Introducción
Decíamos
en el número anterior de Estrategia Internacional
que la situación argentina estaba caracterizada por
una crisis de hegemonía burguesa, las instituciones
políticas del régimen cuestionadas por las
masas y una clase dominante surcada por sus disputas internas.
En esta crisis de proporciones históricas ninguna
de las clases y fracciones de clase en conflicto logra alcanzar
un triunfo completo sobre las restantes. El cuadro general
es una suerte de empate estratégico que desangra
a todos los contendientes y alarga en el tiempo la crisis
de poder y el proceso revolucionario en curso, con sus naturales
flujos y reflujos. Los viejos partidos del régimen
se encuentran en crisis y fracturados.
En este marco tienden a estructurarse nuevas constelaciones
políticas, podríamos abusar diciendo partidos,
en el sentido de una nomenclatura de clase o
de fracciones de clase.
El partido de las finanzas, de los grandes bancos
privados y las empresas privatizadas que han quedado a la
defensiva luego de la caída de De la Rúa y
la devaluación, está hoy representada por
dos fracciones de los partidos tradicionales en disolución:
el Menemismo y López Murphy. El menemismo en particular,
que pretende recrear las condiciones ya inexistentes del
capitalismo de los 90 se encuentra en una situación
de debilidad intrínseca, porque ya no es confiable
para la oligarquía nativa ni para el Departamento
de Estado norteamericano, sobre todo por el rechazo que
alberga en el seno de la sociedad. Pero no habría
que subestimar a este partido en retirada y a la defensiva,
porque prepara a mediano y largo plazo una alternativa bonapartista
basada en la derrota de las masas y en un cambio de perspectivas
de la economía mundial que favorezcan una nueva oleada
de inversiones de capital, privatizaciones y una integración
mayor a la economía mundial bajo el modelo del Alca.
Apoyado en la demagogia de la estabilidad no deja de tener
apoyo en ciertos estratos empobrecidos de la población,
en el seno del PJ, y conserva cierto poder de fuego, tanto
en las instituciones del régimen como la Corte Suprema,
el Congreso, y también porque puede ser utilizado
por la administración norteamericana y la gran burguesía
financiera local como instrumento de chantaje y presión
sobre las fracciones más beneficiadas por la devaluación
y el nuevo esquema capitalista. A pesar de esto la correlación
de fuerzas sociales y políticas le es desfavorable
y lo ha dejado reducido a ser por el momento una oposición
minoritaria.
El segundo partido es el de los devaluadores,
los pesificadores, los exportadores y ciertos grupos empresarios
basados en el mercado doméstico. A pesar de las agudas
disputas que este conjunto heterogéneo de sectores
sostiene con el primer partido, sin embargo mantiene con
él un acuerdo estratégico basado en dos puntos:
la disminución sustancial del salario real y la licuación
de las deudas privadas con acreedores del exterior que ascienden
en total a más de 60 mil millones de dólares.
El rescate estatal de las deudas y la rebaja del valor de
la fuerza de trabajo por la vía inflacionaria son
un requisito para recomponer las ganancias y comenzar un
nuevo ciclo expansivo. Sin embargo las fricciones y los
roces son evidentes. Este conglomerado lo componen la fracción
duhaldista del PJ hoy en el gobierno, los residuos de la
UCR, la burocracia sindical peronista tanto la de Daer como
la de Moyano que fueron adalides de las virtudes de la devaluación,
la nueva formación política de Rodríguez
Saá e intelectuales como los del Plan Fénix.
Este mosaico heterogéneo comparte la idea de un neodesarrollismo
basado en las exportaciones y las barreras proteccionistas
que naturalmente ha levantado la devaluación de la
moneda. El triunfo de Lula en Brasil es un aliciente para
restablecer el Mercosur, ampliar la frontera exportable
y negociar en mejores condiciones con el FMI. No es verdad
que los organismos de crédito sean adversarios de
este esquema. Al revés, el FMI vino insistiendo con
la devaluación, porque el estrangulamiento de la
convertibilidad dio paso a un esquema de exportaciones y
superávit comercial y de divisas, parecido al esquema
de los 80, que permitan reanudar los pagos de la deuda
externa y comprar a precio de remate los activos hoy subvaluados
por parte de capitales norteamericanos. Bajo las banderas
de la producción y el trabajo la fracción
más fuerte hoy en el gobierno creó expectativas
de una recuperación económica, y mediante
ciertos instrumentos de política monetaria mantuvo
el control del dólar y la inflación evitando
por el momento la prolongación del elemento catastrófico
de la economía que fue el motor del levantamiento
de diciembre, constituyendo de fondo un inestable y precario
equilibrio, postergando los problemas más agudos
hacia adelante (deuda externa, reestructuración bancaria,
etc.) y frenando momentáneamente las perspectivas
de nuevas acciones de masas. La restricción fundamental
con que se encuentra este sector para afianzar un nuevo
patrón de acumulación es la relación
de fuerzas con las masas que se expresa en primer lugar
como deslegitimación descomunal de todo el régimen
político, las disputas a su interior y la propia
crisis mundial. Aún así la patria devaluadora
no logrará superar, sino más bien reproducirá
la especificidad histórica restringida de la acumulación
de capital, sólo que partirá de una base más
contraída aún, que preservará la población
obrera desempleada, un salario por debajo de su valor y
una Argentina dualizada. El discurso de su ala izquierda
como el Plan Fénix de distribución de la riqueza
y fortalecimiento por esa vía del mercado interno,
una especie de vuelta atrás en la historia a la Argentina
de hace 30 o 50 años es literalmente imposible sobre
las bases mismas del régimen capitalista actual.
El ARI comparte sus presupuestos y podríamos decir
que es una bisagra entre este grupo y el neoreformismo de
la CTA.
Efectivamente a la izquierda del partido devaluador se halla
la CTA en estrecha relación con el ARI en el seno
del Frenapo. Este tercer proyecto de partido reformista
está basado en los mismos preceptos que los devaluadores
y que no se distinguió de esta medida más
que por la forma abrupta de aplicarla y no por
su contenido confiscador. Sus coincidencias con el Plan
Fénix no debieran sorprender, porque el programa
del afianzamiento del Mercosur, del mercado interno y de
la vía exportable para negociar con el FMI son presupuestos
compartidos. No es casualidad que el saludo de Lula al último
congreso de la CTA realizado en Mar del Plata hiciera hincapié
en su deseo y convicción de que los trabajadores
argentinos lucharán por fortalecer y afianzar
el Mercosur. En la peculiar visión de la dirección
de la CTA sobre la crisis de hegemonía
la clase trabajadora está llamada a constituir con
sectores de la clase dominante un nuevo bloque de
poder como Lula lo ha realizado con sectores de la
patronal brasilera. La base social de este proyecto son
los trabajadores estatales y docentes. Su talón de
Aquiles es sin duda su escasa o nula inserción entre
los asalariados del sector privado, sin los cuales no es
posible participar activamente en el seno de un nuevo bloque
de poder. De todos modos no se debería subestimar
sus fuerzas. Sobre todo porque le juega a favor el enorme
desprestigio de la burocracia sindical peronista y la crisis
y eventual ruptura de dicho partido; porque es la central
menos desprestigiada en el sentimiento de las grandes masas
y porque su reclamo de una distribución más
equitativa de la renta nacional y su oposición al
neoliberalismo es naturalmente bien vista por
amplias franjas de la población; y por último
por el apoyo político que cuentan por parte del PT
de Brasil. Su programa neo desarrollista-neo reformista
atrae incluso a los maoístas del PCR-CCC y a corrientes
políticas que actuando en el seno de la nueva vanguardia
y los movimientos sociales se inclinan estratégicamente
hacia su órbita, como es el caso del PC cada vez
más neokeynesiano, Patria Libre o los innumerables
grupos que se reivindican nacionalistas revolucionarios.
Todos ellos inscriben su estrategia en la colaboración
de clases, la liberación nacional como
etapa independiente de la revolución socialista y
vienen compartiendo con la dirección de la CTA cargos
de dirección en la central o participan de sus agrupaciones.
Sin embargo la política reformista de la CTA ha sido
cuestionada y rechazada por una amplia franja de activistas
que están a su izquierda. Son miles de militantes
de los más diversos movimientos sociales, de las
agrupaciones de desocupados que no han entrado a los consejos
consultivos, de nuevos activistas antiburocráticos
en diversos sindicatos, de las fábricas ocupadas
que se enfrentan a la política progubernamental de
Caro y MNER (Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas),
de las Asambleas Populares que rechazaron su integración
a los CGP (Centros de Gestión y Participación)
de Aníbal Ibarra, de militantes de los derechos humanos,
de movimientos artísticos, de agrupaciones estudiantiles,
etc. que fueron los protagonistas de la multiplicidad de
luchas y movimientos de todo tipo que se fueron dando durante
el último año y que culminó, a pesar
de un retroceso importante en las asambleas populares, en
el acto de Plaza de Mayo a un año de las jornadas
de diciembre. Con el reflujo de las luchas de masas las
variantes neoreformistas tienden a fortalecerse. Pero aún
así la persistencia de esta amplia franja militante
es la que ha obligado a la CTA a tomarla en cuenta y a disputar
con ella la representación política de los
nuevos fenómenos sociales y del descontento de amplias
franjas de la población con el gobierno y el régimen
actual.
