El año
pasado estuvo plagado de hechos dramáticos para América
Latina, particularmente para Sudamérica (pues debe
diferenciarse la situación y los ritmos a ambos lados
del Canal de Panamá, ya que al norte prima una mayor
estabilidad y alineamiento con Estados Unidos).
Inaugurado por las jornadas revolucionarias de Buenos Aires
doce meses atrás, el año se cierra con dos
acontecimientos como son la llegada de Lula al gobierno
de Brasil, generando amplias expectativas no sólo
dentro del gigante sudamericano, sino también más
allá de sus fronteras; y la nueva crisis venezolana.
En el curso de doce meses, importantes fenómenos
políticos y de lucha de masas recorrieron a muchos
de los países de la subregión. Baste recordar
el intento de golpe en Venezuela y su derrota a manos del
levantamiento de masas del 13 de abril; las grandes movilizaciones
que frenaron los intentos privatizadores en Perú
y Paraguay; el ascenso de frentes populistas y reformistas
en Brasil, Ecuador y Bolivia reflejando el profundo descontento
entre la población.
El primer semestre mostró un salto en el proceso
de desestabilización regional que venía avanzando
en el último trienio, desde el año 2000, a
través de las convulsiones económicas y políticas
en una serie de países del Cono Sur y de la Región
Andina. Argentina fue la expresión más elevada
de este salto. Con el estallido del Plan de Convertibilidad
y la caída de De la Rúa ante el levantamiento
de masas, mostró las potencialidades revolucionarias
que se abren si los trabajadores y el pueblo irrumpen en
la aguda crisis económica y política regional.
Los temblores financieros de mediados de año en Brasil,
amenazando romper el equilibrio inestable del gigante sudamericano,
mostraron que esta desestabilización tendía
a envolver toda la región.
Sin embargo, el péndulo político que había
sido empujado violentamente a izquierda a inicios de año,
sufrió una oscilación inversa en la segunda
mitad del 2002, ya que la burguesía y el imperialismo
tratan de torcerlo lo más posible hacia la derecha
para restablecer el equilibrio amenazado o quebrado. Esto,
tanto por medio de una política de contención
democrática y desvíos electorales, apoyándose
en los líderes reformistas y populistas; o, paralelamente
a esta tendencia predominante, mediante salidas bonapartistas,
como en Colombia, con el gobierno de fuerza
de Uribe. Como mostró en Venezuela el fracaso del
golpe de abril, esta vía resulta hoy demasiado riesgosa
para la clase dominante, y no puede descartarse que termine
provocando una contraofensiva superior de las masas (por
ello prefieren alguna vía institucional
para lograr la salida de Chávez como orientación
para el paro actual).
Por otra parte, en Argentina, a pesar de la gran efervescencia
social y política y la actividad de una amplia vanguardia,
no se registraron nuevas acciones de masas comparables a
las de diciembre, ni tampoco en otros países se reeditaron
luchas como la del primer semestre.
El año se cierra así, teñido por el
esfuerzo de la burguesía y el imperialismo para contrarrestar
las tendencias a nuevas convulsiones económicas,
sociales y políticas. Un intento que está
lejos aún de haberse consolidado, pues debe remarcarse
el carácter fluido, transitorio, de la coyuntura
política regional, cuyos contornos aun no se han
decantado (recién asume Lula en Brasilia y la crisis
venezolana no se ha resuelto).
Las
tendencias profundas
Los
tres grandes fenómenos políticos que signaron
el año han sido entonces, la tendencia a la irrupción
revolucionaria de las masas, prefigurada en Buenos Aires;
la tendencia a enfrentamientos más abiertos entre
revolución y contrarrevolución anunciada en
Caracas; y el fortalecimiento del reformismo democrático,
cuyo mejor ejemplo es Brasilia, como intento de prevenir
convulsiones superiores de la lucha de clases mediante políticas
de aggiornamiento del régimen, pactos
sociales y compromisos con el gran capital y el imperialismo.
Por esta vía, los reformistas en el gobierno o en
el llano se aprestan a cumplir como función política
general, la de adecuar los regímenes políticos
burgueses a las nuevas relaciones de fuerza y a las nuevas
condiciones generales dictadas por la crisis estructural,
canalizando y descomprimiendo el malestar obrero
y popular en los marcos de la democracia (Lula,
Gutiérrez, Evo), jugando todo su peso para contener
en los momentos más álgidos de la crisis al
movimiento de masas (como el Frente Amplio en Uruguay),
o buscando fortalecerse para reconstruir la democracia
(como en Argentina desde el ARI hasta la CTA).
Si bien esta última tendencia es la que tiñe
hoy con más fuerza el momento político en
Sudamérica, las anteriores no han desaparecido de
escena. Dado el carácter transitorio e inestable
de la coyuntura, no pueden descartarse giros bruscos, mayores
roces con el imperialismo, nuevas conmociones económicas
y políticas, así como embates de masas.
Coyuntura
política y crisis estructural
Hay
una discordancia de fondo entre la coyuntura política,
teñida por los esfuerzos de reestabilización,
tanto con el reformismo democrático como,
secundariamente, mediante salidas conservadoras o bonapartistas;
y la naturaleza y profundidad de la crisis estructural o
general que recorre la región, aunque naturalmente
con diversos grados de maduración en los distintos
países.
En esta edición de Estrategia Internacional se analizan
tres procesos políticos claves: Argentina a un año
de las jornadas revolucionarias, Venezuela y la nueva ofensiva
de la contra proimperialista, y Brasil ante
el gobierno de Lula.
Debe destacarse la importancia crucial del proceso brasileño
hoy. Dada la importancia y peso del país y las expectativas
que genera un gobierno de Lula y el PT (un fenómeno
de impacto internacional), es el gran campo de pruebas del
proyecto reformista y se ha convertido en el fiel de la
balanza sudamericana. Nuestros camaradas de Estrategia Revolucionaria
realizan un detallado análisis del nuevo gobierno
del Planalto y sus perspectivas.
Incluso en Brasil las contradicciones económicas,
sociales y políticas son demasiado grandes como para
que el proyecto reformista de redemocratización
y humanización del capitalismo semicolonial
tenga resultados duraderos.
La situación de estos tres países, muestra
las grandes dificultades que la burguesía y el imperialismo
deberán enfrentar para lograr una reestabilización
consistente y duradera en América del Sur.
Es que se trata del proceso de maduración de una
crisis nacional general en una serie de países
sudamericanos que, poniendo a la región ante una
nueva encrucijada histórica, plantean objetivamente
el horizonte de la revolución latinoamericana.
I
La
dialéctica del capitalismo latinoamericano en los
90
La década
pasada, que puede considerarse el auge del ciclo neoliberal
fue una fase de recomposición de cierto equilibrio
-relativo e inestable- de las formaciones sociales latinoamericanas.
El concepto marxista de equilibrio capitalista permite analizar
la dinámica de una formación social capitalista
(o un conjunto de ellas, o el sistema capitalista mundial
como tal) como una totalidad orgánica, integrando
los diversos aspectos de la misma la economía,
los antagonismos sociales y la evolución de la lucha
de clases, la esfera de lo político, el Estado y
las relaciones internacionales-, su interacción dialéctica
y sus tendencias (a menudo contradictorias) para comprender
la dinámica de conjunto.1 Lo característico
del proceso histórico de los países latinoamericanos,
ante todo debido a su condición semicolonial, es
la extrema fragilidad con que el equilibrio orgánico
se rompe, la violencia de sus rupturas y los bruscos giros
entre momentos de restauración y ruptura del mismo.
Así,
la historia regional tiende a ser una cadena de crisis sucesivas,
separadas por cortas fases de estabilidad y expansión
tras las cuales la descomposición del equilibrio
replantea en toda su agudeza los límites del capitalismo
local.
Del equilibrio inestable de los 90... al ocaso del
ciclo neoliberal y la apertura de una crisis
general
Se está
desintegrando el equilibrio inestable que predominó
durante la primera parte de la década pasada, bajo
una combinación de circunstancias locales e internacionales
bastante excepcionales, tanto a nivel internacional (curso
de la economía mundial y disponibilidad de capitales
dispuestos a fluir al mundo semicolonial, fortalecimiento
relativo del imperialismo) como regionales (una serie de
derrotas y reflujo de las masas, condiciones económicas
para una recuperación tras la década
perdida de los 80, alineamiento de las burguesías
nacionales con el plan imperialista, etc.).
