, según
ellos, en los seguidores del “carapintada” defensor de los
militares genocidas Mohamed Seineldín.
8 El conflicto iniciado en junio de 2001 mostró el establecimiento
de lazos activos de unidad entre los sectores de las clases
medias golpeados por la crisis y los trabajadores. Surgido
como una lucha “gremial” contra la SEPI (el consorcio español
que tenía el control de la empresa) y el gobierno argentino,
la paralización por 9 días de los vuelos por una huelga
de los técnicos de APTA y el comienzo de una gran campaña
nacional de los sindicatos con campamentos permanentes en
los aeropuertos y boicot a los vuelos de la empresa española
Iberia, responsable del vaciamiento de Aerolíneas, transformaron
la lucha en una “causa nacional”. Recordemos que en este
conflicto los trabajadores (incluidos los aristocráticos
pilotos) cruzaron un avión en una pista de Aeroparque haciendo
un “corte de pista” como nunca se había visto. La CGT tuvo
que llamar a un paro general en apoyo a los trabajadores
de Aerolíneas y “contra los gallegos”. El conflicto de conjunto
tuvo un contenido antiimperialista. El apoyo en la población
fue masivo. Esto obligó a intervenir a los gobiernos argentino
y español y culminó en un triunfo parcial de los trabajadores,
que recibieron los pagos adeudados y consiguieron la reanudación
de los vuelos, previo cambio del grupo operador.
9. El 19 y 20 de diciembre los elementos de “guerra civil” más avanzados
de las jornadas los protagonizaron los jóvenes trabajadores
y estudiantes que desplegaron una suerte de “guerra de guerrillas
urbana” en la Batalla de Plaza de Mayo, como trágicamente
lo expresan los caídos, en su mayoría jóvenes. Fueron ellos
los que recogieron la experiencia de casi cinco años de
levantamientos de los desocupados de ciudades lejanas, que
muchos de esos jóvenes sólo conocieron por TV (por esta
relativa inexperiencia hubo muy escasa preparación “técnica”
para la batalla). Los saqueos también pueden ser considerados
como métodos de guerra civil, en el sentido que rompen la
legalidad burguesa, pero son una forma espontánea y elemental
que permanentemente está al borde de degenerar en enfrentamientos
de “pobres contra pobres”. En las centenares de acciones
de apropiación de alimentos realizadas en estos días (se
han contabilizado más de 600 en una semana, frente a las
800 realizadas en 52 días a fines de la presidencia de Alfonsín),
sólo unas pocas tuvieron participación de organizaciones
de desocupados. Los desocupados “piqueteros”, salvo pequeños
grupos, por acción de sus direcciones, también estuvieron
ausentes en Plaza de Mayo, lo mismo que sectores organizados
del movimiento obrero. Esto de debió esencialmente a una
cuestión de dirección: la FTV y la CCC tenían convocada
a una manifestación para el jueves que resolvieron levantar
ante la declaración del estado de sitio, es decir, lo inverso
de lo que hicieron los miles que combatieron en Plaza de
Mayo y sus inmediaciones; la CTA, llegó a concentrar unos
80 miembros a las 14 horas de ese día en el Congreso, a
los que dio órdenes de retirarse. Sus dirigentes pasaron
todo el día recluídos en el local del FRENAPO. Sólo cuando
el correr de la tarde iba informando de los muertos y De
la Rúa demoraba su renuncia, las dos CGT y la CTA convocaron
a un paro general para el viernes 21, posteriormente levantado
cuando se concretó la renuncia del presidente. Espontáneamente
varias fábricas pararon en la tarde y noche del jueves 20
y el viernes 21. El transporte estaba también parando en
la noche del 20. Si De La Rúa no renunciaba, la huega general
del 21 tenía claras tendencias a ser activa. Se hubiera
desarrollado el frustrado “cuarto acto” de las jornadas
revolucionarias, con la perspectiva de una semi-insurrección
del tipo de la que aconteció en el Cordobazo.