Es en este amplio abanico de las nuevas fuerzas militantes
en Argentina, donde participan las diversas corrientes de
izquierda, populistas, autonomistas, movimientos de desocupados
de distinto tipo, etc. el que constituye en su todo heterogéneo
el cuarto partido, expresión más
social que política del levantamiento de diciembre
y de los nuevos sectores activistas de trabajadores ocupados
y desocupados, clases medias empobrecidas y diversos estratos
populares.
Los cuatro sectores que hemos definido son esencialmente
transitorios, como lo es la propia situación nacional,
surcados por múltiples desgarramientos y luchas políticas
a su interior, demostrativa de que aún no se ha alcanzado
una combinación de fracciones y partidos que prevalezcan
sobre los restantes y tiendan a expandir sus propios intereses
como intereses generales del conjunto social.
En el seno de la vanguardia militante existe hoy una disputa
de carácter estratégico por cuál será
la combinación de clases, partidos y programas que
representarán los intereses históricos de
la clase trabajadora y los sectores populares. Cuál
será la fuerza social que hegemonizará a las
restantes capas oprimidas y qué tipo de partido deberá
construirse. La unidad en la lucha y la organización
democrática de la vanguardia es un prerrequisito
para potenciarla como un polo de referencia frente a las
masas y para someter los programas y las estrategias partidarias
a la luz de la vanguardia, pero no es la unidad política
misma.
La fragmentación política e ideológica
es inevitable al inicio del proceso y cuando aún
las masas no han librado batallas decisivas. Pero en el
seno de lo que figurativamente podríamos denominar
cuarto partido la heterogeneidad política
e ideológica está complementada con el hecho
de que al no haber irrumpido un movimiento de masas independiente
y radicalizado, la vanguardia es más volátil
y su potencial representación política carece
tanto de una base social que la proyecte a la lucha por
el poder, como de la idea misma de la revolución
socialista y de la construcción de un partido revolucionario
de la clase trabajadora. No hay partido revolucionario sin
un movimiento revolucionario de masas real. Esta cuestión
evidente es sin embargo terreno de controversias en el seno
de las corrientes de izquierda.
Pero lo que es un hecho indiscutible es que Argentina ha
sido un verdadero laboratorio donde se han puesto a prueba
las distintas teorías, programas y estrategias que
se han forjado en la etapa previa y que en parte se sometieron
al test ácido de la lucha de clases en el nuevo período
abierto. Aunque todavía el proceso argentino está
en curso y lejos aún de definirse, a un año
del levantamiento popular es necesario hacer un balance
exhaustivo tanto de la dinámica en curso como de
los programas y estrategias que han entrado en colisión.
Si las masas que aún no han entrado en actividad
presumiblemente lo harán en el próximo período,
de las conclusiones que pueda extraer la vanguardia, de
su capacidad para asimilarlas revolucionariamente y en consecuencia
para influir con ellas en el seno de las masas, dependerá
en gran parte el futuro del proceso revolucionario.
El
sentido común de los nuevos movimientos sociales
En el
seno del activismo político, que en el curso de un
año se vio fortalecido con el florecimiento de un
nuevo estrato militante y politizado, han ganado terreno
las ideas, heterogéneas sin duda, del llamado autonomismo,
un fenómeno que no se ha restringido al ámbito
nacional, sino que ha cobrado influencia en el plano internacional,
donde las ideas de Toni Negri, de Paolo Virno y también
de otras vertientes como la de John Holloway han ampliado,
sobre todo en el seno del movimiento anticapitalista, su
radio de influencia.
Corrientes tan heterogéneas como la de algunos MTD
del Gran Bs. As., agrupaciones estudiantiles independientes,
movimientos políticos como el que encabeza Luis Zamora,
y una pléyade de activistas de Asambleas Populares,
movimientos sociales de distintas características
coinciden con sus planteos aunque en muchos casos no se
reivindiquen o no conozcan a los referentes autonomistas,
han encontrado en las coordenadas teóricas y políticas
de sus diversas tendencias una guía de acción.
El carácter espontáneo del movimiento originado
en las Jornadas de diciembre, el carácter asambleario
y ciudadano que cobró el movimiento de las asambleas
populares, el ejercicio en amplios sectores de la democracia
directa y la autoorganización, la conquista de espacios
públicos, y la deliberación democrática,
por un lado, y la forma en que se dieron las jornadas más
allá y por sobre las organizaciones tradicionales
ya sea de las distintas vertientes sindicales o incluso
de la mayoría de los movimientos de desocupados,
el predominio casi absoluto de las capas medias por sobre
los millones de asalariados en los meses que le siguieron,
dieron la impresión, sin dudas, y fortalecieron en
el sentido común de una amplia franja del activismo,
de que los nuevos procesos descritos por las corrientes
autonomistas, las estrategias políticas y los medios
que se propusieron, respondían, en contraposición
a las corrientes de izquierda, más acertadamente
al curso histórico del proceso argentino.
El
estado y la revolución
Un concepto
central de los autonomistas es el de contrapoder, aquél
que se ejerce no como oposición al poder dominante,
sino alternativamente a él. Así este contrapoder
no se propone destruir el estado burgués y tomar
el poder, estrategia que enarbolan las viejas organizaciones
tradicionales de la izquierda sino emancipar a la
sociedad mediante los recursos propios e inmanentes del
contrapoder que se construye. Lo que estas teorías
tienen en común es que más allá de
las denominaciones y categorías que se utilicen,
las potencias que se oponen a la dominación en cualquier
sentido que se le entienda, no deben instituirse
o cristalizarse en un nuevo poder a condición de
perder su autonomía y su potencia liberadora en un
nuevo poder dominante y opresivo. Para los autonomistas
el problema no es la extinción del estado, que deviene
como expresión de las nuevas relaciones mundiales
globalizadas mediante el Imperio, sino el proceso por el
cual el poder de la multitud, o del contrapoder van afirmándose
en su comunismo presente, aquí y ahora, en el juego
inmanente de esa multitud.
Argentina, en este sentido ha sido un test ácido,
para saber si estos conceptos pueden responder a situaciones
concretas de crisis e irrupción de masas, porque
fue justamente en la dinámica del proceso argentino
que el autonomismo descubrió el poder de la multitud
y las nuevas formas de subjetividad. De allí
que uno de los preceptos más importantes fue la de
rechazar la lucha por el poder del estado.
Pero en un país en el que todas las relaciones jurídico
políticas han sido trastocadas, en donde las fracciones
burguesas establecen una disputa desenfrenada por el reparto
de los despojos, en donde se ha establecido un abismo entre
las masas confiscadas y empobrecidas y las instituciones
políticas del régimen, en conclusión,
en una sociedad polarizada y un régimen social carente
de hegemonía, el problema del poder político
se plantea en toda su agudeza, no porque esté al
alcance de la mano de una clase trabajadora todavía
incapaz de conquistarlo, sino porque el debilitamiento agudo
del poder burgués presenta ante el conjunto de las
clases la cuestión de quién lo detenta y quién
debe detentarlo. Oponerse, en estas circunstancias, a establecer
las premisas para que maduren las condiciones de su realización
no puede equivaler más que a facilitar la recomposición
del régimen y a reforzar el comando capitalista.
El resultado inmediato de la estrategia autonomista ha sido
la incapacidad intrínseca, de carácter antipolítico,
de responder a las maniobras inevitables del régimen.
Porque en la realidad material de la lucha de clases el
poder actúa y lucha con todos sus recursos. La dinámica
del proceso real desde las jornadas de diciembre a esta
parte es un mentís definitivo al apoliticismo autonomista.