Sobre esta base se abrió un nuevo ciclo de afluencia
de préstamos y capital extranjero, permitiendo una
reestructuración y modernización relativa
del capitalismo semicolonial latinoamericano. El contenido
fundamental de este proceso puede definirse como un vasto
programa de contrarrevolución económica ,
social y penetración imperialista. Sobre esta base
se sostuvo el dinamismo de la acumulación capitalista
y las altas tasas de ganancia que atraían al capital
extranjero y permitían ampliar el consumo de las
capas medias.
Políticamente, la ofensiva del capital se apoyó
en la extensión de la democracia burguesa como forma
privilegiada de dominación, gracias al retroceso
de la lucha de clases y el consenso en el bloque burgués-imperialista.
La democracia fue un importantísimo punto de apoyo
político para ampliar la base social de sus planes
tras la promesa de una salida a la larga crisis latinoamericana
a través del mercado en democracia.
Estas condiciones comenzaron a disgregarse en la segunda
mitad de la década. A partir de 1998 en que
comenzaron a sentirse los efectos de la crisis económica
detonada en el Sudeste asiático, la situación
internacional comenzó a volverse contra América
Latina, que como parte de la periferia mundial capitalista
sufrió de manera agudizada las crecientes dificultades
de la economía mundial.
Al mismo tiempo, el deterioro de los regímenes políticos
en que se había apoyado la ofensiva neoliberal y
la decadencia de sus representantes más conspicuos
y la lenta pero importante recuperación del movimiento
de masas en varios países socavaron el equilibrio
formado en la fase previa.
La disgregación del equilibrio capitalista en varios
países de Sudamérica (Argentina, Paraguay,
Venezuela, etc.) y el fracaso del programa neoliberal para
destrabar el desarrollo regional, empujan a una nueva situación
de bloqueo una encrucijada histórica
comparable a las que vivió América Latina
en momentos tales como los años 30, la segunda
posguerra o los 70-, de la que no parece posible salir
por los medios normales de la clase dirigente, al menos
sin atravesar un período de grandes convulsiones
económicas, sociales y políticas. El contenido
esencial del proceso, tomado en su conjunto, es que están
desplegándose las premisas de una crisis política
general, según la definía Lenin2, como
prerrequisito objetivo de un proceso revolucionario3.
II
El
ALCA y las relaciones con el imperialismo
En esta
situación de crisis, las negociaciones del ALCA,
que deberán conducir al establecimiento de una zona
continental de libre comercio hacia el 2005,
son el tema decisivo de las relaciones entre el imperialismo
norteamericano y América Latina y está conduciendo
a crecientes roces y regateos, particularmente por parte
de Brasil y Venezuela. Que Estados Unidos y Brasil hayan
asumido en esa reunión la presidencia compartida
de la decisiva fase de discusiones que se extenderá
durante los próximos dos años, no implica
que las diferencias puedan dirimirse facilmente y que el
Acuerdo vaya a marchar sin grandes tropiezos.
Es que está sobre el tapete una redefinición
estratégica de las relaciones de Latinoamérica
con el imperialismo norteamericano y desde el punto de vista
de las relaciones internacionales, el estado de los lazos
con el mismo es evidentemente un componente decisivo de
la estabilidad burguesa en la región.
El proyecto del ALCA es expresión del más
ambicioso plan de colonización imperialista sobre
América Latina desde que EE. UU. culminó su
despliegue en la región como potencia hegemónica
luego de la Segunda Guerra Mundial. El objetivo más
general del imperialismo es reorganizar su patio trasero
como un punto de apoyo en su lucha por reafirmar su hegemonía
mundial y contener a sus socios-rivales imperialistas de
Europa y Japón, que han ocupado en los últimos
años importantes posiciones en las economías
latinoamericanas.
En esencia implica conquistar un acceso privilegiado del
capital norteamericano a los mercados, la mano de obra barata
y los recursos de toda la región, y una nueva y profunda
reestructuración de las economías latinoamericanas
en función de las necesidades imperialistas. De ello
es un antecedente el TLC (acuerdo de libre comercio entre
EE.UU., México y Canadá) que está convirtiendo
a México en una dependencia de la poderosa economía
norteamericana, y gravitando con fuerza sobre América
Central y el Caribe.
Bajo
Bush, la estrategia de conformar un bloque americano
está experimentando un nuevo impulso con el proceso
del ALCA, con acciones tales como la aprobación del
fast track por el Congreso norteamericano, que
viabilizó el reciente acuerdo bilateral con Chile,
el Plan Puebla Panamá, y otras medidas.
Por supuesto, el proceso no es sólo económico:
implica un salto en el control político y militar
por el imperialismo.
Las medidas políticas y militares promovidas en el
marco de la guerra contra el terrorismo y el narcotráfico
a escala mundial por Washington, se expresan en el renovado
intervencionismo en Colombia o Venezuela y en la presión
sobre Cuba. La política de mayor presencia militar
(la multiplicación de ejercicios conjuntos)
y bases permanentes (El Salvador, Curaçao, Ecuador),
la política de asentar la preeminencia de las instituciones
norteamericanas en los más diversos temas (narcotráfico,
legislación comercial, de patentes e inversiones,
etc.), el secante control tecnológico y la supervisión
por agencias norteamericanas (DEA, FBI) o internacionales
(BM, BID) de los más diversos aspectos de las políticas
internas de los estados, son complementarias a las necesidades
de un mayor control económico y expresiones ominosas
del salto en la colonización.
La crisis de América del Sur y la ofensiva internacional
de EE.UU.
En contraste
con una situación internacional signada por el intento
norteamericano de reafirmar su dominio mundial mediante
la cruzada contra el terrorismo y los aprestos
de guerra contra Irak, Sudamérica se ha transformado
en un área de desestabilización con la que
Washington debe lidiar y que puede complicarle los planes
en el futuro próximo.
En efecto, la subregión se ha convertido un rosario
de eslabones débiles en la cadena imperialista y
no sólo por la magnitud de sus crisis económica
y política, sino por la creciente resistencia a los
planes imperialistas.
El conflicto con Venezuela, en momentos en que el precio
del petróleo es un punto candente, es una muestra.
Recomponer la estabilidad y profundizar el control de la
región que históricamente ha considerado su
patio trasero es un problema crucial para los
objetivos mundiales del imperialismo yanqui, como muestra
su presión para imponer el ALCA o la abierta injerencia
en Venezuela, Colombia y otros países. Pero en este
camino choca con la crisis de sus agentes más incondicionales,
el giro en la relación de fuerzas más general
y el ascenso de masas regional.
Estados
Unidos necesita incrementar el saqueo de América
Latina
Por
otra parte, no es la buena salud del capital
norteamericano sino más bien sus dificultades lo
que ha dado renovado impulso al ALCA. La economía
de EE.UU. acumula enormes déficits comerciales y
necesita una mayor succión de capitales de todo el
mundo para mantener su equilibrio. Enfrenta además
una tenaz competencia comercial y financiera por parte de
Europa y Japón.
Al mismo tiempo, América Latina es la única
región con la que EE.UU. mantiene un intercambio
comercial favorable y de la cual recibe un importante flujo
de capitales fugados. Durante la última
década la economía estadounidense ha recibido
cerca de un billón de dólares en beneficios,
pagos de intereses, royalties, y otras transferencias provenientes
del Sur del Río Grande4.
Todo esto lo empuja a exacerbar el saqueo comercial y financiero
a las semicolonias latinoamericanas, exigiendo el cumplimiento
de compromisos financieros, forzar nuevas oportunidades
de negocios para sus corporaciones, y ampliar su acceso
a estos mercados.