10. Considerada en un sentdio amplio, la independencia de clase comprende
la conquista de nuevas instituciones de autoorganización
para la lucha, un programa obrero que sea adoptado por sectores
cada vez más amplios que permitan conquistar a los trabajadores
la hegemonía en la alianza obrera y popular e, indisolublemente
ligado a esto, la construcción de un partido de trabajadores
revolucionario, socialista e internacionalista, con influencia
de masas, que agrupe a lo mejor de la vanguardia y la juventud
trabajadora y estudiantil.
11. En La Verdad Obrera Nº 94 del 20 de diciembre del 2001, que fue
repartido por miles durante la “Batalla de Plaza de Mayo”,
planteamos los ejes centrales de tal programa obrero de
respuesta a la crisis, aunque, obviamente, sus ejes de acción
deben ser precisados ante los cambios en la situación. También
puede consultarse la Declaración sobre las Jornadas Revolucionarias
en Argentina de la Fracción Trotskista (Estrategia Internacional),
publicada en esta misma edición, escrita a poco de asumido
el gobierno de Duhalde.
12 Este planteo es distinto del que hacía Trotsky a fines de los años
‘30 en EE.UU., cuando las grandes luchas que dieron lugar
al surgimiento de la CIO habían prestigiado a los dirigentes
sindicales y hacían posible la táctica de buscar que “los
sindicatos pesen en la vida política nacional” y sean la
base para la formación de un Partido de Trabajadores de
masas, en el que los revolucionarios lucharían por tratar
que tenga un programa revolucionario desde el vamos, pero
que, si esto no se daba, podrían formar durante un período
parte del mismo buscando desarrollar alas revolucionarias
y pelear la dirección a reformistas y centristas. En Argentina
hoy, el papel abiertamente traidor jugado por las distintas
alas de la burocracia sindical no plantea la posibilidad
de que la vía a la independencia de clase pase por una ruptura
de los sindicatos con el peronismo. Los dirigentes burocráticos
se encuentran fuertemente desprestigiados por su colaboracionismo
con los gobiernos de turno. La dirección de Moyano de la
CGT “rebelde”, que se había represtigiado durante el año
2000 por su oposición a la reforma laboral de De la Rúa,
ha sufrido un proceso de rápido desgaste por sus sucesivas
treguas y su nuevo acercamiento al PJ y a la CGT “oficialista”
de Daer. Esto se expresó ya en la Asamblea Piquetera, cuando
Moyano fue chiflado e impedido de hablar. En la crisis,
se ubicó a la rastra del sector “productivo” de la burguesía,
siendo el vocero más entusiasta de la salida devaluatoria,
lo que le ganó aún mayor enemistad entre los sectores medios
en los que nunca gozó de popularidad, que veían que esa
medida iba a ir en su contra. Luego de ser uno de los más
entusiastas defensores del fugaz gobierno de Rodríguez Saá,
ahora ha señalado su apoyo al gobierno de Duhalde y sus
aliados del “grupo productivo”.
De Gennaro y la CTA tienen su peso fundamental entre estatales y docentes.
Aunque su desprestigio es menor que el de Daer y Moyano,
su rol ha sido tan traidor como el de éstos. Estuvieron
completamente ausentes en las jornadas revolucionarias de
diciembre y participaron de la ultrarreaccionaria “mesa
de diálogo y concertación” auspiciada por el gobierno, la
Iglesia y las Naciones Unidas. No se puede descartar, sin
embargo, que se vea obligado a tomar una actitud más opositora
debido a los ataques que anuncia el gobierno a estatales
y docentes, su base. Estratégicamente, la CTA se prepara
para ser base de un proyecto de tipo frentepopulista, del
que el Frente Nacional contra la Pobreza (FRENAPO) puede
actuar como embrión.
Es evidente que a ninguno de estos dirigentes puede hacerse un llamado
a formar un Partido de Trabajadores. Tampoco hay dirigentes
burocráticos de menor nivel que estén expresando una política
sustancialmente distinta a la de sus líderes, aunque en
la base de la CTA hay cierto descontento por la actuación
vergonzosa del día 20 de diciembre.
13 Peor aún cuando, a principios de los ‘90, el PO participó durante
más de un lustro en el engendro semiburgés y semireformista
del Foro de San Pablo junto al terrateniente Cárdenas, el
PT de Lula, etc |