Aunque por el momento persiste una grave crisis sistémica,
el gobierno ha logrado, mediante la demagogia y los planes
sociales, detener nuevos levantamientos del hambre aislando
a la vanguardia piquetera de los millones de desocupados;
tuvo un relativo éxito al amortiguar el elemento
catastrófico de la economía que fue el motor
del levantamiento de diciembre, descargando mediante la
devaluación de la moneda la crisis sobre los asalariados
y las masas pobres; rescató a fracciones capitalistas
endeudadas, impidió la quiebra generalizada de los
bancos y conserva el poder en una transición crítica,
convulsionada e incierta, pero manteniendo en pie las viejas
instituciones políticas a pesar de la exigencia de
que se vayan todos. Las direcciones sindicales completamente
desprestigiadas conservaron su poder y amordazaron a la
clase trabajadora ayudados por el terror a la desocupación,
y los nuevos fenómenos militantes que surgieron en
estos meses no sólo no han podido expandirse, sino
que se encuentran, a pesar de su fortaleza, más aislados
que en los primeros meses que le siguieron a la crisis en
el caso de las asambleas populares y más subordinados
en su relación con el estado en el caso del movimiento
piquetero.
¿Cómo es posible entender esta dialéctica
sino es anclándose en la fórmula marxista
de que si la clase dominante no es despojada del poder estatal,
tarde o temprano volverá a recomponerse y asestará
nuevos golpes y nuevas derrotas a las masas? Por ahora debe
hacerlo, en honor a la relación de fuerzas, mediante
engaños y desvíos, pero tarde o temprano se
dispondrá a asestar derrotas duraderas. Todavía
los momentos decisivos no han llegado, la clase dominante
se encuentra en crisis y dividida. Las grandes masas todavía
no han dado batallas decisivas y persiste una especie de
empate catastrófico. Los tiempos del proceso argentino,
por eso mismo, serán más largos que otros
procesos revolucionarios, lo cual da tiempo a la recomposición
de la clase trabajadora y a la maduración de una
vanguardia militante revolucionaria. Pero ésta sólo
puede hacerlo a condición de extraer de la experiencia
viva de la lucha de clases las conclusiones adecuadas.
A pesar de que tanto los reformistas como los revolucionarios
son acusados por parte de los autonomistas de estatolatría,
en realidad, los puntos de contacto entre el movimiento
autonomista y el reformismo o el progresismo son evidentes.
La madre de todas las coincidencias, es por supuesto, su
rechazo a la revolución socialista y al poder obrero
y popular.
Los reformistas, como la dirección actual de la CTA,
también pretenden politizar la sociedad y socializar
la política, como no ocultan su aspiración
a transformar la sociedad y al cambio
social, pero no dejan de rechazar el derrocamiento
revolucionario de la clase capitalista. Que unos pretendan
hacerlo desde el participacionismo en el estado, y otros
mediante emprendimientos autogestionarios en el seno de
la sociedad civil, no quita que ambos partan
de una coincidencia fundamental, sobre todo en nuestro país,
donde la cuestión del poder político no es
un simple ejercicio teórico.
Desde el ángulo opuesto corrientes como el MST o
el PC han sido los adalides del poder constituído,
ya sea planteando asambleas constituyentes de carácter
constitucional, impuestas desde abajo pero convocadas
desde arriba, sin que medie el derrocamiento
revolucionario del régimen, o por su desenfrenado
electoralismo. La propuesta del MST de formar un frente
electoral con Zamora ya desde el primer semestre del año,
cuando el planteo de que se vayan todos arreciaba
y la posibilidad de la caída del gobierno de Duhalde
era cierta y donde al mismo tiempo éste preparaba
salidas amañadas en los marcos de un proceso que
el mismo MST consideraba una revolución democrática,
mostró los límites constitucionalistas y electoralistas
de IU, que apostó a la posibilidad histórica
de tener una gran bancada en el congreso más que
a las posibilidades revolucionarias que imponía la
situación.
Estado
y democracia directa
Coherentes
con la caracterización de que el período actual
está cruzado por una crisis de poder burgués,
los que reivindicamos el legado del marxismo revolucionario
hemos apostado al desarrollo de organismos de democracia
directa de la clase trabajadora como embriones de doble
poder, es decir como gérmenes de un nuevo poder,
obrero y popular. En estos organismos de democracia obrera
no estarán ausentes elementos de la democracia directa
de los ciudadanos, capas enteras de la población
disgregada, tanto campesina como urbana. El planteo de la
alianza obrera y popular, mediante organismos que nucleen
a productores y consumidores, a capas diversas de la población
explotada son un prerrequisito para el triunfo de la revolución.
Pero el ejercicio de la democracia directa de carácter
popular no dará paso a la disolución de la
centralidad proletaria en el seno de la multitud ciudadana,
sino al revés, permitirá a éstas incorporarse
al torrente, no sin contradicciones, de la revolución
proletaria.
La enorme explosión ciudadana que sobrevino a la
ruptura de las capas medias con el gobierno de la Alianza
y los acontecimientos de diciembre, son un claro indicio
que por su peso social, económico y cultural, todos
estos estratos sociales heterogéneos tenderán
históricamente a irrumpir con peso específico
en acontecimientos revolucionarios y darán origen
-y ya lo preanuncian más que como embrión
las asambleas populares- a organismos de carácter
territorial, urbano de enorme peso. Es previsible entonces
que al compás del desarrollo de un movimiento obrero
militante en el proceso revolucionario se forjen no sólo
organismos de democracia directa basados en las unidades
de producción, sino que serán acompañados
de organismos de tipo comunales. La combinación que
podrán darse entre ambos, los tipos específicos
de organismos, etc. son cuestiones que la propia dinámica
alumbrará. El surgimiento y desarrollo de las asambleas
populares, más allá de los vaivenes coyunturales
de las mismas, tiene como base enormemente revolucionaria
el pase a la oposición de las capas medias al régimen
confiscador, abonando el terreno para la alianza obrera
y popular. Alianza que desde el último ascenso de
carácter revolucionario iniciado con el cordobazo,
estuvo bloqueado por la adscripción de una u otra
clase a los partidos que históricamente se apropiaron
de su representación, el radicalismo y el peronismo.
La organización democrática territorial, el
rechazo a la cooptación estatal y la participación
activa en la política pública son la expresión
de la ruptura con las viejas instituciones políticas
de dominio. Pero como esta ruptura fue mucho más
violenta y consistente en los estratos medios que en el
seno de la clase trabajadora, que estuvo ausente de las
jornadas y que constituyó el elemento más
retrasado del período que le siguió, se elevó
hasta la cúspide la ilusión de que del mismo
seno de las asambleas populares, del mismo ejercicio de
la democracia asamblearia podría surgir, más
allá de las determinaciones de clase un nuevo poder
en Argentina, independiente tanto de la clase capitalista
como de la clase trabajadora. El poder de la democracia
directa roussoniana-autonomista, de la sociedad civil, del
ciudadano, de la multitud espontánea y desagregada.
Esta ideología era extensiva, por su carácter
desestructurado y territorial al movimiento de desocupados.
Piquete y cacerola no sólo expresaba
la alianza entre los dos sectores más activos y militantes
desde las jornadas sino al mismo tiempo en el ideario autonomista
la transfiguración del movimiento de desocupados
en un movimiento ciudadano sui generis, autogestivo
de su propia vida y de su propia subjetividad, simple expresión
del contrapoder y superación al mismo tiempo del
trabajo asalariado y la ley del valor.
Pero en la sociedad del trabajo la democracia
asamblearia, sin el control de los medios de producción,
por más directa que sea no puede dejar de ser formal.
Porque si algún sentido tiene el ejercicio de la
democracia de masas, es el de establecer -apropiándose
de todos los recursos productivos y de la información-
el poder de decisión, de planificación, de
control, verificación y corrección de la reproducción
de la vida social en su propio beneficio. Los diversos estratos
de la población disgregada y entre ella la pequeño
burguesía carecen de los grandes medios de producción
para ejercer ese tipo de democracia. Sólo mediante
la expropiación del poder capitalista que emana de
las relaciones de producción pueden las masas laboriosas,
los productores asociados de Marx, ejercer la capacidad
plena de decisión y producción de sus vidas.
Nos encontramos entonces con que las potencias para ejercer
ese control se hallan pues en el seno de la producción
capitalista, en las fábricas, las empresas, las oficinas.
Toda huelga, y más si se extienden a las ramas fundamentales
de la economía, cuestiona directamente al capital.
Cuando una fracción de la clase trabajadora y ni
hablar si el movimiento abarca la totalidad del aparato
productivo, converge a organizarse en los lugares de trabajo
y a coordinarse local y nacionalmente para llevar adelante
con mayores posibilidades de éxito una lucha seria
contra el capital, tienden a surgir, como lo demostró
toda la experiencia histórica, organismos de autodeterminación
obrera, consejos de fábrica, comités, coordinadoras,
y su expresión más abarcativa los soviet,
como en Rusia, que plantean inmediatamente quién
maneja la economía, el poder, el estado.