Al mismo tiempo que drena ingentes recursos de América
Latina buscando paliar sus propias dificultades financieras
y su déficit comercial, el imperialismo norteamericano
tiene poco que ofrecer bajo la bandera del libre comercio
panamericano. Por eso, mientras presiona para lograr la
total apertura de las economías latinoamericanas,
se niega a abrir sus propios mercados e incluso levanta
nuevas y elevadas barreras proteccionistas que, como en
la rama de ciertos alimentos, acero, textiles y otras, afectan
directamente a las exportaciones latinoamericanas, lo que
promete complicar toda negociación.
En estas condiciones el avance del ALCA y las demás
iniciativas norteamricanas hace prever la oposición
de importantes sectores de masas, así como crecientes
roces y fricciones con algunas de las burguesías
de la región que, como la brasileña, esperan
regatear mejores condiciones y lograr garantías para
su subordinación al proyecto norteamericano.
El
posicionamiento de Brasil
De ello
da muestra el New York Times: un gobierno de izquierda
del PT y una administración republicana conservadora
en Washington pueden transformarse en una combinación
volátil... Los dos lados están en desacuerdo,
a veces acentuadamante, en cuestiones que van del ALCA a
Fidel Castro... o el conflicto en Colombia.5 En efecto,
a pesar de la insistencia en mantener buenas relaciones,
de la voluntad política de Lula de lograr un compromiso
con EE.UU. y de la cautela hacia el mismo que manifiesta
el gobierno de Bush, es evidente que hay poderosos intereses
materiales en juego difíciles de conciliar. La venta
de petróleo brasileño al jaqueado Chávez
es un ejemplo de los potenciales roces que pueden suscitarse.
La política de Itamaratí de reflotar el Mercosur
y postularse como líder sudamericano
para discutir desde una mejor relación de fuerzas
con EE.UU. encuentra nuevo impulso con el gobierno de Lula.
Éste ya ha anunciado su intención de revitalizar
el acuerdo del Mercosur, para poder oponer a los norteamericanos
un bloque sudamericano en las negociaciones.
Esta política no se opone al ALCA pero busca mejores
condiciones para la inserción brasileña en
el mismo. Para Brasil se trata de limitar los peligros,
aprovechar las oportunidades del futuro bloque continental
y lograr que Washington reconozca en Brasilia a un interlocutor
privilegiado y a un poder regional cuyos intereses
deben ser respetados.
La
disgregación del Consenso de Washington
Mientras
Estados Unidos pretende acelerar la negociación del
ALCA, se descompone el llamado Consenso de Washington,
que condicionó las relaciones continentales desde
hace más de una década, expresando los términos
del pacto semicolonial que aceptaban en su conjunto
las burguesías latinoamericanas para beneficiarse
del ingreso de capital extranjero.
Los términos fundamentales de ese consenso:
apertura, privatizaciones, garantías a la inversión
extranjera, etc., ya no reúnen las condiciones de
legitimación social y política ni recrean
las expectativas de crecimiento económico de principios
de los 90. Tienden a primar la polarización,
indefinición y regateos en los términos de
la subordinación a EE.UU. de lo que da cuenta la
prensa al hablar de un eje Brasilia-Caracas-La Habana
dispuesto a contrapesar ciertas imposiciones norteamericanas.
Esta polarización regional pone en discusión
los marcos que regirán en el próximo período
las relaciones entre Estados Unidos y su patio trasero.
Es que un salto en la colonización regional y
como decía Lenin, la condición semicolonial
es una relación dinámica6, cambiante- significa
discutir un nuevo pacto semicolonial que modifique los términos
económicos y políticos de la relación
con el imperialismo hegemónico.
Si bien es cierto que la fortaleza relativa del poder imperial
y el servilismo de las clases dominantes locales para
las que el ALCA aparece como una opción estratégica
obligada- le abren un importante espacio a sus planes, no
es menos cierto que estratégicamente, reorganizar
a todo el continente bajo un control más absoluto
de sus monopolios es una tarea superior a las verdaderas
fuerzas de que dispone Norteamérica y puede terminar
provocando una desestabilización aún mayor.
La presión de Washington puede terminar actuando
como el aprendiz de brujo de la leyenda y detonar
fuerzas que escapen a su control.
III
La
crisis económica
Los
alertas de CEPAL sobre el riesgo de una crisis sistémica
y el reconocimiento de que ya se está cumpliendo
una nueva media década perdida de estancamiento
comparable a los años 80, no son más
que una tardía y tímida constatación
de las proporciones de la crisis latinoamericana. Tras una
de las recesiones más prolongadas y severas en largos
años, es previsible que al menos en una serie de
países se produzca cierta recuperación. De
hecho, tras la caída en términos absolutos
del año pasado, se pronostican modestos índices
de crecimiento para el 2003. Sin embargo, una recuperación
así no constituye por sí misma base suficiente
para una nueva fase expansiva de largo aliento. Las fluctuaciones
cíclicas recesiones o recuperaciones- de la
coyuntura son inherentes a la economía capitalista,
pero la dinámica de las tendencias básicas
que sigue la curva del desarrollo capitalista local muestra
que el esquema de acumulación el llamado ciclo
neoliberal- que maduró en la región
durante los últimos lustros está agotándose
y que reemerge en sus problemas estructurales la decadencia
histórica del capitalismo latinoamericano.
La
recesión
Desde
hace cuatro años, América Latina y con
mayor crudeza la mayoría de los países sudamericanos-
atravesó por una dura recesión, que en el
caso de Argentina, Paraguay o Uruguay ha terminado por transformarse
en depresión abierta. Nuevamente es necesario aquí
introducir la diferencia de carácter relativo-
entre aquellos países que han logrado una inserción
más estrechamente vinculada al imperialismo por distintas
vías, como México o Chile en un polo, y la
mayoría de los países sudamericanos más
gravemente deprimidos.
Según CEPAL: Las economías de América
Latina y el Caribe cayeron en un 0.5% en 2002. Con este
resultado, el PIB per cápita de este año se
situó por debajo del nivel de 1997, completando media
década perdida. El promedio regional estuvo
marcado por las economías de América del Sur,
especialmente Argentina, Uruguay y Venezuela, pero el bajo
dinamismo fue generalizado en prácticamente toda
la región. La tasa de desocupación de la región
alcanzó un máximo histórico de 9.1%
de la fuerza de trabajo, a pesar de un aumento importante
del empleo informal. Las condiciones sociales se deterioraron
concomitantemente, y en 2002 hubo 7 millones de latinoamericanos
y caribeños que engrosaron las cifras de pobreza
de la región. El contexto externo desfavorable fue
determinante para los malos resultados económicos.
7
A la
magnitud alcanzada por esta recesión contribuyen
tres elementos decisivos: la crisis económica internacional
(provocando fuertes tendencias a la baja en los precios
de la mayoría de las materias primas que exporta
América Latina, aunque los precios del petróleo
suban debido a las amenazas de guerra contra Irak y la crisis
venezolana); las crecientes dificultades de la economía
norteamericana (que hacen que EE.UU. no pueda cumplir el
papel de locomotora de la economía mundial,
ni su crecimiento arrastre a las economías
latinoamericanas que dependen en amplio grado del mercado
y los capitales norteamericanos), lo que unido al débil
crecimiento en Europa y el estancamiento japonés
deprime las posibilidades comerciales de América
Latina; y los mercados internos comprimidos y con la mayoría
de los nichos atractivos para el capital extranjero ya ocupados,
por lo que el flujo de nuevos préstamos o inversiones
directas se ha ido reduciendo, mientras crece la salida
de recursos para el pago de la deuda externa y en otros
conceptos.
Adicionalmente,
la sincronización de la crisis regional impide que
las economías más grandes contrapesen la crisis
de las más debilitadas (como actuó el Mercosur
a mediados de los 90, donde el dinamismo de la economía
brasileña arrastró a la Argentina y a todo
el Cono Sur).
Esto no niega la posibilidad de una recuperación,
de hecho hay síntomas de reanimamiento, sin embargo,
las perspectivas para el 2003 siguen siendo muy limitadas.
Crisis
del esquema de acumulación
Más
allá de las oscilaciones de la coyuntura, la perspectiva
de una nueva década perdida muestra el
agotamiento del patrón o esquema de acumulación
que se fue conformando en el período anterior, como
intento de escapar a la crisis del llamado modelo
de sustitución de importaciones o de crecimiento
hacia adentro que se hundió definitivamente
con la crisis de los años 70.
De ello da cuenta el estallido del Plan de Convertibilidad
en Argentina, luego de que este país fuera uno de
los mercados emergentes modelo en los 90,
llegando al extremo en las privatizaciones, la apertura
y la desnacionalización de la economía. Este
no ha sido un hecho aislado, sino expresión acabada
de las contradicciones a que conduce el plan neoliberal
y marca un punto de inflexión en la crisis.
Al diluirse las condiciones internacionales que caracterizaron
los años 90 permitiendo una afluencia masiva
de capitales a la región, se plantea la perspectiva
de un contraciclo de reflujo de capital hacia
los centros, provocando el cortocircuito las
principales desproporciones del esquema vigente, al debilitarse
uno de sus sustentos decisivos.
Al mismo tiempo, los altísimos niveles de explotación
impuestos al proletariado y la expoliación del excedente
local por el gran capital nacional y extranjero, son insuficientes
para sostener las necesidades de la reproducción
ampliada en los términos actuales o para atraer un
nuevo flujo en gran escala de inversiones y préstamos.
Por otra parte, el giro en la relación de fuerzas
general, a nivel social y político, cuestiona las
posibilidades del capital de imponer una nueva reestructuración
y nuevos términos de explotación, sin enfrentar
el riesgo de una contraofensiva obrera y popular.
En estas condiciones:
El nivel del endeudamiento externo se hace insostenible,
pues alcanzando los 750.000 millones de dólares -una
suma superior al PBI de Brasil o de México- impone
desorbitantes compromisos de pago anuales, al mismo tiempo
que se restringe el acceso a nuevos créditos. La
suspensión de pagos de Argentina y otros síntomas,
como las dificultades financieras de Brasil, plantean la
posibilidad de una nueva crisis de la deuda
de dimensiones internacionales.
El mayor deterioro de los términos del intercambio
comercial agrava esta situación, al restringir los
ingresos latinoamericanos y dificultar la obtención
de excedentes comerciales con que equilibrar la salida neta
de recursos financieros. La dependencia de importaciones
de alto valor agregado y la rigidez de las mismas, tiene
por contrapartida un crecimiento lento de exportaciones
de materias primas y productos poco elaborados, cuyos precios
tienden a la baja (salvo el petróleo, dada la crisis
en el Golfo Pérsico).
El esfuerzo exportador al que se orientó
la reestructuración capitalista de los 90,
realizado a costa de una apertura económica
sin precedentes, como muestran los persistentes saldos comerciales
negativos de la mayoría de los países latinoamericanos
ha fracasado. Esto que impide compensar la necesidad de
financiamiento externo y sostener el dinamismo de las economías
regionales, demuestra la frustración en la búsqueda
de una reinserción internacional ventajosa
a la que habían apostado las burguesías locales.
La depresión del mercado interno, agravada por las
políticas recesivas que se ven obligados a implementar
los gobiernos para sostener sus compromisos financieros
y satisfacer las exigencias de los grandes grupos capitalistas,
la banca y los acreedores externos, luego de los profundos
cambios de la década pasada, impide que el mercado
doméstico pueda compensar al menos en parte las dificultades.
El nivel de consumo de las masas se halla constreñido
por la caída de los ingresos, el alto nivel de desempleo
y subempleo, el estrechamiento del mercado que pueden proporcionar
las capas medias y la caída de las inversiones públicas
y privadas. Por otra parte, en el esquema actual toda reactivación
del mercado interno refuerza la necesidad de importar y
depende del restablecimiento del crédito, es decir,
está estrechamente vinculada al curso del flanco
externo.
Intentos
de salida burguesa a la crisis estructural
En estas
condiciones, no parece haber salidas estratégicas
claras para las economías latinoamericanas, aunque
pesa la tendencia económica hacia la inserción
en el esquema del ALCA, con Estados Unidos como mercado
fundamental. Esta orientación, basada en una profundización
del modelo exportador, propugnada por el FMI y otras
agencias imperialistas y apoyada por importantes sectores
del establishment local, de la cual Chile es presentado
como el modelo8, es esencialmente el curso que
siguen México, Colombia y otros.
Como una variante (más que como una alternativa,
pues no cuestiona la subordinación al proyecto imperialista),
se busca combinar el impulso a las exportaciones con cierta
protección, de hecho, al mercado interno Brasil,
Argentina, etc.-. El plan económico de Lula en Brasil,
cortado a la medida de la gran burguesía paulista,
responde esencialmente a la búsqueda de un compromiso
entre mercado interno y exportaciones, acreedores e industriales,
consumo e inversión, para redinamizar la economía
(en realidad, sin redistribuir la renta, es
decir, sin cambiar la actual relación entre salarios
y ganancias).
Este proyecto, en un país de las dimensiones y características
de Brasil, podría lograr un respiro y aún
cierta expansión de las economías locales,
al poner ciertos límites a la extracción del
excedente regional y a la desarticulación de los
mercados locales. A su vez, esto podría arrastrar
al menos en cierta medida a las otras economías sudamericanas
(como Argentina).
Sin embargo, y aún cuando se dé una cierta
reestabilización económica en el próximo
período, parece difícil relanzar duraderamente
la expansión sobre las bases actuales, sin que medie
un período de estancamiento económico y convulsiones
sociales y políticas.
En última instancia, la crisis estructural muestra
el agotamiento histórico de la curva del desarrollo
capitalista en América Latina. La inserción
dependiente en la economía mundial hace que sufra
las consecuencias agudizadas de la crisis internacional,
ya que como se ha visto más arriba, el imperialismo
desvía una parte creciente de sus dificultades y
costos sobre la periferia.
IV
La
crisis política
La agudización
de la inestabilidad política e ingobernabilidad,
los cortocircuitos en la democracia, que tanto
temen los periodistas y politólogos,
expresan la apertura de una aguda crisis de la dominación
política burguesa, tal como esta se estructuró
en el período precedente.
En la base de la crisis política y sus manifestaciones
particulares está la discordancia creciente entre
la superestructura político-estatal y los tiempos
de la crisis económica y político-social,
lo que origina una crisis orgánica9, una crisis
de autoridad a nivel del Estado en su conjunto.
La situación general expone el fracaso de las clases
dominantes latinoamericanas en los planes y promesas fundamentales
en que basaron su hegemonía durante el último
período: el mercado y la democracia
como vías para superar la crisis de la mano del capital
extranjero. El proyecto burgués condujo a la actual
crisis sin precedentes en todos los terrenos: a la humillación
nacional bajo los dictados imperialistas, a la extrema polarización
social y a las penurias agravadas de esta nueva década
pérdida. Por otro lado, se asiste a la recomposición
de las más amplias capas sociales y al inicio de
un nuevo ascenso de masas, mientras que se fisura el bloque
burgués-imperialista.
Como un elemento de esta crisis, puede anotarse el descrédito
del discurso neoliberal, que fuera el cemento ideológico
privilegiado de la dominación burguesa en el último
período, como muestra el retroceso y fracaso electoral
de los partidos, figuras y coaliciones más directamente
ligados al neoliberalismo en la mayoría de los países
de la región. El discurso mismo del neoliberalismo
está en franca retirada.10
La crisis
del dominio burgués, como expresión específica
en lo político de la disgregación del equilibrio
capitalista, reactúa trabando la gestión
de los negocios comunes por la burguesía y
dificulta que ésta pueda actuar eficazmente sobre
los demás aspectos de la desestabilización
(aplicando a tiempo medidas económicas de fondo,
por ejemplo).
Pero las formas y los órganos de la dominación
burguesa no se adaptan fácilmente a las nuevas condiciones.
Por el contrario, el imperialismo y los establishment locales
ejercen una gran presión conservadora y defienden
con toda su fuerza cada una de las posiciones conquistadas
durante la ofensiva neoliberal, pese al giro
desfavorable en la relación de fuerzas con las demás
clases nacionales.
Por
supuesto, la crisis de dominio muestra diversos niveles
de desarrollo y características en cada caso: Venezuela
es un caso agudo de fractura del estado y el régimen.