Este proceso estuvo ausente desde las jornadas en adelante,
salvo expresiones pequeñas y de vanguardia como la
coordinadora del Alto Valle impulsada por los Ceramistas
de Neuquén, y es por ello que al tiempo que marcamos
los límites que tuvieron las jornadas revolucionarias,
a las que llamamos de esa manera y no insurrección
o revolución como caracterizaron otras
corrientes, creímos improbable que las mismas desemboquen
rápidamente en una nueva y más profunda crisis
revolucionaria que disloque el poder burgués. Pero
la carencia de centralidad proletaria en los inicios del
proceso, no excluye, sino que confirma por la negativa,
que un verdadero contrapoder que sea el germen de la nueva
sociedad emancipada sólo puede estar basado, y mucho
más en un país urbano y asalariado como la
Argentina, en los millones de trabajadores. El autonomismo
al carecer de una estrategia proletaria, soviética,
revolucionaria, para expandir el movimiento hacia esos millones
de trabajadores carece por ello mismo de alguna capacidad
para trazar algún rumbo anticapitalista a la crisis
argentina.
Estado
y democracia directa en las corrientes que se reivindican
obreras y socialistas
Mientras
las corrientes autonomistas han ensalzado el ejercicio de
la democracia directa y la autogestión, tomadas en
su calidad puramente ciudadana, las corrientes
políticas como el MST y el PO le han dado la espalda
olímpicamente a este proceso enormemente progresivo.
El PO ha planteado el problema del poder político,
pero inversamente al autonomismo, su énfasis estuvo
dado en los acuerdos políticos de tendencia, pero
no para impulsar y potenciar la autoorganización
y la democracia directa de la clase trabajadora, sino como
función instrumental para autoproclamarse la dirección
política de las masas.
Es sorprendente que partiendo de pronósticos hiperrevolucionarios,
estas corrientes ni mencionen ni establezcan como prioridad
incentivar la creación de organismos de estas características.
Si el centro de atención es la cuestión del
poder, ¿qué tipo de poder establecerán
las masas? Se ha insistido en que no es posible de manera
artificial construir soviets al margen de la
iniciativa y voluntad de las masas. Pero no se trata de
inventarlos, sino de descubrir en las tendencias naturales
de las masas y de su sector más militante los gérmenes
de esa organización, que permita reunir progresivamente
a capas cada vez más amplias que nacen a la lucha
reivindicativa. La exigencia innata al frente único
de los diversos sectores en lucha, la necesidad de dotar
de unidad a los trabajadores ocupados y desocupados, la
amplia solidaridad de las clases medias y las asambleas
hacia las fábricas ocupadas, fueron todos embriones
donde descansaba potencialmente la posibilidad de ir construyendo
organismos de coordinación, de carácter democrático
y representativo, en el plano local y regional, tanto para
hacer más efectiva la lucha de clases, como lo demostró
la coordinadora neuquina, sino también para elevar
la autoridad y el prestigio de los sectores más militantes
a los ojos de las masas aún inactivas. Todo esto,
que es el ABC de una genuina política leninista ha
sido completamente abandonado por las corrientes que se
reivindican obreras y socialistas. El PO no ha sido capaz
de responder esta cuestión tan elemental pero decisiva1.
En su último congreso el PO no nombra ni por asomo
qué tipo de organismos surgirán, cómo
ayudar a que se desarrollen, etc., excepto que efectivamente
se considere que el partido o un frente de partidos puede
ser la representación del poder obrero; o que el
partido tenga la capacidad, como creía el viejo MAS,
de incluir en su seno a las organizaciones de masas. En
todas las variantes lo que existe es una amalgama entre
los potenciales organismos de masas que serán el
futuro poder de un nuevo estado y el partido como vanguardia
política de esas masas. Esa amalgama está
llevada a su límite en las corrientes del movimiento
piquetero, que no se organizan regional y nacionalmente
con libertad de tendencias a su interior y donde la vanguardia
de lucha pueda discernir entre los programas y las estrategias
políticas de las diversas corrientes, sino que con
la asistencia estatal, se crea una organización de
masas que no puede sino encuadrarse dentro de
la lógica que cada grupo político le da al
movimiento.
El PO abandonó el único intento serio por
establecer una coordinadora, la del Alto Valle impulsada
por los ceramistas de Neuquén, porque esta última
no se sometía a las directivas de la Asamblea Nacional
de Trabajadores. La ANT pudo ser un punto de partida para
impulsar organismos de este tipo, pero el PO lo impidió.
Esta Asamblea no reúne más que a una minoría
de la vanguardia, que influencia a un sector de los desocupados
y a casi ningún trabajador ocupado. Por otra parte
sus delegados no se eligen en forma democrática sino
por acuerdo de tendencias y allí no primó
justamente la democracia obrera. Recordemos que se llegó
a negarle la palabra a los delegados de Brukman y Zanon
por no ser convocantes, lo cual remite más
a un frente político que a una coordinadora y mucho
menos a un soviet.
Es evidente entonces que el acuerdo de tendencias piqueteras
suplantó el desarrollo de organismos democráticos
de masas.
Pero el poder político, si se lo concibe en los términos
socialistas es inseparable de la organismos de democracia
directa y de doble poder. Como se ha demostrado tantas
veces en la historia de las revoluciones obreras, las bases
de un nuevo poder político surgen de abajo hacia
arriba, y el mismo tiende a centralizarse a partir de organismos
de base locales, capaces de referenciar y agrupar al movimiento
de masas. Así sucedió, entre otros ejemplos,
con los soviet de la revolución rusa, en los consejos
obreros alemanes, húngaros e italianos, en los comités
de la España revolucionaria 2.
La lucha por un nuevo tipo de estado implica la tendencia
a la eliminación de la división social del
trabajo, la participación activa de millones en la
administración del estado y para ello la elevación
de la cultura general de las masas populares. Sólo
de esta manera es concebible la elevación del proletariado
a clase dominante, es decir como sujeto consciente de su
propio destino. Pero esta condición excepcional no
surge de la noche a la mañana, se establece desde
las vísperas de la revolución, va madurando
en el terreno de su propia experiencia, se fecunda mediante
la educación práctica y política que
las organizaciones revolucionarias hayan logrado impartir
en el curso de la etapa previa y sobre todo se pone a prueba
en el ejercicio del poder político propio ya en la
antesala de la revolución, en la dualidad de poderes,
ejerciendo el control de las empresas, de la distribución
de los alimentos, de la autodefensa y seleccionando en dicho
tribunal el programa y la estrategia política más
adecuada al progreso de la perspectiva revolucionaria. Sin
toda esa experiencia previa el gobierno de los trabajadores
no es más que una caricatura despreciable y sometida
al dominio de una burocracia cada vez más independiente
de la propia clase trabajadora. La experiencia de las burocracias
estalinistas, del ejercicio policial del gobierno por una
casta parasitaria colmada de privilegios sociales y políticos,
en nombre del partido de la clase obrera, que
terminaron por el camino de la restauración del capitalismo,
deberían ser suficiente ejemplo para que corrientes
que se reclaman trotskistas y que han denunciado con ahínco
las degeneraciones burocráticas y las persecuciones
estalinistas, adopten desde los inicios del proceso revolucionario
una estrategia basada en la autoactividad consciente de
las masas, en el desarrollo de organismos de democracia
directa de los productores, para potenciar la centralidad
obrera y permitir que se eleve a clase dirigente de todas
las capas sociales explotadas. La sustitución de
los organismos de masas por el partido, es el indicio más
claro de una degeneración centrista y burocrática,
que tiene consecuencias políticas prácticas
inmediatas, la primera y más importante es la de
adaptarse al régimen burgués. Porque imperceptiblemente,
cuando de lo que se trata es de fortalecer al partido bajo
cualquier circunstancia y más allá del progreso
de la lucha de clases y la conciencia de clase, se tiende
a destruir o boicotear toda organización que no esté
controlada por el partido (el PO y el PC con respecto al
Encuentro de fábricas ocupadas organizado por Brukman
y Zanon), se crean organismos artificiales dependientes
de la línea partidaria contra la vanguardia organizada
pero rebelde (Encuentro de fábricas
ocupadas de PO en Grissinópoli sin una sólo
fábrica ocupada a excepción de la fábrica
anfitriona), se entra en componendas con el estado en pos
del fortalecimiento político o material de la organización
abandonando los métodos y el programa más
radicalizados de la lucha a mera propaganda (planes trabajar
y bolsas de comida como fin en sí mismo en el movimiento
de desocupados)3, y se transforma la política revolucionaria
en politiquería burguesa en pos de cargos y puestos
parlamentarios, sindicales, estudiantiles, etc. como un
fin en sí mismo y no como tribuna revolucionaria
(alianza estratégica del MST con el PC en IU con
el único programa común de ganar diputados,
acuerdos oportunistas de ocasión en los sindicatos
y en el movimiento estudiantil, cuyo último capítulo
ha sido la convocatoria entre Navidad y año nuevo
al congreso de la FUBA, sin un sólo estudiante, sin
ninguna deliberación política y con el quórum
de la Franja Morada para reelegirse en la conducción).