La caída de De la Rúa en Argentina fue un
claro ejemplo del impacto de la irrupción de masas,
detonada por el súbito agravamiento de la crisis
económica, en una situación de crisis
orgánica. En Brasil, la burguesía brasileña
aún sin enfrentar un alto nivel de lucha de clases,
debió recurrir a Lula y a un frente popular preventivo,
para negociar en mejores condiciones con Washington y alejar
el riesgo de un estallido a la argentina.
La definición
de crisis orgánica11, implica que se trata de una
crisis de largo plazo que involucra a la totalidad de la
estructura estatal capitalista y sus instituciones de dominio,
a la unidad del bloque dominante y a sus bases sociales,
y genera condiciones de posibilidad más favorables
para la diferenciación política de la sociedad
y que las clases explotadas irrumpan buscando un curso independiente.
Su enorme importancia estratégica reside en que devela,
parafraseando a Lenin, que los de arriba no pueden
seguir viviendo como hasta entonces; es decir, la
existencia de una crisis de una u otra forma, entre
las clases altas, una crisis en la política
de la clase dominante que abre una hendidura por la que
irrumpen el descontento y la indignación de las clases
oprimidas.12
Es posible decir que una situación de crisis orgánica
desarrollada es siempre, desde el punto de vista de las
oportunidades que abre a los explotados, potencialmente
una situación prerrevolucionaria o revolucionaria
(aunque finalmente no se desarrolle en esa dirección).
La definición misma de crisis orgánica indica
que la actividad de las clases dominadas aún no ha
alcanzado el nivel para incidir decisivamente y no son éstas
todavía las que ocupan la centralidad en la escena
con su acción independiente.
V
La
erosión de la democracia burguesa
Las
democracias burguesas latinoamericanas, fuertemente degradadas
por su carácter semicolonial, cristalizaron en los
90 ciertas relaciones de fuerza entre las clases nacionales
y con el imperialismo.
Tras dos décadas de aplicación de planes proimperialistas,
de represión y de entrega a su amparo, la legitimidad
de sus instituciones se ha debilitado ante sectores importantes
de la población y sus posibilidades de amortiguar
las enormes tensiones sociales y políticas se ha
erosionado: la crisis orgánica de la dominación
burguesa se manifiesta en los recurrentes cortocircuitos
de la democracia semicolonial. Allí donde la crisis
se agudiza, sus mecanismos ceden una y otra vez: Argentina,
Paraguay, Ecuador; o bien, quedan profundamente cuestionados
como en Bolivia.
La caída
de un gobierno constitucional en Argentina mediante una
movilización de masas, reeditando en escala ampliada
los acontecimientos de Ecuador (1997 y 2001) tiene una gran
importancia sintomática: el ascenso de masas enfrenta
directamente al régimen democrático burgués
y es en este sentido un punto de inflexión para los
regímenes del continente.
Cada
vez hay menos márgenes para profundizar los planes
proimperialistas con los métodos de legitimación
de la democracia burguesa utilizados durante los 90.
Esto se expresa en el rápido debilitamiento de gobiernos
recién electos, en los reiterados impasses y escándalos
parlamentarios, en la crisis de transiciones
como la peruana o paraguaya, en múltiples fenómenos
de inestabilidad e ingobernabilidad,
en la desintegración de los partidos políticos
y coaliciones que implementaron durante la década
pasada los planes neoliberales.
Más
allá de las diversas situaciones nacionales (basta
comparar México y Argentina, o Chile y Venezuela),
interesa señalar que el cenit de las democracias
latinoamericanas parece haber quedado atrás,
al menos que haya profundas readecuaciones a las nuevas
condiciones generales.
Tendencias
bonapartistas y frentepopulistas
La pérdida
de eficacia de los mecanismos democráticos normales
en el cuadro de crisis orgánica favorece un mayor
grado de autonomía relativa ante la crisis
de autoridad del aparato estatal (político
y militar). Estas condiciones son propicias para la formación
de tendencias bonapartistas: que surja un árbitro
inapelable por encima de las fuerzas de clase
en pugna cuando los antagonismos se revelan irrefrenables,
pero ninguna puede imponerse decisivamente. En este momento,
las mismas surgen por derecha y por izquierda
de la democracia aunque tratando de mantenerse bajo su envoltura.
De una parte, Venezuela muestra con Chávez el resurgir
de un proyecto populista y apoyado en las FF.AA., emparentado
con los gobiernos de tipo bonapartista sui generis de izquierda,
que florecieron en América Latina por largas décadas,
desde la crisis del 30.13 Su objetivo es amortiguar
la crisis mediante reformas políticas limitadas,
regateando con el imperialismo y apoyándose en el
movimiento de masas. La crisis del chavismo muestra los
estrechos límites para reeditar ese tipo de gobiernos
en las actuales condiciones de crisis económica,
social y política.
Por otra parte, en Colombia el gobierno de fuerza
de Uribe expresa la tendencia a bonapartismos contrarrevolucionarios,
apoyado en el aparato militar y el respaldo imperialista,
con base social en el giro a la derecha de las capas medias
y elementos fascistizantes, como el reclutamiento de miles
de civiles para la represión. Esta salida plantea
también dificultades para la burguesía y el
imperialismo, pues puede terminar provocando contraofensivas
de las masas.
El otro gran fenómeno político que se registra,
es el desarrollo de movimientos frentepopulistas de carácter
democrático y preventivo, cuyo mayor exponente es
el gobierno de Lula. Como muestra el caso de Gutiérrez
en Ecuador (y el propio Chávez), bonapartismo
populista y frentepopulismo democrático
están estrechamente ligados, aunque su mecánica
política, su relación con las instituciones
estatales el ejército- y con el movimiento
obrero y de masas no sea idéntica.
La clave común es el carácter preventivo,
pues surgen en condiciones de crisis general, pero en ausencia
de un auge revolucionario de masas (en fases más
maduras, naturalmente, surgirán fenómenos
más clásicos) y con la expresa
tarea de evitar su desarrollo (así el propio Chávez
consideraba su misión histórica evitar
la guerra civil entre venezolanos y Lula es presentado
como el hombre capaz de unir a los brasileños).
VI
Fluidez
de las alianzas de clase
Si en
los años 90 fueron un rasgo importante las
alianzas reaccionarias de clase bajo la hegemonía
del bloque burgués-imperialista, que llegaron a arrastrar
no sólo a las capas medias, sino a importantes franjas
de trabajadores, hoy la distribución de las fuerzas
sociales está cambiando radicalmente.
La crisis afecta a todas las clases y capas sociales, cuyas
relaciones entran en un estado de fluidez, desplazamientos
en la disposición de fuerzas sociales objetivas (que
está conduciendo a nuevas alianzas de clase), y diferenciación
política. Los fenómenos (de carácter
intermedio, difusos e inmaduros) que recorren el panorama
de las clases son expresión de que se transitan todavía
las fases iniciales del proceso de escisión de la
sociedad en campos antagónicos.
Fisuras
interburguesas
En la
clase dominante se están produciendo fracturas de
importancia estratégica, pues señalan el fin
de la relativa unidad burguesa e imperialista que predominó
durante los 90 y la disputa abierta de camarillas
y fracciones de capitalistas por intereses sectoriales.
Si bien el entrelazamiento de intereses entre los capitales
locales e imperialistas dio un salto enorme en la década
pasada (como revelan la relación de los burgueses
locales con el endeudamiento externo, los lazos en la propiedad
de empresas, la dependencia tecnológica, comercial
y financiera respecto de las transnacionales, etc.), los
intereses de las burguesías locales agentes del imperialismo
y los de éste no son homogéneos. La crisis
y la presión imperialista reabren roces y fisuras,
tendiendo a conformarse dos polos, unidos sin embargo por
la común necesidad de extremar la extracción
de plusvalía al proletariado y por la relación
con el capital extranjero bajo una u otra modalidad:
Por un lado, el que se ha dado en llamar financierizado
o neoliberal (las fracciones de la gran burguesía
cuyos intereses más importantes están en el
nivel financiero, núcleos de grandes exportadores,
terratenientes, representantes de los acreedores externos).