La consecuencia de ello es el aparatismo, la falta de ideas,
el pragmatismo y las componendas con las instituciones del
régimen burgués.
El MAS acusa a quienes no comparten su revisión completa
de los análisis, caracterizaciones y programa que
levantara Trotsky frente a la burocracia stalinista en los
30, como incapaces de adoptar una política
que ejercite la democracia obrera y un socialismo de tipo
democrático. Curiosamente tampoco ha planteado ninguna
estrategia de carácter soviético, sin el cual
la democracia se transforma en democratismo burgués.
No es casualidad que el MAS ha borrado de su programa el
planteo de la dictadura del proletariado. ¿Qué
tipo de democracia, qué tipo de autogobierno puede
establecerse sin el ejercicio efectivo del poder por parte
de la clase trabajadora basada en organismos de carácter
soviético?4
Por motivos distintos tanto las corrientes autonomistas
como muchas de las que se reivindican obreras y socialistas,
carecieron desde la teoría y el programa de una estrategia
para dotar al movimiento de sólidas organizaciones
representativas de lucha, embriones de poder obrero y popular
sin las cuales es imposible pensar en un genuino movimiento
de masas que dispute el poder a la burguesía. No
hay revolución sin partido, pero tampoco hay revolución
sin organismos de doble poder.
La
lucha contra el desempleo y el programa de transición
En un
país con más de tres millones de desocupados
y otros tantos subocupados, la cuestión del trabajo
es un punto central de todo programa revolucionario. Aquí
también estos meses fueron un test para los diversos
programas y estrategias que se pusieron en juego.
El colapso financiero y la devaluación, luego de
cuatro años de recesión, descalabraron incluso
la economía informal. En estas condiciones de polarización
y degradación social inauditas para los parámetros
nacionales, vastos sectores pauperizados fueron empujados
a establecer formas precarias de economía de subsistencia,
sobre todo entre la creciente población desempleada,
mediante emprendimientos productivos en las barriadas populares.
Pero los ideólogos del autonomismo describieron esta
práctica como un movimiento crecientemente emancipado
de la explotación asalariada. Estas actividades autogestionadas
fueron catalogadas nada más ni nada menos que como
alternativa a la explotación capitalista y espacios
de reproducción de la vida social más allá
del capital, productores de una nueva subjetividad
desalienada.
Pensar que la población obrera sobrante pueda reproducirse
en los emprendimientos de subsistencia de los pequeños
movimientos de desocupados autogestionarios, al margen del
capital, es retroceder de las utopías prudhonianas
a las sectas comunistas agrarias del siglo XVI. Simple y
sencillamente los recursos productivos fundamentales del
país, la energía, el petróleo, las
grandes industrial alimentarias, las siderúrgicas,
los bancos, están centralizados bajo el poder del
capital. ¿Cómo sacar al pueblo del hundimiento
sin reapropiarse de esos inmensos recursos? ¿Cómo
reapropiarlos sino mediante una extensa lucha de clases
que debe tener por la fuerza de los hechos a los trabajadores
de esas industrias y de esas empresas como actor central
de la misma? ¿Cómo reapropiarlos sino mediante
el derrocamiento del estado que sirve en su beneficio? Hace
unos meses insistíamos en que no es posible
siquiera pensar en terminar con la situación actual
y satisfacer las necesidades de las masas sin enfrentar
las fuerzas del estado burgués, tomar el poder y
expropiar la inmensa riqueza social que acumulada en un
puñado de parásitos y liberadas a la anarquía
de la producción capitalista traban a cada paso el
desarrollo y el progreso y generan más hambre, pobreza
y degradación a la inmensa mayoría de la población5.
Esta es sin dudas la única salida realista. Los MTD
en el Gran Buenos Aires han venido a descubrir que la relación
salarial puede ser superada no suprimiendo al capitalismo,
sino al margen de él, y resolver el problema del
hambre retrocediendo de la técnica y la ciencia del
siglo XXI a economías precapitalistas domésticas.
¡Y esto en la época del trabajo inmaterial
y del capitalismo cognitivo!6
La resolución a la crisis del empleo se encuentra
en la superación misma del carácter restringido
y dependiente de la acumulación de capital, es decir
por la instauración de una planificación racional
y democrática de los recursos productivos, que implica
la superación de la dependencia y la anarquía
capitalista. La conclusión lógica es la expropiación
de los expropiadores. Transformar la expulsión creciente
de la población obrera sobrante, -determinada por
este tipo de acumulación que conduce tanto a una
destrucción creciente de las fuerzas productivas
como a una polarización social extrema-, en una condición
de la liberación y desalienación, equivale
sencillamente a celebrar la ofensiva capitalista de los
últimos 25 años. El obrero no se libera
de la explotación asalariada por haber sido arrojado
fuera del proceso de valorización capitalista ni
es la condición de su posibilidad, porque el capital
se valoriza justamente de esa manera, y refuerza así
el control del proceso capitalista de conjunto.
Oponer a la reducción de la jornada laboral y el
reparto de las horas de trabajo, el beneficio estatal de
una renta ciudadana, en palabras más
prosaicas y argentinas: un seguro de desempleo, es completamente
funcional al tipo de acumulación capitalista restringida
y dependiente común a los países periféricos,
y completamente acorde (se podrá discutir el monto
del subsidio) con las políticas reaccionarias de
los gobiernos. Los comunistas no hacemos un culto del trabajo
ni festejamos la dignidad del trabajo de la
cultura peronista y sindicalista. Pero es evidente que la
oposición al trabajo asalariado debe partir de la
reducción de la ganancia capitalista, del control
creciente de los procesos de producción y de la disminución
permanente y acorde con las capacidades de la técnica
de las horas trabajadas. La conquista del tiempo libre es
la conquista de la abundancia, no del desempleo de masas,
la marginalidad, la pobreza, la insalubridad, el mal vivir.
En esta filosofía reaccionaria del autonomismo radica
su incapacidad orgánica de establecer un programa
y una estrategia para unir a los trabajadores ocupados y
desocupados.
La condición primera para la conquista del tiempo
libre, es paradójicamente, la extensión del
trabajo a la masa total de trabajadores, mediante el reparto
de las horas de trabajo con un promedio salarial equivalente
al valor de reproducción de la fuerza de trabajo.
Esto equivale en las condiciones actuales a una disminución
drástica de la ganancia capitalista, planteando una
lucha directa contra el capital y su estado. Y constituye
una premisa fundamental de la socialización de los
medios de producción y la única garantía
de la preservación física y moral de los productores
de la riqueza social y por lo tanto de las potencias inherentes
a la clase trabajadora de superar el modo de producción
capitalista.
Las implicancias políticas de esta ilusión
son dramáticas, porque en un país con más
de tres millones de desocupados, las bloqueras y las huertas
comunitarias no pueden ser más que trincheras secundarias
de una guerra más vasta de clases por el control
de las fuerzas productivas en su conjunto. Esto requería
de forma urgente un programa para unir a la clase trabajadora
de conjunto, es decir soldar en forma consciente los intereses
comunes de los trabajadores ocupados y desocupados para
dotarlos de un programa anticapitalista. Sin embargo las
organizaciones de desocupados -no sólo las que se
reclaman autonomistas- que han sido una parte fundamental
de la vanguardia de la lucha han carecido en un 99% de sus
organizaciones de una estrategia de confluencia con los
millones de asalariados. El programa que habían establecido
los primeros levantamientos del hambre desde Cutral Co en
adelante de trabajo para todos fue progresivamente
demolido en una combinación de reclamos inmediatos
de planes de empleo y bolsones de comida, a la que se le
agregó la utilización de los mismos en proyectos
productivos, la quintaesencia del trabajo desalienado.
Los movimientos de desocupados orientados por la izquierda
no han sido capaces de ofrecer una alternativa en este terreno.
Difícilmente pueda sostenerse que siquiera han estado
un paso más adelante. En ocasiones da la impresión
contraria, en tanto su estrategia parece cada vez más
subordinada a la lógica de lo posible en los marcos
de referencia que el gobierno ha delimitado mediante el
plan jefes y jefas de hogar, a los bolsones de comida y
a los merenderos y comedores comunitarios. El programa transicional
fue desplazado por el programa mínimo, y justo cuando
presenciamos la peor crisis capitalista de la historia nacional.
Movimientos más apartados de las corrientes políticas
nacionales, en el interior del país y a veces de
características más espontaneas, como en el
sur, en Mosconi, en Neuquén, han planteado en forma
mucho más consecuente el reclamo de trabajo genuino.