Por otro lado, el llamado polo productivo o
proteccionista, que busca preservar ciertos
márgenes para su acumulación amenazada por
la crisis y la voracidad de las finanzas y el imperialismo.
(grandes sectores exportadores y ligados al mercado interno,
fracciones burguesas no monopolistas arruinadas).
Estas fracturas emergieron abiertamente en Argentina desde
el año 2000 con las divisiones del establishment,
se expresan hoy en Brasil con las orientaciones opuestas
de la gran burguesía mercadointernista y exportadora
de Sao Paulo y Minas Gerais defendiendo un programa
neodesarrollista y apoyando al frente popular
lulista-, y sectores financieros y de los grandes terratenientes
del Nordeste, presionando por un programa más incondicionalmente
aperturista y neoliberal.
Las grietas en el bloque burgués se expresan de diversas
formas en Bolivia, Venezuela, Uruguay, o Perú.
El
protagonismo político circunstancial de las capas
medias
Las
capas medias que conocieron una notable expansión
en los 90-, son la base social fundamental de las
democracias latinoamericanas y constituyeron
el núcleo de las alianzas reaccionarias en que se
apoyó el programa neoliberal. La actual
crisis amenaza directamente su situación social,
polarizándolas entre una minoría enriquecida
y amplios sectores amenazados por la pauperización.
La situación pone en movimiento a los estratos medios
y los empuja a un nuevo protagonismo político (que
por su naturaleza social puede ser errático e inestable),
que las convierte en actores de los más diversos
fenómenos, sean reaccionarios (como en Colombia o
Venezuela), reformistas (como en Brasil o Uruguay), o progresivos
(como en las Jornadas Revolucionarias en Argentina).
Su comportamiento no es homogéneo. Sectores de la
clase media son base social tanto de la oposición
gorila en Venezuela como del chavismo (capas pequeñoburguesas
plebeyas, baja oficialidad militar).
La movilización política de las clases medias
(en condiciones de debilidad política burguesa y
escasa presencia del proletariado) tomada en su dinámica,
encuentra una analogía en la crisis de los años
30, que actuó catapultando a la pequeñaburguesía
latinoamericana a la escena política, contribuyendo
a la formación de tendencias nacionalistas, de izquierda
o reaccionarias. Hoy, puede convertirse en la base para
el surgimiento de los más diversos y radicales fenómenos
políticos por derecha y por izquierda; un motor de
la politización general de la sociedad, un factor
de desestabilización para la democracia burguesa
y de crisis para los partidos tradicionales que no pueden
responder a sus demandas.
Formación
de alianzas de clase transitorias
Las
capas medias son un componente clave de las nuevas alianzas
de clase en gestación, polarizadas entre un bloque
conservador, dirigido por el ala más financierizada
del capital y apoyado en los sectores altos de la pequeñoburguesía
y en las nuevas capas medias beneficiarias de la modernización
capitalista; y un bloque neopopulista o reformista
democrático, dirigido por la burguesía
proteccionista, apoyado en amplias capas de
las clases medias urbanas y rurales, y que busca arrastrar,
a través de sus direcciones, a sectores masivos de
la clase obrera y el campesinado, por lo que se inclina
a aceptar cambios políticos limitados que mejoren
su relación de fuerzas. El mejor ejemplo de estas
alianzas de clase es el de Brasil, representado políticamente
por la alianza entre Lula y Alencar. Allí la pequeñoburguesía
provee buena parte del electorado y los cuadros políticos
del PT, mientras que la alianza social que expresa Lula
se basa en el compromiso entre la burguesía,
las capas medias y el trabajo. La clave de estas alianzas
está en la subsunción política del
proletariado, que no ha entrado aún en una fase de
auge. Su carácter transitorio reside en las débiles
bases materiales para responder al descontento de las clases
explotadas y en que la acumulación de experiencia
política por las masas en movimiento es aún
limitada. Su función histórica es, por un
lado, apuntalar los intentos de readecuación del
régimen burgués canalizando en su provecho
el movimiento de masas; y por otro, impedir que surja un
tercer campo independiente: el de la alianza obrera, campesina
y popular, y se consume así la tendencia a la escisión
de la sociedad en campos antagónicos.
VII
Un
nuevo ciclo ascendente de la lucha de clases
En este
escenario social está desarrollándose en América
del Sur un amplio ascenso de masas, motorizado por el agravamiento
sin precedentes de los padecimientos de las masas del campo
y la ciudad.
El mismo, que desde el 2000 alcanzó importantes hitos
en las grandes movilizaciones de masas de los países
andinos (Ecuador y Bolivia), ha dado un salto superior con
las jornadas revolucionarias de diciembre del 2001 en Argentina.
Allí, bajo el embate de las masas cayó el
gobierno constitucional de De la Rúa, detonando los
primeros pasos de un proceso revolucionario, constituyendo
un salto en el ascenso, tanto por trasladar el centro del
mismo a las ciudades y a un país altamente urbanizado
y con fuerte peso proletario, como por la radicalidad misma
de las acciones y el surgimiento de importantes fenómenos
de vanguardia.
Esta tendencia se vio continuada a principios de abril en
Venezuela, cuando un gran levantamiento espontáneo
urbano, obrero y popular, barrió el intento golpista
y abrió las puertas a un importante proceso de movilización
y organización con activas franjas de vanguardia.
La nueva oleada de movilización se continuó
a mediados de año con el triunfo de masas en Paraguay
contra el intento privatizador de González Macchi,
el levantamiento de Arequipa y todo el Sur de Perú
contra la privatización de la energía eléctrica,
la posibilidad -abortada por el FA y el PIT-CNT- de un diciembre
uruguayo y otras luchas de masas.
Sin embargo, esta nueva oleada de movilización que
recorrió la primera mitad del año, fue canalizada
con los triunfos electorales reformistas en Brasil y Ecuador,
con el desvío electoral en Bolivia y el impasse de
la movilización en Argentina que no ha vuelto a registrar
grandes acciones comparables a las de diciembre, a pesar
de la debilidad del régimen político. No obstante,
importantes procesos de lucha continuaron recorriendo la
región: en El Salvador (huelgas y movilizaciones
encabezadas por los médicos y trabajadores de la
salud), Perú (luchas estudiantiles, de maestros y
de empleados) y Bolivia (ocupaciones de tierras, mineros
de Huanuni, efervescencia entre los cocaleros), mientras
que en Venezuela, la nueva prueba de fuerza lanzada por
la oposición con el paro de diciembre volvió
a tensar al extremo la polarización social y política.
Situaciones
prerrevolucionarias y revolucionarias
Los
hitos más avanzados del ascenso se han producido
en situaciones prerrevolucionarias o revolucionarias en
varios países: Ecuador (1997-2000), Bolivia (2000),
Paraguay, Argentina (las Jornadas Revolucionarias). Estos
han sido magníficos logros políticos de las
masas y están conformando un terreno favorable a
un desarrollo superior de la lucha de clases. Por otra parte,
en diversas regiones del campo latinoamericano, el enfrentamiento
social y político alcanzó ribetes de una guerra
civil larvada, intermitente: Colombia, el Chapare boliviano,
Chiapas, el agro paraguayo.
La evolución de la crisis general en Sudamérica
y los movimientos de la superestructura política
son incomprensibles sin estos elementos. Las grandes acciones
históricamente independientes de las masas han conmovido
el orden burgués. Sin embargo, la clase dominante
ha logrado contener o disolver en varios casos mediante
desvíos o derrotas las situaciones más agudas,
al menos temporalmente.
La principal razón objetiva está en que no
hay un auge revolucionario del proletariado, mientras que
políticamente, la responsabilidad recae por entero
en las direcciones reformistas y populistas que han puesto
todo su empeño en recomponer el maltrecho régimen
burgués. Esto quita continuidad al ascenso y amortigua
el desarrollo de las situaciones abiertas por las masas,
ampliando los márgenes de maniobra de la burguesía
y amortiguando el desarrollo del proceso.