A pesar de la retórica antigubernamental y antiestatal,
la realidad es que los movimientos de desocupados que se
ubican a la izquierda de la burocracia piquetera de DElia
y Alderete y que han ganado en capacidad movilizadora, vienen
siendo, sin embargo, progresivamente domesticados mediante
las políticas públicas de asistencia estatal.
El PO ha puesto el grito en el cielo por esta caracterización
y acusó al PTS de considerar a los desocupados como
desclasados y marginales, excluidos,
de colocar en oposición al desocupado
respecto al ocupado, de expulsar al desocupado de
su estrategia política, y de querer apartar
a los obreros y obreras de Brukman y Zanon de los desclasados7.
Por supuesto que las faltas graves a la verdad en el debate
no resuelven el problema. El cuestionamiento sigue en pie,
ya que la mayoría de los movimientos de desocupados,
incluido el PO, han abandonado el reclamo del trabajo genuino
y el reparto de las horas de trabajo, como el planteo de
un plan de obras públicas controlado por los trabajadores
en función de las necesidades sociales, que como
todos saben han quedado como letra muerta en los programas
que se escriben y se votan, pero nunca se plasman en luchas
concretas. Así el único programa que puede
unir al trabajador ocupado y desocupado contra el estado
y los capitalistas ha sido guardado celosamente. La práctica
real del movimiento ha sido conducida hacia el programa
mínimo, castrando efectivamente el programa con el
que nació. Con esto el PO y otros tantos movimientos
de desocupados naturalizan la desocupación, es decir
las relaciones capitalistas de producción en las
actuales circunstancias históricas, depositando en
los desocupados la tarea de exigir al estado el plan jefes
y jefas de hogar, ni siquiera un subsidio equivalente a
la canasta familiar (que también ha sido archivado).
El PO en afán de polemizar cree que el reclamo de
bolsones y planes al estar dirigido al
estado es un combate contra el poder político en
el plano nacional, provincial y municipal 8. Si la
demanda mínima de asistencia estatal cuestiona per
se el poder político capitalista entonces podríamos
decir que el programa de transición ha sido superado
por la historia. Pero no es así. Si algo ha sido
demostrado en los últimos meses es que una asistencia
mínima generalizada no sólo es compatible
con el estado burgués, sino que el gobierno de este
estado lo utilizó para impedir nuevos levantamientos
e incluso intentar recuperar base social mediante el punterismo.
Dicho sea de paso planes de este tipo es el que recomienda
el mismo Banco Mundial para las políticas asistenciales
en los países de la periferia, y es el que anuncia
Lula en Brasil, a pesar que allí no existe el PO
para arrancárselos y demostrar que el
planteo lulista es incompatible con el capitalismo. Si el
PO estaría convencido de lo que dice cuando polemiza
debería reconsiderar seriamente su caracterización
del plan neokeynesiano de la CTA.
Una asistencia mínima no sólo no es incompatible
con el capitalismo, sino que puede servir para cooptar a
los movimientos más combativos, erradicar los métodos
de acción directa con cortes efectivos de la circulación
de mercancías tal como se dieron en un comienzo,
e impedir que los millones de desocupados exijan la demanda
que verdaderamente ataca el corazón del capitalismo,
el reparto de las horas de trabajo. Esto sólo puede
lograrse mediante la unidad programática, política
y organizativa entre los trabajadores ocupados y desocupados.
El PO cree haber hecho una obra pía y absolver sus
pecados porque trabajan en estrecha solidaridad con
la clase obrera ocupada y en lucha, como lo demuestran las
acciones en defensa de las fábricas ocupadas (Brukman,
Lavalán). Pero esto sólo demuestra las
falencias, no las virtudes, porque reducir la estrategia
de unir a los ocupados con los desocupados a un acto de
solidaridad es reconocer la carencia total de una política
proletaria. El PO inventa que la Argentina piquetera
se caracteriza precisamente por haber quebrado la tentativa
capitalista de someter a la competencia a unos con otros,
pero esta competencia está más viva que nunca,
como lo demuestran los miles de puestos de trabajo municipales
y privados que el gobierno está ocupando con los
planes y porque es inevitable que en un país con
millones de desocupados las tendencias reales sean a la
desvalorización de la fuerza laboral. Esto es así
a pesar que los movimientos piqueteros se han opuesto a
que se quiebre el convenio y han defendido el salario obrero.
En esta división de las filas obreras residen muchas
de las dificultades por las que atraviesa hoy la clase trabajadora
y que sólo podrá superar estableciendo objetivos
que se encaminen hacia la unidad de la clase trabajadora
y la superación del estado capitalista. Y ello comienza
por estrechar programática, política y organizativamente,
como clase unificada lo que el capitalismo divide: esa alianza
estrecha puede demostrarla Zanon con el MTD de Neuquén,
no el PO.
Mientras no se retome realmente -y no sólo en el
discurso- el programa de los primeros levantamientos de
desocupados del 96 y 97 y se los supere revolucionariamente,
mientras no se establezca una estrecha unidad orgánica
con franjas de la clase trabajadora ocupada y en particular
con su sector más combativo, los movimientos de desocupados
correrán el peligro de institucionalizarse como organizaciones
de tipo reivindicativos-corporativos y perderán el
filo revolucionario con que nacieron hace más de
siete años.
Por último habría que agregar que la peregrina
idea de un nuevo sujeto social, el sujeto piquetero
no es sólo enarbolado por el autonomismo sino también
por el PO. Ya hemos polemizado con esta idea. Pero hay que
agregar el hecho de que el planteo de la huelga general
como método de la clase trabajadora, ha sido completamente
borrado como perspectiva. Y sin embargo durante más
de dos meses el PO vino anunciando un nuevo argentinazo
para el día 20 de diciembre, día del aniversario
de las jornadas. Y creyó que movilizaciones pacíficas,
sin que irrumpan los millones de trabajadores con sus métodos,
con la huelga general de tipo insurreccional, podían
tirar a Duhalde y protagonizar un nuevo argentinazo superior
al que tiró a De la Rúa.
La
toma de fábricas y el control obrero
El proceso
de ocupación de fábricas y puesta en producción
por sus trabajadores es sin dudas el proceso potencialmente
más revolucionario que se viene desarrollando desde
las jornadas de diciembre, porque cuestiona directamente
la propiedad capitalista y plantea por sobre el derecho
de propiedad el derecho al trabajo, poniendo en tela de
juicio por ello mismo la libre disponibilidad del capital
y el ordenamiento jurídico burgués. Como en
todos los fenómenos avanzados de la lucha de clases
las divergencias entre una política tendiente a institucionalizar
el proceso y otro de carácter independiente se dieron
también respecto a las fábricas. La primera
de estas opciones es la encabezada por el abogado Caro y
su Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas, estrechamente
unido a la Iglesia y al PJ que ha impulsado leyes de expropiación
favorables a la patronal quebrada, con pago de indemnización,
alquiler de espacio físico, expropiación limitada
en el tiempo, etc. La otra vertiente, que impulsan los trabajadores
de Brukman y Zanon sostiene el control obrero y el reclamo
de nacionalización sin indemnización.
Más allá de estas divergencias, el nuevo fenómeno
de fábricas ocupadas por sus trabajadores alentó
la idea, que ya vimos presente en el seno del movimiento
de desocupados, de la autogestión productiva. El
autonomismo considera este movimiento como parte de un nuevo
sujeto, posfordista, como el piquetero, el trabajador precario
y el pequeño productor arruinado. Y está llamado,
igual que en los proyectos productivos del MTD, a producir
su propia vida, su propia subjetividad. De esta forma se
completa la separación de este pequeño sector
de la clase obrera, fundamentalmente de empresas pequeñas
y medianas empujadas a la quiebra por la crisis, del resto
de los asalariados fordistas.
En este caso las ilusiones de una autogestión al
margen del mercado son más ruinosas que en los emprendimientos
de subsistencia, puesto que en fábricas como la de
Zanon la que marca el pulso de la autoproducción
no es el autoconsumo, sino la demanda del mercado, los costos
de producción, la renovación de maquinaria,
el precio de las materias primas, es decir el mercado capitalista.