Características
del ascenso
El mismo,
que transita sus fases iniciales, se caracteriza por:
Su extensión geográfica, extendiéndose
por el Cono Sur, los Andes, y Venezuela, aunque la tendencia
al aumento en los conflictos y movilizaciones de distinto
orden es mucho más amplia, como muestran desde la
lucha de los campesinos de Atenco en México a la
resistencia de los mapuches en Chile. El giro a izquierda
de las masas en Brasil, es un importante síntoma
que se reflejó, aunque de manera distorsionada, en
el triunfo electoral de Lula y el PT. Esto no niega que
haya países donde predomine la pasividad (Chile)
o se encuentren en una fase defensiva (como Colombia).
La amplitud social y el auge del movimiento campesino e
indígena y los movimientos sociales.
En las primeras fases del ascenso, los explotados y oprimidos
del campo han jugado un gran papel, empujados a la lucha
desde hace una década, bajo la presión de
la reestructuración capitalista en el campo, convirtiéndose
en protagonistas del más extraordinario ascenso campesino
e indígena a escala continental desde principios
de los años 50 y 60. Con ella se combina
el renacer en gran escala de la lucha contra la opresión
racial y cultural de los pueblos originarios y las minorías
negras del agro y de la ciudad.
Diferentes sectores de trabajadores, de pobres urbanos,
de capas medias empobrecidas, de sectores oprimidos social,
cultural o sexualmente protagonizan variadas experiencias
de lucha y organización, aunque muchas veces dispersa,
esporádica o limitada a reivindicaciones sectoriales.
Los movimientos sociales de esta heterogénea
naturaleza son parte de una fase del ascenso en que la fuerza
social ampliamente decisiva de las sociedades latinoamericanas,
el proletariado, no juega un rol independiente, que pueda
centralizar al conjunto de los movimientos. Entre tanto,
son grandes acontecimientos políticos (como un ataque
bonapartista, por ejemplo) y el agravamiento de la situación
económica los que empujan a la convergencia, al menos
circunstancialmente, de las variadas expresiones del movimiento
de masas tendiendo a la unidad obrera y popular.
A ello ayuda el carácter político de la movilización
de masas, que choca directamente contra los planes proimperialistas,
como en Argentina, Bolivia, Perú, Paraguay, Costa
Rica, etc., o al enfrentar intentos reaccionarios, como
en Venezuela. Si bien no se obtienen mejoras económicas
directas, dada la situación de recesión, sí
se han logrado importantes triunfos políticos: desde
derribar a un gobierno constitucional como el de De la Rúa,
o derrotar el golpe de Carmona en Venezuela, a frenar las
privatizaciones en Paraguay o Perú.
Proceso
de recomposición de la subjetividad obrera y popular
Al calor
de la experiencia política y de la lucha de clases,
se ha iniciado un proceso de recomposición que se
refleja en ciertos avances en la subjetividad general de
las masas, aunque la clase obrera no es la clase que mejor
lo expresa. Por tanto, no muestra aún tendencias
claras a la independencia política aunque sí
una mayor diferenciación elemental de clase y un
renacimiento del sentimiento antiimperialista. Este cambio
puede verse en el creciente rechazo a las reformas
neoliberales y a todo intento de profundizarlas;
en el proceso de experiencia con la democracia de
ricos. Como expresión del cambio en el estado
de ánimo general de las masas, se extiende una creciente
politización.
Se avanza
en la radicalización en los métodos de lucha:
recuperando la espontaneidad y creatividad de las masas
y los métodos de acción directa en los paros
activos, los bloqueos de calles y caminos (Argentina, Ecuador,
Bolivia), los paros cívicos o regionales (Colombia,
Perú), el enfrentamiento organizado con las fuerzas
represivas (el Chapare y el Altiplano en Bolivia), hasta
incluir el levantamiento generalizado de la población,
de carácter semiinsurreccional, (Ecuador, Cochabamba,
Arequipa, Buenos Aires, Caracas, etc.).
Surgen formas de organización avanzadas: bajo la
presión de las masas en movimiento se han impuesto
por cortos períodos diversas formas de frente único
para la lucha de las organizaciones existentes, como los
efímeros Parlamentos Populares en Ecuador (centros
organizadores del levantamiento del 21 de enero), a los
Frentes de Resistencia, regionales o Cívicos en Perú
(en la lucha contra Fujimori y en el Arequipazo), o el Congreso
Democrático del Pueblo en Paraguay (que dirigió
el levantamiento contra las privatizaciones). En los procesos
más avanzados han surgido formas que constituyen
embriones, si bien incipientes, de organismos de democracia
directa (de carácter soviético) como la Coordinadora
del Agua en Cochabamba (Bolivia) en abril de 2001.
En Argentina,
los piquetes de desocupados desde los Cutralcazos a Tartagal
y las Asambleas Populares en los barrios surgidas luego
de las Jornadas de diciembre expresaron las tendencias a
la autoorganización en sectores de vanguardia. El
papel de las comisiones internas y las nuevas direcciones
surgidas en el movimiento de fábricas tomadas muestra
los primeros elementos de un poder obrero en germen.
En Venezuela, es sintomático que después de
abril surgieran distintos organismos de vanguardia cuya
ala izquierda tiende a escapar al control del chavismo (Comités
Bolivarianos, Comités de Tierras, etc.).
Estos
fenómenos todavía puntuales o con escasa continuidad,
representan jalones en el aprendizaje de los sectores avanzados,
elementos muy progresivos aunque iniciales en la preparación
subjetiva de la clase obrera y sus aliados. ¿En qué
sentido avanzará la recomposición de la subjetividad?
Es natural que las masas que comienzan a ponerse en movimiento
busquen un punto de apoyo en su memoria histórica,
ante todo, en las tradiciones populistas, nacionalistas
y reformistas. Las corrientes burguesas y pequeñoburguesas
y la burocracia de los sindicatos tratan de contener y moldear
el inicio en la recomposición de la subjetividad,
integrando a los procesos más progresivos bajo las
mediaciones del orden burgués. El ascenso continental
del reformismo y el populismo apunta en esa dirección
y se apoya en el bajo nivel de intervención del proletariado.
Sin embargo, las bases materiales para esta estrategia son
demasiado estrechas, el debilitamiento de los aparatos respecto
al poder que tenían en la posguerra, la agudización
de los antagonismos sociales y de la crisis política,
hacen que sus posibilidades estratégicas sean limitadas.
El signo de la recomposición en la subjetividad de
masas es aún indefinido. Por lo pronto, las experiencias
más avanzadas, si bien puntuales, muy minoritarias,
sigue un curso que choca con la estrategia de las direcciones
actuales y crea puntos de apoyo iniciales para un desarrollo
en sentido revolucionario, si bien éste será
largo, difícil y complejo.
VIII
Situación
y perspectivas del proletariado
La clave
del carácter contradictorio y tortuoso del ascenso
y de la subjetividad en estas primeras fases radica en el
papel secundario que juega todavía el proletariado
latinoamericano. Particularmente sus sectores más
concentrados aún no han entrado en acción.
Esta situación no niega que sectores de la clase
trabajadora hayan jugado un papel importante. Los maestros,
el personal de salud y otros sectores de empleados públicos
han jugado un papel de vanguardia en países como
Colombia donde han protagonizado numerosos paros activos
nacionales o sectoriales-, o en Bolivia, donde en 5 años,
maestros y trabajadores de salud han parado el equivalente
a un año de labores. Sectores de trabajadores estatales
también han sido vanguardia en la lucha contra las
privatizaciones, como en Costa Rica, Paraguay o Perú.
También han sido numerosas las huelgas en la industria
y el transporte privados. Sin embargo, no han significado
un salto en la irrupción del proletariado ni que
éste haya comenzado a imponer su centralidad en el
ascenso. Incluso en Argentina los sectores decisivos del
proletariado, uno de los de mayor tradición a nivel
regional e internacional, no han protagonizado grandes acciones
de conjunto desde la caída de De la Rúa.
La clase obrera, el gigante social de América Latina,
con sus enormes concentraciones de millones de obreros en
Brasil, México y Argentina, se está recuperando
lentamente de una de las situaciones más difíciles
sino la más difícil- de su historia
como clase.
La clase obrera comienza a incorporarse al ascenso desde
un nivel de experiencia práctica y subjetividad muy
bajo, y disuelta en la lucha de todo el pueblo
contra los ataques privatizadores, los ajustes fiscales,
etc., sin poder apoyarse en la escuela de la lucha económica
que jugó un papel tan importante en el auge obrero
de los 70.
La recesión económica no repercute mecánicamente
en la actividad y consciencia de las masas obreras. Sus
efectos dependen del conjunto de la situación política
y de cómo el proletariado llega a la misma, especialmente
desde el punto de vista subjetivo: la confianza en sus propias
fuerzas, la política de sus direcciones ante la crisis
y la desocupación, etc.
En este sentido, la recesión provocó efectos
contradictorios: retrasó la lucha de los sectores
más concentrados de la clase obrera, aunque promovió
la acumulación de descontento y un incipinete giro
a izquierda entre las masas (como puede verse en Brasil,
Bolivia o Ecuador) y empujó en situaciones extremas
la acción radical de fracciones de vanguardia (como
los desocupados o las fábricas tomadas en Argentina).
Perspectivas
de una mayor intervención obrera
Pese
a que la recesión y la desocupación masiva
tienden a retrasar la intervención del proletariado
como clase, la situación de conjunto (la crisis política
de la burguesía y de sus instituciones, las brechas
en las alturas, la efervescencia de los aliados del proletariado)
conforma un caldo de cultivo más favorable
a la entrada en escena de la clase obrera. Una recuperación
económica podría alentar aún más
este proceso, al permitir a los trabajadores recobrar fuerzas.
El acceso al gobierno de Lula, al alimentar enormes expectativas
entre los trabajadores del Brasil, puede terminar despertando
un ciclo de luchas en las empresas a pesar del masivo apoyo
al pacto social que propone.
En Argentina, en medio de la prologada crisis y la efervescencia
social y política, es posible que en el próximo
período sectores más amplios del proletariado
comiencen a luchar por la recomposición del salario,
a cuestionar a la putrefacta burocracia peronista y a levantar
programas progresivos.
Es posible que la clase obrera tal como ocurrió
en el ascenso de los 70 (debe recordarse que para
el populismo de los 60 era una clase aburguesada)-
sea la última en entrar en acción de manera
decisiva. Debido al carácter mismo del proceso y
la situación actual, el proceso de irrupción
del proletariado puede ser contradictorio y tortuoso. La
entrada en escena de sus sectores decisivos puede necesitar
de grandes convulsiones políticas o económicas.
No obstante, así como una mayor polarización
obliga a sectores de vanguardia a dar pasos más audaces,
tanto una mejora relativa de la situación económica
como el desarrollo de la crisis política podrían
alentar a la lucha de sectores obreros.
Además, en Argentina hay síntomas (si bien
aún muy minoritarios) de radicalización obrera:
el movimiento de toma de fábricas en Argentina que
alcanza a decenas de empresas de pequeña y mediana
escala, y las experiencias de vanguardia en la producción
bajo control obrero, como muestran las experiencias de Zanon
y Brukman. La existencia de importantes sectores de vanguardia,
que acumulan una importante experiencia de lucha y organización,
que poseen una experiencia con el régimen y desconfían
de las direcciones tradicionales, es un hecho nuevo. Decenas
de miles de jóvenes y trabajadores, desde Buenos
Aires a Caracas son un fermento activo de la movilización,
un componente de radicalización política e
ideológica que desde hace largos años no aparecía
en el panorama social y político regional y que pueden
contribuir a la recomposición del movimiento obrero.
IX
Una
nueva oleada de reformismo latinoamericano
El ascenso
de Lula y el PT es la mayor expresión de este fenómeno
político, como recambio democrático esencialmente
preventivo ante la magnitud de la crisis general y los comienzos
del ascenso, que se expresa también en el MAS en
Bolivia, el frente de Gutiérrez en Ecuador, el Frente
Amplio en Uruguay, los sandinistas en Nicaragua, los proyectos
del ARI y la CTA en Argentina, etc.
Alrededor de este tipo de frentes buscan reacomodarse los
aparatos reformistas tradicionales, como el desprestigiado
stalinismo latinoamericano en sus distintas versiones, y
sectores de la burocracia sindical como la CTA en
Argentina-; así como nuevas mediaciones más
a izquierda, que reflejan movimientos de masas activos como
los campesinos e indígenas en Bolivia o Ecuador (FZLN,
MST de Brasil, etc., entran en esta lógica). Los
frentes político-sociales que impulsan,
buscan subordinar a la estrategia de colaboración
de clases y presión sobre el régimen burgués
a los nuevos movimientos sociales, organizaciones
de base, etc., que surjen a su izquierda e impedir que sigan
un camino independiente.
Este auge del reformismo democrático se convierte
en un peligroso obstáculo para el ascenso, con su
política basada en la reforma del régimen
y en la recuperación de la democracia,
con su ideología conciliadora que disuelve a la clase
obrera en el pueblo, y por su papel desmovilizador.
Sin embargo, sus posibilidades están limitadas por
los estrechos condicionamientos que impone la naturaleza
y profundidad de la crisis capitalista en Latinoamérica.
Hay una enorme contradicción entre estos límites
y las enormes expectativas que despiertan un Lula o un Gutiérrez,
lo que puede acelerar la experiencia de las masas con las
mismas, particularmente si el proletariado comienza a jugar
un papel central.
X
La
encrucijada latinoamericana
Según
algunos analistas, luego del llamado ciclo neoliberal
de ofensiva burguesa e imperialista se estaría a
las puertas de un nuevo período de reformas
la primera modernización democrática
del siglo XXI. En nuestra región, el agente político
de esta transformación serían
los movimientos políticos como el encabezado por
Lula. Es decir, ante la crisis general, se pretende lograr
una democratización y una cierta renacionalización
por vía electoral, sin afectar a la gran propiedad
ni romper con el imperialismo, y a través del consenso
con el gran capital nacional y extranjero, buscando evitar
mayores enfrentamientos en la lucha de clases.
Es evidente la imposibilidad de conciliar bajo este programa
los enormes antagonismos con el imperialismo y entre las
clases nacionales. Esto no niega la posibilidad de una fase
de expectativas, de amortiguamiento de las contradicciones,
de cierta reestabiliazión.
Pero sigue en pie la contradicción entre el clima
político de la coyuntura (ejemplificado en los llamados
de Lula a la conciliación y la unidad) y la profundidad
y el carácter estructural de la crisis latinoamericana.
El carácter inestable, transitorio de la coyuntura,
mantiene abiertas tres hipótesis estratégicas:
la de una democratización por vía
reformista; la de un asentamiento conservador, contrarrevolucionario;
o bien, que prosiga la maduración de un proceso revolucionario
de alcance continental.
La debilidad estratégica del proyecto reformista
ante la actual encrucijada histórica y las dificultades
en la actual relación de fuerzas que enfrentan los
proyectos más abiertamente contrarrevolucionarios
plantea como hipótesis más probable la de
que no pueda ser cerrada la crisis general, y que prosiga
la lenta, difícil y contradictoria formación
de una etapa superior de la lucha de clases.
Así, la actual coyuntura podría ser no el
comienzo de un nuevo ciclo de estabilidad y democratización
evolutiva y pacífica para el capitalismo latinoamericano,
sino el preludio de una larga fase de convulsiones (de enfrentamientos
crecientes entre revolución y contrarrevolución),
etapa en la cual el proletariado y sus aliados puedan avanzar
en la preparación subjetiva para sus tareas revolucionarias.
En el horizonte estratégico se dibuja la perspectiva
de que la maduración de la crisis general del capitalismo
regional, agravada por la política imperialista de
saqueo del mundo semicolonial y la senilidad de las burguesías
nativas y con la existencia de fuertes proletariados como
el brasileño y el argentino, la gran combatividad
de sus clases explotadas y la enorme tradición obrera
y revolucionaria al cabo de más de un siglo de intensa
lucha de clases, abran la posibilidad de que uno o varios
países de Sudamérica jueguen, en los primeros
lustros del Siglo XXI, el papel que cumplió Rusia
en los inicios del siglo XX. |