De modo que aunque un grado mayor de libertad, de autoconciencia
y de desalienación están presentes en estas
luchas ejemplares, ellas dependen por entero del proceso
que se da fuera de la fábrica. La resolución
a esta contradicción sólo puede ser resuelto
mediante dos procedimientos: el de insertarse más
aún en el mercado capitalista, subordinándose
a las leyes comerciales, autoexplotándose para ser
competitivos e incluso a mediano plazo contratar nuevos
trabajadores bajo relación de dependencia para ganar
mercado y bajar costos, métodos de reabsorción
capitalista como los que impulsa Caro, o la extensión
del proceso hacia las grandes industrias y servicios y la
apuesta al desarrollo de la lucha de clases. El autonomismo
aunque no comparte en general la institucionalización
(poder instituido) del proceso de tomas de fábrica
hacia el cooperativismo, sin embargo su propia lógica
lo empuja hacia allí, al rechazar la nacionalización,
la planificación económica y la centralización
de los medios de producción y en definitiva un nuevo
poder obrero y popular. Para que una empresa logre autogestionarse
indefinidamente, debe ante todo entrar en la guerra de todos
contra todos del mercado. La idea de un socialismo en pequeña
escala, propietario, por otra parte no es nueva, Proudhon
hace más de 150 años que lo planteó
como programa de la clase trabajadora. Este socialismo pequeño
burgués de Proudhon entendía que la propiedad
era un robo pero que podía no serlo si se establecían
ciertas reformas sociales, como los bonos de trabajo. En
palabras de Marx ideas de este tipo traducen el piadoso
deseo de desembarazarse del dinero con el dinero, del valor
de cambio con el valor de cambio, de la mercancía
con la mercancía y la forma burguesa de producción
9.
La autogestión entendida como lo hacen los autonomistas
empuja inevitablemente a las fábricas ocupadas por
el camino del cooperativismo y la reinserción como
cuasi propietarios en el marcado capitalista. Aleja a los
trabajadores de las fábricas ocupadas del resto de
su clase y los transforma de asalariados en asociados
(el ideal de todo autonomista que pretende abolir
el trabajo asalariado bajo el mismo capitalismo).
A los métodos capitalistas de gestión obrera
sólo es posible oponerle los métodos socialistas
que se apoyan en la lucha de clases y en la preparación
consciente, mediante la extensión del control obrero
y otras formas de poder dual, de la lucha por el poder.
La autogestión y el cooperativismo pueden realizarse
-con resultados dudosos- en las pequeñas empresas
de bajo o medio nivel tecnológico y de capital. Es
razonable pensar que los grandes conglomerados resistirán
hasta la guerra civil algún tipo de expropiación.
Además los trabajadores deberían concentrar
masas ingentes de capital a crédito para poner en
movimiento el capital constante. Se plantearía inmediatamente
la cuestión de la propiedad de los grandes bancos,
de los proveedores de energía, etc. Al mismo tiempo,
ya lo dijimos, se trata de superar la anarquía capitalista
y la reapropiación de los grandes medios de producción
para sacar al país del marasmo. En realidad, las
fábricas que hoy están puestas a producir
por sus trabajadores son un instrumento extraordinario,
no para autogestionarse autonomistamente, es
decir capitalistamente, sino como palanca para impulsar
el proceso de control obrero, de cuestionamiento de la propiedad;
de qué se produce, bajo qué condiciones, dirigidas
a qué fines, en las grandes industrias, servicios
y bancos. En definitiva para impulsar direcciones clasistas,
antiburocráticas y facilitar que se desarrollen los
gérmenes de un nuevo movimiento obrero revolucionario.
El control obrero o la gestión obrera directa en
las empresas nacionalizadas serán una escuela de
control y administración socialista, educarán
a los trabajadores en los temas que antes estaban vedados
a ellos por los patrones, y con ello crearán en las
mismas empresas los órganos de doble poder. Que este
proceso se desarrolle depende enteramente de la lucha de
clases y de las relaciones de fuerza que puedan establecerse
y no de las formas legales y el tipo de propiedad jurídica
que se establece.
Se han planteado también variantes de este modelo,
más realistas, porque intentan pensar no en una sola
fábrica sino en subsistemas de empresas, desde un
vértice de tecnología media, hacia abajo.
Una suerte de acumulación primitiva socialista en
el seno del mercado capitalista10. Aun así está
fuera de lugar pensar que un subsistema de mediana tecnología
pueda resistir los embates del gran capital. Lo interesante
es la idea de que la clase trabajadora puede enfrentar al
capital en su mismo terreno, es decir en el terreno de la
ley del valor y no en la lucha de clases revolucionaria.
Se ha dicho mucho sobre la distancia que media entre la
acumulación originaria de una clase propietaria en
ascenso como la burguesía que preparaba su propia
revolución política y el tipo de acumulación
que está obligada a realizar la clase trabajadora
que no es propietaria más que de su fuerza de trabajo,
acumulación de índole muy distinta y que exige
ante todo una acumulación de carácter político
e ideológico.
La realidad es que las fábricas ocupadas son un fenómeno
estructuralmente inestable, y que han sobrevivido de un
lado por la feroz crisis económica y política
y de otra por su combatividad y el apoyo social, material
y político que han recibido de franjas enteras de
la población, y sobre todo de su estrato más
militante. Pero es inevitable clarificar cual será
la estrategia para impedir su derrota o su absorción
en el mercado capitalista y cómo lograr que un movimiento
de estas características se expanda hacia las ramas
más importantes de la producción y los servicios.
Las corrientes de izquierda tampoco en este terreno han
sido una alternativa al cooperativismo reformista y el autonomismo
autogestionario. En general, gran parte de ella no ha tenido
casi incidencia en este fenómeno, pero allí
donde han tenido alguno, como el MST en Clínica Junin
de Córdoba no se han distinguido en esencia del planteo
cooperativista. En efecto el MST ha propiciado esta forma
jurídica incluso allí donde la expropiación
era un salvataje al empresario y una carga para el obrero
(Ghelco y otras). Más allá de eso no ha hecho
ningún planteo serio sobre el tema.
El PO ha dado un giro político entre los meses de
junio y julio, pero como es su costumbre nunca lo ha explicitado.
Hasta esa fecha el PO venía defendiendo el planteo
de la nacionalización de toda empresa que cierre
o despida y puesta a producir bajo control obrero11.
El planteo de la nacionalización era una extensión
del programa frente a las grandes empresas privatizadas,
energéticas, el petróleo y los bancos. Pero
a partir de esa fecha vino a descubrir que todo aquel que
plantee la nacionalización de empresas recuperadas
no podía estar más que en el bando del estatismo
burgués, en un sorprendente acercamiento con
el planteo autonomista que lo llevó a coquetear con
el cooperativismo y a una coincidencia legislativa con el
ARI y el PJ a propósito de Grissinópoli12.
La cuestión de la nacionalización de los bancos
y las grandes empresas estratégicas surge naturalmente
de concentrar los recursos productivos para ponerlos no
en función de la ganancia privada, sino en función
de las necesidades sociales. Claro está que las empresas
que en el pasado fueron del estado sirvieron a la acumulación
capitalista. Fue un vehículo de la redistribución
de la renta agraria hacia las cúpulas empresariales.
Pero el planteo de la nacionalización de dichas empresas
no pretende volver a la vieja historia, sino al ejercicio
del control por parte de los trabajadores y de los usuarios
sobre ellas, y está unido a una serie de planteos
programáticos anticapitalistas y antiimperialistas,
es decir a un programa que sólo un gobierno de los
trabajadores podría realizar. Es decir, es un planteo
de nacionalización de un no-estado capitalista y
sobre la base de una lucha revolucionaria de masas. No hay
que agregar mucho más a esto, que ha sido el programa
histórico de los marxistas adaptado a las condiciones
nacionales de la crisis. Pero sigue siendo tan válido
en las grandes ramas económicas como entre las empresas
que los capitalistas en muchos casos han hecho quebrar en
forma fraudulenta, pues se trata de preservar las fuerzas
de la clase trabajadora como tal, impidiendo su cierre e
impidiendo que se las someta a la explotación no
ya de un patrón individual sino a la patronal colectiva
mediante la competencia en el mercado bajo la forma de cooperativa.
Cuando PO le reprocha a los trabajadores de Zanon que con
el proyecto de nacionalización pretenden un nuevo
patrón, el estado no repara en que el proletariado
no reclama la propiedad de tal o cual capital individual,
no reclama a la manera cooperativista ser sus propios
patrones, sino que reclama para sí la posesión
de todos los medios de producción, es decir del poder
del estado. En tanto ello no sea posible de manera inmediata
la forma de generalizar tal experiencia sólo puede
darse mediante la extensión del control obrero a
todas las ramas de la producción, no de ser propietaria
fábrica por fábrica, máquina por máquina.
El programa ceramista que plantea el control obrero, el
plan de obras públicas para dar trabajo a los desocupados
e integrar el proceso productivo entre los trabajadores
de la construcción, las escuelas, los hospitales,
etc. tiene por objetivo la participación generalizada
de los trabajadores y las masas en las tareas inmediatas
de resolver la desocupación y en general de la planificación
económica por sobre la ganancia capitalista. Incluso
un colectivo de empresas recuperadas nacionalizadas bajo
control obrero podría integrarse a diversas ramas
de la producción como proveedoras del estado, más
allá de los rindes económicos que pudieran
extraerse. Lo que no se alcanza a ver es que la independencia
del estado capitalista no está dada por el título
de propiedad (privada, estatal) sino por la organización
política independiente de los trabajadores, que debe
estar asegurado por el control obrero. Aún así
el control obrero en muchas ocasiones puede servir a la
patronal controlada, en tanto pone a los trabajadores en
el esfuerzo de buscar materias primas allí donde
escasean, encontrar nuevos clientes, etc., es decir transforma
al control obrero en participacionismo de la ganancia privada.
Ya sea del estado, privada o esté transitoriamente
como autogestionada, el control obrero puede ser efectivo
si está orientado hacia la extensión del movimiento
y al cuestionamiento del poder capitalista de conjunto.
El rechazo a la nacionalización sea bajo la modalidad
que sea, plantea un interrogante: ¿qué hacer
con los excedentes económicos? Los ceramistas proyectan
poner a funcionar la empresa en función de los intereses
sociales, lo cual impone que esos excedentes pueden estar
destinados a ampliar la producción, a la construcción
de viviendas y hospitales, etc. independientemente de la
ganancia que se obtenga en la propia fábrica. Esto
requiere ser sostenida extraeconómicamente por parte
del estado en base a impuestos a los capitalistas y otras
punciones sobre los beneficios. Pero como empresa independiente,
autogestionada, aunque el estado compre su producción
ese excedente deberá estar destinado inexorablemente
a destruir a la competencia, es decir a arrojar a la calle
a los trabajadores de las empresas competidoras, si no quiere
ella misma ser arrojada fuera de juego.
Es curioso que el PO que ha naturalizado la relación
de dependencia estatal mediante el subsidio de los desocupados
como único programa rechace ahora el planteo de la
nacionalización bajo control obrero de las empresas
ocupadas. Y más curioso aún porque sigue reivindicando
la nacionalización de los bancos y empresas privatizadas.
El planteo semiautonomista del PO, en este caso transforma
a los trabajadores en inversores, e incluso en inversores
ilegales si están por fuera del registro cooperativo.
Pero si todo esto puede ser evitado imponiéndole
condiciones al estado (compra, insumos, créditos,
etc.) entonces se trata fundamentalmente de relación
de fuerzas y de orientación política, quedando
fuera de polémica el inexorable estatismo
burgués que descubrió Altamira en los
últimos 6 meses de sus más de 35 años
de existencia política.
Partido, masas y vanguardia
Si luego
de décadas en los que el peronismo por su influencia
en la clase trabajadora bloqueó la posibilidad de
construir un partido revolucionario propio, las jornadas
de diciembre y el ocaso y desprestigio de los partidos tradicionales
abren perspectivas históricas. Esto no quiere decir
que la mayoría de los trabajadores haya roto con
su partido, pero el peronismo no es ni la sombre de lo que
fue y de la influencia que tuvo en el pasado. La existencia
de una nueva vanguardia de miles de luchadores plantea objetivamente
la posibilidad de construir un partido revolucionario de
vanguardia que nuclee a miles de militantes implantados
en los centros neurálgicos de la economía,
en el movimiento de desocupados, en las universidades, en
los colegios y se prepare programática, estratégica
y organizativamente para ganar a cientos de miles e influir
sobre millones en los próximos ascensos revolucionarios.
De la capacidad de forjar esta herramienta dependerá
la suerte que corra el proceso revolucionario argentino.
El movimientismo autonomista está inhibido de cualquier
planteo partidario por su propia esencia. Las corrientes
nacionalista y populistas, incluso el PC atan la suerte
de la clase trabajadora a distintas variantes de colaboración
de clases, frentes de liberación o democráticos
con distintos sectores de la burguesía. En consecuencia
rechazan desde el vamos el principio de la independencia
de clase y de la construcción de un partido y un
programa transicional revolucionario.
Desde nuestro partido hemos realizado un llamado a las corrientes
que se reivindican obreras y socialistas como el MAS y el
PO y también al MST en la medida que rompa su alianza
estratégica con el estalinismo, y a una amplia franja
del activismo a discutir abiertamente, de cara a toda la
vanguardia las coincidencias y las diferencias que existen
para construir dicho partido13. En ese llamamiento planteamos
que: Es hora de terminar con los corralitos
y revalorizar a la luz de los nuevos acontecimientos las
viejas diferencias. Es hora de demostrar quién quiere
verdaderamente construir un partido y quién una secta.
Gramsci apuntaba que en la secta (y en la mafia) la asociación
es un fin en sí mismo y el interés particular,
familiar, es elevado a principio universal. El partido,
por el contrario, como vanguardia o intelectual colectivo
debe ser concebido sólo como un medio, un instrumento
indispensable pero cuyo interés debe tender a ser
el interés social general, la revolución socialista
que termine con la explotación del hombre por el
hombre (la razón última de la existencia de
los actuales partidos políticos). Hay que dejar de
lado todo interés particular de secta
que impida hacer los máximos esfuerzos para que las
organizaciones que nos reclamamos marxistas y revolucionarias
discutamos en común con todos los trabajadores y
estudiantes revolucionarios, el programa y los métodos
para construir el partido de la revolución obrera
y socialista en la Argentina. Esa es nuestra responsabilidad
actual, y la historia no nos perdonará.
El MAS ha planteado para el período inmediato la
constitución de un Movimiento político
/ social de los trabajadores, mientras que la construcción
de un partido revolucionario en el que confluyan distintas
experiencias es un objetivo a largo plazo.
En el documento de su 8º Congreso dicen En primer
lugar, proponer la conformación de un movimiento
político / social de izquierda que enarbole un programa
mínimo revolucionario. Este programa se podrá
tomar tanto de las asambleas populares, como de los programas
«piqueteros» o de las experiencias clasistas.
La diferencia no es de tiempos, sino programática,
pues se reduce por anticipado el programa a las experiencias
que han estado presentes en estos meses. Pero un programa
que sólo recoja experiencias parciales, no puede
generalizar las experiencias históricas de la clase
trabajadora en su lucha revolucionaria y no puede elevarse
a las salidas de fondo que requiere la situación
nacional. Estaríamos condenados en el mejor de los
casos a ponernos de acuerdo en un programa mínimo
que se vería superado al primer embate de las masas.
En el peor de todos a hacer una amalgama de planteos y posiciones
que desvirtúen o esterilicen el programa revolucionario.
El PO conserva una actitud abiertamente autoproclamatoria,
considerando su propia organización política
como el partido de la clase trabajadora. Sin embargo ninguna
de las organizaciones políticas de la izquierda reúne
hoy como mucho a poco más de mil militantes cada
una. Ninguna organización que vea la realidad de
frente puede pretenderse la dirección política
de millones que aún no han roto con el peronismo.
Sin ir más lejos la influencia de la izquierda en
los sindicatos es ínfima. Para considerarse dirección
política de masas es necesario haberse ganado el
reconocimiento de la clase trabajadora, estar implantado
y tener influencia por lo menos en sectores claves, todas
cuestiones que todavía están por conquistarse.
La autoproclamación sectaria siempre se vuelve en
contra de quien la practica, porque crea una ilusión
y un espejismo que tarde o temprano se choca con la realidad.
Pero además impide comprender cuales son las tareas
del momento. El planteo del poder político, como
dijimos, es una frase vacía sin ganar a las masas.
Esta es hoy la tarea fundamental. Esto requiere de una política
revolucionaria en el seno de las organizaciones de masas,
en primer lugar los sindicatos para disputarle la dirección
a la burocracia sindical. Es evidente que un partido revolucionario
de vanguardia que surja de un eventual proceso de unificación
de los que nos reclamamos socialistas revolucionarios y
que reúna a miles o decenas de miles de militantes
podrá multiplicar la influencia en el seno de la
clase trabajadora. Para ello es necesario ganar para el
programa de la revolución socialista a un amplio
estrato de la nueva militancia social. Y esta tarea también
se vería beneficiada con la conformación de
un partido unificado.
Un partido de estas características podría
impulsar resueltamente un congreso unitario y democrático
de asambleas, piqueteros y fábricas ocupadas. Podría
impulsar resueltamente coordinadoras regionales y provinciales
de todos los sectores en lucha y desde allí dirigirse
a millones que esperan una salida al hambre y la desocupación,
incidiendo sobre los trabajadores de los grandes sindicatos.
La cuestión de construir ese partido revolucionario,
de unificar a la vanguardia y de dirigirse a los millones
de trabajadores y sectores populares son tareas que aún
están por resolverse y se plantearán agudamente
en el próximo período. |